El 23 de enero de 1989 un grupo armado dirigido por Gorriarán Merlo, simuló pertenecer al movimiento golpista carapintada y asaltó el cuartel de La Tablada. La autora reconstruye y analiza una operación que culminó con la muerte y la cárcel de la mayoría de sus participantes.
Por Claudia Hilb
Revista Lucha Armada
1. Introducción
Desde el momento en que, a media mañana del lunes 23 de enero de 1989, se comenzó a confirmar la sospecha de que quienes habían irrumpido de manera violenta en el cuartel de La Tablada no eran militares “carapintadas” sino civiles, hombres y mujeres según toda apariencia ligados al Movimiento Todos por la Patria y en algunos casos antiguos militantes del PRT-ERP, la perplejidad y la consternación cayeron como un pesado manto sobre grandes sectores del espectro político y político-intelectual local. ¿Qué explicación –se preguntaban, nos preguntábamos– podía encontrarse para ese asalto a un cuartel militar en pleno régimen alfonsinista, por parte de integrantes de una agrupación que sostenía, hasta donde era públicamente conocido, un discurso político amplio, democrático y aglutinador de las fuerzas progresistas del país? ¿Qué lógica, qué confusión o desvarío podían explicar ese hecho, a primera vista inentendible, que evocaba inmediatamente reminiscencias del accionar guerrillero de la primera mitad de los 70?
Recuerdo de manera casi física mi propia desolación. Recuerdo también la intuición implacable, luego confirmada, de que entre los asaltantes reconocería algunos nombres que reemergerían de aquel pasado setentista. Presos liberados por la democracia, exiliados retornados al país, integrantes de mi generación que –por motivos cuyo sentido me propuse entonces intentar esclarecer algún día– habían hallado la muerte en la brutal represión que siguió a lo que entonces se me figuraba como la parábola absurda de vidas aún jóvenes que parecían, en esa inmolación mortífera y suicida, poner en escena su imposibilidad de regresar a la “vida corriente” luego del fracaso del proyecto revolucionario.
En el año 2005, en el marco de la construcción del Archivo de Historia Oral de la Argentina Contemporánea coordinado por Marcos Novaro y Vicente Palermo, tuve la oportunidad de participar de una larga entrevista a Enrique Gorriarán Merlo, antiguo dirigente del PRT-ERP y figura preeminente del MTP. Esa entrevista fue –si se me permite la malvenida metáfora militar– el detonador para mi proyecto siempre diferido de intentar comprender el “sentido” del ataque a La Tablada. En ella, Gorriarán se atuvo, en lo esencial, a lo que más abajo denomino la “versión oficial” de los hechos; aun así, el diálogo prolongado permitió que en los pliegues de esa versión oficial se ratificara una certeza, que a mí me resultaba fuertemente perturbadora de aquella versión oficial: las fuerzas atacantes habían buscado disimular su carácter de “civiles” arrojando volantes de un ficticio agrupamiento denominado “Nuevo Ejército Argentino”. Y había sido, en palabras de Gorriarán Merlo, “en el momento en que se empezó a decir que el grupo atacante no era un grupo carapintada sino un grupo de civiles” que la operación naufragó definitivamente. Asida al hilo conductor de esa certeza perturbadora reconocida de manera pública por Enrique Gorriarán Merlo, encaré esta investigación.(2)
2. La versión oficial
Recordemos muy suscintamente los hechos, intentando mantenerlos lo más desprovistos de interpretación que podamos. Alrededor de las 6.30 de la mañana del lunes 23 de enero, un camión de Coca Cola, del que más tarde se sabría que había sido robado minutos antes en San Justo, derribó el portón de ingreso al Regimiento III de La Tablada. Detrás del camión ingresó una fila de seis autos, y de estos vehículos se inició un ataque armado contra la guardia de prevención del cuartel. Según declaraciones posteriores del chofer del camión y de otros testigos del hecho, tras el robo del camión y antes del ingreso al cuartel los atacantes, algunos de ellos con sus caras pintadas, arrojaron volantes desde uno de los vehículos, mientras gritaban “Viva Rico”.
