Por Eddie Vedder
Categoría: • Ecocidios
Aceleración incontrolada de estupidez, consumo y locuras.
La tormenta sistémica ya está aquí
El Gran São Paulo tiene 22 millones de habitantes, distribuidos en 39 municipios. Es la mayor ciudad de América Latina y una de las más pobladas del mundo. El verano pasado los reservorios de agua que la abastecen cayeron a mínimos históricos de 5 por ciento de su capacidad. Hubo cortes de agua en algunas regiones y restricciones en otras. La región vive lo que los especialistas denominan un «ciclo de escasez de agua que puede durar 20 o 30 años», algo bien diferente a una sequía puntual, como era habitual en otros periodos históricos en que no existía lo que conocemos como cambio climático (Opera Mundi, 6 de mayo de 2015).
Por Raúl Zibechi
La Jornada
12 de junio de 2015
El norte robó sus semillas. Diez ejemplos de biopiratería
Los nativos las utilizaban en ritos, para relajarse, como estimulante… El «hombre blanco» las patentó como crecepelos o para el párkinson. Todas por apenas nada
Por Juan C. De la Cal
2006
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Las enfermedades de la civilización
Así como la polución microbiana del agua solía ser responsable de muchas enfermedades entre nuestros antepasados, la polución química del aire está convirtiéndose ahora en un gran problema de salud pública. Los vapores químicos de las fábricas y los escapes de motores de los vehículos están causando una gran variedad de desórdenes patológicos que amenazan con aumentar en frecuencia y gravedad. Ellos pueden originar problemas de salud graves y generalizados en un futuro próximo. Y hay razones para temer que diversos tipos de radiación disociada añadan pronto sus imprevisibles efectos de largo alcance a esta patología del futuro.
Por René Dubos
Cuando el dinero siente los colores. La alegría de jugar porque sí
En su obra “El fútbol a sol y sombra”, Eduardo Galeano afirma: “La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque si. En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable”. [1]
Por Ekintza Zuzena Seguir leyendo «Cuando el dinero siente los colores. La alegría de jugar porque sí»
¿Cuál es el objetivo de la vida?
La vida no tiene otro objetivo que ella misma porque no es más que otro nombre para Dios mismo. Todas las demás cosas de este mundo pueden tener un objetivo, pueden ser un medio para un fin, pero por lo menos una cosa tienes que dejar como el fin de todas y el medio de ninguna.
Por Osho
(libro) Nuestro futuro robado: la amenaza de los disruptores endócrinos
Numerosas sustancias químicas, como las dioxinas, PCBs, plaguicidas, ftalatos, alquilfenoles y el bisfenol-A, amenazan nuestra fecundidad, inteligencia y supervivencia. En 1962 el libro de Rachel Carson Primavera silenciosa dio el primer aviso de que ciertos productos químicos artificiales se habían difundido por todo el planeta, contaminando prácticamente a todos los seres vivos hasta en las tierras vírgenes más remotas. Aquel libro, que marcó un hito, presentó pruebas del impacto que dichas sustancias sintéticas tenían sobre las aves y demás fauna silvestre.
Por José Santamarta*
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Si el clima se disparara…
Las escalas de tiempo son un elemento crucial para apreciar la situación actual: el calentamiento que estamos viviendo se produce muy rápidamente en comparación con los fenómenos análogos del pasado. Estos se desarrollaban a lo largo de miles de años; nosotros, en cambio, transformamos el sistema climático en menos de doscientos años.
Por Hervé Kempf
Humanidad XXI
Pese al caos socio-económico-cultural que impera en el mundo, fluye nítidamente (para quien se predisponga a discernirlo) un manantial de vivencias trascendentales. Nada de ello puede definirse como «sobrenatural», «paranormal» o «parapsicológico», ni como «estado alterado de la consciencia». Se trata de nuestra fibra espiritual suprema, hoy en vías de florecer sin condicionamientos, en un mundo donde cada día hay más instituciones o sectas disputando la titularidad de Dios, y más individuos agobiados por una trivialidad atroz.
Por Miguel Grinberg
La recolonización en marcha acelera el paso
I “Cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía”. Con esa sentencia, el blog El Muerto cubrió el acuerdo y el festejo con que representantes oficiales de Uruguay y EE.UU., como entidades soberanas e iguales, seguramente, han firmado, en realidad registrado el obsequio que los militares estadounidenses le han hecho al SINAE (Sistema Nacional de Emergencias), del Uruguay.
Por Luis E. Sabini Fernández
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Sobre el azúcar
Lo que ocurre con el azúcar moreno es difícilmente comprensible. Este residuo no tiene la pureza del azúcar blanco (ni por tanto su efecto psicotrópico) y sí en cambio infinidad de productos perjudiciales acumulados durante su procesado industrial. No obstante goza de alta estimación entre muchos ecologistas y naturistas, que creen que es mejor que el azúcar blanco.
Por Ekintza Zuzena
La plenitud individualista. El sujeto en el nuevo capitalismo
En base a cuatro ensayos la autora analiza la sociedad capitalista actual, en la que el goce individual y la experiencia inmediata han reemplazado a la representación y a la construcción de un sentido colectivo. El individuo se convierte en un “capital humano” responsable de su insatisfacción social.
Por Evelyne Pieiller*
14-3-2007
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Tratar los desechos con respeto. Una alternativa a la agroindustria y su contaminación *
El sistema agroalimentario está al borde del colapso. Entre los años 2000 y 2003, la cosecha mundial de granos cayó por cuarto año consecutivo, dejando las reservas en su punto más bajo en treinta años. En esos años, la temperatura mundial siguió elevándose rápidamente. La cosecha “record” de 2004 apenas alcanzó para satisfacer el consumo de ese año. Hoy día, los expertos pronostican daños mucho mayores de lo que decían antes, a causa del calentamiento global. Un equipo de científicos de China, India, Filipinas y EE.UU ha publicado que el rendimiento de los cultivos baja un 10% por cada grado centígrado que aumenta la temperatura nocturna durante el período de crecimiento.
Mae-Wan Ho**
Plan ciudadano para actuar en caso de accidente nuclear
Fundación para la defensa del ambiente (FUNAM) Cátedra de Biología Evolutiva (Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Córdoba)
Autor: Prof. Dr. Raúl A. Montenegro, Biólogo, Colaboraron: Nayla Azzinnari (Revisión) , Alejandro Noriega (Apoyo Gráfico)
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La urbe totalitaria
Los dirigentes democráticos han conseguido por medios técnicos lo que los regímenes totalitarios lograron por medios políticos y policiales: la masificación por el aislamiento total, la movilidad incesante y el control absoluto. La urbe contemporánea es suavemente totalitaria porque es la realización de la utopía nazi-estalinista sin gulags ni ruido de cristales rotos.
“La destrucción de la biodiversidad tiene las mismas causas que la degradación social.”
Barbault es un reconocido especialista de la biología de las poblaciones humanas y, a partir de los años ’80, uno de los primeros que reflexionó sobre el concepto de “biodiversidad”. En su reflexión se aúnan dos fuentes disociadas: la ecología naturalista y la ecología política. El resultado resalta una evidencia no siempre destacada: “Nuestra existencia se funda sobre los sistemas vivientes”. De allí su cruzada científica contra el crecimiento del PIB como única variable del desarrollo y su defensa de una “cooperación” con el tejido viviente del planeta.
Por Eduardo Febbro
Página 12
(libro) Energía y equidad
«Cuando el lector se enfrenta por primera vez al texto de Energía y equidad, debería tener en cuenta que en realidad está leyendo un estudio de caso empleado por el autor para demostrar una tesis ya avanzada en otro de sus escritos. En palabras del propio Illich, «Energía y equidad no es sino un postfacio de La convivencialidad». Parece lógico, por tanto, introducir un breve análisis de lo señalado en este texto antes de continuar.
La idea principal, o tesis, que Illich plantea en La convivencialidad es que las sociedades en vías de desarrollo deben imponer límites al progreso industrial, para evitar que en ellas se produzcan las nefastas transformaciones socioculturales que ya experimentan las sociedades desarrolladas. Illich identifica diferentes efectos perversos provocados por el progreso industrial sobre el hombre y, en todos ellos, el elemento común que los define es la pérdida de libertad del individuo y de su capacidad para expresarse, pensar y obrar como ser individual.
Pero, ¿cómo ha podido producirse tal transformación sin que la sociedad se haya revelado? Precisamente por la ausencia de límites al desarrollo tecnológico. En pos de un mejor modo de vida, o bienestar, la sociedad ha permitido que el desarrollo tecnológico perfeccionase herramientas primero, máquinas después y autómatas por último, que aliviasen el esfuerzo de habitar. Pero debido a esta dependencia del bienestar, el individuo se ha vuelto débil y sumiso ante las instituciones, la tecnología y el progreso, las verdaderas productoras y controladoras del bien deseado.
