El socialismo del siglo XIX no es, como lo afirman sus creyentes, un ataque contra los fundamentos del régimen de despotismo que existe desde hace siglos bajo la forma de toda sociedad civilizada, vale decir el estado. Es nada más que el ataque a una forma de ese despotismo; la dominación de los capitalistas. Incluso en caso de victoria, este socialismo no suprimirá el pillaje de siglos, eliminará únicamente la propiedad privada de los medios materiales de producción, la tierra y las fábricas. No suprimiría más que la explotación capitalista.
Por Jan Vaclav Majaiski
La supresión de la propiedad capitalista, es decir de la posesión privada de los medios de producción no significa la desaparición de la propiedad privada familiar en general. Es justamente la institución de esta última la que garantiza el pillaje secular que asegura a una minoría poseedora y a su descendencia todas las riquezas y toda la herencia cultural de la humanidad. Es precisamente esta institución la que condena a la mayoría de la humanidad a nacer esclavo, tener una vida de trabajos manuales. La expropiación de la clase de los capitalistas no significa en absoluto la expropiación de toda la sociedad burguesa.
Por la sola supresión de los capitalistas privados, la clase obrera moderna, los esclavos contemporáneos, no dejan de ser esclavos condenados a un trabajo manual durante toda su vida; en consecuencia, la plusvalía nacional creada por ellos no desaparece sino que pasa a través de las manos del estado democrático, y se constituye como fondos de sostén para la existencia parasitaria de todos los pícaros, de toda la sociedad burguesa. Esta última, después de la supresión de los capitalistas, continuará siendo una sociedad bajo un sistema de dominación como hasta ahora, la de los conductores y gobernantes cultivados, el mundo de los “manos blancas”, que quedarán en posesión de los beneficios del país, que se repartirán de la misma forma como hasta ahora: como “honorarios” de los “trabajadores intelectuales”; gracias a la propiedad y al modo de vida en familia con el que este sistema se conserva y se reproduce generacionalmente.
La socialización de los medios de producción no significa más que abolición del derecho de propiedad privada y de la gestión privada de fábricas y tierras. En sus ataques al industrial, el socialista no roza siquiera los “honorarios” del director fabril y el ingeniero.
El socialismo del siglo pasado deja inviolables todos los ingresos de los “manos blancas” en tanto que “salarios de trabajadores intelectuales”, y declara que la intelectualidad “no está interesada y no forma parte de la explotación capitalista” (Kautsky).
El socialista contemporáneo no puede ni quiere suprimir el pillaje y la servidumbre seculares.
En la segunda mitad del siglo XIX, el socialismo se ha proclamado por todas partes ciencia social. A continuación de la economía política “proletaria” se crea ahora una sociología “proletaria” y una historiografía “socialista”.
La ciencia social no puede ser el enemigo del régimen de servidumbre que existe desde el desarrollo histórico de la civilización. No desea ser otra cosa que el analista imparcial de ese desarrollo histórico; por consiguiente, no es su enemigo sino más bien su tutora.
Entretanto, el socialismo ha experimentado una tendencia irresistible a convertirse en una verdadera ciencia social. Los sabios socialistas se alejan progresivamente del pensamiento de que toda historia pasada de las sociedades civilizadas no es sino la historia de la servidumbre de la mayoría de la humanidad, que les leyes históricas de los siglos pasados y las de nuestra época, son leyes fundadas sobre el pillaje, la expresión de la voluntad de la minoría dirigente, y se dedican en cambio a analizar estas leyes como si fueran objetivas para describir el desarrollo de la comunidad humana, ocupándose en “revelarlas y formularlas para poder someterse a ellas”.
Gracias a la propagación de la fe, los sabios socialistas han llegado a persuadir a las masas obreras que sometiéndose a la marcha histórica objetiva, se someten al mismo tiempo, sin duda alguna, a las leyes de la naturaleza del siglo XIX, que nos preparan el paraíso socialista.
Con este plan, la ciencia socialista se revela como un simple medio de embotamiento del espíritu de revuelta de los obreros; se convierte, pese a su ateísmo, en una simple meditación religiosa y en una oración para el advenimiento del paraíso socialista. Se convierte en una religión que embota el espíritu y la voluntad de los esclavos del régimen burgués.
