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Autor: raas

La caballería andante del precariado

Publicada el 22/11/2011 - 12/05/2021 por raas

“Se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender a las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y menesterosos” Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes.

Por Ramón Germinal
Granada, julio-septiembre de 2004

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Democracia se dice de muchas maneras. Una lectura de la escena política pos 2001

Publicada el 13/11/2011 - 23/09/2015 por raas

Durante una década se dieron una serie de cambios en la atmósfera política sudamericana que recién pueden dimensionarse correctamente en estos días donde se suceden protestas en buena parte del mundo. Con epicentro en el Norte de Africa, se viene produciendo una oleada de manifestaciones de descontento de distinto tipo que abarcan hoy una buena parte de Europa y alcanza países que parecían inmunes a este tipo de problemas, como Israel.

Todavía es imprevisible el desarrollo de estos acontecimientos, pero no es aventurado anticipar que, una vez que se retire la ola, el paisaje político resultante no será el mismo. En los países árabes esto es más evidente, dado que resulta muy probable que la resultante de la contestación social sea la mutación de los regímenes autocráticos en gobiernos que garanticen la explotación con modales democráticos. En cambio, en el continente europeo donde las tradiciones democráticas tienen una raigambre más profunda, las movilizaciones parecen poner en jaque el equilibrio de las democracias representativas que ven peligrar su legitimidad cuando el capital profundiza su ofensiva sobre el trabajo. Aunque con distinta velocidad según las regiones del planeta, el reclamo de mayor democracia parece teñir el ciclo de luchas en curso.

Si bien es cierto que nada de esto hace peligrar, por ahora, el control que el capital ejerce sobre el trabajo, a su vez, no se puede dejar de reconocer que se está inaugurando un nuevo ciclo donde el capital no domina de la misma forma que antes. Esto se puede avizorar especialmente en esta parte del mundo donde el resultado del choque entre capital y trabajo derivó en una serie de gobiernos que gestionan en forma progresista la acumulación del capital. En todos ellos se gobierna en nombre de la democracia, reconociendo la protesta como parte de las reglas del juego. Parece ser que las revueltas de principios de este siglo todavía están demasiado frescas en la memoria social como para que sean viables intentos dictatoriales e, incluso, en países como Chile o Perú (donde el fascismo promedio es mas bien alto) las clases dominantes parecen replantearse las formas de su dominio.(1)

El objetivo de este escrito es aportar a la inteligibilidad de los cambios en curso y el supuesto implícito en el es que se inicia un nuevo juego político donde las disputas de sentido se darán en torno a la democracia y sus posibilidades. La aparición de una nueva sensibilidad política, los esfuerzos del capital por controlar la emergencia de una esfera pública reacia a los límites estatales, los intentos de liberar la democracia de la forma estado y las posibilidades de una política autónoma para enfrentar las nuevas ofensivas del capitalista colectivo son algunos de los tópicos que recorreremos en las siguientes líneas.

Episteme democrática

Se sabe que el ingreso de Argentina en el carril democrático es relativamente reciente, pero a punto de cumplir la tercera década de gobiernos republicanos ya se pueden distinguir distintas etapas en este proceso político. Si bien desde mediados de los 80 la democracia fue una bandera del gobierno radical de Alfonsín y tuvo alguna fuerza en las luchas antiburocráticas que los trabajadores encararon por aquellos años, nada de esto iba a durar demasiado. Las preocupaciones democráticas de mediados de los ´80 fueron rápidamente barridas por los intentos golpistas de los carapintadas y por una hiperinflación desatada como modo de disciplinamiento social. Esto influyó en que durante los ´90 no hubo mayores desafíos al orden democrático y el dominio no conoció muchos sobresaltos hasta la emergencia piquetera.

Sostenemos que la relevancia que adquiere el concepto de democracia en la última década es resultado de los acontecimientos que pusieron fin al gobierno de De la Rúa. Allí se produjo un replanteo de las clases dominantes sobre cómo evitar el peligro que representaban las movilizaciones constantes. La crisis que sufrió el régimen político durante el 2001 primero intentó ser conjurada con un recorte de las libertades democráticas a través de un estado de sitio, pero esto fracasó por la resistencia callejera. Hubo un segundo intento de ese estilo en ocasión de los asesinatos del Puente Pueyrredón que fue abortado de la misma manera. Hoy los sectores del capital que promueven la salida represiva son marginales. Y en cambio quienes conducen la recomposición del régimen, todavía en proceso, apelan a procedimientos de democracia formal para garantizar la explotación.

Las interpretaciones y los usos posibles que se hacen de la democracia en el reciente juego de la política tienen una relevancia indudable. La episteme democrática atraviesa las clases configurando muchas de las discusiones centrales de la actual etapa. La presidencia de la nación es tachada de antidemocrática pero lo mismo ocurre con la conducción de la federación universitaria, que a su vez persigue con ahínco la “democratización”. Desde el 2001 la democracia se dice de muchas maneras pero sobre todo se dice y se repite como orientación política.

En el campo de las clases dominantes, la oposición al actual gobierno se presenta como republicana y discute las iniciativas del kirchnerismo porque no pasan por el Congreso. Incluso en el interior del grupo gobernante hay reproches porque las decisiones que se toman son radiales: la presidenta discute con uno y con otro y nunca con todos a la vez, tal como solía señalar Página 12. En la última campaña electoral, a la hora de elegir los candidatos oficiales, lo hace la presidencia en soledad. En la prensa oficial se habla de su hermetismo, nadie sabe a ciencia cierta lo que va a hacer, se elogia su clarividencia pero nadie puede opinar salvo el estrechísimo círculo de su confianza. En los diarios opositores se la critica justamente por su falta de apego a los procedimientos de la democracia representativa. Pese a la inconsecuencia de las críticas opositoras, se hacen sobre la base de que lo deseable es la democracia, de allí que se invoquen tradiciones republicanas. La discusión en torno a la ley de medios fue presentada por la fracción dominante como una batalla por democratizar el espacio de la comunicación que se presenta colonizado por el mercado en detrimento de la presencia estatal. No ignoramos que son fracciones del capital que se disputan un área cada vez más vital para sus intereses. Lo que destacamos es que estas disputas se realizan bajo el signo de la democracia.

Algo similar ocurre entre los trabajadores. Las últimas luchas tienen como significante dominante “democracia”. Subtes, alimentación, línea de colectivos 60, petroleros y docentes de Santa Cruz: todos son conflictos que se sostienen en una forma de organización asamblearia que desborda a la burocracia sindical. Los delegados de la 60 y Kraft son votados pese a su izquierdismo porque habitan con éxito la democracia directa. “No son combativos sino que hacen lo que les decimos”, comentaba un chofer de esa línea ante la pregunta acerca de cómo valoraba a los delegados. Estas luchas sindicales son la última expresión de un cambio en la cultura política que arranca en el 2001. Antes, esta nueva cultura se había expresado en las luchas de preservación del medio ambiente que tuvieron en Gualeguaychú su emergente y hoy persiste en la actual organización de la Unión de Asambleas Ciudadanas (UAC), que se caracteriza por la reivindicación de la democracia directa. Sin irnos muy lejos es destacable que las luchas universitarias desde el 2001 tienen como referente excluyente la “democratización” y no es ocioso recordar que sin esas banderas no se gana ninguna lucha ni se obtienen votos. La última seguidilla de tomas que se sucedieron entre Filosofía y Letras y Ciencias Sociales fueron probablemente las que tuvieron el carácter más asambleario desde el retorno a la democracia, aunque el eje central de las disputas no haya sido la democratización como en otras ocasiones sino la obtención de mejoras edilicias. Algo similar ocurre con la lucha de los secundarios, donde el Pellegrini es emblema y los modos asamblearios están en la base de la reconstitución del movimiento estudiantil secundario.

Si bien para dominantes y dominados la democracia constituye una episteme común, indudablemente no significa lo mismo para unos que para otros. Para los primeros constituye un modo eficaz de detener las pretensiones del trabajo en una específica situación histórica. La interpretación que hace el capital de la democracia es una que la restringe a los procedimientos de elección de los representantes Para el campo del trabajo el asunto es más complejo. En la situación de hoy la democracia en la versión de los trabajadores es un recurso que le permite organizarse eficazmente para desbordar a la burocracia y obtener sus reivindicaciones. Cuando en un medio periodístico se interroga a los manifestantes sobre qué decisión van a tomar, muchas veces se remite a la asamblea como instancia máxima de decisión. En el ultimo conflicto de Kraft/Terrabusi la decisión inconsulta de firmar un acta con la patronal por parte de un delegado motivó que en las elecciones posteriores los firmantes fueran desplazados por quienes se ciñeron al mandato asambleario. Durante el conflicto con las pasteras las decisiones de la asamblea de Gualeguaychú eran tapa de los principales diarios y mantenían en vilo al gobierno. Esta centralidad del mecanismo asambleario no es frecuente en muchas partes del mundo. De todas maneras, la democracia como forma de organización se detiene en la puerta del taller, dado que en el plano de la producción el despotismo capitalista permanece indiscutido. A pesar de esto hay que decir que la historia internacional del movimiento de los trabajadores es rica en usos de la democracia que ponen en cuestión la propiedad de los medios de producción. Si bien hubo episodios de autogestión de la producción en los años recientes de Argentina, de ningún modo este es el color con el que se tiñe el último ciclo de luchas. De esta y de otras limitaciones en el campo del trabajo, y de las distintas estrategias para dominar la esfera pública por parte del actual gobierno, daremos cuenta en los apartados que siguen.

Democracia y estado (o colonización estatal de lo público)

Durante los movidos días de fines del 2001 se hizo presente una esfera pública cuya emergencia no estaba en los planes de la clase dominante. El hoy tan mentado “retorno de la política” no es otra cosa que la disputa en torno al sentido de lo público que se instaló con fuerza desde aquel momento. El estado de deliberación y movilización desbordó los carriles tradicionales en los que suelen desenvolverse en democracia y, ciertamente, la discusión callejera en asamblea, que hoy es postal ineludible de las movilizaciones europeas, no figuraba en el manual de procedimientos de la política argentina. Más recientemente, en el ciclo menemista, el lenguaje era fundamentalmente económico. Buena parte de la población se desayunaba con índices macroeconómicos y el consumo era la ideología dominante. Las resistencias que emprendían los trabajadores eran escasas y muy localizadas. Que hoy el paisaje es otro no lo ignora nadie. La pregunta es más bien cómo transitar las nuevas derivas del sistema. Es evidente que quienes más rápidamente percibieron los cambios son quienes hoy formulan las reglas del juego. En la Argentina actual se gobierna y (se antagoniza) de otra manera. Incluso hay una redefinición de términos que suelen ser claves en cualquier lenguaje político que no puede prescindir de definiciones precisas en torno a lo que se entiende por lo público, lo privado o lo estatal.

Durante el menemato, el discurso hegemónico asociaba lo público con lo estatal, y lo estatal con lo ineficiente, que a su vez era representado en las empresas estatales, con el objetivo de entregarlas a la gestión privada del capital. Este razonamiento estaba ampliamente extendido incluso en gran parte del mundo del trabajo, que aceptó la privatización de las empresas estatales. Otro sector defendía las instituciones estatales, en parte porque entendía que allí había mejores condiciones de trabajo, y en parte porque vivía esas instituciones como propias. La izquierda hizo suya esta bandera inscribiéndose así en una añeja tradición estadocéntrica que funda el peronismo.

Hoy el revival estatalista que vivimos nos hace pensar que el panorama ideológico no es demasiado distinto, al menos en este punto. La asociación entre lo público y lo estatal se sigue presentando como inevitable aunque ahora en un sentido positivo. Incluso quienes desde la izquierda hablan del retorno de la política la siguen pensando como indisolublemente ligada al estado. En la medida en que no se pueda desatar el lazo que anuda inevitablemente política con estado los esfuerzos que el trabajo realiza para sacudirse el dominio del capital quedan inconclusos y terminan fortaleciendo a los que ya detentan los poderes decisivos en la sociedad.

Disociar política de estado u oponer democracia a estado no es un tipo de idea que concite demasiada atención. En esta época, sin embargo, hay algunos autores que ayudan a explorar esta veta ideológica. Jacques Ranciere es uno de ellos y en El odio a la democracia aparece un intento de pensar la esfera pública en términos distintos a los habituales en los intelectuales y partidos de izquierda. Allí afirma:

«Ampliar la esfera pública no significa, como lo pretende el llamado discurso liberal, demandar el avance creciente del Estado sobre la sociedad. Significa luchar contra un reparto de lo público y lo privado que le asegura a la oligarquía una dominación doble: en el Estado y en la sociedad».(2)

Podemos pensar, en efecto, sin circunscribirnos a las opciones (mercado/estado) tal cual nos las suelen presentar (como preludio a la sugerencia de que nos inclinemos por la opción menos mala.) De lo que se trata es de cuestionar el propio juego que las presenta como opciones.

«La dominación efectúa un distingo entre lo público que pertenece a todos y lo privado donde reina la libertad de cada uno. Pero esta libertad de cada uno es la libertad , es decir, la dominación de aquellos que detentan poderes inmanentes de la sociedad. Es el imperio de la ley de incremento de la riqueza. En cuanto a la esfera pública pretendidamente purificada de los intereses privados es también una esfera pública limitada, privatizada, reservada al juego de las instituciones y al monopolio de quienes las hacen andar.»(3)

La distinción entre lo estatal y lo privado es solo una diferencia entre distintos tipos de dominio. En lo privado mandan los poderosos económicamente y la ley que rige es el máximo incremento de la ganancia. En esa lógica, la lucha de los trabajadores se manifiesta en un primer momento en reclamos salariales. En situaciones normales, este conflicto es considerado una disputa entre privados y el estado “no se mete”. Si no logran al menos en parte su objetivo, entonces los trabajadores toman medidas (huelgas, liberación de molinetes, cortes de rutas, ocupaciones de establecimientos) para que este asunto entre “privados” tome estado público.

Una vez que afecta a terceros el problema pasa a ser de toda la sociedad y se espera que el estado actúe. Cuando finalmente esto sucede se descubre que lo público también está limitado, privatizado por el juego de las instituciones de la democracia representativa. Por ejemplo la liberación de molinetes que realizaron los trabajadores de los subterráneos como medida de lucha se judicializó, y fue castigada por el código penal. Paralelamente, el ministerio de trabajo no reconoce la inscripción gremial del nuevo sindicato que realiza esta acción directa. Lo que presuntamente es la esfera pública aparece dominada por una burocracia estatal que se arroga el monopolio de las decisiones sobre lo público. Finalmente queda claro que el estado domina la esfera pública y que juega a favor del privado poderoso económicamente. La elección por voto popular de algunos funcionarios no impide que tomen decisiones contrarias al grueso de sus electores. Los funcionarios judiciales ni siquiera fueron elegidos en sufragios…

En este modelo que estamos tratando de precisar, una vez que se obtiene la intervención estatal las luchas encuentran un límite ideológico pero también físico, especialmente cuando esta intervención llega en forma de represión directa como está ocurriendo en los últimos meses. Cuando el campo del trabajo avanza sobre temas sensibles al modelo de acumulación (la precarización del trabajo, el avance de los agronegocios sobre la posesión comunal de la tierra, o últimamente la lucha por la vivienda), el capital muestra la faz represiva de su estado.

La ideología predominante entre los trabajadores “compra” la neutralidad del estado al que no vislumbra como capitalista colectivo. Contra este obstáculo se viene chocando una y otra vez. El ciclo de luchas visibiliza una esfera pública que termina encorsetada en los mecanismos de la democracia representativa o aplastada por la represión (4). Sin embargo no es la opción represiva la que predomina sino más bien la colonización por parte del estado del espacio público mediante las lógicas y procedimientos que provee la democracia representativa. Esto se hace con una perspectiva de largo aliento en el tiempo. En consecuencia, en el escenario de las escuelas, por las particularidades de su dinámica, se pueden ver bosquejados muchas de las líneas de acción futuras del capital. No olvidemos que una de las características singulares del grupo gobernante es la búsqueda de recomposición de los mecanismos de la representación que son cuestionados por una nueva cultura política que, nacida en 2001, se orienta a la acción directa pasando por alto muchas veces las mediaciones sindicales y partidarias.

 Construcción Ciudadana

Quien escribe estas líneas es docente en escuelas provinciales del estado hace casi un par de décadas. Esto significa haber vivido los últimos años de la antigua secundaria, el novedoso experimento del polimodal y la nueva reforma que impone una escuela secundaria de 6 años dividida en secundaria básica y superior. Los cambios educativos acompañaron en gran medida los cambios ocurridos en las políticas en general y económicas en particular a nivel nacional. La antigua secundaria dividida en las orientaciones clásicas (bachiller, comercial y técnica) acompañaba un mundo laboral con oficios definidos e impronta fordista. El polimodal preparaba a un trabajador polirrubro sin ninguna preparación específica y debilitó la educación técnica a causa de un proyecto que relegaba la producción fabril.

Esta reforma implementada a mediados de los ´90 incorporó a una enorme cantidad de estudiantes a la escuela, a la vez que priorizó la contención a la formación. Nunca hubo tanta proporción de la población escolarizada en niveles secundarios. En una encuesta rápida por los cursos resulta que de cada 10 estudiantes 7 superan el nivel educativo de sus padres. Esto en la vida cotidiana del aula significa que los docentes se enfrentan a un sector de estudiantes que carece de cultura escolar por herencia familiar y que no puede contar con padres, madres, hermanos para ser ayudado en los problemas que se plantean en las clases. No hubo preparación docente para atender estudiantes que no son parecidos a los estudiantes que fueron ellos, lo cual deriva en una situación de crisis casi permanente. En la escuela estatal de provincia las fronteras entre el “afuera” y el “adentro” son cada vez más porosas y continuamente se desdibuja el viejo código escolar. En palabras de algunos estudiantes entrevistados, “es lo mismo estar adentro que afuera”.

La nueva reforma de la educación provincial estatal en curso es ambiciosa y el año que viene con la implementación del sexto año de secundaria se termina de completar. La educación polimodal tenía una impronta liberal en los contenidos dado que estos eran mínimos pero también en las formas dado que el docente podía tomarlos, modificarlos e incluso desecharlos sin mayores consecuencias. Hoy la mano viene distinta. Los contenidos de los programas ya no son de tres hojas, sino de cuarenta y cinco y hasta de noventa páginas, al tiempo en que son prescriptivos, lo cual significa que el docente debe darlos tal cual se los bajan. Tomamos algunas frases de un boletín docente donde se alude a la reforma.

«Constatamos lo evidente. Hace varios años que vivimos en un proceso de reforma permanente en varios niveles de la educación. A una velocidad asombrosa cambian los nombres de las materias, los reglamentos de los exámenes e incluso los modos de gobernar un establecimiento educativo. Para muchos no se está procesando ningún cambio de fondo, para algunos se intentan cambios pero estos no tienen ninguna eficacia y algunos otros sospechan que en un mediano plazo la escuela no será la misma. Todos coincidimos en un malestar generalizado. Las reformas provienen de arriba y en la gran mayoría de los casos no coinciden con el diagnóstico que hacemos de los problemas educativos quienes habitamos las aulas.»

«Los directivos bajan con resignación cambios que no comprenden, los docentes hacemos los gestos que se espera que hagamos y los estudiantes permanecen indiferentes. La situación es incluso contradictoria. Aparecen en algunas materias contenidos que apuntan a problematizar las relaciones de poder o incluso se señala la importancia de enfrentar lo instituido. Sin embargo, al mismo tiempo los programas de las nuevas materias dejaron de ser sugerencias y pasaron a ser prescriptivos. ¿Qué quiere decir esto? Los programas de las nuevas materias de la nueva secundaria indican hasta el mínimo detalle como debe ser impartido el conocimiento, ya no se pueden elegir contenidos y hacer un programa como en el polimodal sino que se indica qué contenidos y hasta se sugieren las actividades a desarrollar en el aula. Al mismo tiempo se enseña la importancia de entender la sociedad en clave de relaciones de poder y se impone una dinámica autoritaria en el aula.  Seamos claros. Los funcionarios que promueven la reforma se proponen recuperar el control de las aulas. De imponerse el modo prescriptivo de dar clases se termina con la autonomía relativa que ejercíamos a la hora de confeccionar programas y construir conocimiento en los salones.» (5)

En esta reforma aparecen muchas materias nuevas. Algunas de ellas son Construcción Ciudadana I, II y III, Política y Ciudadanía, Salud y Adolescencia, Ciudadanía y Política y Trabajo y Ciudadanía, las cuales constituyen materias correlativas desde el primer año al sexto. Este nuevo eje de materias es considerado la reforma fundamental que se aplica a la secundaria. Estas materias no están pensadas sólo como espacios curriculares sino también como modos de vida distintos a los habituales en el ámbito escolar. En la fundamentación de este eje leemos:

«Pensar e instalar la democracia en la escuela no solamente como un sistema sino como una cultura implica un desafío a la par que una oportunidad. En La construcción de la ciudadanía: entre la solidaridad y la responsabilidad, Elizabeth Jelin (1996) advierte sobre las dificultades de instaurar espacios democráticos en sociedades donde la recurrencia de los regímenes políticos dictatoriales y el terrorismo de Estado no permitieron una tradición sostenida de respeto a las instituciones y sí, por el contrario, la instalación a nivel social e inclusive cotidiano –y por supuesto escolar- de prácticas, comportamientos y actitudes autoritarias o desvinculadas de la cultura democrática. Los docentes tienen la oportunidad de construir con los jóvenes ámbitos de participación ciudadana y de respeto democráticos diferentes a los contextos en los cuáles muchos de ellos mismos crecieron y ello supone, por lo tanto, un intercambio y un aprendizaje mutuos.» (6)

Este intento de abrir espacios democráticos en las escuelas no queda en letra muerta. Las escuelas en las que trabajo implementan con distintas velocidades el proyecto de formación de centros de estudiantes. Si el directivo está vinculado al sindicato (lo cual es una tendencia creciente) la velocidad de implementación de los cambios es mayor. De todas formas, esto se cumple a imagen y semejanza del sindicato docente: burocráticamente se eligen delegados para cumplir con la orden de la Dirección General de Escuelas, pero estos delegados no responden a ninguna demanda por abajo y rápidamente dejan de serlo para desesperación de los directivos quienes son continuamente presionados desde la sede de la Dirección General de Escuelas sita en La Plata.

Todavía es muy reciente el proceso de reforma para sacar conclusiones, pero ya estamos viviendo las líneas generales de lo que se viene. En principio, un cambio fuerte de contenidos y en la gestión del conocimiento en el aula. Si antes era el modelo liberal en cuanto a contenidos que priorizaban la lógica de mercado y, en consecuencia, se ejercía poca presión sobre los docentes, ahora el proyecto educativo estatal parece virar hacia el modelo cubano, donde los contenidos son progresistas (keynesianos, marxistas y hasta foucaultianos) (7) y se acompañan de una fuerte regimentación de los docentes mediante una limitación de la autonomía en el aula. Hacia los estudiantes el cambio que se propone (y dispone) es diferente. La política compulsiva de formación de centros de estudiantes va acompañada de la llamada “política de inclusión” que impide que ningún estudiante bajo ninguna circunstancia sea separado del establecimiento. Esto contempla a estudiantes que concurren armados. La única receta que se propone para garantizar la inclusión es la paciencia docente y la participación estudiantil a través de delegados. (8)

Podemos resumir las líneas reales de la reforma en contenidos progres impartidos compulsivamente y un intento sostenido (y también compulsivo) de generar mecanismos democráticos en el ámbito tradicionalmente autoritario de las escuelas de provincia. Lo sustantivo de los contenidos de la reforma es que enseñan que la protesta es normal en el marco de la democracia y que debe ser encausada de modo de ampliar la ciudadanía.(9) El estado ahora se hace presente para morigerar los excesos del capitalismo “salvaje” que caracterizaron a la década neoliberal. Paradójicamente la introducción de estas medidas, que distan de ser cambios profundos, ocasiona una revolución en el ámbito escolar que corre por “izquierda” a buena parte de la docencia.

Todas estas transformaciones son acompañadas por ingentes fuentes de recursos: construcción y reparación de escuelas, distribución masiva de netbooks y aumentos salariales. Hoy el salario docente está en niveles relativamente aceptables, por lo que transitamos el tercer año sin huelgas en un sector tradicionalmente conflictivo. Sin embargo, no por esto la situación deja de ser insostenible en el aula por la falta de preparación docente para enfrentar problemas de violencia, por la ausencia de cultura escolar en los sectores que ingresan al sistema, por el desinterés creciente de los estudiantes.

Esto deriva en una forma de huelga encubierta que es el uso indiscriminado de licencias. Hay muchas escuelas donde el estado paga el cargo docente y hasta tres suplentes que se van sucediendo al ritmo de licencias que constituyen renuncias encubiertas. En las salas de profesores suelen ser mayoritarias las opiniones que buscan una salida represiva a lo que se les presenta como una situación descontrolada. Sin embargo, los desvelos oficiales provinciales apuntan a educar la protesta estudiantil en el preludio de su ingreso a los lugares de trabajo. Vale destacar que buena parte de las internas combativas del conurbano norte hicieron sus primeras armas en las escuelas técnicas de la zona.

