Así como la polución microbiana del agua solía ser responsable de muchas enfermedades entre nuestros antepasados, la polución química del aire está convirtiéndose ahora en un gran problema de salud pública. Los vapores químicos de las fábricas y los escapes de motores de los vehículos están causando una gran variedad de desórdenes patológicos que amenazan con aumentar en frecuencia y gravedad. Ellos pueden originar problemas de salud graves y generalizados en un futuro próximo. Y hay razones para temer que diversos tipos de radiación disociada añadan pronto sus imprevisibles efectos de largo alcance a esta patología del futuro.
Por René Dubos
Durante las últimas décadas hemos llegado lejos en el control de los estragos microbianos de la alimentación, pero algunos de los nuevos productos sintéticos, omnipresentes en la vida moderna, son los responsables de una infinita variedad de efectos alérgicos y tóxicos.
Las deficiencias nutritivas son ahora una rareza en los países prósperos del mundo, pero ha empezado a aparecer una nueva especie de desnutrición. Los regímenes nutritivos formulados para seres humanos físicamente activos ya no son apropiados para la vida del siglo XX, automatizada, refrigerada y sostenida por el automóvil.
Muchos seres humanos sufrieron de agotamiento físico en el pasado; hoy en día las ideas economizan trabajo y las funciones controladas al segundo amenazan con engendrar una serie de trastornos psíquicos que acaso compliquen la medicina del futuro. El tedio está reemplazando a la fatiga.
¿Quiénes podrían haber soñado hace una generación que las hipervitaminosis (condiciones que surgen por los excesos de algunas vitaminas) llegarían a ser enfermedades de la nutrición en el mundo occidental; que la intromisión de detergentes y otros diversos productos sintéticos aumentaría la incidencia de las alergias; que los adelantos de la quimioterapia y de otros procedimientos terapéuticos originarían nuevas formas de enfermedades microbianas; que los pacientes sufriendo de toxicidades producidas por las drogas ocuparían un número tan grande de camas en los hospitales modernos; que los cigarrillos, los contaminantes del aire y las radiaciones ionizantes serían considerados como responsables del aumento de ciertos tipos de cáncer; que algunas enfermedades de nuestro tiempo serían abarcadas dentro de una ‘patología de la inactividad’ o consideradas entre los ‘azares ocupacionales del trabajo fácil y sedentario?
Puede tenerse por garantizado que, si bien la naturaleza del hombre seguirá siendo esencialmente la misma que ha sido desde los tiempos paleolíticos, la pauta de sus enfermedades seguirá cambiando debido a que sus respuestas fisiológicas a situaciones ambientales cambiantes no lo adaptarán con suficiente rapidez a las nuevas condiciones. Una vez que se adapta a ciertas clases de alimentos, a la intemperie, al domicilio, a los microbios y a los hábitos sociales, el hombre encuentra, por lo general, desagradable y traumatizante el sentirse desarraigado de repente y verse forzado a vivir bajo condiciones, aun cuando éstas le parezcan más favorables. Como lo anotara Hipócrates hace 2.500 años, “Hay ciertos cambios que son los principales responsables de las enfermedades, especialmente los cambios mayores, las violentas alteraciones, tanto en las estaciones como en otras cosas.”
Extraído del libro Hombre, Medicina y Ambiente (Man, Medicine, and Environment, 1968), Monte Avila Editores, C.A., 1969.
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Lo que es un hecho incontrovertible es que si la esperanza de vida hace 150 años era de unos 40 años, actualmente es de unos 80.
Cuanto más tiempo se vive más probabilidades hay de sufrir cáncer, cuya incidencia crece de manera exponencial, en casi todas las formas de cáncer más frecuentes, como mama, colon y próstata, a partir de los 60 años.
Si no se llega a esa edad, las probabilidades de cáncer son, evidentemente, más bajas.