El ataque se extendió al resto del Regimiento, al sector de Casino de oficiales y de los Galpones de blindados, donde los atacantes encontraron una importante resistencia. A partir de media mañana ya nadie bien informado ignoraba que los ingresantes no eran “carapintadas” sino civiles; la presencia de mujeres y de hombres muy jóvenes apoyaba la tesis de una reedición de la guerrilla de cuño setentista. De allí en más, la intervención del ejército sería cada vez más violenta y si bien ya nadie creía que el ataque podría resultar victorioso, el desenlace se estiraría hasta la mañana siguiente.(3) El martes 24 la rendición de los últimos atacantes será seguida, según la denuncia de los prisioneros y según toda verosimilitud, del fusilamiento de algunos de los más notorios de ellos. El saldo final del ataque para las fuerzas, que según ya se había confirmado eran del MTP, es de 29 muertos y 13 prisioneros.(4)
Como lo señalo en la introducción, la asunción, por parte de Enrique Gorriarán, de que el ingreso al cuartel había sido acompañado del lanzamiento de volantes de un ficticio “Nuevo Ejército Argentino” orientó, desde el principio, mi necesidad de restituir la lógica, el sentido, de los acontecimientos, pues se insinuaba como inabsorbible en el relato hegemónico que proveían los asaltantes de La Tablada, primero en el juicio, y luego también en sus declaraciones posteriores.(5)
La “versión oficial”, que puede fácilmente recomponerse a través de la contrastación de la escasa bibliografía existente sobre el hecho, en principal a través de las afirmaciones de Enrique Gorriarán en sus memorias, de su entrevista para el Archivo de Historia Oral, de los testimonios de presas de La Tablada en Mujeres Guerrilleras, o a través de las fuentes provistas por el libro de Juan Salinas y Julio Villalonga Gorriarán, La Tablada y las guerras de inteligencia en América Latina (6), y que me fue también suministrada en primera instancia por varios de los entrevistados, se erige fundamentalmente sobre la afirmación de que el ingreso al cuartel por parte del grupo del MTP tuvo como finalidad detener un nuevo alzamiento carapintada, que debía producirse el día 23 de enero.(7) Ese alzamiento, se afirma, tenía su base, o una de sus bases fundamentales, de lanzamiento en dicho cuartel; y sobre todo, se añade, de producirse habría tenido características particulares que lo harían especialmente peligroso: el alzamiento en preparación se habría propuesto no limitarse a los cuarteles sino salir a la calle y producir una suerte de “noche de San Bartolomé” –la expresión se repetía de manera sistemática–, orientada contra dirigentes progresistas.(8) A su vez, ese alzamiento por venir debía ser enmarcado en un complot más vasto, que incluía a Carlos Menem y a otros dirigentes del peronismo, y que colocaba en el horizonte cercano la destitución del presidente Raúl Alfonsín y su sustitución por el vicepresidente Victor Martínez.
En apoyo de esa lectura, los atacantes de La Tablada ofrecían numerosas pistas: en primer lugar, una interpretación de la sucesión de remezones que se habían venido produciendo desde Semana Santa y que se sleían en términos de una escalada, que había llegado hasta la producción de muertos civiles en el alzamiento de Villa Martelli, y que habría de continuar ahora bajo la forma de una salida de los cuarteles y la mencionada “noche de San Bartolomé” –la columna de opinión “Un secreto a voces”, del dirigente del MTP Quito Burgos, publicada en Página 12 del 17/1/89, describía ya entonces ese posible escenario de manera muy detallada–. En segundo lugar, la insistencia en un complot menemista-seineldinista, cuya verosimilitud estaba sostenida sobre una conjunción de “fuentes propias” no declaradas, sobre informes de inteligencia provenientes de Panamá y, de la manera públicamente más proclamada, sobre el testimonio de personas que, por diversas razones particulares, habían tenido acceso a información acerca de movimientos carapintadas y contactos entre Seineldín y Menem. Estos últimos testimonios –de Karin Liatis y Gabriel Botana– fueron, en los días previos a los hechos de La Tablada, anunciados en conferencia de prensa por la cúpula del movimiento, presentados ante la justicia por Jorge Baños, abogado del CELS e integrante de la dirección del MTP, posteriormente muerto en La Tablada, y propalados con fuerza a través de los medios, en particular de Página 12.(9) Sumados a estos elementos, el gobierno de Alfonsín, sostiene el relato, se mostraba confundido, inerme, incapaz de una respuesta ante la creciente amenaza militar.
En una palabra: el 23 de enero debía producirse un alzamiento carapintada con epicentro en el cuartel de La Tablada, que tendría por propósito salir a la calle y, posiblemente, producir una matanza selectiva de dirigentes progresistas. La acción del MTP era una acción destinada a abortar el alzamiento antes de que éste se produjera, acción heroica de hombres y mujeres decididos a actuar frente a la inacción de un gobierno inerme. Nada había en esa acción, se insistía, que la ligara a los copamientos de cuarteles por parte de la guerrilla en los años 70: en los textos, y sobre todo en las entrevistas, resulta notable la afirmación, también repetida, de que el MTP no se proponía reeditar la táctica de lucha armada propia de aquellos años previos al golpe de 1976. Testimonio de la diferencia entre aquellos copamientos y este acontecimiento era –como también se decía de manera reiterada– que algunos de los atacantes habían entrado al cuartel con sus propios vehículos y sus documentos de identidad, y que las armas empleadas no sólo eran pobres para una intentona de copamiento “tradicional”, sino que habían sido compradas en los días previos al hecho en armerías de la ciudad de Buenos Aires.
¿Qué creían los militantes del MTP que ingresaron a La Tablada que debía resultar de su acción? ¿De qué manera podía su ingreso frenar el alzamiento que decían debía producirse? ¿Podía un grupo mal armado de cuarenta personas, la mayoría carente de un entrenamiento militar más o menos serio, frenar un alzamiento en marcha? En el caso de que hubieran podido ocupar el cuartel, ¿qué habrían hecho luego?