La paradoja de esta sumisión está en que el estándar de vida ideal sólo es posible para unos pocos individuos, ya que los recursos naturales no son suficientes para proveerle a todo el mundo el nivel de confort soñado. En consecuencia, el individuo se somete cada vez más a sus dominadores con la esperanza de alcanzar un pedazo del bienestar ideal, quedando completamente anulado como ser libre. Ante tal panorama, Illich plantea como única solución para garantizar una sociedad libre y en equilibrio con su entorno el establecimiento voluntario de unos umbrales de crecimiento por parte de la sociedad». Sonia Freire Trigo
El propósito de la educación
Tal vez algunos de ustedes no hayan comprendido por completo todo lo que he estado diciendo acerca de la libertad; pero, como lo he señalado, es muy importante que uno se exponga a ideas nuevas, a algo para lo cual puede no estar acostumbrado. Es bueno ver lo que es bello, pero ustedes tienen que observar también las cosas feas de la vida, tienen que estar despiertos a todo. De la misma manera, tienen que abrirse a cosas que quizás no comprenden por completo, porque cuanto más piensen y reflexionen sobre estos temas que pueden ser algo difíciles para ustedes, tanto mayor será la capacidad que tengan para vivir plenamente.
La guerra contra bacterias y virus: Una lucha autodestructiva
La guerra permanente contra los entes biológicos que han construido, regulan y mantienen la vida en nuestro Planeta es el síntoma más grave de una civilización alienada de la realidad que camina hacia su autodestrucción.
Por Máximo Sandín*
2009
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(libro) La quiebra del capitalismo global: 2000-2030
Crisis multidimensional, caos sistémico, ruina ecológica y guerras por los recursos. Preparándose para el inicio del colapso de la Civilización Industrial. El “mundo de 2007” se ha acabado, ya no existe como tal, ni volverá jamás. Es un “mundo” que se está deshaciendo poco a poco ante nuestros ojos, pero sin darnos cuenta. Estamos en un punto de inflexión histórica. Una bifurcación de enorme trascendencia de la que todavía no somos conscientes. O tan sólo mínimamente.
Por Ramón Fernandez Durán
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Dialéctica del cénit y el ocaso
El capitalismo ha alcanzado su cenit, ha traspasado el umbral a partir del cual las medidas para preservarlo aceleran su autodestrucción. Ya no puede presentarse como la única alternativa al caos; es el caos y lo será cada vez más. Durante los años sesenta y setenta del pasado siglo, un puñado de economistas disconformes y pioneros de la ecología social constataron la imposibilidad del crecimiento infinito con los recursos finitos del planeta, especialmente los energéticos, es decir, señalaron los límites externos del capitalismo.
Por Miguel Amorós
La ciencia y la tecnología podrían ampliar esos límites, pero no suprimirlos, originando de paso nuevos problemas a un ritmo mucho mayor que aquél al que habían arreglado los viejos. Tal constatación negaba el elemento clave de la política estatal de posguerra, el desarrollismo, la idea de que el desarrollo económico bastaba para resolver la cuestión social, pero también negaba el eje sobre el que pivotaba el socialismo, la creencia en un futuro justo e igualitario gracias al desarrollo indefinido de las fuerzas productivas dirigidas por los representantes del proletariado. Además, el desarrollismo tenía contrapartidas indeseables: la destrucción de los hábitat naturales y los suelos, la artificialización del territorio, la contaminación, el calentamiento global, el agujero de la capa de ozono, el agotamiento de los acuíferos, el deterioro de la vida en medio urbano y la anomia social. El crecimiento de las fuerzas productivas ponía de relieve su carácter destructivo cada vez más preponderante.
La fe en el progreso hacía aguas; el desarrollo material esterilizaba el terreno de la libertad y amenazaba la supervivencia. La revelación de que una sociedad libre no vendría jamás de la mano de una clase directora, que mediante un uso racional del saber científico y técnico multiplicase la producción e inaugurara una época de abundancia donde todos quedaran ahítos, no era más que una consecuencia de la crítica de la función socialmente regresiva de la ciencia y la tecnología, o sea, del cuestionamiento de la idea de progreso. Pero el progresismo no era solamente un dogma burgués, era la característica principal de la doctrina proletaria. La crítica del progreso implicaba pues el final no sólo de la ideología burguesa sino de la obrerista. La solución a las desigualdades e injusticias no radicaba precisamente en un progresismo de nuevo cuño, en otra idea del progreso depurada de contradicciones.
Como dijo Jaime Semprun, cuando el barco se hunde, lo importante no es disponer de una teoría correcta de la navegación, sino saber cómo fabricar con rapidez una balsa de troncos. Aprender a cultivar un huerto como recomendó Voltaire, a fabricar pan o a construir un molino como desean los neorrurales podría ser más importante que conocer la obra de Marx, la de Bakunin o la de la Internacional Situacionista. Eso significa que los problemas provocados por el desarrollismo no pueden acomodarse en el ámbito del saber especulativo y de la ideología porque son menos teóricos que prácticos, y, por consiguiente, la crítica tiene que encaminarse hacia la praxis. En ese estado de urgencia, el cómo vivir en un régimen no capitalista deja de ser una cuestión para la utopía para devenir el más realista de los planteamientos.
Si la libertad depende de la desaparición de las burocracias y del Estado, del desmantelamiento de la producción industrial, de la abolición del trabajo asalariado, de la reapropiación de los conocimientos antiguos y del retorno a la agricultura tradicional, o sea, de un proceso radical de descentralización, desindustrialización y desurbanización debutando con la reapropiación del territorio, el sujeto capaz de llevar adelante esa inmensa tarea no puede ser aquél cuyos intereses permanecían asociados al crecimiento, a la acumulación incesante de capital, a la extensión de la jerarquía, a la expansión de la industria y a la urbanización generalizada. Un ser colectivo a la altura de esa misión no podría formarse en la disputa de una parte de las plusvalías del sistema sino a partir de la deserción misma, encontrando en la lucha por separarse la fuerza necesaria para constituirse.
Al final de la era fordista, tras la subida de precios del petróleo como consecuencia del cenit de la producción en Estados Unidos, conocemos la salida que buscó la clase dirigente para preservar el crecimiento: un desarrollismo de nuevo tipo, neoliberal, basado primero en el fin del Estado-nación, la privatización de la función pública, el abandono del patrón oro, la energía nuclear, la eliminación de las trabas aduaneras, el abaratamiento del transporte, la globalización de los mercados, la expansión del crédito y la desregulación del mundo laboral. Una segunda fase, algo más keynesiana, rentabilizaría la destrucción acumulada mediante un desarrollismo llamado sostenible, integrando el punto de vista ecologista en un capitalismo “verde”. El Estado recuperaría un tanto su papel de impulsor económico que tenía en la época anterior de capitalismo nacional financiando dicha modernización y forzando el reciclaje de la población en el consumo de mercancía labelizada.
También conocemos las alternativas progresistas neokeynesianas que en el marco del orden establecido reivindicaron “otra” globalización en donde las cargas estuvieran mejor distribuidas, o lo que viene a ser lo mismo, una mundialización tutelada por los Estados que respetara los intereses de la burocracia obrerista y el estatus de las clases medias. Esta propuesta descansaba en la falsa suposición de que el Estado era un instrumento neutral frente al capitalismo, y no la adecuada expresión política de sus intereses. Como quiera que fuera, ambas políticas –la neoliberal conservadora y la neokeynesiana socialdemócrata– fracasaron al tropezar el capitalismo con sus límites internos.
La liquidación de las economías locales arruinó poblaciones enteras que se fueron acumulando en las periferias de las metrópolis, dando vida a inmensos poblados de chabolas. Innumerables masas emigraron a los países “desarrollados”, extendiendo las consecuencias de la crisis demográfica a las zonas privilegiadas del turbocapitalismo. Esta nueva mutación del capital creaba una nueva división social: los integrados y los excluidos del mercado. La contención de la exclusión quedó fundamentalmente en manos del Estado, en absoluto neutro, obligado a desarrollar para la ocasión políticas represivas de control de la inmigración y extenderlas a cualquier forma de disidencia. Por otro lado, el carácter eminentemente especulativo de los movimientos financieros internacionales y las políticas estatistas clientelares, tras una década de euforia, condujeron a la bancarrota general del 2008, agravada por las deudas que los Estados no habían podido rembolsar, precipitando una vuelta al neoliberalismo mucho más dura. Las medidas draconianas son necesarias para traspasar la crisis provocada por los Bancos y los Estados a la población asalariada, mayoritariamente hipotecada.
