El mar no es sólo lo que vemos, sino también -y sobre todo- lo que no vemos. Lo sumergido. Lo que está por debajo de la línea divisoria entre lo que conocemos (conciencia) y lo que no conocemos (inconsciente). Y lo oculto suele ser asombrosamente distinto de lo evidente. Incluso, a menudo, completamente lo inverso.
Por José Luis Cano Gil*
25 Julio 2010
Hay un principio psicodinámico que podemos resumir así: «Todo lo que es blanco, en el fondo es también negro. Todo lo que es negro, en el fondo es también blanco.» O sea, las cosas suelen ser, por debajo de nuestra línea de observación, lo contrario de lo que creemos. Porque para eso precisamente las hemos relegado ahí. Y, tras reprimirlas, decidimos «olvidarlas» fingiendo socialmente lo opuesto.
Por ejemplo, el artista exhibicionista suele ser en la intimidad un gran tímido. El virtuoso oculta vicios prohibidos. El blanducho esconde una gran fortaleza. El héroe tiene pies de barro. El predicador está lleno de odio. El supergurú del no-ego rebosa vanidad. El furioso es una ternura herida… Y así sucesivamente. En general, cuanto más excesivo es lo evidente, más opuesto suele ser lo secreto. Más ejemplos:
• Si un laboratorio gana demasiado dinero «curando» a sus clientes, ¿cuál es su móvil inconsciente? Seguramente que nadie se cure.
• Si un revolucionario lucha fanáticamente contra el dictador, ¿cuál es su deseo secreto? Quizá ser él mismo un tirano.
• Si un soñador lucha sin descanso por «salvar» a los demás, ¿qué anhela sin saberlo? Probablemente sentirse salvado mediante la gente.
• Si un puritano exige «rectitud», ¿qué quiere en realidad? Tal vez luchar contra sus propias pasiones, envidias y sentimientos de culpa.
• Etc.
Todo esto produce extrañas paradojas. Por ejemplo, la de que cuanto más nos esforzamos en cualquier dirección, más sospechosos son nuestros verdaderos motivos. Y más obtenemos los efectos contrarios. No sólo porque tarde o temprano los extremos acaban pareciéndose, sino porque a menudo deseamos secretamente aquello que combatimos. Lo vemos con claridad cuando, p. ej., sobreprogemos demasiado a alguien. Forzamos tanto la máquina que acabamos dañándolo sin que ninguna alerta interior nos haya prevenido… precisamente porque, al menos en parte, ¡eso mismo era lo que inconfesablemente deseábamos! En otras palabras, a menudo las consecuencias «inesperadas» también expresan nuestras verdaderas intenciones.
Cuanto más grueso es el caparazón, más frágil es el molusco. Cuanto más multicolor es la serpiente, más nos advierte de su veneno… Igualmente, cuanto más excesivas son nuestras conductas «positivas», más opuestos son nuestros secretos. Y cuanto más «negativos» parecemos por fuera (p. ej., adictos, depresivos, violentos), más sensibilidad, inteligencia y ansias de amor solemos ocultar dentro. ¡Nada es nunca lo que parece!
Así que todo el asunto se resume en esto: ¿qué clase de moluscos somos? ¿Cómo es nuestro caparazón? ¿De qué intentamos protegernos con él? ¿Quién es el inquilino que lo habita? En la medida que lo descubramos, podremos liberarnos de muchos de los inconvenientes que también nos produce tan pesada carga.
*Psicoterapeuta y escritor.
fuente: http://www.psicodinamicajlc.com/_blog/pivot/entry.php?id=508
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