Elementos para una comprensión de nuestro universo técnico.
Por Etcétera
noviembre 2010
1. La organización social de los humanos, su forma de vivir en común ha variado a lo largo de su historia, pasando de unas formas de relación a otras; formas creadas por ellos mismos y que a la vez modifican su comportamiento. La forma mercancía es una de estas formas que ha configurado la relación entre los hombres a lo largo de los últimos siglos, lo que llamamos civilización capitalista, modo de producción de mercancías, bien descrito por Marx a mediados del siglo XIX. Sólo en una sociedad determinada los productos del trabajo humano toman la forma de mercancías.
Lo peculiar de esta forma mercancía es que en la producción de objetos (mercancías) se busca no tanto su valor de uso como su valor de cambio, valor que en el desarrollo del modo de vida capitalista tiende a aumentar al tiempo que el valor de uso de la mercancía tiende a disminuir. El valor de uso es pues, en este sistema, la coartada del valor de cambio. No es pues tanto un sistema de producción de objetos para satisfacer unas necesidades, sino un sistema de creación de necesidades que demandarán la producción de objetos (esquematizando, diremos que si produce bebidas no será tanto para apagar la sed como para propiciarla). Produce pues la necesidad misma; a ello concurren la imagen (Kraus, Anders), la propaganda (Ellul), la publicidad (Voyer). En este sistema, escribe Marx, la producción no solamente proporciona materiales a la necesidad sino que proporciona también una necesidad a los materiales, de modo que la producción no solamente produce un objeto para el sujeto, sino también un sujeto para el objeto (1857, “Introducción general a la Crítica de la Economía Política”).
El objeto producido es, para el capital, un objeto abstracto, cuya utilidad es el beneficio. La lógica que preside este sistema de la forma mercancía es la de la obtención del máximo beneficio (valorización / acumulación de capital), lógica que ha de atravesar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, lo que sitúa la crisis de este sistema no en su mejor o peor funcionamiento sino en su funcionamiento mismo, en su misma esencia. Es esta misma lógica la que preside la tendencia de esta forma mercancía a ocupar todo el espacio, su tendencia a convertir cualquier cosa en mercancía, cualquier actividad en trabajo asalariado, cualquier actividad artística en espectáculo; su tendencia a capitalizarlo todo, a que no quede nada exterior a esta relación mercantil, hasta convertir las relaciones que en la producción de mercancías se instauran entre los hombres, en la forma de relaciones entre cosas.
Esta tendencia es cuestionada por la subjetividad humana que en su lucha contra esta cosificación afirma el límite y la contingencia de esta forma mercancía, al considerarla como algo histórico, y no natural y para siempre, afirmando así la existencia de un espacio exterior al dominio de esta forma mercancía, al dominio del capital. Subjetividad que vemos aparecer, en determinadas circunstancias, a lo largo de todo este periodo regido por la forma mercancía, mostrando una actividad no reducida a espectáculo, un hacer no reducido al trabajo, una resistencia al trabajo asalariado, buscando una asociación más allá de la forma Estado.
2. Esta forma mercancía propicia un espectacular crecimiento de la Técnica, crecimiento regido por el principio de la máxima eficacia. La eficacia va a situarse por encima de cualquier otra dimensión y va a erigirse en el criterio clave de nuestra época.
En esta época capitalista –cuyo dominio no tiene más de 300 años–, la técnica se ha convertido en el fenómeno esencial. La técnica es el fenómeno más importante del mundo moderno, porque el acelerado desarrollo e implantación a la que la ha sometido el sistema productivo capitalista, la ha transformado en algo mayor que otro fenómeno más. La técnica es capaz de generar todo un universo simbólico por sí y en sí misma, una concepción del mundo que ocupa y determina el pensamiento, la conciencia y el espíritu humano. En realidad, el fenómeno técnico se ha convertido en la centralidad de ésta civilización capitalista, pasando a ser más que una ideología, una metafísica que impone una determinada interpretación de la realidad: una manera de cómo el ser humano ha de estar, comprender e interpretar el mundo.
