“Para la burguesía, el único deber del Estado consiste en proteger la libertad y la propiedad personales del individuo. La burguesía considera el Estado como la imagen del policía, cuyo único deber es teóricamente impedir el robo” Ferdinand Lassalle
Mezcla de estilos arquitectónicos se muestran castigados por la humedad en la fachada del hospital Pirovano. Apenas 1895 cuando sus estructuras más primitivas fueron habilitadas, apenas 1926 cuando algún dirigente político se topó con la necesidad de construir su única reforma. Bajo una naturalizada resignación respira la interminable fila de pacientes a la espera de un turno.
El individuo que solicita tratamiento en una entidad pública comienza a entender que la figura de derecho dentro de la democracia contemporánea, mutó de ciudadano a consumidor. Aquel que por el mero hecho de ser ciudadano tenía derecho a recibir atención médica digna, sospecha que podría elevar el nivel de esa dignidad si transformara su situación de ciudadano a consumidor.
Xavier Zubiri propone las nociones de libertad para y libertad de para entender este fenómeno. El individuo que es situado por fuera del sistema económico muestra, ante la mirada del Estado, la posibilidad de ejercer su libertad de adquirir cualquier producto que el mercado le ofrezca, pero no goza de la libertad para hacerlo efectivamente.
El mercado no es ingenuo, conoce las necesidades del individuo de tener acceso a cuidados médicos y a una educación que le otorgue un mínimo porcentaje de participación en la distribución de la riqueza y las posibilidades de consumo. Este cambio está radicado en la ideología, se ha suplido la construcción de ciudadano por la de consumidor. En su abstracción, los atributos del comprador son análogos a los del ciudadano. La decisión política pasa estrictamente por el poder de compra.
El slogan es si no le gusta no lo compre, si ninguno le convence no vote. Las decisiones ideológicas se han reducido al punto de que las protestas contra un producto se hacen dentro de la lógica del mercado con la abstención de su compra y las decisiones políticas se toman en base a los archivos de los programas destinados a mostrar las incongruencias de los discursos políticos.
No es que se ejercite una libertad para cuidar su salud de forma digna y gratuita sino que tiene libertad de costearla en la clínica privada de su agrado. Lo cual, en el contexto imperante, deja en una situación de extrema vulnerabilidad al sector de la población de menores recursos, justamente aquel al cual se destinó en un primer término la asistencia del hospital público.
Usuarios contra prestadores
La discusión comienza con un murmullo leve y monótono. Previsible, pero veloz se desata el inevitable estallido. Todos comienzan a tomar posiciones, guerra de trincheras. Ellos, los que esperan, han perdido antes de empezar. De un lado de las rejas el muchacho de verde intenta explicar que él no es quien decide cuantos turnos se entregan, la señora regordeta le retruca que ella está esperando de pie desde hace varias horas y no piensa retirarse hasta ser atendida.
Es un error común de los medios aplicar un análisis teatralizado a las situaciones de conflicto, que luego es tomado como marco para el análisis de cualquier fenómeno social. La teatralización de una situación supone una acción metonímica. Se reduce un sujeto de múltiples facetas a una sola, se toma la parte por el todo. Entonces un enfermero que se encuentra en huelga, no es padre, no es hijo, no es potencial enfermo, no es ciudadano, es reducido a su papel de aquel que interrumpe el orden, a su papel de huelguista. La única variable que nunca es suprimida es la de consumidor. Las dos caretas que representan esta obra se reducen a paciente contra enfermero, o en su versión más general usuario contra huelguista (1). La posibilidad de pensar por fuera de ésta lógica es obturada; al menos dos variables son interesantes.
Una primera variable se funda en la imposibilidad de ver cómo esta situación que personifica otro ciudadano es la misma que viven diversos sectores de la población a diario. Lo efímero de los roles puestos en juego no es una característica que se tenga en cuenta. La huelga podría pensarse en una lógica de colaboración y no de conflicto, donde el usuario comprende la situación generalizada y olvida sus intereses particulares en pos de lograr una reivindicación grupal. No sería errado homologar el concepto de usuario a particular y el de huelguista a general. El usuario no lucha por los intereses grupales, los que han quedados varados en el subte, o en un hospital sin atención, el usuario vela por sus propios intereses, el huelguista es parte de un grupo. El usuario no es capaz de transportar sus problemas a un segundo plano para subsumirse ante la lógica grupal, el huelguista debe hacerlo. En la concepción del usuario no existe la posibilidad de forjar una empatía que permita pensar ese mismo escenario en una situación inversa, donde sea él quien reclame.
