En las postrimerías del siglo XIX, la ciencia había perdido los últimos restos de ilusoria independencia que aún se le daba y se había puesto decididamente al servicio del nuevo orden económico capitalista nacido en occidente.
Por revista Etcétera
«La descomposición del espíritu científico, hoy en día acabada, comenzó cuando su poder de separación convertido en operacional posibilitó, cuando los medios de investigación y de acción dejaron bien atrás a los medios de representación y de comprensión, la destrucción del mundo sin comprenderlo; y desde entonces, la arruinada totalidad lleva una existencia fantasmagórica en las especulaciones cosmogónicas arbitrarias de los físicos, que ya no son sino pobres metafísicos, como esos adoradores de los cuantos que gravemente se preguntan: ‘¿Existe la realidad?’ Llevar a las proporciones del entendimiento humano los medios técnicos cuya desmesura escapaba a nuestras facultades de representación y de comprensión no era, desde luego, una tarea ‘científica’ _más bien social y revolucionaria_, pero solamente su realización hubiera podido salvar la ciencia de la sinrazón que la arrastraba tras de sí. Y el que esto no sucediese ha sido una de las catástrofes del siglo que termina, o mejor, uno de los semblantes de la larga catástrofe que ha sido dicho siglo.»(1)
Tampoco la medicina escapó a esta sugestión de una civilización nacida con la revolución industrial y al fin aceptó integrarse en las tupidas redes de la industria, elevando la salud a la categoría de negocio. Un negocio muy rentable, por cierto. La teoría microbiana, que Pasteur desarrolló frente a la teoría de Bechamp en la segunda mitad del siglo XIX, tuvo inmediatas repercusiones en la medicina del momento _especialmente en lo referente a la pasteurización de la leche o sus derivados y a las vacunas y en particular la vacuna contra la rabia (2)_ consiguiéndose indudables éxitos en el tratamiento de diversas enfermedades.
Para Pasteur es el microbio la causa de la enfermedad, mientras que para Bechamp es la enfermedad la causa del microbio. Los motivos para que la teoría de Bechamp, diametralmente opuesta a la de Pasteur fuera ignorada, no fueron de índole «científicos», los motivos fueron mucho más prosaicos e inconfesables. Entre ambas teorías no había posibilidad de un punto intermedio y la fuerza del desarrollo industrial exigía necesariamente una teoría que le suministrase la base necesaria para integrar en la misma al ser humano. Este era el último eslabón de una cadena que sometía la humanidad a los logros de la producción masiva de medicamentos que la librasen del secular peligro de la enfermedad.
Con esto se lograban dos objetivos: por un lado supeditar el ser humano a los avances en la investigación de los laboratorios farmacéuticos, con lo cual se lograba industrializar la enfermedad y por otro despojarle de su condición de ser autónomo, organismo vivo en relación con su entorno, para convertirlo en una máquina, en un mecanismo que al igual que cualquier otra máquina industrial podía ser desmontada y reparada por partes.
«La parcelación médica es, cuando menos, muy cómoda. El especialista que suprime tal lesión, transfiere el testigo al colega correspondiente en el momento en que otra afección sobreviene inmediatamente. De ese modo, todo conocimiento y responsabilidad se diluye en el curso de la transferencia»(3).
