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Ecotropía

Aniquilando un planeta por vez…

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Autor: raas

Rawan

Publicada el 31/07/2011 - 31/07/2011 por raas

Rawan
era una refugiada
porque ya no le quedaban paredes
ni techo
ni casa

Rawan
era unos ojos negros
porque la vida
se los había teñido
de muerte

Rawan
era palestina
porque las fronteras parcelan el hambre
alentando
el exterminio

Rawan
era dos balazos
porque sus pies en la mira
caminaron la calle
del verdugo

Rawan
era una golosina en el puño
porque la ilusión
puede más
que la sangre

Rawan Abu Zeid
tenía tres años

Jamás supo lo que era un misíl
ni abrió fuego contra nadie

Hamas o Likud
Palestina o Israel
Árabes o Judíos
Y entre los dos la bestia
siempre insatisfecha
del Imperio

Hoy vuelve a hablar la voz del abuelo y dice:
«ALA AKBAR»
y si existe..
no está ni con los unos
ni con los otros

porque
es otro charco rojo
en el suelo

de nadie
…

rOjAmheL

fuente http://www.poesiasalvaje.org/fuego

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La utilidad de la estupidez

Publicada el 31/07/2011 - 31/07/2011 por raas

Todo sistema necesita de aquellos elementos que la cultura popular suele denominar como estúpidos útiles.

Esto no se refiere, desde luego, a alguna patología cerebral sino a una postura frente a las leyes que rigen el funcionamiento de aquéllos. El estúpido entendido en el sentido en que no cuestiona nada de lo que recibe como herencia y la acepta, la difunde y defiende como verdad revelada.

Esta estupidez es el salvoconducto de supervivencia de cualquier poder que se pretenda hegemónico. La Academia, como toda estructura que debe perpetuarse para cumplir no solo con la producción sino con la transmisión de saberes, necesita, en principio, que ningún elemento la cuestione en sus formas, que la aceptación de sus cánones sea absoluta y que el espacio de creación individual se vea replegado a los límites de sus propios alambrados.

Para ello, y tal vez como en ningún otro caso, es en el lenguaje donde se ejerce esta forma de sumisión útil. El lenguaje académico, como todo lenguaje de gueto, funciona como contraseña y señal de pertenencia. Esa es su fuerza y su poder de seducción. Ofrece una forma sólida, un perfil definido, un nombre propio, frente a la pesadillesca indiferenciación de la realidad.

Configura el destino del alumno desde que éste pone un pie en sus claustros y le garantiza, siempre a través de esta obediencia debida, un futuro asegurado y sin fisuras. Instaura a fuerza de términos, reglas y requisitos gramaticales un territorio de lo pensable. El educando, en cualquier nivel en el que se halle, debe amoldar sus ideas a esta complejidad escritural fabricada a priori.

El poder de la Academia no radica, sin embargo, en esta sumisión obligatoria sino en la posibilidad anticipatoria de garantizar la exclusión de cualquier elemento rupturista, de cualquier quiebre o desmadre que la ponga en riesgo. Lo que al fin y al cabo garantiza la Academia a la época es que de sus claustros difícilmente saldrá algo diferente que cuestione el status quo del sistema que la configuró a ella misma (la Academia no es un ente inmutable a través de los siglos).

La estupidez útil resguarda el orden donde ella está inserta y aunque le niegue la posteridad a sus elegidos y difusores, les ofrece un sistema de vida, un orden de valores y un lenguaje propio, una tranquilizadora comunidad de pares donde se sueñan revoluciones rigurosamente vigiladas.

revista Contratiempo

fuente www.revistacontratiempo.com.ar

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La ciudad como problema estético

Publicada el 31/07/2011 por raas

Espacio y ambiente

El proyecto urbano es siempre una tarea utópica porque la ciudad no solamente es un entramado cuyos elementos interactúan en todos los órdenes, muchas veces impredecibles, sino porque el espacio urbano no es dimensionable del mismo modo que lo sería el espacio arquitectónico (esto es así tanto en la ciudad moderna, que lo piensa como totalidad, como en la posmoderna que lo fragmenta). Las distancias, las zonificaciones, los recorridos e itinerarios están más supeditados a la atmósfera, a los ritmos, a la historia, a los movimientos sociales, a los usos, incluso a las pasiones y deseos, que a los cálculos, medidas, vías de transporte, asoleamiento o higiene. Algo parecido, y totalmente relacionado, a lo que ocurre con el tiempo y sus mediciones: las horas de placer y de felicidad comparadas con las del tedio o el sufrimiento no tienen nada que ver entre ellas ni con el tiempo cronológico. La modernidad intentó dimensionar ambos, tiempo y espacio, con categorías cartesianas y ubicar al hombre, o al prototipo del hombre corbusierano –a la manera clásica y renacentista- como medida estética de todas las cosas.

Esa diferencia entre espacio urbano y ambiente urbano es la que resaltan Argan y Harvey, citando a Lynch, cuando afirman que el primero puede ser proyectable mientras el otro sólo condicionado pero no estructurado o proyectado, no admite definiciones racionales y se lleva a cabo en la relación e interacción entre realidad psicológica y realidad física. Lynch le da especial importancia al aspecto visual de la ciudad porque, precisamente, en aquella interacción entre observador y medio ambiente, la percepción cumple un rol fundamental para cualquier diseño o intervención urbana. Estas ideas tienen como antecedentes los trabajos de Simmel sobre la vida mental en las grandes ciudades –donde analiza, por ejemplo, la misantropía o la indolencia como formas defensivas contra la proliferación de los estímulos. O dicho de otra manera: cómo el cuerpo reacciona, modifica y produce ciudad a la vez que es modificado y producido también por la ciudad.

Este pasaje de la conmensurabilidad moderna a la intensidad posmoderna es también el sustento del pensamiento filosófico posmoderno. Para Deleuze, la filosofía es creadora de conceptos, con libertad absoluta, donde la intensidad es el elemento que vendría a desequilibrar la razón clásica. Deleuze, con su volver construcción todo, se acerca a Leibniz y al Barroco para conceptualizar el movimiento (de allí toma las figuras del pliegue y de las mónadas) y para ir contra totalidades y sobre todo, de continuidades. El pliegue del barroco, pero también las mesetas, los rizomas y todo lo que represente esa imposibilidad de las líneas rectas entre las cosas. Una filosofía de la diferencia y de la singularidad, sin preexistencias ni ordenes universales, que en ese eterno construccionismo encuentra su correspondencia en las formas urbanas posmodernas, que aspiran a la fragmentación, a constituir muchas veces conceptos cerrados sin posibilidad de continuidad alguna y donde el acto de creación, y destrucción, parecería el fundamento móvil y siempre cambiante de esa ciudad actual que configuran.

Fragmentos

La diversidad estética propia de la metrópolis actual se refleja en la multiplicidad y la simultaneidad de miradas generadas por las tecnologías de comunicación. Cada espacio está pensado como una particularidad que debe ser resuelta de acuerdo a sus propias leyes y con independencia del resto. En la ciudad actual no hay compromiso alguno con ninguna totalidad ni sistema, como era el ideal de la ciudad moderna. Los espacios urbanos, como los conceptos de Deleuze aspiran a atravesarse, desprenderse de la definición única. El espacio multifuncional tiende a concentrar en un mismo sitio diversas actividades, las que a su vez estarán mezcladas en un espacio común, como el shopping y el multicine, que reúnen las funciones del ocio, el consumo, la cultura y los servicios, O como los nuevos centros de arte y diseño, donde se pueden dar en simultáneo el proceso de creación, difusión, enseñanza, venta y, a la vez, esparcimiento. Así también, la tipología de la torre cerrada, ubicada en plena ciudad, funciona como un núcleo que excede la cuestión habitacional y reúne en un perímetro bien delimitado, y sobre todo bien resguardado, el esparcimiento y los servicios. Extensos parques, piletas climatizadas y al aire libre, áreas de parrilla, canchas de tenis y de futbol, gimnasios, spa, sauna, microcine y ofertas varias, rodeados de mucho verde que actúa de paisaje pero también de obstáculo visual, intentan limitar el contacto con el exterior y fortalecer el sentido de pertenencia de los usuarios, como si se tratara de una microatmósfera con identidad propia, con la vecindad garantizada por lo menos en cuanto al nivel socio económico y sin las sorpresas de la calle.

La pérdida de la función social de la calle, iniciada ya en los proyectos modernos con la importancia otorgada a las autopistas y el automóvil; el tráfico vehicular incrementado por el exceso de población, permanente y transitoria, más el tema de la inseguridad, derivado muchas veces del progresivo aumento de las diferencias y, sobre todo, de la visualización de ellas, generan estos espacios autosuficientes que se reflejan, a otra escala, en los barrios que funcionan como centros y tienden a poseer infraestructuras reservadas antiguamente sólo a la zona central de la ciudad (restaurantes, bares, cines, librerías, bancos, servicios, etc.). Esta disolución de la ciudad en átomos, más o menos cerrados, provoca otras formas de ocupación del suelo metropolitano. La cualificación espacial estará dada por el nivel de esta infraestructura, provocando un aumento de densidad en determinados barrios, con el correspondiente colapso de aquélla, y el abandono ambiental de otros. Y, a la vez, el desplazamiento en múltiples direcciones de la población, rompiendo la dirección única del barrio al centro, así como favoreciendo la segmentación y la autoexclusión.

El problema del fragmento posmoderno es su desconexión, su poca relación con el entorno, con lo existente, con su geografía, con su historia, y entre sí. La diversidad relacionada, en cambio, genera espacios muy ricos y confiere una identidad fuerte a la ciudad. Es lo que encuentra Simmel en Roma, y en general en las ciudades antiguas, cuando afirma que, a pesar de la extrema tensión de sus elementos, la unidad romana no se rompe y esa tensión entre diversidad y unidad, que confiere a la obra de arte evocaciones y sensaciones sería la medida de su valor estético. Afirma también que la unidad respalda a cada uno de esos elementos diversos y concuerda con Kant en que la relación no es propia de los objetos en sí sino del espíritu que lo contempla. Razón por la cual, experimentar Roma, o cualquier ciudad eterna (sea Florencia, Venecia o París) es un acto de libertad que dejará su impresión (lo imborrable que quedan en la memoria estas ciudades) sólo si el espíritu también se puso en juego para realizar aquella relación. No cualquier conjunto de fragmentos (lenguajes, tipologías, periodos históricos, etc.) puede provocar este movimiento. Ésta quizás sea una de las grandes diferencias entre la ciudad antigua, pensada siempre con criterios estéticos, y la moderna y posmoderna. Una queda grabada en el alma; las otras por lo general invitan al olvido después del deslumbramiento inicial.

Forma y control posmoderno

Por otro lado, y como caras de la misma moneda, percibir las acciones de las formas metropolitanas sobre conductas y cuerpos, y comprender sus potencialidades, es indudablemente un trabajo que requiere de un estado de alerta y una voluntad determinada. Allí es donde, efectivamente, se ve a la estética como un problema. Porque va a depender de la historia y formación personal, pero también de la colectiva, que el hombre sea configurador de sus espacios ambientales o configurado por el mecanismo de la metrópolis y de los intereses que la dominan y la proyectan.

Son variadas las formas en las que la arquitectura y el urbanismo se convierten en dispositivos de control y de ordenación, algunas ya citadas: el trazado rectilíneo y la apertura de grandes arterias con remates verticales como jerarquizadores de la trayectoria y de la mirada, que no sólo permiten los rápidos desplazamientos sino la visualización a grandes distancias; los lenguajes “prestados” de la tradición clásica por parte de los poderes como una forma de economía comunicacional; las superficies vidriadas así como el concepto de panóptico, aplicado generalmente a instituciones educativas y cárceles pero extendido a otros temas, como lugares de trabajo, ocio y esparcimiento (varios recorridos que rematan en un único espacio desde donde se ve y no se es mirado o un gran espacio susceptible de ser controlado desde casi cualquier lado); la zona que “necesita” seguridad así como la que necesita vigilancia; el lugar que expulsa y por forma lleva implícito un derecho de admisión, etc.

El poder de las formas urbanas sobre el hombre moderno radica en que ellas actúan sobre criterios de valor difundidos por otros medios (comunicacionales) al punto de formar un gusto colectivo que no es específico sino general, masificado. Una forma de leer que tiende a homogeneizarse sobre la multiplicidad de lo ofrecido, como una percepción colectiva no puesta en duda. El caso más común, y repetido el ejemplo, es el poderío económico-financiero expresado en las alturas del rascacielos. El otro, el poder comunicacional del shopping como un templo del consumo (y aquí el concepto de templo está utilizado en toda su dimensión dogmática), que regulará su población de acuerdo tanto a dónde esté implantado como a las firmas que ocupen sus locales. Así, por ejemplo, la clase media baja se autoexcluirá de Galerías Pacífico o Palermo y concurrirá al Abasto o al Spinetto (incluso, una misma marca distribuye, según el barrio y sus posibilidades adquisitivas, determinados tipos de productos en sus diferentes locales. Y para globalizar la idea, distribuye de acuerdo a cada país, y el perfil de su población, esos productos diferenciados); la clase humilde directamente concurrirá a ferias barriales, como La Salada. Las respectivas zonas, en tanto, se garantizarán de mantener un perfil humano que a la vez funcionará como publicidad y como educación: lo que se intenta es justamente borrar las diferencias hacia adentro y acentuarlas hacia afuera.

Del mismo modo, un cine, una librería o un centro cultural acercarán y alejarán, por contenido, a determinadas poblaciones y buscarán insertarse también en zonas ya publicitadas como “cultas” o simplemente “consumidoras”. Es el caso de Palermo Viejo. Se afianza alguna característica, que extraiga al lugar justamente de esa indiferenciación metropolitana (el culto al diseño, al bueno gusto, etc.), y se busca y se refuerza la idea con formas pertinentes, a la vez que se despoja a las otras de las mismas para no confundir públicos y, sobre todo, para no perder beneficios. Lo que se intenta es generar una serie de guetos de iguales que en alguna medida también es la búsqueda de identidad de una determinada zona, una distinción con respecto de otras cosas, su reconocimiento como entidad separable. El problema surge cuando esa identidad se convierte en exclusiva y, sobre todo, excluyente y no se articula con el resto de la ciudad.

La idea fundacional de la modernidad metropolitana, concentrar en una superficie limitada a un gran número de gente para facilitar el control y obtener beneficios, llega a la posmodernidad en su versión potenciada: a menor superficie diferenciada de concentración, mayor especialización, mayores réditos y mayor control. Esto también posibilita que ya no interesen tanto los límites de la ciudad, puesto que ella es ahora entendida y pensada en fragmentos. La forma final de estos fragmentos ya no es un problema a priori sino todo lo contrario: son los objetos arquitectónicos, y los hechos urbanos en general y sus modos de relación, los que le irán dando esa identidad de acuerdo al devenir de los mismos. Una zona de la capital puede tener mucho más que ver con poblaciones alejadas y periféricas que con otras dentro del mismo perímetro (del mismo modo que Touraine dice que un chino puede estar más cerca de uno que el vecino del edificio). Seguramente los habitantes del barrio Lavapiés, poblado mayoritariamente por inmigrantes, tienen mucho más relación con sus países de origen o, en todo caso, con otros sectores periféricos de Madrid, que con la opulenta ciudad que se desarrolla a apenas unas cuadras alrededor.

Por otro lado, la calle, en su rol comunitario y sociabilizador, atenta contra esta pedagogía arquitectónica y, por lo general, privada, por lo que la noticia policial es otro de los grandes medios de los que se dispone para alentar tanto la reclusión como la misantropía. La calle tuvo en los albores de la modernidad un rol protagónico como espacio de encuentro y de intercambio, aglutinante de lenguas, ideas, costumbres y oficios. Incluso, en los conjuntos habitacionales del Movimiento Moderno se intentó, a veces con buenos resultados reproducir esta función social en sus calles internas. Los senderos que vinculan los bloques cumplen, a través del proyecto y del tratamiento del nivel cero, un rol integrador de la población, y no sólo funcional, como ocurre por ejemplo en el Barrio Los Andes, de Beretervide.

Esta forma de proyectar y construir en fragmentos, que están insertos en un contexto al que pertenecen pero al que a la vez niegan, se observa también en otros órdenes de la vida. El ejercicio de la política, por ejemplo, se extendió de los comités de barrio a los medios de difusión y ahora a las redes virtuales, consiguiendo que un discurso, una propuesta, una medida o una plataforma, así como sus debates, no solamente pertenezcan al plano municipal o nacional sino al mundial. Esta habitación en varios planos obliga a proyectarla pensando en capas superpuestas donde van a confluir la historia y las costumbres propias pero también las de afuera. El espacio virtual, inconmensurable y sobre todo impredecible, va a crear esas zonas que Deleuze, otra vez aplicado a los conceptos, llamaba umbrales o indiscernibles, donde lo arrojado a él será interpretado y resignificado de múltiples formas, lo que posicionará también al enunciador en una especie de lugar móvil.

Estética y conocimiento

El hombre metropolitano difícilmente experimente, hoy en día o por lo menos con la misma intensidad, el shock propio de los primeros tiempos de la modernidad industrial frente a la diferencia o la provocación. Acepta las alturas más deshumanas, las multitudes asfixiantes en las horas pico, las intervenciones urbanas más descabelladas, la precariedad de los servicios colapsados, la estreches de sus espacios vitales, como así también los agujeros de pobreza que se abren en plena ciudad, la villa a lado de barrios opulentos, la familia que revuelve en la basura para subsistir o el mendigo durmiendo en el umbral. La ciudad ubica en el mismo plano, el plano de la indiferenciación, una serie de artefactos, espacios, saberes, texturas, voces, silencios y formas, épocas y estilos, y exige cierta tarea intelectual en sus habitantes. En su texto La condición de la Posmodernidad, Harvey cita la novela Soft city, de Jonathan Raban, donde el autor habla de la artisticidad de la vida moderna y afirma que al hombre metropolitano le basta configurar esos elementos para encontrar un sentido personal y que la ciudad le sea significativa. Aclara que esa extrema plasticidad, tanto de la ciudad como de la personalidad, también es la causa de su vulnerabilidad a la locura y la pesadilla.

Sin embargo, en este plano indiferenciado donde se ubican los elementos urbanos, tienen una vital importancia las condiciones que los produjo y el contexto que los recibe. Vital importancia porque de ellos dependerán la apropiación y la experiencia estética, o no, del que la habita. No se trata solamente de que la ciudad fuera un centro de cultura y producción, generadora de conocimientos, de servicios ilimitados, de acceso a las mejores condiciones de habitabilidad, dotada de la mejor infraestructura y donde el ser humano tiene la posibilidad tanto material como espiritual de desarrollar toda su potencialidad. Se trata de que la ciudad contemporánea constituye ella misma una información y un conocimiento que deben ser adquiridos, transmitidos, utilizados y descartados a velocidades variadas y que será directamente proporcional a su grado de modernización y metropolización. No es un conocimiento específico, no es sólo eso, sino más bien potencial en el que la percepción del mismo, como ya lo vimos con Lynch, estará dada a través de su componente estético. Es decir, por esa capacidad ilimitada de generar formas susceptibles de ser percibidas, configuradas, interpretadas y, además, consideradas bellas –belleza dada, por otra parte, no por una propiedad intrínseca sino por su capacidad de comunicar precisamente actualidad.

Con relación a la artisticidad de los hechos urbanos, Rossi plantea que la ciudad comparte con el arte, además de ser una manufactura del hombre, la capacidad de ser material pero, además, ser algo diferente a la materia, son condicionados pero también condicionantes. La imagen y la forma actúan como una contraseña en este collage, contraseña de saber leer, saber ver, saber estar. La capacidad estética de artefactos y espacios urbanos da cuenta de su grado de progreso tecnológico y de su relación con las otras grandes ciudades mundiales que actúan, de alguna forma, como contexto y entorno a veces más decisivos que los geográficos. Las actuales formas urbanas publicitan su propia modernidad, seducen, educan la mirada y la sensibilidad y orientan conductas tanto por el proyecto arquitectónico en sí como por su carga representacional. Es una arquitectura y un urbanismo propagandísticos en los que el mensaje más importante que tienen por comunicar es que se pertenece, tanto a nivel local como global, que se entiende la época, que se la representa de acuerdo a su carácter esencial, que es moviente, veloz y voraz. O, dicho de otra forma, la ciudad da cuenta de sus procesos de desarrollo y condiciones de producción a través de su componente estético allí donde éste se vuelve más singular (o más radical).

Zenda Liendivit

El presente texto es un fragmento del libro «La ciudad como problema estético. De la Modernidad a la Posmodernidad», Capítulo III Collage, Zenda Liendivit, Contratiempo Ediciones, 2009

fuente www.revistacontratiempo.com.ar

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La lotería de Babilonia

Publicada el 31/07/2011 - 31/07/2011 por raas

Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles. Miren: a mi mano derecha le falta el índice.

Miren: por este desgarrón de la capa se ve en mi estómago un tatuaje bermejo; es el segundo símbolo, Beth. Esta letra, en las noches de luna llena, me confiere poder sobre los hombres cuya marca es Ghimel, pero me subordina a los de Aleph, que en las noches sin luna deben obediencia a los de Ghimel. En el crepúsculo del alba, en un sótano, he yugulado ante una piedra negra toros sagrados. Durante un año de la luna, he sido declarado invisible: gritaba y no me respondían, robaba el pan y no me decapitaban. He conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre. En una cámara de bronce, ante el pañuelo silencioso del estrangulador, la esperanza me ha sido fiel; en el río de los deleites, el pánico. Heráclides Póntico refiere con admiración que Pitágoras recordaba haber sido Pirro y antes Euforbo y antes algún otro mortal; para recordar vicisitudes análogas yo no preciso recurrir a la muerte ni aún a la impostura.

Debo esa variedad casi atroz a una institución que otras repúblicas ignoran o que obra en ellas de modo imperfecto y secreto: la lotería. No he indagado su historia; sé que los magos no logran ponerse de acuerdo; sé de sus poderosos propósitos lo que puede saber de la luna el hombre no versado en astrología. Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal de la realidad: hasta el día de hoy, he pensado tan poco en ella como en la conducta de los dioses indescifrables o de mi corazón. Ahora, lejos de Babilonia y de sus queridas costumbres, pienso con algún asombro en la lotería y en las conjeturas blasfemas que en el crepúsculo murmuran los hombres velados.

Mi padre refería que antiguamente ¿cuestión de siglos, de años? la lotería en Babilonia era un juego de carácter plebeyo. Refería (ignoro si con verdad) que los barberos despachaban por monedas de cobre rectángulos de hueso o de pergamino adornados de símbolos. En pleno día se verificaba un sorteo: los agraciados recibían, sin otra corroboración del azar, monedas acuñadas de plata. El procedimiento era elemental, como ven ustedes.

