Expusimos en este artículo la naturaleza del narcisismo en general, que forma parte de la condición humana. Pero ahora veremos algunas de sus manifestaciones concretas cuando sus niveles son altos o muy altos. Es decir, las conductas que suelen caracterizar a las personas predominantemente narcisistas. (Aunque por comodidad lingüística usaré aquí el genérico masculino, lo expuesto se referirá obviamente a hombres y mujeres).
Por José Luis Cano Gil*
El narcisismo es, como vimos, un replegamiento defensivo sobre uno mismo. Se trata de una «desconexión» egocéntrica de la realidad a causa del gran dolor inconsciente que ésta causa en el individuo. Cuanto mayor es tal dolor, mayor es dicha defensa. Las personas muy narcisistas (que en adelante y por brevedad llamaremos narcisas) sufren, pues, una especie de «fobia» a la realidad; no la soportan. Por eso todas sus conductas están destinadas a evitarla, a protegerse de ella situándose por encima o al margen del mundo, del que también, como lo necesitan para sobrevivir, se aprovechan sin remordimientos. De ahí lo que sucede, por ejemplo, con esos narcisos sin empatía ni sentimientos de culpa a los que llamamos «psicópatas».
Veamos entonces algunos de los recursos de supervivencia psíquica de los grandes narcisos.
• Negativismo. El narciso no soporta lo real y por eso es tan «susceptible», incluso paranoide. Necesita negar toda evidencia, todo conflicto; precisa embellecer e idealizar las cosas, considerar «especial» o «superior» todo cuanto se refiere a sí mismo. O se enfada. No soporta la crítica ni la autocrítica; tiende a considerarse «perfecto». Siendo ciego y sordo a las influencias externas, dice «no» a todo lo ajeno. No es posible dialogar ni negociar con él cualquier acuerdo que implique la menor renuncia a su actitud defensiva básica. Es impermeable, inaccesible al amor e inteligencia de los demás.
• Evitación. Por lo anterior, la persona narcisa es necesariamente egocéntrica y egoísta. No suele interesarle nada con lo que no pueda identificarse, en lo que no pueda verse reflejada, o no la beneficie de algún modo. Mucho menos puede vincularse, amar y cuidar de otras personas. Como mucho, sólo puede «enamorarse» (a menudo homosexualmente) de otros espejos de sí misma, con los que se «vincula» a través de la idealización, la admiración o la envidia.
• Exhibición. El narciso, por su enorme debilidad inconsciente, necesita autoafirmarse en todo momento. Precisa llamar la atención, exhibirse, brillar, seducir, competir sin descanso con otros narcisos, siempre sufriendo grandes envidias y con el miedo continuo de quedar relegado. Por eso es vanidoso, imitador, ambicioso, insaciable. Adicto a cualquier cosa que le ayude a lograr o conservar su «visibilidad»: dinero, belleza, sexo, éxito, victimismo, conflictividad, verborrea, etc.
• Agresión. En su continua necesidad de repeler el mundo exterior, la persona narcisa suele ser agresiva. Puede expresarlo de muchas formas, p. ej., mediante conductas dominantes, litigantes, recriminadoras, manipuladoras, fanáticas, violentas, a veces incluso sádicas. Su prioridad es sentirse en todo momento superior al otro, omnipotente, triunfante. Porque la «derrota» es para ella psíquicamente insoportable, desintegradora, como una «pequeña muerte».
• Explotación. A pesar de su búnker psíquico, el narciso necesita «alimentarse» de ese mundo que desprecia. Para ello toma de él sin miramientos lo que quiere, a cambio de nada. Se comporta esencialmente como un depredador o un parásito. Puede, por ejemplo, «saquear» pasivamente afectos, ayudas, servicios, etc., de los parientes, amigos, pareja, hijos, instituciones, etc. Puede abusar directamente de ellos (exigirles, mentirles, manipularlos…). Puede recurrir al victimismo (chantaje emocional). Puede cometer acciones violentas o delictivas. Etc.
• Otros.
Del diferente grado, frecuencia y combinación de estos comportamientos resulta la individualidad de cada narciso/a.
El espacio más cómodo y secreto de todo/a narcisista es el privado, su vida amorosa o familiar. Es ahí donde sus víctimas son más accesibles y vulnerables, ya sean niños o adultos. En el segundo caso, el adulto elegido para la depredación (generalmente la pareja) suele ser una persona extremadamente débil, dependiente y acomplejada, y «enamorada» por tanto de su vampiro/a, al que no percibe como tal y del que, por ello, no puede defenderse. Así se establecen muchísimas relaciones familiares o de pareja con abusos de todo tipo, sadomasoquismo emocional, violencias, etc.
Todo lo anterior, fruto del pavoroso vacío interior del narciso, no evita, por otro lado, que éste también pueda sufrir diversos síntomas típicamente neuróticos: fobias, ansiedades, obsesiones, alcoholismo, adicciones… O que, pese a sus bellas apariencias, viva secretamente en condiciones autodestructivas (suciedad, falta de autocuidados, drogas, enganche a máquinas o animales, vida peligrosa…). O que sufra brotes psicóticos, o cometa suicidio, etc.
¿Y la psicoterapia? ¿Pueden estas personas mejorar con la ayuda de psicoterapias? Salvo excepciones, es muy difícil. Siendo fóbico a lo real, el narciso es inmune a cualquier cuestionamiento de sus defensas fundamentales, por lo que rechaza con indiferencia o ira cualquier ayuda profunda. En definitiva, es un niño roto y miedoso que se niega a aceptar cualquier alimento. Según mi experiencia, la mayoría de quienes intentan una terapia (a veces por mera imitación de otras personas que la realizan con éxito) no logran arraigar en ella. Por eso, en todas las simbiosis destructivas entre un narciso y su víctima, la única esperanza de romper tal simbiosis reside en la decisión de la víctima de pedir ayuda o ponerse a salvo.
Si el lector reflexiona cuidadosamente en lo expuesto, descubrirá que el narcisismo severo no sólo se halla extremadamente difundido, sino que es un problema social muy grave. Notemos que sus percepciones y conductas distorsionadas, egocéntricas, inadaptativas y dañinas están, digámoslo con claridad, demasiado cerca de las psicosis. Los grandes narcisos y psicópatas (recordemos que ambos son esencialmente lo mismo), aunque a veces son socialmente atractivos, brillantes, etc., causan, como hemos visto, enormes cantidades de sufrimiento en el mundo debido a su desamor, su depredación, sus violencias y, sobre todo, las devastadoras crianzas que perpetran y transmiten de generación en generación… Quizá este problema no tenga mucho remedio. Pero creo firmemente que jamás deberíamos negarlo, minimizarlo, normalizarlo, pues de otro modo jamás surgirá la menor ocasión de prevenirlo.
* Psicoterapeuta y Escritor
fuente: http://www.psicodinamicajlc.com/_blog/pivot/entry.php?id=642