La ciencia socialista marxista ha creado una verdadera providencia socialista, gracias a cuya acción la “producción capitalista cava su propia tumba”, se destruye a sí misma por su propio desarrollo; y las leyes económicas irreversibles, independientes incluso de la voluntad de los hombres, los llevan directamente al “reino de la igualdad y la libertad”.
Los años pasan y las profecías marxistas de los sabios socialistas revelan su identidad con las profecías de tantos otros predicadores y sacerdotes. Prometen a los esclavos de la sociedad burguesa la dicha después de la muerte, garantizan el paraíso socialista a sus descendientes.
La certidumbre inquebrantable de la religión científica marxista en el advenimiento inevitable del reino socialista de la libertad bendice al mismo tiempo el progreso burgués, el “progresismo”, la “legitimidad”, la “conformidad en los objetivos” del régimen contemporáneo fundado sobre el pillaje. La creencia marxista en el pasaje inevitable del capitalismo al socialismo; la creencia en el capitalismo en tanto que premisa indispensable para la instauración del socialismo, se convierte a la larga en el equivalente de un… alto grado de amor al progreso burgués, al desarrollo de la dominación total de la burguesía, al pillaje burgués total. Los creyentes, los verdaderos socialistas proletarios, compenetrados de la religión marxista, se convierten en los mejores combatientes por el progreso burgués, los apóstoles más entusiastas y los más cálidos participantes de la revolución burguesa.*
La “pureza” original del evangelio socialista, a pesar de todas las deformaciones llevadas a cabo por los malos pastores de la socialdemocracia no se puede perder ni olvidar. La enseñanza contemporánea del anarquismo se plantea como tarea la de retornar a los principios inquebrantables del socialismo del siglo pasado, en toda su pureza. Al contrario que el oportunismo de la socialdemocracia que ha escandalizado y corrompido a las masas por su aspiración a la reforma y al desarrollo del régimen contemporáneo, la enseñanza anarquista convoca a las masas a la aspiración pura del ideal, a un movimiento directo, sin etapas, hacia el “objetivo final”.
[…]
Los mismos anarquistas no pueden negar la sentencia de Bernstein según la cual en la vida, en la lucha práctica y “real”, cada paso del socialista no puede evitar ser un compromiso y una defección respecto de la doctrina; tanto más que entre ellos, los anarquistas, ha surgido últimamente una práctica específica (el anarcosindicalismo francés). El anarcosindicalista, por su sola participación en cualquier huelga, traiciona sus principios, puesto que entonces no lucha ya por el “objetivo final” sino por “concesiones”, por “reformas”.
Aparentemente, el socialismo del siglo XIX no puede encontrar un camino sin un acomodamiento con el orden burgués existente.
Semejante vía se reencuentra, total y exclusivamente escrita entrelíneas dentro del régimen burgués contemporáneo. El socialismo del s. XIX, incluso bajo su variante más radical, el anarquismo, se convierte en un acontecimiento totalmente legal dentro de una república democrática, bajo la forma de sindicalismo y de la “propaganda del ideal anarquista”. Los anarquistas más irreductibles se convierten en ciudadanos bien intencionados, como los socialdemócratas de la sociedad contemporánea, y no pueden ya conspirar contra las “libertades” democráticas, de expresión, de “prensa”, de “asociación”, que otorgan la posibilidad de acuerdo con sus convicciones (que son a este respecto las mismas que las de los socialdemócratas) de una preparación legal de la revolución social.
La actividad clandestina y conspirativa deviene para los anarquistas en el estado democrático tan utópica, tan blanquista, como para cualquier socialdemócrata.
De hecho, la única vía directa de subversión del orden de servidumbre vigente, la única vía libre de todos los compromisos con la legalidad burguesa, es la de la conspiración clandestina con miras a transformar las huelgas obreras frecuentes y violentas en una insurrección, en una revolución obrera mundial. Esta vía se encuentra totalmente fuera de los límites de la enseñanza socialista actual.
Los socialistas del s. XIX se declaran los enemigos revolucionarios irreductibles, no del régimen contemporáneo de clases, no del régimen burgués en general sino únicamente de la forma de sociedad civilizada que nace a comienzos del desarrollo de la producción capitalista, cuando ésta, explican los marxistas, no ha podido desplegar todavía su papel progresista, y no manifiesto sino sus rasgos más sombríos.