Naturalmente, esas «loterías» fracasaron. Su virtud moral era nula. No se dirigían a todas las facultades del hombre: únicamente a su esperanza. Ante la indiferencia pública, los mercaderes que fundaron esas loterías venales, comenzaron a perder el dinero. Alguien ensayó una reforma: la interpolación de unas pocas suertes adversas en el censo de números favorables. Mediante esa reforma, los compradores de rectángulos numerados corrían el doble albur de ganar una suma y de pagar una multa a veces cuantiosa. Ese leve peligro (por cada treinta números favorables había un número aciago) despertó, como es natural, el interés del público. Los babilonios se entregaron al juego. El que no adquiría suertes era considerado un pusilánime, un apocado. Con el tiempo, ese desdén justificado se duplicó. Era despreciado el que no jugaba, pero también eran despreciados los perdedores que abonaban la multa. La Compañía (así empezó a llamársela entonces) tuvo que velar por los ganadores, que no podían cobrar los premios si faltaba en las cajas el importe casi total de las multas. Entabló una demanda a los perdedores: el juez los condenó a pagar la multa original y las costas o a unos días de cárcel. Todos optaron por la cárcel, para defraudar a la Compañía. De esa bravata de unos pocos nace el todo poder de la Compañía: su valor eclesiástico, metafísico.

Poco después, los informes de los sorteos omitieron las enumeraciones de multas y se limitaron a publicar los días de prisión que designaba cada número adverso. Ese laconismo, casi inadvertido en su tiempo, fue de importancia capital. Fue la primera aparición en la lotería de «elementos no pecuniarios». El éxito fue grande. Instada por los jugadores, la Compañía se vio precisada a aumentar los números adversos.

Nadie ignora que el pueblo de Babilonia es muy devoto de la lógica, y aun de la simetría. Era incoherente que los números faustos se computaran en redondas monedas y los infaustos en días y noches de cárcel. Algunos moralistas razonaron que la posesión de monedas no siempre determina la felicidad y que otras formas de la dicha son quizá más directas.

Otra inquietud cundía en los barrios bajos. Los miembros del colegio sacerdotal multiplicaban las puestas y gozaban de todas las vicisitudes del terror y de la esperanza; los pobres (con envidia razonable o inevitable) se sabían excluidos de ese vaivén, notoriamente delicioso. El justo anhelo de que todos, pobres y ricos, participasen por igual en la lotería, inspiró una indignada agitación, cuya memoria no han desdibujado los años. Algunos obstinados no comprendieron (o simularon no comprender) que se trataba de un orden nuevo, de una etapa histórica necesaria… Un esclavo robó un billete carmesí, que en el sorteo lo hizo acreedor a que le quemaran la lengua. El código fijaba esa misma pena para el que robaba un billete. Algunos babilonios argumentaban que merecía el hierro candente, en su calidad de ladrón; otros, magnánimos, que el verdugo debía aplicárselo porque así lo había determinado el azar… Hubo disturbios, hubo efusiones lamentables de sangre; pero la gente babilónica impuso finalmente su voluntad, contra la oposición de los ricos.

El pueblo consiguió con plenitud sus fines generosos. En primer término, logró que la Compañía aceptara la suma del poder público. (Esa unificación era necesaria, dada la vastedad y complejidad de las nuevas operaciones.) En segundo término, logró que la lotería fuera secreta, gratuita y general. Quedó abolida la venta mercenaria de suertes. Ya iniciado en los misterios de Bel, todo hombre libre automáticamente participaba en los sorteos sagrados, que se efectuaban en los laberintos del dios cada sesenta noches y que determinaban su destino hasta el otro ejercicio. Las consecuencias eran incalculables. Una jugada feliz podía motivar su elevación al concilio de magos o la prisión de un enemigo (notorio o íntimo) o el encontrar, en la pacífica tiniebla del cuarto, la mujer que empieza a inquietarnos o que no esperábamos reveer; una jugada adversa: la mutilación, la variada infamia, la muerte. A veces un solo hecho -el tabernario asesinato de C, la apoteosis misteriosa de B- era la solución genial de treinta o cuarenta sorteos. Combinar las jugadas era difícil; pero hay que recordar que los individuos de la Compañía eran (y son) todopoderosos y astutos.

En muchos casos, el conocimiento de que ciertas felicidades eran simple fábrica del azar  hubiera aminorado su virtud; para eludir ese inconveniente, los agentes de la Compañía usaban de las sugestiones y de la magia. Sus pasos, sus manejos, eran secretos. Para indagar las íntimas esperanzas y los íntimos terrores de cada cual, disponían de astrólogos y de espías. Había ciertos leones de piedra, había una letrina sagrada llamada Qaphqa, había unas grietas en un polvoriento acueducto que, según opinión general, daban a la Compañía; las personas malignas o benévolas depositaban delaciones en esos sitios. Un archivo alfabético recogía esas noticias de variable veracidad.

Increíblemente, no faltaron murmuraciones. La Compañía, con su discreción habitual, no replicó directamente. Prefirió borrajear en los escombros de una fábrica de caretas un argumento breve, que ahora figura en las escrituras sagradas. Esa pieza doctrinal observaba que la lotería es una interpolación del azar en el orden del mundo y que aceptar errores no es contradecir el azar: es corroborarlo. Observaba asimismo que esos leones y ese recipiente sagrado, aunque no desautorizados por la Compañía (que no renunciaba al derecho de consultarlos), funcionaban sin garantía oficial.

Esa declaración apaciguó las inquietudes públicas. También produjo otros efectos, acaso no previstos por el autor. Modificó hondamente el espíritu y las operaciones de la Compañía. Poco tiempo me queda; nos avisan que la nave está por zarpar; pero trataré de explicarlo. Por inverosímil que sea, nadie había ensayado hasta entonces una teoría general de los juegos. El babilonio es poco especulativo. Acata los dictámenes del azar, les entrega su vida, su esperanza, su terror pánico, pero no se le ocurre investigar sus leyes laberínticas, ni las esferas giratorias que lo revelan. Sin embargo, la declaración oficiosa que he mencionado inspiró muchas discusiones de carácter jurídico-matemático. De alguna de ellas nació la conjetura siguiente: Si la lotería es una intensificación del azar, una periódica infusión del caos en el cosmos ¿no convendría que el azar interviniera en todas las etapas del sorteo y no en una sola? ¿No es irrisorio que el azar dicte la muerte de alguien y que las circunstancias de esa muerte -la reserva, la publicidad, el plazo de una hora o de un siglo- no estén sujetas al azar? Esos escrúpulos tan justos provocaron al fin una considerable reforma, cuyas complejidades (agravadas por un ejercicio de siglos) no entienden sino algunos especialistas; pero que intentaré resumir, siquiera de modo simbólico.

Imaginemos un primer sorteo, que dicta la muerte de un hombre. Para su cumplimiento se procede a un otro sorteo, que propone (digamos) nueve ejecutores posibles. De esos ejecutores, cuatro pueden iniciar un tercer sorteo que dirá el nombre del verdugo, dos pueden reemplazar la orden adversa por una orden feliz (el encuentro de un tesoro, digamos), otro exacerbará la muerte (es decir la hará infame o la enriquecerá de torturas), otros pueden negarse a cumplirla… Tal es el esquema simbólico. En la realidad el número de sorteos es infinito. Ninguna decisión es final, todas se ramifican en otras. Los ignorantes suponen que infinitos sorteos requieren un tiempo infinito; en realidad basta que el tiempo sea infinitamente subdivisible, como lo enseña la famosa parábola del Certamen con la Tortuga. Esa infinitud condice de admirable manera con los sinuosos números del Azar y con el Arquetipo Celestial de la Lotería, que adoran los platónicos…

Algún eco deforme de nuestros ritos parece haber retumbado en el Tíber: Ello Lampridio, en la Vida de Antonino Heliogábalo, refiere que este emperador escribía en conchas las suertes que destinaba a los convidados, de manera que uno recibía diez libras de oro y otro diez moscas, diez lirones, diez osos. Es lícito recordar que Heliogábalo se educó en el Asia Menor, entre los sacerdotes del dios epónimo. También hay sorteos impersonales, de propósito indefinido: uno decreta que se arroje a las aguas del Eufrates un zafiro de Taprobana; otro, que desde el techo de una torre se suelte un pájaro; otro, que cada siglo se retire (o se añada) un gramo de arena de los innumerables que hay en la playa. Las consecuencias son, a veces, terribles. Bajo el influjo bienhechor de la Compañía, nuestras costumbres están saturadas de azar. El comprador de una docena de ánforas de vino damasceno no se maravillará si una de ellas encierra un talismán o una víbora; el escribano que redacta un contrato no deja casi nunca de introducir algún dato erróneo; yo mismo, en esta apresurada declaración he falseado algún esplendor, alguna atrocidad. Quizá, también, alguna misteriosa monotonía… Nuestros historiadores, que son los más perspicaces del orbe, han inventado un método para corregir el azar; es fama que las operaciones de ese método son (en general) fidedignas; aunque, naturalmente, no se divulgan sin alguna dosis de engaño. Por lo demás, nada tan contaminado de ficción como la historia de la Compañía…

Un documento paleográfico, exhumado en un templo, puede ser obra del sorteo de ayer o de un sorteo secular. No se publica un libro sin alguna divergencia entre cada uno de los ejemplares. Los escribas prestan juramento secreto de omitir, de interpolar, de variar. También se ejerce la mentira indirecta.

La Compañía, con modestia divina, elude toda publicidad. Sus agentes, como es natural, son secretos; las órdenes que imparte continuamente (quizá incesantemente) no difieren de las que prodigan los impostores. Además ¿quién podrá jactarse de ser un mero impostor? El ebrio que improvisa un mandato absurdo, el soñador que se despierta de golpe y ahoga con las manos a la mujer que duerme a su lado ¿no ejecutan, acaso, una secreta decisión de la Compañía? Ese funcionamiento silencioso, comparable al de Dios, provoca toda suerte de conjeturas. Alguna abominablemente insinúa que hace ya siglos que no existe la Compañía y que el sacro desorden de nuestras vidas es puramente hereditario, tradicional; otra la juzga eterna y enseña que perdurará hasta la última noche, cuando el último dios anonade el mundo. Otra declara que la Compañía es omnipotente, pero que sólo influye en cosas minúsculas: en el grito de un pájaro, en los matices de la herrumbre y del polvo, en los entresueños del alba. Otra, por boca de heresiarcas enmascarados, que no ha existido nunca y no existirá. Otra, no menos vil, razona que es indiferente afirmar o negar la realidad de la tenebrosa corporación, porque Babilonia no es otra cosa que un infinito juego de azares. Fin

Jorge Luis Borges
1974

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La institución de la violencia

Publicada el 28/07/2011 - 28/07/2011 por raas

En 1925, algunos artistas y escritores franceses que firmaban en nombre de la «revolución surrealista», dirigieron a los directores de hospitales psiquiátricos un manifiesto que terminaba con estas palabras: «Mañana, a la hora de la visita, cuando ustedes intenten sin la ayuda de léxico alguno comunicarse con estos hombres, podrán ustedes recordar y reconocer que sólo tienen sobre ellos una superioridad: la fuerza».

Cuarenta años más tarde –sometidos como estamos, en la mayoría de los países europeos, a una antigua ley, aún dubitativa, entre la asistencia y la seguridad, la piedad y el miedo-, la situación no es diferente: limitaciones, burocracia y autoritarismo regulan la vida de los internados para los cuales ya había reclamado Pinel en su momento el derecho a la libertad… El psiquiatra parece que aún no ha descubierto que el primer paso hacia la curación del enfermo es el retorno a la libertad, de la cual él mismo le ha privado hasta hoy. En la compleja organización del espacio cerrado, donde el enfermo mental se ha visto reducido durante siglos, las necesidades del régimen, del sistema, sólo han exigido del médico un papel de vigilante, de tutor interior, de moderador de los excesos a los cuales podía abocar la enfermedad: el sistema tenía más validez que el objeto de sus cuidados.

Pero hoy el psiquiatra se da cuenta de que los primeros pasos hacia la «apertura» del manicomio producen en el enfermo un cambio gradual de su manera de situarse en relación con la enfermedad y el mundo; de su forma de ver las cosas, restringida y disminuida no sólo por la condición mórbida, sino por un prolongado internamiento. Desde que franquea el muro del internado, el enfermo penetra en una dimensión de la vida emocional…, se le introduce, en resumen, en un espacio concebido desde sus mismos orígenes para hacerle inofensivo y cuidarle, pero que se revela, en la práctica y de forma paradójica, como un lugar construido para aniquilar la individualidad: el lugar de su objetivación total…

Sin embargo, en el curso de estas primeras etapas hacia la transformación del manicomio en un hospital de curación, el enfermo no se presenta ya como un hombre resignado y sometido a nuestra voluntad, intimidado por la fuerza y por la autoridad de sus vigilantes… Se presenta como un enfermo, transformado en objeto por la enfermedad, pero que ya no acepta ser objetivado por la mirada del médico que le mantiene a distancia. La agresividad –que, como expresión de la enfermedad, pero sobre todo de la institucionalización, rompía de vez en cuando el estado de apatía y de desinterés-, cede el paso, en numerosos pacientes, a una nueva agresividad, surgida, más allá de sus particulares delirios, del sentimiento oscuro de una «injusticia»: la de no ser considerados como hombres desde el momento en que están en «el manicomio».

Es entonces cuando el hospitalizado, con una agresividad que trasciende la misma enfermedad, descubre su derecho a vivir una vida humana…

Para que el asilo de alienados, después de la destrucción progresiva de sus estructuras alienantes, no se convierta en un irrisorio asilo de domésticos agradecidos, el único punto en el cual al parecer puede apoyarse, es precisamente la agresividad individual. Esta agresividad –que nosotros, los psiquiatras, buscamos para fundar en ella una relación auténtica con el paciente- permitirá instaurar una tensión recíproca, que actualmente puede servir para romper los lazos de autoridad y de paternalismo que han representado, hasta ahora, una causa de institucionalización… (agosto de 1964)

(…) Por lo que a nosotros concierne, nos encontramos ante una situación extremadamente institucionalizada en todos los sectores: enfermos, enfermedades, médicos… Hemos intentado provocar una situación de ruptura, de forma que haga salir los tres polos de la vida hospitalaria de sus roles cristalizados, sometiéndolos a un juego de tensiones y de contratensiones en el cual todos se encontrarán implicados y serán responsables. Esto significa correr un «riesgo», única forma de poner en un plano de igualdad a enfermos y médicos, enfermos y staff, unidos en la misma causa, tendiendo hacia un fin común.

Esta tensión debía servir de base a la nueva estructura: si ésta era relajada, todo caería de nuevo en la situación institucionalizada anterior… La nueva situación interna debía, pues, desarrollarse a partir de la base, y no de la cúspide, en el sentido de que, lejos de presentarse como un esquema al cual la vida comunitaria debía corresponder, esta misma vida estaba llamada a engendrar un orden respondiendo a sus exigencias y a sus necesidades; en vez de fundarse sobre una regla impuesta desde arriba, la organización se convertía, por sí misma, en un acto terapéutico…

No obstante, si la enfermedad está igualmente unida, como sucede en la mayoría de los casos, a factores sociales a nivel de resistencia al impacto de una sociedad que desconoce al hombre y sus exigencias, la solución de un problema tan grave sólo puede hallarse en una posición socioeconómica que permita, además, la reintegración progresiva de aquellos que han sucumbido bajo el esfuerzo, que no han podido jugar el juego. Cualquier intento de abordar el problema sólo servirá para demostrar que esta empresa es posible, pero queda inevitablemente aislada –y, por lo tanto, ausente de la menor significación social-, mientras no vaya unida a un movimiento estructural de base que tenga en cuenta las realidades que encuentra el enfermo mental a su salida del hospital: el trabajo que no encuentra, el medio que le rechaza, las circunstancias que, en vez de ayudarle a reintegrarse, le empujan poco a poco hacia los muros del hospital psiquiátrico. Considerar una reforma de la ley psiquiátrica actual significa no sólo enfrentarse con otros sistemas y otras reglas sobre las cuales fundar la nueva organización, sino, sobre todo, atacar los problemas de orden social que van unidos a ella… (marzo de 1965)

Cualquier sociedad cuyas estructuras se basan únicamente en diferencias de cultura y de clase, así como también en sistemas competitivos, crea en sí misma áreas de compensación para sus propias contradicciones, en las cuales puede concretar la necesidad de negar o de fijar objetivamente una parte de su subjetividad…

El racismo, bajo todas sus formas, es únicamente la expresión de esta necesidad de áreas compensadoras. Y opera de este modo ante la existencia de los asilos de alienados –símbolo de lo que se podrían denominar «reservas psiquiátricas», comparables al «apartheid» del negro o al ghetto-, con la expresa voluntad de excluir todo aquello de lo cual duda porque es desconocido e inaccesible. Una voluntad justificada, y científicamente confirmada, por una psiquiatría que ha considerado el objeto de su estudio como incomprensible, y por lo tanto, fácilmente relegable en la cohorte de los excluidos…

El enfermo mental es un excluido que, en una sociedad como la actual, nunca podrá oponerse a lo que le excluye, puesto que cada uno de sus actos se encuentra constantemente circunscrito y definido por la enfermedad. La psiquiatría es, pues, la única manera –en su doble papel médico y social-, de informar al enfermo de la naturaleza de su enfermedad, y de lo que le ha hecho la sociedad al excluirle: sólo tomando conciencia de haber sido excluido y rechazado podrá, el enfermo mental, rehabilitarse del estado de institucionalización en que se le ha sumido…

Porque es aquí, detrás de los muros del asilo de alienados, que la psiquiatría clásica ha demostrado su fracaso: en efecto, en presencia del problema del enfermo mental, ha tendido hacia una solución negativa, separándole de su contexto social y por lo tanto de su humanidad… Colocado a viva fuerza en un lugar donde las modificaciones, las humillaciones y la arbitrariedad son la regla, el hombre –sea cual fuere su estado mental-, se objetiviza poco a poco, identificándose con las leyes del internamiento. Su caparazón de apatía, de indiferencia y de insensibilidad, sólo sería en suma un acto desesperado de defensa contra un mundo que le excluye y después le aniquila: el último recurso personal de que dispone el enfermo para oponerse a la experiencia insoportable de vivir conscientemente una existencia de excluido. (diciembre de 1966)

Si, originalmente, el enfermo sufre la pérdida de su identidad, la institución y los parámetros psiquiátricos le han confeccionado otra, a partir del tipo de relación objetivante que han establecido con él y los estereotipos culturales de los cuales le han rodeado. Así, pues, se puede decir que el enfermo mental, colocado en una institución cuya finalidad terapéutica resulta ambigua por su obstinación en no querer ver más que un cuerpo enfermo, se ve abocado a hacer de esta institución su propio cuerpo, asimilando la imagen de sí mismo, que ésta le impone…

El enfermo, que ya sufre una pérdida de libertad que puede considerarse como característica de la enfermedad, se ve obligado a adherirse a este nuevo cuerpo, negando cualquier idea, cualquier acto, cualquier aspiración autónoma que pudieran permitirle sentirse siempre vivo, siempre él mismo. Se convierte en un cuerpo vivido en la institución y por ella, hasta el punto de ser asimilado por la misma, como parte de sus propias estructuras físicas.

«Antes de partir, las cerraduras y los enfermos fueron controlados», puede leerse en las notas redactadas por un turno de enfermeros del equipo siguiente, para garantizar el perfecto funcionamiento del servicio. Llaves, cerraduras, barrotes, enfermos, todo forma parte, sin distinción del material del hospital, del cual son responsables los médicos y los enfermeros… El enfermo es ya únicamente un cuerpo institucionalizado, que se vive como un objeto y que, a veces, intenta –cuando aún no está completamente domado-, reconquistar mediante acting-out, aparentemente incomprensibles, los caracteres de un cuerpo personal, de un cuerpo vivido, rehusando identificarse con la institución.

Franco Basaglia

extracto del libro La institución negada, Informe de un hospital psiquiátrico. Franco Basaglia (Barral Editores, 1972)

fuente www.revistacontratiempo.com.ar

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Océanos al borde de la catástrofe

Publicada el 21/07/2011 - 21/07/2011 por raas

Los océanos del mundo se enfrentan a una pérdida de especies sin precedentes comparable con las grandes extinciones masivas de la prehistoria, sugiere hoy un importante informe.

Los mares están degenerando mucho más rápido de lo que nadie ha predicho, dice el informe, debido al impacto cumulativo de una serie de factores estresantes individuales, que van desde el calentamiento climático a la acidificación del agua de mar, a la contaminación química generalizada y a la brutal sobrepesca.

La conjunción de estos factores amenaza ahora el entorno marino con una catástrofe “sin precedentes en la historia humana”, según el informe de un panel de destacados oceanógrafos reunidos en Oxford a principios de este año por el Programa Internacional sobre el Estado del Océano (IPSO, por sus siglas en inglés) y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN).

La sombría sugerencia hecha por el panel es que la extinción potencial de especies, de grandes peces a un extremo de la escala a pequeños corales al otro, es directamente comparable con las cinco grandes extinciones masivas en el historial geológico, durante cada una de las cuales murió gran parte de la vida en el mundo. Van desde el “evento” Ordoviciense-Silúrico de hace 450 millones de años a la extinción del Cretácico-Terciario de hace 65 millones de años, que se cree que eliminó a los dinosaurios. Se piensa que el peor de todos, el evento al final del período Pérmico, hace 251 millones de años, eliminó un 70% de las especies en tierra y un 96% de todas las especies en el mar.

El panel de 27 científicos, que consideró la última investigación de todas las áreas de la oceanografía, concluyó que una “combinación de factores estresantes está creando las condiciones asociadas con cada importante extinción anterior de especies en la historia de la Tierra”. También concluyeron que:

-La rapidez y tasa de degeneración de los océanos es mucho más rápida de lo que se había predicho.
-Muchos de los impactos negativos identificados son mayores que las peores predicciones.
-Los primeros pasos hacia una extinción globalmente significativa pueden haber comenzado ya.

“Los resultados son inquietantes”, dijo el doctor Alex Rogers, profesor de biología de la conservación en la Universidad Oxford y director científico del IPSO. “Al considerar el efecto cumulativo de lo que la humanidad hace a los océanos, las implicaciones se hicieron mucho peores de lo que habíamos pensado individualmente”.

“Se trata de una situación muy seria que exige acción inequívoca a todos los niveles. Estamos ante consecuencias para la humanidad que impactarán durante nuestra vida, y peor todavía, en la vida de nuestros hijos y generaciones después”. Al estudiar la investigación reciente, el panel de expertos “encontró evidencia firme” de que los efectos del cambio climático, combinados con otros impactos inducidos por los seres humanos como ser la sobrepesca y los residuos de nutrientes de la agricultura, ya han causado una disminución dramática de la salud de los océanos.

No solo hay graves disminuciones en numerosas especies de peces, hasta llegar a la extinción comercial en algunos casos, y una tasa “sin paralelo” de extinción regional de algunos tipos de hábitat, como mangles y praderas de hierbas marinas, sino algunos ecosistemas marinos completos, como arrecifes de coral, podrían haber desaparecido dentro de una generación.

