En el distrito Sheopur en Madhia Pradesh en India, los pueblerinos no tenían con qué alimentarse pero estaban provistos de celulares.
Por Devinder Sharma
Era demasiado tarde. Cuando Jai Lal, un campesino sin tierra de Bandali, en el distrito Sheopur en Madhia Pradesh ubicado en el corazón de la India, regresó para contarle las buenas noticias a su esposa, de que finalmente consiguió un trabajo mediocre en una tienda, ella ya había sucumbido a causa del hambre. Una semana más tarde, enterraron a sus dos hijos, ambos derrotados en la dura batalla contra el hambre.
La familia de Jai Lal pagó un precio alto por las políticas agrícolas erradas que están siendo despiadadamente promovidas e impulsadas en nombre del crecimiento y el desarrollo económico. Jai Lal no es la única víctima del modelo de desarrollo que se rehúsa a ver el sufrimiento que provoca. Cuando viajo por el país, ya no me sorprendo ante las dificultades que atraviesan las masas rurales que, sin saberlo, continúan pagando los altos costos de las políticas agrarias desplegadas en su nombre. Lo que me lastima es que a 57 años de la independencia, el hambre y desigualdad crecientes no logran despertar la conciencia de una nación.
No existe otra causa plausible que explique lo que le pasó a la familia de Jai Lal. Porque esta familia murió de hambre cuando 45 millones de toneladas de granos estaban apiladas a cielo abierto, pudriéndose porque no existe tal capacidad de almacenamiento. Esto pasó en 2003. Dos años después, el país logró un excedente máximo histórico de 65 mill. de tn mientras que aproximadamente 320 millones de personas (la tercera parte de la estimación total de hambrientos de mundo: 840 millones) miraban, sin poder creer, las montañas de comida que se pudrían ante sus ojos secos.
Ninguno de los laureados del Nobel, los académicos distinguidos o los grandes ejecutivos de compañías de tecnologías de información, que nunca se cansan de jurar por la erradicación de la pobreza, hicieron siquiera la más mínima referencia a la criminal indiferencia demostrada ante la paradoja humillante de abundancia: montañas de comida pudriéndose mientras millones viven con hambre.
Un informe del comité titular del parlamento estima que el gobierno gastaba 62.000 millones de rupias por año para el mantenimiento de los graneros. Los principales economistas o científicos no cuestionaron, tan solo una vez, la necesidad de mantener estos almacenes mientras millones se van a dormir con el estómago vacío. Algunos parlamentarios incluso sugerían arrojar los excedentes de comida al mar. En vez de alimentar a los pobres, aproximadamente 17 mill. de tn del inmanejable excedente de comida fueron derivadas a la exportación en 2002-2003 a un precio ideado para personas que viven bajo la línea de pobreza. Otras 6 millones de tn fueron al mercado internacional al mismo precio bajo.
El objetivo de la muy publicitada “Metas del Desarrollo para el Milenio” es reducir a la mitad la población mundial que vive en la pobreza y la indigencia para el año 2015. Si al menos India hubiese intentado alimentar a sus 320 millones de indigentes en 2002-2003, un tercio del hambre mundial podría haberse eliminado. Privándose de alimentar a su propio pueblo, los sucesivos gobiernos se excusan diciendo que el costo de alimentar a los pobres incrementaría el déficit fiscal. Por otro lado, entre 2000 y 2005 se invirtieron 720.000 millones de rupias en el sector de telecomunicaciones. La escasez de dinero no existe cuando se trata de industrias emergentes. Esto se defiende, sin embargo, con la promesa de construir una economía rural basada en la información.
La brecha tecnológica
Hace diez años, cuando investigaba para mi libro En la trampa del hambre (publicado por UK Food Group, Londres) viajé por Kalahandi, una región infame en el oeste de Orissa. Durante esa época se supo de algunas muertes por inanición en el distrito de Balangir. Me dirigí hacia el pueblo para conocer a los familiares de quienes habían sucumbido ante el hambre. Mientras arribaba al pueblo polvoriento, me horroricé ante la aparición de dos torres satelitales enormes instaladas en el corazón del pueblo. Créase o no, cada casa tenía su teléfono satelital. Los pueblerinos no tenían con qué alimentarse pero estaban provistos de teléfonos.