Por otro lado, mediante este proceso de industrialización, se convierte a la medicina _y a la ciencia en general_ en una técnica y debe, por tanto someterse a los dictados de la misma. «En este autocrecimiento la Técnica hace un llamamiento a la Técnica: en su desarrollo plantea problemas eminentemente técnicos, que por eso mismo no pueden ser resueltos más que por la técnica. El nivel actual incita a un nuevo progreso y este nuevo progreso aumenta, al mismo tiempo, los inconvenientes y los problemas técnicos, además de exigir también nuevos progresos».(4) O dicho de otro modo: «Todo lo que esta medicina se esfuerza en sanar se agrava y tal aceleración exige la multiplicación de médicos, hospitales, industrias farmacéuticas y el presupuesto de las naciones. Estamos en presencia del descarrilamiento de una locomotora agotada, de la cual muchos prefieren ignorar quién la conduce».(5)
La dicotomía Pasteur-Bechamp que hemos señalado antes se ha mantenido inalterada hasta nuestros días, las teorías del segundo se infiltraron subrepticiamente por los intersticios del edificio aparentemente sólido de la medicina oficial. El vehículo utilizado fue la medicina naturista que en España comenzó a tomar carta de naturaleza a finales del siglo XIX y se arropó en gran parte bajo el manto ideológico del anarquismo.(6)
Pero, desafortunadamente, una gran parte del movimiento naturista _especialmente en su vertiente médica_ se adentró por los cenagosos caminos del ritual, convirtiendo un pensamiento de extraordinaria carga crítica contra el desarrollo de la medicina oficial, en un extremismo casi religioso, esterilizando de ese modo un debate que sin duda hubiera sido muy fructífero. El médico anarquista Isaac Puente, uno de los pensadores ácratas más brillantes _y no sólo en medicina_ constató este hecho en más de una ocasión: «Si hasta en sectores científicos reina un espíritu indisciplinado y un desbarajuste en lo que ha de admitirse como cierto, nada tiene de particular que en el naturismo, donde cualquiera se erige en doctor, el desconcierto en las ideas ofrezca caracteres alarmantes»(7).
Y en lo que respecta a los milagros de la «naturaleza», señalaba: «Se exagera también la eficacia de la vida natural en la curación de las enfermedades, ya que se llama vida natural a cualquier cosa, y muchas veces, especialmente en las grandes urbes y por gentes que viven de un salario, todo suele reducirse a un rigor vegetariano en la alimentación.»(8)
Isaac Puente, mediante la observación y la experimentación, nos proporciona un valioso método para analizar los trastornos del organismo vivo, intentando no caer en dogmatismos perniciosos. Señalaremos algunos de los aspectos de su pensamiento en torno al problema de la enfermedad, porque sus análisis nos proporcionan elementos inestimables para tratar de entender el desarrollo de lo que hubiera podido ser un debate serio. Ante todo, Puente intentó en todo momento huir de apriorismos o prejuicios que dificultaban un análisis sereno de los fenómenos que le interesaba investigar.
Fue sobre todo su mirada crítica y sus experiencias clínicas lo que le condujo a modificar de modo radical sus convicciones basadas en la medicina oficial. En un interesante cruce de opiniones con el doctor Fontela de Montevideo afirma con respecto a la causa de las enfermedades: «Por mi parte, no había llegado nunca a manifestarme contra el dogma microbiano; pero hace mucho tiempo que no me satisfacía. La clínica y la terapéutica me han proporcionado muchos argumentos en contra, haciéndome dudar de la ciencia de Pasteur. Las ideas del distinguido compañero doctor Fontela, satisfacen plenamente mis dudas, y me proporcionan una convicción en el asunto que voy a tratar de exponer aquí.»(9)
Su exposición concluye con estas significativas palabras: «Los gérmenes microbianos no deben ser mirados como causa, sino como efecto de la enfermedad. No es a ellos a quien hay que atacar, sino al desequilibrio orgánico, o a la impureza humoral que les brinda condiciones para vegetar.»(10)