La estrategia de la protesta es siempre la misma e incluye básicamente a tres figuras: el usuario, el operario y el empleador. El conflicto primario se da en el seno de la relación entre la figura del operario y la figura del empleador, a causa de una reivindicación insatisfecha. Como el operador no tiene medios para presionar al empleador, recurre a la figura del usuario la cual es más vasta y posee mayor poder de presión. Realiza una interrupción del servicio y traslada la presión que ejercía contra el empleador a la figura del usuario, el cual a su vez la redirecciona a la figura del empleador, pero magnificada en relación a las proporciones del usuario. En una etapa primigenia de las protestas esta doble articulación era efectiva. Hoy en día, el usuario no presiona a la figura del empleador, sino al mismo operario, esta afirmación se cristaliza en dichos como “…Yo también soy un laburante y pierdo el presentismo…” que los noticieros muestran en un ferviente intento por situarse en una posición ideológicamente afín a su para-destinatario: la clase media. Cuando el empleador es una empresa capitalista el conflicto se resuelve con la interrupción del flujo de la ganancia pero no del servicio, así es como se liberan los molinetes en el subte pero las boleterías se encuentran cerradas. Cuando el empleador es el Estado esa lógica no es aplicable, por esta razón los médicos del hospital público se ven forzados a recurrir a la masa de pacientes como medio de presión para lograr sus reivindicaciones.
Una segunda variable radica en la imposibilidad de grandes sectores de la sociedad para hilar la cadena de causalidades que llevan al enfermero a una huelga. Nadie intenta una articulación entre el reclamo del sector médico, la falta de presupuesto, la retirada del Estado en lo que a salud y educación respecta.
Instaladas a través del tiempo, se debaten creencias radicalmente opuestas en el sujeto anónimo y colectivo de la sociedad, pero nadie logra su síntesis. Por un lado, se sabe que los hospitales generalmente no poseen todos los insumos que necesitan, que los empleados cobran sueldos magros, que las estructuras edilicias no son las óptimas y que muchos de los residentes trabajan horas que luego no cobrarán, entre otros factores que llevan a pensar en los sacrificios de aquellos que ejercen la medicina en instituciones públicas.
Estas razones no son nuevas, son las mismas que en el estallido neoliberal apoyaron los temores de la clase media y los empujaron a consumir las nuevas propuestas de medicina prepaga. Aunque estas significaciones sociales son imaginarias y por lo tanto, no poseen un lugar físico donde pueden ser corroboradas fehacientemente, existen algunos síntomas que las exponen. El mercado de la medicina prepaga aumentó considerablemente en los noventa cuando la desarticulación del Estado y por ende las obligaciones que había tomado en la década del ’50 fueron abandonadas. El aumento de afiliados y la desregulación de las obras sociales para aquellos que están en blanco en sus respectivos trabajos son claros indicadores de un crecimiento en el número de usuarios de estos servicios.
Existen dos dimensiones en pugna cuando se tematiza una huelga en los medios, la positiva que abarca las contrariedades sufridas por el huelguista y la negativa que encapsula las ideas relacionadas a la falta de voluntad por parte de los trabajadores. Es interesante preguntarse por qué cuando los medios de comunicación detonan en el imaginario social una cobertura sobre los hospitales públicos son las creencias de la dimensión negativa las que emergen a la superficie.
Emergencias 24, la burguesía observa
Las ruedas de la camilla alcanzan el piso, un camillero ensangrentado se baja de la ambulancia. La camilla se desliza por la rampa hasta entrar en el hospital. El camillero le grita a los médicos de guardia. La adrenalina parece acumularse en las venas de su garganta. Nadie se perturba por el hecho de que una rama atraviesa el cuello del cuerpo moribundo que yace en la camilla. El cuerpo viaja, sigue su camino, parece una inmensa línea de montaje.
Otro claro reflejo del quiebre que se da dentro de la sociedad, en términos no sólo económicos sino culturales, está planteado en la obsesión de la televisión por mostrarle a la clase media refugiada en su casa, los tenebrosos lugares que su condiciones de existencia no los lleva a visitar. Programas como Tumberos y Emergencias 24hs muestran un mundo de infinitos ribetes que la clase media desconoce. Al evadir un análisis sobre el vouyerismo latente en la posibilidad de observar algo que está vedado, queda la clara ignorancia de gran parte de la clase media de las dinámicas internas de lugares que no desean, ni se ven obligados a transitar.
La lógica del manejo de un pabellón de internos en un penal o las impactantes imágenes de los heridos que debaten su vida en una sala de emergencias se tornan escenas consoladoras, muestran un mundo del que están exentos hasta que una eventualidad les imponga lo contrario. Estas imágenes funcionan como sistema de refuerzo de la creencia de que ellos podrían estar mucho peor, marcan una diferencia, imponen un necesario alivio que se justifica en su arduo trabajo diario.
Los discursos que se ponen en juego alrededor del hospital público generan un tipo de lecturas y cierran otras, guían las posibles interpretaciones que se pueden hacer en torno al objeto nombrado. Se eliminan ciertas dimensiones y se resaltan otras. Los programas de corte non-fiction que muestran un sesgo de la realidad naturalizan la situación económica, la presentan como dada, como el fruto del normal desarrollo de una situación que es inevitable y no como el resultado de un proceso, de una estrategia.
Habitus de clase
Dos muchachos visten remeras de fútbol de equipos extranjeros símil originales, un poco más lejos dos chicas con zapatillas chillonas y un celular que tiembla al ritmo de la canción popular del momento se debaten a quien el toca acallar el niño que llora. Nadie nota la similitud en las zapatillas, ni el hecho de que la mayoría luzca gorras en un día nublado.