Es precisamente en la medida en que el socialismo se desarrolla como ciencia que se refuerza y se elabora la conciencia de los socialistas acerca de su hostilidad irreductible respecto de la forma monstruosa de la sociedad contemporánea, y solo respecto de ella, forma adquirida a través de la explotación capitalista
Presentado de este modo, el socialismo en tanto que ciencia no puede expresar más que una rebelión contra las “anormalidades mórbidas” de la sociedad contemporánea, no contra la sociedad civilizada en general.
En efecto, ¿cuáles son los motivos, las razones para atacar al régimen burgués actual, de acuerdo con la doctrina socialista? En primer lugar, el agravamiento de la situación de la población, en comparación con el estado en que se vivía en formaciones sociales anteriores, como consecuencia de la ofensiva de la producción capitalista. A continuación, el comportamiento desordenado de la economía, la “anarquía” de la producción, la incapacidad de la sociedad actual de garantizar una evolución justa y constante de la vida económica del país.
La enseñanza marxista predice la caída del capitalismo con independencia de la voluntad de los hombres, y predice la necesidad objetiva del socialismo para la sociedad existente. El objetivismo marxista constituye un sistema que reposa por completo en postulados de este tipo.
El régimen socialista se convierte en una necesidad para todos, puesto que las crisis no le permiten a la sociedad existir bajo su forma anterior. Los socialistas no se rebelan por el derrocamiento de la sociedad actual, en contra el régimen capitalista, sino para curarlo de sus crisis. Lo cual no significa en absoluto el derrocamiento del régimen secular de servidumbre, sino por el contrario, su reafirmación.
Los socialistas científicos declaran que el régimen capitalista es incapaz de sobrevivir, puesto que no está siquiera en condiciones de cumplir lo que realizaban incluso los regímenes autoritarios anteriores, es decir ni siquiera puede ocupar toda la fuerza de trabajo que, al contrario, dilapida mediante la desocupación.
El capitalismo en tanto que estadio social peor de la sociedad civilizada, concentra, al contrario de lo que acontecía en el pasado, todas las riquezas en un puñado de magnates. No sólo que no les permite esperar una mejora a los elementos más fuertes de las clases inferiores sino que incluso amenaza su existencia. Expropia incluso a los mismos capitalistas. Disminuye el número de propietarios. Entonces sobreviene el tan conocido argumento del socialista científico: hacia fines del siglo XIX había un campesinado y un artesanado florecientes, los compañeros oficiales más empeñosos tenían la posibilidad de acceder a la condición de maestros; las individualidades más capaces mantenían incluso la posibilidad de elevarse a posiciones privilegiadas. Las formas antiguas de la sociedad mantenían entre los explotados la esperanza que los más hábiles de entre ellos, el uno por ciento, por ejemplo, o el uno por mil, podrían convertirse en maestros. El capitalismo ha casi aniquilado esa posibilidad y por ello mismo se ha condenado a desaparecer. Es incapaz de multiplicar el número de maestros.
Los socialistas son los enemigos del orden existente porque éste no sabe llevar adelante la economía racionalmente, es incapaz de progresar, los gobiernos son demasiado ignorantes e incapaces de resolver los problemas de la vida, que surgen y se desarrollan cada vez más.
El Manifiesto comunista se esfuerza por presentar todo esto lo más claramente posible:
“Evidentemente, la burguesía es incapaz de mantenerse como la clase dirigente y de imponerle a la sociedad, como ley suprema, las condiciones de vida de su clase. No puede gobernar puesto que no puede asegurar la existencia del esclavo dentro de su misma esclavitud: se ve obligada a dejarle decaer tan bajo que es ella la que debe nutrirlo en lugar de ser nutrida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo el dominio de la burguesía, lo cual significa que la existencia de la burguesía y la existencia de la sociedad se han hecho incompatibles.”
Basta con recordar la naturaleza de la polémica entre los “ortodoxos” y Bernstein para confirmar lo que hemos dicho más arriba.
Para probar que no tiene sentido ser revolucionario en Europa occidental, que la socialdemocracia en tanto que defensora de la clase obrera, debe hacerse reformista, Bernstein debía demostrar que el capitalismo contemporáneo no representaba sino un agravamiento del régimen social en comparación con el que lo había precedido. Todos los ortodoxos reconocieron que la existencia del socialismo científico estaba ligada del modo más estrecho con la resolución de este problema, en un sentido o en otro.