Una rápida incursión en los análisis de Marx, de Mumford, de Ellul y de Anders sobre la Técnica nos pueden ayudar a problematizar y a entender el fenómeno técnico y nuestra actual civilización técnica.
(Marx) El hombre al no encontrar en su medio lo que le puede satisfacer sus deseos y necesidades, lo produce artificialmente, transforma el mundo artificialmente; la Naturaleza no produce arados, ni tractores, ni locomotoras, ni automóviles, ni pianos…, ni ninguno de los muchos artefactos que conforman nuestra artificialidad. Al producir el mundo, al realizarlo y moldearlo para lograr satisfacer necesidades, el hombre realiza el acto propiamente humano, no sólo se adapta al medio, al mundo, sino que es capaz de adaptar el medio para él, creando el hábitat, alterando el mundo. El mundo pasa a ser para el hombre un medio que se puede transformar según las conveniencias.
Marx denuncia, clara y reiteradamente, que cuando las máquinas toman el mando en las fábricas, el obrero, inevitablemente, se convierte en apéndice y servidor de éstas, es decir, en un simple engranaje más de los muchos que conforman la máquina. “La máquina destruye todos los límites morales y naturales de la jornada de trabajo. (…) En un sistema mecánico el trabajador colectivo aparece como el sujeto dominante y el autómata mecánico como su objeto; lo que caracteriza el empleo capitalista de la máquina es que el autómata es el sujeto y los trabajadores son simplemente órganos subordinados a la fuerza motriz central. (..) En el oficio y en la manufactura, el obrero se sirve de su instrumento; en la fábrica el obrero sirve a la máquina. El medio de trabajo convertido en autómata se erige ante el obrero en la forma de capital, de trabajo muerto que domina y bombea su fuerza viviente” (El Capital, cap. XV). Sin embargo, será, como la mayoría de pensadores del siglo XIX (y casi todos los del siglo XX), deudor de lo que Georges Sorel calificó como “la ilusión del progreso”. Para Marx la técnica es un medio, cuya mediación, bajo el control de la clase obrera, logrará satisfacer los deseos y las necesidades humanas. Y sin embargo el sistema capitalista y su técnica, más que satisfacer, crea necesidades. Necesidades a las que nos vemos sometidos y somos determinados por ellas. Para Marx la técnica (fuerzas productivas) no es solo neutra sino positiva. Marx no cuestiona ni los objetos producidos ni los medios de producción, sino solo la apropiación que de ellos hace el capital. Llega un momento que las relaciones de producción devienen un freno al desarrollo de la técnica (fuerzas productivas). El capital en contra de la técnica. El desarrollo técnico conducirá, ya fuera de la relación social capitalista, a la abundancia y al comunismo.
(Mumford) Para Lewis Mumford, con el actual avance de la técnica el hombre se convierte en un animal pasivo y sin finalidades y pasa a ser una pieza de la máquina. Cifra las características de la civilización técnica en la supeditación a la regularidad temporal (importancia decisiva de la invención del reloj); la eficiencia; desaparición de la distancia en el espacio y en el tiempo; uniformidad y estandarización; supeditación a la máquina y al consumo obligatorio que ella dicta. Pero el consumo no significa para Mumford un máximo de eficiencia vital. La sociedad dominada por la máquina se orienta hacia las “cosas” y sus miembros tienen toda clase de posesiones excepto la posesión de sí mismos.