Insistiendo en este tema, para el doctor Puente de vital importancia, advertía: «Tenemos que reaccionar médicos y público contra este absurdo pánico que sólo estragos ha producido hasta la fecha. Queriendo librarnos de los gérmenes nocivos, hemos artificializado más aún nuestro medio y nos hemos privado también de los gérmenes protectores (…) Hemos topado con dos estupideces: Una, la de querer exterminarlos con desinfección y desinfectantes sin hacer nada, porque el medio les fuera adverso, sino al contrario. Otra, la de librarnos de la infección, haciéndonos la ilusión de que nos apartábamos del microbio huyendo de los enfermos.»(11)
Por ello no se cansaba de denunciar siempre que lo consideraba oportuno los errores de la medicina oficial: «La Medicina se ha metido en una falsa ruta al pretender curar una enfermedad combatiendo solamente al microbio, y sin tratar de reparar en el organismo atacado el trastorno bioquímico primordial. De aquí, la ineficacia de sus remedios, demostrada por el número infinito de los mismos. Pero se ha metido en una más falsa ruta, además, al orientar la Sanidad en el sentido ingenuo de destruir los gérmenes microbianos por medio de antisépticos. Ninguna especie animal es posible aniquilar por tal procedimiento.»(12)
Pero, ¿mediante qué mecanismos puede la ciencia _y la medicina en particular_ adentrarse por enrevesados vericuetos que la niegan? Isaac Puente nos ofrece algunas de sus reflexiones en torno a tan espinoso asunto: «El médico, si hemos de juzgar por el modo como hoy ejerce su profesión, no responde a su prestigio lírico, de espíritu comprensivo y hermano del que sufre. Predominan demasiado dos tipos de etismo rebajado: el médico-funcionario, que se adapta a cualquier actividad con tal de que le asegure el condumio, y aunque hayan de sacrificar su independencia de criterio o la honradez de su conciencia, y el médico-mercader, que explota sus conocimientos con la misma disposición del que vende garbanzos.»(13)
Y por lo que respecta a la medicina, afirma: «La Medicina, ni como institución, ni como colectividad, cumple con su papel de prevenir la enfermedad, cultivar y hacer respetar la salud y laborar por el perfeccionamiento y el bienestar del hombre. En la sociedad capitalista, existen muchas causas morbosas, y muchas enfermedades dependientes del régimen económico injusto. La Medicina las acepta, como si se tratase de hechos naturales, y lejos de protestar o rebelarse se aplica a atemperarlas o a disminuir la proporción y alcance de sus estragos. En lugar de propugnar la adaptación de la sociedad al bienestar del hombre, sacrifica al hombre en beneficio del orden social.»(14)
Efectivamente no se solucionan los problemas, simplemente ignorándolos o tratando de paliar sus efectos negativos. Tal como sugiere el médico Isaac Puente, la única salida posible sería la revolución de las ideas y devolver a la ciencia la independencia que nunca debió perder. Pero a ello se oponen, desde luego, tanto los convencionalismos sociales como una cierta adecuación al orden social establecido, el cual ha conseguido sobre todo que procuremos ignorar aquello que sabemos, porque nos han convencido de lo inútil de cualquier esfuerzo para tratar de resolver problemas que escapan a nuestra capacidad de iniciativa.
«La subversión ha de alcanzar a todo. No puede librarse de ella la Medicina, convertida hoy en ciencia dogmática y en institución amparadora del orden establecido, al que defiende con el arma de su autoridad científica a cambio de la «carta blanca» que proporciona el título y de la consideración social de primer orden, que otorga el ejercicio, liso y llano de la profesión.»(15)
Aunque, como señala Puente, en determinados círculos se hubiera admitido una estrecha relación entre ambos factores determinantes de la enfermedad: «Reaccionando algo contra la microbiomanía (que concedía una importancia exclusiva al microbio en las enfermedades), hoy se tiende a aceptar que el despertar, como la marcha de las enfermedades, depende de dos factores, del microbio y de nuestro organismo (…) Entre la Medicina social y el Naturismo hay siempre esta pugna interminable. La primera, trata de atribuir siempre el papel primordial al microbio. El segundo concede mayor importancia al organismo»(16), lo cierto es que la dicotomía siguió vigente. Al igual que en nuestros días sigue persistiendo, porque a pesar de que parece bastante generalizada la tendencia a considerar el microbio como necesario, pero no suficiente para causar una enfermedad, se sigue actuando como si éste fuera el único elemento causal.
