En un libro de una extraña lucidez Todos propietarios [1], Jean-Luc Debry describe cómo la ideología «pequeño-burguesa» se ha impuesto en los grandes estratos de la sociedad. La obsesión por la higiene y la seguridad, el culto de la mercancía y de la propiedad privada, han reemplazado a las solidaridades y a la cultura de resistencia de las clases populares.
Por revista Ekintza Zuzena*
Conocemos su participación en la revista de historia social Gavroche [2] así como sus trabajos sobre la Comuna: nos llama la atención que vuelva a retomar una temática social actual como la del triunfo de las clases medias. ¿Qué le lleva a escribir sobre esta cuestión?
Jean-Luc Debry: Hoy en día, la noción ideológica de clase media domina la sociedad. Su objetivo es convencer a la mayor parte de la población de que participa en una gran familia. Los valores de este egotismo sacralizado y celebrado en el seno de esta ideología se ponen de relieve en el culto maníaco de la higiene y de la seguridad, la exaltación del valor del trabajo, en el seno de la cual la función se confunde con la existencia y, naturalmente, la propiedad privada como santuario de la mercancía. Culto de una creencia en la cual se borra el deseo de resistencia. Se trata de un propósito más bien desencantado, pues las perspectivas de crear lugares de resistencia se reducen hasta casi desaparecer.
¿Podría volver sobre el término «clases medias»? Como usted subraya, algunos sostienen que la mayoría de la gente pertenece a esta categoría. Hay sociólogos que afirman que ya no existe, o más aún, que está en vías de desintegrarse por la precarización… Emplea también el término «pequeño-burgués».
J-L D: «Clases medias» es un término cajón de sastre utilizado por los sociólogos. Nos preguntamos si el término posee una verdadera existencia social; se ha utilizado por los agentes de marketing para hacer consumir y por la clase política para movilizar a «el votante» durante las campañas electorales. Esta noción difusa reposa ante todo en la ideología pequeño-burguesa. Históricamente, el objetivo de la burguesía es crear una clase de amortiguación entre el proletariado y ella misma que permita pacificar a este último y hacerle entrar en un estado de sumisión que él mismo habría deseado. A finales de la Primera Guerra Mundial el fascismo fue una solución en varios países europeos para suprimir la idea revolucionaria –como lo ha sido la contrarrevolución bolchevique en Rusia. Tras la Segunda Guerra Mundial, la apuesta de la pacificación ha continuado. En ese sentido, la Escuela de Frankfurt mostró bien de qué va la cosa…
Aunque el fascismo ha permitido salvar al capitalismo en una situación de crisis, supone un coste en términos de locura y destrucción. Para convencerle de que el proletariado ya no existe en tanto que clase, es preciso hacerle creer que ya no queda nada más que un proyecto pequeño-burgués con el cual cada uno puede y debe identificarse. Del mismo modo que el proletariado era una clase que podía situarse en relación al aparato de producción, así también el fenómeno de las clases medias es un proceso ideológico que se identifica totalmente con la mercancía. Ya no estamos en una creación de valor para el capital, sino en una posición de presunto goce en el consumo de la mercancía; hay pues un desplazamiento de los métodos de dominación.
Esta aculturación, estas pérdidas de referencias culturales de la clase obrera, esta historia de la mercancía, ciertamente han desempeñado un papel importante. ¿Pero no han sido los obreros/as actores/actrices de su destino? ¿No han participado de este aburguesamiento?
J-L. D.: El proletariado se ha visto totalmente desarmado, particularmente por la dominación del partido comunista y de las ideas estalinistas hasta la década de los años sesenta; 1968 fue un sobresalto. Después hubo el colapso histórico del comunismo de Estado, tras la caída del muro de Berlín y de la propaganda que le acompañaba: «Veis, habéis perdido; las únicas perspectivas que se ofrecen son las del éxito individual». Todo se reduce al individuo, las tensiones sociales y económicas se abaten sobre el sujeto que se autoinculpa por no ser capaz de adecuarse al modelo que se le presenta. Tenía razón al decir que hubo un fracaso del movimiento obrero. La apropiación por parte de militantes profesionales –los comunistas del partido, las familias políticas mezcladas- de la actividad política en los barrios y en las fábricas constituyó un fenómeno que fue parte de este proceso histórico. Al perder sus hábitos de auto-organización y su capacidad de articular un discurso crítico sin intermediarios, el proletariado se convirtió entonces en una presa fácil para la ideología de la mercancía, y así es como comienza la desposesión. A diferencia de un periodo anterior en el curso del cual la burguesía funcionaba por exclusión, ahora se trata de integrar al proletariado. Asistimos en efecto al despliegue de una ideología de la inclusión. Las prácticas colectivas y las ideas sociales deben así desaparecer, ya que sólo cuenta a partir de ahora la creación del valor.