El informe dice: “El aumento de hipoxia [bajos niveles de oxígeno] y anoxia [ausencia de oxígeno, conocidas como zonas de océanos muertos], combinadas con calentamiento del océano y acidificación, son los tres factores que han estado presentes en cada evento de extinción masiva en la historia de la Tierra.»

“Existe fuerte evidencia científica de que estos tres factores vuelven a combinarse en el océano, exacerbados por múltiples estresantes severos. El panel científico concluyó que un nuevo evento de extinción es inevitable si continúa la actual trayectoria de daño.”

El panel destacó una serie de indicadores que muestran la gravedad de la situación. Dijo, por ejemplo, que un solo caso de emblanquencimiento masivo de coral en 1998 mató un 16% de todos los arrecifes de coral del mundo, y señaló que la sobrepesca ha reducido algunas poblaciones de peces comerciales y poblaciones de especies de bycatch [pesca incidental] en más de un 90%.

Reveló que la nueva investigación científica sugiere que los contaminantes, incluidos químicos ignífugos y almizcles sintéticos encontrados en detergentes, se encuentran en los mares polares, y que estos productos químicos pueden ser absorbidos por minúsculas partículas de plástico en el océano que por su parte son ingeridas por criaturas marinas como los peces que se alimentan en el fondo.

Las partículas plásticas también ayudan al transporte de algas de un sitio a otro, aumentando las floraciones nocivas de algas, que también son causadas por el influjo de contaminación rica en nutrientes de tierras labradas.

Los expertos estuvieron de acuerdo en que cuando se suman éstas y otras amenazas, el océano y los ecosistemas en su interior son incapaces de recuperarse, al sufrir constantemente múltiples ataques.

El informe presenta una serie de recomendaciones y llamados a los Estados, cuerpos regionales y a las Naciones Unidas para estatuir medidas que conserven mejor los ecosistemas de los océanos, y en particular demanda la adopción urgente de una mejor administración del mar abierto, en gran parte desprotegido.

“Los principales expertos en océanos del mundo están sorprendidos por la tasa y magnitud de los cambios que estamos viendo”, dijo Dan Laffoley, el asesor sénior de la IUCN sobre oceanografía y conservación. “Los desafíos para el futuro del océano son vastos, pero, a diferencia de generaciones anteriores, sabemos lo que hay que hacer. El momento para proteger el corazón azul de nuestro planeta es ahora, hoy y urgente.”

Las conclusiones del informe se presentarán esta semana en las Naciones Unidas, cuando los delegados comiencen las discusiones sobre la reforma de la administración de los océanos.

Las cinco grandes extinciones

-La extinción del Cretácico-Terciario hace 65,5 millones de años.

El plancton, que forma el primer eslabón de la cadena alimentaria del océano, fue fuertemente afectado en un evento que también incluyó la desaparición de los últimos dinosaurios no avianos. Los gigantescos mosasaurios y plesiosaurios también abandonaron los mares. Se piensa que fue causado por un asteroide o erupciones volcánicas.

-La extinción Triásica-Jurásica, hace 205 millones de años

Este período, que tuvo un profundo efecto en el mar y la tierra, incluyó la desaparición de un 20% de todas las familias marinas. En total, la mitad de las especies conocidas que vivían en la Tierra en esa época se extinguieron. El cambio gradual del clima, las fluctuaciones de los niveles del mar y las erupciones volcánicas forman parte de los motivos citados para la desaparición de las especies.

-La extinción Pérmico-Triásica, hace 251 millones de años

Un período conocido como la “gran extinción” fue el más severo de los eventos de extinción de la Tierra, cuando se perdió un 96% de las especies marinas, así como casi tres cuartos de las especies terrestres. El planeta tardó mucho en recuperarse de lo que también se ha llamado “la madre de todas las extinciones masivas”.

-La extinción del final del Devónico, hace 360-375 millones de años

Tres cuartos de todas las especies de la Tierra murieron en un período que puede haber comprendido varios millones de años. Los mares poco profundos fueron los más afectados y los arrecifes no se recuperaron durante otros 100 millones de años. Los cambios en el nivel del mar y el cambio climático estaban entre las presuntas causas.

-Las extinciones masivas del Ordovícico-Silúrico, hace entre 440 y 450 millones de años

La tercera mayor extinción en la historia de la Tierra tuvo dos picos. Durante la del Ordovícico, la mayor parte de la vida estaba en el mar, por lo tanto fueron criaturas marinas como trilobitas, braquiópodos y graptolites las que se redujeron drásticamente. En total, aproximadamente un 85% de las especies marinas fue eliminado.

Olas de destrucción

El Primer Análisis del informe del panel evalúa el “trío letal” de factores: calentamiento global, acidificación de los océanos y anoxia (ausencia de oxígeno). La mayoría de las cinco extinciones globales masivas de la prehistoria, si no todas, llevan la huella de esas “perturbaciones de carbono”, dice el informe, y el “trío letal” está presente actualmente en el océano.

El Segundo Análisis considera los arrecifes de corales, y el hecho de que esas “selvas forestales del mar” (así llamadas por su riqueza en especies) enfrentan ahora múltiples amenazas. El panel concluyó que esas amenazas, al actuar en conjunto (contaminación, acidificación, calentamiento, sobrepesca), tendrán mayor impacto que si estuvieran ocurriendo de una en una, y por lo tanto habrá que corregir las previsiones de cómo reaccionarán los arrecifes de coral al calentamiento global.

El Tercer Análisis examina la contaminación, que es un problema antiguo, pero que puede estar presentando nuevas amenazas, ya que una amplia gama de productos químicos nuevos se encuentra ahora en ecosistemas marinos, desde farmacéuticos a ignífugos, y algunos son conocidos por ser disruptores endocrinos o porque pueden dañar sistemas inmunes. La basura marina, especialmente los plásticos, es una inmensa causa de preocupación.

El Cuarto Análisis considera la sobrepesca: se concentra en el bahaba chino, un pez gigante que fue descrito por primera vez por científicos a principios de los años treinta, y que ahora está en peligro crítico: ha pasado de su descubrimiento a su casi desaparición en menos de 70 años. Un estudio reciente mostró que un 63% de las existencias evaluadas de peces en todo el mundo son sobre-explotadas o se han reducido drásticamente.

Michael McCarthy

Traducido del inglés por Germán Leyens

fuente: www.biodiversidadla.org/Principal/Contenido/Noticias/Oceanos_al_borde_de_la_catastrofe

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(revista) Etcétera. Correspondencia de la guerra social nº48

Publicada el 21/07/2011 - 21/07/2011 por raas

Etcétera, andadura peculiar iniciada a finales de los 70 y principios de los 80, a la vez como edición de libros, grupo de afinidad, lugar de encuentro y de debate, y revista: correspondencia de la guerra social. En la página web podréis encontrar los últimos números de la revista así como su sumario general, un catálogo de los libros y correspondencia que nos va llegando.

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La antipsiquiatria y las ‘nuevas tecnicas’

Publicada el 21/07/2011 - 21/07/2011 por raas

De vez en cuando se confirma un cierto equívoco sobre la antipsiquiatría al entenderla como una nueva técnica «especializada» de la ciencia psiquiátrica. La antipsiquiatría (me gustaría aclarar mi criterio sobre esta cuestión ya que el movimiento que yo represento en Italia se puede definir como anti-institutional o antipsiquiátrico) no es una técnica, ni una nueva metodología a incluir dentro del campo psiquiátrico, sino un movimiento de negación y de transformación que tiende a poner en discusión los esquemas y parámetros que se consideran como valores absolutos.

Es pues, un movimiento crítico que va más lejos del simple problema especializado enfrentándose a una ciencia que ha pasado a ser metafísica, dogmática, y que no responde a nivel práctico al enfermo y a su enfermedad, sino que se limita a la separación del sano y del enfermo y, por consiguiente, a la codificación de la enfermedad siguiendo unos esquemas establecidos como inmutables.

En este movimiento podemos encontrar el proceso a través del cual las técnicas del pasado y las actuales, psiquiátricas y psicoterapéuticas, han vivido su momento antipsiquiátrico -la nueva hipótesis crítica frente a la regla codificada- antes de perder su carácter dinámico y antes de transformarse, a través de la racionalización de sus métodos, en una nueva forma de control. Lo que, sin embargo, parece caracterizar al movimiento antipsiquiátrico y, más aún, al movimiento anti-institucional y que ha provocado las reacciones del círculo psiquiátrico es, quizá, la negativa a convertirse en un modelo técnico definido (es decir, la negativa a racionalizar su propio método para poder continuar en la tentativa de respuesta a la realidad) y la toma de conciencia de la función de todas las ciencias humanas (incluida la psiquiatría) como instrumentos de conservación de los valores dominantes.

En definitiva, la agresividad manifestada respecto del movimiento antipsiquiátrico y anti-institucional se explica en tanto que, con dicho movimiento, el problema de la asistencia psiquiátrica sale del coto cerrado de los especialistas y pasa a ser un debate público cuya significación y naturaleza deben comprender los propios usuarios del servicio (el debate no puede ya resolverse sólo a un nivel científico, sino que deberá ser verificado con el objeto de la psiquiatría -el internado de nuestros manicomios- como resultado del derecho que le da su quiebra).

Respecto a la acusación de la excesiva politización de un campo que debería guardar la neutralidad típica de una intervención científica, se puede decir que lo que caracteriza al movimiento anti-institucional es precisamente la toma de conciencia de la función del control (al servicio del poder) implícita en el papel de los psiquiatras como protectores del orden público.

La diferencia cualitativa entre la «Flichiatrie» (psiquiatría represiva) y la «politichatrie» (la politización de la psiquiatría, en el lenguaje de mis colegas franceses) es, precisamente, el hecho de que esta última ha tornado conciencia de ser una «flichiatrie» e intenta oponerse a este papel y denunciar prácticamente su función.

La acusación de excesiva politización vale, pues, si uno se contenta con creer en la neutralidad de la ciencia, aunque esto es difícilmente sostenible si se tiene en cuenta lo que ocurre en aquellas clases sociales a las que pertenecen los que reciben todas las sanciones de nuestras instituciones represivo-punitivo-terapéuticas. La definición de la enfermedad asume, de hecho, significaciones y evoluciones diversas según la condición social de los pacientes y es un poco problemático -o un mucho descarado- continuar sosteniendo ese principio de neutralidad.

Así, la experiencia anti-institucional o antipsiquiátrica no puede ser entendida como una técnica sino como un movimiento global que incluye el mundo existencial, social y político tanto del enfermo como del que trabaja en el campo social. Sólo bajo esta dimensión global se pueden comprender el tratamiento, la terapia, la curación, como lo que son, esto es una ocasión y un instrumento de discriminación para eliminar el mayor número de elementos posibles de perturbación social. Orden público y enfermedad mental están siempre estrechamente asociados ya que la enfermedad no es nunca tratada como problema técnico específico sino como manifestación anormal del comportamiento que sobrepasa el límite que la sociedad ha establecido.

En este sentido el psiquiatra debe, en primer lugar, comprender que no puede limitarse a establecer los cánones del grupo social al que representa determinando cuál es el enfermo que debe aceptar y establecer y cuál es el que ha de eliminar sino que, más bien, lo que determina en realidad es su propia adhesión a los valores dominantes y su capacidad de adaptación a los mismos. Los manicomios, la «naturaleza» de los internados y la práctica del psiquiatra en los mismos son una demostración permanente de lo dicho.

Hablar de tratamiento durante el largo período de los estados psicóticos significa, por consiguiente, según el planteamiento antipsiquiátrico, hablar de tratamiento durante el largo período de las instituciones-manicomio en las que es la vida institucional misma la que cronifica y psicotiza cada tipo de problemas, imponiéndoles el aspecto de enfermedad-manicomio. Pero una vez lograda la transformación de las instituciones psiquiátricas, mediante las nuevas técnicas de manipulación y de control, la comunidad externa comprende que puede utilizarlas en las instalaciones denominadas libres -familia, escuela, fábrica, ejército…- como amplificación y dilatación del poder. En el futuro, según esta lógica, no habrá ya más tratamientos durante los largos períodos de los estados psicóticos sino que estaremos todos englobados en un largo tratamiento en el mundo de la psicoterapia, de la ergoterapia, de las técnicas de rehabilitación de acuerdo con un centro de poder cada vez más restringido que delegará en los técnicos la función de crear continuamente nuevas ideologías para utilizarlas como instrumentos de discriminación y de división.

Franco Basaglia *

Extracto del libro de Franco Basaglia. La Antipsiquiatría y las «Nuevas Técnicas». Zona Erógena. No. 3. 1991.

* Principal figura del movimiento italiano Psiquiatría Democrática, cuyo hito principal fue la aprobación en 1978 de la ley 180 que dispone el cierre de los hospitales Psiquiátricos italianos.

fuente: www.educ.ar

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Facundo Cabral: un autista que hizo historia con su guitarra

Publicada el 10/07/2011 - 10/07/2011 por raas

Facundo Cabral, juglar de la canción popular argentina, tuvo una vida marcada por el abandono, la pobreza y el dolor, a los que se sobrepuso con una “fuerza espiritual” que fue además motor de su arte y de su mensaje a favor de la paz y la vida.

“Soy un vagabundo first class”, se definió Cabral hace unos pocos meses, en una de sus últimas entrevistas, en la que señaló que de él “no se podía esperar nada” y finalmente tuvo una “vida extraordinaria”.

Esa vida, que se apagó hoy de una forma trágica y violenta en Guatemala, comenzó el 22 de mayo de 1937 en la ciudad bonaerense de La Plata, en el seno de una familia marcada por el abandono de su padre, Rodolfo, cuando Cabral aún estaba en el vientre de su madre.

“Soy un tipo de suerte”, dijo el artista, al relatar que él y dos hermanos son sobrevivientes de un total de siete hijos que tuvo su madre, Sara, quien sola, acosada por la pobreza, resolvió mudarse a Tierra del Fuego, en el extremo sur de Argentina.

Fue autista, según dijo

Autista, según reveló alguna vez el propio artista, Cabral dijo su primera palabra a los 6 años, al pronunciar el nombre de su madre.

Volvió a hablar a los 9, cuando detuvo el auto oficial que trasladaba al entonces presidente Juan Domingo Perón, le preguntó si había trabajo y la esposa del mandatario, Evita, se alegró de que “por fin” alguien pidiera empleo y no limosna y ordenó a los suyos que le dieran un trabajo a Sara.

Así, la familia se traslada a la ciudad bonaerense de Tandil, donde Cabral, mientras trabaja como peón rural, toma contacto con la música folclórica, pero también con el alcohol y la delincuencia.

Estuvo en un reformatorio

Por robar, es enviado a un reformatorio, donde, gracias a un jesuita, mitiga su comportamiento violento entre los libros de una biblioteca.

Finalmente se escapa y se produce el mítico encuentro con Simón, un vagabundo que le hizo descubrir a Dios al recitarle el Sermón de la Montaña y, además, dar el empujón inicial a su carrera musical pues aquella experiencia epifánica le movió a componer su primera canción “Vuele bajo”, una canción de cuna.

Con su guitarra al hombro, pocos años después, se mudó a la turística ciudad bonaerense de Mar del Plata, donde el dueño de un hotel le dio la oportunidad de cantar en público por primera vez.

Su fama se consagra en 1970

Se consagró en 1970 con “No soy de aquí, ni soy de allá”, canción mundialmente famosa.

Predicador del “cristianismo ecuménico”, a Cabral se lo escuchó incansablemente hablar de Jesucristo, de Gandhi y de la Madre Teresa de Calcuta.

Cabral relató que una vez le preguntaron a la beata si tenía amigos artistas, en referencia al cantautor argentino, ella respondió: “El no es artista. Es un testigo. Es un testimonio de lo que puede hacer Dios con tu vida si te dejas llevar por Él”.

Además de su mensaje espiritual, sus canciones se caracterizaron por un tono de crítica social y protesta, rasgo este último por el que se vio obligado a exiliarse en 1976, con el advenimiento de la dictadura militar que gobernó Argentina hasta 1983.

Fue un exiliado

Exiliado en México, siguió con su carrera musical. A los 40 años, conoció en Nueva York al “amor de su vida”, una joven veinte años menor que él con la que tuvo una hija. Ambas murieron en un accidente de avión.

Abatido por la tragedia, fue precisamente la Madre Teresa quien le sacudió preguntándole “Facundo, ¿dónde vas a poner el amor que te va a sobrar?”, y así se lo llevó a bañar leprosos a Calcuta.

En 1984, regresó a Argentina para ser profeta en su tierra, vendiendo discos y llenando teatros y estadios.

Hombre de mil anécdotas, de vida intensa, vivía desde hace algunos años en un hotel de Buenos Aires, ya casi ciego, pero sin dejar de crear y comunicar su arte.

Grabó decenas de discos y escribió varios libros, una decena de ellos editados, entre ellos “Borges y yo”, donde repasa sus diálogos con el célebre escritor argentino.

Declarado por la Unesco “Mensajero mundial de la paz” y nominado al Nobel de la Paz en 2008, Cabral murió paradójicamente víctima de una atroz violencia, a la que no le tenía miedo.

“Si estás poblado de amor no podés tener miedo porque el amor es valentía. Yo me crié en la violencia, con siete hermanos, nueve años en el desierto y cuatro de ellos murieron de hambre y de frío. Me crié con la violencia, luego la dictadura, el abandono de mi padre”, dijo Cabral el año pasado, en un entrevista en México, cuando le preguntaron si no tenía miedo de actuar allí.

(Con información de EFE)

fuente www.cubadebate.cu

Descargar uno de sus monólogos aquí

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Simulacro y simulaciones

Publicada el 27/06/2011 - 27/06/2011 por raas

Traducción parcial de un texto de Baudrillard, «Simulacro y Simulaciones», que desarrolla conceptos en torno al proceso en que la realidad imita al modelo que se ha hecho de ella: en torno a que si primero es el mapa el que pretende conceptualizar lo real, ahora es lo real lo que imita los modelos de simulación que se hace de ella. Poder, lógica del trabajo, y la destrucción de la realidad a través de su cortocircuito constante por parte de los mecanismos de la simulación.

“El simulacro nunca es aquello que oculta la verdad – es la verdad lo que oculta que no hay verdad alguna. El simulacro es cierto”. Ecclesiastes

Podemos tomar como la alegoría más adecuada de la simulación el cuento de Borges donde los cartógrafos del Imperio dibujan un mapa que acaba cubriendo exactamente el territorio: pero donde, con el declinar del Imperio, este mapa se vuelve raído y acaba arruinándose, unas pocas tiras aún discernibles en los desiertos – la belleza metafísica de esta abstracción arruinada, dando testimonio del orgullo imperial y pudriéndose como un cadáver, volviendo a la sustancia de la tierra, tal y como un doble que envejece acaba siendo confundido con la cosa real). La fábula habría llegado entonces como un círculo completo a nosotros, y ahora no tiene nada excepto el encanto discreto de un simulacro de segundo orden.

La abstracción hoy no es ya la del mapa, el doble, el espejo o el concepto. La simulación no es ya la de un territorio, una existencia referencial o una sustancia. Se trata de la generación de modelos de algo real que no tiene origen ni realidad: un «hiperreal». El territorio ya no precede al mapa, ni lo sobrevive. De aquí en adelante, es el mapa el que precede al territorio, es el mapa el que engendra el territorio; y si reviviéramos la fábula hoy, serían las tiras de territorio las que lentamente se pudren a lo largo del mapa. Es lo real y no el mapa, cuyos escasos vestigios subsisten aquí y allí: en los desiertos que no son ya más del Imperio, sino nuestros. El desierto de lo real en sí mismo.

De hecho, incluso invertida, la fábula es inútil. Quizá sólo queda la alegoría del Imperio. Puesto que es con el mismo imperialismo con el que los simuladores de hoy en día intentan que todo lo real coincida con los modelos de simulación. Pero ya no es cuestión que se decida entre mapas y territorio. Algo ha desaparecido: la diferencia soberana entre ellos que era el encanto de la abstracción. Ya que es la diferencia lo que forma la poesía del mapa y el encanto del territorio, la magia del concepto y el encanto de lo real. […] Lo real se produce a partir de unidades miniaturizadas, de matrices, bancos de memoria y modelos de comandos? y con estos puede reproducirse un número indefinido de veces. Ya no tiene que ser racional, puesto que ya no se mide respecto a algún ideal o instancia negativa. No es más que práctico, operacional.

[…] Del mismo orden que la imposibilidad de redescubrir un nivel absoluto de lo real, es la imposibilidad de representar una ilusión. La ilusión ya no es posible, dado que lo real tampoco es ya posible. Es el problema político completo de la parodia, de la hipersimulación o de la simulación ofensiva, el que se plantea aquí.

Por ejemplo: sería interesante ver si el aparato represivo no reaccionaría más violentamente ante una toma de rehenes simulada que ante una real. Al fin y al cabo, la real sólo cambia el orden de las cosas, el derecho a la propiedad, mientras que la simulada interfiere con el mismo principio de realidad. La transgresión y la violencia son menos dañinos, puesto que sólo desafían la distribución de lo real. La simulación es infinitamente más dañina, puesto que siempre está sugiriendo que la ley y el orden en sí mismos podían realmente no ser más que una simulación.

Pero la dificultad es proporcional al riesgo. ¿Cómo fingir una ruptura y ponerla a prueba? Simula un robo en unos grandes almacenes: ¿cómo convences a los guardias de seguridad de que era un robo simulado? No hay diferencia «objetiva»: los mismos gestos y los mismos signos existen que en un robo real; de hecho, los signos no inclinan hacia ninguno de los dos lados. En lo que al orden establecido concierne, siempre pertenecerán al orden de lo real.

Organiza una toma falsa de rehenes. Asegúrate de que tus armas no pueden causar daño alguno, y toma a rehenes de tu mayor confianza de modo que ninguna vida esté en peligro (de otro modo te arriesgas a cometer un delito). Pide una recompensa, y arréglalo de modo que la operación pueda llegar a crear la mayor conmoción posible – en resumen, permanece cerca de la «verdad», para probar la reacción del aparato a una simulación perfecta. Pero aun así no tendrás éxito: la red de signos artificiales serán irremediablemente mezclados con elementos de lo real (un oficial de policía realmente disparará al tenerte a tiro; un cliente del banco se desmayará y morirá de un ataque al corazón; realmente te pondrán recompensa) – en resumen, te encontrarás sin remedio inmediatamente en lo real, una de cuyas funciones es precisamente devorar cualquier intento de simulación, para reducirlo todo a un poco de realidad – lo cual es exactamente todo lo que es el orden establecido, mucho antes de que las instituciones y la justicia tomen parte y jueguen su papel.

