«He venido a parar la máquina cuyo freno de emergencia no encontrabais»
Por Redacción Lundi Matin
20-03-2020
Dejad de proferir, queridos humanos, vuestros ridículos llamamientos a la guerra. Dejad de dirigirme esas miradas de venganza. Apagad el halo de terror con que envolvéis mi nombre. Nosotros, los virus, desde el origen bacteriano del mundo, somos el verdadero continuum de la vida en la tierra. Sin nosotros, jamás habríais visto la luz del día, ni siquiera la habría visto la primera célula.
Somos vuestros antepasados, al igual que las piedras y las algas, y mucho más que los monos. Estamos dondequiera que estéis y también donde no estáis. ¡Si del universo sólo veis aquello que se os parece, peor para vosotros! Pero sobre todo, dejad de decir que soy yo el que os está matando. No estáis muriendo por lo que le hago a vuestros tejidos, sino porque habéis dejado de cuidar a vuestros semejantes. Si no hubierais sido tan rapaces entre vosotros como lo habéis sido con todo lo que vive en este planeta, todavía habría suficientes camas, enfermeras y respiradores para sobrevivir a los estragos que causo en vuestros pulmones. Si no almacenaseis a vuestros ancianos en morideros y a vuestros prójimos sanos en ratoneras de hormigón armado, no os veríais en éstas. Si no hubierais transformado la amplitud, hasta ayer mismo aún exuberante, caótica, infinitamente poblada, del mundo —o mejor dicho, de los mundos— en un vasto desierto para el monocultivo de lo Mismo y del Más, yo no habría podido lanzarme a la conquista planetaria de vuestras gargantas.
Si durante el último siglo no os hubierais convertido prácticamente todos en copias redundantes de una misma e insostenible forma de vida, no os estaríais preparando para morir como moscas abandonadas en el agua de vuestra civilización edulcorada. Si no hubierais convertido vuestros entornos en espacios tan vacíos, tan transparentes, tan abstractos, tened por seguro que no me desplazaría a la velocidad de un avión. Sólo estoy ejecutando la sentencia que dictasteis hace mucho contra vosotros mismos. Perdonadme, pero sois vosotros, que yo sepa, quienes habéis inventado el término «Antropoceno». Os habéis adjudicado todo el honor del desastre; ahora que está teniendo lugar, es demasiado tarde para renunciar a él.
Los más honestos de entre vosotros lo sabéis bien: no tengo más cómplice que vuestra propia organización social, vuestra locura de la «gran escala» y de su economía, vuestro fanatismo del sistema. Sólo los sistemas son «vulnerables». Lo demás vive y muere. Sólo hay vulnerabilidad para lo que aspira al control, a su extensión y perfeccionamiento. Miradme atentamente: sólo soy la otra cara de la Muerte reinante. Así que dejad de culparme, de acusarme, de acosarme. De paralizaros ante mí. Todo eso es infantil. Os propongo que cambiéis vuestra mirada: hay una inteligencia inmanente en la vida. No hace falta ser sujeto para tener un recuerdo o una estrategia. No hace falta ser soberano para decidir.
Las bacterias y los virus también pueden hacer que llueva y brille el sol. Así que miradme como vuestro salvador más que como vuestro enterrador. Sois libres de no creerme, pero he venido a parar la máquina cuyo freno de emergencia no encontrabais. He venido a detener la actividad de la que erais rehenes. He venido a poner de manifiesto la aberración de la «normalidad». «Delegar en otros nuestra alimentación, nuestra protección, nuestra capacidad de cuidar de las condiciones de vida ha sido una locura»… «No hay límite presupuestario, la salud no tiene precio»: ¡mirad cómo hago que se les trabe la lengua y la mente a vuestros gobernantes! ¡Mirad cómo los reduzco a su verdadera condición de mercachifles miserables y arrogantes! ¡Mirad cómo de repente se revelan no sólo como superfluos, sino como nocivos! Para ellos no sois más que el soporte de la reproducción de su sistema, es decir, menos aún que esclavos. Hasta al plancton lo tratan mejor que a vosotros.
Pero no malgastéis energía en cubrirlos de reproches, en echarles en cara sus limitaciones. Acusarlos de negligencia es darles más de lo que se merecen. Preguntaos más bien cómo ha podido pareceros tan cómodo dejaros gobernar. Alabar los méritos de la opción china frente a la opción británica, de la solución imperial-legista frente al método darwinista-liberal, es no entender nada ni de la una ni de la otra, ni del horror de la una ni del horror de la otra. Desde Quesnay, los «liberales» siempre han mirado con envidia al Imperio chino; y siguen haciéndolo. Son hermanos siameses. Que uno te confine por tu propio bien y el otro por el bien de «la sociedad» equivale igualmente a aplastar la única conducta no nihilista en este momento: cuidar de uno mismo, de aquellos a los que quieres y de aquello que amamos en aquellos que no conocemos. No dejéis que quienes os han conducido al abismo pretendan sacaros de él: lo único que harán será prepararos un infierno más perfeccionado, una tumba aún más profunda. El día que puedan, patrullarán el más allá con sus ejércitos.
