Convencido de que la complejidad de lo humano no podía explicarse sólo por la interacción de neuronas y moléculas, el neurocirujano Roberto Rosler encontró respuestas en la neurobiología de la afectividad, un área de estudio relativamente nueva, que analiza los circuitos del sistema nervioso para explicar emociones como la agresividad, la tristeza y el miedo. «Las neurociencias de la afectividad muestran que Freud tenía razón y que el inconsciente de verdad existe», afirma.
Por Mori Ponsowy
La Nación
18-05-2008
Roberto Rosler trabajó muchos años como neurocirujano «duro» antes de interesarse por el novedoso campo de las relaciones entre el sistema nervioso y los afectos. En esa primera etapa de su carrera introdujo innovaciones en procedimientos quirúrgicos que lo llevaron a recibir reconocimientos como el Premio Neurocirugía (otorgado por la Sociedad Argentina de Neurociencias), el Premio Raúl Carrea (de la Asociación Argentina de Neurocirugía), el Premio Julio Monereo en Oncología Pediátrica y el Premio otorgado por la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva.
Sin embargo, con el paso de los años, Rosler empezó a preguntarse si todos los males de sus pacientes podían explicarse a partir de la interacción entre neuronas y moléculas. «La neurofisiología que se enseña en la Facultad de Medicina es ortodoxa, sigue la separación entre el alma y el cuerpo iniciada por Descartes», afirma Rosler. «Como los afectos no se pueden medir, muchas veces los médicos desatendemos ese campo.
A veces un paciente dice que se siente mal, pero si todos sus análisis de laboratorio arrojan resultados normales, nosotros le decimos que está bien.»
Sospechando que quizá había una manera de tender un puente entre lo que Descartes había separado, Rosler inició sus primeras lecturas en torno a la neurobiología de la afectividad, un área de estudio relativamente nueva, que «analiza los circuitos del sistema nervioso que ayudan a explicar emociones como la agresividad, la tristeza y el miedo».
Empezó entonces a considerar muchos padecimientos desde una nueva óptica. «Vivimos en la modernidad, pero nuestro cerebro sigue siendo del paleolítico», afirma. «Algunos síntomas que consideramos patológicos, en realidad no son más que reacciones sanas.»
Actualmente, Roberto Rosler trabaja como neurocirujano en el Hospital Británico y como docente en la Facultad de Medicina de la UBA y en la Maestría en Neuropsicología del Hospital Italiano. Su doble interés, por la fisiología del sistema nervioso y por la neurobiología afectiva, se ve reflejado en su producción escrita más reciente: por el lado más árido de la fisiología, es autor del libro Del síntoma al diagnóstico neurológico para estudiantes de medicina y, por el lado más «humanístico» de la psicología, es autor de trabajos como Un viaje neurobiológico al interior del lenguaje , Tratamiento neuroquirúrgico de la neurosis obsesivo compulsiva , y Bases neurobiológicas del psicoanálisis .
-¿Las neurociencias están reñidas con el psicoanálisis?
-No, de ninguna manera. Las neurociencias de la afectividad muestran que Freud tenía razón y que el inconsciente de verdad existe.
-¿A qué se refiere cuando afirma que el inconsciente existe? ¿Han encontrado el lugar donde se aloja en el cerebro?
-Topografiar el inconsciente es complicado, pero existen trabajos que demuestran su existencia. Hay una enfermedad que se llama negligencia, en la cual el paciente tiene una parálisis de un lado del cuerpo, pero aun así niega que está paralizado. Lo mismo ocurre con ciertos casos de ceguera en los que el paciente niega rotundamente su condición. Conscientemente, ambos pacientes creen que lo que dicen es verdad, pero en trabajos realizados por equipos multidisciplinarios se ha demostrado que el inconsciente de estos pacientes conoce su verdadera condición. Hay otro trabajo en el que a un paciente ciego se le muestran distintas caras, unas sonrientes y otras tristes. Es asombroso, pero ellos saben con exactitud cuándo se trata de una u otra. Además de nuestra visión consciente, tenemos una visión inconsciente, en paralelo, que también procesa información.
-Como si el nervio óptico llegara hasta el inconsciente…
-El nervio óptico tiene una terminal en la corteza moderna del cerebro, que es la parte consciente, pero tiene otra terminal en el complejo amigdalino, que es la corteza reptiliana, la que nos queda de una etapa evolutiva anterior. Esa vía procesa, sobre todo, gestos emocionales. Cuando una persona no nos cae bien, y no sabemos por qué, muchas veces lo que sucede es que hemos percibido algo de un modo no consciente.
-Todo esto parece decir que la psicología y la neurología tienen un área de estudio en común.
-Siempre ha habido el temor de que las neurociencias se abalanzaran sobre la psicología, pero para poder avanzar en el conocimiento se necesita que neurocientíficos, psicólogos y filósofos trabajen juntos.
-¿Las neurociencias de la afectividad pueden explicar todos los aspectos de nuestras emociones?
-No. Nuestros afectos son un cóctel, una mezcla de lo biológico con factores psicológicos, históricos y sociales. Uno viene con un programa genético, con un perfil afectivo que marca ciertas tendencias, pero ese programa está abierto a los estímulos que recibimos. La neurobiología de la afectividad muestra que muchas emociones que a veces consideramos patológicas, en el fondo, son normales. Sucede con el miedo y la tristeza. Hoy en día, a muchas personas que dicen que están tristes las diagnostican como deprimidas y les dan antidepresivos. En esta sociedad estar triste es estar enfermo, pero en la mayoría de los casos es normal ponerse triste. Está realmente enfermo quien nunca se pone triste.
-¿Y el miedo?