En lo sustancial la escuela sigue siendo eficaz en la medida en que logra que los trabajadores que están bajo su ala asuman como un fracaso individual aquello que es resultado de una desigualdad de clase. Puede concebirse a la escuela como una prolongada entrevista de admisión laboral que culmina con la oferta del trabajo que uno se merece de acuerdo a su capacidad individual. En palabras de una importante funcionaria de la Dirección General de Escuelas: “No olvidemos que estamos educando chicos que en su gran mayoría van a ser empleados en una estación de servicio”.

¿Qué cambia entonces con esta reforma? Se busca morigerar el clima destituyente de la autoridad que se inicio en 2001 involucrando a los estudiantes en la gestión de la escuela. Esto se realiza a través de la creación por arriba de centros de estudiantes, mediante la gestión de la disciplina por medio de los Consejos de Convivencia, haciendo eje en las materias que se proponen la construcción ciudadana y asumiendo a la democracia como una forma estado.

Democracia vs. estado

La consolidación del actual modo de dominio pasa en gran medida por su eficacia a la hora de hacer indiscernibles democracia y estado, por reconciliar la emergencia de una esfera pública con los límites que marca el capitalista colectivo. Habíamos identificado en Rancière uno de esos autores que intentan pensar lo público desvinculándolo de lo estatal. Lo cierto es que también hallamos este esfuerzo en la tradición del pensamiento político italiano. Paolo Virno trabaja en esta clave en Virtuosismo y Revolución y Toni Negri aporta en este sentido en Multitud. Allí, junto a Michael Hardt, se revisita este tópico y se asimila lo público a lo estatal para luego proponer una alternativa. También se intenta redefinir lo público de una manera no habitual. Lo público sería lo equivalente a las funciones públicas de lo privado. Lo público es el privado que encuentra las formas de ayudar al privado a desarrollarse.(10) Hecha esta crítica, muchos de los autores de esta línea descartan el concepto de lo público y lo reemplazan por otro que es la postulación de una esfera pública no estatal que denominan “el común”.

El intento de Rancière va por otro lado, aunque tiene fuertes vínculos con la apuesta de los italianos. Se trata en su caso de definir la democracia de una manera que no se asocie directamente al estado:

«¿Qué pretendemos decir exactamente al declarar que vivimos en democracia? Estrictamente entendida la democracia no es una forma de Estado. Se sitúa en otro plano diferente del de estas formas. Por un lado, es el fundamento igualitario necesario – y necesariamente olvidado- del Estado oligárquico. Por el otro, es la actividad pública que contaría la tendencia de todo Estado a acaparar la esfera común y a despolitizarla.» (11)

La democracia o lo común, según el autor, son aquellas construcciones que a la vez preceden y exceden el ordenamiento capitalista. Un ordenamiento que, efectos ideológicos mediante, se presenta como necesario, ocultando su carácter contingente. En ambas perspectivas de pensamiento se postula un suelo originario de cooperación e igualdad sobre el que el capital se erige afirmando la explotación y la desigualdad. En ambos puntos de vista la política es concebida como el conjunto de actividades que dan vida a las posibilidades igualitarias y autónomas que están inscriptas en la situación y que configuran potencialmente una esfera pública que esquiva los límites estatales.

Lo sucedido en el 2001 hizo evidente un sinnúmero de prácticas que ponían en tensión la asociación obligatoria que el capital teje entre la esfera pública y el estado. Todavía hoy el gobierno persiste en tratar de cerrar la peligrosa grieta abierta entre estas dos esferas. En términos de Rancière podemos decir que en aquella crisis se hizo presente la política como afirmación de posibilidades igualitarias. Lo que allí sucedió cambió el escenario, sentó las bases para nuevas reglas en el juego político. La acción directa, el salto inmediato a la esfera pública, la descalificación de la autoridad y la autogestión no son las figuras clásicas de la vida política argentina sino que son resultado de una alteración de lugares, que fue consecuencia de una subjetivación masiva que se manifestó en la producción de una serie de actos y enunciados que no eran identificables en el campo de la experiencia hasta ese momento.

Hasta el 2001 era el mercado a través de la mediación del dinero quien asignaba los lugares y regía la gestión de lo existente. La emergencia de una resistencia que se expresó en políticas autónomas “hizo girar la noria” del sistema y ahora es el capitalista colectivo en su forma de estado quien sale a marcar la cancha, a definir entre qué límites es aceptable el juego. No en todos los países se produjo el cambio de modelo de la manera que se produjo en algunos países sudamericanos. La protesta masiva de los asalariados y  la memoria fresca de esas luchas moldea el tipo de gobierno que se ejerce. En nuestro país la recomposición del régimen es acorde a esta irrupción política y si esta recomposición es posible es porque lo que permanece impensado en la situación es la explotación y el rol del estado como capitalista colectivo. Toda lucha que se precie busca el reconocimiento del estado que, a la vez que lo otorga, se termina fortaleciendo como árbitro que flota entre las clases. El peronismo no es otra cosa que este intento siempre realizado de conjugar el capital y el trabajo y que inicia un nuevo ciclo a partir del 2003. Su logro principal fue tomarse de la fuerza de la movilización y servirse de sus límites ideológicos para relanzar el régimen de acumulación.

Vigencia de la autonomía

Intentamos dar cuenta a lo largo de este artículo de una serie de cambios que percibimos en la cultura política argentina que se hacen mas nítidos a partir del 2001. Consideramos que a partir de aquella crisis se abre un ciclo distinto que supone modificaciones en el régimen político que acompaña a la acumulación de capital. Sospechamos incluso que estamos llegando a una etapa donde las aspiraciones del trabajo van a empezar a poner en entredicho los apetitos de ganancia del capital y que en los próximos años, más temprano que tarde, asistiremos a una agudización de esas contradicciones. Sin embargo, entendemos que los modos en que se activa la política son considerablemente distintos a los que conocimos en el pasado y que, por lo tanto, las características del futuro enfrentamiento serán distintas a las ya experimentadas en otros ciclos. Se trata en lo que sigue de explorar las posibilidades de una política emancipatoria que pueda aprender de sus limitaciones pasadas.

Resulta indudable que al cabo de una década el gobierno está logrando una recomposición considerable de la legitimación política del sistema, según puede advertir hoy cualquier activista. Ha sabido trabajar sobre aquello que permanece impensado en la situación actual, que es nada menos que la explotación y el carácter del estado como capitalista colectivo. En el anterior ciclo en la lucha contra las privatizaciones se reclamaba el retorno del estado bajo el supuesto de su neutralidad y hoy asistimos a un revival de las políticas estatales sin que por supuesto se altere el régimen de explotación. De esto ha vivido el gobierno. El desarme teórico general en este aspecto es el que permite el crecimiento de las agrupaciones kirchneristas, pero también la inserción de la izquierda partidaria en buena cantidad de luchas. La izquierda en casi todas sus expresiones orienta su política a buscar el reconocimiento del estado, lo que deviene en un impedimento para llegar al fondo del problema de la explotación. Sin la crítica a fondo en este aspecto, incluso los resultados de la lucha salarial solo terminan fortaleciendo al capital. Si a esto agregamos que estas organizaciones replican la forma estado también a la hora construir sus partidos, podemos colegir que por esta vía no hay posibilidades para una política emancipatoria.

Sin embargo, en la última década se hace presente en el cuerpo social argentino un modo de hacer política que sintoniza con expresiones similares en toda la región: el ya citado recurso a la acción directa como alternativa a los modos institucionales de la resistencia, que caracterizaron a nuestro país y caracterizan todavía a otros países de la región (Chile, Uruguay), el cuestionamiento a la democracia representativa a través de políticas que disocian democracia de estado y que se hicieron patentes en nuestras asambleas barriales o en las juntas comunales venezolanas, el ejercicio de la autogestión recorrido por algunas fábricas recuperadas y algunos mtds pero que actualmente  conoce un desarrollo más pleno en Bolivia. De conjunto, configuran un modo de hacer política que confía en sus propias posibilidades sin dar un rodeo por el estado.

Hoy asistimos al movimiento contrario que se expresa en un capital que estatiza las relaciones sociales recortando el espacio de las políticas autónomas. Sin embargo, no por eso pierde vigencia la apuesta política de la autonomía que podría sintetizarse en la sentencia que afirma que la autovaloración del trabajo desestructura al capital. Trabajar en una perspectiva autónoma posicionaría al trabajo en mejores condiciones frente a una ofensiva que el capital emprenderá esta vez con la máscara aparentemente neutral del estado. La nueva cultura política de la última década posibilita un mejor escenario para un desarrollo en esta perspectiva, porque se trata de profundizar en un sentido radical algunos cambios en la sensibilidad política que ya aparecen difusos en el cuerpo social. A continuación, algunos ejemplos para terminar.

Está presente en numerosas acciones políticas de los movimientos sociales la virtud de una construcción que hace una referencia marcada a la construcción territorial. No obstante, muchas veces se transforma en un localismo que estrangula las posibilidades emancipatorias. A esto, oponemos la idea de la política como el arte de la construcción local y singular de casos de universalidad. Se trata de encontrar en las experiencias singulares el componente universal que permita el enlace con luchas similares. Ese componente universal está dado por el comando capitalista de la sociedad, y el anticapitalismo es el lazo que puede unir antagonismos aparentemente desconectados entre sí. Superar los extendidos prejuicios contra la teoría y ensayar la autoformación (muchas veces a través de bachilleratos populares) es un momento necesario para el encuentro de un campo que se pretende autónomo del capital.

No sólo aparece complicado el vínculo con otras experiencias sino que lo es también la persistencia en el tiempo de colectivos que tienden a disolverse cuando el ciclo de luchas entra en reflujo. Históricamente, esto fue resuelto por el movimiento obrero a través de las organizaciones partidarias que conservan en tiempos de paz la memoria colectiva de los momentos de alza. Hoy campea un sano rechazo de las taras partidarias pero hay una marcada dificultad en la construcción de organizaciones estables. Se trata hoy de sostenerse en el tiempo sin replicar los dilemas de la organización partidaria mediante la construcción de formas de relacionarse que tiendan a la horizontalidad y que no se encierren en el localismo.

Recapitulamos. Anticapitalismo para reconocerse como parte de un campo común. Horizontalidad para construir organizaciones que se sostengan en el tiempo sin devenir sectas partidarias. Y Autonomía para ensayar aquí y ahora posibilidades alternativas de vida a las que ofrece una sociedad subsumida al capital. Alternativas autónomas se ensayaron en las fábricas recuperadas y en granjas colectivas de algunos mtds. Sin embargo, fueron estrategias muchas veces defensivas frente a una coyuntura crítica particular. Tenían en común el hecho de afirmarse en las posibilidades que brinda asumirse como productores. Como decíamos antes, la autogestión de la producción está inscripta entre las posibilidades de una sociedad capitalista y fue un ejercicio real en la historia del movimiento de trabajadores. Desde el momento en que el capital precisa del trabajo pero el trabajo puede desenvolverse sin éste, es que se afirma la posibilidad de la autonomía de clase. La propaganda por la reapropiación de la riqueza aparece borrada frente a la lucha salarial que se presenta como horizonte exclusivo (por razonable) de la lucha entre las clases.
Estos modos de la política autónoma que tuvieron su vigencia hace una década cobran un renovado interés en la medida en que resulta perceptible que las actuales estrategias de dominio pasan por la creciente estatización de las relaciones sociales.

Patricio Mc Cabe

notas:
1) En Chile la oposición y una parte del movimiento estudiantil propone como salida al conflicto universitario un plebiscito. Según declaraciones radiales a Radio Nacional del senador chileno Marcos Ominami hay un conflicto entre las mayorías ocasionales que tomaron las calles y las mayorías que votaron el actual gobierno hace unos años. En Perú buena parte del programa del gobierno entrante consiste en reformas constitucionales que amplíen los límites de una democracia ultrarestringida como la de ese país.
2) Ranciere, Jacques, El odio a la democracia, Bs. As., Ed. Amorrortu, 2006, pág. 81
3) Ranciere, Jacques, Ob.Cit. pág. 83
4) Los 15 muertos en protestas sociales que carga el gobierno nacional y popular ponen en contradicción incluso a conspicuos kirchneristas como Verbitsky quien acerca esta cifra en su diario.
5) Extraído del boletín docente AU.LA en preparación
6) Extraído del Programa de Política y Ciudadanía correspondiente al Quinto Año de la Secundaria Superior. Disponible en www.abc.gov.ar
7) En la nueva materia Economía Política el eje es Ricardo, Marx y Keynes, en Política y Ciudadanía el itinerario pasa por Foucault, Negri y Harendt, en Teoría de las organizaciones se trabaja con Castoriadis, el nuevo programa de Sociología parece extraído de la afiebrada mente de un militante del PTS. En todas estas materias se explica antes que nada qué es el capitalismo y se abordan tópicos como el Fetichismo de la mercancía. Para obtener estos programas basta googlear los nombres de las materias especificando Provincia de Buenos Aires.
8) Recientemente se intervino una escuela por una pelea entre directivos y en el acta que se labró luego de la separación de los contendientes se menciona que la única manera de recomponer el clima escolar y generar un clima de pertenencia a la institución era la implementación del centro de estudiantes.
9) Lo que constituye una operación clásica del populismo.
10) En algún momento, las nacionalizaciones que se emprendieron durante el gobierno de Miterrand en Francia fueron definidas por un sector de la izquierda trotskista en este sentido. El capital privado entra en pérdida entonces se estatiza y de este modo se socializan las perdidas para el conjunto de la sociedad. Una vez “saneada” su economía se vuelve a entregar la empresa al capital privado privatizando así las ganancias
11) Ranciere, Jacques. Ob.cit. pág. 103

fuente http://argentina.indymedia.org/news/2011/11/798294.php

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¿Qué podemos esperar del agotamiento del petróleo?

Publicada el 10/11/2011 - 23/09/2015 por raas

Cuestiones de principio

El petróleo, durante el siglo XX, ha sido el gran aliado material del capitalismo y, por ende, del sistema de dominación social. En consecuencia, y dado el carácter finito de este recurso, está destinado a convertirse también en su gran punto de debilidad estratégica. Esto constituye en esencia el carácter ambiguo y frágil de la organización económica mundial. No se puede ignorar que pueblos y civilizaciones anteriores agotaron atolondradamente elementos y bienes materiales que hacían posible su forma de existencia.

Las enormes deforestaciones de siglos precedentes, la existencia de grandes regiones erosionadas, dan testimonio de ello. Pero el petróleo, como en algunos aspectos el carbón, ha permitido una apropiación novedosa de la naturaleza al hacer posible una movilidad sin restricciones. Esta movilidad hizo posible que las industrias de transformación pudiesen disponerse de forma heterogénea con respecto a las fuentes de materias primas, que el comercio mundial y las comunicaciones lograsen una integración impensable en épocas anteriores, que se expandieran sin límites las áreas de inversión y recuperación del capital, que el radio de actividad diaria de un sólo individuo se ampliase a la escala del planeta.

El petróleo ha sido la condición material por la cual se ha intentado lograr la desmaterialización de todo lo que condicionaba antaño la economía. Esta desmaterialización no tiene por base sino las enormes redes de transporte, la agricultura industrial motorizada y la proliferación de materiales de síntesis: sobre esta base ha podido constituirse la economía global de servicios, con las grandes urbes como nodos donde se concentra el poder y desde donde se gestionan las inversiones y la alocación de los recursos. En las áreas urbanas de occidente ha podido crecer este tipo de empleo subsidiario, de gestión y de dirección, y de los servicios técnicos que les son imprescindibles, creándose sectores de la actividad completamente aislados de la producción de alimentos y de recursos primarios como el agua y los combustibles. Esta extensión de la producción desmaterializada es, obviamente, una ilusión sostenida sobre el control policiaco y militar de la energía y las materias primas del planeta, donde el conocido despilfarro energético no es su mero efecto perverso, sino la condición indispensable para que este sistema pueda perdurar.

Los derivados del petróleo han modelado la vida económica de occidente: su mundo material está levantado sobre la movilidad y la mecanización, sobre los materiales de sustitución y las industrias petroquímicas, sobre la especulación del oro negro y el culto del automóvil.

La dependencia de este recurso energético ha seguido una escala inquietante desde el fin de la Primera Guerra Mundial, moviendo los hilos de la llamada geoestrategia y provocando tensiones inéditas. Por lo demás, su aplicación masiva al transporte, la agricultura y las industrias de transformación, han puesto estas actividades fuera de toda racionalidad ecológica, lo que convertirá el siglo XXI en un paso angosto, tal vez infranqueable, para la especie humana. Todo lo dicho anteriormente no dejan de ser evidencias. Lo que viene a continuación hace referencia a las opiniones y análisis sobre el inminente, al decir de algunos, agotamiento del petróleo barato.

Desde mediados de los años noventa, ha crecido la inquietud sobre esta cuestión, en especial desde las aportaciones realizadas por geólogos como Campbell, Lahèrrere, Deffeyes, etc., No discutiremos aquí tanto la validez de sus afirmaciones, lo que quedaría fuera de nuestra capacidad, como las implicaciones que el agotamiento o escasez del petróleo puedan tener en nuestras perspectivas de transformación social.

Mediatizados como estamos por la difusión de opiniones parciales e interesadas, y dado lo dificultoso que es dar con una inteligencia que pueda unificar todas las informaciones y factores que intervienen, ¿cómo podríamos nosotros aceptar sin más la inminencia sobre el agotamiento del petróleo? Dejamos a otros, mejor dotados o más audaces que nosotros, la ardua tarea de especular sobre la evolución futura de la industria petrolera, pero indudablemente no por ello renunciemos a la reflexión de lo que el fin del petróleo podría suponer para nuestras aspiraciones colectivas.

La cuestión central que este breve ensayo quiere plantear es la siguiente. El petróleo ha sido el flujo que ha movilizado la economía occidental durante más de un siglo. Muchas voces se levantan hoy para anunciar que la producción petrolera está cercana a su culmen y que a partir de ahí, el precio del crudo se encarecerá a tal punto que necesariamente asistiremos a una crisis energética, dañándose gravemente el comportamiento económico de todo el planeta. Las consecuencias, de producirse este hecho, serían sin duda grandiosas y espectaculares. Pero lo que nos interesa aquí es dilucidar si la caída más o menos acelerada del régimen petrolero abre una brecha para nuevas posibilidades sobre las que reconstruir una sociedad autónoma, radicalmente diferente a la que conocemos.

En efecto, más allá de una cierta inquietud ecologista, empeñada en una transición sostenible que nos lleve a una futura sociedad de energías limpias y ciudades radiantes, lo que nos incumbe es analizar de qué manera estos discursos proecológicos ocultan cuestiones de mayor calado, como por ejemplo, de qué modo podemos retomar la presunta crisis energética que se avecina para subvertir el modelo de cultura material y de distribución del poder que hoy delimitan nuestra forma de vida. En suma, la caída de un régimen energético pujante y poderoso como es el de los hidrocarburos ¿encierra alguna posibilidad por mínima que sea de debilitamiento del sistema de dominación? Responder apresuradamente a esta cuestión, sea en un sentido o en otro, significaría ignorar su complejidad. De momento, extenderemos la cuestión de forma más detallada.

El petróleo en la historia

La historia del petróleo está cuajada de enseñanzas sobre las ambiciones de riqueza y poder de las industrias y estados. Podríamos delimitar esta historia en dos grandes y complejas etapas que nos llevarían hasta las crisis de los años setenta. La primera etapa iría desde 1859, año en que se abre el primer pozo petrolífero a manos del legendario Drake, y que va hasta la Segunda Guerra Mundial, época en que Norteamérica comenzaría a perder su papel de primer exportador de petróleo. Esta etapa contiene la formación de los grandes imperios petroleros (Standard Oil, Royal Dutch-Shell, Anglo-Persian, Gulf), las primeras y terribles luchas por el control de los mercados internacionales, la búsqueda de yacimientos de Venezuela a México, de la antigua Persia a Indonesia.

De la guerra colonizadora por dominar los países donde se encontraba el petróleo. La Primera Guerra Mundial fue ya una guerra donde los motores de explosión cambiaron el aparato bélico, y donde el aprovisionamiento de combustible pasó a primer plano. A partir de ahí, el parque automovilístico comenzaría su crecimiento. Los años que siguieron a la Gran Guerra de 1914 se distinguieron por una lucha intensa de las grandes potencias por acceder a los territorios de la antigua Turquía y, más tarde, la zona del Golfo Pérsico. La guerra de precios marcaría una enorme inestabilidad para el mercado.

Sólo dos décadas más tarde, hacia 1928, se alcanzaría una cierta estabilidad con los acuerdos de Achnacarry, firmados en conjunto por los representantes de la Royal Dutch-Shell, la Standard Oil de New Jersey y la Anglo-Iranian, y más tarde sancionados por otras compañías. Este acuerdo establecía en verdad una cartelización que de forma tácita dominaría el mercado internacional durante años, ajustando los precios del crudo con los parámetros del Golfo de Méjico. En cualquier caso, toda esta etapa incluye la escalada creciente de las compañías norteamericanas en el Oriente Medio, primero en los antiguos territorios de Turquía, después en Bahrein, Kuwait y Arabia Saudí.

La novedad de este período la constituye la primera ofensiva de «descolonización» petrolera, cuando el gobierno de Méjico, en 1937, emprende la nacionalización de su producción. Así mismo, el rasgo que resalta de esta época es el predominio del mercado petrolero de Estados Unidos, cuya producción se vio colosalmente reforzada por los yacimientos del Este de Tejas a partir de los años treinta. En 1938, Estados Unidos controlaba todavía el 63% de la producción mundial, y sólo a partir de mediados de los cincuenta su producción disminuiría con relación a la de Oriente Medio. Ni que decir tiene que la Segunda Guerra Mundial fue, en buena medida, una «guerra del petróleo», siendo la falta de abastecimiento de combustible una de los factores que determinaron la derrota del ejército alemán.

Esta primera etapa, como se ve, sentó las bases históricas y geográficas de la industria petrolera, y dio paso a lo que podríamos considerar como un período de conflictos larvados, de una mayor delimitación de las zonas petroleras y de una estabilidad frágil que estallaría a principios de los años setenta. Señalaremos, sobre todo, tres grandes tendencias de onda larga en esta segunda etapa. La primera es el indudable crecimiento de la importancia de Oriente Medio en cuanto a volumen de producción, con las preocupaciones estratégicas que eso acarreaba a las naciones poderosas de occidente. Surgía el sentimiento de orgullo nacional de los países exportadores, que condujo a las crisis de Irán en 1951, y a la del canal de Suez en 1956, con el precedente de Venezuela.

Ambas revueltas se resolvieron con una clara derrota de la influencia británica en la zona, para contento de Estados Unidos, que de esa forma lograba mayores cuotas de participación en la explotación del petróleo y en el control de ambos países. El intento de nacionalización de Mossadegh en Irán terminaría en 1954, con la creación de la NIOC (Compañía Nacional Iraní del Petróleo), un consorcio internacional donde la propiedad de los yacimientos pasaba a manos de Irán y donde las compañías norteamericanas obtenían un jugoso 40% de participación, estando representados igualmente la British Petroleum, la Royal Dutch-Shell y los intereses petroleros franceses. Pero las reivindicaciones de los países exportadores iban a tomar fuerza, instigados por el gobierno de Venezuela, hasta la fundación de la OPEP. Esta se crearía en 1960, y fue sobre todo mediada esa década cuando se verá claramente que los países exportadores estaban dispuestos a ganar el control total sobre el crudo, abriéndose pocos años más tarde el proceso de nacionalizaciones que conoceremos en Libia, Irak, Perú, Bolivia, Venezuela, etc.

La segunda tendencia alude al efecto que el petróleo barato llegado de Oriente Medio estaba logrando sobre Europa: declive del carbón y reestructuración del modo de vida siguiendo las pautas dictadas por los combustibles derivados del petróleo. En los años cincuenta comenzaría la inquietud de los Estados por la búsqueda de fuentes de energías seguras o innovadoras, se fundaría Euratom, el organismo europeo para la energía nuclear.

Finalmente, la tercera tendencia se relaciona igualmente con el efecto que la expansión del petróleo de bajo coste de Oriente Medio estaba teniendo sobre la producción interior norteamericana. En 1959, Eisenhower promulgarías las cuotas a la importación, como medida proteccionista. A mediados de los años sesenta, las grandes compañías anglo-americanas empezarían a sentir una baja en su tasa de beneficios, lo que les llevaría ya en aquel momento a la búsqueda desesperada de zonas de extracción alternativas como en Prudhoe Bay (Alaska, 1968) en Latinoamérica, en el Mar del Norte, o en Noruega, donde los primeros pozos se abren en 1969. Estas tres tendencias, como vemos, sumadas al crecimiento del gigante ruso, que pronto empezaría a aumentar su producción de gas y petróleo, concluirán en la crisis de 1973, cuyas implicaciones se dejarán sentir durante toda la década de los setenta [1].