El derrocamiento del orden actual no puede ser posible y aceptable sino cuando degenera o se hace impotente.Kautski lo reconocía de manera harto ingenua. Si es cierto, decía, como sostiene Bernstein, que la crisis que amenaza sin cesar al mundo industrial llegara a desaparecer, si el capitalismo no aniquilase a las capas medias, si el número de propietarios no disminuyese, entonces no habría razón para derrocar al orden existente y, en general, para ser socialista (véanse sus artículos contra Bernstein en Vorwärts).
La degeneración de las clases dirigentes, para un marxista o para cualquier otro socialista contemporáneo, representa la premisa indispensable para la supresión de la esclavitud. Si la sociedad burguesa es capaz de desarrollarse, su derrocamiento se torna impensable. No se puede aspirar a una revolución violenta si uno mismo no cree ni puede convencer a los demás de que la burguesía es débil, que el régimen burgués se “descompondrá” muy pronto e inevitablemente por sí mismo.
Los ortodoxos que experimentaban la necesidad de calmar la intransigencia de sus huestes, dirigida únicamente contra las leyes y las autoridades que impiden el progreso burgués (tal es la posición en que se encuentra la socialdemocracia rusa a partir de la existencia del zarismo), son llevados a forjar la creencia en una “bancarrota de la burguesía” inevitable e inmediata. Lo hacen a despecho de todos los escamoteos de prestidigitación que esto les obliga a cumplir. De este modo, para Parvus, el mismo que considera a la revolución socialista tan remota como para todo bernsteniano, únicamente una revolución burguesa es posible en Rusia en el momento actual; el mismo Parvus demostrará de inmediato apoyado en cifras, que “la catástrofe industrial y la bancarrota definitiva de la burguesía se producirán necesariamente muy pronto.”
El marxismo aspira a comprobar su revolucionarismo y su carácter intransigente muy de otro modo que luchando con intransigencia contra el régimen de pillaje. Se contenta con demostrar que el mismo momento histórico, las leyes mismas de la sociedad humana, independientes y por encima de los hombres –lo cual es una verdadera predicción socialista– no hacen sino condenar a la sociedad burguesa a la debilidad y a la ruina, y al mismo tiempo le da al marxismo la posibilidad de liberar al mundo de la servidumbre.
Pero no hay videncia socialista, no hay ninguna ley de desarrollo de la sociedad independiente de la voluntad de los hombres. No hay fuerzas de la naturaleza que puedan recompensar a los “buenos” oprimidos en razón de sus desdichas, y que castigarían a los opresores injustos por sus malas acciones. Los socialistas se indignan y luchan contra el agravamiento del régimen de clases; su lucha puede suprimir este agravamiento pero no el régimen de clases en sí mismo.
Es por ello que a despecho de las expectativas y las esperanzas de creyentes ingenuos, el socialismo científico no puede más que colaborar activamente con el desarrollo del progreso burgués.
En el socialismo científico esto constituye una conciencia específica y muy profunda. Por sus profesiones de fe, la socialdemocracia tiende a granjearse, a todos los elementos capaces y competentes de la sociedad burguesa contemporánea. En Interés de clase Kautsky declara: “Si la socialdemocracia se ha convertido en el único partido que lucha por el progreso social, debe simultáneamente convertirse en el partido de todos los que aspiran al desarrollo ulterior de la sociedad. […]”
“En la actualidad sólo el proletariado y su partido son los que representan los intereses del progreso social, y al mismo tiempo, los intereses vitales de toda la sociedad […] Los intereses proletarios coinciden actualmente con los de la nación.”
Del mismo modo que la religión cristiana, que después de haber condenado el mundo del mal lo ha encarnado ella misma de un modo sin parangón, análogamente, los partidos socialistas, que han condenado a la ruina al orden existente se convierten, bajo la condenación de los ortodoxos, en los partidos del progreso burgués.
La fe socialista ha empujado a todos sus fieles a luchar por el progreso burgués, por el reforzamiento y el desarrollo de estados burgueses constitucionales. La democracia industrial y política,
la obra cultural en las municipalidades, el cooperativismo y los sindicatos, todo esto debe preparar a los obreros para la vida socialista.
Los anarquistas irreductibles argüirán que el mundo del mal burgués ha corrompido únicamente a los socialdemócratas, que la caída y el oportunismo de estos últimos se presentan como la continuación de su participación en los órganos legislativos actuales. En cuanto a ellos, los anarquistas, postulando la no participación en la política, estarán al abrigo de semejante degeneración.
