También serviría este título: Facebook, la iglesia, la sinagoga global de lo digital.
Por Alberto de la Madrid
22 de febrero de 2017
Entre las gallinas y los gallos, que cantan, los perros, que ladran, los pájaros que pían descosidos e interminables, nosotros, unos más por mucho que queramos mirarnos con la excepcionalidad de nuestra razón y la arrogancia de una superioridad falsa, al menos cuando comprobamos a dónde vamos a parar unos y otros. Lo querámoslo o no el camino siempre termina entre el perejil (aquel haiku, Esto es todos lo que hay /el camino acaba entre el perejil). Y teniendo en cuenta esto bien podría un cocodrilo o un elefante jactarse ante nuestras narices si de longevidad hablamos. Sucede simplemente que tumbado esta mañana de invierno en alguna parte de la campiña andaluza, tras dejar atrás la bellas y enjalbegadas fachadas de las callejuelas del casco antiguo de Córdoba, me encuentro de nuevo en el mundo de los pájaros, las encinas, el canto de los gallos en algún cortijo, y se me ocurre pensar nuevamente que tampoco es tan exagerada la distancia que nos separa de todos estos seres vivos que me rodean.
Puestos a definirnos como seres que nacen, se reproducen y mueren, bien que hayamos sido capaces de crear grandes obras de arte e ingeniería y hayamos intentado vagamente diferenciarnos de los animales creándonos una ilusoria vida eterna de la mano de las religiones; puestos a definirnos, decía, como seres totalmente perecederos, tanto o casi como cualquier otro producto lácteo de los que adquirimos en el supermercado de la esquina, lo que queda de nuestra arrogancia de género humano respecto al reino animal es bien poca cosa.
Y lo confirma posteriormente el final de la novela de Huxley, Viejo muere el cisne, que es más o menos la historia de un Trump, uno de esos individuos dueños de medio planeta, tan totalmente tocados de la cabeza por el poder y el dinero, y al que Huxley retrata tan magníficamente como un exigente bebé de teta, que la muerte se le aparece a cada instante como una dolorosa amenaza. Su médico termina llevándole a Londres donde un viejo dignatario de la nobleza inglesa ha hecho pormenorizados estudios sobre la razón de que las carpas tripliquen la largura de nuestras vidas. Éste había descubierto que la causa radicaba en algún componente de las vísceras de las carpas. Razón por la cual a sus noventa y cuatro años empieza a alimentarse de las entrañas de las carpas. Encuentran al noble en unas curvas bajo los sótanos de su castillo, al final de un laberinto de puertas y corredores, a la edad de doscientos y pico años, bien de salud pero en tal grado de degradación y suciedad… El médico coloca a aquel ricachón fofo e ignorante ante el espejo de su imagen del futuro. Ahí termina la novela. Hayotro ejemplo de esta idea en Los viajes de Gulliver, allí representados por un reino de longevos caballos.
Muchos católicos piensan que los ateos, al carecer de un papá dios de luengas barbas blancas que los proteja de la muerte, serán unos seres desgraciados en las cercanías del deceso final, al no concebir sus previsoras cabezas a un hombre que no cree en «la resurrección eterna». Habría que enseñarles a esta gente el campo que pateo yo hoy, sus encinas, sus alcornoques, sus arbustos de estepa negra, sus gallos cantando a lo lejos, los perros ladrando, en fin, lo pajaritos y su orquesta matinal; mostrarles la humildad de ver en la naturaleza la sabiduría plena que ha de mostrarnos a cada momento lo que es la vida y lo que sigue a ésta. Un simple asunto de humildad frente a la soberbia de querer pervivir por los siglos de los siglos en un ridículo paraíso de placeres… Mentes calenturientas, sí.
Como se ve, hoy mi recorrido, como tantas otras veces, es más un recorrido por los libros que por los encinares y pinares que pueblan el terreno al norte de Córdoba. Ello confirma aquella idea de que no sólo de pan vive el hombre y que lo interesante de un itinerario muchas veces puede no estar en el paisaje que atraviesas, sino en los párrafos que kilómetro a kilómetro vas recorriendo haciendo un ejercicio de impostación de la atención para no perder el hilo. Esta mañana, tras un largo descanso en el que di cuenta de un trozo de empanada y del contenido que me habían preparado en el albergue juvenil de Córdoba, inicié la lectura de otro título que prometía; esta vez un autor surcoreano de nuestros días, Byung-Chul Han, un ensayo imprescindible, leo, que advierte de los riesgos de la hipercomunicación digital. Psicopolítica, es su título. Aquí alguna perla para los usuarios de las redes sociales, entre los que me encuentro, sobre las que reflexionar. Se me disculpe por la longitud de la cita; lo merece:
«Todo dispositivo, toda técnica de dominación, genera objetos de devoción que se introducen con el fin de someter. Materializan y estabilizan el dominio. «Devoto» significa «sumiso». El smartphone es un objeto digital de devoción, incluso un objeto de devoción de lo digital en general. En cuanto aparato de subjetivación, funciona como el rosario, que es también, en su manejabilidad, una especie de móvil. Ambos sirven para examinarse y controlarse a sí mismo. La dominación aumenta su eficacia al delegar a cada uno la vigilancia. El me gusta es el amén digital. Cuando hacemos clic en el botón de me gusta nos sometemos a un entramado de dominación. El smartphone no es solo un eficiente aparato de vigilancia, sino también un confesionario móvil. Facebook es la iglesia, la sinagoga global (literalmente, la congregación) de lo digital.»
Bien, parece que voy a tener buena compañía en mi caminar para los días que vienen: Byung-Chul Han. Hay mucha gente que no llega a comprender esta extraña actividad de los caminantes solitarios. En realidad no son tantas las veces que se camino solo, yo casi siempre lo hago en compañía de un buen amigo, un buen libro. Le escucho, hablo con él, le interpelo, disfruto de su sabiduría o de su arte.
Se nota que no tengo ninguna prisa hoy. La etapa no llega a los veinte kilómetros y ello me permite tumbarme a la bartola a la vera del camino y escuchar el guirigay de los pájaros sin miedo a llegar tarde y encontrarme el restaurante cerrado. Llegué a Cerro Muriano justo para tomarme una cerveza con algunas aceitunas y leer la prensa antes de comer.
fuente https://caminarcadadia.blogspot.com.es/2017/02/la-muerte-un-sencillo-asunto-de-humildad.html
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