El petróleo sigue entonces unido a la conflictividad y la guerra sucia. Como ejemplo de ello, baste citar los intereses de la compañía Elf, envueltos en la guerra de secesión en Nigeria, a finales de los años sesenta. O, como menciona de pasada Richard O’Connor a propósito de la guerra de Viet-Nam: «Por encima de las consideraciones emotivas que envuelven, el problema vietnamita, se halla el factor de que las costas del Sudeste de Asia dominan uno de los más grandes golletes marítimos: el estrecho de Malaca, y por lo tanto controla el paso de las flotas de barcos-cisterna.» [2] Todo el periodo, no hay que olvidarlo está además dominado por el concepto y la estrategia de la Revolución Verde, vergonzosa forma de colonización donde países enteros de África, Asia o Centroamérica son introducidos a los métodos y prácticas de la agricultura industrial, haciendo las pequeñas economías campesinas cada vez más dependientes de la motorización y las industrias petroquímicas. En el occidente opulento, la guerra silenciosa del petróleo había conquistado la vida cotidiana de sus habitantes, sumergiéndolos en todo tipo de derivados del petróleo y esclavizándoles a sus automóviles.

Todo esto por lo que respecta a la prehistoria del petróleo, es decir, las fases previas a las crisis de los años setenta. Hay que decir que ya a partir de la primera guerra mundial, la cuestión del agotamiento inminente del petróleo inquietó periódicamente los intereses industriales norteamericanos. En los años setenta esta inquietud se superó progresivamente, ya que las dos crisis petroleras de 1973 y 1979 obligaron a las compañías a diversificar y ampliar sus prospecciones e hizo que los estados se plantearan políticas de ahorro. El crecimiento productivo de Méjico o la URSS, la explotación del petróleo del Mar de Norte, la búsqueda de otras fuentes de energía, la inversión en tecnología extractiva, fueron factores que descargaron parcialmente el peso de la dependencia con respecto al petróleo-OPEP.

En los años ochenta, dentro del marco de la Agencia Internacional de la Energía, los países occidentales se comprometieron a crear las llamadas «reservas estratégicas» de crudo, reservas que podían servir para mantenerse en los período de crisis de abastecimiento. En 1985 se había producido una caída de los precios del crudo, y fue a partir de entonces que los países de Europa reiniciaron un despegue económico y abandonaron paulatinamente sus políticas de contención energética.

A partir de aquella época la OPEP conseguiría una cierta estabilidad del precio del crudo, que duraría hasta finales de los años noventa. Esta estabilidad no fue rota por la guerra del Golfo [3], no obstante, los años noventa traerían un periodo de sanciones a la exportación para países como Irak, Libia o Sudán. Es un lugar común afirmar que la guerra lanzada contra Irak en 1990 fue motivada sobre todo con el fin de sacar la producción petrolera iraquí del mercado internacional, y asegurar de esa forma una especie de enorme «reserva estratégica» para el futuro. No se puede olvidar que con el inicio de esta ofensiva Estados Unidos e Inglaterra se aseguraban un nuevo control estratégico sobre la zona del Golfo.

Todos estos capítulos nos conducen a la situación actual, después de la invasión de Afganistán y la de Irak, en 2002 y 2003, respectivamente, la pasada guerra en el Líbano y la inquietud creciente por el control de zonas estratégicas como el mar del Caspio, el Africa subsahariana o Venezuela. Si a todo esto añadimos la aparición en escena de gigantes sedientos de combustible como China o India, tenemos todos los ingredientes necesario para abrir un período tenso y dramático, con precios muy elevados del crudo y el anuncio de su inminente escasez.

¿Una geología subversiva?

Hasta aquí no hemos hecho sino mostrar algunos trazos históricos y cronológicos que nos pueden ayudar a delimitar el terreno donde ha surgido el interrogante sobre el agotamiento del petróleo barato. La crisis de escasez que se anuncia hoy podría resultar creíble si se constata que los años sesenta del pasado siglo marcaron la época de mayores descubrimientos de yacimientos, época desde la cual asistimos a un lento pero firme declive en el ritmo de los descubrimientos.

En su artículo ya clásico, publicado en la revista Scientific American, en 1998, y titulado «Fin de la era del petróleo barato» -que aquí apareció por las mismas fechas en su trasunto castellano Investigación y ciencia- Colin J. Campbell y Jean H. Lahèrrere, ambos geólogos veteranos y retirados, trazaban una línea de delimitación entre las previsiones de escasez de las crisis de los años setenta y la crisis actual de la que ellos se hacen portavoces. Refiriéndose a las predicciones de entonces, escribían:

«Sus predicciones apocalípticas fueron reacciones emocionales y políticas, los expertos sabían, ya entonces, que tales pronósticos carecían de base. Unos años antes se habían descubierto enormes campos en la vertiente norte de Alaska y bajo las aguas del Mar del Norte, cerca de la costa europea. Hacia 1973 el mundo había consumido, de acuerdo con las mejores estimaciones, alrededor de un octavo de su riqueza en crudo accesible. Dentro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) los cienco miembros de Oriente Medio convinieron en subir los precios, no porque hubiera peligro de escasez, sino porque habían decidido hacerse con el 36% del mercado. Más tarde, cuando la demanda cayó y el flujo de petróleo fresco procedente de Alaska y del Mar del Norte debilitó la presión ejercida por la OPEP, los precios se desplomaron.»

Campbell, con su libro The coming oil crisis (1997) y Lahèrrere, autor de distintos ensayos y estudios, defienden desde hace una década la proximidad del declive del petróleo, dentro del siglo XXI, anunciando que antes de 2010 se alcanzará probablemente el cénit de la producción, lo que marcará el fin del petróleo barato. Como se sabe, ambos se han inspirado en los trabajos de Marion King Hubbert, geólogo que trabajó para la Shell, y que en 1956 predijo que para el año 1970 aproximadamente, se produciría el cénit de la producción petrolera estadounidense, lo que efectivamente ocurrió. Otros geólogos, investigadores y periodistas se han sumado, con sus estudios y aportaciones, a esta corriente de opinión que poco a poco ha comenzado a entrar en el debate público, al menos en algunos ámbitos. Pero el debate continúa, de alguna manera, soterrado. En Estados Unidos, mientras tanto, se han publicado ya libros de divulgación como el de Richard Heinberg, The party’s over [4], mientras que en Francia se publicó La vie après la pétrole, de Jean-Luc Wingert, con prólogo de Lahèrrere, libro al que después han seguido otros varios en francés sobre la misma cuestión [5].

Desde luego, a esta corriente anunciadora del cenit petrolero no faltan sus oponentes negacionistas. Uno de ellos, ilustre, y al que podríamos considerar como el Herodoto de la historia del petróleo, es Daniel Yergin, que en 1991 publicó su monumental The Prize, libro histórico sobre la industria petrolera desde sus orígenes. Hoy Yergin, dirige una consultoría sobre temas energéticos y no otorga ninguna validez a los que anuncian la proximidad del agotamiento del petróleo [6].

Lo que resulta llamativo es que la opinión más autorizada en torno a las informaciones sobre el cenit petrolero provenga del mundo de la geología. ¿Qué habría sido del capitalismo industrial en el siglo XX sin esta ciencia aparentemente neutra y minuciosa? Los avances de la geología, la geofísica y la geoquímica, hicieron posible que la prospección de yacimientos petrolíferos pudiera alcanzar una precisión y eficacia cada vez mayores. La geología al servicio de la industria petrolera hizo que la ciencia de la tierra se convirtiera en la ciencia del saqueo de la tierra. Pero cuando los límites de las reservas de este planeta parecen exhaustas, cuando la aventura de juventud de la geología petrolera ha perdido muchos de sus encantos, algunos geólogos parecen dispuestos a hacer sonar la alarma del desequilibrio y el caos económico.

La paradoja de esta geología de senectud es su incapacidad para reconocer la responsabilidad de toda ciencia en el desarrollo de las industrias y sus fines arbitrarios: toda ciencia puesta al servicio de la gran empresa capitalista se convierte en ciencia subversiva y amenaza con destruir su mismo objeto de estudio. En el libro mencionado de Colin Campbell, The coming oil crisis, aparece una entrevista a Walter Ziegler, eminente geofísico en la vanguardia de la prospección petrolera. La figura de Ziegler es crucial, ya que desde los inicios de su carrera en los años cincuenta, al servicio de la Shell, pudo recorrer buena parte del planeta y ser testigo de la evolución de la industria petrolera en las últimas décadas. Ziegler es además un representante típico del geólogo embarcado en la gran empresa capitalista de mitad de siglo, que asumía su trabajo como una vía hacia la libertad y la aventura. El mismo, reconoce al final de su entrevista con Campbell, su intuición temprana sobre el fin del petróleo:

“Nuestros estudios han confirmado más allá de toda duda que el globo tiene decididamente un potencial finito para la exploración petrolera. Las implicaciones son colosales. El mundo tiene finalmente que confrontar el hecho de la inminencia de cambios en su forma de vida. No tiene más opción que ajustarse a limitaciones en los recursos. «¡Ya no hay más caramelos, niños!» El juego casi ha terminado.”

Todo esto resulta altamente educativo. Es normal que los profesionales técnicos que estuvieron a la cabeza del movimiento de explotación de los recursos petroleros desde los tiempos de la guerra fría, como es el caso de Ziegler, conozcan a fondo la materia de la que hablan. Pero no hay que olvidar que ya desde los años sesenta y setenta se alzaron voces de alarma ante esta absurda y suicida escalada energética. La geología comprometida de Campbell, Lahèrrere y demás, llega un poco tarde: es como una sabiduría post festum.

Estos hombres, que tanto han contribuido a crear la situación desastrosa que se cierne sobre nosotros, parecen deplorar y temer justamente las consecuencias radicales de tal situación, y olvidan que no hay ciencia neutra, que no hay saber técnico que no tenga una parte de responsabilidad en los procesos de degradación de materias y energías que constituye hoy la base de la dominación social en todo el planeta. En su libro, y de forma tímida, Campbell parece reconocer las virtudes de una economía más localizada y sencilla en la utilización de los recursos, nos anuncia un futuro donde tal vez sea posible equilibrar la ecuación del consumo y adquirir un papel más consciente en nuestra relación con la naturaleza. ¡Gracias Señor Campbell, tomaremos nota! En contraste, el geólogo Kenneth S. Deffeyes, divulgador del cénit y discípulo de Hubbert, se muestra implacable con las veleidades ecológicas de sus contemporáneos. En las primeras páginas de su libro Hubbert’s Peak. The Impending world oil shortage (2001) afirmaba sin pestañear:

«Una actitud posible, que personalmente no tengo en cuenta, nos dice que estamos arruinando la Tierra, saqueando los recursos, ensuciando el aire, y que sólo deberíamos comer alimentos orgánicos y montar en bicicleta. Sentimientos de culpabilidad no pueden evitar el caos que nos amenaza. Monto en bicicleta y camino mucho, pero confieso que parte de mi motivación es la situación miserable del aparcamiento en Princenton. La agricultura orgánica solo puede alimentar una pequeña parte de la población mundial; el aporte mundial de estiércol de vaca es limitado. No es probable que una civilización mejor surja espontánemente de un montón de conciencias culpables. (…)»

Esta declaración habla por sí sola. Sólo nos cabe esperar otra monografía complementaria, esta vez dedicada al cénit de estiercol de vaca, ya que el Sr. Deffeyes parece tener información muy actualizada al respecto.

Del petróleo hacia la nada

El declive de la producción petrolera nos obliga a un inmenso esfuerzo mental para representarnos una sociedad privada del petróleo sin que a la vez esta imagen llegue a borrar de nuestra memoria el modo de vida que conocieron nuestros bisabuelos. La motorización supuso la ruptura violenta con el mundo anterior, que estaba hecho de limitaciones que hoy resultan incomprensibles a la mente moderna. El problema pues no es sólo que los últimos días del petróleo dibujen delante de nosotros un futuro incierto; lo más grave sería que hicieran ilegible nuestro pasado. Hoy no se puede pensar el horizonte futuro sin tener en cuenta los límites modestos de donde venimos. Las instituciones y costumbres que se han perpetuado bajo la motorización impiden hoy reconocer nuestras necesidades en otra forma que no sea la de la motorización. Cabe pensar que la industria petrolera, que nació como una forma de guerra contra la libertad y la autonomía posibles, morirá ahogando igualmente la reflexión sobre un porvenir deseable. Sería urgente oponer nuestra crítica a los propagandistas del fin del petróleo, pues la mayoría de ellos sólo traducen a un lenguaje edulcorado y aceptable para las mayorías electoras el trasfondo real del problema.

Dado que, como decíamos al principio de este texto, las posibilidades de los combustibles y derivados del petróleo han abierto la vía para la expansión económica y cultural del mundo, tenemos que tratar de ver de que manera esta expansión ha instituido una nueva forma de dominación, y no solamente la forma perversa de un exceso de poder económico e industrial. Es cierto que desde la perspectiva actual, esto sólo puede ser un ejercicio intelectual aislado y más bien artificioso, ya que no se corresponde con ninguna inquietud profunda compartida colectivamente. Por otro lado, es indudable que el laberinto técnico heredado después de más de dos siglos de revoluciones industriales no puede ser desarticulado en dos días, y hoy se trataría más bien de sondear si existen indicios de que algo puede cambiar en un futuro a medio o largo plazo. ¿De qué forma es reapropiable la sociedad heredera del siglo XX, profundamente transformada por los combustibles fósiles? ¿Qué queda en nuestra humana naturaleza y en la naturaleza que nos rodea que no esté un poco afectado o totalmente destruido y que pueda llevarnos hacia la autonomía material y política?

La cuestión sobre el control de la energía nos recuerda la cuestión del control del poder sin más. No es claro que la desaparición de un recurso físico como es el petróleo pueda aflojar aunque sea poco ese control sobre la vida social que las élites ejercen sobre las mayorías. En cualquier caso ese control, si se da la escasez de un recurso tan importante como es el petróleo, cambiaría forzosamente de forma. El dilema es evidente: si las élites quieren seguir aferradas al superpoder técnico, financiero y político que han conocido durante el último siglo, en caso de enfrentarse a la escasez de un apoyo técnico como es el petróleo, la situación entonces se agravaría enormemente, dibujándose un cuadro de una tensión bélica, armamentística y policial inéditas.

Hay una correlación indudable entre la afluencia de petróleo y la forma de poder tal y como la conocemos actualmente. La substitución del petróleo en un período relativamente corto de tiempo en algunas áreas como la del transporte es prácticamente imposible. En otras áreas, se trataría de hacer resurgir plenamente formas de energía como la nuclear o el carbón, con todo lo que ello implica. Se quiera ver o no, una escasez próxima de petróleo significa el surgimiento de una situación imprevisible y catastrófica. Por tanto, es una situación desesperada en un doble sentido: la escasez de petróleo pone en cuestión la continuidad del control sobre el poder que las élites han ejercido hasta ahora, pero no ofrece ninguna garantía de que esto pueda abrir una vía para la reapropiación de dicho control a manos de las poblaciones.

Los voceros del cénit del petróleo, como el ya mencionado Colin Campbell, pretenden llamar a la conciencia pública de las naciones y persuadirlas de entrar en una vía tranquila hacia otras formas energéticas. En el breve texto llamado Protocolo de Rímini, que Campbell redactó personalmente, se propone una reducción general del consumo de hidrocarburos ajustando oferta y demanda del crudo en relación a la caída de la productividad anual. La finalidad sería poder «planificar de manera ordenada la transición al entorno mundial de suministros energéticos reducidos, preparándose con antelación para evitar el gasto energético, estimular las energías sustitutorias y alargar la vida del petróleo que quede, (…)»

La filosofía de este texto apela al espíritu cooperativo y equitativo de las naciones, lo que supone ignorar que la explotación y el empleo del petróleo han constituido las claves para que unas naciones oprimieran a otras, y para que, en general, dentro de cada nación la opresión se articulara en la forma que conocemos. Por tanto, las esperanzas incorporadas en la famosa «transición energética» están rellenas de lealtad para el mundo tal y como lo conocemos. Nada nuevo bajo el sol. Para estos privilegiados intérpretes del cénit petrolero, se trataría de que los excesos del poder no pongan en peligro el propio proyecto del poder: la extensión de la economía industrial y sus redes de jerarquización y control a todo el planeta.

El mundo ecologista, en general, contempla la posibilidad de la escasez de petróleo como una oportunidad histórica hacia la soñada sociedad de energías renovables. Por su parte, Jeremy Rifkin, ha sabido intuir la estrecha relación entre el declive de la producción petrolera y la puesta en cuestión de la capacidad del sistema para concentrar y acumular el poder, lo que significaría que el planeta está preparado para la descentralización energética y la recuperación del mando local, todo ello gracias al benéfico hidrógeno [7].

La transición energética ideada por muchos ecólogos, sociólogos y observadores ambientales podría ser interpretada, de hecho, como un golpe de timón en un mundo asolado por la opulencia y los excedentes de intermediarios e instituciones superfluas: esta sociedad del exceso está preñada de sus posibilidades de descentralización, se nos viene a decir. El conocimiento técnico ya ha sido alcanzado y las claves para una nueva sociedad ya están ahí, el problema es que los intereses del viejo régimen moribundo no dejan que esta sociedad aparezca… El problema de la descentralización y de la transición energética así tratado, nos trae a la memoria lo que la autora Hazel Henderson escribía a finales de los años setenta sobre el concepto milagroso de «devolución espontánea»:

«(…) cuando las economías industriales alcanzan un cierto límite de producción centralizada, intensiva en capital, han de cambiar el rumbo, poniendo proa hacia actividades económicas y configuraciones políticas más descentralizadas, utilizando una toma de decisiones y unas redes de información más lateralmente ligadas, si quieren superar los cuellos de botella que para la información presentan unas instituciones excesivamente jerárquicas y burocratizadas. Me he referido a este cambio de dirección como escenario de un proceso de «devolución espontánea», en el que los ciudadanos comienzan simplemente a reclamar el poder que una vez delegaron en políticos, funcionarios y burócratas, así como el poder de tomar decisiones tecnológicas de largo alcance que delegaron en prominentes hombres de negocios.» [8]

Si se nos permite la metáfora, la aplicación del petróleo en la sociedad moderna ha constituido la gran entrega, la gran delegación de las poblaciones de su capacidad de decisión en manos de determinadas oligarquías y estructuras técnicas, redes de transporte, comunicación e intercambio. Si es cierto que se acerca un día en que el sistema se verá gravemente afectado por la carestía del petróleo ¿se producirá un equivalente de esta gentil «devolución espontánea» del control del poder y del control sobre los recursos? ¿se convertiría la transición energética en un proceso suave de dispersión de los centros de toma decisiones? ¿Habrá un traspaso de las competencias hacia el plano local si el funcionamiento de la economía se ve forzosamente inmovilizado? ¿Regresaremos hacia una cierta autarquía? Lo más amable que se puede señalar a los que albergan esta esperanza es que dediquen un momento al estudio de la historia: verán allí que las instituciones del poder nunca han servido como puente hacia formas superiormente morales o más equitativas de organizar la sociedad, y que normalmente agonizaron destruyendo y agotando todo lo que mantenía activa la sociedad que dominaban. La edad del agotamiento del petróleo podría ser tan despótica y vacía de horizontes, o más, de lo que pudo serlo la edad de su abundancia.

Conclusión

El agotamiento del petróleo podría quedar muy lejano aún, lo suficiente para que no afectase al tiempo de nuestras vidas. Pero también podría ser un acontecimiento inminente. ¿Qué podríamos esperar en ese caso?

Por todo lo dicho anteriormente, debemos deducir que el petróleo es uno de los pilares del poder centralizado y tiránico que hoy mueve el mundo. En el caso de que el agotamiento del petróleo entrase en una escalada de desajuste de oferta y demanda muy abrupta, el sistema de dominación se tambalearía en sus cimientos, y su capacidad de control correría un grave peligro.

Ciertamente, en un escenario ideal, la escasez de combustibles llevaría forzosamente a una relocalización económica, lo que implicaría una descentralización sobre el control de los recursos y, más allá, la posibilidad de refundar las bases de la autonomía a una escala incompatible con el sistema de opresión tal y como lo conocemos hoy. Como vemos, en este escenario ideal, el agotamiento del petróleo lleva a una contradicción abierta con el sistema.

Pero no podemos engañarnos al respecto, el ejemplo de la historia muestra que los viejos sistemas de poder nunca cedieron suavemente ante el peso de sus contradicciones, normalmente se deslizaron pesadamente hacia una disgregación caótica y destructiva, arrastrando consigo todo lo demás. En el caso de nuestra civilización existen además dos circunstancias agravantes: la extensión de su dominio cubre la totalidad del planeta, pero además sus manipulaciones han perturbado globalmente la biosfera. La primera circunstancia nos obliga a proyectarnos en un desastre que puede afectar a la especie humana como tal, la segunda circunstancia pone en cuestión cualquier tentativa de reapropiación material colectiva.

A priori, no podemos esperar nada del fin del petróleo que pueda secundar nuestras perspectivas, lo que no niega que debamos estar vigilantes para aprovechar cualquier brecha que se abra en un hipotético período de post-abundancia.

Los Amigos de Ludd

notas:
[1] Como se sabe, la crisis petrolera que estalla en octubre del 73 con el comienzo del conflicto entre Israel y algunas potencias árabes, llevará a un rápido encarecimiento del crudo e incluso al embargo para países como Estados Unidos, que apoyan a Israel. Sin embargo, el conflicto bélico fue solo la tapadera de una compleja trama de intereses donde las compañías petroleras y la administración norteamericana estaban especialmente interesados en una revalorización del petróleo de Oriente Medio para recuperar la tasa de sus beneficios y reforzar la política estratégica norteamericana en la zona.
[2] En Los barones del petróleo p. 276 (Barcelona 1974)
[3] A raíz de la guerra, el precio del petróleo experimenta una violenta subida, pero breve; los precios del petróleo oscilan entorno a los veinte dólares desde febrero a diciembre de 1991. Y seguirá un descenso gradual del precio hasta 1998, año en que se produce una enorme caída (por debajo incluso de los diez dólares).
[4] Ver la crítica que hicimos de este libro en el boletín nº8 de Los Amigos de Ludd febrero 2005.
[5] De las cosas que se han publicado por aquí, en papel impreso, destacaríamos el dossier que sacó en abril la revista Mientras Tanto. Aunque, ciertamente, no coincidimos con el tono general y las opiniones de la editorial y los artículos, muy del estilo izquierda verde, creemos que constituye un conjunto interesante de materiales para entrar en la cuestión.
[6] Resulta curioso, cuando menos, que en una obra tan documentada como la de Yergin, no aparezca ni una sola referencia a los hallazgos de Hubbert.
[7] Para ver una crítica a las ideas de Rifkin, ver «En el estado social del hidrógeno» Los Amigos de Ludd nº5.
[8] Tomado del libro Para Schumacher Editorial Blume 1980.

Revista Ekintza Zuzena www.nodo50.org/ekintza/article.php3?id_article=439

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Del capitalismo moderno…

Publicada el 04/11/2011 - 01/01/2019 por raas

El capitalismo moderno necesita hombres que cooperen mansamente y en gran número; que quieran consumir cada vez más; y cuyos gustos estén estandarizados y puedan modificarse y anticiparse fácilmente. Necesita hombres que se sientan libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad, principio o conciencia moral -dispuestos, empero, a que los manejen, a hacer lo que se espera de ellos, a encajar sin dificultades en la maquinaria social-; a los que se pueda guiar sin recurrir a la fuerza, conducir, sin líderes, impulsar sin finalidad alguna -excepto la de cumplir, apresurarse, funcionar, seguir adelante.

Por Erich Fromm

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La construcción hedonista del mundo

Publicada el 30/10/2011 - 30/10/2011 por raas

Este capitalismo dotado de una gigantesca capacidad productiva, necesita instalar en las subjetividades el consumo como deseo. Pero como abomina de la posible morosidad de este deseo, de la tendencia a cocerse a fuego lento, también busca instalar, en el interior de cada uno, los impulsos voraces hacia el consumo, la actitud hedonista. (…) Privilegiando la velocidad, por tanto neutralizando los mecanismos de autocontrol.

Produce una cultura del consumismo, del consumo vertiginoso, que proporciona goce instantáneo pero compromete el futuro. Para ello ha instalado las instituciones que permiten realizar esos impulsos internalizados: los mall, las grandes tiendas, los sistemas crediticios.

En el terreno de la cultura promueve una imagen hedonista del mundo que proviene de una fuente principal, la ideología en sí, expresada también en la propaganda, en la televisión.

La construcción de nuestras ciudades latinoamericanas en código hedonista como sociedades en que el disciplinamiento va acompañado del gozo, lo realiza constantemente la ideología neoliberal. Eso es lo que hace que cuando habla de que somos sociedades modernas.

Para efectos de promoción de una cultura hedonista, el significado de esa representación es doble. Se trata de un discurso que nos dice, primero, que ya hemos realizado los esfuerzos necesarios para poder compensar el ascetismo del trabajo con los placeres del consumo. Segundo, que en esta sociedad moderna, la pobreza no es nuestra responsabilidad sino la de los pobres que no han sabido aprovechar las oportunidades. La modernidad me permite consumir sin remordimiento y sin peligro, lo que es más importante. Los pobres tienen que entender que sin ricos no se necesitarían jardineros, ni se construirían edificios, ni se darían propinas a la salida de los restaurantes.

A su vez, la propaganda crea y reproduce en escala ampliada el deseo de la adquisición vertiginosa. Esparce ante nuestros ojos el deleite de los objetos o de los servicios, todo lo escenifica en medio de la belleza y el confort.