¡Torres satelitales en un pueblo donde la gente no tenía para comer! ¡Sin duda, ésa es una manera bizarra de salvar la brecha tecnológica para ayudar a los golpeados por la pobreza a que se unan al boom de los celulares!
En un país, que por sí sólo alberga a un tercio de los indigentes del mundo, el hambre y la muerte por inanición ya no despiertan compasión ni reacción. Las noticias sobre muertes por hambre ya no adornan las tapas de los diarios. El hambre, en realidad, es una no cuestión. Es algo que debemos despreciar, algo que debemos ignorar. Después de todo, la élite no tiene por qué arruinar su desayuno mirando fotos de hambrientos esparcidas por las tapas de los diarios.
Los campesinos constituyen la mayoría rural. Algunos economistas liberales lideraron el asalto a la agricultura afirmando que no son los campesinos pobres quienes necesitaban infraestructura adecuada, crédito barato, un mercado seguro y un precio remunerativo sino el pequeño porcentaje de ricos industriales, negocios y comercio el que necesitaba ser rociado con la chequera del estado. El resultado es que mientras los activos no devueltos (no se puede llamar fraude bancario cuando fue efectuado por ricos) a los bancos nacionalizados de India ascendieron a un billón de rupias [22 mil millones de dlrs.], con muchos industriales que deben sumas individuales de 5 000 millones de rupias [más de 110 millones de dólares], el cobro de deudas extraordinarias a campesinos pequeños y marginales continuó en el rango del 85%.
Es regocijante que la mayoría de estas empresas en falta ya hayan incursionado en el sector de tecnología de información y comunicación (TIC). Las brechas tecnológica o digital se ahondan cuando los fondos públicos escasos son, en primer lugar, mal repartidos y luego invertidos por esas mismas empresas beneficiadas con la “devota” intención de mejorar la pobreza.
Tomemos el caso de la agricultura. Miles de campesinos se suicidaron en Andhra Pradesh, Karnataka, Uttar Pradesh oriental, Bihar, Tamil Nadu, Maharashtra, Madhia Pradesh y hasta en la provincia agrícola de frontera, Punjab. Agobiados por la presión de deudas gigantescas y con las cosechas a merced del comercio privado de granos, miles prefirieron una salida fatal a tener que afrontar la humillación que provoca la insolvencia. Se ha sabido de otros miles que vendieron sus órganos. Entre los sobrevivientes, la mayoría ha migrado hacia centros urbanos. Gran parte de la crisis agraria se debe a que los términos del intercambio cargan pesadamente a las áreas rurales: se les saca más dinero del que se les invierte.
Más recientemente, entre mayo y agosto de 2003, cientos de campesinos de Karnataka, en el sur de India, paradójicamente el centro de la industria de ingeniería genética, también han tomado esa decisión fatal para escapar a la pesadilla del hambre y la humillación que avanza con el fracaso de las cosechas. De hecho, tal es la crisis en ascenso en el mundo rural que difícilmente pase una semana sin que una pareja de campesinos no se suicide en alguna parte del sur de India. Si se escoge un diario local de cualquier región del sur, probablemente se encuentre algún reporte sobre suicidios de campesinos. Incapaces de comprender la realidad más elemental, un comité de expertos de Karnataka solicitó al gobierno que envíe un equipo de psiquiatras para hablar con los campesinos.
También hace algunos meses, y con esto vemos una tendencia que se remonta desde hace algunos años, un puñado de educados empresarios de la capital de Karnataka, Bangalore, en poco tiempo se convirtieron en los favoritos de la chequera estatal. Muchas compañías extranjeras, incapaces de operar en Europa por el ambiente hostil a los transgénicos, han mudado sus negocios a Bangalore. El ratón, se dice, no puede resistir el queso. Por eso, la inversión extranjera seduce a muchos jóvenes educados de la capital. Invariablemente, todos vienen con promesas de cultivos con mayores rendimientos, más nutritivos y con el presupuesto tácito de erradicar el hambre. La mayoría de estas unidades de ingeniería genética, muy subsidiadas por el estado indio, funcionan como centros de servicios para las compañías extranjeras.
