«Un aspecto particularmente opaco de estas modalidades de destrucción es la producción de una «subjetividad zombi»; la procuración de sujetos que asuman acríticamente las metas de este capital mórbido. La subsunción de la mente en el actual proceso de valorización capitalista desata una presión competitiva, aceleración de los estímulos y estrés de atención constante que provoca un a duras penas reparable deterioro del ambiente mental.
Un ambiente psicopatógeno que se acompaña de la autoexplotación y la zombinización humana. Así, si el capitalismo industrial necesitó de la importación de fuentes energéticas para sus obreros mal alimentados (azúcar, café, té, cacao…), el capitalismo degenerativo precisa de toda una batería de drogas, unas legales, otras no, para mantenernos flexiblemente explotables». Andrés Piqueras, prólogo de Abecedario zombi. La noche del capitalismo viviente (2016)