Los bebedores de cerveza son rubios hermosos, los portadores del blue-jeans son seductores, apuestos. Pero los compradores de automóviles los superan a todos, reúnen las máximas cualidades. En sus cuerpos se refleja la máxima potencia. No solo están bien vestidos sino que también son elegantes, más hermosos aun que los otros. Se advierte que tienen la capacidad de adquirir todo lo que desean.

La propaganda trabaja con la consigna del consumidor soberano. Y esa potencia adjudicada a quienes aparecen en los spots  es real, porque estos escenifican a los ricos. La impostura consiste en la generalización a que se nos induce. Es la de imaginarnos a nuestros países poblados por seres apuestos, elegantes y adinerados. La propaganda repite, en otro código, el mismo discurso de la modernidad.

En la televisión, las telenovelas vehiculan el mismo mensaje a través de la sentimentalización de la vida, la estetización de la pobreza, la presentación de un mundo colmado de seres ricos y hermosos. Un mundo de mansiones, donde casi nadie vive del agobio del trabajo. Un mundo idílico y romántico donde el principal sufrimiento son las penas de amor.

En este consumo de imágenes placenteras y de historias con final feliz, los televidentes exorcizan la dureza de sus labores y el agobio de la metrópoli. A través de la identificación con los héroes, participan en la vida romántica y gozosa, viven como suyos los sufrimientos de los protagonistas.

Este tipo de discurso televisivo permite una resignificación de lo cotidiano, con su pesada cerga de disciplinas y deberes. No se trata de una fuga, en la cual el auditor se enfrenta al aparato sin mirar, sin emocionarse. Se trata del goce de un placer que se consigue por el involucramiento. Se trata de una actividad que, aun siendo pasiva, es conectiva.

Estas formas de construcción de una cultura hedonista para efectos de incentivación del consumo, tienen relación con un proceso muy importante ocurrido en las capas más profundas de la cultura. Ha ocurrido una extensa secularización del sentido de vida.

Al convertirse el consumo en un aspecto decisivo de los proyectos vitales se tiene que producir simultáneamente una transformación del concepto de trabajo. Tiene que producirse una generalizada mercantilización de éste. Debe desligarse del placer, de los aspectos vocacionales de realización, para pasar a ser vivido como proveedor de dinero.

Sentidos de vida que giran en torno al consumo, giran simultáneamente en torno al trabajo y/o en torno al dinero. Para que el consumo se instale masivamente de esta forma se hace necesaria la muerte de las motivaciones trascendentales, sean ellas la revolución o la emancipación humana o la fe religiosa que dicta códigos de vida.

Esa muerte de los motivos trascendentales, que orientan a los sujetos a comportamientos ascéticos o estoicos, tiene relación con el cambio de matriz cultural que ha tenido lugar en América Latina por la instalación del neoliberalismo, sea este proceso dictatorial o políticamente pacífico.

(…) El desarrollo y expansión de una matriz cultural individualista-hedonista es una herencia de las dictaduras militares o de otros procesos de constitución de un capitalismo neoliberal. Ellas han hecho culminar la mercantilización de las sociedades y producido por tanto el «aburguesamiento» de la cultura. Los sentidos de vida ligados a la matriz comunitaria han sido sustituidos por otros.

Se trata de sentidos de vida centrados en una visión individualista de la realización humana, lo cual exige eliminar las motivaciones altruistas y, despojados de carácter trascendental intra-mundano o extra-mundano.

Tomás Moulian

Capítulo del libro El consumo me consume, Tomás Moulian, Ed. Libros del Ciudadano, Chile, 1998.

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La sociedad gestionada mediante computadoras*

Publicada el 17/10/2011 - 12/05/2021 por raas

Ya se aprecia claramente que las máquinas que imitan al hombre están usurpando todas las facetas de la vida cotidiana y que tales máquinas están forzando a la gente a comportarse como ellas. Los nuevos artificios electrónicos tienen, por cierto, el poder de forzar a la gente a «comunicarse» con ellos y entre sí en los términos de la máquina. Todo aquello que estructuralmente no se adapte a la lógica de las máquinas es efectivamente «depurado» de una cultura dominada por el uso de éstas.

Por Ivan Illich

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Qué fantástica esta fiesta

Publicada el 13/10/2011 - 13/10/2011 por raas

Es hoy: desde hace siglos que el día es hoy pero ha cambiado, como todo, de nombre y de sentidos. Ya casi nadie habla de Día de la Raza: queda raro. En España dicen Fiesta Nacional –por antonomasia– y no tratan de explicar por qué no eligieron, como la mayoría de los países, un día de liberación sino uno de conquista. Otros se han puesto, últimamente, del lado del oxímoron: recuerdan el 12 de octubre por lo contrario de lo que pasó, y dicen que es el Día del Respeto a la Diversidad Cultural –Argentina–, del Descubrimiento de Dos Mundos –Chile–, de la Resistencia Indígena –Venezuela– y así de seguido.

En cualquier caso, hoy todos feriamos y festejamos sin saber del todo qué: la llegada, parece, de aquellos –casi– hispanos que durante siglos fueron presentados como una bendición hasta que las nuevas historias oficiales los convirtieron en el principio de un desastre.

El cambio de discurso fue gradual, pero terminó de consagrarse hace veinte años, cuando un dizque rey de España –que ya era este señor– fue a Oaxaca a saludar indígenas. Alguna vez vamos a hablar del rey de España, esa expresión extrema de la incapacidad para abstraer que ciertas culturas enarbolan. Por ahora hablamos de otros arcaísmos.

Como, por ejemplo, la relación de los biempensantes latinoamericanos con sus indios. Los llaman, en esta etapa de la culpa, pueblos originarios, que es lo mismo que decir aborígenes pero con un curso menos de latín. Los llaman pueblos originarios, como si hubieran crecido en las ramas de un ombú –o como si la historia no existiera.

Todos llegamos, alguna vez, a América. Los que ahora son originarios llegaron hace quién sabe quince, diez mil años. Y desde entonces fueron cambiando de lugares y poderes: un pueblo ocupaba un espacio, después otro lo sacaba de allí o lo sometía y después otro –como sucede en todas partes, penosamente, siempre. Pero la historia oficial biempensante arma una especie de cuadro ahistórico, idílico, estático en que, alrededor del año 1500, había pueblos originarios casi felices y muy legítimos y consustanciados con sus territorios, y llegaron unos señores malos y pálidos que los corrieron a gorrazos.

Los corrieron, en efecto, y eran malos, pero no más que los que los corrían cada tanto. Cortés y Pizarro pudieron invadir porque se aliaron a las víctimas de los aztecas y los incas, que preferían cualquier cosa antes que ser comidos –por los unos– o esclavizados –por los otros. Eran, sí, de color más clarito y venían de más lejos; seguramente algún esclarecido podrá explicar cuántos grados de diferencia de tono epidérmico, cuántos kilómetros de distancia separan a un invasor legitimado de uno ilegítimo. Con lo cual no pretendo justificar la invasión española, avalancha de dioses y saqueos; sólo decir que sus víctimas habían hecho lo mismo con otras víctimas unas décadas, un par de siglos antes.

En Argentina, donde todo es más reciente, está muy claro: los mapuches que ahora penan en el sur andino entraron desde Chile a fines del siglo XVIII, y echaron a sus ocupantes anteriores, los tehuelches; entre 1830 y 1875, el coronel neokirchnerista Juan Manuel de Rosas y el general viejoliberal Julio Argentino Roca se lo hicieron a ellos. Pero nada de eso importa mucho en la imagen congelada. La causa de los pueblos originarios se ha convertido en uno de esos lugares comunes que, de tan comunes, eluden cualquier tipo de debate.

El indigenismo, decía uno, es una enfermedad infantil del nacionalismo –y el otro le contestaba que el indigenismo es la versión social del pensamiento ecololó. En una sociedad que está hecha de mezclas, que debe seguir mezclándose para reinventarse, progres claman por la tradición, la pureza, la «autenticidad» de los originarios. Es esa idea conservadora de detener la evolución en un punto pasado: esa idea que cierta izquierda comparte tan bien con la derecha, aunque la apliquen a objetos diferentes.

Los progres defienden encarnizados los derechos de los aborígenes a seguir viviendo igual que sus tatarabuelos. ¿Por qué se empeñan en suponer que hay sociedades “tradicionales” que deberían conservar para siempre su forma de vida, y que lo “progresista” consiste en ayudarlos a que sigan viviendo como sus ancestros? ¿Porque ellos mismos siguen usando miriñaques y polainas, casándose con vírgenes o vírgenes, viajando a caballo con su sable en la mano, escribiendo palabras como éstas con la pluma de un ganso, reverenciando al rey, iluminándose con el quinqué que porta, temeroso, aquel negrito esclavo?

Y, sobre todo, les da mucha culpa lo que hicieron sus ancestros. Aborígenes suelen ser explotados; tanto como muchos descendientes de gallegos, rusos, sicilianos. Pero, culpa mediante, los biempensantes suponen a los originarios más derechos que a cualquier otro desposeído. Si yo fuera pobre y argentino intentaría ser originario. Los pueblos originarios son una especie protegida: tienen apoyos internacionales, oenegés, programas especiales, buena prensa automática, mientras millones de pobres no tienen casi nada. No digo que los “originarios” no tengan tanto derecho como cualquiera a una vida digna; sí digo que tienen tanto derecho como cualquiera a una vida digna y que, en el triste sistema clientelar en el que viven millones de argentinos, ser aborigen ofrece privilegios particulares producidos por esa mezcla de culpa y corrección política que se conmueve fácil con las historias atroces de la Conquista mientras olvida la marginación cotidiana, constante, de esos muchos millones de cualquieras sin pureza de sangre, misturados, tan poco originales.

Martín Caparrós
12-10-2011

fuente http://blogs.elpais.com/pamplinas

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Clavos Miguelito. Acerca de las formas de la guerra en las redes informáticas

Publicada el 25/09/2011 - 25/09/2011 por raas

Todos los estados mayores de ejército saben que no se puede ganar una guerra a fuerza de alfilerazos. El sabotaje, el atentado, la contrainformación, el uso de agentes dobles, los asesinatos selectivos de líderes políticos, incluso las acciones de guerrilla, son instrumentos de los cuáles se han valido siempre los países en guerra. Pueden llegar a desgastar al contrincante pero no decidir el curso de una conflagración. Se dice que las guerras del futuro serán “inteligentes”, breves y de “precisión”, definitivamente tecnológicas.

A veces, incluso, se las pronostica sin víctimas. Es algo que se viene prometiendo desde las épocas de los “ataques relámpago” del ejército alemán al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Hasta el momento, esa profecía se ha demostrado fraudulenta. Lo cierto es que la “política de los alfilerazos” cunde en Internet y que muchísimos filibusteros cabalgan las redes como cowboys justicieros. Sus hechos zumbones y sus picaduras fastidian a las autoridades y los potentados, pues también en la red hay oligopolios, pero no dejan de ser actividades de retaguardia, a las que, dentro de ciertos límites, se tolera a desgano, como se hace con los parásitos empecinados que viven a costa de otras especies. Sucedía, en otros tiempos, que por cada nave que los piratas capturaban o hundían, flotas enteras atravesaban indemnes el océano con sus riquezas a cuestas. En este juego hay jugadores mejor posicionados y con recursos más abundantes que les garantizan subsistencia y supremacía.

En Internet, el activismo de individuos autónomos o de comunidades que coordinan ataques sobre un enemigo en común, al estilo de la marca “Anonymus”, muy dinámica últimamente, es constante y múltiple. Según el eufemismo vigente, dejan tras de sí “daños colaterales”. Pero ya se trate de llaneros solitarios o de fraternidades conjuradas, se les da caza, a veces de a uno por uno y otras mediante la persecución jurídica o mediática de un “caso testigo”, seleccionado del enjambre anónimo como enemigo público plausible que puede hacer cuadrar al resto en un identikit genérico. En ocasiones la cacería toma como objetivo alguna pieza mayor, como parece haber sido el caso de Julian Assange, el fundador de Wikileaks.

Los departamentos de inteligencia estatal están habituados a desviar el golpe del antagonista a favor, o bien, incluso, a reconducir distintos regueros de pólvora ya existentes hacia una explosión controlada que, a su vez, suprime la amenaza. Solían recibir el nombre de “Operaciones de Bandera Falsa”. En esos casos, las represalias suelen ser desproporcionadas. Ciento veinte años atrás, las autoridades españolas decidieron dar una lección a los laboriosos anarquistas que soliviantaban el alma de los campesinos andaluces. Se escenificó un proceso espectacular en la ciudad de Cádiz.

Cientos de personas fueron acusadas de pertenecer a una secta secreta llamada “La Mano Negra”, una presunta organización terrorista. Falsos testigos incriminaron a los inculpados y al final siete campesinos fueron exhibidos en la plaza pública y de inmediato se les desnucó por aplicación del garrote vil, un método medieval de dar muerte. Dos cosas eran ciertas: había anarquistas en la región y no existió ninguna sociedad secreta. En todo caso, la protesta regional quedó momentáneamente desorganizada.

Las tecnologías de la comunicación siempre han intimado con la guerra. En 1866, durante la contienda bélica entre Austria y Prusia, el telégrafo otorgó la victoria a los alemanes por mejor y más rápida coordinación de los movimientos de tropas. Hacia 1944 el recientísimo radar concedió a los norteamericanos dominio casi total del teatro de operaciones bélicas del Pacífico. Internet mismo fue, en su origen, un dispositivo de defensa acuñado por el Pentágono. En la red informática, los piratas libertarios comparten pista con expertos en espionaje industrial, detentadores de implícitas patentes de corso concedidas por los gobiernos de Rusia o de China, y con los departamentos especializados en guerra informática de los servicios secretos o de los ejércitos de las grandes potencias.

No por nada algunos países, notablemente China, mantienen activa una división de palomas mensajeras, que no pueden ser interferidas por radares u otros modos de seguimiento. La fácil reversibilidad de la libertad ambulatoria de la información en control subrepticio no suele ser percibida como drama político porque el fetichismo de la tecnología es más poderoso que cualquier evidencia en contrario. Wael Ghonim, el ejecutivo de Goggle que estuvo en el centro de los acontecimientos que culminaron con la caída del presidente egipcio Hosni Mubarak, dijo hace unos meses: “La revolución comenzó en Facebook”. Muchos creen que Internet –su matriz técnica– es un sujeto revolucionario en sí mismo, pero acaso sea un presupuesto entusiasta por demás.

La modernización tecnológica no acarrea consigo únicamente el signo del progreso moral y político, también el de la reacción al mismo, como sucedió en Europa en la etapa de entreguerras, o en la Unión Soviética luego de la revolución de 1917, o como sucede en China actualmente. A esos despliegues históricos no se los puede detener sembrando clavos Miguelito en la red. Eso requiere de un mito de la libertad más potente aún que el manual de instrucciones del funcionamiento

Christian Ferrer

fuente: revista Artefacto www.revista-artefacto.com.ar

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El consumismo surge para contrapesar una vida llena de frustraciones

Publicada el 24/09/2011 - 24/09/2011 por raas

Un mundo laboral plagado de incertidumbres e inseguridades, un trabajador sometido a las coacciones disciplinarias y a la voluntad omnímoda de jefes y patrones. La labor como una especie de prisión a tiempo parcial, un mundo donde pocos se sienten retribuidos según su esfuerzo y tratados según su mérito. La mayoría vive el yugo de la coacción ascética, la privación de todo placer.

Es evidente que ese mundo sería asfixiante y atosigante si no existieran compensaciones fuera del mundo del trabajo. La situación general puede describirse así: una existencia laboral incierta, competitiva, en ocasiones organizada como un panóptico, más el encierro en ciudades poluidas y extenuantes, en las cuales el transporte a los lugares de trabajo absorbe una cantidad significativa de tiempo muerto. Lo más probable es que esa situación generaría un descontento sombrío.

Esa vida de pura frustración se cerniría como un fantasma amenazante sobre el orden. Por eso, frente al universo incierto y ascético de la vida laboral, se inventa como contrapeso una salida, la construcción hedonista del mundo, materializada en las posibilidades fluidas del consumo a crédito.

Extracto del libro El consumo me consume, Tomás Moulian, Ed. Libros del Ciudadano, Chile, 1998.

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Los indignados vs. la dignidad de los dignatarios… indignos

Publicada el 19/09/2011 - 22/09/2011 por raas

En España, en Chile, se está luchando por la laicidad en las escuelas o por su gratuidad; los indignados hispanos la emprenden contra el boato. Existe cierto periodismo progresista que se ha apresurado a hacer confluir tales demandas, como si en todos los casos se tratara de la lucha por libertades públicas, por el respeto y los derechos de los inmigrantes, aunque no he visto el último punto señalado en el caso de los “indignados” europeos…

Pero esas demandas y las luchas por su cumplimiento son las que planteara la burguesía hace dos o tres siglos… o las que más tarde, han sido las reivindicaciones del socialismo que procuraron apenas verlas como preámbulos de objetivos políticos mayores, como la libertad y la justicia para todos, sin distinción…

Claro está que la burguesía “cambió de bando” cuando devino dominante, y traicionó buena parte de sus postulados pasando a ocupar lugares tan privilegiados bajo el sol; y análogamente podríamos decir que no ha sido menor la decepción ante el socialismo quebrando tantos de sus postulados.

Por lo mismo, los objetivos de lucha que en tantas sociedades se abrazaron contra la rigidez feudal y el absolutismo monárquico, siguen en pie y el reclamo de igualdad que planteara el socialismo, también, precisamente porque el socialismo real, los socialismos realmente existentes, a su vez se alejaron tanto de semejante aspiración.

Por eso, probablemente hoy en día muchos plantean que la lucha entre Ollanta Humala y el APRA occidentalizado y neoliberalizado es la principal en Perú. O que se trata de elegir entre Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri en Argentina para estar con el pueblo o al margen de él; que en Uruguay la disyuntiva es entre el Frente Amplio exencuentroprogresista y exneomayoritario y la vieja estructura de abogados estancieros (o en todo caso, de burócratas batllistas, mencionando la soga en la casa del ahorcado).

Por eso, Stéphane Hessel insiste en defender los postulados de la ONU de mediados del siglo XX con los cuales cree defenderse del embate eurábico, ahora que tantos en Europa ven árabes hasta en la sopa, aunque nada dicen (tal vez ni se den cuenta… o lo den por naturalizado) de que el mundo tiene europeos hasta en la sopa.

Los jóvenes “indignados” primermundianos salen a la calle no sólo reaccionando contra el medioevo redivivo sino para defender su privilegiado y −planetariamente considerado−, parasitario estilo de vida, y ese enfrentamiento se ha convertido en “el conflicto mediático de nuestro tiempo” (y ya sabemos que la tele dictamina lo que es y lo que no es: “lo que no se ve en la tele no existe”).

Hessel con todas sus virtudes; nonagenario combativo y lúcido en primerísimo lugar, bregador impertérrito por los derechos humanos, judío radicalmente antiisraelí, revela el estado real en que nos encontramos ya entrada la segunda década del siglo XXI. Hessel fue artífice fundamental de la reconstrucción democrática de Francia contra el régimen pro-nazi de Vichy, fue también coautor de la Declaración de los Derechos Humanos que la flamante ONU redactó en 1948 procurando actualizar los de 1789.

Conviene recordar que entonces, en la segunda posguerra, los nazis resultaron los malos de la película. Eran malos nomás. Pero no eran los únicos malos; sólo que “la película” la llevó a cabo Hollywood y por eso resultaron así (ocasionalmente compartieron maldades con los japs).

Pero, ¿qué había sido el colonialismo, el racismo y el genocidio sistemático que arrasó prácticamente a todos los continentes salvo el europeo? (1)

Nuestra lucha hoy, entonces, no puede ser para que Occidente mejor sus técnicas de administración planetaria o su sistema de distribución económica.
En primer lugar, porque a fuer de repetido, habría que aclarar que es indigno.

Pero en segundísimo lugar, porque es estúpido, sin sentido… Porque es la “civilización occidental”, porque es el eje de poder que pasa por el Atlántico Norte, al que hay que agregarle el minúsculo pero decisivo enclave “civilizatorio en la barbarie” Estado de Israel, el que está deshaciendo el planeta, su biosfera, es decir, nuestra biosfera y toda la biodiversidad marina y terrestre, y lo hace cada vez más manu militari.

Así vemos la sojización paraguaya “mediada” por el ejército, así vemos las matanzas generalizadas de congoleños para arrebatarles “minerales estratégicos”, así vemos las fracturas sistemáticas de estados apetecibles, ya lograda en Sudán, en trámite en Libia…

Y a esa neobarbarie militarista hay que agregarle su fiebre tecnófila y su desprecio sistemático por la contaminación cada vez más generalizada. Llevados por ese vértigo de los “adelantos tecnológicos” que nos van enredando en una crisis ambiental cada vez menos manejable.

Una crisis también  lexicográfica, semántica: a los agrotóxicos nos los presentan como “fitosanitarios”, a las fuerzas militares que invaden y arrasan aquí y allá las denominan “de Defensa” e incluso en muchos casos “de liberación”; aluden a los zanjones y montañas de basura con la terminología de “cinturón sanitario” o “repositorio ecológico”.

Así tenemos a Occidente, “armado” de dóciles herramientas como la ONU, la OTAN, el AFRICOM. cada vez más indiferenciadas entre sí, y demás piezas por el estilo, lanzado a un nueva ofensiva de conquista. Una recolonización  del mundo que empezó, seguramente, cuando el colapso soviético. Pero que podemos ir distinguiendo cada vez más claramente.

Por eso vemos, como bien dice Javier Rodríguez Pardo, que “vienen por todo”.(2) Lo vemos con los mal llamados biocombustibles que en rigor son necrocombustibles, que restringen la cantidad de alimentos en el mundo, lo vemos con el agua, los peces, los “metales estratégicos”.

Lo vemos con el arrasamiento de Irak, una forma ecocida y genocida de adueñarse de petróleo ajeno y de constituir geopoder, cuyos extremos de destrucción registra pocos precedentes. Como se dice de Atila, las fuerzas militares del eje anglonorteamericano han destrozado todas las infraestructuras retrotrayendo a esa sociedad a “La Edad de Piedra”, como gustan algunos decir, han contaminado con uranio empobrecido todo el territorio, augurando un reguero de enfermedades atroces y sin medida, y han obligado a los campesinos más antiguos de la humanidad, del mundo, a abandonar sus milenarias semillas para comprar, bajo pena de arresto, todas las semillas a Monsanto. Lo de la “operación de limpieza” en Falluja debería ser de manual para ver cómo actúan los monstruos si los asesinos hubiesen perdido la guerra. Pero apenas podemos intuirla por indicios. Porque la están “ganando”…

Las cúpulas de poder de EE.UU., Francia, el Reino Unido, Israel ya no necesitan cumplir con instancias de mediación, compulsas diplomáticas, atender el parecer de los más próximos, o “de la comunidad”. La Organización para la Unidad Africana, OUA reclamó el papel de intermediario en el conflicto dentro de su región aparecido o creado en Libia, pero “las potencias atlánticas” ignoraron ese intento de mediación, muy sensato de una organización que agrupa decenas de estados africanos (todos menos Marruecos por su política colonialista propia, contra su vecino saharaui), que totalizan tal vez más seres humanos que todos los franceses, británicos, israelíes y estadounidenses juntos… pero claro, se trata de nigerianos, sudafricanos, egipcios, kenyattas, malíes…. todos ciudadanos que deben valer tres quintos, como valían los afros en la constitución de EE.UU. de 1776, o tal vez apenas un quinto, considerando los “valores” que se cotizan en el siglo XXI.

La ONU no es sino la cómoda coartada de ese Occidente que, desembarazado de “la opción socialista” procura readueñarse de todo. Un impulso que se ha convertido en un frenesí, a medida que se ha ido tomando conciencia de los límites planetarios, del carácter finito de los recursos.

La ONU lleva un strip-tease de medio siglo y no nos ha mostrado sus partes pudendas sino su impudicia. Apenas funcional a la neoanglificación del mundo, más poderosa hoy que bajo el British Empire. (3)

Por eso, que un personaje tan peculiar y en tantos sentidos admirable como Hessel salga a apoyar la intervención, el castigo, la matanza occidental en Libia nos sitúa en los verdaderos términos del problema que padecemos.
En primerísimo lugar, ¡qué mal estamos! El neoconservadurismo, mal llamado neoliberalismo,(4) nos ha obligado a bregar por causas ya emprendidas hace un par de siglos y sin embargo, tan borradas o retorcidas como para tener que dedicar nuestros afanes otra vez a ellas: contra el boato, por trabajo mínimamente digno, por educación gratuita, por la laicidad…

Esto significa que los personeros de los privilegios planetarios, esa porción, decisiva de los habitantes humanos (una minoría considerable del Primer Mundo y una ínfima minoría del Tercero), han logrado plantear el tironeo en una palestra que los favorece; tenemos que volver a arrancar jirones de dignidad y vida que merezca el nombre de tal porque lo que ya habían logrado “los del montón” –mediante el sindicalismo, el estado de bienestar, las luchas anticoloniales, contra el racismo y el machismo, cierto desarrollo democrático en muchas sociedades– ha sido borrado total o parcialmente, negado, neutralizado, con represión mílito-policial, con desmantelamiento de leyes sociales, o, mejor dicho, mediante la aprobación de reglas neoconservadoras, con “renacimientos” y fundamentalismos religiosos y con un afinamiento de los viejos métodos de persuasión mediática que ha dado sus frutos. Por ejemplo, haciendo pervivir en los expaíses coloniales una mentalidad ya no propiamente colonizada, pero todavía dependiente; lo que algunos analistas del fenómeno califican no ya de mentalidad colonizada, sino de mentalidad colonializada. La que sufrimos nosotros, aquí.