Es difícil, si no imposible, encontrar una respuesta a estas preguntas en los textos o testimonios mencionados si nos seguimos orientando por la lectura más estrecha de la versión oficial según la cual el objetivo era “parar el golpe”. ¿Cómo, de qué manera, lograrían frenar el golpe en marcha? ¿Qué harían los atacantes una vez ocupado el cuartel de La Tablada y reducidos los supuestos militares alcistas? Para encontrar algún sentido a la idea expresada de “parar el golpe” era necesario añadir a la versión oficial por lo menos la idea algo vaga de “cambio de rumbo”, expresada en esos términos por Enrique Gorriarán en sus Memorias: “la idea”, explica Gorriarán, “era ganar la iniciativa, parar el golpe y exigir al gobierno firmeza frente a los planteos militares. Pensábamos que con la gente en la calle y los militares aún no movilizados en conjunto se dificultaría mucho la represión posterior; claro que no descartábamos nuevos enfrentamientos pero ya en mejores condiciones. En aquel momento el poder político estaba cada vez más condicionado, el pueblo se sentía cada vez más separado de ese poder político, y los golpistas estaban cada vez más envalentonados. Con La Tablada intentábamos frenar ese proceso y ayudar a un cambio de rumbo que despejara el camino a la democracia”.(10)
¿De qué manera, repetimos, imaginaban los atacantes de La Tablada ese cambio de rumbo, y de qué modo podía su acción contribuir a él? En una primera aproximación, si nos atuviéramos a la versión oficial de los hechos que provocaron el ingreso al cuartel y no intentáramos leer entre líneas las afirmaciones de Gorriarán, podríamos imaginar que ese “cambio de rumbo” debía consistir en un fortalecimiento de las fuerzas antigolpistas, envalentonadas por el efecto suscitado por la acción de un grupo de 40 civiles pobremente armados, que habrían demostrado poder tomar un cuartel a punto de alzarse contra la democracia, y probado la posibilidad de impedir la acción de los sublevados y humillado así a los militares. La salida del grupo del MTP del cuartel sería acompañada por la movilización de “la gente en la calle” que, frente al éxito de la acción de un grupo pequeño y decidido podría ver entonces que la manera de cambiar la relación de fuerzas entre militares golpistas y civiles demócratas no era por vía de las concesiones y el retroceso, sino por la del fortalecimiento de la movilización, el coraje y el avance; exigiría e impondría al gobierno mayor firmeza frente a los golpistas.
3. ¿Víctimas de una operación de inteligencia?
Cuando encaré esta investigación comprendí muy pronto que no sólo para mí el sentido de los hechos de La Tablada resultaba difícil de asir. En la escasa documentación consagrada al tema o en las conversaciones con actores políticos ajenos al MTP o con periodistas que siguieron de cerca los acontecimientos del 23 de enero reaparecía de manera reiterada la hipótesis explicativa de que el ingreso al cuartel del grupo del MTP podría haber resultado en una operación de inteligencia exitosa, comprada con cierta ingenuidad por Gorriarán y los suyos. Los promotores posibles de esa operación variaban según el interlocutor, pero eran básicamente dos: los militares (no carapintadas) por un lado, y “la Coordinadora” de Enrique Nosiglia por el otro.(11) Los militares, parecían sostener unos, habrían alimentado la versión de una conspiración e instigado la acción “preventiva” del MTP, para desarticular en esa jugada exitosa simultánea un grupo ideológico opositor cuyo crecimiento veían con preocupación, cobrar cuentas pendientes a antiguos militantes del ERP, reverdeciendo la teoría del carácter agresor de la guerrilla en la represión de los 70, y enaltecer su propio papel en el mantenimiento de las instituciones frente al accionar renovado de la subversión y, eventualmente, de los propios sectores carapintadas. La Coordinadora de Enrique Coti Nosiglia, imaginaban otros, se habría servido de los contactos conocidos entre Nosiglia y Provenzano (12) para instilar en el MTP la información de un pacto entre Menem y Seineldín, con el fin de desprestigiar al líder peronista que se perfilaba ya entonces como el potencial triunfador en las elecciones de fines de 1989, y habría contribuido de esa manera a alimentar las peores fantasías del MTP respecto de un retorno de la influencia militar en los asuntos políticos. Las denuncias ya mencionadas de Baños, basadas en los testimonios de Liatis y Botana, en los días previos al 23, serían el resultado de esa operación urdida desde las oficinas de Nosiglia.
Cabe destacar que estas dos hipótesis disímiles –que ponían ambas el acento en que el MTP habría podido ser víctima de una operación de inteligencia– se apoyaban, para ello, en la “versión oficial” de los hechos. En otras palabras, no interrogaban la razonabilidad de la finalidad declarada de la acción de La Tablada –”parar el golpe”–, que eventualmente calificaban de delirante, y cuestionaban tan sólo el carácter fidedigno de la información que habría llevado al grupo liderado desde fuera del cuartel por Gorriarán a la decisión de ingresar en él para detener un alzamiento, para ambas hipótesis inexistente.