Nos enfrentamos entonces al desarrollo de un modo y un estilo de vida. Su libro tiene por título «Todos propietarios» (Tous propietaires) pues la propiedad inmobiliaria desempeña un papel central.
J-L. D.: Sí, desempeña un doble papel: en la realidad y en la representación. No hay necesidad de ser propietario para identificarse con esta ideología, basta con creer en ello (mediante el sueño), y después están los que son propietarios, encerrados en su adosado, en esa superficie cuadriculada. Hay un empobrecimiento total de la relación con los otros y de la vida social en general. Se la parodia hasta lo caricaturesco en el espectáculo de los días de vecindad, las barbecue-parties y la ciudadanía pretendidamente participativa. Prácticas y discursos que reflejan en sí mismos su propia caricatura. Hay en este cuadro una incapacidad manifiesta de pensarse en una situación colectiva. Es la diferencia con el proletariado: gracias a su organización podía reflexionar y poner en tela de juicio su condición social. Ahora bien, en la actualidad quien está encerrado en su propiedad privada no puede pensarse como un elemento de un sistema global, está confinado tras las puertas cerradas de su ego.
Recientemente me he sentido atemorizado al constatar que esta ideología del adosado se encuentra tanto en el campo como en los suburbios. He visto ciudades desiertas y alrededor extenderse parcelas de adosados con sus jardines bien aseaditos, su arenita, sus cercados. Este modelo del adosado se ha generalizado y acompaña al triunfo de las clases medias y el capitalismo…
J-L. D.: Es un modelo ideal para la identificación con el culto de la mercancía, la nueva religión del capital. Desde los años cincuenta esta imagen de la familia ideal, con pocos niños, un perro, recluida en el espectáculo de su seguridad, se ha convertido en una suerte de icono emblemático, de un ideal basado en la alienación deseada. La obsesión de esta ideología es la seguridad, la propiedad y la higiene. Este lugar debe protegerse y sanearse, el exterior no puede entrar salvo si se le ha descontaminado porque puede ser portador de perturbaciones, de ideas o de enfermedades…: es contagioso.
Señala el hecho de que el lugar donde vamos a vivir ha sido totalmente restaurado, reconstruido; es artificial, normativo, y supone una dependencia respecto a la mercancía que le es consustancial, por ejemplo al coche.
J-L. D.: En efecto, el corolario del adosado es el coche… El otro corolario es la gran superficie comercial donde se llena el carrito de la compra y el maletero sin tener contacto con nadie, después se vuelve a casa, siempre solo. Tan sólo estamos autorizados a hacer una barbacoa con aquellos amigos que habrán sido cuidadosamente seleccionados.
El adosado se encuentra alejado del centro de la ciudad, estamos pues obligados a coger el coche. Si dejamos de usar el coche y de hacer algunos kilómetros más para ir a los centros comerciales se condena a la agonía a las tiendas del centro metropolitano. Estas cierran, la ciudad pierde su interés, y nos lleva a vivir a sus afueras. El sistema se autorreproduce.
J-L. D.: El corazón de la ciudad se transforma a veces en museo o se recrea un origen rural ficticio en el cual imaginamos la vida de nuestros abuelos cuando el espacio público aún existía. Todo eso ha desaparecido. Se le mitifica. La fealdad de la vida en el adosado, siendo totalmente insoportable, acaba por contaminar el espíritu. Todo el mundo se da cuenta de que falta algo, va entonces a visitar las ciudades-museo, reconstruidas, un mundo del artificio y del espectáculo que vendría a hacer soportable una cotidianeidad insoportable. Se consume la ficción de nuestros orígenes. El adosado no se transmitirá, nadie cree que pueda durar, se consume la ilusión de la duración al mitificar un pasado aséptico del cual se ha eliminado toda realidad. Se trata de una pura reconstrucción.
Independientemente de los contenidos de la televisión, el entorno tecnológico y la ideología de Internet, a los cuales se conecta la gente, acentúan el repliegue sobre sí y la individualización. A través de la omnipresencia mediática y del mundo virtual, las cosas vienen directamente a la gente, la experiencia se muere. Ahora el aislamiento se produce en el centro mismo del adosado, y no tan sólo de cara al exterior.