Por desgracia el doctor Isaac Puente fue asesinado por los militares sublevados y su pensamiento _al igual que el de otros muchos_ abortado. En España siguió un largo período de silencio, roto de vez en cuando por los gritos de los torturados, pero tampoco en el resto del mundo las cosas mejoraron. Tras la segunda guerra mundial, la tendencia de la ciencia _y de la medicina, no olvidemos que lo que mejor funciona de ésta es el taller_ a convertirse en una técnica se aceleró y consumó en muy poco tiempo. A partir de ese momento, los problemas planteados sólo podrán ser resueltos técnicamente con todo lo que ello supone. Además la producción de medicamentos se intensificó, especialmente a raíz del descubrimiento de la penicilina y ya pocas enfermedades escaparon al uso masivo de los mismos. Había por fin comenzado la definitiva guerra a muerte contra los microbios.
Por otro lado, algunos médicos que han recorrido el camino de Damasco, se han visto derribados de su pedestal y la luz cegadora les ha hecho vislumbrar la verdad, sin embargo, por razones que se nos escapan, han tratado de explicar su conversión con un lenguaje casi esotérico (17), reapareciendo de nuevo la dicotomía Pasteur-Bechamp en su prístina pureza. Con todo, hay que reconocer que la doctora Guylaine Lanctôt no ha vacilado en exponerse a que las iras de la medicina oficial caigan sobre ella por sus denuncias de las instituciones que según ella perpetúan el asesinato médico, en especial la Organización Mundial de la Salud (OMS). ¿Es llegado el momento de que la única salvación posible del mundo sea la venida de un nuevo profeta? Sería triste, aunque no es menos cierto que uno de los factores principales de la perpetuación de este estado de cosas es la sumisión generalizada a las instituciones en general y a las sanitarias en particular.
Como no podía ser de otro modo, casi todas las revistas que se sitúan en la vanguardia de la crítica, dedican un espacio, más o menos extenso, a valorar algunos aspectos de la realidad médica que están sometidos a fuertes crítica, por ejemplo, el caso del sida. Sin embargo, después de una o, a lo sumo, dos incursiones, dejan el asunto de lado y se dedican a criticar otros aspectos de la realidad que acaparan su atención sin importarles ya un pepino que es lo que sucede con su crítica anterior. Es el triste destino de una crítica fagocitada por el mercado mundial que exige, para no verse superada por la velocidad de los hechos, pasar de un asunto a otro sin pérdida de tiempo.
Para concluir, señalaremos algunos de los mecanismos sociales _ya los hemos ido insinuando a lo largo del trabajo_ que hacen posible que hechos de tan grave trascendencia, en los cuales estamos todos involucrados, puedan tomar carta de naturaleza y decidir el destino de millones de personas.
Una de las razones que les sirve de fundamento es la supeditación de la medicina _y la ciencia en general_ a la técnica. No cabe duda que ello ha posibilitado la extensión de los conocimientos a todo el planeta, pero al mismo tiempo ha extendido también la posibilidad de la manipulación a gran escala gracias al desarrollo técnico, pero sobre todo ha supeditado a médicos y científicos a los dictados de la industria, la cual no admite _ni puede admitirlo_ la más leve vacilación a la hora de tomar una determinación, especialmente si ésta redunda en beneficio de la misma. Esta pérdida de independencia obliga a cerrar los ojos ante hechos inadmisibles que de otro modo sería inconcebible que pudieran ser tomados en serio, porque de lo contrario se corre el peligro de perder los privilegios y ser condenado al anonimato.
Cómplices necesarios de todo este proceso son los medios de comunicación de masas cuyo servilismo podemos constatar nosotros mismos. Basta con que nos tomemos la molestia de analizar qué intereses defienden y cuál ha sido su posición en estos últimos años respecto a los problemas que atañen a un amplio número de la población y en el cual están involucrados los intereses de las grandes compañías.
Y por último, un importante número de la población que ha hipotecado su autonomía a cambio de mendigar una cierta seguridad y exige respuestas absolutas de forma inmediata. Unas respuestas que sólo existen en su imaginación, pero que los poderes constituidos no duda en proporcionárselas, aunque las mismas no sean más que absurdos sin sentido.