Aun sin adentrarnos todavía en una relectura de los acontecimientos que desdiga de plano la admisión lineal de la “versión oficial”, cosa que haremos en el apartado siguiente, podemos advertir que la teoría según la cual el MTP habría sido víctima de una operación de intoxicación presentaba dificultades indisimulables. Por una parte, si bien la hipótesis era compatible con el carácter creciente del ambiente conspirativo del MTP, cuyos máximos dirigentes parecían –según nos señalaron diversos interlocutores– cada vez más fascinados por las elucubraciones de inteligencia propias y ajenas, debía suponerse que al mismo tiempo idéntico “humor” conspirativo habría puesto en alerta a militantes avezados, como eran muchos de los atacantes de La Tablada, respecto de las posibilidades de operaciones de inteligencia o de infiltración de los servicios de inteligencia adversos. En segundo lugar, dicha teoría tomaba por dinero contante y sonante la versión oficial del ataque brindada por los protagonistas, y rechazaba la versión de los mismos protagonistas cuando estos negaban –como lo negara enfáticamente Roberto Felicetti en una “Carta Abierta al periodismo” en septiembre de 1989– haber sido víctimas de una operación de inteligencia ajena.(13) Por fin, ya tras el fracaso de la acción, dicha hipótesis no ofrecía respuesta a la pregunta que nos hacíamos en el apartado anterior: si la versión oficial del MTP reflejaba la verdad de la acción del movimiento, ¿qué esperaba el MTP lograr con el ingreso a La Tablada? Suponiendo que La Tablada hubiera salido mal porque los militares los estaban esperando, ¿qué hubiera sido, desde la óptica del MTP, que La Tablada “saliera bien”? Añadamos, para concluir este breve apartado, que un análisis muy superficial de los elementos previos o contemporáneos al ataque hacía poco verosímil esta hipótesis: los mismos elementos que me perturbaron a mí en el origen de mi indagación, en particular los falsos volantes del “Nuevo Ejército Argentino”, a los que se sumó muy pronto la evidencia de la naturaleza endeble de las fuentes citadas por el MTP como prueba de sus denuncias de conspiración militar, debían poner seriamente en duda la idea de que el MTP hubiera sido víctima de una operación de inteligencia por parte de un tercero, que lo habría llevado de ese modo a ingresar violentamente al cuartel de La Tablada aquel 23 de enero de 1989.
4. De La Tablada a La Rosada: el camino más corto de la insurrección popular
Como señalé varias veces en los párrafos precedentes, el hilo conductor de mi investigación se desenrolló, desde el primer momento, partiendo de los volantes falsos arrojados por los activistas del MTP que ingresaron al cuartel de La Tablada. ¿Era cierto que esos volantes habían sido sembrados por el MTP? En caso afirmativo, ¿por qué, si efectivamente había un golpe en marcha en ese cuartel, debían los atacantes proveer de (falsos) elementos de prueba de ese golpe? Obtuve una respuesta afirmativa a mi primera pregunta en la entrevista a Enrique Gorriarán: sí, habían sido ellos quienes habían arrojado esos volantes –era una cuestión de “tácticas militares”.(14) Algunas entrevistas posteriores a ingresantes al cuartel corroboraron esta afirmación, como así también las versiones –ratificadas durante el juicio por el chofer del camión robado– de que algunos de ellos habían actuado con las caras pintadas y vestidos de militares; otros entrevistados negaron enfáticamente ambos hechos.(15) Quedaba por responder a la segunda pregunta: ¿por qué habían arrojado los volantes, camuflados de militares carapintadas? La lógica más elemental indicaba que si los atacantes tomaban a su cargo la representación de su propio papel y también el de los carapintadas… era porque tal golpe no existía, y que de lo que se trataba era de poner en escena un golpe inexistente y su derrota por parte de un grupo de civiles armados. Con el correr de mi investigación fui confirmando esta hipótesis que aun negada por Enrique Gorriarán, había ido tomando cuerpo en aquella larga entrevista. En un intercambio sorprendente, al que ya me referí en la Introducción de este texto, al mismo tiempo que sostenía que la finalidad de la acción de La Tablada había sido la de frenar un golpe antes de que éste saliera de los cuarteles, Gorriarán también afirmaba que dicha acción había sido exitosa durante un primer momento, en el cual la impresión general había sido que los ingresantes al cuartel era un grupo de carapintadas y que se estaba en presencia de un nuevo alzamiento, lapso durante el cual se habían comenzado a sumar pronunciamientos de diversas organizaciones sociales y políticas en contra del golpe. Las cosas anduvieron bien, afirmaba Gorriarán, “hasta que surgió que era un ataque guerrillero contra un cuartel”.(16)
¿Qué esperaban los atacantes del cuartel de La Tablada del plan consistente en la puesta en escena de un alzamiento militar en el cual se habían reservado el papel de vencedores? El plan había fracasado, a ojos vista. Pero ¿qué hubiera significado su éxito? A medida que en el curso de mi investigación iba confirmando que, por lo menos para los activistas directamente comprometidos en el asalto al cuartel, se trataba sin lugar a dudas de la puesta en escena de un alzamiento y no de la convicción de que ese día, el 23 de enero, se preparaba efectivamente una asonada militar en La Tablada,(17) esta pregunta fue tomando un lugar preponderante.