La pauperización material de un tercio de la población se suma a una pauperización moral vieja de años, pero la incapacidad irremediable de crecer lo suficiente de los Estados Unidos y la Unión Europea si no es compensada con una demanda emergente, china o india, proporcionará un marco crítico duradero donde podrá invertirse el proceso de anomia. Potencialmente, y por mucho tiempo, el espectro de Grecia –las condiciones griegas—asediará la conciencia de los dirigentes. La venganza o la voluntad de desquite dominarán en los primeros momentos con toda la secuela de conflicto y violencia, pero para construir habrá de darse en las masas vapuleadas un sentimiento de dignidad a la par que el desarrollo de una conciencia verdaderamente subversiva.
Paradójicamente, en la fase actual de descomposición del sistema dominante, las contradicciones internas ocultan las externas. El drama de la exclusión, el paro, la precariedad, los recortes, los desahucios y el empobrecimiento de las clases medias asalariadas, al poner por delante sus intereses inmediatos todavía ligados al mantenimiento de un estilo de vida urbano, artificial y consumista, han oscurecido momentáneamente la cuestión esencial, el rechazo del credo del progreso, y, por consiguiente, el del modelo social y urbano que le es inherente.
En consecuencia, la creciente “huella ecológica” y la insostenibilidad intrínseca de la supervivencia bien o mal abastecida bajo el capitalismo no se han tenido en consideración, por lo que las exigencias desindustrializadoras y desurbanizadoras parecen fuera de lugar. La protesta urbana, obrera o populista, rechaza pagar la factura de la gestión desarrollista anterior y así se contenta con exigir “otra” política, “otra” banca u “otro” sindicalismo, a lo sumo, “otro” capitalismo, pero jamás se planteará seriamente la ruralización o la desaparición de las metrópolis, es decir, otra manera de convivir, otra sociedad u otro planeta.
La mayoría de los habitantes de las conurbaciones solamente busca o aspira a encontrarse con la naturaleza los fines de semana, en tanto que consumidores de relax y paisaje, por lo que una crítica antidesarrollista tiene serios problemas para darse a conocer fuera de estrechos círculos, ya que la mentalidad urbana es incapaz de asumirla y los desertores del asfalto son todavía pocos. Por otra parte, la población campesina, residual, sufre un deterioro mental aún peor, fruto de su suburbanización, y las más de las veces reproduce estereotipos ideológicos urbanos. La crítica antidesarrollista no cuaja pues, ni en el medio rural, que debía ser el suyo, ni en el medio urbano, mucho menos propicio. Por eso la materialización en la práctica del antidesarrollismo como defensa del territorio se ve sometida a multitud de inconsecuencias y limitaciones. El carácter específicamente local de dicha defensa juega en su contra. Apenas se conforma una oposición contra una nocividad particular, surgen acompañantes municipalistas, verdes o nacionalistas, que tratan de confinarla como “nimby” en la localidad, exprimirla políticamente y empantanarla en marismas jurídicas y administrativas.
Solamente en los casos en que ha conseguido aliados de las conurbaciones gracias precisamente a los irregulares de la post ciudad, ha podido formularse un interés general y desarrollarse un conflicto de envergadura (p. e. contra trasvases, contra las líneas MAT, contra el TAV, contra autopistas, centrales eólicas, etc.). Resumiendo, la defensa del territorio está lejos mostrarse como el único conflicto realmente anticapitalista, ya que, debido a las condiciones hostiles que debe afrontar, no consigue constituir una comunidad de lucha estable y suficientemente consciente que contribuya con eficacia a incrementar el número de renegados de la urbe.
Todavía no ha logrado transformar la descomposición urbana en fuerza creativa rural, ni la oposición al desarrollismo territorial en barrera contra la urbanización total. Será necesaria otra vuelta de tuerca en la crisis para que la cuestión urbana –el problema de desmontar la conurbación– aparezca en el centro de la cuestión social. En efecto, la conurbación es la forma ideal de la organización del espacio por el capitalismo; una gran concentración de consumidores hecha posible por la abundancia hasta ahora ilimitada de combustible fósil barato y de agua potable. Es de suponer que un encarecimiento del combustible conduciría a una crisis energética que pondría en peligro la agricultura industrial, el sistema de vida urbano y la existencia misma de las conurbaciones. Igual sucedería con una sequía prolongada que exigiera la construcción de numerosas desaladoras funcionando con petróleo.
Ese es el horizonte que perfila a corto plazo la gran demanda de los países emergentes y el cenit de la producción petrolífera a medio: el fin de la era de la energía barata. No hay remedio posible puesto que la energía nuclear y las llamadas “renovables” son caras, necesitan igualmente para su puesta en marcha ingentes cantidades de combustible fósil cada vez menos al alcance y el ritmo de su producción nunca podrá satisfacer las exigencias de un consumo creciente. El capitalismo verde es una falacia y la globalización está entrando en su fase terminal; las innovaciones tecnológicas no podrán salvarla. La perspectiva de un declive de la producción industrial de energía pinta de negro el futuro de las conurbaciones, puesto que un encarecimiento del transporte paralizará los suministros y las volverá inviables. Los bloques de viviendas, los rascacielos, los centros comerciales, los adosados residenciales, los polígonos logísticos, las autopistas y demás se deteriorarán a gran velocidad. Entonces, los sofisticados materiales de construcción, el aire acondicionado, los electrodomésticos, los ordenadores, la calefacción central, la telefonía móvil y los automóviles serán cosas del pasado.
Además, el calentamiento global es imparable puesto que el consumo de energías contaminantes es imposible de aminorar, y, en pocos años, cuatro o cinco, desbocará el cambio climático y entonces los daños provocados serán irreversibles. El decaimiento de la agricultura industrial –esclava del fuel, de los abonos y herbicidas petroquímicos—junto con las secuelas del calentamiento –incremento del efecto invernadero, deforestación, erosión, salinización y acidificación de los suelos, desertificación, sequías e inundaciones– desembocarán en una crisis alimentaria de graves consecuencias. La mayoría de la población urbana quedará desabastecida, viéndose impelida violentamente a buscar comida y combustible fuera, desperdigándose por un campo esquilmado. El que este proceso de expulsión del vecindario se efectúe de forma caótica y terrorista o transcurra positivamente dependerá de la capacidad integradora de las comunidades de lucha surgidas de la deserción y la defensa del territorio.
Si éstas son débiles no podrán enfrentarse a la avalancha de una población hambrienta y transformar su desesperación en fuerza para el combate por la libertad y la emancipación. La desagregación del turbocapitalismo daría lugar entonces a un reguero de formaciones capitalistas primitivas defendidas por poderes locales y regionales autoritarios. Será inevitable que la sociedad se contraiga y se vuelva intensamente localista, pero lo pequeño no siempre es hermoso. Puede ser horrible si la necesaria ruralización que habrá de afrontar las consecuencias de una superpoblación repentina y brutal, no discurre por vías revolucionarias, es decir, si se limita a una producción centralizada y privilegiada de comida y energía en lugar de orientarse hacia la creación de comunidades libres y autónomas capaces de resistir a la depredación post urbana. En definitiva, si el proceso ruralizador no respira esa atmósfera de libertad que antaño se atribuía a las ciudades.
A fin de no caer en profecías apocalípticas y evitar que la ciencia ficción se adueñe de los análisis futuristas postulando retornos al paleolítico o a la barbarie de género cinematográfico, conviene considerar la crisis energética como un marco general y un horizonte temporal que condicionará cada vez más el acontecer social con el chantaje consabido de ‘o la energía o el caos’ sin por lo tanto determinarlo completamente. La especulación novelesca es deudora de la actitud contemplativa frente a la catástrofe, típica de la religión –o de su equivalente secular, la ideología historicista– que considera lo que adviene como resultado forzoso y no como una posibilidad entre muchas, un desenlace en el tiempo fruto de múltiples variables: la conciencia del momento, la inteligencia de los cambios, la configuración de fuerzas independientes, la habilidad en captar las contradicciones que se manifiestan y en aprovechar las ocasiones que se presentan… Ni el resultado explica enteramente el proceso, ni el proceso, el resultado.
El cenit no precede necesariamente a la extinción. Entre los dos interviene el juego dialéctico de la táctica y de la estrategia entre contrincantes con fuerzas desiguales, a corto y medio plazo. El juego de la guerra social. Las esperanzas de los sectores aferrados a la conservación del capitalismo de Estado en un decrecimiento paulatino, pacífico y voluntario serán prontamente desmentidas por la brutalidad de las medidas de adaptación a escenarios de escasez y penuria y la dinámica social violenta que van a originar.
Si bien el colapso catastrófico no va a producirse en fecha fija, inminente, tampoco va a ser inevitable la entronización de un régimen ecofascista; sin embargo, la probabilidad más o menos cercana de ambos fenómenos puede servir para llevar la acción por derroteros consecuentes, lográndose así en las sucesivas confrontaciones una salida favorable al bando de los partidarios de un cambio social radical y libertario. Nada está decidido, por lo que todo es posible, incluso las utopías y los sueños.
fuente: www.decrecimiento.info/2012/01/dialectica-del-cenit-y-el-ocaso.html
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“Hay que destruir el aparato tecnológico”
Conversamos con el filósofo John Zerzan sobre alternativas al desarrollo industrial y al modelo de progreso económico vigente en la sociedad de masas.
