Cuando choquen los planetas y el mundo se termine, sólo quedará una manera de escapar: la bicicleta.
Por Luis Gruss
Sobre dos ruedas y pedaleando fuerte se podrá llegar más lejos que las balas y las esquirlas nucleares. Más allá de las plagas, los gritos de horror y las nevadas de ceniza. Y si los planetas no chocan y el mundo no se acaba, quedará siempre, también, una forma de fugarse en bicicleta. Como no hace ruido y sabe esfumarse a tiempo, nadie lo va a notar. En silencio y suavemente, como las hadas y los gatos, los hombres y mujeres libres se podrán alejar del calor y la tristeza sin ensuciar el alma ni el ambiente. Y así va a ser posible para todos llegar sin prisa y sin pausa a cualquier punto de la tierra.
Como duendes burlones y obstinados los ciclistas van dejando atrás a los autos empantanados, a los aviones que estallan como globos en el aire, a los grandes y pesados camiones y a las naves espaciales. Los poderosos les temen cada vez más. Los agentes de tránsito no saben cómo hacer para contenerlos. Unos y otros aceptan resignados que si alguna cosa está fuera del nuevo orden mundial, eso es la bicicleta.
Leonardo da Vinci la dibujó hace cinco siglos en un instante de inspiración suprema. Desde entonces hasta hoy evolucionó tan vertiginosamente que pronto va a convertirse en una metáfora de sí misma. Ya no pesa casi nada, es veloz, es refinada, y un día va a volar, como lo anticipó el poeta José Pedroni. Montados en esa máquina secreta y sutil, los ciclistas se han convertido en los últimos anarquistas de este siglo. Circulando a contramano, pasando la luz roja, sobre la vereda, por caminos de tierra o sobre arenas lunares, ellos niegan una y otra vez las leyes del sistema y superan todos los esquemas conocidos en materia de libre albedrío.
Aun admitiendo que esa extraordinaria ubicuidad tiene sus riesgos, ellos suponen, a la manera de las viejas vanguardias, que no existe ninguna corriente avanzada en el mundo que pueda imponer sus postulados sin sufrir bajas ni derrotas. Y que en cualquier caso hay que seguir pedaleando sin pausa hasta la victoria final.
La tarea no es fácil. Los hombres se han aburguesado y se encapsulan en autos, colectivos, subtes y ascensores. Lejos del viento, del sol y las estrellas fueron ganados para una existencia oscura, burocrática y carente de emoción. Los arrogantes defensores de la autopista global lograron por ahora implantar el encierro y el transporte de mercado como un modo de vida único y excluyente. Pero no será por mucho tiempo. Las bicicletas volverán, volarán y serán millones.
fuente www.argentina.indymedia.org/news/2011/06/784545.php
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