El sujeto es producto de la sociedad en la cual se gestó, a tal punto que el individuo es un fragmento de las instituciones que lo han formado. Por instituciones no debe entenderse solo la escuela, o la familia, también conceptos como dios o el mismo lenguaje (2). La sociedad es una forma de interpretar el mundo. Los modos de ser de la sociedad se los suele llamar condiciones de existencia. Si se piensa a la sociedad occidental capitalista se pueden demarcar distintas clases sociales como resultado del lugar que ocupan dentro de las relaciones de las condiciones de producción. Si se tiene en cuenta el concepto de Habitus (3) se pueden explicar ciertas prácticas que no pueden ser entendidas desde el mero determinismo económico, pero que sin embargo, en última instancia se ven afectadas por él. El habitus es entendido como un conjunto de disposiciones adquiridas por mímesis en los años de formación de sujeto y es de carácter social, lo cual demarca una clase o un grupo social. El habitus determina las prácticas y coloca como sujeto de la acción al cuerpo, por ende, abarca todo tipo de prácticas como el lenguaje. Esto explica porque determinadas clases comparten un argot o una peculiar forma de expresarse repleta de neologismos.
A través de la regulación que ejerce el mercado en todas las zonas que el Estado decide no intervenir, el servicio que brinda el hospital público decantó hacia los estratos de menor poder adquisitivo. Al entrar en una sala de espera es llamativo observar ciertos denominadores comunes que se repiten. Ciertas características rememoran una idea más cercana a la uniformización de la vestimenta que a la prolija libertad de elección que ofrece el mercado. A través de las prácticas como el lenguaje y la vestimenta se puede divisar el predominio de una clase social de bajos recursos económicos en las salas de espera del hospital público, relegados a una atención pauperizada.
Cambio de paradigma cultural
La señora regordeta mira a su alrededor en busca de cómplices. El caudal de su voz aumenta paulatinamente hasta que resulta imposible no escucharla desde cualquier rincón de la sala. “Esto no pasaba con Perón, esto no pasaba con Perón” repetía la vieja en voz alta.
Es imposible implementar una política de Estado que presente un cambio radical, sin el consenso parcial de una gran parte de la ciudadanía, sin importar el sistema de gobierno vigente. Hasta la última dictadura militar era conciente de esta problemática. Propagandas (4) que bregaban por la desregulación del mercado para mejorar la libre competencia, sin tener en cuenta que las producciones subvencionadas de países extranjeros destruirían la incipiente industria nacional. Todo cambio político-económico necesita un cierto nivel de consenso, no sólo de los sectores del bloque en el poder, sino de la población. La coerción la dispone el Estado en una amplia variedad de gamas, desde el legítimo monopolio de la violencia (5) hasta las medidas de corte económico.
Se operó un paulatino cambio de paradigma, de un Estado omnipresente durante la década del ’50 a un desmantelamiento estatal acelerado en la década del ’70 y su posterior evolución al Estado neoliberal en la década del ‘90. Bajo la excusa de que un elevado gasto estatal producía inflación, los primeros sectores en ver sus presupuestos recortados fueron la salud y la educación.
A medida que la pauperización de los hospitales aumentaba, la necesidad de pagar un servicio privado se hacía evidente. La clase media siguió el ejemplo disciplinador del Estado y redujo sus gasto en otras áreas como podría ser el acceso a la cultura o determinadas prácticas de esparcimiento en el tiempo libre para solventar el nuevo costo de la salud y la educación.
La función que debe cumplir el hospital público, brindar asistencia a toda la población, devino en brindar asistencialismo a los sectores de menores recursos económicos, que no pueden costear los beneficios de la salud privada. El hospital, la igual que casi todas las instituciones públicas, no deben ser pensadas como el reducto donde acuden los desposeídos. No debemos interpretar esta situación como el único resultado posible, como un desarrollo natural, sino como el producto de un determinado sistema de acumulación que debe y puede ser cambiado. Es necesario romper la lógica que asocia el Estado a lo demoníaco y el sector privado a la eficiencia. El factor económico es la determinación en última instancia, pero no la única, por eso es necesario un cambio socio-cultural en la forma de concebir al Estado y sus ramificaciones, de un nicho pasible de ser vaciado a una construcción de la sociedad y para la sociedad.
Victor Malumián
notas:
1) Barthes, Roland El usuario y la huelga, en “Mitologías”, Siglo XXI, Buenos Aires, 2005
2) Castoriadis, Cornelius “los dominios del hombre”
3) Bourdieu, Pierre “Estructuras, hábitus, prácticas” en El sentido práctico, Editorial Taurus humanidades
4) Es conocida la propaganda de las sillas donde un sujeto no tenía posibilidad de elección hasta que se abría la importación y podía elegir alegremente entre la silla que mejor satisficiera su necesidad.
5) Weber, Max “La política como vocación” en El polítco y el científico
extraído de la revista Nº 12 de Esperando a Godot www.revistagodot.com.ar
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