En esta imposibilidad de aislar el proceso de la simulación debe verse todo el empuje de un orden que sólo puede ver y entender en términos de «un poco de realidad», dado que no puede funcionar en ningún otro lugar. La simulación de un delito, será castigada con mayor ligereza (porque no tiene «consecuencias»), o será castigado como ofensa a lo público (por ejemplo, se hizo una operación policial «por nada»). Nunca como una simulación, puesto que precisamente como tal no hay equiparación con lo real, y por tanto tampoco represión. El reto de la simulación es irrecibible por el poder. ¿Cómo puedes castigar la simulación de virtud? Y aun así es tan seria como la simulación de un crimen. La parodia hace la obediencia y la transgresión equivalentes, y eso es el crimen más serio, dado que cancela la diferencia respecto a la que la ley está basada. El orden establecido no puede hacer nada contra ello, puesto que la ley es un simulacro de segundo orden mientras que la simulación es de tercero, más allá de lo verdadero y lo falso, más allá de las equivalencias, más allá de las distinciones racionales sobre las que funcionan el poder y lo social. Así pues, fallando en lo real, es aquí donde debemos apuntar al orden.

Por esto es por lo que el orden siempre opta por lo real. En un estado de no-certeza, siempre prefiere asumir esto. Pero esto se hace cada vez más y más difícil, puesto que es pragmáticamente imposible aislar el proceso de simulación. A través de la fuerza de la inercia de lo real que nos rodea, el inverso también es cierto (y esta misma reversibilidad forma parte del aparato de simulación y de la impotencia del poder): es decir, ahora es imposible aislar el proceso de lo real, o probar lo real.

Así, todas las tomas de rehenes y parecidos son ahora como si fueran tomas de rehenes simuladas, en el sentido de que están inscritas de antemano en los rituales de orquestación y decodificación de los medios, anticipados en su forma de presentación y consecuencias posibles. En resumen, su función es la de un grupo de símbolos dedicados exclusivamente a su recurrencia como signos, y ya no más hacia su «verdadero» objetivo en absoluto. Pero esto no los hace inofensivos. Al contrario, equivale a eventos hiperreales, deprivados de todo contenido u objetivos particulares, pero refractados indefinidamente el uno por el otro, de modo que son inverificables por un orden que sólo puede moverse en lo real y lo racional, en los fines y medios. Un orden referencial que sólo puede dominar a los propios referenciales, una forma de poder específico que sólo puede dominar un mundo específico, pero que no puede hacer nada ante la recurrencia sin fin de la simulación, sobre esa nébula sin peso que ya no obedece la ley de la gravitación de lo real – el poder en sí mismo desgajándose en este espacio y convirtiéndose en una simulación de poder, desconectado de sus objetivos, y dedicado a la simulación en masa.

La única arma del poder, su única estrategia contra esta derrota, es reinyectar realidad y referencialidad en todos lados, para intentar convencernos de la realidad de lo social, de la gravedad de la economía y las finalidades de la producción. Para ese propósito prefiere el discurso de la crisis, pero también – ¿por qué no? – el discurso del deseo. «¡Toma tus deseos como realidad!» podría entenderse como el slogan definitivo del poder, puesto que en un mundo no-referencial incluso la confusión del principio de realidad con el principio de deseo es menos dañino que la hiperrealidad contagiosa. Uno permanece entre principios, ahí el poder siempre tiene razón.

La hiperrealidad y la simulación disuaden todo principio y todo objetivo; vuelven contra el poder esta disuasión que ha sido tan bien utilizada por largo tiempo. Pues fue el capital el primero en alimentarse a través de su historia de la destrucción de toda referencia, todo objetivo humano, lo que quebró toda distinción ideal entre verdadero y falso, bueno y malo, para establecer una ley radical de equivalencia e intercambio, la ley de hierro de su poder. Fue el primero en practicar disuasión, abstracción, desconexión, desterritorialización, etc; y si fue el capital el que fomentó el concepto de la realidad, fue también el primero en liquidarlo en el exterminio de cada valor de uso, cada equivalencia real de producción y riqueza, en la omnipotencia de la manipulación. Ahora es esta misma lógica la que hoy se endurece aun más contra él. Y cuando intenta luchar contra esta catastrófica espiral secretando un último brillo de realidad, en el que pueda encontrarse un último brillo de poder, sólo multiplica los signos y acelera el juego de la simulación.

Al estar históricamente amenazado por lo real, el poder arriesgó la disuasión y la simulación, desintegrando toda contradicción a través de la producción de signos equivalentes. Cuando es amenazado hoy por la propia simulación (la amenaza de desaparecer en el juego de signos), el poder arriesga lo real, arriesga crisis, juega con la remanufacturación de las bases artificiales, sociales, económicas, políticas. Esta es una cuestión de vida o muerte para él, pero es tarde.

De ahí la histeria característica de nuestro tiempo: la histeria de la producción y reproducción de lo real. La otra producción, aquella de bienes y comodidades, aquella belle epoque de la economía política, ya no tiene sentido por sí misma, y no lo ha tenido ya por un tiempo. Lo que la sociedad busca a través de la producción y sobreproducción, es la restauración de lo real que se le escapa. Por esto es por lo que la producción «material» contemporánea es en sí misma hiperreal. Conserva todas sus características y todo su discurso de la producción tradicional, pero no es más que su refracción a una escala más baja (así que los hiperrealistas atan a una impresionante semejanza una realidad donde ha escapado todo encanto, todo significado, toda la profundidad y la energía de la representación). Así, el hiperrealismo de la simulación se expresa en todas partes por la impresionante semejanza de lo real a sí mismo.

El poder también por algún tiempo ya no produce más que signos de su propia semejanza. Y al mismo tiempo, otra figura de poder entra en juego: la demanda colectiva por signos de poder – una unión sagrada que se forma alrededor de la desaparición del poder. Todo el mundo pertenece a él más o menos con miedo ante el colapso de lo político. Y al final, el juego del poder no resulta ser más que la obsesión crítica con el poder – una obsesión con su muerte, con su supervivencia, cuanto mayor más desaparece; cuando ha desaparecido por completo, lógicamente estaremos bajo el completo hechizo del poder -, un recuerdo cautivador anunciado ya en todas partes manifestándose en un lugar particular, y al mismo tiempo la compulsión para librarse de él (nadie lo quiere ya, todos lo descargan sobre otros), y el aprensivo lamento sobre su pérdida. Melancolía para sociedades sin poder: esto ya alzó al fascismo, esa sobredosis de un referencial poderoso en una sociedad que no puede acabar su lamento.

Pero estamos aún en el mismo barco: ninguna de nuestras sociedades sabe cómo manejar su lamento por lo real, por el poder, por lo social, que se implica en esta ruptura. Y es a través de una revitalización artificial de todo esto por lo que intentamos escapar a ello. Inevitablemente esto acabará en el socialismo. A través de un giro de los eventos y una ironía que ya no pertenece a la historia, es a través de la muerte de lo social que el socialismo emergerá – tal y como es a través de la muerte de Dios que las religiones emergen-. Un retorcido camino, un evento perverso y reverso ininteligible a la lógica de la razón. Tal y como lo es el hecho de que el poder tan sólo está presente para ocultar que no hay ninguno. Una simulación que puede continuar indefinidamente, puesto que – no como el «verdadero» poder que es o fue una estructura, una estrategia, una relación de fuerza, un interés – ahora no es más que el objeto de una demanda social, y por tanto sujeta a la ley de la oferta y la demanda, en lugar de a la violencia y la muerte. Completamente destripada de su dimensión política, es dependiente como cualquier otro bien manufacturado, de la producción y el consumo de las masas. Su brillo ha desaparecido – sólo la ficción de un universo político se salva.

Del mismo modo con el trabajo, el brillo de su producción y su violencia no existen ya. Todo el mundo produce aún, y más y más, pero el trabajo sutilmente se ha convertido en otra cosa: una necesidad (como Marx idealmente lo vio, pero no en el mismo sentido), el objeto de la demanda social, como el ocio, al que es equivalente en el cómputo general de las opciones de vida. Una demanda igualmente proporcional exactamente a la pérdida de base del proceso del trabajo. El mismo cambio en la fortuna como en el poder: el objetivo del escenario en que se representa el trabajo es ocultar el hecho de que el trabajo-real, la producción-real, han desaparecido. Y por ello también lo ha hecho la huelga-real, que ya no es detener el trabajo, sino su polo alternativo en la ascensión ritual del calendario social. Es como si todos hubieran «ocupado» su lugar de trabajo, tras declarar la huelga, y hubieran seguido produciendo,… como es costumbre en trabajos conducidos por uno mismo, en exactamente los mismos términos que antes, declarándose a sí mismos (y estando virtualmente) en un estado de huelga permanente.

No es esto un sueño de ciencia ficción: en todas partes es una cuestión de duplicar el proceso del trabajo – y de un doble para el proceso de la huelga, que se incorpora como crisis en la producción-. Así que no hay ya más huelgas o trabajo sino ambos a la vez, quiere decir algo totalmente distinto: una brujería del trabajo, un escenodrama (para no decir melodrama) de la producción, una dramaturgia colectiva ante el vacío escenario de lo social.

No es ya más una cuestión de la ideología del trabajo – de la ética tradicional que oculta el proceso «real» de trabajo y el proceso «objetivo» de explotación – sino del escenario de trabajo. Del mismo modo, no es ya una cuestión de la ideología del poder, sino del escenario del poder. Las ideologías clásicamente corresponden a la traición de la realidad a través de los signos; la simulación corresponde al cortocircuito de la realidad y su reduplicación a través de signos. Siempre es el objetivo del análisis ideológico la restauración del proceso objetivo; siempre es un falso problema intentar restaurar la realidad detrás del simulacro.

Por esto es en última instancia por lo que el poder siempre está apoyado por los discursos y los discursos sobre ideología, pues todos estos discursos acerca de la verdad, incluso y especialmente si tienen un carácter revolucionario, para contrarrestar las caídas mortales de la simulación.

Jean Baudrillard

fuente www.decondicionamiento.org

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El imperio del consumo

Publicada el 19/06/2011 - 19/06/2011 por raas

La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble.

La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar. La expansión de la demanda choca con las fronteras que le impone el mismo sistema que la genera.

El sistema necesita mercados cada vez más abiertos y más amplios, como los pulmones necesitan el aire, y a la vez necesita que anden por los suelos, como andan, los precios de las materias primas y de la fuerza humana de trabajo. El sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre compradora; pero ni modo: para casi todos esta aventura comienza y termina en la pantalla del televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo.

El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente. En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En la fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar. Este modo de vida no es muy bueno para la gente, pero es muy bueno para la industria farmacéutica. EEUU consume la mitad de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas que se venden legalmente en el mundo, y más de la mitad de las drogas prohibidas que se venden ilegalmente, lo que no es moco de pavo si se tiene en cuenta que EEUU apenas suma el cinco por ciento de la población mundial.

«Gente infeliz, la que vive comparándose», lamenta una mujer en el barrio del Buceo, en Montevideo. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el tango, ha dejado paso a la vergüenza de no tener. Un hombre pobre es un pobre hombre. «Cuando no tenés nada, pensás que no valés nada», dice un muchacho en el barrio Villa Fiorito, de Buenos Aires. Y otro comprueba, en la ciudad dominicana de San Francisco de Macorís: «Mis hermanos trabajan para las marcas. Viven comprando etiquetas, y viven sudando la gota gorda para pagar las cuotas».

Invisible violencia del mercado: la diversidad es enemiga de la rentabilidad, y la uniformidad manda. La producción en serie, en escala gigantesca, impone en todas partes sus obligatorias pautas de consumo. Esta dictadura de la uniformización obligatoria es más devastadora que cualquier dictadura del partido único: impone, en el mundo entero, un modo de vida que reproduce a los seres humanos como fotocopias del consumidor ejemplar.

El consumidor ejemplar es el hombre quieto. Esta civilización, que confunde la cantidad con la calidad, confunde la gordura con la buena alimentación. Según la revista científica The Lancet, en la última década la «obesidad severa» ha crecido casi un 30 % entre la población joven de los países más desarrollados. Entre los niños norteamericanos, la obesidad aumentó en un 40% en los últimos dieciséis años, según la investigación reciente del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Colorado. El país que inventó las comidas y bebidas light, los diet food y los alimentos fat free, tiene la mayor cantidad de gordos del mundo. El consumidor ejemplar sólo se baja del automóvil para trabajar y para mirar televisión. Sentado ante la pantalla chica, pasa cuatro horas diarias devorando comida de plástico.

Triunfa la basura disfrazada de comida: esta industria está conquistando los paladares del mundo y está haciendo trizas las tradiciones de la cocina local. Las costumbres del buen comer, que vienen de lejos, tienen, en algunos países, miles de años de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo que de alguna manera está en los fogones de todos y no sólo en la mesa de los ricos. Esas tradiciones, esas señas de identidad cultural, esas fiestas de la vida, están siendo apabulladas, de manera fulminante, por la imposición del saber químico y único: la globalización de la hamburguesa, la dictadura de la fast food. La plastificación de la comida en escala mundial, obra de McDonald’s, Burger King y otras fábricas, viola exitosamente el derecho a la autodeterminación de la cocina: sagrado derecho, porque en la boca tiene el alma una de sus puertas.

El campeonato mundial de fútbol del 98 nos confirmó, entre otras cosas, que la tarjeta MasterCard tonifica los músculos, que la Coca-Cola brinda eterna juventud y que el menú de McDonald’s no puede faltar en la barriga de un buen atleta. El inmenso ejército de McDonald’s dispara hamburguesas a las bocas de los niños y de los adultos en el planeta entero. El doble arco de esa M sirvió de estandarte, durante la reciente conquista de los países del Este de Europa. Las colas ante el McDonald’s de Moscú, inaugurado en 1990 con bombos y platillos, simbolizaron la victoria de Occidente con tanta elocuencia como el desmoronamiento del Muro de Berlín.

Un signo de los tiempos: esta empresa, que encarna las virtudes del mundo libre, niega a sus empleados la libertad de afiliarse a ningún sindicato. McDonald’s viola, así, un derecho legalmente consagrado en los muchos países donde opera. En 1997, algunos trabajadores, miembros de eso que la empresa llama la Macfamilia, intentaron sindicalizarse en un restorán de Montreal en Canadá: el restorán cerró. Pero en el 98, otros empleados e McDonald’s, en una pequeña ciudad cercana a Vancouver, lograron esa conquista, digna de la Guía Guinness.

Las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo. Cualquiera entiende, en cualquier lugar, los mensajes que el televisor transmite. En el último cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo obligatorio. Tiempo libre, tiempo prisionero: las casas muy pobres no tienen cama, pero tienen televisor, y el televisor tiene la palabra. Comprado a plazos, ese animalito prueba la vocación democrática del progreso: a nadie escucha, pero habla para todos. Pobres y ricos conocen, así, las virtudes de los automóviles último modelo, y pobres y ricos se enteran de las ventajosas tasas de interés que tal o cual banco ofrece. Los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la soledad. Las cosas tienen atributos humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla. La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los mercados.

Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar: ellas también pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para atravesar las aduanas de la sociedad de clases, llaves que abren las puertas prohibidas. Cuanto más exclusivas, mejor: las cosas te eligen y te salvan del anonimato multitudinario. La publicidad no informa sobre el producto que vende, o rara vez lo hace. Eso es lo de menos. Su función primordial consiste en compensar frustraciones y alimentar fantasías: ¿En quién quiere usted convertirse comprando esta loción de afeitar? El criminólogo Anthony Platt ha observado que los delitos de la calle no son solamente fruto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética individualista. La obsesión social del éxito, dice Platt, incide decisivamente sobre la apropiación ilegal de las cosas. Yo siempre he escuchado decir que el dinero no produce la felicidad; pero cualquier televidente pobre tiene motivos de sobra para creer que el dinero produce algo tan parecido, que la diferencia es asunto de especialistas.

Según el historiador Eric Hobsbawm, el siglo XX puso fin a siete mil años de vida humana centrada en la agricultura desde que aparecieron los primeros cultivos, a fines del paleolítico. La población mundial se urbaniza, los campesinos se hacen ciudadanos. En América Latina tenemos campos sin nadie y enormes hormigueros urbanos: las mayores ciudades del mundo, y las más injustas. Expulsados por la agricultura moderna de exportación, y por la erosión de sus tierras, los campesinos invaden los suburbios. Ellos creen que Dios está en todas partes, pero por experiencia saben que atiende en las grandes urbes. Las ciudades prometen trabajo, prosperidad, un porvenir para los hijos. En los campos, los esperadores miran pasar la vida, y mueren bostezando; en las ciudades, la vida ocurre, y llama.

Hacinados en tugurios, lo primero que descubren los recién llegados es que el trabajo falta y los brazos sobran, que nada es gratis y que los más caros artículos de lujo son el aire y el silencio. Mientras nacía el siglo XIV, fray Giordano da Rivalto pronunció en Florencia un elogio de las ciudades. Dijo que las ciudades crecían «porque la gente tiene el gusto de juntarse». Juntarse, encontrarse. Ahora, ¿quién se encuentra con quién? ¿Se encuentra la esperanza con la realidad? El deseo, ¿se encuentra con el mundo? Y la gente, ¿se encuentra con la gente? Si las relaciones humanas han sido reducidas a relaciones entre cosas, ¿cuánta gente se encuentra con las cosas? El mundo entero tiende a convertirse en una gran pantalla de televisión, donde las cosas se miran pero no se tocan. Las mercancías en oferta invaden y privatizan los espacios públicos. Las estaciones de autobuses y de trenes, que hasta hace poco eran espacios de encuentro entre personas, se están convirtiendo ahora en espacios de exhibición comercial.

El shopping center, o shopping mall, vidriera de todas las vidrieras, impone su presencia avasallante. Las multitudes acuden, en peregrinación, a este templo mayor de las misas del consumo. La mayoría de los devotos contempla, en éxtasis, las cosas que sus bolsillos no pueden pagar, mientras la minoría compradora se somete al bombardeo de la oferta incesante y extenuante. El gentío, que sube y baja por las escaleras mecánicas, viaja por el mundo: los maniquíes visten como en Milán o París y las máquinas suenan como en Chicago, y para ver y oír no es preciso pagar pasaje. Los turistas venidos de los pueblos del interior, o de las ciudades que aún no han merecido estas bendiciones de la felicidad moderna, posan para la foto, al pie de las marcas internacionales más famosas, como antes posaban al pie de la estatua del prócer en la plaza. Beatriz Solano ha observado que los habitantes de los barrios suburbanos acuden al center, al shopping center, como antes acudían al centro.

El tradicional paseo del fin de semana al centro de la ciudad, tiende a ser sustituido por la excursión a estos centros urbanos. Lavados y planchados y peinados, vestidos con sus mejores galas, los visitantes vienen a una fiesta donde no son convidados, pero pueden ser mirones. Familias enteras emprenden el viaje en la cápsula espacial que recorre el universo del consumo, donde la estética del mercado ha diseñado un paisaje alucinante de modelos, marcas y etiquetas. La cultura del consumo, cultura de lo efímero, condena todo al desuso mediático.

Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de vender. Las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. Hoy que lo único que permanece es la inseguridad, las mercancías, fabricadas para no durar, resultan tan volátiles como el capital que las financia y el trabajo que las genera. El dinero vuela a la velocidad de la luz: ayer estaba allá, hoy está aquí, mañana quién sabe, y todo trabajador es un desempleado en potencia. Paradójicamente, los shoppings centers, reinos de la fugacidad, ofrecen la más exitosa ilusión de seguridad. Ellos resisten fuera del tiempo, sin edad y sin raíz, sin noche y sin día y sin memoria, y existen fuera del espacio, más allá de las turbulencias de la peligrosa realidad del mundo.

Los dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza, sin tregua, al mercado. Pero, ¿a qué otro mundo vamos a mudarnos? ¿Estamos todos obligados a creernos el cuento de que Dios ha vendido el planeta unas cuantas empresas, porque estando de mal humor decidió privatizar el universo? La sociedad de consumo es una trampa cazabobos. Los que tienen la manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la poca naturaleza que nos queda. La injusticia social no es un error a corregir, ni un defecto a superar: es una necesidad esencial. No hay naturaleza capaz de alimentar a un shopping center del tamaño del planeta.

Eduardo Galeano

fuente www.poesiasalvaje.org/fuego

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Usted es un negro de mierda

Publicada el 15/06/2011 - 15/06/2011 por raas

Pase y vea señora

Negros aceitosos, gordos adiposos y raquíticos minusválidos; judíos rancios e indigentes mugrientos y condenados; bolitas hediondos y paraguas come naranjas; travestis, lesbianas, homosexuales en general; pobres cieguitos, sordos de mierda, rengos hijos de puta. En fin: todo aquel que se sienta, al menos en una parte, diferente a las personas normales y bien hechas, absténgase de continuar con el siguiente texto.

-¡Qué barbaridad! ¡ Qué atropello! ¡Que degeneración humana ha de ser quien dice esto! ¡Pero que descarado!… mi Dios– Suena el timbre y la señora desiste la lectura para abrir la puerta de calle.
-¿Tiene algo?- Un nene la mira desde lo bajo con ojos de cachorro.
-Si, mi vida, esperá- doña vuelve a la cocina y manotea un paquete de galletitas de agua del estante.
-Tomá. Pero te lo comés vos solito ¿eh?.- Le apoya una mano en la cabeza y acaricia uno de sus mechones grasientos con la seguridad de quien acaricia por primera vez un perro desconocido. Después cierra y se va adentro para ver la tele. Algo le hace ruido en la nuca: ese chico era rubio y de ojos azules, qué extraño. Pero está segura: de haber sido morocho no hubiera dudado en hacer la misma caridad. Faltaba más… una creyente acérrima como ella… Envalentonada por su bondad y por sus propios pensamientos antirracistas cambia de idea. Apaga el noticiero y le vuelve a hacer frente a la lectura.

¿Se decidió a seguir?, entonces escuche. No hay nada como poder dormir con la conciencia tranquila ¿O no?. Nadie descansa mejor que el buen ciudadano, que apoya el noble parietal sobre la mullida almohada para recomponer las fatigas de su benevolente espíritu.
Seguro. Usted es una persona que dice no ser ni más ni menos que cualquier otra. Seguro. Usted venera la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Seguro. Usted está en contra de cualquier clase de sometimiento a la especie que pertenece. Seguro. Usted, cada vez que puede, hace el bien; por eso no duda en soltar una moneda en cada ocasión que un negrito se avasalla contra su motorizada propiedad privada para limpiarle el parabrisas en algún semáforo; usted siempre suelta una chirola, por más que eso le rompa soberanamente las pelotas; por más que, en algún rincón, sienta un completo rechazo y un escalofrío en la médula por el sólo hecho de tener esos seres en harapos en las cercanías de su coche.

Por suerte existe el vil metal, que es el ente regulador por excelencia de la condición humana. Pensar que una simple moneda sirve para mantener la distancia divina y necesaria entre dos mundos que por fortuna son irreconciliables. Entonces usted sigue su camino con la convicción de que el universo es un lugar algo mejor ahora que su bondad ha intervenido con cara de moneda de cinco; y esa caras polvorientas, de narices con mocos sucios, vuelven a esperar el próximo semáforo para establecer un nuevo contacto con el paraíso celeste de los filántropos. Cada hormiga a su hormiguero.