Lo vemos en Perú donde el flamante presidente se apresuró a reafirmar la integración del país al comercio mundial, entregando, como habitualmente, materias primas; lo vemos en Argentina donde se anudan ininterrumpidamente los grandes negocios mineros o sojeros con y dentro del comercio mundial; lo vemos en Uruguay, donde las políticas de los que fueran progresistas o guerrilleros setentistas se traduce ahora en un avance extraordinario del latifundio (monocultivos “industriales”) y en la venta sin condiciones de tierra a extranjeros, todas ellas formas de adecuar “el paisito” a las “necesidades” de los grandes consorcios transnacionales; lo vimos hace poco en Brasil con una entrega de la Amazonia al capital transnacional mucho más fulminante y radical que la llevada tímidamente adelante por un capitalista socialdemócrata como Fernando H. Cardoso. Incorporación al gran mercado mundial del capitalismo casino, llevada adelante por el gobierno “auténticamente popular” de Lula y continuado por la Rousseff.

La situación a la que nos ha llevado la extrema derecha planetaria es a que muchos inconformes breguen por un capitalismo humanizado. Es lo que vemos en la generalidad de los gobiernos sudamericanos progresistas, pero también en la Europa bajo crisis y hasta en Israel con las carpas.

Por cierto, la virulencia creciente, la brutalización represiva que vemos en África, en Palestina, en tantos países árabes, podría ser signo de debilidad y no de fortaleza, de nerviosismo porque todo el sistema, financierizado, está trastabillando; basta ver la inseguridad, la incerteza, la volatilidad del eje (¿y talón de Aquiles?) del sistema burgués: el dinero. Con  anclajes cada vez más distantes de la economía real, una economía que a su vez se apoya cada vez más en el desprecio por la salud planetaria, un “estilo” que bien puede golpearnos en cualquier momento con “efecto ketchup”, está, empero, rigiendo nuestras vidas, dominando la cultura dominante, valga la cacofonía.

En ese sentido puede considerarse secundario de si el mundo recibe los golpes de un amo fuerte o un amo débil, y hasta pierde relevancia la puja en la cual los “impresentables” del Tea Party y sus correspondientes vernáculos en nuestras tierras, reclaman la represión y la progresía (al menos con viento de cola) la evita, postulando un capitalismo sano o bueno.

Lo cierto es que la lucha por un capitalismo con rostro humano es también un cuento viejo y ya gastado. Los que hemos ido acumulando memoria histórica, conciencia política y conocimiento a secas, sabemos que esa lucha no tiene sentido. Y que dejarnos atrapar en ella es aceptar el papel del toro en el ruedo, bajo la mirada de quien domina el juego… y la carnicería. Y que la carnicería –no sólo la militar– está a la vuelta de la esquina.

El cáncer ha pasado a ser segunda causa de muerte entre niños y jóvenes mexicanos (de 1 a 19 años).

La cantidad de malformaciones congénitas crece incontenible en las zonas fumigadas de la agricultura quimiquizada. En Santiago del Estero, Argentina, un informe oficial del gobierno provincial da cuenta de que entre 2000 y 2010 se ha cuadruplicado esa cantidad de malformaciones. ¡En sólo 10 años!

Hasta la OMS, eterno ladero de los consorcios farmacéuticos menos confiables, acaba de aceptar, julio 2011, a regañadientes, luego de elusivos comunicados previos, que la frecuencia de glioma (un tipo de cáncer cerebral) ha aumentado un 40% en el mundo tras la difusión de los celulares (grosso modo, han pasado de dos mil a tres mil anuales).(5)

Hessel es un triste símbolo de la miopía de la mejor Europa. No lo conozco personalmente. Y por eso no sabe cuanto lo lamento.

Luis E. Sabini Fernández *

* Periodista, editor de www.revistafuturos.com.ar, docente de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofia y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

notas:
1) También en Europa hubo racismo y limpieza étnica anteriores al nazismo, pero comparado con lo sufrido en todos los demás continentes fue, hasta entonces, muy menor. Fue el nazismo el que desplegó en Europa el mismo estilo racista y despótico que caracterizó a la generalidad de las incursiones europeas en otros continentes. Los nazis por otra parte, declararon más de una vez que afinaron y extremaron los métodos que habían tomado de sus “maestros”, anglonorteamericanos.
2) Vienen por el oro, vienen por todo, Ediciones CICCUS, Buenos Aires, 2009. El autor hispano-argentino denuncia en su trabajo la “invasión” de ciertas mineras con extractores químicos y su avenencia con el gobierno kirchnerista argentino actual.
3) Si semejante ofensiva cultural e idiomática no ha avanzado más pese a ideólogos imperiales como Samuel Huntington es porque la resistencia y la resiliencia de los humanos y la de las naciones oprimidas y aplastadas ha sido enorme. Nada de que asombrarse: hasta el menos dotado sabe que él es su lengua, que si le arrebatan su lenguaje, su idioma, le arrebatan su ser, que su lengua es su vida. Algunas invasiones han logrado quebrar la lengua del invadido, como le ha pasado a tantas etnias amerindias. Pero si han sobrevivido, se han aferrado a su lengua, a su lenguaje. Y por otra parte, ni aun diezmados y enmudecidos, han perdido su identidad: el Machu Pichu fue descubierto, por casualidad, por un alemán, arqueólogo, en 1911. Durante cuatro siglos, ningún inca, ningún quechua, refirió su existencia a la sociedad peruana, que se había montado sobre el Tahuantinsuyo.
4) El único liberalismo que podría merecer el nombre de neo fue el keynesianismo que cambió el sentido que el liberalismo clásico siempre le había otorgado al estado. Friedrich Hayek, Milton Friedman, los economistas enrolados en los gobiernos “neoliberales” de Reagan, Thatcher, Pinochet, no han hecho sino retomar las tesis iniciales del liberalismo, de “estado mínimo”, mereciendo en todo caso el calificativo de paleoliberales.
5) Se trata apenas de un reconocimiento preliminar; basado en el primer tramo de diez años que ha podido ser estudiado. La OMS anuncia además que la frecuencia de glioma se quintuplica en jovencitos, en tanto las compañías celulares, las agencias de publicidad y los órganos periodísticos cómplices siguen apabullándonos con propaganda para que nuestros hijos usen y usen celulares… por seguridad.

fuente www.revistafuturos.com.ar

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Declaración de Ravachol, durante su proceso, en Junio de 1892 *

Publicada el 16/09/2011 - 16/09/2011 por raas

Su discurso de defensa fue interrumpido por los jueces momentos después de haberse iniciado, aquí está íntegro:

«Si tomo la palabra, no es para defenderme de los actos de los que se me acusa, ya que sólo la sociedad, que por su organización pone a los hombres en lucha continua los unos contra los otros, es la responsable.

En efecto, no vemos hoy en todas las clases y en todas las profesiones personas que desean, yo no diré la muerte, porqué eso suena mal, pero si la desgracia de sus semejantes, si ésta les puede procurar algún beneficio. Ejemplo: ¿un patrón no desea ver desaparecer un competidor? ¿Todos los comerciantes en general no querrían, y de manera recíproca, ser los únicos en disfrutar de los beneficios que puede conllevar este tipo de ocupación? ¿El obrero sin trabajo no desea, para obtener trabajo, que por un motivo cualquiera el que esté ocupado sea despedido del taller?

Pues bien, en una sociedad donde se producen semejantes hechos, no debemos sorprendernos del tipo de actos que se me reprochan, que no son más que la consecuencia lógica de la lucha por la existencia que tienen los hombres que, para vivir, están obligados a usar todo tipo de medios. Y ya que cada uno es para él mismo, el que está en la necesidad no se ve reducido a pensar: “Pues bien, puesto que esto es así, yo no tengo por que dudar, cuando tengo hambre, en emplear todos los medios a mi alcance, aun y con el riesgo de provocar víctimas! Los patronos cuando despiden a los obreros, se preocupan si se van a morir de hambre? Todos los que tienen beneficios se ocupan de si hay gente que les falta lo necesario?” Hay ciertamente algunos que prestan ayuda, pero son incapaces de aliviar a todos aquellos que están necesitados y que morirán prematuramente a consecuencia de privaciones de todo tipo, o voluntariamente por los suicidios de todo tipo para poner fin a una existencia miserable y no tener que soportar los rigores del hambre, las vergüenzas y las humillaciones sin número y sin esperanza de verlas acabar.

En esta situación se encontró la familia Hayem y la mujer Souhain que dio muerte a sus hijos para no verles sufrir más tiempo, y todas las mujeres que por temor de no poder alimentar a un hijo, no dudan en comprometer su salud y su vida destruyendo en su seno el fruto de sus amores. Y todas esas cosas pasan en medio de la abundancia de todo tipo de productos. Comprenderíamos que todo esto tuviese lugar en un país donde los productos son escasos, donde hay hambruna.

Pero en Francia, donde reina la abundancia, donde las carnicerías rebosan de carne, las panaderías de pan, donde la ropa, el calzado están amontonados en las tiendas, donde hay viviendas vacías! ¿Cómo admitir que todo está bien en la sociedad, cuando se ve tan claramente lo contrario? Habrá gente que se compadecerá de todas estas víctimas, pero que os dirán que no pueden hacer nada. Que cada uno se espabile como pueda! ¿Qué puede hacer quien le falta lo necesario mientras trabaja, cuando está desocupado? No hay más que dejarse morir de hambre. Entonces se lanzarán algunas palabras de piedad sobre su cadáver. Esto es lo que yo he querido dejar a otros. Yo he preferido hacerme contrabandista, falsificador, ladrón y asesino.

Hubiese podido mendigar: pero es degradante y cobarde, y hasta castigado por vuestras leyes que hacen un delito de la miseria. Si todos los necesitados, en lugar de esperar, tomasen donde hay, y no importa con que medio, los satisfechos entenderían quizás más deprisa que hay peligro en querer consagrar el estado social actual, donde la inquietud es permanente y la vida está amenazada a cada instante. Acabaríamos, sin duda, por comprender más rápidamente que los anarquistas tienen razón cuando dicen que para conseguir tranquilidad moral y física, es necesario destruir las causas que generan los crímenes y los criminales: no es suprimiendo a aquel que, en lugar de morir de una muerte lenta a consecuencia de privaciones que ha tenido y tendrá que soportar, sin esperanzas de verlas acabar, prefiere, si tiene un poco de energía, tomar violentamente aquello que le puede asegurar el bien estar, aun con el riesgo de su muerte, que no es más que un final para sus sufrimientos. He aquí porqué he cometido los actos que me reprochan y que no son más que la consecuencia lógica del estado bárbaro de una sociedad que no hace más que aumentar el número de sus víctimas por el rigor de sus leyes que se alzan contra los efectos sin jamás tocar las causas; dicen que se tiene que ser cruel para matar a un semejante, pero los que hablan así no ven que decidimos hacerlo tan solo para evitarnos la muerte a nosotros mismos.

Igualmente, ustedes, señores jueces, que sin duda me vais a condenar a la pena de muerte, porque creeréis que es una necesidad y que mi desaparición será una satisfacción para vosotros que tenéis horror de ver fluir la sangre humana, pero que, cuando creéis que será útil derramarla para asegurar la seguridad de vuestra existencia, no dudareis más que yo en hacerlo, con la diferencia que vosotros lo haréis sin correr ningún riesgo, mientras que, yo actué poniendo en riesgo y peligro mi libertad y mi vida. Bien, señores, hay más criminales para juzgar, pero las causas del crimen no se destruyen. Creando los artículos del código, los legisladores han olvidado que ellos no atacan las causas sino simplemente los efectos, y, entonces, no destruyen de ninguna manera el crimen; en verdad las causas siguen existiendo y, por tanto, los efectos todavía se desencadenarán. Siempre habrá criminales, aunque destruyáis uno, mañana nacerán diez.

¿Qué hacer entonces? Destruir la miseria, este germen de crimen, asegurando a cada cual la satisfacción de todas sus necesidades! Y cuan difícil es de realizar! Sería suficiente establecer la sociedad sobre nuevas bases donde todo estaría en común, y donde cada uno produciendo según sus aptitudes y sus fuerzas, podría consumir según sus necesidades. De esta manera no veremos más gente como en el ermitaño de Notre-Dame-de-Grâce, mendigando un metal del que se vuelven esclavos y víctimas! No veremos a más mujeres ceder sus cuerpos, como una vulgar mercancía, a cambio de ese mismo metal que nos impide bastante a menudo reconocer si el afecto es realmente sincero. No veremos a más hombres como Pranzini, Prado, Berland, Anastay y otros que, por obtener ese mismo metal llegan a dar muerte! Esto demuestra claramente que la causa de todos los crímenes es siempre la misma y que hay que ser realmente insensato para no verla. Sí, lo repito: es la sociedad quien hace los criminales, y vosotros, jueces, en lugar de golpearlos, deberíais usar vuestra inteligencia y vuestras fuerzas para transformar la sociedad.

De golpe suprimiríais todos los crímenes; y vuestra obra, atacando las causas, sería más grande y más fecunda que vuestra justicia que se limita a castigar sus efectos. Yo no soy más que un obrero sin instrucción, pero porque he vivido la existencia de los miserables, siento más que un rico burgués la inequidad de vuestras leyes represivas. ¿De dónde tomáis el derecho a matar o encerrar a un hombre que, puesto sobre la tierra con la necesidad de vivir, se ha visto en la necesidad de tomar aquello que le faltaba para alimentarse? Yo he trabajado para vivir y hacer vivir a los míos; hasta tal punto que ni yo ni los míos hemos sufrido demasiado. Me he mantenido lo que vosotros llamáis honesto. Después el trabajo faltó, y con el paro vino el hambre. Es entonces cuando esta gran ley de la naturaleza, esta voz imperiosa que no admite réplica: el instinto de conservación me empujó a cometer ciertos crímenes y delitos que ustedes me reprochan y de los que reconozco ser el autor.

Júzguenme, señores jueces, pero si me han comprendido, juzgándome juzgan todas las desdichas que la miseria, aliada a la ferocidad natural, ha hecho criminales, cuando la riqueza con la misma facilidad hubiese hecho honestos hombres! Una sociedad inteligente no hubiese hecho hombres pobres, y por tanto criminales, ni hombres ricos, y por tanto honestos, sino simplemente hombres»…

Ravachol **

* Su proceso se inicia el 26 de abril; fue condenado a cadena perpetua por el atentado, y a muerte en un segundo proceso, acusado de tres homicidios pasados. Muere en la guillotina el 11 de julio de 1892 en Montbrison.
** Arrestado en el Restaurante Lhérot el 30 de marzo de 1892. Al siguiente día del comienzo del juicio, una bomba estalló en el Restaurante Lhérot en represalia.

fuentes
www.alasbarricadas.org/noticias/?q=node/1189
www.es.wikipedia.org/wiki/Ravachol

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¿Dónde estamos? Algunas consideraciones sobre el tema de la técnica y las maneras de combatir su dominio

Publicada el 11/09/2011 - 12/05/2021 por raas

«¿Qué tratamos de realizar? Cambiar la organización social sobre la que reposa la prodigiosa estructura de la civilización, construida en el curso de siglos de conflictos en el seno de sistemas avejentados o moribundos, conflictos cuya salida fue la victoria de la civilización moderna sobre las condiciones naturales de vida.» William Morris, ¿Dónde estamos?

Por Miquel Amorós Seguir leyendo «¿Dónde estamos? Algunas consideraciones sobre el tema de la técnica y las maneras de combatir su dominio» →

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Guerra contra el mar

Publicada el 24/08/2011 - 23/09/2020 por raas

La especie humana, prevalida de su fuerza, obnubilada por su tecnología, enloquecida por la lógica del capital, le ha declarado una guerra de exterminio al mar y a sus pobladores.

Por Joel Sangronis Padron*
23-8-2011

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La ideología social del automóvil

Publicada el 19/08/2011 - 02/04/2021 por raas

El mayor defecto de los automóviles es que son como castillos o fincas a orillas del mar: bienes de lujo inventados para el placer exclusivo de una minoría muy rica, y que nunca estuvieron, en su concepción y naturaleza, destinados al pueblo.

Por André Gorz Seguir leyendo «La ideología social del automóvil» →

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El auto nos declaró la guerra

Publicada el 19/08/2011 por raas

«Padre, ya están aquí…
Monstruos de carne
con gusanos de hierro.
Padre, no tengáis miedo,
decid que no, que yo os espero.
Padre, que están matando la tierra.
Padre, dejad de llorar
que nos han declarado la guerra.» Joan Manuel Serrat

Nadie puede desconocer o negar la revolución que produjo el advenimiento del automotor, desde sus orígenes hasta la actualidad, tan es así, que las ciudades pensadas para las personas, o el paisaje mismo, con el correr de los años debieron planificarse, modificarse o adaptarse a los caprichos de su majestad el auto.

Quién no se ha sentido atraído en algún momento por este juguete del ingenio humano, que como ninguno nos ofrece libertad y velocidad de desplazamiento, exaltando nuestra individualidad más acendrada, volviéndonos avaros y egoístas.

Ha calado tan hondo o se ha adherido tan íntimamente a nosotros, que hoy por hoy renegar del mismo es prácticamente imposible.

Intentar algún mecanismo de reducción, sería considerado casi un delirio por los defensores a raja tablas del progreso, del crecimiento o de las comodidades y status que el mismo brinda.

Recordemos que la matriz petróleo dependiente en el mundo, sus políticas de dominación y los profundos descalabros ambientales, se justifican casi mayoritariamente por su ligazón a esta tecnología.

Esta invención, que en su momento estuvo al servicio de las personas, se ha convertido hoy, en un tirano cruel, que reclama cada día in crescendo su cuota parte de sacrificios humanos, que a nadie parece preocuparle, mucho menos a los gobiernos y sus funcionarios.

Como en el relato de Frankenstein o las películas de ciencia ficción, la criatura se ha  independizado de su creador y lo ha convertido en su esclavo y su víctima.

La reiterativa visión de vehículos destrozados, con hierros retorcidos, cuerpos inertes, llantos y pérdidas desgarradoras, han galvanizado al extremo nuestra sensibilidad y el sentido de alerta.

Convivimos con la muerte evitable, sin inmutarnos.

Tan es así, que nos parece normal y cotidiano, que se exija como obligatorio llevar como accesorio del auto, el botiquín de primeros auxilios y la sábana para tapar piadosamente los cadáveres en caso de eventos dañosos, que seguramente se producirán.

Ello no difiere en mucho con las bolsas negras y medicamentos en las guerras.

Lo expresado es demostrativo de que el accidente, cuyo significado es: suceso imprevisto, elemento que no forma parte de la naturaleza o la esencia de una cosa, haya devenido en una posibilidad natural, no remota y casi siempre producible. Hay certidumbre de la desgracia.

Lo dicho ha llevado que, a instancias de la Organización Mundial de la Salud, el Secretario General de la ONU, en el mes de marzo declarara al 2011, como el comienzo del “Decenio de Acción para la Seguridad Vial 2011- 2020”, a los fines de minimizar sus tétricos saldos.

Sepamos que por año en el mundo, muere la aterradora cantidad de 1.300.000 personas y más de 50 millones de ellas, reciben distintos tipos de heridas, a lo que se debe sumar otra serie de daños colaterales atribuidos directamente a los automotores, como ser afecciones respiratorias y cardiológicas, producto de la contaminación en los centros urbanos, que en algunos casos multiplica hasta por cinco veces los efectos perjudiciales referidos. Es la principal causa de muerte entre los niños y jóvenes de 5 a 29 años.

La sumatoria de todos los conflictos bélicos producidos en el Planeta, no llega ni por lejos a las cifras de bajas mencionadas, ante la indiferencia y complicidad generalizada.

Lo peor, es que todos los pronósticos, de no hacerse algo al respecto, dicen que para el año 2030 estos números podrían duplicarse.

Pese a este genocidio, el mundo se mueve en sintonía con el auto y por ello, no es descabellado afirmar que el mismo se ha convertido casi en una suerte de epidemia maltusiana.

Por su parte los gobiernos en sus distintas competencias, nacionales, estaduales o locales, poco hacen para combatir este flagelo, aunque digan lo contrario.

Es más, no sólo que se rinden incondicionalmente ante las automotrices, sino que celebran como un síntoma de desarrollo el incremento de ventas, atribuyendo todos los males provocados, a la irresponsabilidad conductiva o el consumo de alcohol por parte de algunos conductores. Todo vale, para ocultar que lo que mata es el auto y no la forma de manejo.

No es sencillo combatir este poderoso enemigo, arraigado como pocos en la conciencia social como factor de status y libertad, pero de allí a fomentarlo y congratularlo, hay un largo trecho.

Todos saben que el tren, de cargas o pasajeros, se lleva las palmas por sus ventajas comparativas en términos económicos, de seguridad y ambientales.

Pero vaya paradoja, hasta algunas de las grandes multinacionales de la ecología, que se rasgan las vestiduras ante todo tipo de proceso productivo, se maquillan y hacen lobby a favor de este medio, prohijando el uso de automotores híbridos y eléctricos y reclamando enérgicamente a los Estados la adopción de los mismos, seguramente con el aplauso de las automotrices.

En una actitud hipócrita, no se preguntan de dónde saldrá la energía eléctrica para abastecer esta nueva demanda, o sobre los impactos que generará el aumento de la actividad minera (de la que reniegan) para proveer materiales cada vez más escasos y estratégicos para esta variante tecnológica del transporte individual.

No es suficiente denostar la mega minería, los biocombustibles o la quema de hidrocarburos para salvar el Planeta, sino entendemos que todas esas actividades en la mayoría de los casos son meras subsidiarias de las multinacionales automotrices.

El auto, con motores de combustión interna o eléctrica, siempre producirá las mismas consecuencias dañosas, ya que el origen de los males está en su propia esencia.

Por fortuna, algunos países inteligentes se han dado cuenta de ello y día a día mejoran sus servicios públicos de transporte. En los otros se actúa a contramano del sentido común y de la vida.

Es hora de pensar seriamente en el transporte masivo de calidad y con seguridad, desalentando el uso del individual.

Pero para ello se necesita: decisión, voluntad política y compromiso con la vida, atributos que no siempre abundan en las instituciones públicas, mientras los intereses de las automotrices siguen invadiendo todos los ámbitos de la vida social.

Hoy sería impensable tratar de prohibir el automotor, no obstante debería intentarse establecer un sistema de premios y castigos para los usuarios, vía normas impositivas que desalienten determinados usos, tamaños, cilindradas, cantidades de unidades por núcleo familiar, prácticas, etc.

A la par, se debería trabajar con sensatez y celeridad para ofrecer a los usuarios un sistema de transporte eficiente, económico, racional y sustentable, que privilegie la seguridad, el ambiente, la vida y la calidad de ella, para toda la comunidad y no solo las ganancias e intereses de unos pocos.

Ricardo Luis Mascheroni
Docente e Investigador Universitario

fuente http://argentina.indymedia.org/news/2011/08/790372.php

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Consumo, deseo, placer

Publicada el 16/08/2011 - 24/09/2011 por raas

En las sociedades modernas podemos encontrar tres figuras ético-culturales arquetípicas: la del asceta, la del hedonista y la del estoico. Reflexionar sobre ellas nos puede permitir analizar el problema del consumo.

Para el asceta el «sentido de la vida» o la dirección de su proyecto existencial es realizar objetivos trascendentales, a través de una negación de sí mismo, la cual envuelve la negación de los otros, en la medida que la finalidad superior lo exija. El asceta busca la salvación, la cual puede tomar una forma intramundana, concretada en la lucha política por la emancipación, o puede tomar la forma de una salvación extra-mundana, en la otra vida. El asceta puede encarnarse en un militante revolucionario, como el Che, en un filántropo extremo, como el Doctor Schweitzer, o en un apóstol religioso como Sor Teresa.

La modalidad del asceta nos ha fascinado durante mucho tiempo. El héroe, que es la figura superior, forma parte de cierto imaginario religioso y político también, muy seductor, porque realiza el absoluto. Albert Camus en La Peste hizo un retrato inolvidable de uno de esos héroes radicales, que incluso carecen del auxilio de la esperanza en la vida eterna, que actúan por motivos puramente humanos, entregándose sin tener la promesa del cielo.

Se trata de personas dispuestas a dar su vida, pero que exigen el máximo rigor moral, la máxima coherencia entre discurso y acción. Se la imponen a sí mismos y la exigen de los otros. Algunos llegan a tener la fibra de los inquisidores o de los fanáticos, que consideran mundanos todos los placeres, porque están entregados en cuerpo y alma a una Causa devoradora. Para el asceta, los placeres y goces están subordinados a las finalidades trascendentes que dan sentido a la existencia.

En el extremo contrario se ubica el hedonista. Este sólo responde al llamado de los placeres. Para esta figura arquetípica el deseo no constituye en sí mismo un goce, puesto que sólo encuentra sentido en la consumación, por tanto se tranquiliza exclusivamente en la realización vertiginosa, en la voracidad. Todo límite le parece una negación, cualquier control, interno o externo, una represión. El deseo lo inquieta. Necesita acabarlo, como si fuera una sensación de hambre que roe las entrañas. Debe consumar lo más rápidamente posible el deseo, llegar al goce y reempezar, porque el placer es sólo la sombra del deseo.