Por eso, no sorprende que Bangalore sea sede de cinco cónclaves estelares por mes y, ello también, en nombre de la lucha contra el hambre. Ningún delegado, repito, ni uno solo ha puesto un pie fuera del hotel para, aunque sea, visitar y conocer a las familias de aquellos que dieron sus vidas para sostener estas políticas erradas que ponen un énfasis totalmente fuera de lugar para producir cultivos transgénicos. Aquellos que hablan de hambre y pobreza nunca estuvieron ni siquiera cerca de sentir hambre. Para los educados y la élite, hambre sólo significa perderse un almuerzo. En consecuencia, la ingeniería genética es una “herramienta tecnológica” que, para ellos, puede ayudar a mitigar el hambre y la malnutrición. Pero la cuestión que habitualmente se omite es, el hambre y la malnutrición ¿de quiénes?
La brecha digital
En un tiempo en que la tasa de desempleo aumenta en progresión geométrica, al gobierno se le ha ocurrido una salida fácil. Dándose cuenta de la importancia de desarrollar una economía rural basada en la información y el conocimiento “especialmente entre los indigentes y los sectores sin privilegios de la sociedad”, el gobierno inició un ambicioso programa para llevar la tecnología de información y conocimiento (TIC) a las aldeas. ¿No escuchamos acaso sobre la costurera del remoto Tadul Nadu que pudo vender saris cosidos a mano a un precio fabuloso? ¿No leemos en The New York Times acerca de los info-quioscos y los “sitios-e?” que la Indian Tobacco Company instaló en las zonas rurales? ¿No sabemos acaso de las iniciativas del gobierno para alentar a los campesinos a comercializar commodities? (1) Se nos dice a menudo que esto es sólo una pequeña parte del enorme potencial de TIC para promover la inclusión, la igualdad de género, para unir áreas remotas y revertir desequilibrios regionales.
Con un enfoque similar se plantea fundar universidades agrícolas virtuales. En Maharashtra, se sugirió una universidad virtual para la prosperidad agraria. Ya se instalaron cincuenta kioscos de Internet como parte de una prueba piloto en aldeas de Baramanti y Khed, en Pune. Como el abandonado sistema de “entrenamiento y visita” para la extensión agraria, donde se esperaba que cada campesino entrenado difundiera la tecnología aprendida a otros diez campesinos de su pueblo, la universidad virtual se basa en la misma estrategia. Lo que quizás se desconozca es que a pesar del respaldo del Banco Mundial, el sistema de “entrenamiento y visita” para la extensión agrícola fracasó miserablemente. Mientras tanto, Maharashtra gastó 15 millones de rupias en el proyecto piloto durante 2003-2004 y prometía otras 17,5 millones para 2004-2005.
El nuevo paradigma de capacitación está siendo calificado como un cambio revolucionario en la vida del campesino indio. Después de todo, el proyecto de quioscos-e ya ha beneficiado a cerca de 2,4 millones de campesinos en seis estados. En los próximos diez años alcanzará a 100.000 aldeas más, así como también creará más de 10 millones de campesinos electrónicos ¿Qué pasará entonces? El sistema mejorará la capacidad gerencial del campesino, creando una cooperativa virtual de productores que contribuirá al agregado de demanda y facilitará el acceso a insumos de alta calidad a costos más bajos.
Esto es más o menos lo que se prometía mientras el país se introducía en el universo televisivo. El gobierno ingenió numerosos programas para proveer a la comunidad de sus respectivos equipos de televisión en cada aldea, con las mismas aspiraciones y objetivos. Mientras la TV fallaba en inspirar a la comunidad campesina la revolución tecnológica, la realidad indica que a pesar del alcance de la TV, el hambre y la pobreza continúan creciendo en números absolutos.
Quienes sí se beneficiaron en el proceso fueron los fabricantes y proveedores de equipos de televisión.
En primer lugar, analicemos qué hay detrás del intercambio de commodities. Mientras en los últimos años miles de campesinos de todo el país se suicidaban, el interés del gobierno en incorporar arroz, trigo y otras commodities al comercio a futuro, revela una total insolvencia para encontrar alternativas reales al problema específicamente indio. En India, el tamaño medio de los predios rurales es de 1 ½ ha. y sólo el 5% de la población agrícola posee extensiones que superan las 4 ha. Contar con que estos campesinos, que continúan sobreviviendo año tras año contra todos los obstáculos y expectativas, se conecten y comercien electrónicamente sólo parece ser posible para la imaginería de un corredor de bolsa que ha sido apáticamente aceptada por la maquinaria oficial.