Doña se rasca la cabeza y sus pupilas revolotean y brillan como bicho de luz. Y otra vez el timbre. Otro nene, éste más acorde con el villero prototipo. Por supuesto no escapó al examen exhaustivo: morochazo. Manchas blancuzcas en la piel, carcomida por los hongos contagiados por vaya a saberse qué perro. Mocos más verdes de lo común amenazando con rozar la boca. Labios sucios matizados con una sustancia mezcla de tierra y saliva. Mismos ojos de cachorro que el anterior, mismo pedido. A este no se lo acaricia.
La señora va adentro y vuelve con otro paquete.

– Es el último que les doy ¿eh?. Ya le di uno hoy al otro nene.- Como si los cuerpos y las almas del hambre fueran uno sólo y todos dieran igual.
Doña hecha llave y cerrojo a la puerta. Otra vez a la lectura.

A la mierda. La empalagosa compasión, ese es el problema, o al menos es el manto de estupidez que impide llamar a las cosas por su nombre. Y a la cosa, en este caso, solo se la puede llamar de una forma: racismo. Así como suena: encolerizado, cobarde, enfermizo y agazapado ra – cis – mo. Palabra en desuso y que suena hasta idiota cuando se la pronuncia.

Racismo: serpiente ponzoñosa que se atraganta y envenena con su propia lengua bífida. Monstruo de dos cabezas voraces que se devoran mutuamente. La primera, madre de la segunda, es el miedo personal o grupal motivado en lo que el otro o los otros representan; es el temor a la perdida de determinado bien, status o condición a manos de supuestos despreciables. La segunda, engendrada como encubrimiento de la primera, es la necesidad de creerse y justificarse superior y distinto; es el dividir las aguas, marcar territorio, establecer que las diferencias existen y son inconciliables. Es degradar por temor a ser degradado. Es soltar la moneda con misericordia.

Pocas veces se manifiesta a lo que se teme. De no ser así sería común escuchar: “Estos bolivianos de mierda tienen más conciencia del laburo que yo”, o “escondé el reloj, este morocho seguro que te lo afana”, o, “No soporto estar al lado de este puto” ,o, “judío tacaño, hijo de puta y cagador”

La degradación y la conciencia de superioridad aparecen como moscas en la bosta en el “¡qué lo parió, estos bolitas de mierda nos invaden el país!”, o, “ahí viene un negro, mejor le doy veinticinco centavos así se va”; o en el odio exacerbado del homofóbico que no se anima a asumir su propia homosexualidad, o en el desprecio pseudo-nazi hacia la sapiencia y laboriosidad del pueblo judío.
El racismo es eso: tiritar de miedo y enfundarse en un traje de soberbia y supremacía para disimularlo.

Doña golpea la mesa con vehemencia y dice que es mentira, que el racismo ya pasó, que el racismo era algo así como la lucha entre los blancos y los negros.
Pero fíjese bien señora, que tal vez la cosa se ha hecho un poco más compleja. Pensemos en esto, un minúsculo ejemplo de la estupidez que vomitamos sin siquiera darnos cuenta: la siempre tan útil y cómoda expresión “negro de mierda” no hace referencia singular al de piel morena, sino que derivó a tal punto que, hoy, se usa para nombrar a toda aquella persona que se haya comportado o actuado de forma vil o reprochable. El ser negro está referido implícitamente en el significado de la expresión. En criollo: ser negro es ser una basura.

Aunque por decir “negro de mierda” una y otra vez no se va a ser ni mejor ni peor ciudadano. Las palabras no son de temer y hay que aceptar los reveses lingüísticos. Por eso acúñese el término e impleménteselo a discreción. Llámese “negro de mierda” a todo aquel que haya tenido una actitud o conducta estúpida y despreciable. En fin, llámese “negro de mierda” a todo aquel que se sintió plenamente autorizado a seguir adelante después de haber leído las primeras líneas de este texto.

Leandro N. Moreno
ln_moreno@hotmail.com
2005

fuente www.argentina.indymedia.org/news/2005/02/263901.php

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La justificación ética del imperialismo

Publicada el 12/06/2011 - 12/06/2011 por raas

Todos los imperios, todas las naciones y todos los gobernantes han tendido siempre a conseguir dos cosas: una, legitimar ante la opinión pública sus actuaciones, y otra, asegurarse la continuidad del poder (1). Una justificación mucho más perentoria si de lo que se trataba era de justificar un genocidio. Toda lucha armada va siempre acompañada de otra retórica (2).

En ella, abundan los eufemismos, para evitar llamar por su nombre a las cosas. Frente a la violencia innata del hombre se ponía sobre la mesa la civilización que, era la que hacía posible la convivencia. Por ello, llevar la civilización a los pueblos bárbaros no solo era deseable sino una obligación de los pueblos superiores. Había pueblos a los que evangelizar, culturizar y, en la actualidad, desarrollar. Una coartada perfecta que justificó lo mismo el expansionismo romano, que el hispano, el inglés o, actualmente el estadounidense.

Ya los griegos consideraron bárbaros prácticamente a todos aquellos que no eran helenos. Los romanos, crearon toda una corriente ideológica tendiente a justificar su expansión. Llama la atención que ya en el siglo I d. C. Cornelio Tácito en su obra Historias afirmara que todos los pueblos que habían sometido a otros lo habían hecho bajo el pretexto de llevarles la libertad (3). Incluso, en el siglo XVI, Ginés de Sepúlveda alabó la expansión romana en Hispania, pues, aunque generó algunos abusos, no fueron comparables con las ventajas, especialmente el haber traído a la Península Ibérica el latín (4).

En el siglo XVI también se justificó la expansión en nombre de Dios y de la civilización. La Conquista fue presentada como el triunfo de la civilización sobre la barbarie. Para la mayoría de los europeos de la época los amerindios constituían sociedades degeneradas y bárbaras por lo que se imponía la necesidad caritativa de civilizarlos o de cristianizarlos, que era la misma cosa. Por ejemplo, Antonio de Herrera contrapuso la civilización castellana al barbarismo indígena, donde mandaban todos con violencia, prevaleciendo el que más puede. Ahora bien, excluía del barbarismo a los mexicas y a los incas.

En el siglo XIX hubo verdaderos cantores de la expansión imperial que veían en dicha expansión el triunfo definitivo de la civilización sobre la barbarie. Incluso, el trabajo científico de Charles Darwin y su evolución de las especies fue usado por muchos para justificar la sumisión de unos hombres a otros. Es más llegó a escribir que la selección de las especies en el caso humano podría debilitarse debido precisamente a la civilización. Pero lo cierto es que, aunque Darwin en su famosa obra no se refirió específicamente a la especie humana, muchos interpretaron que los grupos más civilizados terminarían exterminando o asimilando a las razas salvajes del mundo (5).

Lamentablemente, en el siglo pasado esta línea de pensamiento que justificaba el predominio del hombre blanco se ha mantenido. La justificación ética del imperialismo británico ha sido especialmente duradera. En 1937 en una conferencia de la Commonwealth se afirmó que el único futuro que le quedaba a los indígenas australianos era su asimilación por la cultura occidental. Más allá de eso no había ningún futuro para ellos (6). En 1948 Lord Elton escribió con orgullo que el pueblo británico había sabido entender mejor que nadie su misión en el mundo, al comprender y asumir que el Imperio acarreaba más obligaciones que beneficios (7). Una justificación que siguen asumiendo actualmente algunos de los antiguos países de la Commonwealth. De hecho, en Australia, desde 1960 muchos niños indígenas han sido sacados de sus hogares para facilitar su aculturación, una practica que se seguía realizando a principios del siglo XXI (8).

El pensamiento anti-indio se hizo doctrina oficial en la Argentina del siglo XX, justificando el genocidio el destierro y el saqueo. En un libro de geografía, aprobado como texto escolar por el Ministerio de Educación, y escrito en 1926 por el profesor Eduardo Acevedo Díaz, escribió lo siguiente: La Republica Argentina no necesita de sus indios. Las razones sentimentales que aconsejan su protección son contrarias a las conveniencias nacionales”.

En muchos casos, fue la propia Iglesia quien encabezó la justificación del imperialismo, alegando que llevaban la luz de la fe a los pueblos bárbaros. La Iglesia oficialmente defendió esta línea en la colonización de los Hamburgo. Y ello porque los beneficios se los llevaban ambos poderes: la Iglesia con la incorporación de millones de nuevos fieles, y el estado ampliando sobremanera el número de tributarios. Por ello nada tiene de extraño que el Papa pidiera perdón por los excesos cometidos en nombre de Dios en Latinoamérica, el 12 de enero de 2000, en un documento titulado Memoria y Reconciliación (9) Bien es cierto que en la Edad Contemporánea cambió de actitud y pasaron a criticar el colonialismo y a defender la autodeterminación de las colonias.

Y tenía su lógica, aquellos pueblos estaban ya cristianizados, ya no tenía ningún sentido seguir apoyando su explotación por parte del Estado, por lo que el pacto tácito entre ambos se rompió. Al parecer, solo en el caso del imperio portugués, la Iglesia mantuvo el apoyo a la lucha armada del gobierno contra los movimientos independentistas. Y el cambio de actitud no se produjo hasta fechas sorprendentemente recientes, como la revolución de los Claveles de 1974 (10).

En la actualidad, sorprende nuevamente ver la misma justificación ética del neoimperialismo por parte de los Estados Unidos de América. Los mismos argumentos utilizados, por los romanos, el colonialismo moderno y el imperialismo decimonónico. Ahora se someten países sin conquistarlos físicamente, siempre bajo la justificación de liberarlos o de democratizarlos (11). Estados Unidos, igual que el Imperio Romano, se presenta como la garante de los derechos humanos y de la libertad el mundo.

2. El anticolonialismo

Obviamente, los que justificaban o justifican la superioridad ética o moral de unos pueblos sobre otros partían de una premisa falsa, pues las civilizaciones más avanzadas no han demostrado ser más pacíficas que las atrasadas sino al revés. Además, no se trataba más que de una tapadera para ocultar los verdaderos fines que no eran exactamente altruistas.

Hubo una corriente dominante que defendió el imperialismo, pues, de alguna forma los Estados se vieron obligados a justificar ante sus ciudadanos su política expansiva (12). Sin embargo, siempre hubo otra corriente contraria, la anticolonialista que perduraron en el seno de todas las potencias colonizadoras hasta el mismísimo siglo XX. Ésta corriente se opuso con uñas y dientes a la política expansiva de los Estados. Ya en el Imperio romano, una generación de escritores del siglo I a. C. entre los que se encontraba Cicerón empalizaron con los bárbaros, acusando desde dentro al propio ejército romano de cometer atrocidades. Cicerón denunció la práctica del ejército romano de destruir y saquear un territorio y afirmar que lo habían pacificado (13). Salustio fue todavía más allá al decir que la fundación de Roma sirvió de azote del mundo entero (14).

Dieciséis siglos después, el padre Las Casas denunció las mismas cosas, al afirmar que llamaban pacificar a destruir. Y es que ponían gran empeño en la justificación ética de sus atrocidades conscientes de que es imposible que un plan genocida prospere sino cuenta con el apoyo o el consentimiento del aparato estatal y de una buena parte de la población (15). No solo aplastaban al supuesto enemigo sino que además querían hacer creer que le asistía la razón. Por ello, en todos los imperios se debatió siempre la cuestión de la guerra justa.

En el imperio de los Habsburgo, la corriente crítica, aun siendo minoritaria, consiguió despertar muchas adhesiones, tocando la conciencia de muchos gobernantes. Realmente, fue la única potencia de nuestra era que se planteó seriamente la licitud de su ocupación. Una corriente de pensamiento que, en lo referente a los indios, encabezó el dominico fray Bartolomé de Las Casas, una persona comprometida socialmente con los más desfavorecidos en una época en la que casi nadie se ocupaba de ellos. Sin duda, la escuela de Salamanca y toda la corriente crítica debe figurar en un sitio de honor entre los defensores de los derechos civiles y sociales de la humanidad.

Esta ideología caló en los propios reyes quienes se mostraron siempre preocupados por expedir una legislación protectora. El mayor éxito de la corriente crítica fue la aprobación de las Leyes Nuevas en 1542-1543 en la que, al menos sobre el papel, se abolió la encomienda y la esclavitud del indio. No obstante, su convencimiento no fue absoluto porque pensaban en la misión imperial de España que solo se podía mantener con los lingotes de metal precioso que se extraían a costa del sudor y de la sangre de los indios.

También los imperialismos contemporáneos tuvieron grandes detractores, personas que se movieron dentro de una corriente crítica, jugándose y perdiendo en muchos casos sus propias vidas. En el Siglo de las Luces hubo muchos intelectuales, escritores y filósofos que se posicionaron frente al colonialismo. El propio Voltaire se refirió al cinismo de muchos al defender el derecho de gentes y a la par explotar a los nativos hasta la extenuación. Ya a finales del siglo XIX aparecieron otros críticos en Francia que combatieron ardorosamente la política colonial francesa. Entre ellos, destacaron hermanos George y León Bloy.

Este último denunció que era indigno para un país como Francia tener una historia colonial tan sangrante. Para él, la historia colonial francesa se resumía en seis palabras: dolor, ferocidad sin medida y bajeza. Los dos hermanos sufrieron persecuciones por decir lo que nadie quería oír, sufriendo deportaciones y encarcelaciones. Por su parte, Anatole France, en un discurso anticolonial pronunciado el 30 de enero de 1906 se lamentaba de que los pueblos llamados bárbaros no conocían a los franceses más que por sus crímenes.

Y es que occidente siempre se ha empeñado en evangelizar, modernizar, cooperar o democratizar otros territorios, ¿por qué? ¿para qué? Obviamente no por altruismo sino por el afán de dominar el mundo y de asentar y consolidar su poder. Y todo con la coartada de la civilización.

Esteban Mira Caballos

notas:
1) En este sentido, George Burdeau escribió que todos los mandatarios han tenido siempre la idea de conseguir ver reconocido su derecho a hacerlo. BURDEAU, George: El Estado. Madrid, Seminarios y Ediciones, 1975.
2) Hasta tal punto esto es así que, según Michael Ghiglieri todo asesinato debe estar justificado en la mente del soldado o del asesino, de lo contrario, derivaría hacia la locura. GHIGLIERI, Michael P.: El lado oscuro del hombre. Barcelona, Tusquets, 2005, p. 252.
3) Conde; Juan Luis: La lengua del Imperio. La retórica del imperialismo en Roma y la globalización . Alcalá Editorial, Alcalá Grupo Editorial, 2008, p. 11.
4) Cit. en González, Jaime: “Imperio Romano e Imperio Hispánico en la historiografía española de la época de Carlos V”, Revista de Indias Nº 153-154. Madrid, 1978, p. 883.
5) Coquery-Vidrovitch, Catherine: “El postulado de la superioridad blanca y de la inferioridad negra” en Marc Ferro (Dir.): El Libro negro del colonialismo. Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, p. 794.
6) Vuckovic: Nadja: “¿Quién exige reparaciones y por cuáles crímenes?, en Marc Ferro (dir.): El libro negro del Colonialismo. Madrid, La esfera de los Libros, 2005, p. 939.
7) Elton, Lord: El Imperio Británico. Barcelona, Luis de Caralt editor, 1948, p. 19. Esta comprensión del imperio inglés la contraponía al espíritu intolerante que reinó en el malogrado imperio español. Ibídem, p. 23.
8) Vuckovic: Ob. Cit., p. 940.
9) Nueve años antes, es decir, en 1991, ya había pedido perdón por los crímenes cometidos por la cristiandad en otro continente, el africano. Vuckovic: Ob. Cit., p. 916.
10) Merle, Marcel: “El anticolonialismo” en Marc Ferro (Dir.): El Libro negro del colonialismo. Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, p. 735.
11) Conde: Ob. Cit., p. 38-40.
12) Merle: Ob. Cit., p. 727.
13) Conde, Juan Luis: La lengua del Imperio. La retórica del imperialismo en Roma y la globalización . Alcalá La Real, Alcalá Grupo Editorial, 2008, p. 119. Este autor realiza una interesante comparación entre la Roma Imperial y el neoimperialismo estadounidense. Concretamente compara la I Guerra Mitridática en la que Roma arraso este reino del próximo Oriente con la II Guerra del Golfo en la que Sadam Huséin fue apresado y su país ocupado. Mitrídates había configurado una gran monarquía en Oriente Próximo, ocupando el vecino reino de Bitinia, aliado de los romanos, y Huséin había hecho lo mismo, ocupando Kuwait. Ibídem , p. 90 y ss.
14) Conde: Ob. Cit., p. 124.
15) Lozada, Martín: Sobre el genocidio. El crimen fundamental. Buenos Aires, Capital Intelectual, 2008, p. 31.

fuente www.rebelion.org/noticia.php?id=130250

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La sociedad basurífera

Publicada el 31/05/2011 - 31/05/2011 por raas

Cada vez más indisimulablemente el rasgo dominante de nuestra época es la contaminación. Los agentes de RR.PP. hablan de la “era del automóvil”. Los propagandistas cibernéticos hablan de la “era digital”.

Los ideólogos del american way of life nos hablan todavía desde Hollywood, la Casa Blanca, y el Pentágono, una santísima trinidad que nos quiere persuadir que ya estamos o vamos llegando al “mejor de los mundos”… algo un poco arduo si pensamos que un sexto de la humanidad pasa hambre diaria, que un tercio de la humanidad carece de agua potable, que un número récord de niños en el mundo sobreviven con jornadas matadoras de trabajo, que nunca como antes hay militares yanquis (y cada vez más israelíes) detrás de las matanzas sistemáticas a civiles, a familias, a mujeres, viejos y niños en Pakistán, en Sudán, en el Congo, en Sierra Leona, en Palestina, en Haití, en México, en Irak, en Libia, en Colombia, en Honduras, en Afganistán…

Pero aunque esto último nos podría llevar a pensar que la violencia y el terror organizado desde la seguridad es el rasgo dominante de nuestra época, vamos a ver que el tratamiento otorgado a estos humanos periféricos tiene mucho que ver con la relación que ha establecido la sociedad dominante con el resto del planeta, incluido sus humanos: la sociedad de origen occidental, hipertecnificada, sólo produce desechos. Parece que no en un primer momento, puesto que los desechos son durante un cortísimo y fugaz momento, inicial, vistosísimos gadgets, comodísimos avances en la comunicación, el transporte y el alcance de bienes a los miembros de una sociedad, pero en un lapso cada vez más corto todos los productos de este sistema aparentemente productivo termina produciendo un solo elemento: desechos, menos visibles, claro, que aquellos hallazgos comunicacionales, ingenieriles, arquitectónicos, porque los desechos no logran la resonancia mediática de los “grandes inventos de la humanidad” y menos todavía la de los disparos, las bombas y la sangre.

Lo que va invadiendo todo el planeta, los campos, su fauna y flora, los mares desde donde se originó la vida en todo el planeta  y, ciertamente, nuestros cuerpos, son los desechos. Los desechos de una sociedad hipertecnificada, quimiquizada que, al parecer, al ir otorgándonos tanta capacidad tecnocientífica, tanta precisión en el conocimiento de la materia mega- y nanocorpuscular −como en esos relatos de poderes extraordinarios que se obtienen o se pierden− nos fue debilitando el viejo y probado sentido común.

Porque somos una sociedad hipertecnificada pero cegata. No nos damos cuenta, ni queremos, del rastro de muerte que vamos dejando con nuestros tachos de desperdicios, con nuestros automóviles, con nuestros refrigerios al paso, con la supresión de la mano −como explica Vandana Shiva− convertida en agente criminal al rozar nuestros alimentos y objetos fetiche, sistemáticamente sustituida por envases y bolsas que van dejando el tendal en calles, campos, ríos, mares.

El planeta, incapaz de reabsorber la masa brutal de desechos, en mayor proporción cada día, no biodegradables, ha ido “generando” −a la par de los humanos sus grandes sumideros de desechos cada vez más transitados por otros humanos− islas de basura flotante en todos los mares, que compiten cada vez más y más ruinosamente con las capas de plancton,  como la del  “mar de los sargazos”, que han constituido la fuente nutricia para enorme variedad de fauna y flora. Las islas de basura, en cambio, son una fuente mortuoria  −valga la contradicción de los términos−, para la fauna que ingiere sus elementos confundidos con presas o bocados comestibles.

La cuenca del Riachuelo, por ejemplo, en Argentina, recibe efluentes de unos 23 mil establecimientos fabriles, y prácticamente todos “espontáneamente” descargan sus residuos, ligeramente contaminantes o supervenenosos, en el río.

La basura aparece, casi siempre, por motivos de nobilísimas causas. El envenenamiento de los campos, ante el cual hoy siguen resistiendo campesinos pequeños, trabajadores artesanos rurales, organizados como es el caso del MOCASE santiagueño o del MST brasileño con sus millones de adherentes, o aislados y diezmados en “La República Unida de la Soja” (1) se disparó cuando los laboratorios dedicados a la actividad militar quedaron desocupados con “el estallido de la paz” luego de la 2GM y buscaron ubicar sus mortales productos en algún otro “frente”. Se les ocurrió algo genial: en lugar de matar humanos enemigos, matar plagas ancestrales de todos los cultivos y causa de tantos padeceres de los campesinos. Con lo cual salvaban su rentabilidad y le iban a hacer un enorme favor a la humanidad. Porque sentirse buenos es siempre primordial.

Y así se empezó a envenenar los campos. Es decir, primero a sus “sabandijas”, luego a la flora y fauna silvestre que caía bajo el tratamiento, pero que poco importaba −total, si son yuyos− y así sucesivamente. Poco a poco los residuos tóxicos se fueron alojando en los tejidos musculares o grasos de los animales mayores hasta llegar finalmente al hombre, cerrando un maléfico círculo, no sabemos si más malévolo por sus venenos o por la arrogante petulancia de sus promotores. En el camino, se habían ido atrofiando, sufriendo mutagénesis o diversas enfermedades −cutáneas, vinculadas a la fertilidad, cánceres, del sistema nervioso o del inmunitario, hormonales− los anfibios, los peces, los animales domesticados, y lo que ni conocemos de lo que le puede haber pasado a insectos y microorganismos. Así estamos ahora en “La República Unida de la Soja”

John Peterson Myers, Dianne Dumanovski y Theo Colborn, tres biólogos estadounidenses, hicieron durante años un cuidadoso relevamiento de apenas un tipo de elementos patógenos en todo el mapa de EE.UU.: los disruptores endócrinos, producidos por la difusión de falsos estrógenos producidos por la industria, fundamentalmente a través de materiales plásticos, de PCB, DDT, disfenol-A (un componente habitual de biberones desde que “el mercado” decidiera la sustitución de los de vidrio por los sintéticos) y algunos otros productos químicos similares.

El balance, 1996, fue desolador. Se estima que en EE.UU. (y en general en los países del llamado Primer Mundo) la infertilidad afecta un quinto de las parejas. Pero no se trata de un cuadro estanco: Peterson, Dumanovski y Colborn (2) verificaron que durante las cinco décadas de la segunda mitad del siglo XX sus varones registran siempre menor cantidad de esperma cada década, lo que se llama una decadencia sostenida y ya no casual.