Diagonal: En una entrevista reciente decías que están surgiendo planteamientos que cuestionan eficazmente la modernidad y el progreso. ¿Qué opinión tienes del movimiento del decrecimiento y su capacidad de respuesta a la crisis económica global?
John Zerzan: Hace un par de años, en Barcelona, hubo una discusión considerable, sobre todo desde grupos franceses, de esta tendencia. Algunos aspiraban a integrarse en el juego parlamentario, lo que considero mala idea, y no sé qué grado de radicalidad implica su propuesta. Por un lado, algunos de sus conceptos no van demasiado lejos, como las “ciudades lentas”, la “alimentación lenta” o la idea de simplificación. Por otro, no tienen mucho alcance porque carecen de crítica sobre la totalidad del fenómeno. Todo el mundo va en la dirección del crecimiento industrial descontrolado: China, India y otros muchos países avanzan con rapidez hacia esta realidad. Así pues, el decrecimiento puede ser deseable, pero hay que plantear una lucha concreta contra todas estas dinámicas, instituciones y fuerzas que empujan en la otra dirección. Creo que promueven algo sano, pero, si optan por la vía de integración en partidos verdes y demás, creo que su enfoque quedará comprometido por la dinámica de partidos, aunque tal vez sean capaces de encontrar una vía alternativa.
D.: ¿Cuál sería tu acercamiento teórico a esta lucha?
J.Z.: El antiindustrialismo. Si no nos ocupamos de este problema, estamos evitando encarar la manifestación principal de la sociedad de masas, que ya tiene una vigencia de 9.000 años. No podemos sino reconocer una realidad que no hace feliz a casi nadie, ante la que están reaccionando grupos humanos en todos los continentes, en todos los países. La sociedad industrial envenena el aire, conduce a la esclavitud a millones de personas, acaba con los pueblos indígenas y sus formas de vida. Y hoy en día ni siquiera se trata de esconder su verdadera naturaleza; sus agentes operan a la luz del día. Copenhague ha sido un desastre completamente predecible y Obama es otro Bush; parece que definitivamente se ha terminado la ilusión y tal vez ahora nos podamos enfrentar con nuestros problemas verdaderos.
D.: ¿Qué opinión te merece internet? ¿Es un síntoma de domesticación o tiene un peso específico como herramienta transformadora?
J.Z.: Creo que ambas cosas. No sé aquí, pero en EE UU pasamos nuestra vida frente a la pantalla. Somos adictos a este tipo de interacción, supongo que por el nivel de desamparo existente. Hoy un amigo es alguien a quien probablemente nunca hayas visto en persona, vamos a todos lados con el móvil en la oreja. Parece que nadie quiere estar presente en este mundo arrasado, siempre estamos en otra parte. Pero no existe otra parte. Este mundo se define por la tecnología, la tecnocultura se expande con gran velocidad, a pesar de ser económicamente excluyente. Y en la base de este proceso está el posmodernismo, que se caracteriza por la adopción incondicional de la tecnología, así como por la pérdida de las ideas de causalidad, valor o significado. Sólo deja espacio a lo momentáneo y trivial.
D.: ¿Crees que este sistema se ha implementado desde arriba o se trata de una deriva que nos hemos trabajado nosotros mismos?
J.Z.: Creo que esta situación proviene de nuestro sistema de consumo. Y será imposible abordar el problema eficazmente sin aplicar una crítica radical a este fenómeno, porque la tecnología en sí es neutral. Si no politizamos la cuestión de su uso y las raíces de su existencia es imposible frenar esta situación. Los efectos negativos de este modelo son visibles en la salud física y mental de nuestra sociedad. Por ejemplo, el fenómeno de los tiroteos en escuelas e instituciones. Estas manifestaciones patológicas se producen en los países más desarrollados –EE UU, Finlandia o Alemania–, como síntomas de una sociedad disfuncional, del vacío de un mundo uniformizado que está acabando con la idea de comunidad y tantos otros conceptos importantes en nuestra vida. Mientras sigamos apostando por una sociedad tecnológica de masas, como hace la izquierda, no seremos capaces de librarnos de todo este lastre y regresar a una experiencia directa del mundo.
D.: ¿Y cómo enfrentar el proceso práctico de cambiar el modelo?
J.Z.: Poniendo el problema sobre la mesa, dándole la relevancia que merece e insistiendo en el papel central que debe jugar en la discusión pública. Nuestra postura implica destruir todo el aparato tecnológico antes de que nos destruya y de que elimine todo valor y textura de la vida. Se trata de reconectar con la tierra, por ello nuestra inspiración fundamental son los modos de vida de los pueblos indígenas.
D.: ¿Qué harías si el sistema cayera mañana y tuvieras la oportunidad de intervenir e implementar cambios concretos?
J.Z.: El problema es que la mayor parte de la población de las grandes ciudades moriría en tres días. No duraríamos mucho sin energía, con los alimentos pudriéndose, sin habilidades para sobrevivir y con el instinto atrofiado. No sabríamos qué comer, qué planta es cuál, como hacer fuego, buscar agua, refugio… Nos tenemos que preparar para ese proceso, porque la ciudad es artificial e insostenible, y no representa el mundo al que nos enfrentaremos cuando el sistema se detenga… Además, poseer esas herramientas de supervivencia empodera políticamente, da sensación de autonomía. Si quieres salir del sistema, pero no tienes estos conocimientos, al final seguramente no des el paso.
Ástor Díaz Simón
10 de febrero de 2010
fuente Diagonal nº 119, http://diagonalperiodico.net
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De cómo devastar la vida de un planeta, en menos de 300 años
Algunas cifran pueden ayudarnos a ver mas claramente el asunto. Los geólogos y geofísicos modernos consideran que la edad de la Tierra es de unos 4440-4551 millones de años, sin embargo la vida en el planeta surgió hace unos 3.500 millones de años. Pero hace nada más que unos 100 mil años apareció en África el primer ser humano casi como el actual, casi como nosotros, se lo llamó Homo sapiens arcaico u hombre de CroMagnon.
Que la mayoría de las cosas que vemos, si miramos a nuestro alrededor, tienen menos de 300 años, no sería gran cosa. Sólo que no sólo tienen menos de 300 años de existencia, sino también de inventadas. Es más, verán que gran parte de ellas tiene menos de 50 o 100 años.
Veamos algunas de las cosas que hace poquito tiempo, se han transformado en parte de la vida cotidiana de la mayoría de nosotros.
Hace nada mas, repito, nada mas que 300 años, no existía por ejemplo el Motor de vapor, el automóvil, el retrete de agua corriente y las pilas. Menos de 200 años tienen la cocina de gas, la bicicleta, el motor eléctrico, la pólvora, el teléfono, la bombilla eléctrica, la estufa de gas y la plancha eléctrica. También el motor de combustión, el automóvil se inventó recién en 1885, la radio 1895.
Hasta el mismísimo siglo XX no existían la aspiradora, la lavadora eléctrica, la fotografía en color, el refrigerador eléctrico casero y menos de 100 años tienen la televisión, el polietileno, el caucho sintético, el nylon, los aerosoles, la energía nuclear, el computador y satélites espaciales. Increíblemente, hace 50 años se vivía sin comunicación vía satélite, transgénicos, fibra óptica, no había video juegos domésticos, ni código de barras, menos aún Internet, telefonía celular, cámaras digitales ni GPS.
300 años nos han bastado para convertir un planeta sano, exuberante, con una diversidad biológica infinita, en un planeta enfermo, agonizante, devastado por el abuso de la utilización de la naturaleza.
Los avances tecnológicos, los de las ciencias, los del conocimiento han sido en su gran mayoría, aprovechados para beneficio de unos pocos, para alimentar hambre de poder y no de estómagos. En menos de 300 años hemos mercantilizado el agua, el viento, la tierra, las montañas, los árboles, todo lo imaginable.
Mientras unos pocos juegan a ser dioses, otros muchos sobreviven sin poder cubrir sus necesidades más básicas o mueren por enfermedades totalmente evitables para la ciencia moderna, que no se encuentra a su alcance ya que no pueden pagar por ella.
Países que producen alimentos para abastecer largamente a su población, tienen altísimas tasas de desnutrición. Países con agua potable de sobra mueren de sed a manos de la minería y la agroindustria.
Como niños con sus padres, hemos estado buscando los límites. Y la Madre Naturaleza ha comenzado a ponerlos. Es doloroso, y lo será aun más, mucho más. Pero también es necesario para que un cambio de rumbo, hacia un mundo más justo, termine de gestarse en el interior de cada uno de nosotros y se convierta en una realidad visible.
