Barbault es un reconocido especialista de la biología de las poblaciones humanas y, a partir de los años ’80, uno de los primeros que reflexionó sobre el concepto de “biodiversidad”. En su reflexión se aúnan dos fuentes disociadas: la ecología naturalista y la ecología política. El resultado resalta una evidencia no siempre destacada: “Nuestra existencia se funda sobre los sistemas vivientes”. De allí su cruzada científica contra el crecimiento del PIB como única variable del desarrollo y su defensa de una “cooperación” con el tejido viviente del planeta.
Por Eduardo Febbro
Página 12
¿Qué es la vida? Un paseo a través de las pasarelas de la Galería de la Gran Evolución del Museo de Historia Natural de París bosqueja una respuesta singular: los elefantes, los dinosaurios, las jirafas, las cebras, los monos, los tigres, los rinocerontes, las focas, los incontables pájaros y mariposas componen un retrato alucinante de la diversidad de la vida terrestre. Del silencio atomizado de esos animales, de su eterna inmovilidad científica ofrecida a la observación, se desprende una sensación de admiración, de extrañeza y de hermandad sustancial con aquel laberinto de especies.
La terminología moderna define esa variedad de seres vivos que pueblan la Tierra con un término no siempre comprendido en su exacta profundidad: la biodiversidad, eso que el biólogo francés Robert Barbault llama “el tejido viviente del planeta”. Tejido, red, malla, entrelazado, entramado, la relación entre las especies es una interconexión permanente que no excluye al ser humano. Barbault es un reconocido especialista de la biología de las poblaciones humanas y, a partir de los años ’80, uno de los primeros que reflexionó sobre el concepto de “biodiversidad” que el entomólogo Edward Wilson puso de moda cuando advirtió sobre la acelerada desaparición de las especies.
Biólogo, profesor en la Universidad de París VI y director del Departamento Ecología y Gestión de la Biodiversidad en el Museo Nacional de Historia Natural, Barbault ha explorado ese “tejido viviente” pero no como una curiosidad científica sino en su relación más directa y peligrosa con las sociedades humanas. En su libro más célebre, El elefante en la cacharrería (Editorial Laetoli, 2009), el biólogo francés analizó la “destrucción programada de la biodiversidad” bajo la presión del crecimiento de las sociedades humanas. La Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN) calcula que una tercera parte de las especies animales o vegetales están amenazadas de extinción y que la velocidad de esa extinción es mil veces más elevada que el ritmo natural. Barbault aúna en su reflexión dos fuentes disociadas: la ecología naturalista y la ecología política.
El resultado es un trabajo riguroso y claro que resalta una evidencia no siempre destacada por la ecología política: “nuestra existencia se funda sobre los sistemas vivientes”, todo lo que consumimos “proviene de los seres vivos”. De allí su cruzada científica contra el crecimiento del PIB como única variable del desarrollo y su defensa de una “cooperación” con el tejido viviente del planeta, es decir, con los seres vivos. Robert Barbault observa a menudo que de la biodiversidad sólo percibimos la palabra, que Occidente vive tan alejado de la biodiversidad que hasta perdió la conciencia de que la aventura del ser humano en el planeta es posible gracias a ella, incluso cuando consumimos gas o petróleo. ¿Qué es la vida? Pues precisamente eso: un tejido de diversidades que la especie humana se ha empeñado en destruir.
Los sentidos de la biodiversidad
–La biodiversidad es una palabra de moda cuyo sentido profundo, sin embargo, escapa a la comprensión completa. Los medios la resumen a la relación que puede haber entre una araña y una mosca, pero la biodiversidad es algo más complejo e incluso más estratégico que el cambio climático.
–Si se inventó la palabra biodiversidad no fue sólo para afirmar que la vida es diversificada. No, fue para introducir algo nuevo y radicalmente diferente: se trata de tomar conciencia de nuestras implicaciones en la biodiversidad, a la que yo defino como el tejido viviente del planeta. Existen redes, mallas, tejidos e interacciones entre las especies, entre nosotros y las especies. Y es ese tejido el que hoy se está deconstruyendo, destejiendo. La biodiversidad es un fenómeno geopolítico que plantea muchos problemas. Cuando nos referimos a la biodiversidad estamos aprendiendo muchas cosas sobre nosotros, los seres humanos. La biodiversidad es un espejo, es un problema de la sociedad humana y no sólo de los seres vivos, que pueden prescindir de nosotros. El sistema de lobbies que está detrás del desarrollo actual tiene una potencia financiera tal, una capacidad de comunicación y de manipulación de la opinión tan grande que llega a sembrar la duda en la sociedad sobre los problemas derivados de la biodiversidad o del cambio climático. Tenemos una visión limitada de la biodiversidad, como si sólo se tratara de un catálogo de especies o de una colección de estampillas. No se llega a entender que una especie es semejante a la población humana, es un conjunto de individuos que depende de recursos, de un territorio.
