(…) Nuestras prácticas corporales están dirigidas a cuestionar ideas preestablecidas sobre la salud, la normalidad y la felicidad de los seres que nos consultan. Los poderes políticos siempre han usado técnicas corporales de dominación más duras o más blandas: guerras, discriminación, propagandas, modos de trabajo y producción, discursos científicos, etc.
Por Mónica Groisman*
Castoriadis planteaba que las representaciones imaginarias de la sociedad son producciones que le dan identidad y cohesión; también aquellas que pueden ser vistas como monstruosas, detestables o tóxicas. Es así que un «chivo emisario» ha podido unir a las masas en manifestaciones de odio, incluso crueldad.
Asistimos en las últimas décadas a una multiplicación de las luchas en este plano, el de las creencias. Las ideas son discutibles, analizables, los argumentos se trabajan pero las creencias se in-corporan, son viscerales, no se piensan, se actúan. Más bien una creencia nos domina, impulsándonos a hacer y decir, dando por cierto cuestiones que no nos detenemos a reflexionar; las damos por verdades y punto. En este sentido podemos decir que las certezas ideológicas actúan en el cuerpo social al modo de un veneno, que va invadiendo de a poco, contaminando las conciencias, una sustancia tóxica que nos va tomando impidiendo los interrogantes.
Así pasó en la Alemania de Hitler, en la dictadura del ’76 que casi sin cuestionamientos nos llevó a una triste guerra por Malvinas. Así en Medio Oriente los fanatismos religiosos se cobran víctimas. Así en la historia del mundo, muchas veces, la razón fue desplazada por la pasión. No toda pasión nos cuida.
¿Qué es lo tóxico?
Lo tóxico es generalmente una sustancia, droga o pócima que produce daño, que lastima. El organismo humano utiliza mecanismos fisiológicos al servicio de aliviarse de lo que lo deteriora, lo ensucia; desde esos reflejos automáticos (vomitar, excretar, cerrar los ojos ante el excesivo resplandor) hasta otros que incluyen a varios sistemas u órganos para reconocer y eliminar lo que daña o irrita. En general, todos los procesos del enfermar y del curar tienen que ver con el trabajo de lo tóxico sobre uno y de uno sobre lo tóxico. Las «idishes mames» de todo origen son esos seres expertos en tés con limón, calditos de pollo, baños tibios y otros secretos para paliar malestares, dolores y descomposturas.
Pero si pensamos en el cuerpo ya no es tan sencillo definir qué es lo tóxico ni que relaciones establecemos con lo perjudicial. Lo corporal se construye en nuestra historia vincular. libidinal (quiero decir amorosa, con objetos que son personas, otros, ¡qué problema!). Lo corporal se realiza en un mundo de cultura, donde los valores y costumbres imperantes ordenan, socializan, «disciplinan» el cuerpo. Lo corporal es también imaginación sobre el organismo, creatividad, invención continua… Lo corporal es psiquismo en actividad, en constante producción.
Diversos autores (Freud, Reich, Lowen, etc.) utilizan como metáfora la imagen de la ameba, para pensar a la persona como totalidad o al psiquismo en sus inicios. Coinciden, en imaginar ese organismo, origen de lo vital, dentro de un ambiente. Esta vitalidad adquiere dos movimientos fundamentales en relación a ese entorno: uno de expansión hacia lo útil, y otro de contracción frente a lo hostil, dañino o tóxico. Asimilación y evacuación, las primeras tareas biológicas de las células, adquieren una complejidad y multiplicidad muy grandes si las pensamos desde los procesos psíquicos originados en la vulnerabilidad inicial de un ser humano: la célula reacciona a un ambiente químico, climático, con texturas, espacios y tiempos bastante previstos por la naturaleza; el bebé responde a miradas que aprueban o rechazan, a brazos que pueden sostener o dejar caer, a voces que a veces canturrean y a veces gritan… La cosa se complica tanto desde un lado (célula-bebé),como del otro (ambiente-madre-cultura).
Freud ya en sus textos tempranos explica como el psiquismo se va construyendo en el eje placer-displacer; en esta tarea de acercarse a lo placentero y huir del displacer, o de lo peligroso. Se organizan así espacio psíquicos, sistemas de defensa, producciones conscientes e inconscientes.
Wilhelm Reich en su clásico libro «La función del orgasmo», analiza las condiciones en que la energía vegetativa se transforma en ira, angustia o temor. Investiga el funcionamiento del sistema nervioso autónomo en sus acciones simpática y parasimpática, la neurología y sus efectos condicionando las reacciones biológicas; el impacto del stress y las emociones sobre los órganos:
«Examinando detalladamente la complicada inervación de los órganos encontramos que el parasimpático opera dondequiera haya expansión, elongación, hiperemia, turgencia y placer. A la inversa, el simpático se encuentra funcionando dondequiera el organismo se contrae, retira sangre de la periferia, donde hay palidez, angustia o dolor».