J.L.D.: Cada uno está replegado frente a sí mismo, en un consumo de sí mismo. Asistimos a la consumación del espectáculo de la vida, como lo escribió Guy Debord en 1967 en La sociedad del espectáculo. La televisión no es más que la consagración de esta desposesión de la vida y de sí. Ya no estamos en la realidad, estamos cara a cara ante el espectáculo de lo que debería ser. Carecemos incluso de la necesidad de introducir al otro en una relación cualquiera. Es una sociedad del onanismo. La alteridad ya no tiene razón de ser.
Habla de infantilización generalizada…
J-L.D.: Este proceso es flagrante cuando vemos la publicidad. El individuo se ve reducido a un niño, y éste se reduce a sus emociones. El consumidor está atiborrado, disfruta con la boca abierta al absorber esta leche maternal permanente que se disemina de todas las formas posibles. Sólo permanece la emoción, ya no hay reflexión ni espíritu crítico. El adulto es capaz de estar en desacuerdo con las ideas, de situarse en un discurso crítico construido y formar un espíritu de resistencia consciente de sí mismo. La infantilización, al contrario, consagra el proceso global de alienación deseado del que hablamos. La emotividad primaria que consagra la organización social actual, basada en la individualización comercial y política, constituye el abono de todas las manipulaciones.
Habla también de confusión total entre los deseos y las necesidades…
J-L.D.- Hoy, en el campo de la mercancía todo deseo debe verse satisfecho inmediatamente según el modo de la necesidad, en la posesión. El deseo se ve rebajado al nivel de las necesidades vitales. Ya no nos quedan más que deseos atrapados por el espectáculo de los nuevos objetos encargados de despertarlos. Existimos en función de lo que consumimos y no a través de lo que construimos de nosotros mismos en el campo de la alteridad. La experiencia de la relación con el otro permanece encerrada en el deseo mimético de poseer los mismos atributos del éxito y de la realización individuales. Se manipula la dinámica del deseo para estar al servicio del desarrollo del capital.
Habla de la depresión, un hecho social muy extendido. Usted la considera como una forma de resistencia mientras que yo la analizo como un estado psicológico que acompaña al repliegue, el miedo al otro, la fascinación por uno mismo…
J-L.D.- La depresión es la última experiencia humana posible en el universo de la mercancía y de la alienación del valor. Existe una autenticidad de la experiencia que no puede expresarse más que por la depresión, es decir, el sufrimiento. Esta experiencia narcisista, negativa, es insoportable para el que la experimenta, pero constituye también una forma de resistencia, en el sentido de que la mecánica de la adhesión a los valores de la mercancía, tales como el culto de la realización, ya no funciona. Hay una suerte de cortocircuito. No obstante, es como la revuelta, un tiempo necesario pero insuficiente. Un fogonazo que me ha transformado, pero que no me ha abierto sobre otra cosa. Es necesaria su superación. Pero al menos la depresión nos obliga a detenernos y a mostrarnos que todo eso carece de sentido. En cuanto dejamos de creer en ella, el discurso histérico que consagra la desposesión de sí ya no funciona, se convierte en algo inoperante, caduco, grotesco. Es un cortocircuito de nuestras ilusiones que puede reforzarnos y permitirnos mirar a las cosas tal y como son.
La segunda parte de su libro se titula «Observaciones psicogeográficas», donde habla de la ciudad media, del área de autopista, etc.; de los no-lugares que nos son familiares.
J-L.D.- Quise evidenciar el hecho de que todo sistema político se comprende a través de su arquitectura. La arquitectura está unida a una época, a una ideología, a una manera de ver lo humano. El no-lugar corresponde al triunfo de las clases medias, es un lugar donde ya no hay historia, ni relaciones sociales, tampoco pasado ni futuro, tan sólo individuos en tránsito que se cruzan en lugares puramente funcionales.
El área de autopista es un lugar fascinante: ahí se está a la vez bien y mal. Mal por que se está en ninguna parte, y al mismo tiempo, bien porque poseemos todos los códigos, sabemos cómo funciona, no existe ninguna sorpresa.
J-L.D.- En el área de autopista no hay cambios, nos contentamos con atravesarla. Estamos seguros de no encontrar a nadie, no pasará nada. Estamos solos mientras no nos hallemos en un lugar colectivo. Nos sentimos seguros, en un lugar sano, limpio. Se ha hecho alarde de la hora a la cual se han limpiado los servicios, no se puede contaminar. Los productos puestos en venta no sirven para nada, es un decorado ficticio en el cual nos sentimos seguros ya que todo es normativo. Todo se conoce por adelantado en un no-lugar. Podemos descansar del estrés que los nuevos modos de producción nos imponen en el trabajo; el no-lugar amuebla esta soledad insoportable que caracteriza al sujeto atrapado en un espacio cerrado.