–Usted señala en sus trabajos una paradoja terrible: nuestra relación con el sistema de los seres vivos es destructora cuando, en realidad, el ser humano depende enteramente de la integridad de ese sistema.
–El modo de desarrollo económico está gobernado por una especie, la humana, que se ha desarrollado a un paso acelerado y que, para vivir, requiere constantes recursos. El sistema económico dominante hizo perder de vista la noción según la cual nuestra existencia se funda sobre los sistemas vivientes. Las energías fósiles, carbón o petróleo, son el resultado de los seres vivos. Todo lo que comemos proviene de los seres vivos, de la diversidad. La ropa con la que nos vestimos, incluso cuando es sintética, proviene de la diversidad porque sale del petróleo y el petróleo es el trabajo de la vida durante millones y millones de años. Todo parte de las estructuras de los seres vivos, estamos rodeados de ellos. La razón de ser de la diversidad es la estrategia de adaptación a los cambios, a las catástrofes. Ello explica por qué los seres vivos son tan diversificados y por qué hay mucho más que tres especies en la Tierra. Para durar en un mundo que cambia todo el tiempo sólo la diversidad tiene esa capacidad de adaptación.
El papel de la cooperación
–Usted también pone de relieve otra de las carencias de la visión contemporánea de la naturaleza. Se ahonda mucho en los principios de preservación, de protección, pero se aborda muy poco la noción de cooperación entre las especies, concretamente, entre el ser humano y su entorno natural. Se erigió la competición y el desarrollo como norma, o sea, como abuso.
–Consumimos en exceso lo que nos da la vida y olvidamos con ello la noción de cooperación con las especies. Se ha trabajado muy poco sobre la cooperación entre las especies. Hasta los años ’80 se hablaba mucho acerca de la relación entre el predador y la presa pero muy poco sobre la interacción, la cooperación. Eso me llevó a interesarme en la historia del pensamiento ecológico. En esos textos encontré un reflejo de la sociedad industrial, es decir, el concepto de competencia por encima de todo, la relación comedor/comido. Nada había sobre la importancia de las relaciones basadas en la cooperación. Sin embargo, en la historia de los seres vivos, la cooperación y las interacciones positivas entre individuos de la misma especie y de especies diferentes son fundamentales, tanto más cuanto que constituyen la fuente de la diversidad y de la vida en la Tierra. No niego la existencia de la competencia entre las especies, pero también encontramos los mismos niveles de cooperación. Por ejemplo, si reflexionamos un poco, enseguida nos damos cuenta de que la agricultura no es otra cosa que una relación de cooperación entre el Homo Sapiens, las plantas y los animales que hemos domesticado. Las sociedades humanas también funcionan en torno de la confianza y la cooperación. Como lo vimos con la crisis financiera, cuando se produce una ruptura en la confianza se fractura la sociedad y nada funciona. La misma ley que rige las sociedades humanas vale para los seres vivos.
–Sin embargo, el modelo de desarrollo es totalmente destructor, a la vez de la biodiversidad y de la idea de cooperación.
–Este sistema se construyó según la hipótesis de que la naturaleza era una cuestión de recursos infinitos, ilimitados. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII esa hipótesis podía ser válida porque el impacto del ser humano sobre la naturaleza era moderado. Pero con la aceleración del tiempo, gracias a los desarrollos técnicos y científicos y a la irrupción de la sociedad industrial, la población humana creció enormemente, y con ello sus necesidades. Esa hipótesis es entonces inaplicable. El cambio se produjo con la Segunda Guerra Mundial. A partir de allí se aceleró la depredación de los recursos. Desde entonces nada detuvo el movimiento. Hoy sabemos que esa política no puede continuar. Se inventó el concepto de desarrollo sostenible, pero tengo la impresión que esa idea feliz se limita a una suerte de marca, de etiqueta, de sello carente de beneficios. De hecho, por más desarrollo sostenible que se quiera impulsar, si no se reflexiona sobre la falsedad en que se basó nuestro modo de funcionar, no sirve de mucho. Si se quiere cambiar el rumbo de la situación es imprescindible llevar a cabo esa reflexión, encontrar en qué nos equivocamos a fin de reincorporarnos al tejido de lo viviente planetario y tomar conciencia de que dependemos de él. Es preciso cambiar muchas cosas de forma radical. Esto no se hará de un día para el otro. Pasar de un sistema de desarrollo como el nuestro, totalmente depredador, a otro más racional, necesitará tiempo. Desarrollo sostenible también quiere decir desarrollar la calidad de vida. Pero claro, si se habla de desarrollar el crecimiento del PIB entonces caemos en un sin sentido. Lamentablemente ése es el riesgo que corremos hoy.