Estos funcionamientos de nivel fisiológico se experimentan a nivel psíquico como placer o displacer. Reich ha sido un autor muy cuestionado, pero no es es necesario estar de acuerdo con todas sus manifestaciones ni experimentos para reconocerle una gran coherencia y honestidad intelectual. Fue uno de los primeros en tratar de superar la disociación cuerpo-mente y de afirmar una unidad funcional y a la vez antitética del organismos total.
Es en el juego de deseos y evasiones, de cargas y descargas como se va haciendo cuerpo en la vida, porque la forma de huir de lo que nos intoxica en lo corporal es transformar las cantidades de estímulo en calidad, imagen, ideas, sueños, síntomas, representaciones: traducimos la biología a una poética del cuerpo, somos a la vez personajes y autores del cuento de nuestras vivencias corporales.
«La hipocresía mata tanto como la sustancia» Lo dijo hace pocas semanas Félix Crous (titular de la Procuraduría Adjunta de Nacrocriminalidad), a raíz de la tragedia en una fiesta electrónica donde se intoxicaron varios jóvenes. Consumo de drogas sí, pero también desidia, mercantilismo y descuido. Hipocresía de los responsables.
Lo que llamamos «realidad» tiene también sus cuestiones tóxicas, envenenamientos en el trabajo, en la familia, en las noticias. Los medios. La manipulación de la información. ¿Será que una noticia me puede envenenar? ¿Será que una creencia puede anular mis capacidades de percibir, de pensar libremente? ¿Será que hay algo en los seres humanos que nos hace neuróticamente vulnerables a la mentira y al engaño?
Hace varios siglos atrás, en Amsterdam, el filósofo Baruj Spinoza nos legó sus ideas que hoy son plenas de sentido: para él no nacemos libres, ni sabios. Somos seres que estamos a merced de nuestros encuentros, con cosas, con personas. Hay encuentros que me potencian, me hacen bien, me convienen; otros en cambio, me afectan negativamente, disminuyen mis capacidades de actuar. Mis conocimientos provienen de mis experiencias, de la experiencia de mis capacidades, qué puedo, qué me afecta en beneficio, qué me causa dolor. Haré según mi capacidad. Lograremos un saber según nuestras experiencias en relación a otros cuerpos, aprenderemos cuáles de esas relaciones me constituyen, pertenecen a mi esencia, potencian mis capacidades.
Y cuáles son relaciones que me descomponen, qué me producen tristeza. Hay relaciones que envenenan, dice Spinoza. Ya que alteran mis relaciones esenciales. Y toma un ejemplo antiguo y le cambia el sentido de un modo genial: Adán y la manzana, considerado por las lecturas religiosas como el primer pecado y la primera prohibición, dice Spinoza que dios no prohíbe nada, le otorga a Adán una revelación, le ofrece un conocimiento., advirtiéndole el efecto nocivo que comer la manzana de ese árbol tendría sobre su cuerpo: la manzana es un veneno para Adán, descompondrá sus relaciones esenciales, transformando sus vínculos con la naturaleza y con los otros seres.
No hay culpa en este señalamiento, el «mal» es para Spinoza aquello que me descompone, el trabajo de la Razón será ir comprendiendo esos efectos y buscar lo que simplemente «me haga bien», me potencie, me dé alegría. Spinoza avanza aún más. Nos dice que el ejercicio del Poder se acompaña de la necesidad de inspirar en los súbditos las pasiones de tristeza. En esto se asemeja al déspota, el tirano y el sacerdote que imparte un dogma. Necesitan seres sumisos, tristes en el sentido de haber suprimido sus potencias de acción.
Para el psiquismo, la palabra puede envenenar. Para lo social, también. Hay grados de toxicidad que no ayudan a hacer-cuerpo: una pérdida significativa, una situación no comprendida, un episodio no hablado, una vivencia excesivamente fuerte para el ser en construcción, pueden permanecer como un «cuerpo extraño» difícil de eliminar. El miedo, la mentira, la violencia, lo que interrumpa el ritmo espontáneo del vivir aparecerán sin duda, en la clínica corporal como inhibiciones serias, limitaciones de movimiento o un exceso desordenado y ansioso.
La falta de un cuerpo político social, de un cuerpo-estado que sostenga y estimule el desarrollo puede aparecer como una sombra oscura que amenaza cada proyecto con el veneno de la depresión o con el sentimiento de debilidad corporal y poca energía: ahogos, sofocos de angustia, opresiones en el pecho, en la garganta serán expresiones de lo que no se pudo «drenar» de otra manera. El dolor, la soledad o la confusión pueden ser intolerables, destruyendo lazos con el cuerpo, disociando lo mental, perdiendo el anclaje en la realidad compartida.
No será fácil para el terapeuta acompañar ese proceso, entrar en ese dolor, «prestar» cuerpo y palabras que ayuden a filtrar lo enquistado: tal vez tenga que hacer un continuo «ejercicio» de contactar y tomar distancia, alojar lo tóxico y buscar más que eliminarlo, disolverlo. Que los cuerpos puedan reapropiarse de sus capacidades.
* Licenciada en Sociología, Terapeuta Corporal y Psicoanalista.
Artículo publicado en revista Kiné, año 25, Nº 122, junio-agosto 2016, Buenos Aires, Argentina. http://www.revistakine.com.ar/sum25.html
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