La respuesta que, de manera coincidente, fui obteniendo me provocó una perplejidad no menor a la que me había provocado el aparente sinsentido del ataque: la imagen repetida del éxito de la operación La Tablada era la de los atacantes saliendo del cuartel montados en los tanques, rumbo a la Plaza de Mayo, civiles valientes que proclamándose victoriosos en su reacción contra una nueva asonada de los militares alcistas, encabezarían una insurrección popular que los militantes del MTP tenían por misión fogonear en coincidencia con la salida del cuartel en los distintos barrios. El plan habría de incluir, entre otros, la posterior toma de radios y de edificios públicos, y el llamado a la movilización de la población a través de una proclama previamente preparada. También la elección del Regimiento III como centro del operativo adquiría en ese contexto una nueva significación: La Tablada, se me dio a entender, era, de todos los cuarteles, el que reunía la doble condición de cercanía respecto de la Capital y de contar con tanques en su interior. El relato del éxito esperado del ataque al cuartel otorgaba así un sentido definido a la afirmación de Gorriarán respecto del “cambio en la relación de fuerzas”; ese cambio, lejos de proponerse reforzar al gobierno y a las fuerzas antigolpistas frente a las presiones golpistas, debía consistir en una insurrección exitosa, cuyos contornos más detallados no parecían estar demasiado claros (o por lo menos no parecían estarlo para muchos de los sobrevivientes), pero que definitivamente debían producir un cambio de connotaciones mayores en la vida política argentina.(18)
A la luz de la explicación de La Tablada en estos términos, de una puesta en escena de una asonada militar derrotada por un grupo de civiles que, fuertes por su triunfo, encabezarían una insurrección exitosa, el carácter endeble de las denuncias previas a los acontecimientos del 23 de enero toma otro cariz: señalábamos antes que las únicas denuncias realizadas por testigos supuestamente directos de la conspiración carapintada realizada por Jorge Baños en su presentación judicial fueron las de Karin Liatis y Gabriel Botana; es preciso señalar que –si bien nada se decía al respecto– ambos eran militantes del MTP, y, la primera, entonces pareja del propio Baños.(19) Las denuncias, reproducidas sobre todo por Página 12 y más bien desestimadas en cuanto a su seriedad por el resto de los diarios,(20) pueden en ese contexto comprenderse como parte de la preparación del clima que haría más verosímil el armado de la operación del día 23.
Si tal era entonces el sentido de la operación el ataque a La Tablada, quedaba para el investigador la tarea de restituir a esta operación algún tipo de lógica que hiciera que su éxito resultara verosímil para los militantes que participaron en ella, y también coherente de alguna manera con la historia de la organización que la llevó a cabo. Y es preciso decir al respecto que, pese al carácter inverosímil que para un observador externo pudiera tener esa lógica, pese a la naturaleza aparentemente delirante de un proyecto que, en una democracia recientemente recuperada tras años de la más cruel dictadura, aspirara a concitar el apoyo masivo a una aventura armada, cuando comencé a adentrarme en la lógica que guió a los atacantes de La Tablada volví a percibir la virulencia del efecto que sobre sus participantes ejercen los microclimas conspirativos de las sectas revolucionarias.
