«El poder consiste en hacer pedazos las mentes humanas y volver a unirlas en nuevas formas que elijas». George Orwell, 1984.
Por Lic. Matías Martín*
La Prensa
23.01.2021
Ha terminado un año que será, sin lugar a dudas, parte de la historia contada en el futuro. La vida cambió de la noche a la mañana, y nadie pudo quedar ajeno a ello. Rápidamente se configuró una visión del mundo inusitada, catastrófica, disruptiva con todo lo anterior, y con enormes consecuencias para la mente colectiva e individual.
Se estableció una nueva realidad sostenida por gobiernos, medios de comunicación masivos, grandes empresas de internet, representantes de la ciencia y la medicina y figuras públicas. Cuando, desde el poder, se avanza tan agresivamente en una forma de interpretar la realidad, necesariamente ésta se traduce en hechos materiales. Un combo arrollador al que fue casi imposible cuestionar, aunque el paso del tiempo fue abriendo grietas. ¿Un virus causó esto? ¿O fue la reacción a éste? ¿Fueron las respuestas desmedidas, equivocadas, intencionadas, accidentales, producto del aprovechamiento de la situación? ¿Era esta nueva realidad la única alternativa posible, o existían otras? Dejando estas preguntas abiertas, hacemos el intento de describir esta nueva realidad que, vista punto por punto, no deja de resultar impactante.
La vida en suspenso
En la práctica, las medidas tomadas pasaron prácticamente en simultáneo con la versión oficial de la situación que era transmitida a la población. Por lo tanto, antes de comprender lo que esta nueva normalidad implicaba, la vida de las personas fue golpeada por medidas que la alteraron totalmente. En principio, se dijo que eran por un tiempo breve, pero poco a poco fue quedando claro que las medidas marcarían la vida por mucho tiempo.
Toda actividad que el gobierno no consideró esencial fue prohibida. Se multiplicaron paisajes apocalípticos, ya sea de compras desesperadas (reacción inevitable cuando se decreta el encierro por tiempo indefinido de la población), calles desérticas, y, por obra de los medios de comunicación que cantaban a coro la misma canción, imágenes de personas cubiertas de pies a cabeza con trajes protectores sólo vistos anteriormente en películas, hospitales desbordados, gente enmascarada o cubierta de formas insólitas en calles y supermercados y hasta ataúdes apilados y tumbas cavadas. Las calles que podían verse con los propios ojos pasaron de un día para otro a estar militarizadas por agentes encargados de regular todo movimiento.
Nuevos dogmas
Los instintos más básicos de supervivencia se disparan al ver todo lo conocido bajo amenaza, y la reacción más natural es que la racionalidad desaparezca, dejando lugar al terror y la búsqueda de salvación ante cualquiera que la prometa. Ante este escenario, fue presentada la nueva realidad. Una nueva serie de verdades empezó a ser transmitida al unísono.
Aislamiento obligatorio, «quedate en casa», «distancia social» de cualquier ser humano, necesidad de cuidar el sistema de salud, «aplanar la curva», uso de máscaras en las calles, necesidad de desinfección constante, «hisopados», revisión constante de una cada vez más larga lista de síntomas. Todo esto como absolutamente necesario porque de lo contrario, muertes a un nivel nunca antes visto serían la consecuencia. La salvación solo ocurrirá cuando llegue una vacuna. «Derrotar» a esta amenaza de la forma indicada debe ser el centro de la vida a partir de ahora y hasta nuevo aviso. Este fue el núcleo del relato, aquello que justifica todo lo demás.
Protocolos para existir
Para todo se debió pedir permiso. Para salir a la calle, para circular, para viajar, para trabajar, lo que podía ser negado aunque sin eso no hubiera medios de sustento. Así surgió un mundo donde todo está pautado y reglado, y para quien no lo cumple, la ley tiene vía libre para castigar. Cuando las medidas se «relajan», se deja claro que esa aparente libertad es un préstamo que puede quitarse en cualquier momento.
Todo prohibido
A esta visión del mundo hubo que ajustarse a los golpes, sin áreas que brindaran satisfacción. Porque ella vino con la prohibición de todo lo que hace a la vida de las personas que no pasa en el hogar: trabajo, estudios, familia, amigos, encuentros, sexo, celebraciones, ejercicio. Sin cines, sin teatros, sin deportes, 24 horas en casa. Sin festejos, cumpleaños, graduaciones, porque nadie podía festejar. Sin siquiera funerales para despedir.
La consecuencia de la suspensión masiva de los sostenes de la vida de las personas, es que no hay descanso para una mente a la que solo le queda como alternativa mirar pantallas y dondequiera que mira, solo hay un tema. Esta realidad no admitió competencias por la atención de las personas.
Una amenaza
La confianza en el otro es un aspecto crucial de la sociedad, y en los niños, de su socialización. ¿Qué ocurre cuando toda persona se vuelve, de un momento a otro, posible portador de un daño? ¿Qué ocurre cuando incluso personas cercanas y queridas son señaladas como causa de la propia enfermedad y muerte? Según esta mirada, todos están enfermos hasta que se demuestre lo contrario, y, sin reparar en sus consecuencias, se promovió esta sensación por todos los medios posibles.
Cuando se establecen una serie de reglas rígidas para la convivencia, asegurando que solo su cumplimiento provee seguridad, cualquiera que las transgreda se convierte instantáneamente en un enemigo. Así, se dio vía libre a las denuncias al semejante y a todo tipo de situaciones violentas entre ciudadanos, habitantes de un mismo edificio, colegas y por supuesto, internautas. Denunciar al semejante volvió, como en tiempos muy oscuros, a ser bien visto.
Vida virtual
La pérdida del contacto humano fue la consecuencia inevitable de las soluciones incuestionables que con ella vinieron. Sin otras personas, no hubo con quien compartir la angustia, no hubo terreno real donde poner en duda lo establecido. Mientras ayer se decía que limitar el tiempo con la tecnología y conectarse con el mundo real era necesario para evitar perjuicios varios de un mundo digital cada vez más imponente, en el modelo impuesto prácticamente no existió actividad que no sea virtual, y éstas se volvieron la única fuente de entretenimiento. Y esto, se deja claro, llegó para quedarse.
Son innegables las consecuencias traumáticas de un panorama semejante, que dejó a las personas en shock y adaptándose a una multiplicidad de problemas que surgían en simultáneo. En la segunda parte de este relato, abordaremos la nueva visión de la salud que se impuso, en nombre de su cuidado.
*Psicólogo (M.N. 44.326). Miembro de Epidemiólogos Argentinos Metadisciplinarios.
fuente: http://www.laprensa.com.ar/498325-La-nueva-realidad-golpe-a-golpe.note.aspx
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