«Él puede parecer un idiota y actuar como un idiota, pero no se deje usted engañar, es realmente un idiota.» (Groucho Marx)
«Cuando el sabio señala la luna el necio se fija en el dedo.» (Proverbio Chino)
Por José Luis Cano Gil
abril de 2018
Dicen que Einstein afirmó que «la estupidez humana es infinita». Y es cierto. Y, viendo el panorama actual (medios de comunicación, redes sociales, pseudointelectualidad, pseudopolítica…), parece que va en aumento. La estupidez, que es la incapacidad de comprender las cosas, forma parte de la condición humana, y empeora bajo ciertos condicionantes: infantilismo, neurosis, lavado de cerebro por parte de los estados. Nada mejor que un mundo estúpido para dominarlo con eficacia. La necedad individual y social suele ser tan inconsciente como el agua lo es para los peces, por ello es tan peligrosa. Y también se contagia con facilidad, pues nadie quiere ser menos tonto que los demás. En un mundo así, la inteligencia es un «defecto» no sólo despreciado, sino perseguido. Pues nada asusta más a los animales nocturnos que la luz del día.
Hay muchas clases de insensatez. Podemos intentar un breve listado, si bien, desgraciadamente y por razones obvias, no podré dar ejemplos. El lector inteligente sabrá adivinarlos con facilidad.
· El ignorante. Este tonto carece de información suficiente sobre las cosas, pero habla y «opina» sobre ellas como si las conociera. Casi todo lo que dice carece de valor. Pero su estupidez no proviene de su ignorancia (ésta la sufrimos todos), sino de su presunción de hallarse a salvo de ambas.
· El papagayo. Se caracteriza por creer y repetir -sin análisis alguno- todo cuanto oye por ahí. Cuantas más veces escucha lo mismo, más lo cree y lo repite con fervor. Es la «voz de su amo». El cómplice -y lacayo- perfecto de todos los dominadores.
· El proyector. Éste no entiende lo que lee o escucha, no ata cabos entre las cosas, lo mezcla o deforma todo, lo olvida pronto… En realidad, interferido por su propia neurosis, sólo mira lo que quiere ver. Sólo ve el color de sus propias gafas.
· El corto de vista. Si señalas algo con el dedo a un gato, el animal te mira el dedo y no hacia donde le indicas. Igualmente, esta clase de necedad no comprende -p. ej.- el significado de una frase, sino sólo las palabras que contiene, el tono en que se pronuncian, etc. Tampoco percibe lo metafórico, lo irónico, lo implícito, las connotaciones, etc., de las cosas, sino sólo su apariencia superficial. Su literalidad.
· El papista. Este tipo, queriendo ser más «puro» y «coherente» que nadie, se complace en exagerar las cosas, reinterpretarlas a su capricho, ver fantasmas ofensivos en todas partes, aleccionar a la gente y, «más papista que el papa», manipular continua y absurdamente la realidad. Abundan en política.
· El tonto grave. A éste lo devora su propio ego. Profiere con aplomo las tonterías más asombrosas, enfatiza pedantemente lo más trivial, habla con eufemismos grandilocuentes, se jacta de sí mismo, etc. Está encantado de conocerse. Es unprécieux ridicule, como diría Molière.
· El llorón. Se lo identifica con facilidad porque, terriblemente inmaduro y/o lavado de cerebro por el sistema, se queja de todo, se enfada por todo, lo quiere todo, no se conforma jamás y, en consecuencia, no entiende nada, no respeta nada, no se responsabiliza de nada y sólo vive exigiendo pasivamente lo prometido por terceros.
· El salvador. Este tipo reúne varias de las formas de idiotez ya señaladas. Incluye a los ingenuos, los idealistas, los utópìcos, los revolucionarios, los científicos, los tecnólogos, los políticos, las religiones… y los predicadores en el desierto, como yo mismo. Nuestra estupidez consiste en suponer que, con el debido esfuerzo, el mundo podría «cambiar», mejorar, ser más «feliz». Delirante empeño, pues las cosas sólo pueden ser violentadas… o, como mucho, respetarse con amor para darles la oportunidad de transformarse por sí mismas.
· El fanático. Es un bobo cuyo lenguaje básico es la violencia.
· Etcétera.
Sobre la estupidez
Lo contrario de la estupidez es, evidentemente, la inteligencia. La sabiduría. Pero ambas no consisten en «saber muchas cosas», ni menos aún en algún tipo de «superdotación» intelectual, psicológica, etc. La inteligencia es percibir las secretas interacciones entre las cosas. Supone conocer las mil piezas de un puzzle pero, en vez de «cambiarlas» y forzarlas al buen tuntún un millón de veces, atolondradamente, observarlas con el máximo respeto, atención, sensibilidad, intuición, paciencia, incluso amor… hasta que el caos nos entregue al fin, por sí solo, su imagen secreta. Por ello, si queremos ser más inteligentes, lo único que debemos hacer es descubrir qué clase de estúpidos somos. Aliviar los condicionantes neuróticos o de otro tipo que nos hacen serlo. Y confiar seguidamente en la sabiduría -siempre relativa, claro- que florecerá espontáneamente en nuestros corazones.
fuente: http://psicodinamicajlc.com
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