Cuanto más racional, productiva, técnica y total deviene la administración represiva de la sociedad, más inimaginables resultan los medios y modos mediante los cuales los individuos administrados pueden romper su servidumbre y alcanzar su propia liberación.
Por Herbert Marcuse
Claro está que imponer la Razón a toda una sociedad es una idea paradójica y escandalosa; aunque se podrían discutir las virtudes de una sociedad que ridiculiza esta idea mientras convierte a su propia población en objeto de una administración total. Toda liberación depende de la toma de conciencia de la servidumbre, y el surgimiento de esta conciencia se ve estorbado siempre por el predominio de necesidades y satisfacciones que, en grado sumo, se han convertido en propias del individuo. El proceso histórico siempre ha reemplazado un sistema de precondicionamiento por otro; el objetivo óptimo es la sustitución de las necesidades falsas por otras verdaderas, el abandono de la satisfacción represiva.
El rasgo distintivo de la sociedad industrial avanzada es la sofocación efectiva de aquellas necesidades que requieren ser liberadas —liberadas también de aquello que es tolerable, ventajoso y cómodo— mientras que sostiene y justifica el poder destructivo y la función represiva de la sociedad opulenta. Aquí, los controles sociales exigen producir y consumir lo superfluo; demandan un trabajo embrutecedor cuando ha dejado de ser verdaderamente necesario; inventan formas de ocio que disimulan y prolongan ese embrutecimiento; engendran libertades engañosas tales como la libre competencia a precios políticos, una prensa libre que se autocensura, una elección libre entre marcas y artefactos.
Bajo el gobierno de una totalidad represiva, la libertad se puede convertir en un poderoso instrumento de dominación. La amplitud de las elecciones abiertas a un individuo no es factor decisivo para determinar el grado de libertad humana, pero sí lo es lo que se puede elegir y lo que es escogido por el individuo. El criterio para la selección no puede nunca ser absoluto, pero tampoco es del todo relativo. La libre elección de amos no suprime ni a los amos ni a los esclavos. Escoger libremente entre una amplia variedad de bienes y servicios no significa libertad si estos bienes y servicios sostienen controles sociales sobre una vida de esfuerzo y de temor, esto es, si sostienen la alienación. Y la renovación espontánea, por los individuos, de necesidades superimpuestas no establece la autonomía; sólo prueba la eficacia de los controles.
Nuestra insistencia en la profundidad y eficacia de esos controles es pasible de la objeción de que le damos demasiada importancia al poder de adoctrinamiento de los mass-media, y de que la gente por sí misma sentiría y satisfaría las necesidades que hoy le son impuestas. Pero tal objeción no es válida. El precondicionamiento no empieza con la producción masiva de radios y televisores y con la centralización de su control. La gente entra en esta etapa ya como receptáculos precondicionados desde mucho tiempo atrás; […] No hay que sorprenderse, pues, de que, en las áreas más avanzadas de esta civilización, los controles sociales hayan sido introyectados hasta tal punto que llegan a afectar la misma protesta individual en sus raíces. La negativa intelectual y emocional a «seguir la corriente» aparece como un signo de neurosis e impotencia. Éste es el aspecto sociopsicológico del acontecimiento político que caracteriza a la época contemporánea: la desaparición de las fuerzas históricas que, en la etapa precedente de la sociedad industrial, parecían representar la posibilidad de nuevas formas de existencia.[…]
La pérdida de esta dimensión en la que el pensamiento negativo descubría su poder —el poder crítico de la Razón— es la contrapartida ideológica del proceso material por medio del cual la sociedad industrial silencia y reconcilia las oposiciones. El progreso técnico hace que la Razón se someta a las realidades de la vida y llegue a ser cada vez más capaz de reproducir dinámicamente los elementos de este tipo de vida. […]
No existe más que una dimensión, presente en todas partes y bajo todas las formas. Los logros del progreso desafían tanto su cuestionamiento ideológico como su justificación; ante su tribunal, la “falsa conciencia” de su racionalidad se ha convertido en la verdadera conciencia.
extraído del libro “El hombre unidimensional” (1964) de Herbert Marcuse, Barcelona, Ediciones Orbis, 1984, págs. 33/4 y 36, André Vergez, “Marcuse”, Buenos Aires, Paidós, 1973, págs. 80/84.
fuente: www.juan-del-sur.blogspot.com
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