Érase una vez un padre que, sabiendo que le quedaban pocos días, dejó una enseñanza a sus hijos. Entregó un mimbre seco a cada uno y pidió que lo rompan uno a uno. Fue muy fácil para cada uno. Luego les pidió ahora que tomen otros, pero esta vez les pidió que intenten romperlos pero ahora formando un haz atados por un junco.
Por Crdomeniconi
Ninguno fue capaz de partirlo, ni intentándolo todos juntos. La avaricia, la codicia, la vanidad de la humanidad es lo que da fuerza al músculo de la «mano invisible del mercado» Cada ciudadano es un mimbre que, librados individualmente a la brutalidad del mercado desregulado, son triturados fácilmente por el sistema.
Han convencido a la mayoría que una sociedad mezquina y con beneficios para pocos, fragmentada en infinitos sujetos anónimos, es la mejor opción ante un mundo cada vez más desigual. Con cada vez pocos ricos muy ricos, y muchos pobres muy pobres. Asociándose, agrupándose, agremiándose, sindicalizándose, soludarizándose, colaborando, los mimbres secos pueden torcer la mano de los fundamentalistas del mercado que «todo lo puede».
Protagonizando una sociedad unida y con un objetivo común, con un estado que defienda y promueva el interés del colectivo por sobre el interés ruín de unos pocos que quieren poseer todo. Eligiendo representantes que organicen, tracen un plan, fijen un horizonte, convenzan, luchen, convoquen y, fundamentalmente inspiren confianza.