Ricardo Natalichio *
* Ricardo Natalichio – Director EcoPortal.net
Editorial Ambiente y Sociedad N° 503
fuente www.ecoportal.net
El estómago, los alimentos y el poder*
No comemos la comida para la que genéticamente estamos preparados. Durante cien mil generaciones, la estirpe humana ha vivido como recolectora. Nuestros cuerpos se fueron conformando para digerir distintas clases de raíces, frutas y frutos de cáscara dura así como para digerir carne, caracú, vísceras, y por cierto, animales y plantas de mares y ríos.
Por Lasse Berg
¿Qué podemos esperar del agotamiento del petróleo?
Cuestiones de principio
El petróleo, durante el siglo XX, ha sido el gran aliado material del capitalismo y, por ende, del sistema de dominación social. En consecuencia, y dado el carácter finito de este recurso, está destinado a convertirse también en su gran punto de debilidad estratégica. Esto constituye en esencia el carácter ambiguo y frágil de la organización económica mundial. No se puede ignorar que pueblos y civilizaciones anteriores agotaron atolondradamente elementos y bienes materiales que hacían posible su forma de existencia.
Las enormes deforestaciones de siglos precedentes, la existencia de grandes regiones erosionadas, dan testimonio de ello. Pero el petróleo, como en algunos aspectos el carbón, ha permitido una apropiación novedosa de la naturaleza al hacer posible una movilidad sin restricciones. Esta movilidad hizo posible que las industrias de transformación pudiesen disponerse de forma heterogénea con respecto a las fuentes de materias primas, que el comercio mundial y las comunicaciones lograsen una integración impensable en épocas anteriores, que se expandieran sin límites las áreas de inversión y recuperación del capital, que el radio de actividad diaria de un sólo individuo se ampliase a la escala del planeta.
El petróleo ha sido la condición material por la cual se ha intentado lograr la desmaterialización de todo lo que condicionaba antaño la economía. Esta desmaterialización no tiene por base sino las enormes redes de transporte, la agricultura industrial motorizada y la proliferación de materiales de síntesis: sobre esta base ha podido constituirse la economía global de servicios, con las grandes urbes como nodos donde se concentra el poder y desde donde se gestionan las inversiones y la alocación de los recursos. En las áreas urbanas de occidente ha podido crecer este tipo de empleo subsidiario, de gestión y de dirección, y de los servicios técnicos que les son imprescindibles, creándose sectores de la actividad completamente aislados de la producción de alimentos y de recursos primarios como el agua y los combustibles. Esta extensión de la producción desmaterializada es, obviamente, una ilusión sostenida sobre el control policiaco y militar de la energía y las materias primas del planeta, donde el conocido despilfarro energético no es su mero efecto perverso, sino la condición indispensable para que este sistema pueda perdurar.
Los derivados del petróleo han modelado la vida económica de occidente: su mundo material está levantado sobre la movilidad y la mecanización, sobre los materiales de sustitución y las industrias petroquímicas, sobre la especulación del oro negro y el culto del automóvil.
La dependencia de este recurso energético ha seguido una escala inquietante desde el fin de la Primera Guerra Mundial, moviendo los hilos de la llamada geoestrategia y provocando tensiones inéditas. Por lo demás, su aplicación masiva al transporte, la agricultura y las industrias de transformación, han puesto estas actividades fuera de toda racionalidad ecológica, lo que convertirá el siglo XXI en un paso angosto, tal vez infranqueable, para la especie humana. Todo lo dicho anteriormente no dejan de ser evidencias. Lo que viene a continuación hace referencia a las opiniones y análisis sobre el inminente, al decir de algunos, agotamiento del petróleo barato.
Desde mediados de los años noventa, ha crecido la inquietud sobre esta cuestión, en especial desde las aportaciones realizadas por geólogos como Campbell, Lahèrrere, Deffeyes, etc., No discutiremos aquí tanto la validez de sus afirmaciones, lo que quedaría fuera de nuestra capacidad, como las implicaciones que el agotamiento o escasez del petróleo puedan tener en nuestras perspectivas de transformación social.
Mediatizados como estamos por la difusión de opiniones parciales e interesadas, y dado lo dificultoso que es dar con una inteligencia que pueda unificar todas las informaciones y factores que intervienen, ¿cómo podríamos nosotros aceptar sin más la inminencia sobre el agotamiento del petróleo? Dejamos a otros, mejor dotados o más audaces que nosotros, la ardua tarea de especular sobre la evolución futura de la industria petrolera, pero indudablemente no por ello renunciemos a la reflexión de lo que el fin del petróleo podría suponer para nuestras aspiraciones colectivas.
La cuestión central que este breve ensayo quiere plantear es la siguiente. El petróleo ha sido el flujo que ha movilizado la economía occidental durante más de un siglo. Muchas voces se levantan hoy para anunciar que la producción petrolera está cercana a su culmen y que a partir de ahí, el precio del crudo se encarecerá a tal punto que necesariamente asistiremos a una crisis energética, dañándose gravemente el comportamiento económico de todo el planeta. Las consecuencias, de producirse este hecho, serían sin duda grandiosas y espectaculares. Pero lo que nos interesa aquí es dilucidar si la caída más o menos acelerada del régimen petrolero abre una brecha para nuevas posibilidades sobre las que reconstruir una sociedad autónoma, radicalmente diferente a la que conocemos.
En efecto, más allá de una cierta inquietud ecologista, empeñada en una transición sostenible que nos lleve a una futura sociedad de energías limpias y ciudades radiantes, lo que nos incumbe es analizar de qué manera estos discursos proecológicos ocultan cuestiones de mayor calado, como por ejemplo, de qué modo podemos retomar la presunta crisis energética que se avecina para subvertir el modelo de cultura material y de distribución del poder que hoy delimitan nuestra forma de vida. En suma, la caída de un régimen energético pujante y poderoso como es el de los hidrocarburos ¿encierra alguna posibilidad por mínima que sea de debilitamiento del sistema de dominación? Responder apresuradamente a esta cuestión, sea en un sentido o en otro, significaría ignorar su complejidad. De momento, extenderemos la cuestión de forma más detallada.
El petróleo en la historia
La historia del petróleo está cuajada de enseñanzas sobre las ambiciones de riqueza y poder de las industrias y estados. Podríamos delimitar esta historia en dos grandes y complejas etapas que nos llevarían hasta las crisis de los años setenta. La primera etapa iría desde 1859, año en que se abre el primer pozo petrolífero a manos del legendario Drake, y que va hasta la Segunda Guerra Mundial, época en que Norteamérica comenzaría a perder su papel de primer exportador de petróleo. Esta etapa contiene la formación de los grandes imperios petroleros (Standard Oil, Royal Dutch-Shell, Anglo-Persian, Gulf), las primeras y terribles luchas por el control de los mercados internacionales, la búsqueda de yacimientos de Venezuela a México, de la antigua Persia a Indonesia.
De la guerra colonizadora por dominar los países donde se encontraba el petróleo. La Primera Guerra Mundial fue ya una guerra donde los motores de explosión cambiaron el aparato bélico, y donde el aprovisionamiento de combustible pasó a primer plano. A partir de ahí, el parque automovilístico comenzaría su crecimiento. Los años que siguieron a la Gran Guerra de 1914 se distinguieron por una lucha intensa de las grandes potencias por acceder a los territorios de la antigua Turquía y, más tarde, la zona del Golfo Pérsico. La guerra de precios marcaría una enorme inestabilidad para el mercado.
Sólo dos décadas más tarde, hacia 1928, se alcanzaría una cierta estabilidad con los acuerdos de Achnacarry, firmados en conjunto por los representantes de la Royal Dutch-Shell, la Standard Oil de New Jersey y la Anglo-Iranian, y más tarde sancionados por otras compañías. Este acuerdo establecía en verdad una cartelización que de forma tácita dominaría el mercado internacional durante años, ajustando los precios del crudo con los parámetros del Golfo de Méjico. En cualquier caso, toda esta etapa incluye la escalada creciente de las compañías norteamericanas en el Oriente Medio, primero en los antiguos territorios de Turquía, después en Bahrein, Kuwait y Arabia Saudí.
La novedad de este período la constituye la primera ofensiva de «descolonización» petrolera, cuando el gobierno de Méjico, en 1937, emprende la nacionalización de su producción. Así mismo, el rasgo que resalta de esta época es el predominio del mercado petrolero de Estados Unidos, cuya producción se vio colosalmente reforzada por los yacimientos del Este de Tejas a partir de los años treinta. En 1938, Estados Unidos controlaba todavía el 63% de la producción mundial, y sólo a partir de mediados de los cincuenta su producción disminuiría con relación a la de Oriente Medio. Ni que decir tiene que la Segunda Guerra Mundial fue, en buena medida, una «guerra del petróleo», siendo la falta de abastecimiento de combustible una de los factores que determinaron la derrota del ejército alemán.