Se sabe que el gobierno se está retirando poco a poco de la distribución de alimentos valiéndose de que la infraestructura está deteriorada, y de la ineficacia del sistema. Sin embargo, la distribución de alimentos resultaba una política vital para asegurar un mercado a los campesinos. Retirándose, resulta obvio que los campesinos están siendo culpados por la ineficacia de la corporación de alimentos y de varias otras agencias gubernamentales, como algunos de los promotores originales de la National Multi-Commodity Exchange of India Ltd.
Al mismo tiempo, el gobierno también está abandonando el precio fijo para los campesinos, argumentando una y otra vez que el precio de soporte mínimo (MSP, por su sigla en inglés) se convirtió en el precio de soporte máximo. Esta conclusión es errada y totalmente falsa. La realidad indica que el MSP es más alto que los precios internacionales porque los subsidios agrícolas masivos en los países occidentales deprimen los precios globales.
En el bloque comercial más rico, la Organización de la Cooperación para el Desarrollo Económico (OCDE), se otorgan mil millones diarios de dlrs. de subsidio a la agricultura; por consiguiente, los precios internacionales caen.
La cuestión es: ¿por qué se castiga a los campesinos indios por los subsidios agrícolas de los países enriquecidos? Al retirarse del precio de apoyo, el gobierno indio sólo esta ayudando a los agricultores norteamericanos y europeos a que continúen produciendo con precios subsidiados con los que luego inundan los mercados globales. Estas commodities subsidiadas y baratas que colman los mercados mundiales son la causa principal del aumento de la pobreza y la pérdida de vidas.
Incluso en EE.UU., no son los agricultores quienes comercian en el mercado de valores. Es el comercio el que hace eso. Si la comercialización a futuro fuese un mecanismo viable para asegurar los precios o la venta y si administrara eficientemente los riesgos de precio a través de los acuerdos a futuro, no habría necesidad de que los países enriquecidos desembolsaran subsidios monumentales. Si los agricultores estadounidenses, con su nivel educativo y el tamaño de sus explotaciones, no encuentran útil la comercialización a futuro, es extraño que el gobierno de India la promueva como la salvación de la comunidad campesina.
En realidad, el comercio a futuro es una receta para destruir de una vez por todas las ganancias obtenidas a partir del advenimiento de la revolución verde. Se trata de una receta para la erradicación de los agricultores pequeños y marginales, que constituyen el 80% de la mano de obra agrícola, y su objetivo es preparar el camino para el sutil ingreso del sector privado corporativo. Ésta es una receta para marginar aún más a las comunidades campesinas. Es una fórmula para que la India regrese a los días oscuros de la vigencia del régimen de provisión de alimentos “del barco a la boca”.
El surgimiento del quiosco informático viene acompasado con el abandono de las redes de seguridad social de los campesinos. Llega en el momento en que las redes de supermercados avanzan rápidamente sobre las áreas rurales. El objetivo real de los quioscos-e es crear un canal directo de estímulo a las ventas para los consorcios promotores a través de lo que se denomina “evitar múltiples intermediarios”.
Su verdadero propósito es adquirir una cartera de clientes para tales consorcios en vez de ayudar a la comunidad campesina con sistemas a favor del ambiente, de la mujer y hacia una agricultura que permita una calidad de vida sustentable.
Si el comercio al menudeo (léase supermercados) fuera el que garantizara la concreción de objetivos tan preciados como el desarrollo social y económico, los agricultores de los países enriquecidos no habrían sido expulsados de sus tierras.
Está comprobado que las corporaciones agrícolas junto con los supermercados han saqueado los recursos naturales a la vez que convertido a la agricultura en improductiva y dañina para el ambiente. Promover semejante sistema en India profundizará inevitablemente la crisis agraria y conducirá a problemas socioeconómicos imprevisibles.
Fomentar una revolución en la manera de ver la ruralidad no es, por cierto, incorrecto. Pero lo que se necesita es un programa que se base en el conocimiento y la sabiduría ya existente en las áreas rurales y que incorpore estrategias que realmente ayuden a mitigar los problemas existentes.
