¡Escucha, pequeño hombrecito!, de Wilhelm Reich, no es un documento científico, sino humano. Fue escrito en el verano de 1945, para los archivos del Instituto Orgón, sin que se pensara entonces en publicarlo. Refleja la lucha interior de un médico y científico que había observado al pequeño hombrecito por muchos años, y visto, en un principio con espanto, luego con horror, lo que el pequeño hombrecito hace consigo mismo, cómo sufre, se rebela, honra a sus enemigos y asesina a sus amigos; cómo, cuando llega al poder como «representante del pueblo» lo utiliza mal y lo transforma en algo más cruel que la tiranía que había sufrido anteriormente en manos de los sádicos de las clases dominantes.
¡Escucha, pequeño hombrecito! representa una respuesta silenciosa a la intriga y la difamación; al ser escrito, nadie podía prever cómo cierta institución gubernamental con misión de proteger la salud pública, fuese capaz, en acuerdo con politiqueros y psicoanalistas oportunistas, de desatar un ataque a la investigación sobre el orgón.
La decisión de publicar este llamado como un documento histórico fue tomada en 1947, cuando la plaga emocional conspiraba para matar a la investigación sobre el orgón (n.b. no con el fin de probar su falta de fundamentación, sino para aniquilarla a través de la difamación.
Las circunstancias mostraban que al hombre común le era necesario saber lo que realmente es un científico y psiquiatra, y al mismo tiempo entender cómo lo ve éste. Conocer la única realidad capaz de contrarrestar su desastrosa pasión por el poder, y comprender claramente la grave responsabilidad que asume en todo lo que hace, cuando trabaja, ama, odia o simplemente platica. Entender cómo llega a convertirse en un fascista negro o rojo, ambos igualmente peligrosos para la seguridad de los vivos y para la protección de nuestros hijos. Esto, no apenas porque tales ideologías, rojas o negras sean intrínsecamente asesinas, sino también porque transforman a niños sanos en adultos mutilados, autómatas y moralmente dementes, porque dan preferencia al Estado sobre la Justicia, a la mentira sobre la verdad, a la guerra sobre la vida; porque los niños y la preservación de la fuerza vital que reside en ellos son la única esperanza que nos queda. Un educador y médico sólo conoce una fidelidad: a la fuerza vital en el niño y en el enfermo. Si esta fidelidad fuera estrictamente respetada se encontraría respuestas simples a sus problemas políticos.
Esta «conversación» no busca presentar recetas existenciales, simplemente describe las tempestades emocionales por las que pasa un hombre productivo y amante de la vida. No busca convencer, atraer o conquistar a nadie, intenta retratar la experiencia, como un acuarelista pinta una tempestad. El lector no es llamado a testimoniarle simpatía. No encierra alguna intención o programa. El científico y pensador sólo pide una cosa del lector: una reacción personal tal como la exteriorizan los poetas y filósofos. Es una protesta contra los designios secretos e ignorados de la plaga emocional, que bien atrincherada y asegurada, va capciosamente destruyendo al investigador honesto y trabajador con sus flechas envenenadas. Muestra cómo es la plaga emocional, cómo funciona y cómo detiene el progreso. Testimonia también la confianza en la inexplorada riqueza que se oculta en la «naturaleza humana», dispuesta a servir a las esperanzas del hombre.
Aquellos que realmente están vivos y son amables y abiertos en sus relaciones con los demás, en las actuales condiciones se encuentran en peligro. Ellos asumen que los demás piensan y actúan generosa, amable y solícitamente, de acuerdo a las leyes de la vida. Esta actitud natural, fundamental para los niños sanos, así como para el hombre primitivo, inevitablemente representa un gran peligro en la lucha por una forma de vida racional, mientras subsista la plaga emocional, porque la persona que padece la plaga emocional impone su manera de pensar y actuar a sus congéneres. Un hombre amable cree que todos los hombres son amables, mientras que el infectado por la plaga cree que todos los hombres mienten, engañan y están sedientos de poder. En tales circunstancias los vivos se encuentran en una clara desventaja. Cuando dan algo a los infectados por la plaga, son chupados hasta los huesos, luego ridiculizados y traicionados.
Esto siempre ha sido verdad, ya es hora de que los vivos se hagan duros e inflexibles, pues la firmeza es indispensable en la lucha por salvaguardar y desarrollar la fuerza vital; ellos no se apartarán de su bondad, mientras defiendan con coraje a la verdad. Hay motivos para esperanzarse en el hecho de que entre millones de personas decentes y trabajadoras se encuentran sólo unos pocos individuos infectados por la plaga, quienes hacen un daño indecible al apelar a los impulsos oscuros y peligrosos del hombre medio acorazado, movilizándolo para el asesinato político. Sólo hay un antídoto contra la predisposición del hombre medio a la plaga emocional: su propio sentimiento por la vida real. La fuerza vital no busca el poder, sólo pide jugar su parte plena y sabia en los asuntos humanos. Ella se manifiesta a través del amor, del trabajo y del conocimiento.
Cualquiera que quiera salvaguardar a la fuerza vital de la plaga emocional debe aprender a hacer uso del derecho a la libre expresión de que disfrutamos en América para buenos propósitos, así como la plaga emocional lo hace para los malos. Dando la misma oportunidad para expresarse, la racionalidad vencerá al final. Esta es nuestra gran esperanza.
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