Esta primera etapa, como se ve, sentó las bases históricas y geográficas de la industria petrolera, y dio paso a lo que podríamos considerar como un período de conflictos larvados, de una mayor delimitación de las zonas petroleras y de una estabilidad frágil que estallaría a principios de los años setenta. Señalaremos, sobre todo, tres grandes tendencias de onda larga en esta segunda etapa. La primera es el indudable crecimiento de la importancia de Oriente Medio en cuanto a volumen de producción, con las preocupaciones estratégicas que eso acarreaba a las naciones poderosas de occidente. Surgía el sentimiento de orgullo nacional de los países exportadores, que condujo a las crisis de Irán en 1951, y a la del canal de Suez en 1956, con el precedente de Venezuela.
Ambas revueltas se resolvieron con una clara derrota de la influencia británica en la zona, para contento de Estados Unidos, que de esa forma lograba mayores cuotas de participación en la explotación del petróleo y en el control de ambos países. El intento de nacionalización de Mossadegh en Irán terminaría en 1954, con la creación de la NIOC (Compañía Nacional Iraní del Petróleo), un consorcio internacional donde la propiedad de los yacimientos pasaba a manos de Irán y donde las compañías norteamericanas obtenían un jugoso 40% de participación, estando representados igualmente la British Petroleum, la Royal Dutch-Shell y los intereses petroleros franceses. Pero las reivindicaciones de los países exportadores iban a tomar fuerza, instigados por el gobierno de Venezuela, hasta la fundación de la OPEP. Esta se crearía en 1960, y fue sobre todo mediada esa década cuando se verá claramente que los países exportadores estaban dispuestos a ganar el control total sobre el crudo, abriéndose pocos años más tarde el proceso de nacionalizaciones que conoceremos en Libia, Irak, Perú, Bolivia, Venezuela, etc.
La segunda tendencia alude al efecto que el petróleo barato llegado de Oriente Medio estaba logrando sobre Europa: declive del carbón y reestructuración del modo de vida siguiendo las pautas dictadas por los combustibles derivados del petróleo. En los años cincuenta comenzaría la inquietud de los Estados por la búsqueda de fuentes de energías seguras o innovadoras, se fundaría Euratom, el organismo europeo para la energía nuclear.
Finalmente, la tercera tendencia se relaciona igualmente con el efecto que la expansión del petróleo de bajo coste de Oriente Medio estaba teniendo sobre la producción interior norteamericana. En 1959, Eisenhower promulgarías las cuotas a la importación, como medida proteccionista. A mediados de los años sesenta, las grandes compañías anglo-americanas empezarían a sentir una baja en su tasa de beneficios, lo que les llevaría ya en aquel momento a la búsqueda desesperada de zonas de extracción alternativas como en Prudhoe Bay (Alaska, 1968) en Latinoamérica, en el Mar del Norte, o en Noruega, donde los primeros pozos se abren en 1969. Estas tres tendencias, como vemos, sumadas al crecimiento del gigante ruso, que pronto empezaría a aumentar su producción de gas y petróleo, concluirán en la crisis de 1973, cuyas implicaciones se dejarán sentir durante toda la década de los setenta [1].
El petróleo sigue entonces unido a la conflictividad y la guerra sucia. Como ejemplo de ello, baste citar los intereses de la compañía Elf, envueltos en la guerra de secesión en Nigeria, a finales de los años sesenta. O, como menciona de pasada Richard O’Connor a propósito de la guerra de Viet-Nam: «Por encima de las consideraciones emotivas que envuelven, el problema vietnamita, se halla el factor de que las costas del Sudeste de Asia dominan uno de los más grandes golletes marítimos: el estrecho de Malaca, y por lo tanto controla el paso de las flotas de barcos-cisterna.» [2] Todo el periodo, no hay que olvidarlo está además dominado por el concepto y la estrategia de la Revolución Verde, vergonzosa forma de colonización donde países enteros de África, Asia o Centroamérica son introducidos a los métodos y prácticas de la agricultura industrial, haciendo las pequeñas economías campesinas cada vez más dependientes de la motorización y las industrias petroquímicas. En el occidente opulento, la guerra silenciosa del petróleo había conquistado la vida cotidiana de sus habitantes, sumergiéndolos en todo tipo de derivados del petróleo y esclavizándoles a sus automóviles.
Todo esto por lo que respecta a la prehistoria del petróleo, es decir, las fases previas a las crisis de los años setenta. Hay que decir que ya a partir de la primera guerra mundial, la cuestión del agotamiento inminente del petróleo inquietó periódicamente los intereses industriales norteamericanos. En los años setenta esta inquietud se superó progresivamente, ya que las dos crisis petroleras de 1973 y 1979 obligaron a las compañías a diversificar y ampliar sus prospecciones e hizo que los estados se plantearan políticas de ahorro. El crecimiento productivo de Méjico o la URSS, la explotación del petróleo del Mar de Norte, la búsqueda de otras fuentes de energía, la inversión en tecnología extractiva, fueron factores que descargaron parcialmente el peso de la dependencia con respecto al petróleo-OPEP.
En los años ochenta, dentro del marco de la Agencia Internacional de la Energía, los países occidentales se comprometieron a crear las llamadas «reservas estratégicas» de crudo, reservas que podían servir para mantenerse en los período de crisis de abastecimiento. En 1985 se había producido una caída de los precios del crudo, y fue a partir de entonces que los países de Europa reiniciaron un despegue económico y abandonaron paulatinamente sus políticas de contención energética.
A partir de aquella época la OPEP conseguiría una cierta estabilidad del precio del crudo, que duraría hasta finales de los años noventa. Esta estabilidad no fue rota por la guerra del Golfo [3], no obstante, los años noventa traerían un periodo de sanciones a la exportación para países como Irak, Libia o Sudán. Es un lugar común afirmar que la guerra lanzada contra Irak en 1990 fue motivada sobre todo con el fin de sacar la producción petrolera iraquí del mercado internacional, y asegurar de esa forma una especie de enorme «reserva estratégica» para el futuro. No se puede olvidar que con el inicio de esta ofensiva Estados Unidos e Inglaterra se aseguraban un nuevo control estratégico sobre la zona del Golfo.
Todos estos capítulos nos conducen a la situación actual, después de la invasión de Afganistán y la de Irak, en 2002 y 2003, respectivamente, la pasada guerra en el Líbano y la inquietud creciente por el control de zonas estratégicas como el mar del Caspio, el Africa subsahariana o Venezuela. Si a todo esto añadimos la aparición en escena de gigantes sedientos de combustible como China o India, tenemos todos los ingredientes necesario para abrir un período tenso y dramático, con precios muy elevados del crudo y el anuncio de su inminente escasez.
¿Una geología subversiva?
Hasta aquí no hemos hecho sino mostrar algunos trazos históricos y cronológicos que nos pueden ayudar a delimitar el terreno donde ha surgido el interrogante sobre el agotamiento del petróleo barato. La crisis de escasez que se anuncia hoy podría resultar creíble si se constata que los años sesenta del pasado siglo marcaron la época de mayores descubrimientos de yacimientos, época desde la cual asistimos a un lento pero firme declive en el ritmo de los descubrimientos.
En su artículo ya clásico, publicado en la revista Scientific American, en 1998, y titulado «Fin de la era del petróleo barato» -que aquí apareció por las mismas fechas en su trasunto castellano Investigación y ciencia- Colin J. Campbell y Jean H. Lahèrrere, ambos geólogos veteranos y retirados, trazaban una línea de delimitación entre las previsiones de escasez de las crisis de los años setenta y la crisis actual de la que ellos se hacen portavoces. Refiriéndose a las predicciones de entonces, escribían:
«Sus predicciones apocalípticas fueron reacciones emocionales y políticas, los expertos sabían, ya entonces, que tales pronósticos carecían de base. Unos años antes se habían descubierto enormes campos en la vertiente norte de Alaska y bajo las aguas del Mar del Norte, cerca de la costa europea. Hacia 1973 el mundo había consumido, de acuerdo con las mejores estimaciones, alrededor de un octavo de su riqueza en crudo accesible. Dentro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) los cienco miembros de Oriente Medio convinieron en subir los precios, no porque hubiera peligro de escasez, sino porque habían decidido hacerse con el 36% del mercado. Más tarde, cuando la demanda cayó y el flujo de petróleo fresco procedente de Alaska y del Mar del Norte debilitó la presión ejercida por la OPEP, los precios se desplomaron.»