La máquina es ambivalente, es al mismo tiempo instrumento de liberación y de represión, ha economizado energía humana pero no ha sabido dirigirla. De lo que se trata es de usarla en un sentido liberador. Cuando el automatismo se generalice y los beneficios de la mecanización se socialicen, los hombres se encontrarán de nuevo en un estado paradisíaco. Es imperativo construir una nueva sociedad en la que los propósitos de la industria se desvíen del propósito de hacer ganancias, e imaginarse que un sistema basado en la falta de ganancias es imposible, es olvidar que durante miles de años la humanidad no ha conocido otro sistema. Contra el mito maquinista y progresista del siglo XIX, debemos buscar un equilibrio dinámico y no un progreso indefinido, por otra parte imposible, pues el progreso mecánico está limitado por la naturaleza del mundo físico. Mumford distingue dos clases de tecnologías, una totalitaria y centralizada y la otra democrática y dispersa, basada en operaciones artesanales a pequeña escala, que desarrolla nuestra humanidad.
(Ellul) Hasta la revolución industrial (s. XVIII) la técnica sólo se aplicaba a campos restringidos; los medios técnicos que se aplicaban eran limitados; su espacio era local; era limitada en el tiempo, su evolución era lenta; al hombre le quedaba la posibilidad de escoger. Todos estos caracteres desaparecen en el actual desarrollo técnico. En nuestra civilización, la Técnica no tiene límite, se extiende a todos los campos, recubre toda la actividad del hombre, engloba toda la civilización. Seis caracteres: artificialidad (la Técnica se opone a la naturaleza); automatismo de la elección (es la técnica y no el hombre la que elige. “The one best Way”); autocrecimiento (progresa sin intervención del hombre, por acumulación, la evolución es causal); indivisibilidad (no hay distinción entre técnica y su uso); autonomía (respeto a la economía y a la política y a la moral; la máquina ocupando el lugar del hombre). En este proceso la técnica se ha autonomizado. Ante el fenómeno técnico desaparecen la ética, la búsqueda de un sentido, la metafísica y el lenguaje.
El hombre pre-técnico vive en un escenario humanista donde imperan la finalidad y el sentido; la técnica carece de finalidad y de sentido, funciona, progresa de manera puramente causal, por autocrecimiento, receptiva sólo a la intro-información. Proponerle un fin, pensar que la técnica no es más que un conjunto de medios al servicio de unos fines, es no entender el significado de la técnica. Es ilusorio pues distinguir entre un buen uso y un mal uso de la técnica: sólo tiene un uso, el uso técnico. Pedirle a la técnica otro uso es pedirle que no sea la técnica: no hay diferencia entre la técnica y su uso. Hoy la técnica se ha vuelto autónoma respecto a otras instancias. Lo que se puede hacer se hará. El progreso técnico es ambivalente, no es bueno ni malo, mezcla de elementos positivos y negativos: todo progreso técnico tiene un precio; el progreso técnico causa más problemas que los que soluciona; los efectos favorables y los nefastos son inseparables; todo progreso técnico conlleva efectos imprevisibles.
(Anders) Günter Anders analiza la esencia de la máquina y la cifra en las siguientes consideraciones. La sed de expansión que tienen las máquinas es algo innato y es insaciable; se trata de una tendencia expansionista que se reproduce cada vez al nivel superior y no tiene límite. Por otra parte, por absurdo que parezca, el número de máquinas existente disminuye pues, por lo afirmado con anterioridad, pasa a ser parte de otra máquina mayor. Las máquinas se degradan, más allá de que su obsolescencia sea programada desde su construcción, en el sentido de que dejan de ser máquinas para pasar a ser componentes de sistemas (es lo que nos pasa a los seres humanos que perdemos nuestra personalidad al ser reducidos a simples engranajes del sistema). Así las máquinas se transforman en una única máquina hasta llegar a un estado final totalitario donde todo sea maquínico. Ante esto no basta protestar diciendo que se debería utilizar la técnica para fines buenos y no malvados. Lo que hemos de preguntarnos hoy es si podemos disponer libremente de la técnica. Es posible que el peligro que nos amenaza no resida en un mal uso de la técnica sino en su misma esencia.