Pero así como el guionista Ted Perry puso en boca del cacique Seattle las sabias palabras de que “lo que le pase a los animales, nos va a pasar ineluctablemente a los humanos”, y así como Einstein advirtió que si llegaran a desaparecer las abejas, la humanidad seguiría sus pasos muy poco después (“tres años”, se dice que dijo), ya sabemos que lo que está pasando en EE.UU. o el Primer Mundo en cuanto al grado de contaminación ambiental, −lo que verificaron los biólogos norteamericanos mencionados− está llegando muy rápidamente a nuestras periféricas costas, puesto que los afanes globalizadores que han puesto en movimiento tanto las élites de los países centrales como sus adalides e imitadoras élites de los países periféricos −tanto los Macri como los K−  no nos van a privar de compartir semejantes “trofeos”.

En Argentina, tenemos pruebas por doquier. Con la sojización y con el aumento de desechos per capita en la capital y ciudades ricas, mejor dicho enriquecidas del país, con guarismos que se van acercando al Primer Mundo: un porteño deposita alegremente más de un kilo diario en su bolsita de plástico para hacerla, ¡zas! desaparecer en los camiones del CEAMSE. Y a ese kilo y cuarto diario de cada uno de los millones de habitantes capitalinos, hay que agregarle todo lo que ese mismo habitante contribuye con sus desechos en la órbita laboral, en la calle, y con la llamada “basura especial” que se produce con cada recambio de un electrodoméstico, una mejora edilicia, con cada renovación de mobiliario, de elementos de higiene o de escritorio… y ni hablar de la “producción” de desechos que insumen todos los artículos y renglones cotidianos que este satisfecho habitante consume; carne de feed-lot, pollos a hormonas, tomates transgénicos enlatados… En general cada kilo de mercancía significa el desgaste o la contaminación de quintales de “insumos”, desde agua hasta otras materias primas, sólidas, líquidas o gaseosas, provenientes de todos los niveles bióticos.

La pregunta elemental es, no si es sustentable, ociosa pregunta, sino: ¿hasta cuándo?

Luis E. Sabini Fernández

notas:
1) “Territorio” diseñado por las laboratorios productores de la soja transgénica, que abarca millones de km2 en el corazón de América del Sur, englobando todo Paraguay, buena parte de Bolivia, Uruguay, la llamada Argentina del Medio y cada vez más provincias norteñas y buena parte del Mato Grosso y de la superficie mediterránea de Brasil.
2) Our stolen future. Hay traducción al castellano,  Nuestro futuro robado, Ecoespaña Editorial, Madrid, 2001, que por curiosa coincidencia jamás llegó a Buenos Aires.

fuente: www.revistafuturos.com.ar

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El planeta y nosotros ¿La técnica para el hombre o el hombre para la técnica?

Publicada el 28/05/2011 - 30/05/2011 por raas

1. Nos parece innegable que el desarrollo tecnocientífico está cada vez más implicado en la problemática planetaria.
2. Definimos como problemática planetaria la de los límites del planeta y consiguientemente sus recursos (en rigor, los que calificamos como “nuestros”), y su relación con nosotros, con el factor antropogénico en las diversas e inevitables transformaciones.

Y son esas transformaciones las que entendemos que tienen que estar cada vez más bajo la lupa, porque consideramos que cada vez más se las puede calificar como peligros, en primer lugar para la misma especie, y también, inescindiblemente para todo el planeta. Porque somos inseparables y cada vez se hace más cierto que “todos estamos en el mismo barco”.

3. Consiguientemente, se trata de abordar las políticas que procuren enfrentar o eludir dichos problemas.

Andrew Kimbrell, un intelectual estadounidense, convertido al catolicismo, fundador de un centro internacional de evaluación de lo tecnológico (INAC), autor de un texto, Technotopia,(1) nos dice: “A todo lo largo del siglo XX hemos sido testigos de cómo la tecnología se ha ido haciendo omnipresente en nuestras sociedades, permeándose en la inmensa mayoría de nosotros y nuestras vidas privadas. Nuestros hogares, lugares de trabajo, medios de transporte, alimentos, energía, entretenimientos, ocios, educación, gobierno, todo se ha ido constituyendo como elementos integrantes del circuito tecnológico.

[…] Cada uno de nosotros vive cada vez más en una suerte de concha o bóveda donde mucha de nuestra acción y comunicación está mediada por máquinas o instituciones tecnocráticas.

En tanto nuestros antecesores vivían plenamente en el medio natural, y nuestros más recientes antepasados lo hacían en un medio social, el hombre contemporáneo vive en lo que el sociólogo Jacques Ellul denomina un medio tecnológico. Para nosotros es la tecnoesfera, no la naturaleza, ni siquiera los otros serres humanos, lo que constituye la fuente de nuestra subsistencia, energía, alimento, educación y visión del progreso.”

Por su parte, el filósofo alemán Walter Benjamin acuñó la frase: “El automóvil es la guerra” y nos anunciaba: “Toda guerra venidera será a la vez una rebelión de esclavos de la técnica”.

Aunque Benjamin, que se suicida en 1940, seguramente retenía en su retina la imagen de una tecnocracia burda y despiadada, como la del nazismo, magníficamente preanunciada en la Metropolis de Fritz Lang a mediados de los años veinte, un pensador como Miguel Amorós rescata en los noventa las imágenes de Benjamin para ilustrar como él dice, “el hecho de que los instrumentos técnicos, no encontrando en la vida de las gentes un hueco que justifique su necesidad, fuerzan esa justificación entrando a saco en ella. Si la realidad social no está madura para los avances técnicos que llaman a la puerta tanto peor para la realidad, porque será devastada por ellos. El resultado es que la sociedad entera queda transformada por la técnica como tras una guerra.”(2)

En rigor, la formulación de Benjamin no hace sino recoger un viejo apotegma que Karl Marx, formulara magistral y dramáticamente: “Cada progreso económico es al mismo tiempo una calamidad social.” (3) Si reparamos en las privatizaciones y la modernización de los noventa en Argentina, con la biotecnología agraria a la cabeza de casi todo el mundo, y junto con ello, la generalización del hambre en las capas empobrecidas, tenemos un ejemplo contundente de las observaciones de Marx (y concomitantemente, de Benjamin y Amorós).

Pero Marx escribía a mediados del siglo XIX, cuando todavía lo futuro estaba por venir y por eso se podría entender la actitud fáustica –apuesta a tenerlo todo, un contrato con el diablo–que con acierto le atribuye Berman.

En el caso nuestro, como bien aclara un pensador de presuntas ficciones, Ray Bradbury, lo futuro ya está entre nosotros, “hace rato que llegó”. (4) Y tenemos entonces otra mirada, tendríamos que tener otra mirada, si somos capaces de sobrepasar las identificaciones y los corralitos ideológicos: una mirada que observe las secuelas inesperadas de un devenir histórico que no sigue etapas, por más objetivamente que se pretenda formularlas sino que sigue, más bien, la ilegalidad o la legalidad propia del aforismo popular y anónimo, pero por lo visto mucho más sabio que la pretensión cientificista de embretar lo por venir: “la liebre salta por donde menos se espera”.

Kimbrell agrega algo que constituye un desolador correlato de sus observaciones, las que repasamos in extenso al principio: aquel señorío del universo tecnológico en nuestras vidas, relaciones y configuraciones: el dominio de la dimensión tecnológica en nuestras vidas no se hace superando o ampliando nuestra raíz natural o nuestra sociabilidad, nuestros impulsos vinculares: no, se hace a costa de ellos, se hace acompasándose de modo misterioso pero implacable con el deterioro del mundo natural y con el de nuestro mundo social, se hace castigando lo que llamamos la naturaleza y el ambiente, que jamás han estado tan amenazados como en la actualidad y destruyendo nuestra sociedad; familias, comunidades, pero también nuestros estados psicológicos, tanto individuales como colectivos. Jamás ha habido tantas alteraciones psíquicas en los humanos como en los últimos tiempos (Kimbrell maneja datos de su país, EE.UU., pero con cierta ponderación, podemos generalizar este juicio).

Que Kimbrell registre tan pesarosa realidad en EE.UU. no significa que no nos pertenezca, que estos deterioros pertenezcan únicamente al Primer Mundo. Me parece que el diagnóstico de Kimbrell nos atañe, aunque con diferencias de intensidad y ritmo, a todos,  a todos los continentes, estados, localidades, individuos. Uno de los corolarios de la “globalización”, que en francés se la denomina “mundialización”.

Pero hablar de las ataduras creadas por el universo tecnológico, o tecnocientífico, nos obliga a hablar de sus titulares, lo cual es un tema habitualmente escamoteado al reflexionar sobre el desarrollo vertiginoso de los “adelantos” tecnocientíficos. Referirnos a la situación, a las actitudes de los mismos científicos. Que procuran permanentemente legitimar sus hallazgos por el hecho de haberlos hallado. Lo cual es una petición de principio no sólo desde el punto de vista ético sino también lógico.

Lo que nos dicen con esta arrogancia epistemológica es que lo único válido es el pensamiento científico, algo que se ha cultivado incondicionalmente en todo el espectro político, quiero decir expresamente, a derecha e izquierda. Y que una frase de José Ortega y Gasset ilustra lapidariamente: «¿Es el científico un “ignorante instruido”? [. . . ] No es un sabio porque ignora formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante, porque es “un hombre de ciencia” y conoce muy bien su porciúncula de universo. Habremos de decir que es un sabio ignorante, cosa sobremanera grave, pues significa que es un señor el cual se comportará en todas las cuestiones que ignora no como un ignorante sino con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio». (La rebelión de las masas, cit. p. Frank, Phillip, Filosofía de la ciencia, Méx., Herrero Hnos. Suc., 1957).

A la derecha, desde el liberalismo aristocratizante de los albores del industrialismo, cuando el dominio tecnocientífico empieza a hacerse notar, hasta llegar a sus aplicados discípulos y admiradores, los nazis, que extremaron las condiciones de florecimiento de pensamientos como la eugenesia, la salud y la higiene social (para los cuales se inspiraron, vale la pena recordarlo, en las ideas dominantes en EE.UU y el Reino Unido). Y a la izquierda, porque la coartada del progreso histórico estableció un teleologismo legitimador de toda acción o labor científica per se.

Podemos observar el desarrollo de una ciencia y técnicas acordes totalmente ideologizadas en el mundo académico y empresario estadounidense. El investigador norteamericano Vance Packard ha hecho una estremecedora recorrida por los intentos de diseñar a los humanos e ir constituyendo una humanidad “mejor”, más “apta”. El texto de Packard tiene una única limitación y son los casi treinta años de antigüedad, algo que en el territorio de la biotecnología, por ejemplo, es una inmensidad. Pero así y todo, veamos lo que Packard registraba en 1977: “Administración del talante, Producción de gente más vivaz… o más chata […] modificación de nuestras características genéticas,  control de calidad de los nuevos seres humanos, producción de individuos superiores,  copias humanas de un modelo deseado, el hombre con piezas totalmente reemplazables, construcción de hombres-animales y hombres-computadoras, etcétera».(5)

Tal vez la frase del genetista molecular estadounidense Robert Sinsheimer resuma con su “ingenuidad” la actitud predominante: “Con el Homo Sapiens […] algo nuevo apareció en este pequeño globo. A nosotros nos compete dar el próximo paso en la evolución. Debemos proyectar un nuevo surgimiento de una especie más hermosa, en este dulce planeta.” (6)

Sinsheimer es precisamente el pionero de una “nueva eugenesia”, que recoge el legado anterior al nazismo, que debió esperar décadas para reaparecer públicamente sin escozor (el replanteo eugenésico de Sinsheimer es de fines de los sesenta).

La eugenesia se promueve para alcanzar la perfección “humana”, para derramar “lo bueno” sobre toda la humanidad. En Engineering & Science, este autor escribió: “La nueva eugenesia permitiría en principio la conversión de todo lo inaceptable al nivel genético más alto […] Puede que algunos sonrían y sientan que esto no es más que una nueva versión del viejo sueño sobre la perfección del hombre. Es esto, pero también es algo más […] Potenciar sus características mejores  y dominar las peores a través únicamente de medios culturales ha sido siempre algo no del todo imposible aunque muy difícil en muchos casos. En la actualidad entrevemos otra ruta, la posibilidad de facilitar las tendencias internas y curar las imperfecciones internas directamente […].” (7)

La exigencia de perfección de un investigador como Sinsheimer no se queda en chiquitas: ya sabe en qué nivel juega. “A lo largo de la historia algunos individuos han buscado vivir en contacto con lo eterno [… antes] lo intentaron a través de la religión [… Hoy] aquel contacto se persigue a través de la ciencia, a través de la búsqueda de la comprensión de las leyes y estructuras del universo […] Quizás esta necesidad sea […] una negación de la mortalidad humana […] Las vidas de la mayoría de la gente están llenas de elementos sin importancia […] sin embargo hay entre nosotros unos pocos afortunados que tienen el privilegio de vivir con lo eterno y explorarlo.” (8)

Sinsheimer nos ha aclarado el panorama: está claro que lo suyo es una función sacerdotal y no menor, sino de sumo sacerdote, que la ciencia funciona como una religión y que está investido de una arrobadora modestia; no se incluye nosísticamente entre los “pocos afortunados”.

El perfeccionismo presupone la infinita maleabilidad de lo humano. Lisa y llanamente, la supresión de la naturaleza humana, que constituiría un límite a una maleabilidad infinita, a una perfectibilidad infinita. Como en el espectro ideológico contemporáneo ha sido la Iglesia Católica la abanderada del concepto de naturaleza humana, ha resultado fácil para progresistas de izquierda y derecha, “superar” ese concepto y postular la maleabilidad como proyecto político-cultural. Pero como muy bien ha observado Noam Chomsky, la supresión de la idea de naturaleza humana da rienda suelta a la manipulación infinita, sin límites. Es el fundamento pretendidamente ontológico de un totalitarismo radical.

La idea de inmutabilidad genética, vigente y dominante hasta la década del 20, trastabilló “cuando el genetista Herman J. Müller notificó que había modificado pautas hereditarias mediante los rayos X y que habían aparecido mutaciones en la generación siguiente. Esta circunstancia lo impulsó a abogar por la explotación de la aparente maleabilidad del hombre, para modificarlo y mejorarlo con manipulaciones genéticas.” (9)

En el caso de Müller el nervio motor para emprender un gran proyecto de manipulación genética es un pesimismo fuerte respecto del destino humano, que si no es reencauzado marcharía según Müller, a un “cataclismo genético”. Lo que importa destacar aquí es cómo una visión, es decir una mirada ideológica de lo futuro, crea las coartadas psíquicas para encarar y legitimar, hasta con la urgencia, un proyecto de reconfiguración de lo humano, la construcción de hombres nuevos.

Así, propone la creación de una red de bancos de esperma, cuidadosamente registrado y dejando siempre un plazo de veinte años: “para poder emitir un juicio ponderado sobre las cualidades del donante. De este modo los hombres que adquirieran prestigio definitivo [sic] podrían ser «utilizados muchas veces» y «destinados a reaparecer en épocas sucesivas» hasta que el conjunto de la población hubiera llegado a su nivel.” (10) Müller no se anda haciendo problema con la cosificación de los humanos fabricados ni por cierto le hace asco al más crudo pragmatismo.

Tanto perfeccionismo no es sino la contracara del profundo desprecio que despierta en este tipo de pensadores el hombre real y concreto, el hombre cualquiera, que somos todos nosotros.

Ese pesimismo está también presente en las visiones desde el progresismo de izquierda como lo revela el prestigio de la idea de “hombre nuevo”, tan al uso entre guevaristas, castristas, maístas, comunistas e incluso algunos anarquistas (aunque también se haya usado el término, la consigna, desde el nazismo, por ejemplo).

Sirva como ilustración este pasaje de una conferencia dictada por León Trotsky, ya en el exilio, en Dinamarca: “¿Quién se atreve a afirmar que el hombre actual sea el último representante, el más elevado de la especie homo sapiens? No, tanto física como espiritualmente, esta todavía lejos de la perfección  este aborto biológico, de pensamiento enfermizo y que no se ha creado ningún nuevo equilibrio orgánico […] La antropología, la biología, la fisiología, la psicología han reunido verdaderas montañas de materiales para erigir ante el hombre […] las tareas de su propio perfeccionamiento […]. Buzos sabios descienden al fondo del océano y fotografían la fauna misteriosa de las aguas. Para que el pensamiento humano descienda al fondo de su propio océano psíquico debe iluminar las propias fuerzas misteriosas del alma y someterlas a la razón y a la voluntad. Cuando haya terminado con las fuerzas anárquicas de su propia sociedad, el hombre se integrará en los morteros, en las retortas del químico. Por primera vez la Humanidad se considerará a sí misma como una materia prima y, en el mejor de los casos, como una semifabricación física y psíquica. El socialismo significará un salto del reino de la necesidad al reino de la libertad en el sentido de que el hombre de hoy, plagado de contradicciones y sin armonía, franqueará la vía hacia una nueva especie más feliz.” (“Qué fue la Revolución Rusa”, Copenhague, 1931).

Trotsky se nos presenta como un bastión y un adelantado del tecnocientificismo más radical. Si fueran sinceras y hubiesen sido contemporáneas, las empresas actuales de ingeniería genética lo habrían tratado de contratar como agente de Relaciones Públicas…

Trotsky no está, ni remotamente, solo. Nuestro ya conocido Müller, en plena década del 30, sostenía que “ninguna mujer inteligente y con sensibilidad moral rehusaría tener un hijo de Lenin” (se refería a los genes, claro, no a la cama).

Es importante tener presente que simultáneamente los nazis enviaban a los conscriptos con cunas a las aldeas del Reich para que fecundaran a las sanas y rollizas campesinas alemanas sobre la base de los mismos presupuestos.

Müller, por su parte, abogaba persuadir a la población para que voluntariamente se apresten a “procurar a los «hijos» el patrimonio genético óptimo en lugar de los apreciados genes personales.” Un racionalismo sobrecogedor.

Reparemos que ya estábamos en la década de las grandes represiones masivas (del nazismo en Alemania, del estalinismo en todas las Rusias y desde mucho antes, las del colonialismo en el mundo ajeno a Europa y el norte atlántico…), pero también podríamos decir apenas estamos en los treinta, si tomamos en cuenta el desarrollo de las técnicas de ingeniería genética desde entonces a ahora.

Para completar la visión pragmática de izquierda, valga el aparente oxímoron, bueno es también recordar que los esfuerzos eugenésicos han corrido tanto desde la derecha más señorial y racista, en los centros de poder ideológico de EE.UU. , Suiza, Suecia y Alemania (para adquirir su monstruosa configuración dentro de la pesadilla nazi), pero que muchos biólogos y científicos de ideología socialista apoyaron y desarrollaron planes eugenésicos también en los países nórdicos hasta las décadas de los sesenta y setenta. Nos dice Jacques Testart al respecto en El racismo del gen: “Es políticamente interesante ver como dos partidos opuestos justificaron su aval [el de la eugenesia]. A la derecha, entre los conservadores, jugaba el imperativo de la pureza racial; a la izquierda, entre los socialdemócratas lo que se ponía de manifiesto era el control de los nacimientos y la calidad de la política social [… para] prevenir los problemas sociales.” (11)

Tendríamos que agregar, nosotros, que para la izquierda dura la prevalencia de la economía tamiza sus ojos y legitima todo progreso, incluido el genético. Así, cuando surgen las técnicas de fertilización asistida con toda la batería; gestación in vitro, bancos de esperma y óvulos, vientres alquilados, úteros artificiales, el diario comunista chino Jemmin Jih Pao, en los ’70, no tiene mejor comentario que hacer que: “Si se pudiese procrear sin tener que soportar el embarazo, los partos no afectarían necesariamente a las madres trabajadoras. Ésta es una buena noticias para las mujeres.” (12) El comentarista deja entrever aquí su sueño de “vivir para trabajar”, el sueño que la intelectualidad socialista le dispensa al proletariado, claro, y como acota Packard “cualquier tecnología que ofrezca una reducción de los años-mujer perdidos por los embarazos siempre es una buena noticia” , en el universo del “socialismo real”, claro.

Al día de hoy las clonaciones parecen ser el monopolio al menos mediáticos de una secta como la raeliana o de médicos efectistas; sin embargo en la década de los sesenta, muchos investigadores soviéticos se estaban afanando por lograr seres humanos totalmente gestados en laboratorio. Que no lo hayan logrado, hablaría en todo caso de una saludable aunque involuntaria limitación del socialismo “real”…

Esta maleabilidad que hemos procurado presentar y criticar, esta maleabilidad de la naturaleza humana, postulada, introyectable, instrumentable, nos ha llevado a un cambio radical en nuestra relación con lo tecnocientífico.

Kimbrell nos recuerda que el optimismo tecnológico ha sido crecientemente cuestionado a medida que más y más gente, que nuevas investigaciones han ido revelando el alcance del descalabro planetario provocado precisamente por el despliegue tecno. Por eso nos recuerda que en los setenta Ernst Schumacher, por ejemplo, abogaba por una “tecnología a escala humana”, sustentable, compatible con el mundo físico que estaba siendo crecientemente dañado por una tecnología agresiva y devastadora.

Pero ante la crisis cada vez más comprometedora e imparable, Kimbrell aclara que: “La élite de poder tecnológico tiene una solución muy diferente. Aunque muy lentamente, las corporaciones, los académicos y los investigadores han ido llegando a la conclusión de que la tecnología edificada hasta entonces no era compatible con la vida, que las contradicciones entre la tecnoesfera y la supervivencia de la naturaleza y la sociedad estaban ahondánose irreversiblemente. Se dieron cuenta, ellos también, finalmente, que se imponía una solución y a la brevedad».(13)

Lo que nos advierte Kimbrell es que, una vez más, en lugar de “detener el juego”, de revisar autocríticamente lo actuado, en lugar de desmontar una construcción tecnocientífica que nos lleva al abismo, lo que se ha ido diseñando desde los centros de poder corporativo, privado y público, es un desarrollo de ingenierización (engineering) “de la vida, de la propia realidad para mejor adaptarla al sistema tecnológico.”
Así interpreta Kimbrell el ensanche incontenible de técnicas de alta complejidad destinadas a adaptarnos y conformarnos con y en este “sistema tecnológico deshumanizado”.

Kimbrell da ejemplos de esta orientación en la política presupuestaria, concreta, en EE.UU. : “más de 50 millones de dólares en psicofármacos, una buena parte dedicados a lograr que se pueda cumplir la jornada laboral. Otro tanto destinado a que se pueda “pasar la noche”. Y hay unos cinco millones de niños estadounidenses tratados con psicofármacos para que puedan sobrellevar la institución escolar. Poco importa si se necesitan todo el tiempo dosis crecientes o si tales fármacos dejan de funcionar cuando el usuario opta por el alcohol o la adicción a drogas ilegales. Mientras tanto, hay afanes crecientes por encontrar los genes de la depresión, la ansiedad, el alchololismo y hasta el de la timidez y nos prometen su inminente hallazgo.”