El cambio no sólo es deseable, es vital.
Pero las tecnologías ancestrales no pueden ser confinadas a un museo muerto. Tómese el caso del cultivo tradicional en estanques. Éste ha sido perfeccionado con el tiempo, y ha incorporado la sabiduría de la gente que ha sufrido la escasez de agua. Lo que hace falta es reconstruir estas estructuras en vez de permitir que la mafia de los camiones de agua arruine este notable sistema tradicional.
La historia nos enseña que las civilizaciones se han desarrollado a lo largo de los ríos, el serpenteo de los ríos se comporta como líneas de vida. A su vez, la población de las ciudades se abastecía de alimentos desde las áreas aledañas. De esta forma, la sinergia entre las ciudades y poblados (llámese lo urbano) con las zonas rurales se daba a través de la integración económica. Esto ha sido gradualmente desmantelado. Ahora, en cambio, se pone empeño en privatizar ríos y lagos, desligándolos de la gente que protegía estos cuerpos de agua. De la misma manera, la provisión de alimentos a las megaciudades o centros urbanos está pasando a manos de los supermercados. Estos centros de comercialización altamente subsidiados están, ahora, ubicándose en las aldeas.
Empujar a los campesinos y pobladores rurales a otro sistema enajenante de “conocimiento” no concuerda con el sueño de Mahatma Gandhi de gram swaraj (autonomía, autoconfianza). Gandhi reconoció la fuerza de las comunidades y quiso que éstas fueran autosustentables. Lo peor es que quienes diseñan estos programas masivos contra la pobreza y el hambre han perdido todo contacto con la realidad. Los problemas están en otra parte y aparecen “soluciones” que en realidad ayudan a que las corporaciones acumulen más ganancias.
Es un hecho que el sector TIC, a pesar de los fondos masivos recibidos del gobierno, no ha creado más de 600.000 puestos de trabajo. Por su parte, la red de servicios de tercerización, BPO (Business Process Outsourcing), emplea a unas 200.000 personas. Esto no representa ni una gota en el océano en relación con la gran crisis de generación de empleo en la India.(2) Estamos al tanto de las promesas de que el sector TIC llegará a crear un millón de puestos de trabajo para el 2007.
También está comprobado que la industria TIC puede afrontar sus compromisos con sus propios recursos. La tecnología es realmente útil y este escritor no se opone a la intervención de la tecnología, pero lo que debe ser urgentemente revisado es el promover los intereses comerciales de los fabricantes de hardware en nombre de la creación de medios para la vida rural.
Es tiempo de redefinir las prioridades nacionales. Es tiempo de que el gobierno reconozca primero las limitaciones de su propio “conocimiento” para lidiar con los problemas y obstáculos reales del desarrollo rural. Las conversaciones para fomentar la generación de empleo para los indigentes con ayuda del sector TIC recuerdan a la fábula de los cuatro ciegos intentando reconocer a un elefante. Jai Lal es uno de los millones de indigentes. ¿Donde está la intervención tecnológica que aporte al bienestar o a la emancipación de personas como él y tantos otros sin privilegios? ¿Y a quién le importa mientras nuestra calidad de vida permanezca intacta y sostenida gracias a tales afirmaciones llenas de gloria? La pobreza no se erradica distribuyendo celulares y quioscos informáticos entre los pobres así como el hambre tampoco se combate instalando una red de “centros-e” por toda la nación. Si somos honestos en nuestra causa contra el hambre y la miseria, empecemos por hacer algún esfuerzo donde se necesita.
notas:
fuentes.:”The Business of Hunger”, Znet, Cambridge, Mass., EE.UU., jun. 2005. Original: “ICT and Rural Livelihoods. Whose livelihoods are we talking about?”, Mainstreaming ICT”, One World South Asia, marzo-abril 2005.
1) Los productos, en este caso de la tierra, convertidos en mercancía, donde la cantidad se hace más importante que la calidad. Los precios se forman a través de bolsas de comercio, lo cual implica la especulación pues se establecen precios a futuro. Una vía para ahondar el proceso de privatización [n. de ed.].
2) India tiene más de mil millones de habitantes y más de la mitad viven en zonas rurales [n. de ed.].
artículo publicado en revista Futuros nº9, verano- otoño (2004). https://revistafuturos.noblogs.org