Me llamo Armando Torres. Escribo este libro en cumplimiento de una tarea que me fue encomendada años atrás. En octubre de 1984 conocí a Carlos Castaneda, controvertido antropólogo y escritor sobre temas de brujería. Por entonces yo era aún bastante joven. En mi búsqueda de respuestas, había incursionado en diversas tradiciones espirituales y anhelaba encontrar un maestro. Pero, desde el principio, Carlos fue muy claro al respecto.»Yo no prometo nada -dijo-, yo no soy gurú. La libertad es una elección individual y es responsabilidad de cada uno luchar por ella». En una de las primeras pláticas que le escuché fustigó duramente la idolatría humana que nos induce a seguir a otros y a esperar que nos den las cosas ya masticadas. Dijo que eso es rezago de nuestra etapa de rebaño. «Quien sinceramente desea penetrar en las enseñanzas de los brujos no necesita guías. Basta con un genuino interés y huevos de acero. Y por sí mismo encontrará todo lo necesario mediante un intento inflexible». Sobre tales premisas se desarrolló nuestra relación. Por lo tanto, quiero asentar que yo no soy un discípulo de Carlos, en el sentido formal de la palabra. Sólo platiqué con él en algunas ocasiones, y eso bastó para convencerme de que el verdadero camino consiste en nuestra determinación de ser impecables.*
Por Armando Torres
Quiero expresar mi gratitud a todos aquellos que me han ayudado en mi camino, en especial a Carlos Castaneda, por haber dado a mi vida un sentido de belleza y propósito. Dedico este libro a quienes saben de lo que hablo.
Conocí a Armando en una ocasión en que ambos coincidimos en un sitio de poder, en las montañas del México central. La espontaneidad de la amistad que se dio entre nosotros, así como el tema de la plática que se desarrolló en aquel momento me hicieron comentarle que yo había tenido el privilegio de conocer a Carlos Castaneda. Me dijo que él también lo conocía y que tenía escrito un libro sobre sus enseñanzas. Mi curiosidad creció y le pregunté al respecto. No pareció interesado en responderme, sólo dijo que aún no era el tiempo adecuado. No insistí, pues apenas acababa de conocerlo. Durante años de relación le escuché mencionar el tema pocas veces, siempre como referencia a algún otro tópico que estuviésemos discutiendo. Aun cuando me hice amigo de «los que andan por allá», fue sólo ahora cuando se dieron los eventos y tuve acceso a su obra.
Cuando por primera vez leí el manuscrito me sentí profundamente emocionado, ya que me permitió comprender una de las premisas más oscuras de la enseñanza de Carlos: lo que él llamaba «la porción de la regla del nagual de tres puntas», un proyecto para la renovación de los linajes del conocimiento a escala global. Me aseguró que Carlos le había encomendado dar a conocer esa información, y me pidió que le apoyase en la tarea. Sin embargo, teniendo en cuenta que se trataba de un manuscrito bastante corto -unas treinta páginas-, le sugerí que lo complementase con la descripción de algunas de las numerosas pláticas de Castaneda de las que él fue testigo. Aceptando mi propuesta, él seleccionó un conjunto de enseñanzas que Carlos impartió, tanto en conferencias públicas como en charlas privadas. Para facilitar su lectura, me explicó que había agrupado los temas según su contenido y no por orden cronológico.
Además, en ocasiones se vio forzado a sintetizar o reconstruir las conversaciones, ya que, en el trato directo, Carlos era extremadamente enfático, transmitía gran parte de la información a través de ademanes y expresiones de su rostro, y le agradaba mezclar historias personales y observaciones de todo tipo con su enseñanza. Como un regalo extraordinario, Armando añadió al final una breve reseña de su propia experiencia entre un grupo de practicantes de la brujería. Debido a su simplicidad y sinceridad de su narración, este libro tiene una fuerza que no he encontrado en ningún otro trabajo relacionado con el tema. Por eso, es para mí un enorme placer poder auxiliar a Armando en la tarea de publicarlo. Estoy seguro de que todos los amantes del trabajo de Carlos Castaneda la disfrutarán intensamente.
Juan Yoliliztli
INTRODUCCIÓN*
El principal motivo por el cual acepté difundir parte de mi experiencia a su lado es la gratitud. Carlos fue espléndido con cada uno de los que tuvimos la fortuna de conocerlo, ya que es la naturaleza de un nagual hacer regalos de poder. Estar cerca de él era empaparse de su estímulo y llenarse de historias, consejos y enseñanzas de todo tipo, y sería muy egoísta por parte de quienes lo recibimos ocultar esos dones, cuando él mismo, como un verdadero guerrero de la libertad total, compartió hasta lo último con aquellos que le rodeaban. En una ocasión me contestó que él acostumbraba apuntar cada noche fragmentos de su aprendizaje junto al nagual Juan Matus, un viejo brujo perteneciente a la etnia yaqui del norte de México, y de su benefactor Genaro Flores, un poderoso indio mazateco, quien formaba parte del grupo de conocimiento liderado por don Juan. Añadió que escribir era un aspecto importante de su recapitulación personal y que yo debía hacer lo mismo con todo lo que escuchara en sus pláticas. «¿Y si me olvido?» -le pregunté. «En ese caso el conocimiento no era para ti. Concéntrate en lo que recuerdes». Me explicó que el sentido de ese consejo no era sólo ayudarme a guardar una información que podía serme valiosa en el futuro. Lo importante era que yo adquiriese un cierto grado inicial de disciplina, a fin de que pudiese emprender más adelante verdaderos ejercicios de brujos. Describió el propósito de los brujos como «una empresa suprema: sacar al hombre de su limitación perceptual para devolverle el dominio sobre sus sentidos y permitirle entrar en un camino de ahorro energético».
Carlos insistía en que todo cuanto hace un guerrero debe estar imbuido de un urgente sentido de lo práctico. Dicho en otros términos, debe estar inflexiblemente orientado hacia el verdadero propósito del ser humano: la libertad. «Un guerrero no tiene tiempo que perder, porque el desafío de la conciencia es total y exige veinticuatro horas diarias de alerta máxima». En mi trato con él y con otros hombres de conocimiento, fui testigo de eventos extraordinarios, desde el punto de vista de la razón. Sin embargo para los brujos, cosas tales como la vista remota, el saber los sucesos por adelantado o el viaje por mundos paralelos al nuestro son experiencias normales en el desempeño de sus tareas. Mientras no seamos capaces de verificarlas por nosotros mismos, es inevitable que las tomemos como fantasías o, en el mejor de los casos, como metáforas propias de su lenguaje. La enseñanza de los brujos es así, tómala o déjala. No puedes razonarla. No es posible «verificarla» intelectualmente. Lo único que cabe hacer con ella es ponerla en práctica, explorando las extraordinarias posibilidades de nuestro ser.
Armando Torres
fuente: https://docplayer.es/55009721-Conversaciones-con-carlos-castaneda.html#show_full_text
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