[…] Proliferan en los cientistas electrónicos el proyecto de hacernos totalmente «virtuales» descargándonos en piezas de silicio, unificándonos, por así decir, con nuestros dispositivos computarizados. Es la solución final al dilema tecnológico.”  (Ob. cit.)

Podremos preservar nuestro deshumanizado sistema de producción si nos deshumanizamos nosotros mismos.

Bueno es advertir desde ya, aunque Kimbrell no lo mencione en estos pasajes, que estas “avanzadísimas” transformaciones para usar la terminología del optimismo tecnológico, son irreversibles: un hombre transgénico, un ser transgenetizado no tiene marcha atrás, su descendencia estará configurada con esa dotación genética modificada, no otra.

La ingeniería genética es entonces la respuesta a los problemas generados por el desarrollo previo. Si la combustión de fósiles llegó a sobrepasar la capacidad planetaria natural para reabsorber, por ejemplo, el dióxido de carbono (el metano y otros gases de los causantes del efecto invernadero), y eso provoca el calentamiento planetario, y con dicho calentamiento se provocan proceso de desertificación, por ejemplo, no hay problema: se construyen plantas que se adapten a esos nuevos biomas, a esas condiciones de existencia, con menos agua, por ejemplo. Análogamente, se proyectan animales que no necesiten del vínculo matri-filial, etcétera.

Esto es lo que Thomas Berry,(14) uno de los llamados eco-teólogos, define como que “la naturaleza ha sido transformada de una comunidad de sujetos a una colección de objetos.”

Cuando hablamos aquí, Berry, nosotros, de naturaleza, tenemos que incluirnos, incluir a los seres humanos, la especie, aun con toda su construcción trascendente respecto de los reinos naturales.). Con razón Carl Rogers, psicólogo estadounidense tuvo que formular tan ominosa afirmación: “Podemos adoptar la decisión de usar nuestros crecientes conocimientos para esclavizar a las personas en formas no soñadas hasta hoy, para dominarlos por medios elegidos con tanto cuidado, que tal vez  jamás se den cuenta de la pérdida de su personalidad.” (15)

Este futuro posible, sin embargo, está todavía en nuestras manos.

Luis E. Sabini Fernández
Noviembre de 2005.

notas:
1) En internet, Technotopia. The Dark Side of Technology. texto que glosamos a lo largo de esta nota.
2) “¿Dónde estamos? Algunas consideraciones sobre el tema de la técnica y las maneras de combatir su dominio”, artículo aparecido en la revista española Maldeojo (s/f).
3) Cit. p. Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire, México, S. XXI, 1988.
4) Presentación del autor por J.J. Dimilta, “Ray Bradbury: El futuro llegó hace rato”, Lea, Buenos Aires, no 25, julio 2003.
5) Los moldeadores de hombres, Buenos Aires, Huemul-Crea, 1977.
6) Cit. p. V.  Packard, ob. cit., p.224.
7) Cit. p. David Noble, La religión de la tecnología, Barcelona, Paidós, 1999.
8) The Strands of Life, Berkeley, University of California Press, 1994. Cit. p. D. Noble, ob. cit.
9) V. Packard, ob. cit., p. 225.
10) Guidance, cit. p. Paul Ramsey, P., El hombre fabricado, p. 59.
11) Buenos Aires, FCE, 2001.
12) V. Packard, ob. cit., p. 200.
13) De aquí en adelante las citas de Kimbrell provienen del trabajo ya citado al principio.
14) Cit., p. A. Kimbrell, ob. cit.
15) Cit. p. V. Packard, ob. cit., p. 7.

fuente: Cuadernillo de la Cátedra Libre de Derechos Humanos. Introducción a los Derechos Humanos. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (agosto de 2009).

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Libertad, desventura, innombrable

Publicada el 21/05/2011 - 10/09/2019 por raas

No se da con frecuencia pensamiento más libre que el de Etienne de La Boétie. Tampoco la singular firmeza de este comentario escrito por un joven aún adolescente. Quizá pudiéramos hablar de un Rimbaud del pensamiento. La audacia y la gravedad de su interrogación es de evidencia accidental: ¡qué irrisión la de intentar dar cuenta de ella refiriéndola a su siglo, o la de remitir esa mirada altiva –insoportable– al círculo cerrado de los que vuelven a trazarse una y otra vez! ¡Cuántos malentendidos desde el Contra uno de los hombres de la Reforma!

Por Pierre Clastres

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Sistema técnico y sociedad en Jacques Ellul

Publicada el 19/05/2011 por raas

Algunas tesis en esquema.

1. Es un malentendido confundir ‘técnica’ y ‘máquina’. La técnica ‘ha tenido su punto de partida en la existencia de la máquina’ y la máquina ‘es técnica en estado puro’, pero, en lo esencial, la técnica consiste en una mentalidad, que engendra un ‘sistema técnico’, es decir, en una forma de considerar la realidad. La máquina es sólo un instrumento que optimiza el sistema técnico.

2. ‘La máquina ha creado un medio antihumano’ porque ha reducido lo humano a una sola dimensión: la eficacia: ‘Proletarios y alienados, tal es la condición humana ante la máquina’.

3. La inhumanidad de la máquina deriva de que es el hombre quien tiene que adaptarse/someterse a ella y a sus reglas. La máquina rige a los humanos (sitúa como único parámetro valioso de la vida el de la eficacia) y no al revés.

4. En consecuencia hoy vivimos en un ‘medio técnico’ que no es ya un ‘medio humano’. Lo que Toynbee llama ‘organisation’ o Burnham ‘managerial action’, es la técnica aplicada a la vida social, económica o administrativa’.

5. ‘La técnica lo integra todo (…) el hombre no está adaptado a ese mundo de acero, ella lo adapta’, cualquier cosa en la vida se acaba reduciendo a técnica (incluso el sexo). Y finalmente no sólo hay mecanización de las cosas sino de las relaciones humanas: ‘la técnica deja de ser un objeto para el hombre y se convierte en su propia substancia’.

6. No puede distinguirse con claridad entre ciencia (‘pura’) y técnica (‘aplicada’). Más bien al contrario ‘históricamente la técnica ha precedido a la ciencia’ (ejemplos: la rueda, la máquina de vapor…). Sucede lo mismo en biología, en psicología, etc. En economía, ciencia económica y técnica económica también se confunden: ‘la ciencia se ha convertido en un medio de la técnica’.

7. ‘No es la frontera de la ciencia lo que está hoy en juego, sino la frontera del hombre’. La técnica vive de su propia expansión, de su mismo ir conquistando otras fronteras. ‘… y ni siquiera podemos decir que asistimos ahora a su pleno desarrollo. Contrariamente, es previsible que le queden aún conquistas decisivas -el hombre entre otras-, y no descubrimos el obstáculo capaz de impedirlas’.

8. El fenómeno técnico se diversifica y extiende en ‘tres grandes sectores de acción de la técnica moderna’: (a): técnica económica, (producción, trabajo, planificación), (b) técnica de la organización (desde el ámbito jurídico al militar), y (c) técnica del hombre (‘cuyas formas de organización muy diversas, desde la medicina y la genética hasta la propaganda, pasando por las técnicas pedagógicas, la orientación profesional, la publicidad, etc. En ellas el objeto de la técnica es el hombre mismo’).

9. En tal sentido la técnica no es democrática, sino totalitaria: ocupa la totalidad del mundo sin solicitar ninguna opinión a los humanos e imponiéndose por su propia fuerza. ‘La técnica se funde con el Estado’ porque ‘toda la administración no es más que una máquina’.

10. No existe autonomía de la política ante la técnica. La técnica convierte a ‘la administración en aparato’ los funcionarios en objetos y la nación en campo de operaciones’.

Ramón Alcoberro

www.alcoberro.info

Los términos entrecomillados pertenecen al cap. I -‘Técnicas’, p. 7-27 (tesis de 1 a 8) y al cap. IV -‘La técnica y el Estado’, p. 268-269 (tesis 9-10), del libro de Jacques Ellul: La Edad de la Técnica. Barcelona: Ed. Octaedro, 2003; traducción de La Technique ou l’enjeu du Siècle (1954), sobre la 2ª ed. revisada y ampliada en 1960, (Ed. Economica, París, 1990).

Más sobre Jacques Ellul (1912-1994)
http://es.wikipedia.org/wiki/Jacques_Ellul

Jacques Ellul, entre el pesimismo sociológico y la esperanza bíblica
Pieter Tijmes Enschede
http://habitat.aq.upm.es/boletin/n37/aptij.html

Jacques Ellul, la revolución necesaria
José Ardillo
http://argentina.indymedia.org/news/2009/12/708939.php

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Hombre Moderno

Publicada el 09/05/2011 - 09/05/2011 por raas

No tengo nada que decir
no tengo nada que hacer
todas mis neuronas funcionan sin inconvenientes
todavía soy un cyborg igual que vos
soy un gran mioma que piensa
que mi planeta solo me soporta a mi
tengo este único gran problema:
¿voy a vivir para siempre?
solo tengo este poco tiempo para averiguarlo.

Hombre moderno traidor evolutivo
hombre moderno destructor del ecosistema
hombre moderno destruite a vos mismo vergonzosamente
hombre moderno patético ejemplo
de la herencia orgánica terrestre.

Cuando miro hacia el pasado y pienso,
cuando reflexiono y pregunto ¿por qué?
veo a mis ancestros gastar con descuidado abandono
asumiendo que el suministro será eterno.

Hombre moderno traidor evolutivo
hombre moderno destructor del ecosistema
hombre moderno destruite a vos mismo vergonzosamente
hombre moderno patético ejemplo de la herencia orgánica terrestre
solo una muestra de carbono arruinada
sólo una trágica apopeya de vos y yo.

Tema musical Modern Man de Bad Religion, Against the Grain (1990)

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El robot

Publicada el 05/05/2011 - 11/04/2023 por raas

¿Por qué dicen los sufíes que el hombre es una máquina? Porque el hombre es una máquina, por eso. El hombre tal como es, es totalmente inconsciente. No es más que sus hábitos, la suma total de sus hábitos. El hombre es un robot. El hombre todavía no es un hombre. A menos que la consciencia penetre en tu ser, seguirás siendo una máquina.

Por Osho

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El capitalismo como religión

Publicada el 04/05/2011 - 08/05/2011 por raas

Hay que ver en el capitalismo una religión. Es decir, el capitalismo sirve esencialmente a la satisfacción de las mismas preocupaciones, penas e inquietudes a las que daban antiguamente respuesta las denominadas religiones.

La comprobación de esta estructura religiosa del capitalismo, no sólo como forma condicionada religiosamente (como pensaba Weber), sino como fenómeno esencialmente religioso, nos conduciría hoy ante el abismo de una polémica universal que carece de medida. [Y es que] no nos es posible describir la red en la que nos encontramos. Sin embargo, será algo apreciable en el futuro.

No obstante, son reconocibles tres rasgos de esa estructura religiosa del capitalismo en el presente. Primero, el capitalismo es una pura religión de culto, quizás la más extrema que haya existido jamás. En el capitalismo todo tiene significado sólo en relación inmediata con el culto. No conoce ninguna dogmática especial, ninguna teología. Desde este punto de vista, el utilitarismo gana su coloración religiosa. A esa concreción del culto se vincula un segundo rasgo del capitalismo: la duración permanente del culto. El capitalismo es celebración de un culto sans rêve et sans merci (sin fantasía ni gracia).

En él no hay señalado un día a la semana, ningún día que no sea día festivo (en el sentido terrible del desarrollo de toda la pompa sacral) que constituiría el esfuerzo más manifiesto de quien adora. Este culto es, en tercer lugar, culpabilizante. Probablemente el capitalismo es el primer caso de culto no expiante, sino culpabilizante. Este sistema religioso se encuentra arrastrado por una corriente gigantesca. Una monumental consciencia de culpa que no sabe sacudirse la culpabilidad de encima echa mano del culto no para reparar esa culpa, sino para hacerla universal, forzarla a introducir en la consciencia y, [finalmente] y sobre todo, abarcar a Dios mismo en esa culpa para que se interese finalmente en la expiación.

La expiación, por tanto, no debe esperarse del culto mismo, ni de la reforma de esa religión. Tendría que sostenerse en algo más seguro que en ella misma. Tampoco podría sostenerse en su rechazo. En la esencia de ese movimiento religioso que es el capitalismo [yace la idea] de resistir hasta el final, hasta la culpabilización final de Dios, hasta la consecución de un estado mundial de desesperación que es, precisamente, el que se espera. En esto estriba lo históricamente inaudito del capitalismo, que la religión no es reforma del ser, sino su destrucción. La expansión de la desesperación hasta un estado religioso mundial del cual ha de esperarse la salvación.

La trascendencia de Dios se ha derrumbado, pero no ha muerto, sino que está comprendido en el destino de la humanidad. Ese tránsito del planeta humano por la casa de la desesperación en la absoluta soledad de su trayecto es el ethos determinado por Nietzsche. Ese hombre es el ultrahombre, el primero que empieza a cumplir, reconociéndola, la religión capitalista. Su cuarto rasgo es que Dios debe permanecer oculto, y sólo debe ser llamado en el cenit de su culpabilización. El culto es celebrado ante una divinidad inmadura y toda representación, todo pensamiento en esa divinidad daña el secreto de su maduración.

La teoría freudiana es también parte del dominio sacerdotal de ese culto. Está pensada de forma totalmente capitalista. Lo reprimido, la imaginación pecaminosa es, en lo más profundo y por [una] analogía que todavía habrá que clarificar, el capital, que paga intereses por el infierno del inconsciente.

El tipo de pensamiento religioso capitalista se encuentra extraordinariamente expresado en la filosofía de Nietzsche. El pensamiento del ultrahombre sitúa el salto apocalíptico no en la conversión, expiación, purificación [y] penitencia, sino en el aparente permanente acrecentamientosi bien, en el último tramo, discontinuo y a saltos. Por eso, aumento y desarrollo son en el sentido del non facit saltum (del no dar saltos) inconciliables. El ultrahombre es el hombre histórico al que se llega sin conversión que traspasa el cielo.

Este hacer saltar el cielo por medio de un acrecentamiento humano que religiosamente es y se mantiene (también para Nietzsche) como endeudamiento (culpa) lo prejuzgó Nietzsche. Y similarmente Marx: el capitalismo incambiable se tornará, con intereses e intereses de intereses, cuya función es la deuda (vid. La duplicidad demoníaca de ese concepto [deuda/culpa: Schuld], en socialismo.

El capitalismo es una religión del mero culto, sin dogma. El capitalismo se ha desarrollado en Occidente como se puede demostrar no sólo en el calvinismo, sino en el resto de las orientaciones cristianas ortodoxas parasitariamente respecto del cristianismo de modo tal que, al final, su historia es en lo esencial la de su parásito, el capitalismo

-Comparación entre las imágenes de los santos de las distintas religiones, por un lado, y los billetes de los distintos Estados, por otro. El espíritu que se expresa en la ornamentación de los billetes. 

Las preocupaciones: una enfermedad del espíritu que es propia de la época. Situación espiritual (no material) sin salida que (deviene) en pobreza, vagabundeo, mendicidad, monacato. Una situación así que carece de salida es culpabilizante. Las preocupaciones son el índice de la consciencia de culpabilidad de la situación sin salida. Las preocupaciones se originan por el miedo ante la falta de salida colectiva, no individual-material.

En tiempos de la Reforma el cristianismo no favoreció el advenimiento del capitalismo, sino que se transformó en él. Metódicamente habría que investigar en primer lugar qué vinculos estableció en cada momento el dinero con el mito, hasta que pudo atraerse hacia sí tantos elementos míticos del cristianismo para constituir ya el propio mito.Vínculo del dogma con el capitalismo, desde lo disuelto y para nosotros en esa característica naturaleza del saber que es salvadora y que está muerta al tiempo (¿?).

El balance como saber realizado y salvador (¿?). Contribuye al conocimiento del capitalismo como una religión el hacer presente que originalmente los infieles consideraron la religión no como un elevado interés moral, sino como el más inmediatamente práctico. En otras palabras: fueron tan poco conscientes, como el capitalismo actual, de su naturaleza ideal o trascendente, que vieron más bien en el individuo irreligioso o heterodoxo de su comunidad, precisamente, a un miembro inconfundible de ella, igual que la burguesía actual los ve en sus miembros no productivos.

Walter Benjamin
(1921)

fuente: Walter Benjamin, Gesammelte Schriften, vol. VI, 100-103.

publicado en www.elecodelospasos.net/article-24928286.html

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La locura del sujeto normal

Publicada el 23/04/2011 - 16/09/2022 por raas

Según una de las versiones del mito, Prometeo descendía de una antigua generación de Dioses que habían sido destronados por Zeus. Era hijo de Titán y de Asia, él sabia que en la tierra reposaba la simiente de los cielos, por eso recogió arcilla, la mojó con sus lágrimas y las amasó, formando con ella varias imágenes semejantes a los dioses, los Humanos.

Por Enrique Carpintero*

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Energía nuclear… la tendremos de postre

Publicada el 22/04/2011 - 22/04/2011 por raas

Uno de los periódicos porteños con mejor información, aunque muchos lo consideren apenas una hoja de humor, Barcelona, explicita el “apocalipsis que se viene”. Incluye bombardeos de la OTAN sobre Libia, los terremotos de los últimos tiempos, el maremoto en Japón y la radiactividad como una amenaza cada vez más ominosa…

En verdad, esta reedición de ataques de grandes países colonialistas o imperiales como Francia, el Reino Unido y EE.UU., ahora sobre Libia, como hace una década sobre Irak, nos impone una toma de posición. Hasta egoísta. Porque parafraseando a Nimöller/Brecht tendríamos que ir poniendo las barbas en remojo porque no sabemos cuándo vendrán por aquí…

Sin embargo, y con toda la gravedad del imperialismo redivivo, optamos por un escueto abordaje del desastre nuclear japonés, procurando rastrear algunos datos significativos.

1. Lo que va de la periferia al centro planetario. Los recientes terremotos en Chile y Haití han sido atroces. La atrocidad está en proporción directa a la pobreza. Cuanto más pobres, más afectados.

Pero la atrocidad del sismo en Japón, un país hiperindustrializado y altamente nuclearizado, ha tenido un agregado más tenebroso y ominoso aun, que la pura tragedia de la aniquilación. Y es que el escape de radiactividad es, en sí, una verdadera Caja de Pandora.

2. Los escasos y dosificados datos obtenidos mediáticamente nos estarían revelando que Fukushima es peor que Chernobyl. Pese a todo el palabrerío “tranquilizador”. En Chernobyl, seis días después de la explosión, se nos informaba que la radiactividad estaba bajando, aunque el incendio duró 9 días; en Fukushima, durante casi tres semanas siguió aumentando. Y eso que en Ch. se habló de nivel 7 de peligrosidad (máximo) y en F., 5 (aunque hace pocos días resituaron el nivel en 6 y ya algunos anuncian 7…).

3. ¡Y en qué proporción ha aumentado la radiactividad en F.! El 15 de marzo los datos oficiales u oficiosos (nunca se sabe) daban que la radiactividad en las zonas de desastre era mil veces superior a la normal, aunque quienes suministrarían estos datos a la prensa, jamás cuantifican lo que es la radiactividad normal, básica, “natural”…

No he podido encontrar datos comparables, apenas datos sueltos que me atrevo a comparar con sumo recaudo: por ejemplo, en 1986, algunos territorios suecos recibieron alrededor de la cuarta parte de la radiactividad descargada sobre territorios ruso, bielorruso y ucraniano (los territorios más castigados entonces). El territorio sueco más próximo a Chernobyl está a unos 1300 o 1400 km.

En Suecia, 6 días después de la catástrofe la radiactividad decuplicaba la “normal” y en algunas zonas al norte de Estocolmo (cerca de Uppsala), con fuertes lluvias, llegaba a ser 100 veces la “normal”.

Estamos muy, pero muy lejos de los índices de radiactividad que hoy nos presenta Fukushima (aun multiplicando por 4). Efectivamente: “cuando el reactor número 4, el único afectado de Chernobyl, quedó fuera de control, generó vapores radioactivos cien veces superiores a los niveles máximos permitidos”. (1)

El 26 de marzo se difundió que para Fukushima, la radiactividad era 10 000 veces superior a la “normal”. Al día siguiente se nos habló de 100 000 veces superior a la “normal”. Magnitudes aterradoras. E incomparables con las de Chernobyl. Y eso que “la liberación de material tóxico [en Chernobyl] fue 500 veces mayor que el generado por la bomba atómica arrojada en Hiroshima en 1945.” (2)

4. En Fukushima, pese a formulaciones de los ingenieros nucleares que sostienen que “los reactores son encerrados en recintos herméticos que, en caso de accidente, impedirían que las cenizas radiactivas se expandieran”, (3) el escape de material radiactivo está totalmente fuera de control. Por otra parte, la única palabra que se acerca a la verdad en la frase de Guéron viene a ser “impedirían” por su falta de carácter afirmativo.

5. El maremoto puso en crisis las usinas nucleares al quebrar el suministro de electricidad mediante grupos electrógenos y destruir los mecanismos de refrigeración, absolutamente imprescindibles por el enorme calor que acumula la fusión nuclear y que hace que los tubos de material radiactivo que no se enfríen se derritan y escape radiactividad en oleadas “industriales”…

El desastre provocado por terremoto y tsunami obligó a los encargados de las usinas nucleares a sustituir el enfriamiento con agua de circuito, dulce, cuyas cañerías y depósitos estaban colapsados. Por ello, el lunes 14 apelan con desesperación al agua de mar (que se fue irradiando a un ritmo sobrecogedor; el 26 de marzo se hablaba de 1250 veces lo “normal” y el 27 de 1850 veces lo “normal). Pero se tuvo que abandonar ese método de enfriamiento porque la corrosión que estaba provocando o que iba a provocar el agua salada sobre las instalaciones y las cañerías podía ser devastadora. Una vez más, la enmienda peor que el soneto…

6. Es muy arduo conocer y medir los efectos de las dosis bajas de radiactividad. Sus efectos diferidos, causa de trastornos crónicos, hacen difíciles los estudios epidemiológicos. Los seres humanos estamos expuestos -y cada día más- a muy diversos factores contaminantes: desde productos transgénicos hasta la selva química en alimentos, vestidos y hogares, desde la radiactividad que provenga de una fuente grande o chica actual (como puede ser hoy Fukushima) hasta la antes “liberada” y siempre presente de las explosiones nucleares que durante décadas desplegaron estadounidenses, rusos y franceses “estudiando” sus efectos, la de los “accidentes” de Chernobyl, Three Miles Island y tantos otros, la suspensión atmosférica de explosiones como las de Nagasaki e Hiroshima, más la radiación que uno reciba con una tomografía, con placas torácicas y hasta con placas bucales…

Todo se acumula de tal modo que hoy ya no podemos hablar -como hasta mediados del s. XX- de radiación “natural”, la que nos alcanzaba “en la montaña” en cualquier excursión y que fue el “caballito de batalla” de todo médico que consideraba necesario o cómodo castigar el cuerpo de un paciente con una placa, “explicándole” al ignaro, que la radiación que entonces iba a recibir era menos que un par de días en la montaña…

7. Lo que sí se sabe, desde hace décadas, de antes de Chernobyl, es que las dosis bajas, las que se consideraban subclínicas, “son mucho más peligrosas de lo que imaginábamos”. (4) No se sabe cuál es el daño de la radiactividad, invisible, incolora, inodora, insípida, inaudible y sin olor. En rigor, es una bomba de tiempo, otra más que la humanidad ha puesto en su camino.