Confrontados con el Apocalipsis a partir del desarrollo nuclear, la cuestión que la humanidad tiene planteada, según Anders, no es ya cómo vivir sino si continuará la vida. Como Ellul, niega cualquier neutralidad de la técnica respecto a su uso: el conjunto (sistema) de instrumentos (el macro-instrumento) que se nos imponen no son meros medios a nuestro alcance para obtener unos fines previamente decididos por nosotros, sino que determinan ya, por su estructura y por su función, su utilización. Hoy ya no es el artesano (como en tiempo de los ludditas) el que es amenazado por la máquina sino que somos todos, víctimas de las máquinas y de sus productos. A partir de todos estos instrumentos (Anders analiza en especial la radio y la televisión, cuya forma de mostrar el mundo lo oculta) deviene imposible nuestra experiencia del mundo, del que sólo vemos su fantasma. El hombre entra en el mundo de los instrumentos dejando detrás su humanidad (como el niño que deja su niñez al entrar iniciáticamente en el mundo de los adultos). Ya desposeído de sí mismo, no puede alienarse más.
3. La naturaleza de la Técnica consiste en abarcarlo todo, hacer un mundo técnico en el que todo lo que está en él, toda la Naturaleza –incluyendo, por supuesto, los seres humanos– sean simples objetos a su disposición, disponibles de ser utilizados técnicamente, para extraer el máximo beneficio posible. El fenómeno técnico ha configurado por sí mismo una nueva Fenomenología, pues actualmente la técnica representa el “devenir de la ciencia en general o del saber”. La técnica ha llegado a ser, en el mundo actual, un Ideal Absoluto: “la idea que se piensa a sí misma”. Representa para la mayoría de los que sobrevivimos en ésta sociedad, toda la “existencia contenida en sí misma”. Todo ha de ser contemplado, representado y pensado técnicamente: para el amor hay técnicas, se utilizan técnicas del pensamiento y técnicas del control del pensamiento, técnicas sexuales y técnicas reproductivas, técnicas políticas y técnicas de control, técnicas de dominación y mando y técnicas de obediencia y sumisión, la producción, la educación, la salud están técnicamente organizadas, etc. Como señala S. Giedion, cuando “la mecanización toma el mando”, la técnica llega a lo orgánico, a la agricultura y a la comida, se adueña del nacimiento, de la enfermedad y la muerte, determina la manera de desplazarse y hacia donde hacerlo, y también se ha introducido en cada rincón del hogar… La concepción del universo se ha hecho mecánica, técnica.
La técnica, como la economía, se ha convertido en uno de los puntos fundamentales del discurso ideológico capitalista. La ideología capitalista ha fabricado, desde sus inicios (aún antes de que la burguesía tomara el Estado), una serie de mitos que, finalmente, determinan nuestra conciencia, nuestra percepción y representación del mundo que nos conforma y en el que deambulamos. El primer mito de esta época fue el de la Razón, seguido por el progreso, la civilización capitalista como sinónimo de la razón del progreso; le siguieron el mito del progreso, el de la economía y el dinero, el de la utilidad, etc. y principalmente el de la Técnica que rápidamente logró abducir a la ciencia.
La técnica se ha convertido en un fenómeno de tal importancia que cualquier mirada sobre la actual conciencia del ser humano ha de tenerla en cuenta como factor primordial en la conformación y estructuración de dicha conciencia. La técnica de la información, mediante todos sus soportes tecnológicos, es actualmente tan poderosa que es capaz de estar presente, multiplicada en varios formatos, en cada hogar y propagar uniforme y universalmente la información-propaganda, y sus efectos no son tan sólo factores reificantes y desnaturalizadores del ser humano, sino que son factores constitutivos de una determinada conciencia en los humanos. La industrialización masiva de la cultura (la cultura como gran negocio económico), despliega nuevas tecnologías de la memoria. La técnica marca y construye los modos de significación y los símbolos contemporáneos.