-Tener miedo es normal. Pasa como con la tristeza: si tenemos el circuito del miedo en nuestro sistema nervioso es porque a lo largo de milenios, al protegernos de daños corporales, eso aumentó nuestra posibilidad de supervivencia. Sorprendentemente, en el DSM-IV, el catálogo comúnmente aceptado de todas las enfermedades psiquiátricas, se describen muchas enfermedades entre cuyos síntomas está el miedo, ¡pero no se habla de ninguna enfermedad por no tener miedo! El miedo a las alturas, por ejemplo, y hasta el estrés, en realidad son mecanismos sanos de supervivencia.
-¿Está diciendo que el estrés es síntoma de buena salud?
-Los medios dicen que el estrés nos está matando y los libros de fisiología dicen que el estrés aumenta la supervivencia del hombre. Ambos tienen razón. Nuestro cerebro está brillantemente adaptado al paleolítico, una época en la que no había contadores, índices de inflación, políticos, ni suegras. El estrés era provocado por algún felino que nos quería devorar. Al cabo de unos minutos, el felino nos comía o nos subíamos a un árbol, y todo terminaba. Vivimos de esa manera durante un millón trescientos noventa y tres mil años. Hace sólo siete mil años que nos transformamos en sedentarios, pero fue sólo después de la II Guerra Mundial cuando nuestras sociedades se trastornaron a una velocidad nunca observada.
-¿Podría dar ejemplos de esas respuestas sanas que hoy se convierten en patológicas?
-Hoy se diagnostica a muchos chicos con síndrome de atención disminuida, pero ¿acaso es normal que un niño de cinco años tenga que quedarse ocho horas sentado prestando atención a la maestra? Neurobiológicamente, nuestro sistema nervioso central termina de madurar recién a los doce o trece años. Otras enfermedades, como el colon irritable, muchas veces ocurren porque vivimos constantemente estresados. En la década del 70, la mayoría de los infartados tenía más de 60 años; ahora no es raro ver a infartados de 30.
-¿Qué otras características de las sociedades contemporáneas representan un reto para ese cerebro paleolítico?
-La rapidez de los cambios. La incertidumbre constante. Antes uno empezaba a trabajar en un lugar y sabía que se jubilaría ahí. Ahora nunca se sabe dónde va a terminar. Hay un trabajo que se hizo con una chimpancé embarazada que a mí me parece que refleja el modelo del argentino. La chimpancé no sabía cuándo iba a comer, un día comía a mediodía, otro en cuanto se despertaba, otro recién a la caída del sol. La incertidumbre generaba un inmenso nivel de estrés. Pero no sólo eso: la cría de esa madre tuvo por el resto de su vida una respuesta al estrés diez veces superior a la de otras crías. Eso demuestra que el estrés impacta también en nuestra descendencia. La buena noticia es que también se demostró que la respuesta al estrés podía disminuir si la cría era cuidada por una madre tranquila, protectora y cariñosa.
-¿Qué tienen para decir las neurociencias acerca de la diferencia entre mujeres y hombres?
-La neurociencia de la afectividad es un argumento poderosísimo contra el machismo. El cerebro femenino es mucho más inteligente que el masculino y tiene muchas ventajas desde el punto de vista cognitivo. Las mujeres pueden procesar el lenguaje con ambos hemisferios cerebrales. Además, tienen conexiones más fuertes entre ambos hemisferios lo cual hace que el paso de la información de uno a otro sea más rápido y eficaz. Por otra parte, la mujer siempre ha tenido funciones más importantes que el hombre en la reproducción y en el aporte alimentario. Muchos científicos se preguntan por qué prosperó la reproducción sexuada, si en el fondo representamos un doble costo para ustedes.
-Si lo que dice es cierto, ¿por qué por lo general son los hombres los que detentan el poder?
-Porque somos más fuertes muscularmente, no porque seamos más inteligentes. Y por miedo. Uno siempre tiene miedo a quien es más inteligente. En el sistema nervioso, el circuito de miedo potencia el de la agresividad, y el de la agresividad potencia el del miedo. Siempre le digo a mis residentes que si se encuentran con una persona inexplicablemente agresiva con ellos es señal de que esa persona les tiene miedo. Si los hombres no tuviéramos miedo de las mujeres no tendríamos que ser machistas y les daríamos igualdad de oportunidades.
-¿Todas estas cosas que aprendió cambiaron en algo su manera de estar en el mundo?
-Sí. Especialmente con respecto a la Argentina. Hay que comprender que cuando una persona está en un estado de pobreza grande, cuando desde la infancia no ha tenido ninguna educación, cuando ha sido abusada y maltratada, la agresividad es una respuesta ineludible. La represión y la cárcel no son la solución. Estoy convencido de que lo único que se puede hacer para disminuir la agresividad es disminuir la pobreza y aumentar la educación.
-¿Hacia dónde cree que va la especie?
-Soy muy pesimista. Hay dos grandes tipos de organismos vivos: los especialistas y los generalistas. La cucaracha y el ratón son generalistas, porque pueden vivir en cualquier parte y bajo un abanico inmenso de condiciones. Nosotros, en cambio, somos especialistas. Eso significa que si hay un cambio brutal en el medio ambiente, lo más probable es que no sobrevivamos. El problema es que con nuestra cultura nos hicimos generalistas: podemos volar, hacer submarinismo, vivir en los polos y en los desiertos. Todo eso ha hecho que nos creamos invencibles. Confiamos tanto en nuestra cultura que creemos que somos generalistas, pero si nuestro medio ambiente cambia nos va a pasar como a los dinosaurios.
fuente http://www.lanacion.com.ar/1013181-roberto-roslertenemos-un-cerebro-del-paleolitico