En efecto, siempre será inconmensurable la distancia entre deseo y placer. Este último es la realización contingente de algo que se experimenta como absoluto. El hedonista abomina del deseo, puesto que está totalmente volcado al goce, a la búsqueda de la suspensión del deseo, a la saciedad.
Es pues un ser sin interior, totalmente poseído por los objetos (bienes o personas) en quienes encuentra la satisfacción.

Entre medio de esas dos figuras opuestas se ubica la que nos interesa reivindicar. Es la figura del estoico. Para éste el deseo está en el centro del existir. El arte de vivir consiste en la economía y administración de ese deseo en función de la realización del yo a través del vínculo social, o sea en el nosotros.

El asceta practica la anulación del yo en función del nosotros y el hedonista practica el narcisismo, esto es la anulación del nosotros. El estoico representa la figura mora! donde el deseo se hace compatible con la solidaridad, donde deja de ser voraz y consumatorio, de modo de hacer factible el vínculo social. La figura moral del estoico representa en nuestra cultura a aquellos que intentan preservar su estructura íntima del asedio vertiginoso de esta sociedad consumatoria, en la que el mercado trata de devoramos y el alud de información impedirnos pensar.

Como estas sociedades capitalistas necesitan de consumidores ávidos, ellas buscan instalar el consumo como una necesidad interior. Cuando el consumo es el eje o el motivo central de un proyecto existencial, puede decirse que éste se instala como «sentido de vida». Eso constituye una hipertrofia del consumo, significa su transformación en un motivo esencial, cuya privación haría desmoronarse el proyecto vital.

Tomás Moulian

Capítulo del libro El consumo me consume, Tomás Moulian, Ed. Libros del Ciudadano, Chile, 1998.

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Por qué Linux es más seguro que Windows

Publicada el 14/08/2011 - 14/08/2011 por raas

(En Junio de 2010) Google anunció que sus empleados dejarían de utilizar Windows, alegando que Windows tenía algunos huecos de seguridad importantes. Como ya vimos, si bien esto es cierto, puede tratarse de una estrategia comercial.

Sin embargo, esta decisión me dejó pensando: ¿qué hace más seguro a Linux? Cualquier usuario de Linux se da cuenta que es mucho más seguro… se siente más seguro que Windows. Pero, ¿cómo explicar esa «sensación»?

Este post es el fruto de varias horas de reflexión y búsqueda en internet. Si todavía usás Windows y querés saber por qué Linux es más seguro o si sos un usuario de Linux que disfruta de sus mieles y querés saber qué hace de Linux un mejor sistema en materia de seguridad, te recomiendo que leas este post detenidamente. Es largo pero vale la pena.

Introducción: ¿qué es la seguridad?

Mucha gente cree que es correcto decir que un producto es seguro, así por ejemplo, Windows es más seguro que Linux, Firefox más seguro que IE, etc. Esto es parcialmente cierto. En realidad, la seguridad no es un producto, algo que viene ya armadito y para llevar. Se trata, más bien, de un proceso en la que el usuario juega un rol central. En otras palabras, la seguridad es un estado que debe ser mantenido activamente a través de una interacción adecuada y responsable entre el usuario y el software y/o sistema operativo instalado.

Ningún software o sistema operativo es capaz de aportar ningún tipo de seguridad si el administrador pone claves tontas como «123», o si no toma los recaudos del caso. Dicho esto, sí es cierto que hay programas y SO más seguros que otros en tanto tienen menos «agujeros» o vulnerabilidades, se actualizan más rápido y, en términos generales, le hacen la vida más difícil a los atacantes.

Es en este sentido que podemos decir, por ejemplo, que Linux es más seguro que Windows. Ahora bien, ¿qué es lo que hace que Linux sea más difícil de vulnerar? Bueno, una respuesta que he leído y escuchado hasta el artazgo tiene que ver con el «security through obscurity» o «seguridad por oscuridad». Básicamente, lo que argumentan muchos supuestos «expertos en seguridad» cuando se les pregunta por qué Linux es más seguro es que como la mayor parte del mercado de SO está en manos de Microsoft Windows, y los hackers malos quieren hacer el mayor daño posible, entonces apuntan a Windows. La mayor parte de los hackers quieren robar la mayor cantidad de información posible o realizar alguna acción que los destaque por sobre los demás y les dé «prestigio» dentro de su círculo. En la medida en que Windows es el SO más usado, realizan todos los esfuerzos para crear hacks y virus que afecten ese SO, dejando de lado los demás.

Me parece muy importante destacar que hoy prácticamente nadie cuestiona que efectivamente Linux sea más seguro que Windows. En lo que se equivocan los supuestos «expertos» es en la fundamentación, he aquí la razón por la que me senté a escribir este artículo.

Los «expertos», como decía, sólo se basan en un mero dato estadístico para explicar por qué Linux es más seguro: existen menos virus y malwares para Linux en comparación con la enorme cantidad que hay para Windows. Ergo, Linux es más seguro… por ahora. Claro, al basar toda su argumentación en este mero dato, en la medida en que más usuarios se pasen a Linux, los hackers malos van a concentrarse cada vez más en crear utilidades y herramientas malignas para explotar todas y cada una de las vulnerabilidades de Linux. Se trata simplemente de un sistema de incentivos, que haría más atractivo para los hackers desarrollar virus y malware para Linux en la medida en que se vaya haciendo cada vez más popular. La supuesta seguridad de Linux, si acordamos con el análisis de los «expertos», sería una gran mentira. Linux no sería seguro sino utilizado por poca gente. Nada más… Yo creo, en cambio, que la mayor seguridad que aporta Linux se basa en algunos aspectos fundamentales de su diseño y estructura.

Otro dato estadístico alcanza para empezar a darnos cuenta de que los «expertos» no saben nada. El servidor web Apache (un servidor web es un programa que se encuentra alojado en una computadora remota que aloja y envía las páginas a tu explorador web cuando vos, visitante, pedís acceso a esas páginas), que es software libre y corre generalmente bajo Linux, tiene la cuota de mercado más grande (mucho mayor que la del servidor IIS de Microsoft) y a pesar de ello sufre muchos menos ataques y tiene menos vulnerabilidades que la contraparte de Microsoft. En otras palabras, en el mundo de los servidores donde la historia es al revés (Linux + Apache poseen la mayor cuota del mercado), Linux ha demostrado ser más seguro que Windows. Las empresas de software más grandes del mundo, los proyectos científicos más ambiciosos, incluso los gobiernos más importantes, todos eligen Linux para almacenar y proteger la información de sus servidores y cada vez más son aquellos que lo están empezando a elegir como sistema de escritorio. ¿Vos que vas a elegir?

Las 10 características que hacen a Linux muy seguro

En contraste con el endeble papelucho de cartón en el que, con suerte, te puede llegar el CD de Linux (estoy pensando en un Ubuntu, por ejemplo), el CD de Windows típicamente viene en una cajita de plástico que está cerrada herméticamente y que tiene una etiqueta bien visible que te pide con ansias que prestes conformidad con los términos de la licencia que acompaña al CD y que probablemente encuentres en la prolija caja de cartón en la que todo venía empaquetado. Este sello de seguridad está diseñado para prevenir que los gusanos vulneren la cajita de plástico de tu CD e infecten tu copia de Windows antes de que sea efectivamente instalada, lo cual constituye un recaudo importante y un activo de seguridad invaluable.

Claramente Windows le saca ventaja a Linux en lo que respecta a la seguridad física de sus copias (jaja), pero ¿qué sucede una vez que ya lo instalamos? ¿Cuáles son las 10 características que hacen a Linux más seguro que Windows?

1. Es un sistema multiusuario avanzado.

En la medida en que Linux se basa en Unix, originalmente pensado para su utilización en redes, se explican algunas de sus importantes ventajas en relación a la seguridad respecto de Windows. El usuario con más privilegios en Linux es el administrador; puede hacer cualquier cosa en el SO. Todos los otros usuarios no obtienen tantos permisos como el root o administrador. Por esta razón, en caso de ser infectado por un virus mientras un usuario común está sesionado, sólo se infectarán aquellas porciones del SO a las que ese usuario tenga acceso. En consecuencia, el daño máximo que ese virus podría causar es alterar o robar archivos y configuraciones del usuario sin afectar seriamente el funcionamiento del SO como un todo. El administrador, además, estaría habilitado para eliminar el virus fácilmente.

Una vez que concluye la instalación de cualquier distro Linux, se nos solicita que creemos un root y un usuario común. Esta falta total de seguridad que involucra la creación de más de un usuario por computadora es la causante de su poca popularidad. ¡Ja! No, hablando en serio, esta es una de las razones por las que Linux es más seguro.

En comparación, por ejemplo en Windows XP, las aplicaciones de usuario, como Internet Explorer, tienen acceso a todo el sistema operativo. Es decir, supongamos que IE se vuelve loco y quiere borrar archivos críticos del sistema… bueno, podría hacerlo sin problemas y sin que el usuario se entere de nada. En Linux, en cambio, el usuario tendría que configurar explícitamente la aplicación para que corriese como root para introducir el mismo nivel de vulnerabilidad. Lo mismo sucede con los propios usuarios. Supongamos que una persona se sienta en mi compu con WinXP. Va a C:\Windows y borra todo. No pasa naranja. Lo puede hacer sin problemas. Claro, los problemas vendrán la próxima vez que intente iniciar el sistema. En Windows el usuario y cualquier programa que él instale tienen acceso para hacer prácticamente cualquier cosa en el SO. En Linux esto no sucede. Linux utiliza una administración de privilegios inteligente por el cual siempre que el usuario quiera hacer algo que sobrepase sus privilegios se pedirá la contraseña del root.

Sí, es molesto… pero es lo que lo hace seguro. Hay que escribir la bendita contraseña cada vez que se quiera hacer algo que potencialmente pueda afectar la seguridad del sistema. Esto es más seguro porque los usuarios «comunes» no tienen acceso para instalar programas, ejecutar llamadas del sistema, editar archivos del sistema, cambiar configuraciones críticas del sistema, etc.

Desde el principio, Linux fue diseñado como un sistema multiusuario. Incluso ahora, las debilidades más importantes de Windows están vinculadas a sus orígenes como sistema independiente para 1 sólo usuario. Lo malo del modo de hacer las cosas en Windows es que no hay capas de seguridad. Es decir, una aplicación de alto nivel, como un explorador de internet o un procesador de textos, están unidos y pueden acceder a las capas más bajas del sistema operativo, con lo cual la más pequeña vulnerabilidad puede dejar expuesto a todo el sistema operativo.

Desde Windows Vista, se introdujo en Windows el Control de Cuentas de Usuario (UAC por sus siglas en inglés) que hace que cada vez que quiera ejecutarse un programa o realizarse alguna tarea potencialmente peligrosa se requiera la contraseña del administrador. Sin embargo, sin contar el hecho de que al menos aquí en Argentina casi todos siguen usando WinXP por su comodidad y facilidad, la mayor parte de los usuarios de Win7 o Win Vista se loguean siempre como administradores o le otorgan derechos de administrador a sus usuarios. Al hacerlo, cada vez que quieran realizar alguna de estas tareas «peligrosas» el sistema simplemente mostrará un cuadro de diálogo que el usuario debe aceptar o rechazar. Cualquier persona que se siente en tu escritorio y/o se apodere de tu máquina automáticamente tiene privilegios de administrador para hacer lo que se le cante. Para una comparación completa entre UAC y su, sudo, gksudo, etc. les recomiendo leer este artículo de Wikipedia.

2. Mejor configuración por defecto.

Por su parte, la configuración por defecto en todas las distros Linux es mucho más segura que la configuración por defecto de Windows. Este punto está íntimamente vinculado con el anterior: en todas las distros Linux el usuario tiene privilegios limitados, mientras que en Windows casi siempre el usuario tiene privilegios de administrador. Cambiar estas configuraciones es muy fácil en Linux y un poco complicado en Windows.

Claro que cualquiera de éstos puede ser configurado de tal modo de convertirlo en un sistema inseguro (al correr todo como root en Linux, por ejemplo) y Windows Vista o Windows 7 (que, por cierto, copiaron algunas de estas características de Linux y Unix) podrían configurarse de mejor modo para hacerlos más seguros y ejecutarse bajo una cuenta más restringida que la del administrador. Sin embargo, en la realidad esto no sucede. La mayor parte de los usuarios de Windows tiene privilegios de administrador… es lo más cómodo.

3. Linux es mucho más «asegurable»

En la medida en que la seguridad, como vimos al comienzo, no es un estado sino un proceso, aún más importante que venir «desde fábrica» con una mejor configuración por defecto es poder brindarle al usuario la libertad suficiente como para adaptar los niveles de seguridad a sus necesidades. A esto es a lo que yo llamo «asegurabilidad». En este sentido, Linux no sólo es reconocido por su enorme flexibilidad sino por permitir ajustes de seguridad que serían imposibles de conseguir en Windows. Esta es la razón, precisamente, por la que las grandes empresas eligen Linux para administrar sus servidores web.

Podrá sonar muy «zen», pero esta situación me recuerda a una anécdota que alguien me contó alguna vez. No sé si todavía sigue sucediendo pero me dijeron que en China la gente le pagaba al médico cuando estaba bien y dejaba de hacerlo cuando estaba mal. Es decir, al revés de lo que hacemos nosotros en la «sociedad occidental». Aquí sucede algo parecido. En Windows existe un enorme mercado en torno a la seguridad pero que se basa esencialmente en controlar o disminuir los efectos y no las causas que hacen de Windows un sistema inseguro. En Linux, en cambio, un usuario intermedio o avanzado puede configurar el sistema de tal modo que sea prácticamente impenetrable sin que ello implique la instalación de un antivirus, antispyware, etc. En otras palabras, en Linux el foco está puesto en las causas, o sea en las configuraciones que hacen a un sistema más seguro; mientras que en Windows el acento (y el negocio) está puesto en las consecuencias de una posible infección.

4. No hay archivos ejecutables ni registro

En Windows, los programas maliciosos generalmente son archivos ejecutables que, luego de engañar al usuario o saltear su control, se ejecutan e infectan la máquina. Una vez que esto sucedió es muy difícil removerlos ya que, en caso de que podamos encontrarlo y eliminarlo, éste se puede replicar e incluso puede guardar configuraciones en el registro de Windows que le permitan «revivir». En Linux, en cambio, no existen, estrictamente hablando, archivos ejecutables. En realidad, la ejecutabilidad es una propiedad de cualquier archivo (sin importar su extensión), que el administrador o el usuario que lo creó puede otorgarle. Por defecto, ningún archivo es ejecutable a menos que alguno de estos usuarios así lo establezcan. Además, Linux utiliza archivos de configuración en vez de un registro centralizado. Es conocida aquella frase que dice que en Linux todo es un archivo. Esta descentralización, que permite evitar la creación de una enrome base de datos hipercompleja y enredada, facilita enormemente la eliminación y detección de los programas maliciosos así como dificulta su reproducción teniendo en cuenta que un usuario normal no puede editar archivos del sistema.

5. Mejores herramientas para combatir los ataques zero-day

No siempre alcanza con tener todo el software actualizado. Los ataques zero-day (un ataque que explota vulnerabilidades que los propios desarrolladores del software todavía desconocen) son cada vez más comunes. Un estudio ha demostrado que lleva solamente seis días a los crackers desarrollar software malicioso que explote estas vulnerabilidades, mientras que le lleva meses a los desarrolladores detectar estos agujeros y lanzar los parches necesarios. Por esta razón, una política de seguridad sensible tiene siempre en cuenta la posibilidad de ataques zero-day. Windows XP no cuenta con tal provisión. Vista, en modo protegido, aunque es útil, provee solamente protección limitada a los ataques a IE. En contraste, la protección provista por AppArmor o SELinux es ampliamente superior, proveyendo una protección muy «fina» contra cualquier tipo de intento de ejecución de código en forma remota. Por esta razón, es cada vez más común que las distros Linux vengan con AppArmor (SuSE, Ubuntu, etc.) o SELinux (Fedora, Debian, etc.) por defecto. En otros casos, se pueden bajar fácilmente desde los repositorios.

6. Linux es un sistema modular.

El diseño modular de Linux permite eliminar un componente cualquiera del sistema en caso de ser necesario. En Linux, se podría decir que todo es un programa. Hay un programita que gestiona las ventanas, otro que gestiona los logins, otro que se encarga del sonido, otro del video, otro de mostrar un panel de escritorio, otro que funciona como dock, etc. Finalmente, como las piezas de un lego, todas ellas forman el sistema de escritorio que conocemos y utilizamos diariamente. Windows, en cambio, es un enorme bloque de cemento. Es un bodoque que es muy difícil de desarmar. Así, por ejemplo, en caso de que tengas la sospecha de que Windows Explorer tiene alguna falla de seguridad, no vas a poder eliminarlo y reemplazarlo por otro.

7. Linux es software libre.

Sí, definitivamente esta es una de las razones más importantes por las que Linux es un SO mucho más seguro que Windows porque en primer lugar los usuarios pueden saber exactamente qué hacen los programas que componen el SO y, en caso de detectar una vulnerabilidad o irregularidad, pueden corregirla al instante sin tener que esperar un parche, actualización o «service pack». Cualquiera puede editar el código fuente de Linux y/o los programas que lo componen, eliminar la brecha de seguridad y compartirla con el resto de los usuarios. Además de ser un sistema más solidario, que incentiva la participación y la curiosidad de los usuarios, es mucho más práctico a la hora de resolver agujeros de seguridad. Más ojos permiten la detección y solución más rápida de los problemas. En otras palabras, hay menos agujeros de seguridad y los parches se lanzan más rápidamente que en Windows.

Además, los usuarios de Linux estamos mucho menos expuestos a los programas spyware y/o cualquier otro programa que obtenga información del usuario en forma oculta o engañosa. En Windows, no tenemos que esperar a infectarnos con algún programa malicioso para sufrir este tipo de robo de información; existen pruebas de que el propio Microsoft e incluso otros programas muy reconocidos realizado por otras empresas, han adquirido información sin el consentimiento de los usuarios. Concretamente, Microsoft es acusado de utilizar software con nombres confusos, como el Windows Genuine Advantage, para inspeccionar los contenidos de los discos rígidos de los usuarios. El acuerdo de licencia incluido en Windows requiere que los usuarios acepten esta condición antes de usar Windows y afirma el derecho de Microsoft para hacer este tipo de inspecciones sin notificar a los usuarios. En definitiva, en la medida en que la mayor parte del software para Windows es privativo y cerrado, todos los usuarios de Windows y los desarrolladores de programas para ese SO dependen de Microsoft para solucionar las brechas de seguridad más graves. Lamentablemente, Microsoft tiene sus propios intereses en materia de seguridad, que no necesariamente son los mismos que los de los usuarios.

Existe el mito de que, al estar disponible públicamente su código fuente, Linux y todos los programas de software libre que corren bajo Linux son más vulnerables porque los hackers pueden ver cómo funcionan, encontrar los huecos de seguridad más fácilmente y sacar provecho de ellos. Esta creencia está muy vinculada al otro mito que nos encargamos de deshacer al comienzo del artículo: la oscuridad trae seguridad. Esto es falso. Cualquier experto en seguridad realmente serio sabe que la «oscuridad», en este caso dada por tratarse de software de código cerrado, dificulta la detección de las brechas de seguridad por parte de los propios desarrolladores, así como dificultan el informe y detección de estas brechas por parte de los usuarios.

8. Repositorios = chau cracks, seriales, etc.

El hecho de que Linux y la mayor parte de las aplicaciones que se escriben para correr en él sean software libre ya, de por sí, es una enorme ventaja. No obstante, si esto no estuviera combinado con el hecho de que todo ese software se encuentra disponible para su descarga e instalación desde una fuente centralizada y segura, probablemente su ventaja comparativa respecto de Windows no sería tan considerable.

Todos los usuarios de Linux sabemos que al instalar Linux automáticamente nos olvidamos de buscar seriales y cracks que, por otra parte, nos obligan a navegar por sitios inseguros o deliberadamente diseñados para hacer caer a los usuarios y jugar con sus necesidades. Tampoco precisamos de la instalación de ningún crack, los cuales muchas veces tienen algún virus o malware por ahí escondido. En cambio, sí tenemos, dependiendo de la distro que usemos, una serie de repositorios desde los cuales bajamos e instalamos el programa que necesitemos con un simple clic. Sí, ¡así de fácil y seguro!

Ya desde los primeros pasos de la instalación de Windows, éste demuestra su amplia superioridad en términos de seguridad. A medida que el proceso de instalación comienza, se insiste que el usuario ingrese un número de serie antes de continuar. Sin esta información vital, el usuario no puede continuar con la instalación. La mayor parte de los usuarios de Windows por suerte todavía no saben que una búsqueda rápida en Google puede brindarle acceso a miles de seriales, así que esta pieza de información es la defensa más poderosa contra los indeseados back-doors. Sí… es un chiste. 🙂 ¿Qué seguridad brinda un sistema que puede ser crackeado y vulnerado de modo que se pueda evitar el ingreso del serial, único medio a través del cual Microsoft se asegura que los usuarios paguen por sus copias? Es un SO tan malo que ni siquiera pueden (¿ni quieren?) hacerlo invulnerable de modo tal que todos paguen por sus copias.

9. 1, 2, 3… Actualizando

Si sos como la mayoría de las personas que conozco, usás WinXP. El primer XP venía con el IE 6 (de agosto de 2001), el XP con el service pack 1 venía con el IE 6 SP1 (de septiembre de 2002) y el XP SP2 venía con el IE 6 SP2 (de agosto de 2004). En otras palabras, en el mejor de los casos, estás utilizando un explorador que fue desarrollado hace casi 6 años. No hace falta explicar la enormidad que esto significa en términos del desarrollo de software. En esos años no sólo se detectaron y explotaron miles de vulnerabilidades al WinXP sino también al explorador que utiliza por defecto.

En Linux la cuestión es bien diferente. Es mucho más seguro que Windows porque está siendo permanentemente actualizado. Gracias a que Linux es un sistema modular, desarrollado como software libre y que cuenta con un sistema de repositorios de gestión de actualizaciones e instalación de nuevos programas, estar al día es una pavada. Desde el explorador de internet hasta el más recóndito programita que gestiona los privilegios de usuarios o la gestión de las ventanas, etc., pasando por el kernel y los drivers necesarios para el funcionamiento del sistema, todo se actualiza mucho más rápido y fácil que en Windows.

Precisamente, en Windows, las actualizaciones se realizan una vez por mes. Claro, eso si no las desactivaste, ya sea porque te resultaban molestas, porque consumían parte de tu ancho de banda o simplemente por temor a que Microsoft detectara de algún modo tu copia ilegal. Pero eso no es lo peor. La actualización de cada una de las aplicaciones es independiente, esto significa que Windows no se encarga de actualizarlas, cada una de ellas tiene que encargarse de ello. Como bien sabemos, muchas no tienen la opción de buscar las actualizaciones. Es el usuario el que se tiene que preocupar por enterarse del lanzamiento de una nueva versión, la descarga y la posterior actualización (siempre con el temor de no saber si tiene que borrar la versión anterior o no).

10. Diversidad, bendita tu eres entre todas.

Los usuarios de Windows están acostumbrados a que Microsoft les diga qué programa utilizar para cada cosa. De este modo, la utilización del sistema se supone que es más sencilla, se crean estándares comunes, se facilita la compatibilidad, etc. En fin, todo esto ha demostrado ser falso. Por el contrario, ha contribuido meramente a la uniformidad y el direccionamiento desde arriba, como si se tratara de una dictadura. Esa homogeneidad ha facilitado enormemente la tarea de los atacantes para detectar vulnerabilidades y escribir programas maliciosos que las exploten.

En comparación, en Linux existen una cantidad infinita de distribuciones con diferentes configuraciones, rutas de sistema, sistemas de gestión paquetes (unos usan .deb, otros .rpm, etc.), programas de gestión de todas las actividades del sistema, etc. Esta heterogeneidad dificulta enormemente el desarrollo de virus que tengan un amplio impacto, como sí es posible en Windows.

Los detractores de Linux dicen que más distribuciones equivalen a una mayor propensión de error y, por consiguiente, mayores vulnerabilidades de seguridad. Esto, en principio, podría ser cierto. Sin embargo, como acabamos de ver, esto se ve más que compensado por el hecho de que esas vulnerabilidades son más difíciles de explotar y terminan afectando a menos gente. En definitiva, los incentivos de los hackers para escribir software malicioso que afecte a estos sistemas disminuyen notablemente.

Yapa. Los programas para Linux son menos vulnerables que sus contrapartes para Windows.

Esto es algo que, de algún modo, ya lo mencioné al desarrollar algunos de los otros puntos pero me pareció importante destacarlo como un punto aparte. El software para Linux es más seguro y menos vulnerable que su contraparte para Windows por varios de los aspectos que también caracterizan a Linux: es software libre, se actualiza mucho más rápido, se obtiene a través de los repositorios, existe una enorme diversidad de programas, etc. Es decir, tanto en su diseño y desarrollo como en su distribución y ejecución, los programas para Linux brindan mayores ventajas de seguridad.