Campbell, con su libro The coming oil crisis (1997) y Lahèrrere, autor de distintos ensayos y estudios, defienden desde hace una década la proximidad del declive del petróleo, dentro del siglo XXI, anunciando que antes de 2010 se alcanzará probablemente el cénit de la producción, lo que marcará el fin del petróleo barato. Como se sabe, ambos se han inspirado en los trabajos de Marion King Hubbert, geólogo que trabajó para la Shell, y que en 1956 predijo que para el año 1970 aproximadamente, se produciría el cénit de la producción petrolera estadounidense, lo que efectivamente ocurrió. Otros geólogos, investigadores y periodistas se han sumado, con sus estudios y aportaciones, a esta corriente de opinión que poco a poco ha comenzado a entrar en el debate público, al menos en algunos ámbitos. Pero el debate continúa, de alguna manera, soterrado. En Estados Unidos, mientras tanto, se han publicado ya libros de divulgación como el de Richard Heinberg, The party’s over [4], mientras que en Francia se publicó La vie après la pétrole, de Jean-Luc Wingert, con prólogo de Lahèrrere, libro al que después han seguido otros varios en francés sobre la misma cuestión [5].
Desde luego, a esta corriente anunciadora del cenit petrolero no faltan sus oponentes negacionistas. Uno de ellos, ilustre, y al que podríamos considerar como el Herodoto de la historia del petróleo, es Daniel Yergin, que en 1991 publicó su monumental The Prize, libro histórico sobre la industria petrolera desde sus orígenes. Hoy Yergin, dirige una consultoría sobre temas energéticos y no otorga ninguna validez a los que anuncian la proximidad del agotamiento del petróleo [6].
Lo que resulta llamativo es que la opinión más autorizada en torno a las informaciones sobre el cenit petrolero provenga del mundo de la geología. ¿Qué habría sido del capitalismo industrial en el siglo XX sin esta ciencia aparentemente neutra y minuciosa? Los avances de la geología, la geofísica y la geoquímica, hicieron posible que la prospección de yacimientos petrolíferos pudiera alcanzar una precisión y eficacia cada vez mayores. La geología al servicio de la industria petrolera hizo que la ciencia de la tierra se convirtiera en la ciencia del saqueo de la tierra. Pero cuando los límites de las reservas de este planeta parecen exhaustas, cuando la aventura de juventud de la geología petrolera ha perdido muchos de sus encantos, algunos geólogos parecen dispuestos a hacer sonar la alarma del desequilibrio y el caos económico.
La paradoja de esta geología de senectud es su incapacidad para reconocer la responsabilidad de toda ciencia en el desarrollo de las industrias y sus fines arbitrarios: toda ciencia puesta al servicio de la gran empresa capitalista se convierte en ciencia subversiva y amenaza con destruir su mismo objeto de estudio. En el libro mencionado de Colin Campbell, The coming oil crisis, aparece una entrevista a Walter Ziegler, eminente geofísico en la vanguardia de la prospección petrolera. La figura de Ziegler es crucial, ya que desde los inicios de su carrera en los años cincuenta, al servicio de la Shell, pudo recorrer buena parte del planeta y ser testigo de la evolución de la industria petrolera en las últimas décadas. Ziegler es además un representante típico del geólogo embarcado en la gran empresa capitalista de mitad de siglo, que asumía su trabajo como una vía hacia la libertad y la aventura. El mismo, reconoce al final de su entrevista con Campbell, su intuición temprana sobre el fin del petróleo:
“Nuestros estudios han confirmado más allá de toda duda que el globo tiene decididamente un potencial finito para la exploración petrolera. Las implicaciones son colosales. El mundo tiene finalmente que confrontar el hecho de la inminencia de cambios en su forma de vida. No tiene más opción que ajustarse a limitaciones en los recursos. «¡Ya no hay más caramelos, niños!» El juego casi ha terminado.”
Todo esto resulta altamente educativo. Es normal que los profesionales técnicos que estuvieron a la cabeza del movimiento de explotación de los recursos petroleros desde los tiempos de la guerra fría, como es el caso de Ziegler, conozcan a fondo la materia de la que hablan. Pero no hay que olvidar que ya desde los años sesenta y setenta se alzaron voces de alarma ante esta absurda y suicida escalada energética. La geología comprometida de Campbell, Lahèrrere y demás, llega un poco tarde: es como una sabiduría post festum.
Estos hombres, que tanto han contribuido a crear la situación desastrosa que se cierne sobre nosotros, parecen deplorar y temer justamente las consecuencias radicales de tal situación, y olvidan que no hay ciencia neutra, que no hay saber técnico que no tenga una parte de responsabilidad en los procesos de degradación de materias y energías que constituye hoy la base de la dominación social en todo el planeta. En su libro, y de forma tímida, Campbell parece reconocer las virtudes de una economía más localizada y sencilla en la utilización de los recursos, nos anuncia un futuro donde tal vez sea posible equilibrar la ecuación del consumo y adquirir un papel más consciente en nuestra relación con la naturaleza. ¡Gracias Señor Campbell, tomaremos nota! En contraste, el geólogo Kenneth S. Deffeyes, divulgador del cénit y discípulo de Hubbert, se muestra implacable con las veleidades ecológicas de sus contemporáneos. En las primeras páginas de su libro Hubbert’s Peak. The Impending world oil shortage (2001) afirmaba sin pestañear:
«Una actitud posible, que personalmente no tengo en cuenta, nos dice que estamos arruinando la Tierra, saqueando los recursos, ensuciando el aire, y que sólo deberíamos comer alimentos orgánicos y montar en bicicleta. Sentimientos de culpabilidad no pueden evitar el caos que nos amenaza. Monto en bicicleta y camino mucho, pero confieso que parte de mi motivación es la situación miserable del aparcamiento en Princenton. La agricultura orgánica solo puede alimentar una pequeña parte de la población mundial; el aporte mundial de estiércol de vaca es limitado. No es probable que una civilización mejor surja espontánemente de un montón de conciencias culpables. (…)»
Esta declaración habla por sí sola. Sólo nos cabe esperar otra monografía complementaria, esta vez dedicada al cénit de estiercol de vaca, ya que el Sr. Deffeyes parece tener información muy actualizada al respecto.
Del petróleo hacia la nada
El declive de la producción petrolera nos obliga a un inmenso esfuerzo mental para representarnos una sociedad privada del petróleo sin que a la vez esta imagen llegue a borrar de nuestra memoria el modo de vida que conocieron nuestros bisabuelos. La motorización supuso la ruptura violenta con el mundo anterior, que estaba hecho de limitaciones que hoy resultan incomprensibles a la mente moderna. El problema pues no es sólo que los últimos días del petróleo dibujen delante de nosotros un futuro incierto; lo más grave sería que hicieran ilegible nuestro pasado. Hoy no se puede pensar el horizonte futuro sin tener en cuenta los límites modestos de donde venimos. Las instituciones y costumbres que se han perpetuado bajo la motorización impiden hoy reconocer nuestras necesidades en otra forma que no sea la de la motorización. Cabe pensar que la industria petrolera, que nació como una forma de guerra contra la libertad y la autonomía posibles, morirá ahogando igualmente la reflexión sobre un porvenir deseable. Sería urgente oponer nuestra crítica a los propagandistas del fin del petróleo, pues la mayoría de ellos sólo traducen a un lenguaje edulcorado y aceptable para las mayorías electoras el trasfondo real del problema.
Dado que, como decíamos al principio de este texto, las posibilidades de los combustibles y derivados del petróleo han abierto la vía para la expansión económica y cultural del mundo, tenemos que tratar de ver de que manera esta expansión ha instituido una nueva forma de dominación, y no solamente la forma perversa de un exceso de poder económico e industrial. Es cierto que desde la perspectiva actual, esto sólo puede ser un ejercicio intelectual aislado y más bien artificioso, ya que no se corresponde con ninguna inquietud profunda compartida colectivamente. Por otro lado, es indudable que el laberinto técnico heredado después de más de dos siglos de revoluciones industriales no puede ser desarticulado en dos días, y hoy se trataría más bien de sondear si existen indicios de que algo puede cambiar en un futuro a medio o largo plazo. ¿De qué forma es reapropiable la sociedad heredera del siglo XX, profundamente transformada por los combustibles fósiles? ¿Qué queda en nuestra humana naturaleza y en la naturaleza que nos rodea que no esté un poco afectado o totalmente destruido y que pueda llevarnos hacia la autonomía material y política?
La cuestión sobre el control de la energía nos recuerda la cuestión del control del poder sin más. No es claro que la desaparición de un recurso físico como es el petróleo pueda aflojar aunque sea poco ese control sobre la vida social que las élites ejercen sobre las mayorías. En cualquier caso ese control, si se da la escasez de un recurso tan importante como es el petróleo, cambiaría forzosamente de forma. El dilema es evidente: si las élites quieren seguir aferradas al superpoder técnico, financiero y político que han conocido durante el último siglo, en caso de enfrentarse a la escasez de un apoyo técnico como es el petróleo, la situación entonces se agravaría enormemente, dibujándose un cuadro de una tensión bélica, armamentística y policial inéditas.