Quizás la invención técnica que más ha marcado nuestra civilización sea el reloj, la máquina más importante que ha hecho posible todo el progreso moderno. El tiempo, es tiempo del Capital, y el espacio se ha reducido a ser, todo él, un bien material para la explotación capitalista. Con el sistema de fábricas, las mujeres, los hombres y los niños tuvieron “que adaptarse a la celeridad regular de la máquina”. La electricidad hizo posible el trabajo continuo las 24 horas de cada jornada, sin distinción entre día y noche. Mediante la disciplina de los horarios de trabajo en la fábrica primero, y después mediante el sometimiento al control del cronómetro en la cadena de montaje, los obreros se sometieron definitivamente al tiempo del Capital.
El sistema capitalista introduciendo al trabajador a la cultura del consumo y mediante el dominio de la industria cultural, logró colonizar y determinar su ocio. Así pues, el tiempo del Capital –el tiempo dominado y determinado por el Capital–, salía de los talleres y de las fábricas y se adueñaba de todo el tiempo de los trabajadores y de la gente en general. Marcaba sus pautas y señalaba los ritmos y los horarios a cumplir, adueñándose del tiempo de los trabajadores en su vida cotidiana, fuera de la esfera del trabajo, en el taller, la fábrica o la oficina. Actualmente el único tiempo contable y gastable es el tiempo marcado y señalado por el Capital. El espacio, en el cielo y en la tierra, es tenido como un dominio capitalista, para la extracción de la mayor cantidad de beneficios posibles que aseguren la continua acumulación y ganancia para el Capital.
La técnica de la modernidad capitalista ha posibilitado la transformación del espacio y del tiempo, comprimiendo el primero y acelerando el segundo, haciendo de ellos un continuum de tiempo homogéneo y vacío que transcurre por espacios cada vez más equiparables, de la misma manera construidos y destruidos. Esta nueva configuración de un espacio-tiempo similarmente continuo, comprimido y acelerado, origina una sincronía globalizadora entre el ritmo productivo y el flujo de las conciencias. La técnica ha posibilitado que el ritmo de la producción: su ideología económica, la deificación del dinero y del consumo, su realidad y su verdad, simbología, etc, se haya sincronizado y constituya el flujo de la conciencia de una gran mayoría de los humanos.
Las Técnicas de la Información y de la Comunicación (TIC), configuran una determinada noción de la Realidad. Conforman la imagen de la realidad que el consumidor-receptor debe asumir, al ser capaces de fabricar y reproducir masiva y uniformemente, los emisores del poder, unas opiniones y una disposición cognitiva determinada. Como señaló Baudrillard, la técnica posee un poder genésico capaz de engendrar lo hiperreal, el simulacrum, una suerte de realidad producida por matrices y modelos, con lo cual la distinción entre ser y apariencia queda abolida. La realidad virtual, hace lo virtual real.
Los penúltimos artefactos –nunca podremos hablar de los últimos debido a la velocidad de su generación e implantación– del actual desarrollo técnico respecto al sistema electrónico de comunicación, el móvil, la pantalla, suprimen la distancia entre sus usuarios: ya no hay separación, y sabemos que la separación es necesaria para la constitución del sujeto, y sabemos que para relacionarnos necesitamos una distancia que el artefacto elimina. La inmediatez hace perder el sentido de la duración, todo está colocado en el espacio, sin temporalidad, sin pasado y futuro. En la comprensión del mundo se subraya la dimensión espacial a expensas de la dimensión temporal
El mito de la independencia de la técnica cae por si sólo al dedicarle una simple mirada. La técnica forma parte, de una manera trascendental, del sistema de poder y dominación de la civilización capitalista. Los instrumentos técnicos dejan de estar al servicio del hombre para ser éste el que está a su servicio. Podemos servirnos de unas pinzas, no de las máquinas que son servidas por los obreros, que a su vez desconocen el producto que fabrican. Hoy la técnica nos abre un mundo que no podemos comprender, podemos hacer más de lo que podemos imaginar. La capacidad de producción, que es ilimitada, ha superado la capacidad de imaginar que es limitada. No nos podemos representar los efectos de los productos que hacemos, no sabemos lo que hacemos cuando fabricamos los productos.