5. Un poco de historia
a. La formación del MTP
El Movimiento Todos por la Patria, fundado en Managua en el año 1986, fue el corolario de la creación de la revista Entre Todos surgida también en Nicaragua hacia fines de 1983 de la reunión del grupo de antiguos militantes del PRT-ERP, nucleados alrededor de Gorriarán Merlo, con individuos o grupos provenientes de otras experiencias de la izquierda y el peronismo radicalizados de los años 70.(21) El grupo del PRT-ERP reunido en torno de Enrique Gorriarán Merlo, que había participado de los momentos finales de la Revolución sandinista de julio de 1979, representaba probablemente entonces la única expresión organizada de lo que había sido el PRT. Enfrentado a la conducción de Luis Mattini, secretario general de la organización tras la muerte de casi toda la dirección en julio de 1976, el grupo de Gorriarán había expresado en la crisis que se produjo en el PRT en el exilio posturas que, en términos generales, representaban sobresaltos de fuerte contenido voluntarista y de corte renacidamente foquistas frente a una posición probablemente más crítica del accionar pasado, y por ello también menos voluntarista, de la mayoría del Buró Político liderada por Mattini. Fue uno de esos sobresaltos que lo llevó al grupo de Gorriarán –ya separado del PRT de Mattini– a dejar de lado momentáneamente su plan de conformación de una guerrilla rural en Argentina para unirse a la Revolución nicaragüense poco antes de la victoria final, y fue posiblemente a su vez la conciencia de la crisis de las concepciones tradicionales del PRT la que llevaría poco después a una nueva división y a la disolución final del grupo liderado por Mattini.(22)
Cuando con el arribo de la democracia a Argentina en 1983 los presos políticos recuperan la libertad, un grupo importante de antiguos militantes del PRT-ERP que había seguido durante su cautiverio ligado de manera lo más orgánica posible a su organización se plantea la posibilidad de retomar la actividad política en continuidad con su historia previa. En ese momento, de lo que había sido el PRT, el grupo de Gorriarán Merlo aparece como la única opción mínimamente articulada. Si bien para muchos de aquellos militantes Enrique Gorriarán aparecía como una figura históricamente cuestionada por representar las posturas más militaristas y menos políticas de la organización, por ende podían haberse sentido más afines a la tendencia representada en el momento de la ruptura por Luis Mattini, pero esta última había dejado de existir en tanto tal. Simultáneamente, la propuesta pluralista y basista de la revista Entre Todos, primera expresión pública de lo que luego habría de ser el Movimiento Todos por la Patria, debió ayudar a superar las prevenciones iniciales respecto de la figura de Gorriarán y condujo a varios de aquellos ex presos del PRT a sumarse a la iniciativa. Francisco Provenzano, Roberto Felicetti, Carlos Samojedny, tres antiguos presos liberados en el 1983-1984 que participarían en La Tablada, se contaron entre quienes decidieron unirse a esa empresa.(23)
Si reconstruimos la historia temprana de la revista Entre Todos y de quienes serían luego notorios militantes del MTP encontramos que varios de ellos ocupan, entre 1984 y 1985, lugares de relevancia en la estructura del Partido Intransigente (PI). La experiencia de algunos de ellos los llevaría muy rápidamente a ocupar posiciones de dirigencia intermedia y a lograr un reconocimiento considerable entre los jóvenes que por entonces afluían masivamente a las organizaciones progresistas. Para estos militantes setentistas ligados desde el inicio al proyecto de Entre Todos, el paso por el Partido Intransigente pareció volverse muy pronto (cuando no lo había sido desde el inicio) una opción táctica que debía, tarde o temprano, dar lugar al pasaje de una parte de la militancia al nuevo movimiento que en algún momento se conformaría. Y efectivamente, la posición adquirida en el PI redundaría en que, en el momento del paso de estos dirigentes al naciente MTP, detrás de ellos se desplazara un número considerable de militantes.(24) Según múltiples testimonios, en ausencia de otras publicaciones, el trabajo político en el PI se realizaba por otra parte entonces en gran medida a través de la revista Entre Todos, llamativa por su carácter plural y antisectario, en la que coincidían firmas de todo el espectro progresista de la vida política argentina, desde el peronismo hasta los antiguos militantes del PRT, pasando por los sectores más progresistas del radicalismo, del Partido Intransigente o del Partido Comunista, como así también por las voces progresistas no partidistas de la Iglesia, de los sindicatos o de otros movimientos sociales.
La revista Entre Todos fue también un importante vehículo de organización y nucleamiento de numerosos grupos de jóvenes que en los barrios, alrededor de las parroquias, en los colegios secundarios o en las Universidades expresaban en su activismo el entusiasmo de aquella primavera de 1984. Los relatos recabados entre los jóvenes militantes de entonces reproducen todos, en términos generales, la misma secuencia: grupos autoorganizados que, al entrar en contacto con la revista encuentran en ella una expresión más global, generalizadora, para sus preocupaciones, y un discurso que inscribe sus preocupaciones en un relato que liga su actividad con la lucha antidictatorial. Estos grupos de jóvenes, en abierta disponibilidad política, se ven masivamente atraídos por un discurso amplio, reivindicativo en el ámbito de lo local y que inscribe simultáneamente su actuación en un proyecto más abarcativo, tanto espacial como temporalmente.
Si recorremos la revista Entre Todos en su primera época, dos asuntos llaman la atención: el primero, el amplio abanico de las firmas, señalado precedentemente; el segundo, muy visible, es la presencia permanente –a razón de uno o dos artículos por número– de la Revolución nicaragüense. A la vez, a la lectura de esta publicación la evolución del proyecto MTP se deja observar con claridad: con el correr de los números el tono democrático, reivindicativo y pluralista va dejando paso progresivamente a un tono más declaradamente revolucionario. Pero será necesaria una ruptura interna del MTP para que ese tono revolucionario se afirme definitivamente, y que Entre Todos deje de ser una publicación concebida como instrumento del trabajo político con las bases –rol que como señalábamos más arriba había cumplido con notable éxito– para pasar a ser un órgano de aglutinación de cuadros con definiciones políticas más marcadas, con una propuesta de construcción partidaria y de vanguardia, y organizado alrededor de las firmas de los militantes más notorios del MTP.