Hay una correlación indudable entre la afluencia de petróleo y la forma de poder tal y como la conocemos actualmente. La substitución del petróleo en un período relativamente corto de tiempo en algunas áreas como la del transporte es prácticamente imposible. En otras áreas, se trataría de hacer resurgir plenamente formas de energía como la nuclear o el carbón, con todo lo que ello implica. Se quiera ver o no, una escasez próxima de petróleo significa el surgimiento de una situación imprevisible y catastrófica. Por tanto, es una situación desesperada en un doble sentido: la escasez de petróleo pone en cuestión la continuidad del control sobre el poder que las élites han ejercido hasta ahora, pero no ofrece ninguna garantía de que esto pueda abrir una vía para la reapropiación de dicho control a manos de las poblaciones.
Los voceros del cénit del petróleo, como el ya mencionado Colin Campbell, pretenden llamar a la conciencia pública de las naciones y persuadirlas de entrar en una vía tranquila hacia otras formas energéticas. En el breve texto llamado Protocolo de Rímini, que Campbell redactó personalmente, se propone una reducción general del consumo de hidrocarburos ajustando oferta y demanda del crudo en relación a la caída de la productividad anual. La finalidad sería poder «planificar de manera ordenada la transición al entorno mundial de suministros energéticos reducidos, preparándose con antelación para evitar el gasto energético, estimular las energías sustitutorias y alargar la vida del petróleo que quede, (…)»
La filosofía de este texto apela al espíritu cooperativo y equitativo de las naciones, lo que supone ignorar que la explotación y el empleo del petróleo han constituido las claves para que unas naciones oprimieran a otras, y para que, en general, dentro de cada nación la opresión se articulara en la forma que conocemos. Por tanto, las esperanzas incorporadas en la famosa «transición energética» están rellenas de lealtad para el mundo tal y como lo conocemos. Nada nuevo bajo el sol. Para estos privilegiados intérpretes del cénit petrolero, se trataría de que los excesos del poder no pongan en peligro el propio proyecto del poder: la extensión de la economía industrial y sus redes de jerarquización y control a todo el planeta.
El mundo ecologista, en general, contempla la posibilidad de la escasez de petróleo como una oportunidad histórica hacia la soñada sociedad de energías renovables. Por su parte, Jeremy Rifkin, ha sabido intuir la estrecha relación entre el declive de la producción petrolera y la puesta en cuestión de la capacidad del sistema para concentrar y acumular el poder, lo que significaría que el planeta está preparado para la descentralización energética y la recuperación del mando local, todo ello gracias al benéfico hidrógeno [7].
La transición energética ideada por muchos ecólogos, sociólogos y observadores ambientales podría ser interpretada, de hecho, como un golpe de timón en un mundo asolado por la opulencia y los excedentes de intermediarios e instituciones superfluas: esta sociedad del exceso está preñada de sus posibilidades de descentralización, se nos viene a decir. El conocimiento técnico ya ha sido alcanzado y las claves para una nueva sociedad ya están ahí, el problema es que los intereses del viejo régimen moribundo no dejan que esta sociedad aparezca… El problema de la descentralización y de la transición energética así tratado, nos trae a la memoria lo que la autora Hazel Henderson escribía a finales de los años setenta sobre el concepto milagroso de «devolución espontánea»:
«(…) cuando las economías industriales alcanzan un cierto límite de producción centralizada, intensiva en capital, han de cambiar el rumbo, poniendo proa hacia actividades económicas y configuraciones políticas más descentralizadas, utilizando una toma de decisiones y unas redes de información más lateralmente ligadas, si quieren superar los cuellos de botella que para la información presentan unas instituciones excesivamente jerárquicas y burocratizadas. Me he referido a este cambio de dirección como escenario de un proceso de «devolución espontánea», en el que los ciudadanos comienzan simplemente a reclamar el poder que una vez delegaron en políticos, funcionarios y burócratas, así como el poder de tomar decisiones tecnológicas de largo alcance que delegaron en prominentes hombres de negocios.» [8]
Si se nos permite la metáfora, la aplicación del petróleo en la sociedad moderna ha constituido la gran entrega, la gran delegación de las poblaciones de su capacidad de decisión en manos de determinadas oligarquías y estructuras técnicas, redes de transporte, comunicación e intercambio. Si es cierto que se acerca un día en que el sistema se verá gravemente afectado por la carestía del petróleo ¿se producirá un equivalente de esta gentil «devolución espontánea» del control del poder y del control sobre los recursos? ¿se convertiría la transición energética en un proceso suave de dispersión de los centros de toma decisiones? ¿Habrá un traspaso de las competencias hacia el plano local si el funcionamiento de la economía se ve forzosamente inmovilizado? ¿Regresaremos hacia una cierta autarquía? Lo más amable que se puede señalar a los que albergan esta esperanza es que dediquen un momento al estudio de la historia: verán allí que las instituciones del poder nunca han servido como puente hacia formas superiormente morales o más equitativas de organizar la sociedad, y que normalmente agonizaron destruyendo y agotando todo lo que mantenía activa la sociedad que dominaban. La edad del agotamiento del petróleo podría ser tan despótica y vacía de horizontes, o más, de lo que pudo serlo la edad de su abundancia.
Conclusión
El agotamiento del petróleo podría quedar muy lejano aún, lo suficiente para que no afectase al tiempo de nuestras vidas. Pero también podría ser un acontecimiento inminente. ¿Qué podríamos esperar en ese caso?
Por todo lo dicho anteriormente, debemos deducir que el petróleo es uno de los pilares del poder centralizado y tiránico que hoy mueve el mundo. En el caso de que el agotamiento del petróleo entrase en una escalada de desajuste de oferta y demanda muy abrupta, el sistema de dominación se tambalearía en sus cimientos, y su capacidad de control correría un grave peligro.
Ciertamente, en un escenario ideal, la escasez de combustibles llevaría forzosamente a una relocalización económica, lo que implicaría una descentralización sobre el control de los recursos y, más allá, la posibilidad de refundar las bases de la autonomía a una escala incompatible con el sistema de opresión tal y como lo conocemos hoy. Como vemos, en este escenario ideal, el agotamiento del petróleo lleva a una contradicción abierta con el sistema.
Pero no podemos engañarnos al respecto, el ejemplo de la historia muestra que los viejos sistemas de poder nunca cedieron suavemente ante el peso de sus contradicciones, normalmente se deslizaron pesadamente hacia una disgregación caótica y destructiva, arrastrando consigo todo lo demás. En el caso de nuestra civilización existen además dos circunstancias agravantes: la extensión de su dominio cubre la totalidad del planeta, pero además sus manipulaciones han perturbado globalmente la biosfera. La primera circunstancia nos obliga a proyectarnos en un desastre que puede afectar a la especie humana como tal, la segunda circunstancia pone en cuestión cualquier tentativa de reapropiación material colectiva.
A priori, no podemos esperar nada del fin del petróleo que pueda secundar nuestras perspectivas, lo que no niega que debamos estar vigilantes para aprovechar cualquier brecha que se abra en un hipotético período de post-abundancia.
Los Amigos de Ludd
notas:
[1] Como se sabe, la crisis petrolera que estalla en octubre del 73 con el comienzo del conflicto entre Israel y algunas potencias árabes, llevará a un rápido encarecimiento del crudo e incluso al embargo para países como Estados Unidos, que apoyan a Israel. Sin embargo, el conflicto bélico fue solo la tapadera de una compleja trama de intereses donde las compañías petroleras y la administración norteamericana estaban especialmente interesados en una revalorización del petróleo de Oriente Medio para recuperar la tasa de sus beneficios y reforzar la política estratégica norteamericana en la zona.
[2] En Los barones del petróleo p. 276 (Barcelona 1974)
[3] A raíz de la guerra, el precio del petróleo experimenta una violenta subida, pero breve; los precios del petróleo oscilan entorno a los veinte dólares desde febrero a diciembre de 1991. Y seguirá un descenso gradual del precio hasta 1998, año en que se produce una enorme caída (por debajo incluso de los diez dólares).
[4] Ver la crítica que hicimos de este libro en el boletín nº8 de Los Amigos de Ludd febrero 2005.
[5] De las cosas que se han publicado por aquí, en papel impreso, destacaríamos el dossier que sacó en abril la revista Mientras Tanto. Aunque, ciertamente, no coincidimos con el tono general y las opiniones de la editorial y los artículos, muy del estilo izquierda verde, creemos que constituye un conjunto interesante de materiales para entrar en la cuestión.
[6] Resulta curioso, cuando menos, que en una obra tan documentada como la de Yergin, no aparezca ni una sola referencia a los hallazgos de Hubbert.
[7] Para ver una crítica a las ideas de Rifkin, ver «En el estado social del hidrógeno» Los Amigos de Ludd nº5.
[8] Tomado del libro Para Schumacher Editorial Blume 1980.
Revista Ekintza Zuzena www.nodo50.org/ekintza/article.php3?id_article=439
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