Después de ver Joker 2 me pregunté: ¿es correcto decir la verdad, cuando la verdad es tan horrible que podría disuadirte de intentar vivir?. Mientras caminaba hacia el cine donde proyectaban Joker 2, le susurré a Billi: “Me temo que esta secuela nos decepcionará”.
Por Franco Berardi
francoberardi@substack.com
14 de oct. de 2024
¿Recuerdas al Joker de 2019?
Era el otoño de la convulsión que precedió a la psicodeflación pandémica: mientras las ciudades de todo el mundo (desde Santiago de Chile hasta Hong Kong, desde Teherán hasta Quito) estallaban en una insurrección convulsiva, sin una estrategia común, Joker se me apareció como el símbolo del sufrimiento mental desenfrenado, de la depresión social y del deseo creciente de explotar.
En la risa demente de Arthur Fleck y en la danza esbelta de Joaquin Phoenix pude discernir el reaganismo y el trumpismo, el liberalismo y el nazismo, la locura psicótica y el culto al individualismo competitivo, la aceleración de la infoesfera.
Viendo el tráiler de la secuela me dije: ese hechizo distópico, esa dolorosa inyección de verdad no puede continuar en el nuevo episodio. Tenía miedo de que me decepcionara con un final feliz al estilo Hollywood. Me equivoqué.
Salí del cine convencido de que Todd Philipps es el príncipe de la imaginación contemporánea, intérprete del oscuro ZeitGeist que domina la época en que vivimos: una época de genocidio, en la que Auschwitz es un espectáculo que los torturadores de Israel nos invitan a presenciar a diario.
La voz de Lady Gaga duele como una astilla de cristal puro. La danza de Phoenix es la elegancia dolorosa y deformada del cuerpo atormentado por la violencia metropolitana. Ya no hay esperanzas más que en el entretenimiento, dice Lady Gaga. Sólo en la ficción podemos enamorarnos, sólo en la ficción podemos vivir.
De hecho, Arthur Fleck y Harley Quinn son felices enamorados en las escenas imaginarias del musical.
En realidad son prisioneros, personas con depresión crónica y atiborradas de drogas psicotrópicas obligatorias. Cuando Joker declara en el juicio que no existe, que es Arthur Fleck y que su vida está destrozada para siempre por el recuerdo y el ser, su novia lo abandona, pues ya no lo ama.
Sólo en la ficción del entretenimiento podríamos ser felices, le dice. Me encantó Joker, no puedo amar a Arthur Fleck. Este Joker 2 termina de forma muy dolorosa, nada menos que un final feliz al estilo Hollywood. Es una película realista sobre la irrealidad de la vida, o más bien sobre la imposibilidad de vivir en esta realidad.
Es una película sobre la ironía, pero es una ironía tan triste, tan desesperada que me pregunto si es correcto, si es legítimo seguir diciendo la verdad cuando la verdad es tan horrible que podría disuadirte de intentar vivir.
¿Qué estoy haciendo?
En ese momento me encontré pensando en mí mismo, en lo que estoy haciendo. ¿Para qué sirve? Llevo siete u ocho meses editando este blog que llega a unos cuantos miles de lectores. Pero ¿para qué sirve?
La primera respuesta que me viene a la cabeza, y la más sincera: escribo este blog para curar mi angustia, mi sensación de desaliento y de impotencia ante el precipicio que se está tragando toda forma de vida y de lenguaje.
La repetición del horror de Auschwitz, esta vez visto en todo el mundo, me duele como duele a cualquiera que no se haya vuelto totalmente insensible al dolor del mundo.
Pero me pregunté: ¿no podría tratar mi angustia en privado, en silencio, quizás tomando algunas pastillas, sin mostrar públicamente mi dolor y mi consternación?
¿No corro acaso el riesgo de perjudicar a quienes me leen, especialmente a los jóvenes, a quienes hay que animar a no dejarse vencer por la desesperación y a continuar la lucha? Reflexioné sobre estas preguntas y me di algunas respuestas.
¿Qué estoy haciendo?
Estoy intentando dibujar un mapa del abismo que nos vemos obligados a explorar. Saber dónde estamos es mejor que no saberlo, y dibujar un mapa del abismo es útil para quienes tienen que vivir en el abismo, es una condición necesaria para vivir el abismo lo más felizmente posible.
Estoy intentando mapear el territorio de lo inevitable para que alguien sepa cómo esconderse en los barrancos de lo impredecible. La ofensiva nazi-liberal desatada desde el 11 de septiembre de 1973 por Pinochet y Kissinger ha anulado la democracia y entristecido la vida de todos.
Desde que el internacionalismo obrero fue derrotado, la guerra ha vuelto a todos los rincones. La guerra que se desata y se expande es una guerra colonialista y genocida, de la que Gaza es el símbolo y el centro. Mientras el organismo social se encuentra en un estado de impotencia, reducido a la pasividad y la depresión, Occidente está preso del marasma senil, pero posee una potencia tecnomilitar capaz de erradicar la vida del planeta.
La historia del siglo pasado demuestra que el fascismo y la guerra pueden actuar como cura para la depresión. La agresión actúa sobre el organismo deprimido como la anfetamina, pero es una cura suicida. La anfetamina permite que el organismo deprimido esté eufórico durante unas horas por la noche, pero a las cinco de la mañana saltas por la ventana.
Esta cura suicida se repite hoy, en una escala mucho mayor: el nacionalismo es el nombre de esta cura suicida, y la guerra moviliza energías deprimidas y las arroja a un vórtice destructivo.
¿Qué estrategia psicopolítica puede sacarnos de este agujero negro?
La corriente más fuerte en la psicosfera contemporánea es la pasividad depresiva. Tal vez la condición para que surja una subjetividad autónoma resida precisamente en la asunción consciente y colectiva del síntoma depresivo. La prescripción del síntoma es a veces un tratamiento eficaz para el dolor psicológico.
En el inconsciente colectivo hay una tendencia a desinvertir todas las energías y a retirarse del propio juego social. Esta desinversión, este deseo de abandonar, esta pasividad, puede convertirse en una fuerza inmensa si se vuelve consciente y sistemática. Cuando los asesinos nacionales llaman a la defensa de la patria muchos piensan: no quiero morir ni quiero matar para obedecer a estos cerdos.
Desertar no es fácil, pero desertar es necesario. En las condiciones sociales del naziliberalismo contemporáneo, cada esfera de la vida social es una esfera de guerra: la competencia es guerra y la competencia está en todas partes. Por eso debemos desertar en todas partes.
fuente: https://substack.com/home/post/p-150260532