La dictadura del PBI
–La idea de crecimiento es intrínseca al concepto de desarrollo. Resulta filosófica y políticamente imposible hacer entender que la dictadura del crecimiento del PIB como única medida del desarrollo humano y del progreso es un suicidio programado.
–La realidad es la siguiente: si pasamos a un modo de crecimiento más económico y eficaz apenas esto nos permitirá ganar un poco de tiempo para intentar, al menos, cambiar de dirección. Pero el problema que se plantea es que es casi imposible hablar de decrecimiento. No se acepta la idea de que el crecimiento no puede ser eterno, es imposible hablar de ello o analizar qué estamos poniendo dentro de la palabra crecimiento, qué es lo que sí puede crecer y lo que no. Ese ha sido uno de los límites que encontré en el desarrollo sostenible. No se trata de discutir sobre lo sostenible sino sobre qué es exactamente el desarrollo, eso que concierne a las sociedades humanas y que debería permitirles durar el mayor tiempo posible. La crisis de la biodiversidad nos obliga hoy a reflexionar en esos términos. Lamentablemente, la biodiversidad sigue limitada a las reservas, a la idea simple de preservación. Y todo sigue igual porque las referencias son estrictamente económicas y ese modo de desarrollo económico no toma en cuenta los estragos que se ocasionan. ¡Muy por el contrario, los estragos están incluidos en el crecimiento! Cuanto más se destruye, más se aumenta el PIB. ¡Con un indicador semejante hemos empezado muy mal!
–Se ha llegado a una velocidad de destrucción de la biodiversidad mil veces superior a la velocidad natural.
–La velocidad de destrucción de la biodiversidad es considerablemente mayor que la natural y, sobre todo, si no se cambia nada esa destrucción continuará acelerándose. Esa es la principal preocupación, que muy pocos toman en serio.
–Incluso si hay un debate al respecto, muchos científicos sostienen que hemos llegado a la sexta etapa de la extinción.
–Depende de cómo se digan las cosas porque si no esto puede tener un aspecto más negativo que constructivo. Se dice: estamos en la sexta crisis de extinción y se hace la analogía con las cinco precedentes, que se produjeron cuando el ser humano no estaba aquí y en escalas de tiempo que nada tienen que ver con las escalas con las que vivimos hoy. La última extinción duró millones de años. Dicho esto, debemos comprender que estamos en un proceso, en una fase de aceleración de la tasa de extinción. En nuestra calidad de especie humana tenemos la capacidad de reaccionar. Si somos capaces de hacer la guerra de un día para otro, incluso cuando no hay dinero, pienso que podemos resolver el problema. No creo que vayamos a erradicar por completo la amplificación de la erosión de la biodiversidad, pero podemos tender hacia una estabilización, a una coexistencia pacífica con la biodiversidad. Prefiero decir que estamos en una fase de incremento de la extinción, conocemos la causa y tenemos los medios de corregir la tendencia. Necesitamos la riqueza de los seres vivos para seguir teniendo una calidad de vida humana en la Tierra. No es la supervivencia biológica del hombre lo que está amenazado, es su supervivencia como ser humano con una gran H lo que está en la cuerda floja, es decir, su dimensión de ser humano. Las causas de la destrucción de la biodiversidad son las mismas que desencadenan la degradación social. Hacer como si fueran cosas distintas, como si los problemas de las especies fuesen secundarios y los problemas del desempleo una cosa de primer plano, no es pertinente: en realidad, la misma aplanadora que degrada la sociedad humana degrada el marco de vida de las sociedades humanas en todo el mundo.
–¿Cómo explicar la indiferencia y hasta la irresponsabilidad planetaria de la población humana, especialmente en Occidente, frente a la degradación de la biodiversidad, a la desaparición de las especies?
–Creo que es ante todo un problema de impotencia. Además, la población humana es cada vez más humana y Yalta un elemento central: la desaparición de la transmisión de la información sobre las especies. Ya casi no quedan abuelos para contar cómo era antes la naturaleza. Pero lo más fundamental que ha ocurrido es que el ser humano se cortó del resto de los seres vivos. Se descompuso la trilogía judeo cristiana: Dios, el hombre y la naturaleza. Cuando uno se baña en la visión dinámica de la biodiversidad, en el tejido de lo viviente en el planeta, en sus interacciones, en las relaciones de parentesco que hay entre las especies, lo que se llama el árbol de la vida, ello nos lleva a tomar conciencia de que estamos arraigados muy profundamente en lo viviente. En nuestros genes tenemos herencias que remontan a millones y millones de años. Por consiguiente, sentirse un primo cercano de los otros seres vivos en una época de profunda desestabilización equivale a una forma saludable de arraigamiento. A partir de ahí podemos redescubrir nuestra relación parental con las otras especies, nuestra dependencia con el resto de los seres vivos y ver así la riqueza que hay en todo esto. Nuestra relación de dependencia con los seres vivos también nos da nuestra libertad de seres humanos para desarrollar nuevas cosas. Hay una paradoja en la toma de conciencia de la dependencia, que es a la vez la base de una auténtica libertad.