Más bien, agradecédmelo. Sin mí, ¿cuánto tiempo más se habrían hecho pasar por necesarias todas estas cosas aparentemente incuestionables cuya suspensión se decreta de inmediato? La globalización, los concursos, el tráfico aéreo, los límites presupuestarios, las elecciones, el espectáculo de las competiciones deportivas, Disneyland, las salas de fitness, la mayoría de los comercios, el parlamento, el acuartelamiento escolar, las aglomeraciones de masas, la mayor parte de los trabajos de oficina, toda esa ebria sociabilidad que no es sino el reverso de la angustiada soledad de las mónadas metropolitanas. Ya lo veis: nada de eso es necesario cuando el estado de necesidad se manifiesta.
Agradecedme la prueba de la verdad que vais a pasar en las próximas semanas: por fin vais a vivir en vuestra propia vida, sin los miles de subterfugios que, mal que bien, sostienen lo insostenible. Todavía no os habíais dado cuenta de que nunca habíais llegado a instalaros en vuestra propia existencia. Vivíais entre las cajas de cartón y no lo sabíais. Ahora vais a vivir con vuestros seres queridos. Vais a vivir en casa. Vais a dejar de estar en tránsito hacia la muerte. Puede que odiéis a vuestro marido. Puede que aborrezcáis a vuestros hijos. Quizás os entren ganas de dinamitar el decorado de vuestra vida diaria. Lo cierto es que, en esas metrópolis de la separación, ya no estábais en el mundo. Vuestro mundo había dejado de ser habitable en ninguno de sus puntos excepto huyendo constantemente. Tan grande era la presencia de la fealdad que había que aturdirse de movimiento y de distracciones. Y lo fantasmal reinaba entre los seres. Todo se había vuelto tan eficaz que ya nada tenía sentido.
¡Agradecedme todo esto, y bienvenidos a la tierra! Gracias a mí, por tiempo indefinido, ya no trabajaréis, vuestros hijos no irán al colegio, y sin embargo será todo lo contrario a las vacaciones. Las vacaciones son ese espacio que hay que rellenar a toda costa mientras se espera la ansiada vuelta al trabajo. Pero esto que se abre ante vosotros, gracias a mí, no es un espacio delimitado, es una inmensa apertura. He venido a descolocaros. Nadie os asegura que el no-mundo de antes volverá. Puede que todo este absurdo rentable termine. Si no os pagan, ¿qué sería más natural que dejar de pagar el alquiler? ¿Por qué iba a seguir cumpliendo con sus cuotas del banco quien de todos modos ya no puede trabajar? ¿Acaso no es suicida vivir donde ni siquiera se puede cultivar un huerto? No por no tener dinero se va a dejar de comer, y quien tiene el hierro tiene el pan, como decía Auguste Blanqui. Dadme las gracias: os coloco al pie de la bifurcación que estructuraba tácitamente vuestras existencias: la economía o la vida. De vosotros depende. Lo que está en juego es histórico. O los gobernantes os imponen su estado de excepción o vosotros inventáis el vuestro. U os vinculáis a las verdades que están viendo la luz o ponéis vuestra cabeza en el tajo del verdugo. O aprovecháis el tiempo que os doy ahora para imaginaros el mundo de después a partir de las lecciones del colapso al que estamos asistiendo o éste se radicalizará por completo.
El desastre cesa cuando la economía se detiene. La economía es el desastre. Esto era una tesis antes del mes pasado. Ahora es un hecho. A nadie se le escapa cuánta policía, cuánta vigilancia, cuánta propaganda, cuánta logística y cuánto teletrabajo hará falta para reprimirlo. Ante mí, no cedáis ni al pánico ni al impulso de negación. No cedáis a las histerias biopolíticas. Las próximas semanas serán terribles, abrumadoras, crueles. Las puertas de la Muerte estarán abiertas de par en par. Soy la más devastadora producción de devastación de la producción.
Vengo a devolver a la nada a los nihilistas. La injusticia de este mundo nunca será más escandalosa. Es a una civilización, y no a vosotros, a quien vengo a enterrar. Quienes quieran vivir tendrán que crearse hábitos nuevos, que sean apropiados para ellos. Evitarme será la oportunidad para esta reinvención, para este nuevo arte de las distancias. El arte de saludarse, en el que algunos eran lo suficiente miopes como para ver la forma misma de la institución, pronto ya no obedecerá a ninguna etiqueta. Caracterizará a los seres. No lo hagáis «por los demás», por «la población » o por la « sociedad», hacedlo por los vuestros. Cuidad de vuestros amigos y de vuestros amores. Volved a pensar con ellos, soberanamente, una forma justa de vida. Cread conglomerados de vida buena, ampliadlos, y nada podré contra vosotros. Esto es un llamamiento no a la vuelta masiva a la disciplina, sino a la atención. No al fin de la despreocupación, sino al de la negligencia. ¿Qué otra manera me quedaba de recordaros que la salvación está en cada gesto? Que todo está en lo ínfimo. He tenido que rendirme a la evidencia: la humanidad sólo se plantea las preguntas que no puede seguir sin plantearse.
[Traducido por el Grupo Coquelicot y revisado por un amigo]` Extraído de https://sindominio.net/etcetera
fuente: https://lundi.am/Monologo-del-Virus-2853
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