Ve en la cadena hotelera «la apoteosis sublime que consagra la pérdida de la referencia espacial».
J-L.D.- Estos no-lugares borran la historia y la geografía. Sin pasado, una sociedad no puede construirse. En estas cadenas, cualquiera en la que se encuentre, el decorado es el mismo, una habitación, cuadros en la pared, todo es siempre idéntico. Poco importa que se esté en Estrasburgo, Marsella o Lille, siempre estamos en el mismo lugar, contrariamente a los delirios actuales sobre la sociedad nómada. No hay nomadismo, vamos de una mercancía a otra, de un lugar de producción a uno de consumo, y viceversa.
Habla de las calles peatonales de los centros urbanos. Frente al malestar que todo el mundo percibe, que incluye a los elegidos que se dan cuenta del malestar social en el ambiente, existen tentativas de reocupación de los centros urbanos, pero siempre siguiendo un modelo artificial.
J-L.D.- Intentar rehumanizar lo que ha sido deshumanizado es patético. Con la calle peatonal se quiere hacer creer que se ha recreado un lugar de sociabilidad como si antes hubiera existido con el mercado, donde nos reencontrábamos en el ágora y en la plaza de la ciudad. Hoy en día se trata de galerías comerciales obsesionadas por la seguridad, donde en ocasiones reina una policía municipal armada desde hace poco con Taser [3], que permite cazar a los SDF [4]. Esta tentativa de recrear lo que ya no existe no se basa en una elección de los individuos, sino en un espectáculo. Estas calles peatonales están jalonadas de letreros, cadenas comerciales. Todo eso es falso.
Todo eso está fabricado. Lo que trastorna cuando nos paseamos por las diversas ciudades francesas, es que nos encontramos en todas partes los mismos letreros, organizados de idéntica forma, dispuestos de manera similar. Sólo se puede sentir un pequeño carácter local. Vivimos inundados/as por estos letreros y se ha consumado una uniformización terrorífica.
J-L.D.- Lo que impresiona es el toque de queda… A las 19 horas, ya no hay vida, todo está cerrado. Cerrado con candado, la vida ha desaparecido. Se trata tan sólo de una construcción para consumir el espectáculo de la vida convertida en imposible.
Sabemos que la crisis energética y el calentamiento climático no permitirán mantener ad vitam aeternam este modo de vida enteramente basado en el coche y en infraestructuras gigantescas. La Tierra no podrá soportar a gran escala este modelo que occidente ha exportado al mundo entero. No siendo sostenible este modo de vida, ¿cómo piensa usted que debería evolucionar?
J-L.D.- El capitalismo acumula tantas contradicciones que no puede sino encontrarse en crisis; en efecto una crisis profunda por el hecho mismo de su desarrollo y de su bulimia parece ineludible. Las crisis van a multiplicarse, y a todos los niveles, financiero, industrial, y por consiguiente, social. La cuestión es saber si van a desembocar en una toma de conciencia política y un cuestionamiento radical del fetichismo de la mercancía, en tanto que se trata de una relación social esencialmente alienada. Soy más bien pesimista. Si después de una crisis, el único objetivo es volver al estado anterior y no actuar sobre la realidad de esta dominación de naturaleza ontológica, las crisis se multiplicarán y, fortalecido por sus capacidades de adaptación, su oportunismo, el capitalismo en tanto que ideología se adaptará, como lo ha hecho siempre. La adhesión al sistema actual se asemeja a los mecanismos religiosos de nuestros padres. Este sistema se aferra a nuestra creencia. Fabula. Privado de la fe que le anima, carece de eficacia. Nos encontramos frente a la Religión del capital, como lo decía Paul Lafargue. El desmoronamiento de la creencia común en su sistema ideológico, desembocará fatalmente en una crisis que podría parecerse a una crisis de la religión del capital similar a la del siglo XVIII, que quebrantó los dogmas sociopolíticos del Antiguo Régimen.
Palabras recogidas y editadas por Cédric Biagini.
notas:
[1] Tous propriétaires. Du triomphe des classes moyennes, Homnispères (2007).
[2] Revista de historia popular.
[3] Taser, un arma de electro-choque diseñada para incapacitar a una persona o animal mediante una descarga eléctrica. N. de los T.
[4] Abreviatura de Sans Domicile Fixe, término utilizado para designar a la población sin domicilio fijo, esto es, vagabundos, mendigos y en general personas sin techo. N. de los T.
Artículo publicado en el nº 39 www.nodo50.org/ekintza
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