Los caminos de la humanidad
–¿Cómo transmitir ese saber, esa conciencia, a las nuevas generaciones? La educación, que es una base decisiva, ha fracasado hasta ahora. ¿No habría que refundar el sistema educativo para desarrollar las nociones de biodiversidad, cooperación, interacción?
–La educación sigue siendo esencial. La educación debe ser un instrumento de formación al espíritu crítico.
–La ecología política tiene un lugar sobresaliente en el discurso y en la sociedad. ¿Acaso los ecologistas no pecaron por falta de amplitud, por una incapacidad de explicar con más generosidad la relación del ser humano con la naturaleza?
–Esa crítica es válida tanto para la ecología política como para la ecología científica. Si miramos la historia, la ecología nació poco después de la explosión de la Revolución Industrial con la influencia de Thomas Malthus y los problemas que planteó en torno del equilibrio entre el crecimiento de la población y los recursos. De inmediato, los científicos se pusieron a mirar cómo funcionaba la naturaleza, en qué se basa la regulación de los efectivos de las plantas y los animales. En ese entonces la ecología se hacía preguntas que hoy se hace el desarrollo sustentable. Era el problema de fondo. Pero después, de forma progresiva, la ecología fue monopolizada por los naturalistas. Se empezó a hablar de las poblaciones animales y vegetales, de los ecosistemas, como si el hombre no tuviera nada que ver. De hecho, se puso al ser humano de costado. La ecología política hizo lo mismo, con el condicionante negativo de que la ecología política no se apoyó en la ecología científica. No estoy seguro de que un solo partido político pueda responder a los problemas que nos plantea el mundo de los seres vivos. Para mí, lo importante es lo que yo llamo tener una visión ecológica del mundo. Debemos pasar de un mundo en donde se ven las cosas parcelarias a otro donde se perciben las interacciones entre el todo y el todo, tanto entre las mismas sociedades humanas entre sí como entre las sociedades humanas y el resto del mundo. Esa visión permite comprender las interacciones y los efectos colaterales. Con ese enfoque estamos seguros de que somos conscientes de que pertenecemos a la biosfera. La gente ni siquiera es consciente de que la atmósfera es un recurso natural y que también es el resultado del trabajo de los seres vivos. Si no hubiese habido vida en la tierra no tendríamos atmósfera.
–Finalmente, la idea individual de desarrollo, o sea, de crecimiento, aplastó a todas las demás.
–El acento que se puso en la individualización ha sido nefasto, pero esa idea es también una de las riquezas de las sociedades occidentales. Si no se la controla como es debido o si no tenemos conciencia de ella sólo cosechamos lo negativo. La libertad para cada individuo no excluye la responsabilidad y la interacción. Fíjese si no en la historia de Estados Unidos, llena de páginas oscuras. Estados Unidos es hoy uno de los grandes, grandes problemas, es uno de los responsables más decisivos de la situación actual. Hay algo muy perverso en el sistema norteamericano: por un lado está la imagen de libertad total, de imperio del bien. Pero no es así. Cuando analizamos el resultado de la cumbre de Copenhague, la culpa del fracaso no la tienen ni China ni la India. La situación a la que llegamos hoy la produjo la sociedad occidental. Hemos, por ejemplo, depredado muchos países. Pero el éxito de la sociedad occidental se forjó con el tributo oscuro que pagaron los esclavos, la trata de seres humanos, la expoliación. El saqueo de los recursos del mundo entero hizo nuestra riqueza pero hoy nos conduce a constatar que hasta el clima se degrada. Los responsables somos entonces nosotros. Si fuésemos responsables no diríamos que la culpa la tienen los chinos o la India porque quieren imitarnos. Habría que decir: pecamos en exceso y, ahora, debemos sanear la situación. Lamentablemente no se procedió así y vamos a perder 30 años. Occidente perdió una oportunidad. Todo esto es consecuencia del culto al individualismo que nos lleva a perder de vista una noción esencial: en las sociedades humanas, lo más importante es lo social, incluso en la economía. Sin la dimensión social el hombre no existiría.
fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/especiales/18-158034-2010-12-04.html
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