Una de las peores lacras de nuestro tiempo es, sin duda alguna, la caza de brujas contra la supuesta «violencia de género». Una obsesión política que, con la excusa de la violencia real de algunos hombres contra algunas mujeres, intenta convencernos de que todos los hombres son peligrosos y todas las mujeres son inocentes. Una fantasía que, pese a la extremada agresividad con que se nos impone, está destinada -por eso mismo- al fracaso. Pues embestir a ciegas contra problemas cuya verdadera naturaleza se ignora nunca sirvió más que para generar males mayores (en este caso, todo tipo de abusos e injusticias, y la perpetuación del problema). He aquí, a mi entender, algunos aspectos de esta nueva religión del odio que llamamos «violencia de género».
Por José Luis Cano Gil*
1° de junio de 2013
1. Hipocresía. La violencia es universal. Se trata de algo inherente al ser humano, sin distinción de clase, sexo, edad, parentesco, orientación sexual, ideología, etc. Un hecho violento (p. ej., robar o matar) es delictivo con independencia de quién lo realiza y quién lo sufre. Y se supone además que todos somos iguales ante la ley. ¿Por qué, entonces, necesitaríamos leyes «especiales» según el sexo del delincuente y de la víctima? Por otro lado, la teoría y métodos contra la violencia de género suelen requerir tantas mentiras y excesos para implantarse que contradicen el propio humanismo y justicia de los que dicen emanar. Y el adoctrinamiento mundial sobre el tema es tan continuo y abrumador que no podemos sino sospechar de él, ya que toda verdad es autoevidente y no necesita ser «concienciada» a diario… Hay, en fin, demasiadas sombras de hipocresía y contradicción en este asunto.
2. Ignorancia. La doctrina de la violencia de género incluye en el mismo saco a violencias de muy diversa índole, cada una de las cuales necesita sus propias soluciones. Por ejemplo, no es lo mismo el trato discriminatorio o violento que muchas mujeres, por el mero hecho de serlo, sufren en algunas culturas y subculturas (éste es el verdadero machismo), que las acciones violentas surgidas, por ejemplo, de relaciones amorosas tormentosas, a menudo claramente patológicas. Las primeras violencias requieren revolución o leyes; las segundas, psicoterapia. Confundir los valores políticos con los conflictos emocionales de las personas parece un error tan injusto como inútil.
3. Doble rasero. Cualquiera persona sin anteojeras sabe perfectamente que las mujeres son, como mínimo, tan agresivas como los hombres. Es cierto que su violencia física extrema (asesinato, etc.) es inferior a la masculina, pero su furia emocional e incluso física es bien conocida en el secreto de muchos hogares (p. ej., golpean, humillan, amenazan, castigan, etc., a sus parejas, ex-parejas, hijos u otros familiares) y, por supuesto, a veces también matan. Esta violencia femenina no está al margen, sino que suele formar parte de las guerras intrafamiliares donde, en ocasiones, desgraciadamente ellas mismas resultan las víctimas finales.
4. Patologías. Todos los profesionales de la salud mental y social sabemos que la mayoría de violencias interpersonales, sobre todo las domésticas, son un claro indicador de trastornos psicoconductuales más o menos severos. No pueden abordarse ni solucionarse, por tanto, con medidas ideológicas, legales, etc., sino sólo con enfoques terapéuticos, educativos y asistenciales. Las medidas del primer tipo, desde la incomprensión y el odio que implican -y fomentan-, sólo contribuirá al aumento del desamor y la violencia entre los sexos.
5. Neurosis militante. La persecución de la violencia «machista» suele ser, cuando menos, tan patológica y violenta como el mal que quiere combatir. En cualquier debate sobre el tema en cualquier medio de comunicación puede advertirse con claridad las enormes cantidades de ira, rencor y radicalismo que sufren muchos de sus participantes (sobre todo, mujeres), demostrando así que el problema las afecta personalmente y no están capacitadas para asumir puestos de responsabilidad en estos asuntos. La política no debería ser la «terapia» personal de nadie. Cuando el neurótico ignora que lo es, contamina con su locura todo lo que piensa, dice y hace.
6. Alienación. El dogma de la violencia de género hunde sus raíces en toda clase de tópicos y maniqueísmos, como la suposición ingenua de que las mujeres son moralmente «superiores» a los hombres (es decir, siempre buenas y vulnerables), mientras que los hombres son «por naturaleza» duros y violentos (o capaces de serlo en cualquier instante), por lo que requieren «especial vigilancia». Este prejuicio, ajeno a toda evidencia, no expresa obviamente el menor humanismo, confianza ni amor a los varones, sino sólo arrogancia, victimismo y resentimiento. Ya es trágico que toda sociedad, para enjuagar sus miserias, necesite chivos expiatorios (p. ej., extranjeros, brujas, judíos, negros, homosexuales, comunistas, fascistas, etc.). Pero ¿cómo hemos llegado a convertir nada menos que la mitad de la humanidad (los hombres) en los chivos expiatorios de la otra mitad (las mujeres)?
7. Destrucción del ser humano. El fruto inevitable de todo lo anterior es el progresivo deterioro del amor y el sexo heterosexuales, bases psicosociales, a su vez, de la familia, la natalidad y la salud mental de los seres humanos. En las nuevas condiciones impuestas por la agitación de género, muchos niños ya no encuentran, en efecto, las mínimas condiciones de seguridad, estabilidad y afecto que necesitan, ni aprenden a confiar y amar a las personas. La figura del padre, indispensable como la de la madre, se desvanece. En medio de la guerra de sexos y bajo el fragor sin fin de la propaganda, muchos jóvenes carecen de valores positivos, suponen que «todo vale» y alivian su soledad en los mundos virtuales y/o con todas las variantes del narcisismo (belleza, placer, drogas, sexo, dinero, fama, violencia, radicalismos políticos, etc.). Y así, «vaciado» el corazón de millones de personas, queda despejado el camino hacia el poder absoluto de los estados.(1)
Conclusiones
La violencia de algunos hombres contra algunas mujeres debe ser, obviamente, combatida. Igual que todas las demás formas de violencia. Para lograrlo sólo necesitamos aplicar con eficacia nuestros Derechos Humanos generales. En cambio, si inventamos doctrinas discriminatorias «a medida» que benefician a unos y perjudican a otros; si dividimos la sociedad en buenos y malos y atizamos sin cesar su odio mutuo; si fomentamos con ello toda clase de abusos, corruptelas y cazas de brujas; si toleramos una justicia que, en vez de probar la culpabilidad de algunas personas, exige que éstas demuestren su inocencia; si consideramos lo inmenso, innecesario, injusto, autoritario, ineficaz, permanente y a menudo fanático de la campaña mundial contra la «Violencia de Género»… entonces debemos temer que ésta, además de ser un colosal negocio planetario, quizá pretenda, con la excusa de «proteger a las mujeres», objetivos muy diferentes. La única forma genuina de combatir y, mejor aún, prevenir cualquier tipo de violencia es con más justicia real y más amor desde la infancia.
nota:
1) Algunos autores piensan que las políticas de género y sus consecuencias forman parte de una agenda global más amplia destinada encubiertamente al control demográfico (reducir la natalidad humana), y a la expansión a gran escala del poder de los estados (totalitarismo mundial). El lector interesado puede investigar por su cuenta tan inquietante hipótesis.
* Psicoterapeuta y escritor.
fuente: http://www.psicodinamicajlc.com/_blog/pivot/entry.php?id=312
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