8. Fukushima consta de 6 usinas, unas a 270 km de Tokio, otras a 120 km. Tokio contiene 38 millones de seres humanos. Inevacuables. Buenos Aires está a 114 km de Atucha. Que el gobierno proyecta ampliar. Buenos Aires, otra megalópolis de las diez mayores del planeta, tampoco es evacuable. ¿Tiene sentido jugar así con los riesgos a la salud de tantos humanos?

Hace ya unos cuantos años, Christina Ringsberg, periodista sueca, se preguntaba: “¿Podrá terminar la energía nuclear con todos nosotros [la especie humana]?” (5) Ringsberg desmenuza los costos “iniciales” y verifica que lo de “energía barata” es un mito.

Basta poner un ejemplo mucho más reciente; los “177 recipientes de hormigón rellenos de material radioactivo” de la reserva de Hanford en el estado de Washington en EE.UU. que desde 1945 alberga unos 200 millones de litros de residuos nucleares. Hanford Challenge, una agrupación ecologista local, informa de que para mantener la limpieza y seguridad de ese enorme depósito trabajan 12 000 empleados. Que han “progresado” en la atención del lugar porque antes procuraban descargar tales residuos “en la naturaleza” pero que sabiendo la peligrosidad de ese material, que hay que contarla en milenios, tienen miedo que la administración en algún momento restrinja fondos, baje normas de cuidado… (6)

Ringsberg nos aclara que la energía nuclear, por su enorme potencial energético, nos promete continuar con una sociedad de altísimo consumo, profundizar el desgaste planetario, pero además ir sembrando de fuentes de radiactividad cada vez más sitios del planeta…y recordemos que la radiactividad no desaparece sino que, por el contrario, se acumula… es nuestra mejor “garantía” de cánceres, mutaciones, monstruosidades e infertilidad a futuro. “¿Cuándo alcanzaremos nuestro límite de resistencia a la radiactividad?”

Luis E. Sabini Fernandez
luigi14@gmail.com

notas:
1) Fanny Palacio, “Diez datos importantes sobre Chernobyl, Sexenio Extraordinary Life, Miami, 31/3/2011.
2) Ibíd.
3) Jules Guéron, L’energie nucléaire, París, 1977, ¿Tanta estulticia era antes o después de Three Miles Island (que fue en marzo de ese año)?
4) Karl Z. Morgan, un investigador estadounidense, partidario de la actividad nuclear para energía y en medicina, pero sin embargo muy crítico de las desprolijidades de construcción y del desconocimiento supino de los riesgos que han caracterizado los desarrollos nucleares, ha verificado que los trabajadores de las usinas nucleares tienen entre 10 y 20 veces mayor morbilidad que la que se suponía “debían” tener [aunque no da la relación de esta expectativa con la de la población general]. Conferencia en Copenhague, 1979.
5) Dagens Nyheter, “Ska kärnkraften få ta kål på oss?, Estocolmo, 4/5/1980.
6) Shaun Tandon,| AFP IP, 27/3/2011.

fuente: Revista El Abasto, n° 130 , abril 2011. www.revistaelabasto.com.ar/130_energia_nuclear.htm

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Semblanza del momento actual

Publicada el 20/04/2011 por raas

La Argentina viene viviendo un momento de exaltación social y política, que capitaliza al parecer, cada vez más, el gobierno.

Sus sostenedores y adeptos usan una serie de expresiones que consideran transgresoras, de izquierda…
Hay avances en varios frentes; los medios de difusión progubernamentales han ensanchado muchísimo su espectro; entre estudiantes las corrientes que al parecer más crecen son las kirchneristas, como podría ser La Cámpora a la que se le atribuye una serie de cargos maestros en varias áreas del gobierno; el sindicalismo también parece acrecentado con sus presuntos éxitos en las paritarias; Carta Abierta constituye o ha constituido durante el proceso de formación de opinión que ha vivido el país recientemente el núcleo intelectual más prominente; pocas veces un gobierno recoge la complacencia de sectores intelectuales tan nutridos (la intelectualidad en países periféricos suele ser crítica).

Al mismo tiempo, la larga lucha de los organismos de dd.hh. está rindiendo sus frutos, tardíos, pero gracias a este peronismo kirchnerizado se lleva a juicio a quienes protagonizaran tantos desmadres y daños al país, incluyendo miles de asesinatos. E incluso se está ensanchando, como corresponde la mira, para abarcar la responsabilidad represiva y genocida no sólo de militares sino también de civiles, jueces, empresarios (aunque tal vez sean más bien jueces que empresarios…).  Y aunque la pesadilla del 24/3/1976 haga olvidar otra anterior, con la AAA, que era, precisamente, peronista…

Reivindicando rasgos del peronismo primigenio, el gobierno K ha desplegado una red de apoyo significativa entre los agrupamientos humanos que surgieran como MTDs en los ’90 y particularmente después del 2001. Muchas de tales agrupaciones y corrientes han sido de algún modo cooptadas, digitadas, “abrochadas” o complacidas por la política de distribución del gobierno.
La bonanza que mencionábamos al principio alcanza claramente al ritmo cultural de la nación, con una floración particularmente vigorosa en la capital.

Políticamente esto se traduce en que el gobierno gobierna casi sin oposición. Ni a derecha ni a izquierda hay polos o desafíos significativos. Hay más bien un desbarajuste o un desconcierto.
En el medio universitario, es fácil observar un grado de satisfacción por el decurso de la Argentina contemporánea.

Pero esto es a mi modo de ver un barniz. Para rascar un poco y acercarnos a la realidad hay que rastrear de dónde viene este cuadro de situación: La soja desempeña un rol primordial en la edificación de esta bonanza. Por la soja ingresa el país y al presupuesto del estado −que es lo que nos interesa en este análisis− , una ponchada de miles de millones de dólares. Ciertamente a los sojeros les queda bastante más, pero ése es otro asunto: el enriquecimiento mediante negocios, tan viejo como el capitalismo, y tal vez más.

El gobierno K usa, esa ponchada de miles de millones de dólares, a diferencia de gobiernos conservas o liberales, en planes de distribución que ya dijimos: pensiones, subsidios, cuadernos, comidas, netboks, planes cooperativos y propaganda, mucha propaganda, sueldos, muchos sueldos.

Muchos, y entre ellos muchos noveles rentados, consideran esa politica, liberadora, progresista, encantadora. Y tal vez lo sea más al menos que la política hambreadora tradicional, la que únicamente distribuía el choripán preelectoral.
Pero la cuestión es si puede haber un “capitalismo bueno” como pretende la presidenta, o si más bien, esta política esconde la verdadera naturaleza, incambiada, del sistema de poder vigente.

¿Y cuál es entonces la naturaleza real de este momento histórico de la sociedad argentina?

1.La soja es una movida exógena; vino desde EE.UU. y se implantó en Argentina con el beneplácito del menemato. Con ella, Argentina entró en la nueva división internacional del trabajo diseñada desde las elites de EE.UU. Entró como socia “privilegiada” (aunque periférica).

2.La soja, como la minería a cielo abierto con extractores altamente contaminantes, pertenece al estadio actual, en que las transnacionales han tomado conciencia de los límites del planeta y procuran quedarse, como dice Javier Rodríguez Pardo, “con todo”.

3.El modelo correspondiente a esta nueva (ya no tanto) divisiòn internacional del trabajo no hace sino acentuar los rasgos del american way of life: incremento del consumismo, apuesta a una sociedad de alto consumo energético. Por eso, cada vez más craneotecas del primer mundo apuestan a sustituir petróleo por energía nuclear manteniendo las mismas pautas de dispendio y expansión. Al menos hasta el 11 de marzo (reventón en Fukushima) apostaban…

4.Y la pregunta que me parece que hay que hacerse es si tiene sentido ese camino o si no es una senda al despeñadero planetario, porque el mundo que vivimos, el único por otra parte, está mostrándonos señales de agotamiento, sobrecarga, crisis: en el agua, en el mar, en el oceáno, en el aire, en los alimentos, en la biodiversidad, en la contaminación generalizada e ingobernable…

Pero encarar una política basada en una sociedad de bajo consumo energético no es una pavada ni se arregla con discursos presidenciales. Rompe nuestra vida y cultura cotidiana, que no es eterna, apenas tiene un medio siglo, pero para casi todo el mundo es la única que conocieron y por ello es eterna…

Es, a mi entender, romper con el capitalismo, es decir con el gobierno del capital.

Luis E. Sabini Fernandez

fuente: www.radiografica.org.ar

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Un punto azul pálido *

Publicada el 16/04/2011 - 22/04/2011 por raas

Tuvimos éxito en tomar esta fotografía (1), y al verla, ves un punto. Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nosotros. En él se encuentra todo aquel que conoces, o del que has oído hablar, cada persona que existió y vivió su vida. La suma de nuestra alegría y sufrimiento, miles de religiones, ideologías y doctrinas, cada héroe y cobarde, creador y destructor, rey y campesino, cada pareja enamorada, madre y padre, niño, inventor y explorador, cada maestro de moral, cada político corrupto, ‘superestrella’, ‘líder supremo’, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie vivió ahí, en una mota de polvo suspendida en un rayo de luz del sol.

La Tierra es un muy pequeño escenario en una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades visitadas por los habitantes de una esquina de ese pixel para los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina; lo frecuente de sus incomprensiones, lo ávidos de matarse unos a otros, lo ferviente de su odio. Nuestras posturas, nuestra imaginada auto-importancia, la ilusión de que tenemos una posición privilegiada en el Universo, son desafiadas por este punto de luz pálida.

Nuestro planeta es una mota solitaria de luz en la gran envolvente oscuridad cósmica. En nuestra oscuridad, en toda esta vastedad, no hay ni un indicio de que la ayuda llegará desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos.

La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, en este momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos.

Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad y construcción de carácter. Quizá no hay mejor demostración de la tontería de los prejuicios humanos que esta imagen distante de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amablemente, y de preservar el pálido punto azul, el único hogar que jamás hemos conocido.

Carl Sagan

* Fragmento extraído del libro de Carl Sagan, Un Punto Azul Pálido: Una Visión del Futuro Humano en el Espacio (1994)

notas:
1) El 14 de febrero de 1990 la sonda espacial Voyager 1 (2) dejó Neptuno y se dispuso a salir del Sistema Solar, pero antes giró para tomar una última foto de la Tierra, la cual apareció a 6.000 millones de kilómetros como un pálido punto azul. Ver la imagen http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/71/PaleBlueDot.jpg
2) Voyager 1 http://es.wikipedia.org/wiki/Voyager_1 Un punto azul pálido (Pale Blue Dot). Puede observarse la Tierra como un punto de luz situado en la parte central de la imagen.

fuente: Wikipedia

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Formulario para un nuevo urbanismo

Publicada el 12/04/2011 - 12/04/2011 por raas

La Internacional Letrista adoptó en octubre de 1953 este informe de Gilles Ivain (pseudónimo de Ivan Chtcheglov) sobre el urbanismo que más tarde sería publicado en el nº1 de Internationale Situationniste.

Señor, soy de otro país

Nos aburrimos en la ciudad, ya no hay ningún templo del sol. Entre las piernas de las mujeres que pasan los dadaístas hubieran querido encontrar una llave inglesa y los surrealistas una copa de cristal. Esto se ha perdido. Sabemos leer en los rostros todas las promesas, último estado de la morfología. La poesía de los carteles ha durado veinte años. Nos aburrimos en la ciudad, tenemos que jodernos para descubrir misterios todavía en los carteles de la calle, último estado del humor y de la poesía.

Baños de los Patriarcas, Máquinas de charcutería, Zoo de Nuestra Señora, Farmacia deportiva, Alimentación de los Mártires, Hormigón translúcido, Serrería Mano de Oro, Centro de recuperación funcional, Ambulancia Santa Ana, Café de la Quinta Avenida, Calle de los Voluntarios Prolongada, Hostal familiar en el jardín, Hotel de Extranjeros, Calle Salvaje.

Y la piscina de la calle de las Nenas. Y la comisaría de la calle de las Citas. La clínica quirúrgica y la oficina de empleo gratuito del muelle de los Orfebres. Las flores artificiales de la calle del Sol. El Hotel de los Sótanos del Castillo, el bar del Océano y el café de Ir y Venir. El Hotel de Época.

Y la extraña estatua del Doctor Phillippe Pinel, benefactor de los locos, en las últimas tardes del verano. Explorar París.

Y tú, olvidado, tus recuerdos asolados por todas las consternaciones del mapamundi, encallado en las Cuevas Rojas de Pali-Kao, sin música y sin geografía, sin ir ya a la hacienda donde las raíces piensan en el niño y el vino se acaba en fábulas de almanaque. Ahora se acabó. Nunca verás la hacienda. No existe.

Hay que construir la hacienda

Todas las ciudades son geológicas, y no se pueden dar tres pasos sin encontrar fantasmas armados con todo el prestigio de sus leyendas. Evolucionamos en un paisaje cerrado cuyos puntos de referencia nos atraen constantemente hacia el pasado. Algunos ángulos movedizos, algunas perspectivas fugitivas nos permiten vislumbrar concepciones originales del espacio, pero esta visión sigue siendo fragmentaria. Hay que buscar en los lugares mágicos de los cuentos del folklore y en los escritos surrealistas: castillos, muros interminables, pequeños bares olvidados, cuevas de mamut, hielo de los casinos.

Estas imágenes caducas conservan un pequeño poder de catálisis, pero es casi imposible utilizarlas en un urbanismo simbólico sin rejuvenecerlas dándoles un nuevo sentido. Nuestro imaginario cultivado por viejos arquetipos ha quedado muy por detrás de las máquinas perfeccionadas. Los diversos intentos de integrar la ciencia moderna en los nuevos mitos continúan siendo insuficientes. Mientras tanto lo abstracto ha invadido todas las artes, en particular la arquitectura de hoy. El hecho plástico en estado puro, sin anécdota e inanimado, descansa y refresca los ojos. En otros lugares se encuentran más bellezas fragmentarias, pero la tierra de las síntesis prometidas cada vez más lejana. Cada cual duda entre el pasado emocionalmente vivo y el futuro ya muerto.

No prolongaremos las civilizaciones mecánicas y la fría arquitectura cuya meta es el ocio aburrido.

Nos proponemos inventar nuevos escenarios móviles (…)

La oscuridad retrocede ante la luz artificial y el ciclo de las estaciones ante las salas climatizadas: la noche y el verano pierden su encanto y el alba está desapareciendo. El hombre de las ciudades piensa alejarse de la realidad cósmica y por eso ya no sueña. La razón es evidente: el sueño se alza sobre la realidad y se realiza en ella.

La fase última de la técnica permite el contacto ininterrumpido entre el hombre y la realidad cósmica a la vez que elimina sus aspectos desagradables. El techo de vidrio deja ver las estrellas y la lluvia. La casa móvil gira con el sol. Sus muros corredizos permiten a la vegetación invadir la vida. Deslizándose sobre vías puede ir hasta el mar por la mañana y volver por la noche al bosque.

La arquitectura es el medio más simple de articular el tiempo y el espacio, de modular la realidad, de engendrar sueños. No se trata solamente de la articulación y la modulación plásticas, expresión de una belleza pasajera, sino de una modulación influencial que se inscribe en la curva eterna de los deseos humanos y del progreso en su realización.

La arquitectura de mañana será un medio para modificar las condiciones actuales de tiempo y de espacio. Un medio de conocimiento y un medio de acción.

El complejo arquitectónico será modificable. Su aspecto cambiará parcial o totalmente siguiendo la voluntad de sus habitantes. (…)

Las colectividades del pasado ofrecieron a las masas una verdad absoluta y ejemplos míticos incuestionables. La aparición de la noción de relatividad en la mentalidad moderna permite sospechar el aspecto experimental de la nueva civilización, aunque la palabra no me satisface. Un aspecto más flexible, más «divertido» digamos. Sobre la base de esta civilización móvil, la arquitectura será -al menos inicialmente- un medio para experimentar miles de formas de modificar la vida, con vistas a una síntesis que sólo puede ser legendaria.

Una enfermedad mental ha invadido el planeta: la banalización. Todo el mundo está hipnotizado por la producción y el confort -desagüe, ascensor, baño, lavadora.

Este estado de cosas que nace de una rebelión contra la miseria supera su remoto fin -la liberación del hombre de las inquietudes materiales- para convertirse en una imagen obsesiva en lo inmediato. Entre el amor y el basurero automático la juventud de todo el mundo ha hecho su elección y prefiere el basurero. Se ha hecho imprescindible una transformación espiritual completa, que saque a la luz deseos olvidados y cree otros completamente nuevos. Y realizar una propaganda intensiva en favor de estos deseos.

Hemos apuntado ya la necesidad de construir situaciones como uno de los deseos básicos en los que se fundaría la próxima civilización. Esta necesidad de creación absoluta siempre ha estado estrechamente asociada a la necesidad de jugar con la arquitectura, el tiempo y el espacio.(…)

Uno de los más destacados precursores arquitectónicos seguirá siendo Chirico. Él abordó los problemas de las ausencias y las presencias en el tiempo y el espacio.

Sabemos que un objeto que no es conscientemente advertido en una primera visita provoca, en su ausencia, una sensación indefinible en visitas posteriores: mediante su percepción diferida la ausencia del objeto se hace presencia sensible. Más exactamente: aunque la calidad de la impresión generalmente sigue siendo indefinida, varía con la naturaleza del objeto desaparecido y la importancia concedida al mismo por el visitante, pudiendo ir del gozo sereno al terror (poco importa que en este caso específico sea la memoria el vehículo de esos sentimientos; sólo he escogido este ejemplo por su comodidad).

En la pintura de Chirico (período de Las Arcadas) un espacio vacío crea un tiempo pleno. Es fácil imaginar el futuro que reservamos a tales arquitectos y su influencia sobre las masas. Hoy no podemos sino despreciar un siglo que ha relegado tales maquetas a supuestos museos.

Esta nueva visión del tiempo y del espacio, que será la base teórica de futuras construcciones, no está a punto ni lo estará completamente antes que se experimente el comportamiento en ciudades reservadas para este fin, donde se reunirían sistemáticamente, además de las instalaciones necesarias para un mínimo de confort y seguridad, construcciones cargadas de un gran poder evocador e influencial, edificios simbólicos representando los deseos, las fuerzas, los acontecimientos del pasado, del presente y del futuro. A medida que desaparecen los motivos para apasionarse se hace más urgente una ampliación racional de los antiguos sistemas religiosos, de los viejos cuentos y sobre todo del psicoanálisis en provecho de la arquitectura.

De algún modo cada uno habitará en su «catedral» personal. Habrá habitaciones que harán soñar mejor que cualquier droga y casas donde sólo se podrá amar. Otras atraerán irresistiblemente a los viajeros…

Este proyecto podría compararse con los trampantojos chinos y japoneses -con la diferencia de que aquellos jardines no estaban diseñados para vivir en ellos- o con el ridículo laberinto del Jardín des Plantes en cuya entrada se puede leer, colmo del absurdo, Ariadna en paro: Los juegos están prohibidos en el laberinto.

Esta ciudad podría ser imaginada como una reunión arbitraria de castillos, grutas, lagos, etc… Sería el estadio barroco del urbanismo considerado como un medio de conocimiento. Pero esta fase teórica está ya superada. Sabemos que se puede construir un inmueble moderno que no se parezca a un castillo medieval, pero que conserve y multiplique el poder poético del Castillo (mediante la conservación de un mínimo estricto de líneas, la trasposición de otras, el emplazamiento de las aberturas, la situación topográfica, etc.)

Los distritos de esta ciudad podrían corresponder al espectro completo de los diversos sentimientos que se encuentran al azar en la vida corriente.

Barrio Bizarro – Barrio Feliz, reservado particularmente al alojamiento) – Barrio Noble y Trágico (para buenos chicos) – Barrio Histórico (museos, escuelas) – Barrio Útil (hospital, almacenes de herramientas) – Barrio Siniestro, etc. Y un Astrolario que agruparía las especies vegetales de acuerdo con las relaciones que manifiestan con el ritmo estelar, un jardín planetario comparable al que el astrónomo Thomas quería establecer en Laaer Berg, en Viena, indispensable para dar a los habitantes conciencia de lo cósmico. Quizás también un Barrio de la Muerte, no para morir sino para tener donde vivir en paz, y pienso aquí en Méjico y en un principio de crueldad en la inocencia que cada día me seduce más.

El Barrio Siniestro, por ejemplo, reemplazaría ventajosamente esas bocas del infierno que muchos pueblos poseían antiguamente en su capital y que simbolizaban las potencias maléficas de la vida. El Barrio Siniestro no tiene por qué encerrar peligros reales, como trampas, mazmorras o minas. Sería de difícil acceso, horrorosamente decorado (silbatos estridentes, timbres de alarma, sirenas intermitentes con una cadencia irregular, esculturas monstruosas, móviles mecánicos motorizados llamados Auto-Móviles) y tan pobremente iluminado por la noche como escandalosamente durante el día mediante un uso abusivo del fenómeno de reverberación. En el centro, la «Plaza del Móvil Espantoso». La saturación del mercado con un producto provoca la caída de su valor: el niño y el adulto aprenderán mediante la exploración del Barrio Siniestro a no temer ya las manifestaciones angustiosas de la vida, sino a divertirse con ellas.

La actividad principal de los habitantes será la deriva continua. El cambio de paisajes entre una hora y la siguiente será responsable de la desorientación completa. (…)

Más tarde, con el inevitable desgaste de los gestos, esta deriva abandonará en parte el campo de lo vivido por el de la representación.(…)

La objeción económica no resiste la primera ojeada. Sabemos que cuanto más reservado a la libertad del juego esté un lugar más influye sobre el comportamiento y mayor es su fuerza de atracción. Lo demuestra el inmenso prestigio de Mónaco y Las Vegas. Y de Reno, caricatura del amor libre. Pero no se trata más que de simples juegos de dinero. Esta primera ciudad experimental vivirá generosamente del turismo tolerado y controlado. Las próximas actividades y producciones de la vanguardia se concentrarán en ella. En unos pocos años llegará a ser la capital intelectual del mundo y será universalmente conocida como tal.

Gilles Ivain

Traducción extraída de Internacional situacionista, vol. 1: La realización del arte, Madrid, Literatura Gris, 1999.

fuente www.sindominio.net/ash/is0109.htm

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