Pablo Castagnino

fuente http://usemoslinux.blogspot.com/2010/06/por-que-linux-es-mas-seguro-que-windows.html

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Los oídos de Dios

Publicada el 07/08/2011 por raas

El general llegó a la provincia en su avión particular, se atusó el bigotito y sin perder un instante subió a los siete coches que lo llevaron directamente, junto con sus edecanes, a la vieja casona donde funcionaba la emisora local, en cuyos fondos un enorme gallo rojo y sus diez gallinas temían, aterrados, que los ilustres visitantes significasen cena de agasajo o sea degollación para ellos.

Las aves estaban allí porque las autoridades de la emisora, a petición del sereno, le habían permitido criarlas para compensar con su venta o consumo un sueldo tan estrecho, y el general, a la sazón presidente de la república, estaba allí porque iba a asistir a una transmisión en cadena, para toda América Latina, donde hablaría de su plan de gobierno para desarrollar a las provincias pobres.

Un par de horas antes de la llegada del presidente los servicios de seguridad husmearon por todos los rincones de la casa y le ordenaron al sereno que colocase en el patio una valla para evitar que las gallinas se metiesen en la sala de transmisión, como aquella vez, cuando en plena novela radial de la siesta se oyeron cacareos o aquella otra cuando el canto de un gallo trasnochado salió al éter introduciendo elementos corraleros en plena transmisión de un mensaje del obispo a todos los fieles de la diócesis.

Las diez de la mañana y ya treinta y nueve grados, rieguen los patios otra vez, mojen las paredes, escondan las gallinas por favor y traigan más ventiladores, decía el director de la emisora oyendo los pitidos nerviosos de los agentes de tráfico cortando la circulación y abriendo paso en todas las calles a los siete coches que traían al presidente y a su comitiva, los ayudantes de campo y los asesores en cuestiones de límites, el capellán con su hisopo lleno de agua listo para bendecir las nuevas instalaciones (regalo del presidente) que permitirían a partir de ahora que nuestra radio se oyese desde cualquier rincón del vasto mundo, según el adjetivo elegido por el jefe de locutores encargado de la transmisión especial vía satélite.

El cual lucía, anudada bajo la nuez, una corbata pajarita que se movía acusando cada una de sus palabras como en un lenguaje de sordomudos, mientras sudaba por un lado, a causa del calor, y tiritaba de frío por el otro, a causa del miedo a su primera entrevista con un presidente que tenía siete bigotes, o que venía en siete coches, ya no sabía ni lo que pensaba mientras oía, más aterrado que las gallinas en el corral del fondo, el chirrido de los frenos de los coches oficiales que llegaban, y los micrófonos conectados en cadena con todas las radios del mundo, tenga en cuenta, había dicho el director, que a partir de ahora hasta Su Santidad el Papa puede estar escuchando sus palabras, que no me salga ninguna gansada ni palabra gangosa ni saliva atravesada en la garganta madre mía.

El patio y la galería se llenaron de majestuosidades cuando entró el presidente con sus setenta guardaespaldas y el pecho empedrado de medallas. Los ventiladores del techo y las paredes de la sala de transmisión echaban chispas refrescando a la gente mientras el capellán rociaba con agua bendita las instalaciones y el gallo de los fondos de la casa saltaba sin dificultad sobre la valla sin que nadie lo viera y se mezclaba con guardaespaldas y edecanes.

Un gallo enorme, rojo, de estampa casi bíblica. Con esos ojos de guerrero asirio, esa cresta de gorro frigio, ese pico iridiscente. Con unas plumas del pecho donde las medallas del presidente hubiesen lucido de verdad, y esas patas escamosas y esos espolones por donde se asomaban remotos antepasados ínclitos. Con un cuello en cuya fragilidad todo el gallo se debilitaba y suavizaba para diluirse en plumas diminutas y nerviosas donde latía oculto el resplandor de los cuchillos. Avanzando sin saberlo, entre botas refulgentes, hacia un objetivo que ignoraba pero que lo atraía poderosamente.

—Señor —dijo el locutor ajustando el micrófono a la altura de los siete bigotes del presidente y pensando en los millones de oyentes que estarían escuchando sus palabras desde México hasta Tierra del Fuego, y en el Papa, medio sordo, pegando la oreja al aparato para no perder ni una sola palabra, y en los satélites espías norteamericanos que grababan sin perder ni una sílaba, era increíble la cantidad de sucesos casi simultáneos que pasaban por la mente del jefe de locutores con rapidez electrónica cuando sus labios todavía no habían abandonado la eñe de “señor” y se disponían a lanzarse desde allí hacia el final de la palabra mientras la corbata pajarita temblaba fielmente debajo de la nuez—, señor presidente por favor, el pueblo, qué digo, el mundo entero está esperando sus palabras esclarecedoras sobre las cuestiones más candentes, el hambre en el norte y en el sur, las cuestiones de límites por el este y el oeste, qué nos puede decir usted de estos momentos tan cruciales que vivimos.

El gallo, que se había detenido junto a las botas del presidente de la nación, saltó verticalmente y sin dejar de agitar las alas que le permitían mantenerse en el aire como un helicóptero se colocó entre la boca del general y el micrófono. La mirada que cruzaron el animal y el hombre fue un relámpago en el tiempo. Acabada la cual, el gallo, dirigiendo su pico hacia el micrófono, arrojó al éter la única palabra que su garganta y la forma de su pico le habían concedido desde hacía milenios, un kikiriki que venía desde el fondo de los tiempos pasando pro Biblias y Coranes, un kikiriki que millones de hogares escucharon como la esperada palabra del presidente.

Los edecanes sacaron sus sables y los guardaespaldas sus revólveres, pero el gallo ya había saltado la tapia que daba a la casa del vecino y nunca pudieron dar con él. El general se volvió airado hacia sus coches mientras el locutor, aterrado, hablaba de desperfectos técnicos y el canto del gallo abandonaba el ámbito provincial y con la velocidad de la luz ganaba los espacios.

Cuando el presidente abandonó el aeropuerto en su avión particular, el canto del gallo ya había abandonado la Tierra y tras rozar la Luna se dirigía hacia otros rumbos. Y el general no había llegado todavía a Buenos Aires cuando el kikiriki sabiamente modulado iba pasando junto a Júpiter coloso y poco después rozaba la octava luna de Saturno. Y esa noche no había acabado de dormirse el general cuando el canto del gallo estaba ya muy lejos de este rincón de la galaxia signado por el crimen y la muerte, en busca, en su condición de plegaria, de quien está dispuesto a escucharlo en otros mundos, pidiendo a quien sea salir de este degolladero.

Daniel Moyano *

extraído de El estuche de cocodrilo (1989).

*  Daniel Moyano (Buenos Aires, 1928, España, 1992), cuentista y novelista argentino.

fuente www.abanico.org.ar/2004/10/oidos.htm

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El genio de la multitud

Publicada el 06/08/2011 por raas

Hay suficiente perfidia, odio, violencia y arbitrariedad en el ser humano
promedio como para suplir a cualquier ejército cualquier día.

Y los mejores en el asesinato son aquellos que predican en su contra
y los mejores odiando son aquellos que predican el amor
y los mejores en la guerra son finalmente aquellos que predican la paz.

Aquellos que predican a dios, necesitan a dios
aquellos que predican la paz no tienen paz
aquellos que predican la paz no tienen amor.

Cuidado con los predicadores
cuidado con los sabiondos
cuidado con aquellos que siempre están leyendo libros
cuidado tanto con aquellos que detestan la pobreza
como con aquellos que se enorgullecen de ella
cuidado con aquellos que fácilmente hacen elogios
porque necesitan elogios a cambio
cuidado con aquellos que fácilmente censuran
están asustados de lo que no conocen
cuidado con los que buscan constantemente las multitudes porque
no son nada estando solos
cuidado con el hombre promedio con la mujer promedio
cuidado con su amor, su amor es promedio
busca lo promedio.

Pero hay un genio en su odio
hay suficiente genio en su odio como para matarte
como para matar a quien sea
no queriendo la soledad
no entendiendo la soledad
intentarán destruir cualquier cosa
que difiera de ellos
no siendo capaces de crear arte
no entenderán el arte
tomarán su fracaso como creadores
sólo como un fracaso del mundo
no siendo capaces de amar completamente
creerán que tu amor es incompleto
y entonces te odiarán
y su odio será perfecto.

Como un diamente reluciente
como un cuchillo
como una montaña
como un tigre
como una cicuta.

Su arte más refinado.

Charles Bukowski

fuente http://elgrancharlesbukowski.blogspot.com

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Congo: 5 millones de muertos

Publicada el 04/08/2011 por raas

¿Cuántos millones de congoleses deben morir para ilustrar un juego de ordenador? Nadie lo sabe, pero ya han sido masacrados cinco millones en la mayor explotación minera de la historia de este planeta. Las empresas mineras más conocidas y los mayores magnates del mundo son cómplices directos de este genocidio que dura ya diez años en África Central, donde el caos es deliberadamente impuesto como una cortina de humo para encubrir la salida de contrabando fuera del país de miles de millones de dólares en minerales.

Los funcionarios del gobierno local, pequeños pero avariciosos jugadores en este sistemático saqueo de su propio país, no tienen ni idea sobre qué compañías tienen en la actualidad contratos para hacer negocios en el Congo. Cuando miles de millones pueden ser extraídos batiendo la tierra por medio de mano de obra esclava, las leyes dejan de existir.

Cinco millones de congoleses han muerto alrededor de los últimos diez años con el fin de hacer a los multimillonarios más ricos aún. Sí existiera algo parecido a una justicia internacional, este holocausto en la República Democrática del Congo habría producido el ahorcamiento público de cientos de los hombre más ricos del mundo, y hubiera sido merecidamente. Si las leyes de Nuremberg que enviaron a la horca a diez nazis, por crímenes contra la humanidad y la paz, hubieran sido aplicadas en el Congo, podríamos encontrar fácilmente los nombres de los acusados en las columnas de la prensa financiera internacional, los hombres más ricos del planeta. Estos hombres han conspirado para asesinar a millones de personas, de tal modo que hubiera guerra constante en África Central, pero ninguna ley para evitar el robo de las grandes industrias parece concebible.

El llamado gobierno del Congo está sólo ahora encontrando tiempo para empezar un estudio sobre qué compañías están extrayendo qué minerales y dónde a lo largo del país. Desde que las múltiples invasiones del Congo empezaron hace una década, grandes corporaciones como De Beers, BHP Billiton, Anglogold, y el gigante estadounidense Freeport-McMoran han causado cinco millones de muertos, de forma que pudieran usar el caos para encubrir el saqueo de miles de millones de dólares en metales preciosos. Estas compañías mineras tienen todas ellas sus propios ejércitos privados para defender los bienes que roban, o para unirse con los ejércitos de los países aliados de EEUU como Ruanda y Uganda, con el fin de crear zonas sin ley y de “roba todo lo que puedas llevarte”. Es acertado decir que el holocausto en el Congo en un crimen colectivo de las compañías mineras europeas y americanas y de los gobiernos que las sirven. Hacer justicia en el Congo requeriría el encar-celamiento o ejecución de muchas decenas de miles de personas, la mayoría hombre blancos.

Los africanos implicados, incluyendo los funcionarios congoleses, son peces pequeños, pero ellos prosperan recogiendo las migajas de la mesa puesta con el canibalismo sobre el pueblo del Congo. De acuerdo con la comisión creada para el estudio de la minería en el Congo, varias facciones del gobierno evitan que algunas compañías paguen ninguna clase de impuestos sobre beneficios que alcanzan el seiscientos por ciento. No está claro ni siquiera quién tiene un contrato para hacer negocios en el Congo. Ninguna de las quimeras del oro de la historia moderna guarda alguna similitud con la violencia del capitalismo industrial batiendo la tierra en busca de coltan, diamantes o casiterita. El número de muertos en el Congo supera ya el de los asesinados en los campos de trabajos forzados de los nazis ­ pero ningún hombre blanco rico y bien trajeado ha sido castigado por ello.

El Congo es una prueba de que las naciones que dicen ser los países civilizados del mundo son, en realidad, lo contrario, ellos son los guardianes y cajeros del infierno. Mientras que estos hombres vivan, que nadie se atreva a hablar de moralidad como algo que no sea una hipotética ilusión. Desde luego, no existe en ningún lugar en el Congo.

Glen Ford (Black Agenda Report)

artículo publicado en Revista futuros nº12 / noviembre 2008
www.revistafuturos.com.ar

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La milenaria guerra de Cómo y Por-qué

Publicada el 01/08/2011 - 01/08/2011 por raas

El bárbaro y sanguinario Cómo reina hace por lo menos 2500 años. O más. No podemos precisarlo. Es cierto que Por-qué ha bajado a la tierra algunas veces, pero ha debido retirarse luego de sacrificar a quienes lo encarnaron por un tiempo.

A través de la historia, Por-qué, el dios Primero -el que conocen los niños y al que luego aprenden a olvidar- ha sido el subversivo por excelencia. Hace mucho tiempo, las escuelas y las universidades emprendieron una carrera enloquecida en beneficio de Cómo, mientras Por-qué fue relegado sistemáticamente a los márgenes ilegales de la filosofía y la inmoralidad.

En la política y en el pensamiento colectivo -ese que se jacta de su pragmatismo y de no perder su tiempo filosofando inútilmente-, desde la práctica más humilde hasta aquella otra que dicta los destinos del mundo, se ha decretado que el problema de la humanidad consiste en resolver el Cómo.

Tomemos, por ejemplo, el mayor tabú y el mayor paradigma de nuestros tiempos: el terrorismo. Todos -absolutamente todos- los esfuerzos intelectuales del mundo “decente” están concentrados en resolver cómo combatirlo. Los discursos son unánimes. Aún aquellos que están en lucha dialéctica están de acuerdo en resolver el Cómo. Todos estamos en contra de eso que casi todos entendemos por “terrorismo”. Pero ¿cuántos están preocupados en responder ¿por qué existe eso que llamamos terrorismo? Cada vez que baja Por-qué a la tierra es una amenaza a la seguridad. Si el debate mundial se centrara no en el Cómo sino en el Por-qué, seguramente habría que comenzar por definir con más claridad los límites del significado del término “terrorista”. Lo cual es, claro, peligroso. Muchos arrogantes insospechados caerían dentro de la misma bolsa. Muchos amigos y “adversarios” serían igualmente identificados con el mismo término.

Por lo tanto, cuando esto ocurre, se debe recurrir nuevamente a Cómo, con desesperación, para que desplace la incómoda voz de Por-qué. El cómo es una especialidad de Cómo: a Por-qué se lo neutraliza y se destruye identificándolo con el tabú, con el antiparadigma, con el peligro… Sacrificado Por-qué, una vez más, Cómo otorga sus medallas de moralismo patriota a sus ciegos servidores. Y el orgullo del guerrero eyacula, una vez más. Porque el Cómo -en términos psicoanalíticos- es eso: matar, eyacular y morir.

Sin embargo, y pese a todas estas tragedias humanas, gran parte de la resolución del Cómo radica en la correcta respuesta del Por-qué. Pero si alguien se atreviese a lanzar al viento semejante pregunta, sería etiquetado como una amenaza. Incluso, correría el serio riesgo de ser etiquetado de -ya que estamos- “terrorista”.

Pero ¿por qué el Por-qué es siempre subversivo?

Si estoy ante las respuestas de un adversario dialéctico siempre podré defenderme más fácilmente: me defenderé con mis propias respuestas. Una parte importante de una defensa consiste en identificar con claridad al adversario -no digamos “enemigo”, no echemos leña a esa hoguera de radicalizaciones genocidas-. En ese caso, sabré qué debo enfrentar y, probablemente, ya conozca mis propias respuestas de antemano.

Pero ¿qué ocurriría si mi adversario en lugar de lanzarme sus respuestas comenzara a interrogarme sobre los Por-qué de mis seguridades? Seguramente, y sobre todo si mis convicciones están fundamentadas en el barro, como es casi la norma, cada una de mis lanzas dialécticas se quebrarían en el aire, mi edificio ideológico comenzaría a crujir. ¿Por qué? Porque el mundo moderno ha entrenado hombres y mujeres obsesionados con el Cómo: cómo tener éxito, cómo hacer lo que la sociedad espera de nosotros, cómo derrotar a nuestros adversarios, cómo inventar enemigos, cómo y cómo. El Cómo es siempre combativo, guerrero, no tiene paz; al Por-qué no le interesa el triunfo ni la derrota, sino la verdad. Pero ¿a quién le importa la verdad? Al Cómo sólo le importa la verdad si le es útil; si le resulta una amenaza, simplemente se inventa otra verdad a su medida. Él siempre sabe cómo. Pero si reapareciera Por-qué en nuestras sociedades, seguramente la mayoría de las sólidas estructuras que brillan con orgullo en nuestro mundo comenzarían a crujir. Entonces atraparemos a Por-qué, como antes atrapamos a Sócrates y a Cristo, y lo sentenciaremos a muerte. ¿Por qué? Por hacer demasiadas preguntas, por preguntarse y por preguntarnos Por-qué en lugar de preocuparse del dios Cómo.

Un hombre inteligente sabe Cómo, pero sólo el sabio sabe Por-qué. Saber Cómo es saber imponer una respuesta, pero saber Por-qué es saber formularse a tiempo la pregunta. No necesitas gritar ni levantar la voz; sólo pregunta con calma y en voz baja -¿por qué?.

Jorge Majfud
1-6-2004

fuente www.voltairenet.org/La-milenaria-guerra-de-Como-y-Por

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Rawan

Publicada el 31/07/2011 - 31/07/2011 por raas

Rawan
era una refugiada
porque ya no le quedaban paredes
ni techo
ni casa

Rawan
era unos ojos negros
porque la vida
se los había teñido
de muerte

Rawan
era palestina
porque las fronteras parcelan el hambre
alentando
el exterminio

Rawan
era dos balazos
porque sus pies en la mira
caminaron la calle
del verdugo

Rawan
era una golosina en el puño
porque la ilusión
puede más
que la sangre

Rawan Abu Zeid
tenía tres años

Jamás supo lo que era un misíl
ni abrió fuego contra nadie

Hamas o Likud
Palestina o Israel
Árabes o Judíos
Y entre los dos la bestia
siempre insatisfecha
del Imperio

Hoy vuelve a hablar la voz del abuelo y dice:
«ALA AKBAR»
y si existe..
no está ni con los unos
ni con los otros

porque
es otro charco rojo
en el suelo

de nadie
…

rOjAmheL

fuente http://www.poesiasalvaje.org/fuego

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La utilidad de la estupidez

Publicada el 31/07/2011 - 31/07/2011 por raas

Todo sistema necesita de aquellos elementos que la cultura popular suele denominar como estúpidos útiles.

Esto no se refiere, desde luego, a alguna patología cerebral sino a una postura frente a las leyes que rigen el funcionamiento de aquéllos. El estúpido entendido en el sentido en que no cuestiona nada de lo que recibe como herencia y la acepta, la difunde y defiende como verdad revelada.

Esta estupidez es el salvoconducto de supervivencia de cualquier poder que se pretenda hegemónico. La Academia, como toda estructura que debe perpetuarse para cumplir no solo con la producción sino con la transmisión de saberes, necesita, en principio, que ningún elemento la cuestione en sus formas, que la aceptación de sus cánones sea absoluta y que el espacio de creación individual se vea replegado a los límites de sus propios alambrados.

Para ello, y tal vez como en ningún otro caso, es en el lenguaje donde se ejerce esta forma de sumisión útil. El lenguaje académico, como todo lenguaje de gueto, funciona como contraseña y señal de pertenencia. Esa es su fuerza y su poder de seducción. Ofrece una forma sólida, un perfil definido, un nombre propio, frente a la pesadillesca indiferenciación de la realidad.

Configura el destino del alumno desde que éste pone un pie en sus claustros y le garantiza, siempre a través de esta obediencia debida, un futuro asegurado y sin fisuras. Instaura a fuerza de términos, reglas y requisitos gramaticales un territorio de lo pensable. El educando, en cualquier nivel en el que se halle, debe amoldar sus ideas a esta complejidad escritural fabricada a priori.

El poder de la Academia no radica, sin embargo, en esta sumisión obligatoria sino en la posibilidad anticipatoria de garantizar la exclusión de cualquier elemento rupturista, de cualquier quiebre o desmadre que la ponga en riesgo. Lo que al fin y al cabo garantiza la Academia a la época es que de sus claustros difícilmente saldrá algo diferente que cuestione el status quo del sistema que la configuró a ella misma (la Academia no es un ente inmutable a través de los siglos).

La estupidez útil resguarda el orden donde ella está inserta y aunque le niegue la posteridad a sus elegidos y difusores, les ofrece un sistema de vida, un orden de valores y un lenguaje propio, una tranquilizadora comunidad de pares donde se sueñan revoluciones rigurosamente vigiladas.

revista Contratiempo

fuente www.revistacontratiempo.com.ar

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La ciudad como problema estético

Publicada el 31/07/2011 por raas

Espacio y ambiente

El proyecto urbano es siempre una tarea utópica porque la ciudad no solamente es un entramado cuyos elementos interactúan en todos los órdenes, muchas veces impredecibles, sino porque el espacio urbano no es dimensionable del mismo modo que lo sería el espacio arquitectónico (esto es así tanto en la ciudad moderna, que lo piensa como totalidad, como en la posmoderna que lo fragmenta). Las distancias, las zonificaciones, los recorridos e itinerarios están más supeditados a la atmósfera, a los ritmos, a la historia, a los movimientos sociales, a los usos, incluso a las pasiones y deseos, que a los cálculos, medidas, vías de transporte, asoleamiento o higiene. Algo parecido, y totalmente relacionado, a lo que ocurre con el tiempo y sus mediciones: las horas de placer y de felicidad comparadas con las del tedio o el sufrimiento no tienen nada que ver entre ellas ni con el tiempo cronológico. La modernidad intentó dimensionar ambos, tiempo y espacio, con categorías cartesianas y ubicar al hombre, o al prototipo del hombre corbusierano –a la manera clásica y renacentista- como medida estética de todas las cosas.

Esa diferencia entre espacio urbano y ambiente urbano es la que resaltan Argan y Harvey, citando a Lynch, cuando afirman que el primero puede ser proyectable mientras el otro sólo condicionado pero no estructurado o proyectado, no admite definiciones racionales y se lleva a cabo en la relación e interacción entre realidad psicológica y realidad física. Lynch le da especial importancia al aspecto visual de la ciudad porque, precisamente, en aquella interacción entre observador y medio ambiente, la percepción cumple un rol fundamental para cualquier diseño o intervención urbana. Estas ideas tienen como antecedentes los trabajos de Simmel sobre la vida mental en las grandes ciudades –donde analiza, por ejemplo, la misantropía o la indolencia como formas defensivas contra la proliferación de los estímulos. O dicho de otra manera: cómo el cuerpo reacciona, modifica y produce ciudad a la vez que es modificado y producido también por la ciudad.

Este pasaje de la conmensurabilidad moderna a la intensidad posmoderna es también el sustento del pensamiento filosófico posmoderno. Para Deleuze, la filosofía es creadora de conceptos, con libertad absoluta, donde la intensidad es el elemento que vendría a desequilibrar la razón clásica. Deleuze, con su volver construcción todo, se acerca a Leibniz y al Barroco para conceptualizar el movimiento (de allí toma las figuras del pliegue y de las mónadas) y para ir contra totalidades y sobre todo, de continuidades. El pliegue del barroco, pero también las mesetas, los rizomas y todo lo que represente esa imposibilidad de las líneas rectas entre las cosas. Una filosofía de la diferencia y de la singularidad, sin preexistencias ni ordenes universales, que en ese eterno construccionismo encuentra su correspondencia en las formas urbanas posmodernas, que aspiran a la fragmentación, a constituir muchas veces conceptos cerrados sin posibilidad de continuidad alguna y donde el acto de creación, y destrucción, parecería el fundamento móvil y siempre cambiante de esa ciudad actual que configuran.

Fragmentos

La diversidad estética propia de la metrópolis actual se refleja en la multiplicidad y la simultaneidad de miradas generadas por las tecnologías de comunicación. Cada espacio está pensado como una particularidad que debe ser resuelta de acuerdo a sus propias leyes y con independencia del resto. En la ciudad actual no hay compromiso alguno con ninguna totalidad ni sistema, como era el ideal de la ciudad moderna. Los espacios urbanos, como los conceptos de Deleuze aspiran a atravesarse, desprenderse de la definición única. El espacio multifuncional tiende a concentrar en un mismo sitio diversas actividades, las que a su vez estarán mezcladas en un espacio común, como el shopping y el multicine, que reúnen las funciones del ocio, el consumo, la cultura y los servicios, O como los nuevos centros de arte y diseño, donde se pueden dar en simultáneo el proceso de creación, difusión, enseñanza, venta y, a la vez, esparcimiento. Así también, la tipología de la torre cerrada, ubicada en plena ciudad, funciona como un núcleo que excede la cuestión habitacional y reúne en un perímetro bien delimitado, y sobre todo bien resguardado, el esparcimiento y los servicios. Extensos parques, piletas climatizadas y al aire libre, áreas de parrilla, canchas de tenis y de futbol, gimnasios, spa, sauna, microcine y ofertas varias, rodeados de mucho verde que actúa de paisaje pero también de obstáculo visual, intentan limitar el contacto con el exterior y fortalecer el sentido de pertenencia de los usuarios, como si se tratara de una microatmósfera con identidad propia, con la vecindad garantizada por lo menos en cuanto al nivel socio económico y sin las sorpresas de la calle.

