El amor es imprescindible para el alma humana. Pero la mayoría de personas no logran obtener el que necesitan. Primero esperan recibirlo de su madre. Luego, sobre todo si ésta falla, lo buscan en su padre u otros parientes cercanos. Más tarde lo intentarán de nuevo con todas sus parejas. Y si en éstas tampoco lo encuentran… lo roban de sus propios hijos. Unos hijos que se verán, así, convertidos en muletas emocionales de una madre y/o padre desesperados, hambrientos de amor.
Por Olga Pujadas
Muchas personas deprivadas amorosamente, sobre todo cuando no son conscientes, cuando no se dan cuenta de ello, buscan en los niños un consuelo para su vacío. El problema suele comenzar con la «ilusión», a veces obsesiva, de tener un hijo. Después el niño nace y, pese a las obligaciones de la crianza, al principio es, sin duda, una fuente de «alegrías». Alimenta la autoestima de los padres, promueve la admiración o envidia de otras personas, ayuda a olvidar los conflictos personales o de pareja, es una potente y continua distracción, etc. Es casi una droga.
Pero, a medida que el bebé crece, las cosas se complican. Por un lado, los padres carenciales adoptan conductas claramente sobreprotectoras, vigilantes, serviles, dominantes hacia el niño. Es su forma de mantenerse aferrados a éste, de canalizar su dependencia emocional y su escapismo íntimo a través del hijo. Pero, por otro lado, como el niño va desarrollando cada vez más su propia voluntad, sus propios deseos, su necesidad de mayor autonomía, etc., los conflictos con sus débiles padres serán cada vez más frecuentes. Y la convivencia puede acabar convirtiéndose en verdaderas guerras (a veces secretas, a veces evidentes) de poder.
Los padres deprivados, siempre temiendo perder su «droga», además de sobreprotectores, agobiantes, etc.,. tienden a ser también cada vez más duros, autoritarios, castradores, incluso en ocasiones y lamentablemente… violentos con sus hijos. Éstos, por su parte, se muestran cada vez menos «dulces» y «sumisos», se sienten cada vez más ansiosos, agitados, agresivos, rebeldes, deprimidos… Los padres justifican estos conflictos diciéndose que son fruto de su «amor» o la consecuencia de edades «difíciles» o de las «malas compañías». Pero lo cierto es que, lejos de amar realmente a sus hijos, viven a costa del amor de éstos. (Un ejemplo típico es cuando una madre o padre pide/ordena a su hijo: «¡dame un beso!». O «dale un beso a la abuela». Etc. En vez de regalar besos a los niños, se los roban). Es decir, se comportan, inconscientemente, como nocivos vampiros emocionales de los críos.
Y ¿qué sucede a medio y largo plazo con estos niños-muleta? Según cada caso, pueden desarrollar diversas psicodinámicas:
· un intenso amor-odio hacia esa madre y/o padre que no les dejan crecer, y que siempre los explotaron como aliviaderos emocionales;
· falta de autoestima y seguridad en sí mismos, ya que no las recibieron de los padres, ni hallaron en éstos ejemplo o modelo de casi nada;
· cierto infantilismo buscando prologar las ventajas de ser eternos «niños pequeños» de los padres o, al revés, una tendencia a la rebeldía y la evitación de las relaciones familiares;
· sentimientos patológicos de culpa, responsabilidad y «pena» por la infelicidad de los padres;
· búsqueda en la adolescencia de ambientes de sustitución en los que poder reafirmarse y hallar por fin los apoyos que los padres nunca les dieron, aunque sea al «precio» de adquirir en tales ambientes algunas adicciones, o conductas sexuales de riesgo, etc.
· problemas de vinculación amorosa, pues nunca se sintieron amados ni presenciaron un amor sano y estable entre sus padres;
· en los casos de adicción/dominio extremos por parte de los padres (sobre todo, la madre) hacia los hijos, puede generarse en éstos inmadurez severa, problemas de personalidad, fobias sociales, problemas psicóticos…
· etc.
Los hijos-muleta, si quieren distanciarse de sus padres «tullidos» para ser más felices, necesitarán mucha ayuda. Como somos mamíferos, y debido al cuarto mandamiento y otros muchos motivos, no es nada fácil conseguirlo. Cualquier intento de alejamiento despertará en los niños-muleta hondos sentimientos de culpa que los paralizarán y deprimirán. Los padres adictivos no renunciarán fácilmente al gratuito sostén emocional del que disfrutaron durante años, de modo que volcarán contra estos hijos «prófugos» toda clase de quejas, agresiones, culpabilizaciones, chantajes emocionales, victimismos y otras manipulaciones…. El divorcio hijos-padres es el más duro y prolongado que existe.
Por eso, como siempre, la mejor solución sería la prevención. El verdadero amor de unos padres siempre debe consistir en procurar que sus hijos crezcan y vivan por sí mismos. Por eso nunca, jamás, ningún adulto debería buscar excesivo apoyo emocional en los niños. Estas conductas son muy comprensibles en esta clase de padres, pero también son insanas y contra natura, y siempre traen consecuencias. Porque no les corresponde a las crías cuidar de sus padres, ni a los padres devorar a sus crías como el mítico Saturno.
fuente: https://olgapujadas.blogspot.com/2018/02/los-hijos-muleta.html