Lo que hemos señalado más arriba, acerca de la naturaleza de toda la prédica socialista del siglo XIX confirma toda la vanidad de las esperanzas y afirmaciones de los anarquistas. El fundamento de la prédica socialista –la fórmula de la socialización como panacea– bajo cualquier forma, incluso la más pura, no es por sí misma más que una ofensiva contra una de las formas de pillaje, y no contra el pillaje secular en su totalidad. Nada más se puede esperar de la doctrina anarquista pues ella intenta conservar, del mismo modo que las otras doctrinas socialistas, el único evangelio socialista revelado desde hace tiempo, y se amuralla en ello.
En efecto, el principal teórico del anarquismo contemporáneo, Kropotkin, llama a todo el mundo a la revolución poniendo sobre el tapete los mismos motivos que los socialistas científicos.
Podemos leer en Palabras de un rebelde lo siguiente:
“Comprobaremos que se desencadenan dos hechos predominantes: la rebelión de los pueblos, al lado del colapso moral, intelectual y económico de las clases dominantes; y los esfuerzos impotentes, agonizantes de las clases superiores, para impedir este despertar (p. 2) […] [estas clases gobernantes] siempre temerosas, siempre con la vista volcada hacia el pasado, cada vez más y más incapaces de llevar a cabo una acción durable (p. 4) […] Una enfermedad incurable los corroe a todos: la senilidad (p. 10) […] Si las clases dirigentes pudiesen tener el sentimiento de su posición, por cierto que ellas se apresurarían a ponerse al frente de estas aspiraciones [nuevas de los pueblos]. Pero, envejecidas en sus tradiciones, sin otro culto que el de la bolsa de valores, se oponen con todas sus fuerzas a esta nueva corriente de ideas (p. 10).
[…] El trabajador se da cuenta de la incapacidad de las clases gobernantes: incapacidad para comprender sus nuevas aspiraciones, incapacidad para administrar la industria, incapacidad para organizar la producción y el intercambio (p. 7).”
Ya sea bajo la bandera del socialismo científico o la del anarquismo, los trabajadores llevan la ofensiva contra las “clases gobernantes”, únicamente porque ellas son “incapaces de administrar la industria, de organizar la producción y el intercambio”, únicamente porque se han convertido en irreversiblemente “seniles”. La actitud del anarquismo respecto del régimen secular de pillaje, como lo puede comprobar el lector, no es más hostil que la de los “socialistas parlamentarios” corrompidos. Muy al contrario, Kropotkin, aunque enemigo de todo gobierno, demuestra respecto de las “clases dirigentes” una ingenuidad infantil que costaría encontrar entre los socialdemócratas “corrompidos”. Piensa que si “las clases dominantes” no se hubiesen puesto tan “seniles” y si “pudiesen tener el sentimiento de su posición, por cierto se apresurarían a ponerse al frente de estas aspiraciones”, que ellas serían “capaces de llevar a cabo una acción durable.
Todo lo cual crea gran perplejidad: ¿sobre qué base declara Kropotkin con toda su prédica que es hostil a todo gobierno cuando al mismo tiempo no se indigna sino contra las clases gobernantes seniles? Todos los gobiernos progresistas aparecidos más de una vez en el desarrollo histórico, gobiernos que “comprendían” las aspiraciones nuevas, comprendían igualmente, a su modo de ver, la necesidades del pueblo y garantizaban el bienestar de las masas populares.
¿Qué pasaría, entonces, si las clases dirigentes “seniles” fueran reemplazadas por otras, nuevas, jóvenes, no impotentes, no ignorantes? Entonces todas las razones para hacer la revolución, para derribar el gobierno, para ser anarquista, desaparecerían, caducarían. Esta cuestión fatal se perfila delante del anarquismo, con tanta fuerza como delante del socialismo científico, como en general delante de todos los socialistas del siglo pasado. Muy a menudo en la historia, las revoluciones han eliminado a las clases dirigentes “seniles” para reemplazarlas por nuevas.
¿Dónde existe la garantía de que las clases dirigentes podrían cesar de existir en general y verdaderamente?
La única garantía que puede haber al respecto es la aspiración consciente de las masas explotadas de derribar a todas las clases dirigentes, sean ellas retrógradas o progresistas.
