Con las pecheras flúo del sindicato, corriendo durante toda la noche, el empleado carga las bolsas de basura de un restorán temático de Puerto Madero. Supongamos que el empleado se llama Juan. Como suelen llamarse los empleados. Y los desocupados. O los que trabajan en negro. Pero este Juan no es desocupado ni trabaja en negro, al contrario, tiene un salario que el otro Juan, el de mantenimiento, Juan Mantenimiento del restorán temático de Puerto Madero, envidiaría. Juan Mantenimiento saca varias bolsas de consorcio, donde podría caber un muerto.
Por revista Crisis
La escena inicial de una novela negra. Pero no: lo que hay adentro de las bolsas son las sobras de la noche. Residuos donde no olisquean los perros. Es que los caniches de las torres tienen menos calle que los funcionarios de una secretaría de cultura. Esa, además, es una basura extraña: huele bien, huele a burbujas, a microclima. Juan Mantenimiento las tira a un contenedor. El otro Juan, el de la basura, Juan Basura, las junta, las carga, a toda velocidad, en el camión. Y otro Juan, uno nuevo en esta historia, Juan Camión, sin haber nunca soltado la primera mete el acelerador y se pierde. El camión navega en las calles demasiado iluminadas de Puerto Madero, donde el sol está de más y el puerto y sus buques saliendo con la soja y entrando con televisores son diminutos ante la opulencia disimuladora de los ricos y famosos que tras el postre van subiendo mareados a sus naves blindadas a los pedigüeños y a la vida torpe de las calles más barriales.
Parte, entre las luces y uniformes limpios de prefectura, el camión. En busca de otras bolsas. Esquinas más tranquilas. Plazas con parejas que se besan. Borrachos que tiran, a cualquier lado, botellas rotas de cerveza. Sifones de soda en los jardines, residuos de otro tiempo. De otras historias. Ya casi no hay sifones de soda, de vidrio, por lo menos. Hay imitaciones, desmesuradas como toda basura rápida, en plástico. Casi todo el porvenir y casi todos los ayeres tienen algo de desmesura. Juan Camión y Juan Basura se encargarán de juntar la porquería, reciclarla y enterrarla.
Su trabajo es hacer eso con la desmesura ajena. Quién sabe qué harán con la propia. Juan de los Cartones, que en otra vida podría haber sido Jesucristo o Juan de Nazareth, mira desde enfrente. Se quedó sin las sobras de comida, se quedó sin las botellas que tanto valen en el reducidor, ahora que con sólo 6 kilos de vidrio pagás el costo de ida del tren de los cartoneros. Y con 3 kilos pagás el costo del camión que lleva la mercadería de Juan de los Cartones hasta el tren, y de ahí, con 2 kilos de vidrio, otra camioneta, hasta lo del reducidor. Y la paga del día. La comida del día. Si Juan Mantenimiento le hubiera dado la bolsa de residuos, Juan de los Cartones se hubiera ahorrado horas de recorrida nocturna, quizás se hubiera ahorrado la compra de comida del día para la familia, y para los vecinos –a Juan de los Cartones no le anda la heladera–. Quizás Juan de los Cartones se hubiera ahorrado también la cena de esa noche.
Pero, aquel Juan Mantenimiento, odia a Juan de los Cartones. No de forma personal, porque ni siquiera lo distingue en las sombra de enfrente del restorán temático, porque ni siquiera lo distinguiría de cualquier otro cartonero, aunque Juan de los Cartones estuviera, por ejemplo, en la televisión, que de vez en cuando hacen una excursión a los cartoneros ranqueles. De manera que no lo odia específicamente a él, sino a todos los Juan Cartoneros. Había otro Juan Mantenimiento, hasta ayer, que les daba comida y botellas vacías. Deben haberlo echado. Así que los restos, las cajas vacías, la comida podrida, los restos de manjares raros, porque es rara la gente que vive del otro lado, y las botellas vacías, se fueron con el camión oficial, con Juan de la Basura manejando, custodiado por Juan de la Prefectura. A esta botella, la de la historia, la custodia Juan de la Prefectura.
Esta botella está al principio de su recorrido de botella vacía. Antes la custodió Juan de los Transportes, cuando Juan de los Viñedos le dio un valor de mil kilos de vidrio. Después de unos billetes para Juan de la Gendarmería, cuando atravesó todo el país, desde Mendoza, la botella pagó la respectiva coima a Juan de la Bonaerense y a Juan de la Federal, para llegar, ser consumida, la botella, llamémosla Botella A, en Puerto Madero. Y al ser consumida perdió su valor de mil kilos de vidrio para ser solamente 50 gramos de vidrio. A eso se le llama capitalismo. Es difícil distinguir la botella A del resto de las botellas o del resto de la basura.
Pero el valor y los costos, aunque más que nada el valor, la tasa de ganancia, la productividad –antes se le decía plusvalía, antes de que los poetas posmodernos, los economistas, se diviertan, sinónimo, en este campo, de desvirtuar; se diviertan con el lenguaje– hacen que esta botella, la Botella A, al ser consumida por tres tipos muy bien vestidos y a las carcajadas en el restorán temático de Puerto Madero, pase de valer mil kilos de vidrio, según un catador, que por supuesto no se llama Juan (Nadie con doble apellido y saco de colores chillosos puede tener el mal gusto de llamarse, apenas, Juan) le de su valor y antes de que los reducidores, Juan Reducidor y sus aliados y compinches y competidores, después de todo, es
el capitalismo, se suban a una montaña de botellas.
En un descampado donde Juan de los Camiones vuelca la botella, y Juan Reducidor, incapaz de distinguir una botella de otra, le otorgue el mismo valor a una botella que llena supo valer mil kilos de vidrio y otra que llena valió apenas 15 kilos: todas valen, para él, 50 gramos de vidrio. Y las separa. Para que otro Juan de los Camiones la recoja. Y la lleve a una fábrica donde harán nuevas botellas y las venderán, al mismo precio que 7 kilos de vidrio, tanto para el que luego fabricará un contenido de la botella que saldrá, en supermercados, 15 kilos de vidrio, como para el contenido que en un restorán temático, donde el Catador de doble apellido mira detrás de la barra, valdrá, 1.000 kilos de vidrio, y será, otra vez, una botella A.
Cosecha del año de Cristo. O del año de algún otro santo. Es obvio que saben, los tres señores sentados a la mesa, Los Tres Mosqueteros de la Botella, lo que vale esa Botella A. Y han trabajado dignamente para consumirla. Uno tiene una empresa de camiones que recolecta la basura. Otro una empresa de reciclado. Y otro una empresa, felicitada por usar tecnologías verdes, de fabricación de botellas.
fuente: revista crisis nº 12 / diciembre 2012- enero 2013 / http://revistacrisis.com.ar
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