La pérdida de la función social de la calle, iniciada ya en los proyectos modernos con la importancia otorgada a las autopistas y el automóvil; el tráfico vehicular incrementado por el exceso de población, permanente y transitoria, más el tema de la inseguridad, derivado muchas veces del progresivo aumento de las diferencias y, sobre todo, de la visualización de ellas, generan estos espacios autosuficientes que se reflejan, a otra escala, en los barrios que funcionan como centros y tienden a poseer infraestructuras reservadas antiguamente sólo a la zona central de la ciudad (restaurantes, bares, cines, librerías, bancos, servicios, etc.). Esta disolución de la ciudad en átomos, más o menos cerrados, provoca otras formas de ocupación del suelo metropolitano. La cualificación espacial estará dada por el nivel de esta infraestructura, provocando un aumento de densidad en determinados barrios, con el correspondiente colapso de aquélla, y el abandono ambiental de otros. Y, a la vez, el desplazamiento en múltiples direcciones de la población, rompiendo la dirección única del barrio al centro, así como favoreciendo la segmentación y la autoexclusión.

El problema del fragmento posmoderno es su desconexión, su poca relación con el entorno, con lo existente, con su geografía, con su historia, y entre sí. La diversidad relacionada, en cambio, genera espacios muy ricos y confiere una identidad fuerte a la ciudad. Es lo que encuentra Simmel en Roma, y en general en las ciudades antiguas, cuando afirma que, a pesar de la extrema tensión de sus elementos, la unidad romana no se rompe y esa tensión entre diversidad y unidad, que confiere a la obra de arte evocaciones y sensaciones sería la medida de su valor estético. Afirma también que la unidad respalda a cada uno de esos elementos diversos y concuerda con Kant en que la relación no es propia de los objetos en sí sino del espíritu que lo contempla. Razón por la cual, experimentar Roma, o cualquier ciudad eterna (sea Florencia, Venecia o París) es un acto de libertad que dejará su impresión (lo imborrable que quedan en la memoria estas ciudades) sólo si el espíritu también se puso en juego para realizar aquella relación. No cualquier conjunto de fragmentos (lenguajes, tipologías, periodos históricos, etc.) puede provocar este movimiento. Ésta quizás sea una de las grandes diferencias entre la ciudad antigua, pensada siempre con criterios estéticos, y la moderna y posmoderna. Una queda grabada en el alma; las otras por lo general invitan al olvido después del deslumbramiento inicial.

Forma y control posmoderno

Por otro lado, y como caras de la misma moneda, percibir las acciones de las formas metropolitanas sobre conductas y cuerpos, y comprender sus potencialidades, es indudablemente un trabajo que requiere de un estado de alerta y una voluntad determinada. Allí es donde, efectivamente, se ve a la estética como un problema. Porque va a depender de la historia y formación personal, pero también de la colectiva, que el hombre sea configurador de sus espacios ambientales o configurado por el mecanismo de la metrópolis y de los intereses que la dominan y la proyectan.

Son variadas las formas en las que la arquitectura y el urbanismo se convierten en dispositivos de control y de ordenación, algunas ya citadas: el trazado rectilíneo y la apertura de grandes arterias con remates verticales como jerarquizadores de la trayectoria y de la mirada, que no sólo permiten los rápidos desplazamientos sino la visualización a grandes distancias; los lenguajes “prestados” de la tradición clásica por parte de los poderes como una forma de economía comunicacional; las superficies vidriadas así como el concepto de panóptico, aplicado generalmente a instituciones educativas y cárceles pero extendido a otros temas, como lugares de trabajo, ocio y esparcimiento (varios recorridos que rematan en un único espacio desde donde se ve y no se es mirado o un gran espacio susceptible de ser controlado desde casi cualquier lado); la zona que “necesita” seguridad así como la que necesita vigilancia; el lugar que expulsa y por forma lleva implícito un derecho de admisión, etc.

El poder de las formas urbanas sobre el hombre moderno radica en que ellas actúan sobre criterios de valor difundidos por otros medios (comunicacionales) al punto de formar un gusto colectivo que no es específico sino general, masificado. Una forma de leer que tiende a homogeneizarse sobre la multiplicidad de lo ofrecido, como una percepción colectiva no puesta en duda. El caso más común, y repetido el ejemplo, es el poderío económico-financiero expresado en las alturas del rascacielos. El otro, el poder comunicacional del shopping como un templo del consumo (y aquí el concepto de templo está utilizado en toda su dimensión dogmática), que regulará su población de acuerdo tanto a dónde esté implantado como a las firmas que ocupen sus locales. Así, por ejemplo, la clase media baja se autoexcluirá de Galerías Pacífico o Palermo y concurrirá al Abasto o al Spinetto (incluso, una misma marca distribuye, según el barrio y sus posibilidades adquisitivas, determinados tipos de productos en sus diferentes locales. Y para globalizar la idea, distribuye de acuerdo a cada país, y el perfil de su población, esos productos diferenciados); la clase humilde directamente concurrirá a ferias barriales, como La Salada. Las respectivas zonas, en tanto, se garantizarán de mantener un perfil humano que a la vez funcionará como publicidad y como educación: lo que se intenta es justamente borrar las diferencias hacia adentro y acentuarlas hacia afuera.

Del mismo modo, un cine, una librería o un centro cultural acercarán y alejarán, por contenido, a determinadas poblaciones y buscarán insertarse también en zonas ya publicitadas como “cultas” o simplemente “consumidoras”. Es el caso de Palermo Viejo. Se afianza alguna característica, que extraiga al lugar justamente de esa indiferenciación metropolitana (el culto al diseño, al bueno gusto, etc.), y se busca y se refuerza la idea con formas pertinentes, a la vez que se despoja a las otras de las mismas para no confundir públicos y, sobre todo, para no perder beneficios. Lo que se intenta es generar una serie de guetos de iguales que en alguna medida también es la búsqueda de identidad de una determinada zona, una distinción con respecto de otras cosas, su reconocimiento como entidad separable. El problema surge cuando esa identidad se convierte en exclusiva y, sobre todo, excluyente y no se articula con el resto de la ciudad.

La idea fundacional de la modernidad metropolitana, concentrar en una superficie limitada a un gran número de gente para facilitar el control y obtener beneficios, llega a la posmodernidad en su versión potenciada: a menor superficie diferenciada de concentración, mayor especialización, mayores réditos y mayor control. Esto también posibilita que ya no interesen tanto los límites de la ciudad, puesto que ella es ahora entendida y pensada en fragmentos. La forma final de estos fragmentos ya no es un problema a priori sino todo lo contrario: son los objetos arquitectónicos, y los hechos urbanos en general y sus modos de relación, los que le irán dando esa identidad de acuerdo al devenir de los mismos. Una zona de la capital puede tener mucho más que ver con poblaciones alejadas y periféricas que con otras dentro del mismo perímetro (del mismo modo que Touraine dice que un chino puede estar más cerca de uno que el vecino del edificio). Seguramente los habitantes del barrio Lavapiés, poblado mayoritariamente por inmigrantes, tienen mucho más relación con sus países de origen o, en todo caso, con otros sectores periféricos de Madrid, que con la opulenta ciudad que se desarrolla a apenas unas cuadras alrededor.

Por otro lado, la calle, en su rol comunitario y sociabilizador, atenta contra esta pedagogía arquitectónica y, por lo general, privada, por lo que la noticia policial es otro de los grandes medios de los que se dispone para alentar tanto la reclusión como la misantropía. La calle tuvo en los albores de la modernidad un rol protagónico como espacio de encuentro y de intercambio, aglutinante de lenguas, ideas, costumbres y oficios. Incluso, en los conjuntos habitacionales del Movimiento Moderno se intentó, a veces con buenos resultados reproducir esta función social en sus calles internas. Los senderos que vinculan los bloques cumplen, a través del proyecto y del tratamiento del nivel cero, un rol integrador de la población, y no sólo funcional, como ocurre por ejemplo en el Barrio Los Andes, de Beretervide.

Esta forma de proyectar y construir en fragmentos, que están insertos en un contexto al que pertenecen pero al que a la vez niegan, se observa también en otros órdenes de la vida. El ejercicio de la política, por ejemplo, se extendió de los comités de barrio a los medios de difusión y ahora a las redes virtuales, consiguiendo que un discurso, una propuesta, una medida o una plataforma, así como sus debates, no solamente pertenezcan al plano municipal o nacional sino al mundial. Esta habitación en varios planos obliga a proyectarla pensando en capas superpuestas donde van a confluir la historia y las costumbres propias pero también las de afuera. El espacio virtual, inconmensurable y sobre todo impredecible, va a crear esas zonas que Deleuze, otra vez aplicado a los conceptos, llamaba umbrales o indiscernibles, donde lo arrojado a él será interpretado y resignificado de múltiples formas, lo que posicionará también al enunciador en una especie de lugar móvil.

Estética y conocimiento

El hombre metropolitano difícilmente experimente, hoy en día o por lo menos con la misma intensidad, el shock propio de los primeros tiempos de la modernidad industrial frente a la diferencia o la provocación. Acepta las alturas más deshumanas, las multitudes asfixiantes en las horas pico, las intervenciones urbanas más descabelladas, la precariedad de los servicios colapsados, la estreches de sus espacios vitales, como así también los agujeros de pobreza que se abren en plena ciudad, la villa a lado de barrios opulentos, la familia que revuelve en la basura para subsistir o el mendigo durmiendo en el umbral. La ciudad ubica en el mismo plano, el plano de la indiferenciación, una serie de artefactos, espacios, saberes, texturas, voces, silencios y formas, épocas y estilos, y exige cierta tarea intelectual en sus habitantes. En su texto La condición de la Posmodernidad, Harvey cita la novela Soft city, de Jonathan Raban, donde el autor habla de la artisticidad de la vida moderna y afirma que al hombre metropolitano le basta configurar esos elementos para encontrar un sentido personal y que la ciudad le sea significativa. Aclara que esa extrema plasticidad, tanto de la ciudad como de la personalidad, también es la causa de su vulnerabilidad a la locura y la pesadilla.

Sin embargo, en este plano indiferenciado donde se ubican los elementos urbanos, tienen una vital importancia las condiciones que los produjo y el contexto que los recibe. Vital importancia porque de ellos dependerán la apropiación y la experiencia estética, o no, del que la habita. No se trata solamente de que la ciudad fuera un centro de cultura y producción, generadora de conocimientos, de servicios ilimitados, de acceso a las mejores condiciones de habitabilidad, dotada de la mejor infraestructura y donde el ser humano tiene la posibilidad tanto material como espiritual de desarrollar toda su potencialidad. Se trata de que la ciudad contemporánea constituye ella misma una información y un conocimiento que deben ser adquiridos, transmitidos, utilizados y descartados a velocidades variadas y que será directamente proporcional a su grado de modernización y metropolización. No es un conocimiento específico, no es sólo eso, sino más bien potencial en el que la percepción del mismo, como ya lo vimos con Lynch, estará dada a través de su componente estético. Es decir, por esa capacidad ilimitada de generar formas susceptibles de ser percibidas, configuradas, interpretadas y, además, consideradas bellas –belleza dada, por otra parte, no por una propiedad intrínseca sino por su capacidad de comunicar precisamente actualidad.

Con relación a la artisticidad de los hechos urbanos, Rossi plantea que la ciudad comparte con el arte, además de ser una manufactura del hombre, la capacidad de ser material pero, además, ser algo diferente a la materia, son condicionados pero también condicionantes. La imagen y la forma actúan como una contraseña en este collage, contraseña de saber leer, saber ver, saber estar. La capacidad estética de artefactos y espacios urbanos da cuenta de su grado de progreso tecnológico y de su relación con las otras grandes ciudades mundiales que actúan, de alguna forma, como contexto y entorno a veces más decisivos que los geográficos. Las actuales formas urbanas publicitan su propia modernidad, seducen, educan la mirada y la sensibilidad y orientan conductas tanto por el proyecto arquitectónico en sí como por su carga representacional. Es una arquitectura y un urbanismo propagandísticos en los que el mensaje más importante que tienen por comunicar es que se pertenece, tanto a nivel local como global, que se entiende la época, que se la representa de acuerdo a su carácter esencial, que es moviente, veloz y voraz. O, dicho de otra forma, la ciudad da cuenta de sus procesos de desarrollo y condiciones de producción a través de su componente estético allí donde éste se vuelve más singular (o más radical).

Zenda Liendivit

El presente texto es un fragmento del libro «La ciudad como problema estético. De la Modernidad a la Posmodernidad», Capítulo III Collage, Zenda Liendivit, Contratiempo Ediciones, 2009

fuente www.revistacontratiempo.com.ar

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La lotería de Babilonia

Publicada el 31/07/2011 - 31/07/2011 por raas

Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles. Miren: a mi mano derecha le falta el índice.

Miren: por este desgarrón de la capa se ve en mi estómago un tatuaje bermejo; es el segundo símbolo, Beth. Esta letra, en las noches de luna llena, me confiere poder sobre los hombres cuya marca es Ghimel, pero me subordina a los de Aleph, que en las noches sin luna deben obediencia a los de Ghimel. En el crepúsculo del alba, en un sótano, he yugulado ante una piedra negra toros sagrados. Durante un año de la luna, he sido declarado invisible: gritaba y no me respondían, robaba el pan y no me decapitaban. He conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre. En una cámara de bronce, ante el pañuelo silencioso del estrangulador, la esperanza me ha sido fiel; en el río de los deleites, el pánico. Heráclides Póntico refiere con admiración que Pitágoras recordaba haber sido Pirro y antes Euforbo y antes algún otro mortal; para recordar vicisitudes análogas yo no preciso recurrir a la muerte ni aún a la impostura.

Debo esa variedad casi atroz a una institución que otras repúblicas ignoran o que obra en ellas de modo imperfecto y secreto: la lotería. No he indagado su historia; sé que los magos no logran ponerse de acuerdo; sé de sus poderosos propósitos lo que puede saber de la luna el hombre no versado en astrología. Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal de la realidad: hasta el día de hoy, he pensado tan poco en ella como en la conducta de los dioses indescifrables o de mi corazón. Ahora, lejos de Babilonia y de sus queridas costumbres, pienso con algún asombro en la lotería y en las conjeturas blasfemas que en el crepúsculo murmuran los hombres velados.

Mi padre refería que antiguamente ¿cuestión de siglos, de años? la lotería en Babilonia era un juego de carácter plebeyo. Refería (ignoro si con verdad) que los barberos despachaban por monedas de cobre rectángulos de hueso o de pergamino adornados de símbolos. En pleno día se verificaba un sorteo: los agraciados recibían, sin otra corroboración del azar, monedas acuñadas de plata. El procedimiento era elemental, como ven ustedes.

Naturalmente, esas «loterías» fracasaron. Su virtud moral era nula. No se dirigían a todas las facultades del hombre: únicamente a su esperanza. Ante la indiferencia pública, los mercaderes que fundaron esas loterías venales, comenzaron a perder el dinero. Alguien ensayó una reforma: la interpolación de unas pocas suertes adversas en el censo de números favorables. Mediante esa reforma, los compradores de rectángulos numerados corrían el doble albur de ganar una suma y de pagar una multa a veces cuantiosa. Ese leve peligro (por cada treinta números favorables había un número aciago) despertó, como es natural, el interés del público. Los babilonios se entregaron al juego. El que no adquiría suertes era considerado un pusilánime, un apocado. Con el tiempo, ese desdén justificado se duplicó. Era despreciado el que no jugaba, pero también eran despreciados los perdedores que abonaban la multa. La Compañía (así empezó a llamársela entonces) tuvo que velar por los ganadores, que no podían cobrar los premios si faltaba en las cajas el importe casi total de las multas. Entabló una demanda a los perdedores: el juez los condenó a pagar la multa original y las costas o a unos días de cárcel. Todos optaron por la cárcel, para defraudar a la Compañía. De esa bravata de unos pocos nace el todo poder de la Compañía: su valor eclesiástico, metafísico.

Poco después, los informes de los sorteos omitieron las enumeraciones de multas y se limitaron a publicar los días de prisión que designaba cada número adverso. Ese laconismo, casi inadvertido en su tiempo, fue de importancia capital. Fue la primera aparición en la lotería de «elementos no pecuniarios». El éxito fue grande. Instada por los jugadores, la Compañía se vio precisada a aumentar los números adversos.

Nadie ignora que el pueblo de Babilonia es muy devoto de la lógica, y aun de la simetría. Era incoherente que los números faustos se computaran en redondas monedas y los infaustos en días y noches de cárcel. Algunos moralistas razonaron que la posesión de monedas no siempre determina la felicidad y que otras formas de la dicha son quizá más directas.

Otra inquietud cundía en los barrios bajos. Los miembros del colegio sacerdotal multiplicaban las puestas y gozaban de todas las vicisitudes del terror y de la esperanza; los pobres (con envidia razonable o inevitable) se sabían excluidos de ese vaivén, notoriamente delicioso. El justo anhelo de que todos, pobres y ricos, participasen por igual en la lotería, inspiró una indignada agitación, cuya memoria no han desdibujado los años. Algunos obstinados no comprendieron (o simularon no comprender) que se trataba de un orden nuevo, de una etapa histórica necesaria… Un esclavo robó un billete carmesí, que en el sorteo lo hizo acreedor a que le quemaran la lengua. El código fijaba esa misma pena para el que robaba un billete. Algunos babilonios argumentaban que merecía el hierro candente, en su calidad de ladrón; otros, magnánimos, que el verdugo debía aplicárselo porque así lo había determinado el azar… Hubo disturbios, hubo efusiones lamentables de sangre; pero la gente babilónica impuso finalmente su voluntad, contra la oposición de los ricos.

El pueblo consiguió con plenitud sus fines generosos. En primer término, logró que la Compañía aceptara la suma del poder público. (Esa unificación era necesaria, dada la vastedad y complejidad de las nuevas operaciones.) En segundo término, logró que la lotería fuera secreta, gratuita y general. Quedó abolida la venta mercenaria de suertes. Ya iniciado en los misterios de Bel, todo hombre libre automáticamente participaba en los sorteos sagrados, que se efectuaban en los laberintos del dios cada sesenta noches y que determinaban su destino hasta el otro ejercicio. Las consecuencias eran incalculables. Una jugada feliz podía motivar su elevación al concilio de magos o la prisión de un enemigo (notorio o íntimo) o el encontrar, en la pacífica tiniebla del cuarto, la mujer que empieza a inquietarnos o que no esperábamos reveer; una jugada adversa: la mutilación, la variada infamia, la muerte. A veces un solo hecho -el tabernario asesinato de C, la apoteosis misteriosa de B- era la solución genial de treinta o cuarenta sorteos. Combinar las jugadas era difícil; pero hay que recordar que los individuos de la Compañía eran (y son) todopoderosos y astutos.

En muchos casos, el conocimiento de que ciertas felicidades eran simple fábrica del azar  hubiera aminorado su virtud; para eludir ese inconveniente, los agentes de la Compañía usaban de las sugestiones y de la magia. Sus pasos, sus manejos, eran secretos. Para indagar las íntimas esperanzas y los íntimos terrores de cada cual, disponían de astrólogos y de espías. Había ciertos leones de piedra, había una letrina sagrada llamada Qaphqa, había unas grietas en un polvoriento acueducto que, según opinión general, daban a la Compañía; las personas malignas o benévolas depositaban delaciones en esos sitios. Un archivo alfabético recogía esas noticias de variable veracidad.

Increíblemente, no faltaron murmuraciones. La Compañía, con su discreción habitual, no replicó directamente. Prefirió borrajear en los escombros de una fábrica de caretas un argumento breve, que ahora figura en las escrituras sagradas. Esa pieza doctrinal observaba que la lotería es una interpolación del azar en el orden del mundo y que aceptar errores no es contradecir el azar: es corroborarlo. Observaba asimismo que esos leones y ese recipiente sagrado, aunque no desautorizados por la Compañía (que no renunciaba al derecho de consultarlos), funcionaban sin garantía oficial.

Esa declaración apaciguó las inquietudes públicas. También produjo otros efectos, acaso no previstos por el autor. Modificó hondamente el espíritu y las operaciones de la Compañía. Poco tiempo me queda; nos avisan que la nave está por zarpar; pero trataré de explicarlo. Por inverosímil que sea, nadie había ensayado hasta entonces una teoría general de los juegos. El babilonio es poco especulativo. Acata los dictámenes del azar, les entrega su vida, su esperanza, su terror pánico, pero no se le ocurre investigar sus leyes laberínticas, ni las esferas giratorias que lo revelan. Sin embargo, la declaración oficiosa que he mencionado inspiró muchas discusiones de carácter jurídico-matemático. De alguna de ellas nació la conjetura siguiente: Si la lotería es una intensificación del azar, una periódica infusión del caos en el cosmos ¿no convendría que el azar interviniera en todas las etapas del sorteo y no en una sola? ¿No es irrisorio que el azar dicte la muerte de alguien y que las circunstancias de esa muerte -la reserva, la publicidad, el plazo de una hora o de un siglo- no estén sujetas al azar? Esos escrúpulos tan justos provocaron al fin una considerable reforma, cuyas complejidades (agravadas por un ejercicio de siglos) no entienden sino algunos especialistas; pero que intentaré resumir, siquiera de modo simbólico.

Imaginemos un primer sorteo, que dicta la muerte de un hombre. Para su cumplimiento se procede a un otro sorteo, que propone (digamos) nueve ejecutores posibles. De esos ejecutores, cuatro pueden iniciar un tercer sorteo que dirá el nombre del verdugo, dos pueden reemplazar la orden adversa por una orden feliz (el encuentro de un tesoro, digamos), otro exacerbará la muerte (es decir la hará infame o la enriquecerá de torturas), otros pueden negarse a cumplirla… Tal es el esquema simbólico. En la realidad el número de sorteos es infinito. Ninguna decisión es final, todas se ramifican en otras. Los ignorantes suponen que infinitos sorteos requieren un tiempo infinito; en realidad basta que el tiempo sea infinitamente subdivisible, como lo enseña la famosa parábola del Certamen con la Tortuga. Esa infinitud condice de admirable manera con los sinuosos números del Azar y con el Arquetipo Celestial de la Lotería, que adoran los platónicos…

Algún eco deforme de nuestros ritos parece haber retumbado en el Tíber: Ello Lampridio, en la Vida de Antonino Heliogábalo, refiere que este emperador escribía en conchas las suertes que destinaba a los convidados, de manera que uno recibía diez libras de oro y otro diez moscas, diez lirones, diez osos. Es lícito recordar que Heliogábalo se educó en el Asia Menor, entre los sacerdotes del dios epónimo. También hay sorteos impersonales, de propósito indefinido: uno decreta que se arroje a las aguas del Eufrates un zafiro de Taprobana; otro, que desde el techo de una torre se suelte un pájaro; otro, que cada siglo se retire (o se añada) un gramo de arena de los innumerables que hay en la playa. Las consecuencias son, a veces, terribles. Bajo el influjo bienhechor de la Compañía, nuestras costumbres están saturadas de azar. El comprador de una docena de ánforas de vino damasceno no se maravillará si una de ellas encierra un talismán o una víbora; el escribano que redacta un contrato no deja casi nunca de introducir algún dato erróneo; yo mismo, en esta apresurada declaración he falseado algún esplendor, alguna atrocidad. Quizá, también, alguna misteriosa monotonía… Nuestros historiadores, que son los más perspicaces del orbe, han inventado un método para corregir el azar; es fama que las operaciones de ese método son (en general) fidedignas; aunque, naturalmente, no se divulgan sin alguna dosis de engaño. Por lo demás, nada tan contaminado de ficción como la historia de la Compañía…

Un documento paleográfico, exhumado en un templo, puede ser obra del sorteo de ayer o de un sorteo secular. No se publica un libro sin alguna divergencia entre cada uno de los ejemplares. Los escribas prestan juramento secreto de omitir, de interpolar, de variar. También se ejerce la mentira indirecta.

La Compañía, con modestia divina, elude toda publicidad. Sus agentes, como es natural, son secretos; las órdenes que imparte continuamente (quizá incesantemente) no difieren de las que prodigan los impostores. Además ¿quién podrá jactarse de ser un mero impostor? El ebrio que improvisa un mandato absurdo, el soñador que se despierta de golpe y ahoga con las manos a la mujer que duerme a su lado ¿no ejecutan, acaso, una secreta decisión de la Compañía? Ese funcionamiento silencioso, comparable al de Dios, provoca toda suerte de conjeturas. Alguna abominablemente insinúa que hace ya siglos que no existe la Compañía y que el sacro desorden de nuestras vidas es puramente hereditario, tradicional; otra la juzga eterna y enseña que perdurará hasta la última noche, cuando el último dios anonade el mundo. Otra declara que la Compañía es omnipotente, pero que sólo influye en cosas minúsculas: en el grito de un pájaro, en los matices de la herrumbre y del polvo, en los entresueños del alba. Otra, por boca de heresiarcas enmascarados, que no ha existido nunca y no existirá. Otra, no menos vil, razona que es indiferente afirmar o negar la realidad de la tenebrosa corporación, porque Babilonia no es otra cosa que un infinito juego de azares. Fin

Jorge Luis Borges
1974

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