Según el razonamiento de los socialistas, la rebelión de los esclavos modernos no surge de la existencia de clases dirigentes en general sino a causa de su degeneración. Esto quiere decir que en la actualidad lo que existe es únicamente una fuerza de indignación y lucha dirigida exclusivamente contra el estancamiento y la degeneración de la sociedad dominante. ¿Dónde se encuentra la fuerza que derrocaría por completo la sociedad dominante, que suprimiría la existencia misma de las clases dirigentes? Se trata de una fuerza que está por encima de los hombres, es una fuerza histórica predestinada, que augura transformar la protesta contra la degeneración y la debilidad actual, del siglo presente, en una lucha contra la dominación en general. Los marxistas se afanan en desarrollar esta creencia por medio de consideraciones y promesas “científicas” y “económicas”; en cuanto a los anarquistas lo hacen a través de la simple propaganda religiosa del ideal anarquista.
De manera similar a la fe cristiana que no concibe en absoluto lo del reino celeste sobre la tierra y no hace más que contribuir a santificar el régimen de pillaje, la religión socialista no crea el paraíso socialista sino que, en rigor, no hace sino contribuir al progreso burgués, al nacimiento de nuevas y jóvenes clases dirigentes cuya ausencia ha motivado su lucha.
El socialismo del s. XIX se afana por comprender únicamente la debilidad y el proceso de descomposición de la forma contemporánea de dominación. Es comprensible, en consecuencia, que el misterio de la dominación en general, no sea ni percibido ni revelado. El socialismo no hace sino demostrar “la incompetencia” y la inadecuación de la sociedad dominante contemporánea, lo cual no prueba en absoluto, la “inadecuación”, el parasitismo y el pillaje de todas las dominaciones a lo largo de la historia. Al contrario, el marxismo considera como su tarea principal la de probar la necesidad, para la comunidad humana, de las clases dirigentes que ya han aparecido a lo largo de la historia.
En consecuencia, el socialismo del s. XIX no desnuda y no tiene ninguna intención de hacerlo, el fundamento de toda dominación, débil o fuerte. No quiere ni siquiera reconocerla, ni tomar conciencia y ver en realidad, el pillaje constante que ha representado y representa la existencia misma de amos en el curso de toda la evolución histórica.
No tiene la fuerza ni la voluntad de crear las premisas humanas verdaderas que engendrarían la caída del régimen secular de pillaje y violencia. Por el contrario, su tarea fundamental consiste en granjearse la confianza de las masas e insuflarles la fe inquebrantable de que constituye, precisamente, la única vía para el derrocamiento del régimen de opresión. He aquí su tarea más primordial: convencer del advenimiento inevitable del paraíso socialista, “independientemente de la voluntad de los hombres”, simplemente provocado por el transcurso histórico, la acción de leyes históricas y objetivas.
¡Pero ésa es la tarea clásica de toda religión y la religión socialista lo logra de un modo brillante! La ciencia positivista y atea del s. XIX no ha preservado a los socialistas de inventar una sustancia sobrenatural y una nueva forma de providencia. Muy por el contrario, en el momento mismo en que el socialismo ha sentido la necesidad irreprimible de convertirse en una ciencia que devele y explique las leyes del desarrollo social, se ha puesto a elaborar ficciones religiosas. La ciencia socialista nos ha dejado los mismos frutos que la ciencia de los sacerdotes paganos o la de los teólogos cristianos.
Los anarquistas se esfuerzan para demostrar que si la ciencia de los marxistas se ha revelado tan mortífera para el socialismo revolucionario, eso se debe a que no han utilizado los auténticos fundamentos y los métodos de la ciencia moderna, sino aquellos propios de una metafísica envejecida y principalmente los de la enseñanza gastada de los heguelianos. Los anarquistas, por el contrario han planteado como fundamento de su doctrina un positivismo estricto, el método “verdaderamente” científico de las ciencias naturales, el método inductivo y deductivo que nos preserva de toda metafísica y garantiza la infalibilidad de la enseñanza socialista.
Los anarquistas, con su aspiración a la “cientificidad” a la par de la de los marxistas, no hacen sino mantener al socialismo en el terrreno de las creencias. La ciencia socialista cumple aquí una función común a todas las religiones, por su pretensión de “cientificidad”, de objetividad, por su carácter omnisciente y obligatorio por todas partes y para todos.
* Escrito en 1905 y publicado en la revista Futuros Nº6: verano- otoño de 2004, Río de la Plata
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Libro ‘La ciencia socialista, religión de intelectuales’, Bardo Ediciones