Aquella ruptura interna del MTP se produjo en dos momentos: un primer momento, en diciembre de 1987, signado por la salida de algunas personalidades notorias de la dirección del Movimiento, entre ellas sobre todo Rubén Dri y Manuel Gaggero, quienes habían participado de la fundación del movimiento, e incluso antes, del proyecto originario de una reorganización pluralista de las fuerzas progresistas alrededor de la fundación de la revista Entre Todos. Un segundo momento, de menor impacto público pero de mayor trascendencia interna, se produjo casi sin solución de continuidad respecto del primero, signado por la partida de grupos importantes de militantes, sobre todo en Buenos Aires, Gran Buenos Aires y Córdoba, disconformes con el rumbo abiertamente vanguardista y el cariz conspirativo que tomaba el MTP, y con la presencia cada vez más determinante de la figura de Enrique Gorriarán en su seno.
A la escucha de los testimonios de quienes participaron –quedándose o yéndose– de aquel proceso de vanguardización del MTP, y a la luz de la deriva posterior de este movimiento que condujo a La Tablada, es interesante destacar que la tensión que derivó en ruptura, entre una postura más basista o movimientista, y más reticente con respecto a las posibilidades de una aceleración revolucionaria, y las posiciones más vanguardistas y más optimistas respecto de una tal aceleración, parecen haber surcado el movimiento desde sus inicios. Probablemente, unos y otros suscribieran, en aquellos momentos iniciales, a la idea de una revolución futura; posiblemente, unos y otros pensaran que la derrota del proyecto setentista no ponía en crisis la idea de Revolución, pero sí obligaba a reconsiderar los tiempos y los modos en que podría producirse un cambio revolucionario en Argentina. Pero allí donde disentían, y donde disentirían cada vez más, era en la comprensión del modo en el que la actividad política debía contribuir a dicho proceso, si debía hacerlo a través de un proceso de organización de los sectores populares que no podía, en las condiciones de entonces, sino ser abarcador, lento y paulatino, o si estaba en sus manos acelerar los tiempos a través de una férrea formación política de vanguardia.
b. Una, dos, tres Managuas.
La Tablada en el espejo de la Revolución sandinista El asalto a La Tablada constituyó, entiendo, la cristalización mortífera de esta última postura de aceleración de los tiempos, encarnada por el grupo que, nucleado alrededor de Gorriarán Merlo, había participado de los últimos momentos del triunfo de la Revolución sandinista. Ajenos en su mayoría a los avatares de la vida cotidiana en la Argentina durante la dictadura militar, profesionalizados como militantes revolucionarios desde hacía décadas o desde su salida más reciente de la cárcel, los integrantes de aquel núcleo duro del MTP, sumidos en el microclima de la militancia revolucionaria y del triunfo reciente de la revolución nicaragüense, creyeron posible leer los acontecimientos de la vida política argentina tras la instalación de la democracia a la luz de los debates de la vanguardia sandinista bajo la prolongada dictadura de los Somoza. Así, bajo el influjo de la victoria de las posturas terceristas de los hermanos Ortega en el debate interno del sandinismo, abrigaron las esperanzas de una reedición de la salida insurreccional en Argentina, tras el fracaso setentista de la teoría de la guerra de guerrillas o de la guerra popular y prolongada.
En efecto, la Revolución nicaragüense y la disputa previa, en el seno del sandinismo, entre tres tendencias políticas que terminarían de unirse poco antes del triunfo de 1979 ofrecen una clave de interpretación relevante para intentar dar cuenta de aquello que imaginaban quienes encabezaron la aventura de La Tablada. Si comprendemos cómo se impuso, bajo el liderazgo de Gorriarán, la idea de que la revolución en Argentina, derrotada la vía de la guerra prolongada “a la vietnamita”, debía y podía tomar la forma de la insurrección, se hace posible obtener un prisma de intelección de aquel acontecimiento.
Para ello, recordemos muy brevemente que la dirección sandinista unificada que lideró la victoria final contra la dictadura somocista había sido el resultado de la reunión de tres tendencias: la tendencia de la guerra popular y prolongada, liderada por Henry Ruiz y Tomás Borge, que seguía de manera general el ejemplo chino o el vietnamita y propugnaba el desarrollo de la acumulación de fuerzas de un ejército popular de base campesina organizado desde la montaña; la tendencia proletaria, liderada por Jaime Wheelock, que sostenía la necesidad de privilegiar el trabajo en las zonas urbanas, en particular entre los sectores proletarios, y que sin renunciar en palabras a la lucha armada la había dejado de lado en la práctica, y la tendencia insurreccional o tercerista, liderada por Daniel y Humberto Ortega, quienes entendían que si se seguía apostando a estrategias de largo plazo –fueran éstas la organización del ejército popular en la montaña o la organización urbana del proletariado– el momento de la revolución se alejaría irremediablemente. Para los terceristas, las condiciones objetivas de la Revolución parecían alejarse en la medida en que crecía el peligro de una cooptación “burguesa” de las conciencias de los sectores populares. Pero, al mismo tiempo, entendían que era posible crear, a través de la acción voluntarista, condiciones subjetivas que contrarrestaran el peligro creciente de desmovilización revolucionaria y aceleraran las condiciones de la Revolución.
