La escuela es una pirámide con una base muy amplia a la que todos entran por obligación. Sin embargo, sólo la ínfima minoría de los que llegan a su punta tienen acceso a los instrumentos que dan poder y prestigio en la sociedad. Son ellos también los que definirán los estilos y los contenidos de la política y se beneficiarán de becas, viajes al extranjero y de los servicios médicos más caros. La subida hacia esta punta es un triage –un proceso de segregación- en el cual, fuera de una estrecha minoría, prácticamente todos serán reprobados.
Por Jean Robert
El reprobado promedio no evalúa su posición por la altura que alcanzó en el escalafón escolar; lo que evalúa es su fracaso relativo medido por lo que le falta para alcanzar la punta. La idea pregonada con fines electorales de que la escuela es una igualadora social no corresponde a la realidad sino que es semejante a un mito religioso. Como todo mito, la escuela genera sus rituales. Tampoco es cierto que “cada vez que se abre una escuela se cierra una cárcel”.
Al contrario, los individuos más peligrosos son, actualmente, criminales de cuello blanco sobreeducados. Los educadores profesionales lograron desarmar la crítica de Illich haciéndola parte del currículo de las profesiones de la educación. Poniéndola en los mismos renglones de sus bibliotecas que las obras de Rousseau, Pestalozzi, Freynet o Freire, la castran de su actualidad revolucionaria.
Así pueden seguir convenciendo generaciones de estudiantes en pedagogía de que es el proceso de escalada de la pirámide que, en sí, conduce el éxito. Se logra así mantener una creencia esencial para el mantenimiento del sistema, que consiste en confundir los métodos de adquisición de conocimientos con la materia de la enseñanza, es decir el número de años de estudio con la efectividad del aprendizaje. En otras palabras, se hace creer que, entre más fondos de pantalón uno gastaría en las bancas de las escuelas, más crecería en sabiduría y ciencia. La realidad es muy distinta: para la mayoría de los ciudadanos, el sistema educativo es un obstáculo mayor al derecho a la
instrucción.
En contra de escolarizar la sociedad sería restablecer la legitimidad del sistema de triage –o selección social– que la escuela instrumentaliza. Para ello, no es suficiente desescolarizar las instituciones. Es, como insistía Valentina Borremans, todo el ethos de la sociedad que hay que liberar del mito de la escuela obligatoria y de los rituales que justifica. Todo el sistema educativo es una utopía negativa, una distopía: querer asegurar la educación universal por la escuela obligatoria es un proyecto eminentemente irrealizable. ¿Cómo calificar las alternativas propuestas por los educadores? Son nuevos métodos de cebadura educativa obligatoria, proyectos cuyo verdadero fin es el desarrollo de las industrias de producción de bienes y servicios.
Sin embargo, en 1972, Illich autorizó que un seminario sobre “Las alternativas en educación” tuviera lugar en el CIDOC, en Cuernavaca. Convencido de que la sociedad puede ser desescolarizada, Illich vislumbraba la integración de instituciones con fines educativos a un medio social sin escuelas, abriendo así una nueva era del ocio, scholè en griego, de donde viene el latín schola, escuela. En el medioevo, la escuela, que no era obligatoria, era un lugar de otium, ocio estudioso, cuya negación era el negotium, el quehacer mundano, el “negocio”.
Es en el capítulo VI, “Tramas de aprendizaje” de La sociedad desescolarizada que Illich fue lo más lejos en el bosquejo de alternativas. Sin embargo, se dio rápidamente cuenta del peligro que representaba. Las redes o tramas de aprendizaje que proponía podían ser movilizadas en vista de un aumento de la productividad en la fabricación del saber. De ahora en adelante, será más prudente y formulará sus críticas absteniéndose de precisar como “hacerlo de otra manera”.
Si permanece superficial, la alternativa educativa sólo puede reforzar el programa oculto de la escolaridad, que consiste en desarrollar prejuicios: adornado con sus títulos, el privilegiado puede considerar a la mayoría con desdén, mientras que el reprobado debe convencerse que él es el único culpable de su fracaso, lo que vuelve más aplastante la segregación que la sociedad práctica contra la mayoría de sus miembros. Otro aspecto del programa oculto de la escolaridad es el desprecio que inculca tanto a sus pocos ganadores como a sus muchos perdedores por todo aprendizaje autodidacta y, en general, toda autonomía.
El autodidacta sólo adquiere saberes no homologados y, por consecuencia, considerados inútiles. Curarse uno mismo se vuelve un acto irresponsable. Ir caminando adonde uno quiere es un síntoma de pobreza – o un privilegio de muy rico. Cualquier logro personal al margen de las instituciones despierta suspicacia. La escuela obligatoria es una creadora de necesidades tales que cada necesidad nueva permite definir una nueva categoría de desdichados. En los juegos de la escolarización, los pobres son siempre los engañados. La escuela obligatoria moderniza la pobreza, que se transforma en una imposibilidad de actuar en el plan social y un confinamiento a una existencia de dependencia y de frustración.
Todos los programas de mejoramiento de la educación se traducen en inyecciones de dinero, mientras que lo que faltaría es une revolución de las instituciones que aseguraría a todos posibilidades iguales de educación. Este objetivo sólo es realizable si deja de ser confundido con la escolaridad obligatoria. Actualmente, la escuela es la religión mundial de un proletariado modernizado cuyos rituales sirven para hacer del diploma una necesidad.
notas:
1) Ivan Illich, La sociedad desescolarizada o acá
fuente: www.ivanillich.org.mx/2escuela.pdf
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