4. La contundencia de la crítica a la Técnica aquí apuntada no pretende conducir a una demonización de la técnica y del progreso técnico que les negaría cualquier efecto positivo; sería absurdo no considerar su aportación en el mejoramiento, por ejemplo, de muchos aspectos de nuestra vida cotidiana, ahorrando esfuerzo y energía, aunque también es cierto que tales efectos positivos van acompañados de efectos negativos. Inseparables ambos, la categoría que mejor definiría esta complejidad sería la de ambivalencia, de la que ya hemos hablado. Tampoco se pretende, con esta crítica de la técnica, reivindicar con nostalgia un pasado pre-técnico lleno de valores humanos ya perdidos…; sabemos de este engaño y de esta ilusión. Lo que la crítica aquí apuntada pretende es comprender de raíz el fenómeno técnico y el universo por él creado: nuestra sociedad actual.
Hemos visto pues cómo la técnica de un medio que era tiende a ser un fin, que el hombre pasa de ser sujeto a ser predicado, pasa a ser un instrumento de la técnica, quedando el ser humano reducido a objeto al servicio de lo que él ha creado y que, como al aprendiz de brujo de la balada goethiana, se le ha escapado de las manos y es amenazado ahora con su autodestrucción. No estamos hablando de un relato de ciencia ficción si no de lo que el desarrollo técnico tiende a construir. Realidad tendencial a la que se opone nuestra humanidad, lo que de más humano hay en nosotros, impidiendo que esta realidad tendencial se convierta en toda la realidad: si así fuera, el universo técnico carecería ya de exterior, la banda de Moebius bastaría para representarlo.
Este rápido recorrido por algunas de las características y los significados del universo técnico, señala una tendencia: la tendencia de la Técnica a carecer de límites, a abarcarlo todo, a no dejar nada fuera de su dominio. Pero tiene límites; primero, el límite físico, evidente, de una expansión ilimitada de la máquina, aunque, es cierto que este límite puede estar a años vista, lo que bastaría para un posible fin apocalíptico; después el límite interno del capital que la propicia: su misma capacidad productiva lo desvaloriza; y por último y sobre todo el límite humano: la subjetividad humana. En efecto, la resistencia a la técnica desarrollada por el capital atraviesa toda su historia, desde las primeras luchas ludditas, hasta la actual resistencia indígena en México, pasando por todas las afirmaciones individuales y colectivas, teóricas y prácticas contra la ilusión del progreso, contra la visión desarrollista de la técnica que en demasiadas ocasiones se ha mostrado como una brutal barbarie, o simplemente rechazando la reglamentación mecanizada de nuestras vidas.
Hoy, nuestra sociedad no es un sistema técnico total, una megamáquina. Los hombres no son simples engranajes de la máquina, se comunican, entran en relación y rompen cuando y cuanto pueden el cerco a la vida que la civilización técnica y capitalista les impone. Siempre queda valor de uso en la mercancía producida buscando el valor de cambio; queda relación humana en las relaciones marcadas por la cosificación; queda creación, en la actividad convertida en espectáculo. Hay exterior a la técnica; hay exterior al capital. Es decir, que aún dentro de la relación social que introduce el capital hay vida y hay un sujeto que se resiste a devenir objeto. No se trata de recuperar los vacíos que la técnica y el capital ya han colonizado, inútil pensar una vuelta atrás, sino de constatar la vida que se les escapa e impide la total dominación. Este sistema técnico es, como toda nuestra sociedad capitalista, contingente, no es naturalmente necesario, es simplemente histórico y es el interés del poder capitalista el que pretende convertirlo en natural y necesario.
Extraído de la revista Etcétera nº47
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