Más allá del equilibrio de fuerzas en la dirección sandinista unificada, representada por los líderes de las tres tendencias, resulta claro que la hegemonía del movimiento nicaragüense quedaría tras la unión de éstas en manos de la corriente tercerista de Daniel y Humberto Ortega, y esto de modo más notorio luego de la insurrección victoriosa. Como lo señalaba Jaime Wheelock, dirigente de la tendencia proletaria, en una entrevista realizada por Marta Harnecker y que circuló profusamente entre los militantes del MTP, la política de la tendencia insurreccional o tercerista, que planteaba al mismo tiempo una base muy amplia de apoyo y una aceleración de las condiciones insurreccionales a través de la provocación de acciones espectaculares, se mostró retrospectivamente como exitosa pese a las críticas de las que era objeto por parte de las otras dos.(25)¨
¿Qué fue lo que, a la luz de los acontecimientos posteriores, podemos imaginar que habían extraido Gorriarán y su grupo más cercano de su experiencia en Nicaragua? En primer lugar, la certeza de las posibilidades del éxito de una Revolución. En segundo lugar, la convicción de que la forma insurreccional tenía la virtud de provocar hechos que aceleraban las condiciones de posibilidad de la Revolución en tiempos de reflujo del entusiasmo revolucionario. Al respecto, no deja de ser llamativo que, de manera también coincidente, los militantes del MTP pusieran el acento, en el año que precedió al asalto a La Tablada, en la preocupación que representaba para el MTP la constatación de que el pueblo se mostraba menos movilizado. Y no menos llamativa es la apreciación común en los antiguos militantes del MTP, tanto entre quienes rompieron con el movimiento antes de La Tablada como entre quienes participaron de ese hecho, que Gorriarán parecía extrañamente apurado, necesitado de acelerar los tiempos.(26) En ese apuro, añadimos, la postura tercerista, insurreccional, que se había revelado exitosa en Nicaragua, le brindaba la apoyatura teórica que la teoría clásica de la guerra popular y prolongada, enarbolada por el PRT en su primera época, le negaba. (27)
Estratagema vulgar o lectura exitosa de una política de alianzas por parte del FLN –las afirmaciones de Wheelock dejan flotar cierta ambigüedad–(28). Lo cierto es que la combinación de una política de amplias coaliciones y la simultánea elaboración de una estrategia insurreccional en la Revolución nicaragüense parece así brindar la matriz que sostiene la esperanza del grupo proveniente de Managua de repetir esa experiencia en su regreso a la Argentina. Más allá de lo que se pueda pensar de tal expectativa, en ese contexto ideológico la aparente contradicción entre una política de discurso basista y amplio y una simultánea proyección de una estrategia insurreccional por parte del MTP no aparece como antinómica para sus militantes.(29)
¿Estratagema vulgar o evolución de la política de alianzas? A la luz de su desencadenamiento final, el proyecto original del grupo nucleado en torno de la figura de Enrique Gorriarán merece ser interrogado en estas coordenadas. ¿En qué medida contenía ya el proyecto originario el germen de su desenlace fatal del 23 de enero? Sostuvimos antes que parece factible considerar que la cooptación para el MTP de sectores juveniles del Partido Intransigente por parte de algunos militantes del antiguo PRT podía estar prevista en sus grandes rasgos desde los inicios del Movimiento; creíamos también constatar que el horizonte revolucionario era común a todas las expresiones internas del MTP o, por lo menos, a las de sus dirigentes. Pero afirmábamos también que, en el horizonte de la idea de Revolución futura, la tensión entre una expresión más largoplacista, paciente y autocrítica del vanguardismo setentista (que ponía el acento en la lenta acumulación de fuerzas y en la unidad de los sectores populares), y una postura más vanguardista (que parecía considerar la amplia política de alianzas en términos más instrumentales), atravesó al MTP prácticamente desde sus orígenes, y terminó de expresarse públicamente en el abandono del movimiento por una parte considerable de sus integrantes.
Al producirse esta ruptura se reforzó, entendemos, el carácter instrumental de aquellos elementos que el proyecto inicial podía tal vez contener como estratagema, pero también como creencia profunda: si el basismo, la amplitud en la convocatoria y la lenta acumulación de fuerzas populares, era, para el sector que se retiraba la verdad de su práctica política, estos elementos adoptaban, para el sector vanguardista, un carácter mucho más marcadamente instrumental. Y este carácter cada vez más fuertemente instrumental del discurso basista del MTP alcanzará con posterioridad a 1987 su punto culminante en el asalto a La Tablada.
Publicado en Lucha Armada, Año 3, Número 9, 2007
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