Todo ello conforma nuestra sociedad, basada en el terror, el miedo y la muerte y sus múltiples combinaciones, y de la cual ha desaparecido prácticamente el espíritu crítico que se ve obligado a refugiarse en las catacumbas para no acabar sucumbiendo bajo el peso de la estupidez.
notas:
1) «El declive de la ciencia en la era de la manipulación genética», por Encyclopédie des Nuisances, Mania, (Barcelona), 7 (julio de 2000), 57 (las cursivas son del texto). Aunque los autores se refieren a un tema específico de factura reciente, puede ser generalizado, sin graves distorsiones al conjunto de la ciencia.
2) Sin entrar en valoraciones, existen científicos que han negado la existencia de una enfermedad llamada rabia, por ejemplo el doctor Millicent Morden, cfr., Lanctôt, Guylaine (1998), p. 155
3) Bounan, Michel (1990), p. 74: «La parcellisation médicale est quand même bien comode. Le spécialiste qui supprime telle lésion passe le relais au confrère concerné quand une autre affection survient, immédiatement après. Et toutes connaissances et responsabilités se dissolvent au cours du transfert».
4) Ellul, Jacques (2003), 98
5) Bounan, Michel (1990), p. 75: «Tout ce que cette médecine s’efforce de soigner s’aggrave, et une telle accélération exige une multiplication des médicins, des hôpitaux, des industries pharmaceutiques, du budget des natios. Nous sommes en présence du déraillement d’une locomotive surmenée, dont beaucoup préfèrent ne pas savoir qui tient les commandes».
6) Recientemente ha aparecido el libro de Roselló, Josep Maria (2003), una excelente síntesis del desarrollo de las teorías naturistas en España en sus diferentes vertientes.
7) Un Médico Rural, «Extremismos naturistas», Estudios (Valencia), 73 (septiembre 1929), p. 4.
8) Id., p. 5. Creemos que el doctor Puente pone el dedo en la llaga -quizá sin darse cuenta- al criticar la inconsistencia de las teorías basadas en el «regreso a la naturaleza».
9) Puente, Isaac, «Los microbios, ¿son causa de enfermedad?», Estudios (Valencia), 94 (junio 1931).
10) Id., p. 11
11) Un Médico Rural, «Contra el miedo a los microbios», Estudios (Valencia), 115 (marzo 1933), p. 16.
12) Puente, Isaac, «Una falsa ruta de la medicina», Estudios (Valencia), 96 (agosto 1931), p. 16
13) Puente, Isaac, «El médico ante la misión social de la Medicina», Estudios (Valencia), 88 (dbre. 1930), p. 4.
14) Ibidem.
15) Un Médico Rural, «Medicina subversiva», Estudios (Valencia), 108 (agosto 1932), p. 13
16) Un Médico Rural «Los microbios y nuestro cuerpo», Estudios (Valencia), 89 (enero 1931), p. 32.
17) Se podrían citar muchos ejemplos, pero baste como muestra la obra de la doctora Lanctôt, Guylaine (1998).
Bibliografía
-Bounan, Michel (1990), Le Temps du Sida. París, 153 páginas
-Ellul, Jacques (2003), La edad de la técnica. Barcelona, 447 páginas
-Lanctôt, Guylaine (1998), La mafia medical. Comment s’en sortir et retrouver santé et prosperité. Québec, 253pp.
-Parra, Edwin (2003), Psicoterrorismo científico, ¿lo ha escuchado todo acerca del sida? The Ecolgist (Barcelona), 14 (julio/septiembre 2003), 6-7
-Roselló, Josep Maria (2003), La vuelta a la naturaleza. El pensamiento naturista hispano (1890-2000): naturismo libertario, trofología, vegetarismo naturista, vegetarismo social y librecultura. Barcelona, 321 páginas
Artículo extraído de la revista Etcétera nº 42, junio de 2007, incluído a su vez en un dossier llamado ¿La medicina: el cuarto poder?. www.sindominio.net/etcetera/
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