Ante el realismo y las realizaciones de este famoso sistema, se pueden ya conocer las capacidades personales de los ejecutantes que ha formado. Y éstas, en efecto se engañan respecto a todo, y no pueden hacer nada más que disparatar sobre mentiras.
Por Guy Debord
Son pobres asalariados que se creen propietarios, ignorantes mistificados que se creen instruidos, y muertos que creen votar. ¡Qué duramente los ha tratado el modo de producción! De progreso en promoción han perdido lo poco que tenían… y han ganado lo que nadie quería.
Coleccionan las miserias y las humillaciones de todos los sistemas de explotación del pasado, ignorando de ellos sólo la revuelta. Se parecen mucho a los esclavos porque son hacinados en masa, con estrechez, en pésimos edificios, malsanos y lúgubres; mal nutridos gracias a una alimentación contaminada e insípida; mal cuidados en sus siempre renovadas enfermedades; continua y mezquinamente vigilados; mantenidos en el analfabetismo modernizado y en las supersticiones espectaculares que corresponden a los intereses de sus amos.
Transplantados lejos de sus provincias a sus barrios, a un paisaje nuevo y hostil, según las conveniencias concentracionarias de la industria actual. No son más que cifras en gráficos elaborados por imbéciles. Mueren a montones por las carreteras, a cada nueva epidemia de gripe, a cada ola de calor, a cada error de quienes adulteran sus alimentos, a cada innovación técnica que beneficia a los múltiples empresarios de un decorado del que ellos son conejillos de indias. Sus penosas condiciones de existencia provocan la degeneración física, intelectual y mental.
Se les habla siempre como a niños obedientes, a quienes basta decir «es preciso», y ellos se lo creerán. Pero sobre todo se les trata como niños estúpidos, ante ellos farfullan y deliran decenas de especializaciones paternalistas, improvisadas la víspera, haciéndoles admitir no importa qué, diciéndoselo no importa cómo; y también lo contrario al día siguiente.
Separados entre sí por la pérdida general… de todo lenguaje adecuado a los hechos, pérdida que les impide el más mínimo diálogo; separados por su incesante competencia, siempre apresurada por el látigo… en el consumo ostentatorio de la nada, y separados por tanto por la envidia menos fundada y menos capaz… de aportar cualquier satisfacción, son incluso separados de sus propios hijos, que no hace mucho eran la única propiedad de los que nada tenían.
Desde la más corta edad se les retira el control de estos niños, ya rivales suyos, que no escuchan las opiniones sin pies ni cabeza de sus padres… y se ríen de su flagrante fracaso. No sin razón desprecian su origen… y se sienten mucho más hijos del espectáculo reinante… que de aquellos de entre sus criados que, por azar, los han engendrado: sueñan con ser los mestizos de estos negros. Tras la fachada de un disimulado encanto… entre estas parejas, como entre ellos y sus progenitores, no hay nada más que miradas de odio.
Sin embargo, estos trabajadores privilegiados de la sociedad mercantil desarrollada, en lo que no se parecen a los esclavos es en que ellos mismos deben procurarse su mantenimiento. Su estatuto puede compararse más bien al sirviente, ya que ambos están exclusivamente ligados a una empresa y a su buen funcionamiento, sin ninguna reciprocidad a su favor; y sobre todo porqué están obligados a residir en un espacio único: el mismo y siempre igual circuito de domicilios, despachos, autopistas, vacaciones y aeropuertos.
Pero también se parecen a los proletarios modernos por la inseguridad de sus recursos, que está en contradicción con la rutina programada de sus gastos; y por el hecho de que les es preciso alquilarse en un mercado libre sin poseer sus instrumentos de trabajo: por el hecho de tener necesidad de dinero. Precisan comprar mercancías y todo está hecho de tal modo que no pueden entrar en contacto con nada que no sea mercancía.
Pero en lo que su situación económica más precisamente se parece al particular sistema de «peonaje», es en el hecho que este dinero en torno al cual gira toda su actividad no se les permite ni momentáneamente manejarlo. No pueden hacer otra cosa que gastarlo, recibiéndolo en cantidades demasiado pequeñas para poder acumularlo. Y se ven obligados, a fin de cuentas, a consumir a crédito reteniéndoles de su salario el crédito concedido, del cual sólo se librarán trabajando más. Como la organización de la distribución de bienes está ligada a la organización de la producción y del Estado, se les recorta, sin apuros, todas sus raciones, tanto de comida como de espacio, tanto en cantidad como en calidad. Aunque continúen siendo formalmente trabajadores y consumidores libres, no pueden ir a parte alguna pues en todos los sitios se ríen de ellos.
(…)
Nuestra época no ha alcanzado aún la superación de la familia, del dinero, de la división del trabajo; y sin embargo bien podemos decir que para estas personas la realidad efectiva de todo ello ya se ha disuelto casi del todo, por la simple desposesión. Aquellos que nunca tuvieron bulto lo han dejado por la sombra. El carácter ilusorio de las riquezas que la sociedad actual pretende distribuir, de no haberse ya reconocido en todas las demás materias, quedaría demostrado suficientemente por la simple observación de que es la primera vez que un sistema de tiranía sustenta tan mal a sus familiares, sus expertos y sus bufones. Siervos agotados del vacío, el vacío les paga con moneda por ellos mismos acuñada. Dicho de otro modo, es la primera vez que los pobres creen formar parte de la élite económica, a pesar de la evidencia contraria.
No sólo trabajan, estos desgraciados espectadores, sino que encima nadie trabaja para ellos, y menos que nadie aquellas personas a quien ellos pagan: pues sus mismos proveedores se consideran más bien como sus capataces juzgando si han ido con suficiente denuedo a apañar los sucedáneos que tienen la obligación de comprar. Nada podrá disimular la rápida usura que se encuentra integrada desde el inicio, no sólo en cada objeto material sino hasta el plano jurídico, en sus raras propiedades. De igual modo que no han recibido herencia alguna, tampoco ellos van a dejar ninguna.
Extracto del documental escrito y dirigido por Guy Debord ‘In Girum Imus Nocte et Consumimur Igni’ (Damos Vueltas en la Noche y Somos Consumidos por el Fuego), 1978.
Descarga del guion del documental en PDF (48 pp) www.sindominio.net/etcetera/PUBLICACIONES/con_otros/DEBORD-ingirum.pdf
fuente www.sindominio.net/etcetera
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