Nuestro intelecto ha creado un mundo nuevo que domina a la naturaleza, y lo ha poblado con máquinas monstruosas. Éstas son de una utilidad tan indudable que no podemos ver ni aun la posibilidad de librarnos de ellas o de nuestro servilismo hacia ellas. El hombre está sujeto a seguir las incitaciones aventureras de su mente científica e inventiva y a admirarse de sus espléndidas hazañas. Al mismo tiempo, su genio muestra la siniestra tendencia a inventar cosas que van resultando más y más peligrosas porque representan medios cada vez mejores de suicidio al por mayor.
Por Carl Gustav Jung
En vista del rápido crecimiento del alud de población mundial, el hombre ya ha comenzado a buscar medios de detener la creciente inundación. Pero la naturaleza puede anticipar todos nuestros intentos volviendo contra el hombre su propia mente creadora. La bomba H, por ejemplo, detendría eficazmente la superpoblación. A pesar de nuestro orgulloso dominio de la naturaleza, aún somos sus víctimas, pues ni siquiera hemos aprendido a dominar nuestra propia naturaleza. Lenta y, al parecer, inevitablemente, estamos rondando el desastre.
Ya no hay dioses a los que podamos invocar para que nos ayuden. Las grandes religiones mundiales sufren de anemia progresiva porque los númenes benéficos han huido de los bosques, ríos y montañas, y de los animales; y los hombres dioses desaparecieron sumergiéndose en el inconsciente. Y nos mofamos de que lleven una vida ignominiosa entre las reliquias de nuestro pasado. Nuestra vida actual está dominada por la diosa Razón, que es nuestra mayor y más trágica ilusión. Con ayuda de la razón, así nos lo creemos, hemos ‘conquistado la naturaleza’.
Por eso es pura propaganda porque la llamada conquista de la naturaleza nos abruma con el hecho natural de la superpoblación y añade a nuestras aflicciones la incapacidad psicológica para tomar las medidas políticas pertinentes. Sigue siendo muy natural para los hombres disputar y pelear por la superioridad de unos sobre otros. ¿A qué decir, entonces, que hemos ‘conquistado la naturaleza’?
Como todo cambio tiene que comenzar en alguna parte, es el individuo, aisladamente, el que experimentará y lo llevará a cabo. El cambio también empezará con un individuo; puede ser cualquiera de nosotros. Nadie puede permitirse mirar en torno y esperar que algún otro le haga lo que le repugna hacer. Pero puesto que nadie parece saber lo que hay que hacer, sería conveniente que cada uno de nosotros, mientras tanto, se preguntara si, por casualidad, sabe su inconsciente algo que nos sirva de ayuda. La verdad es que la mente consciente parece incapaz de hacer algo útil a ese respecto. Hoy día, el hombre se da penosa cuenta del hecho de que ni sus grandes religiones ni sus diversas filosofías parecen proporcionarle esas ideas poderosas y vivificadoras que le darían la seguridad que necesita ante la actual situación del mundo.
Sé lo que dirían los budistas: las cosas irían bien sólo con que la gente siguiera la ‘noble vía de las ocho etapas’ del Dharma (doctrina, ley) y tuviera auténtica visión interior de sí misma. El cristiano nos dice que sólo con que la gente tuviera fe en Dios, tendríamos un mundo mejor. El racionalista insiste en que si la gente fuera inteligente y razonable, todos nuestros problemas tendrían solución. La pena es que ninguno de ellos trata de resolver estos problemas por su cuenta.
Los cristianos preguntan con frecuencia por qué Dios no les habla, como se cree hizo en tiempos pasados. Cuando oigo tales preguntas, siempre me hacen pensar en el rabino al que le preguntaron cómo podía ser que Dios se mostrara en persona muchas veces en los antiguos tiempos mientras que ahora nadie le veía. El rabino contestó: ‘Hoy día ya no hay nadie que pueda humillarse lo suficiente’.
Esa respuesta da en el clavo. Estamos tan cautivados por nuestra consciencia subjetiva y tan enredados en ella que hemos olvidado el hecho antiquísimo de que Dios habla principalmente por medio de sueños y visiones. El budista desecha el mundo de las fantasías inconscientes como ilusiones inútiles; el cristiano pone la Iglesia y la Biblia entre él y su inconsciente ; y el intelectual racionalista ni siquiera sabe que su consciencia no es el total de su psique. Esta ignorancia persiste hoy día a pesar del hecho de que desde hace más de setenta años el inconsciente es un concepto científico básico que es indispensable para toda investigación psicológica seria.
Ya no podemos permitirnos ser tan semejantes a Dios Omnipotente para erigirnos en jueces de los méritos y deméritos de los fenómenos naturales. No basamos lo botánica en la anticuada división de plantas útiles e inútiles, o la zoología en la ingenua distinción entre animales inofensivos y dañinos. Pero aún suponemos complacientemente que la consciencia es sentido y el inconsciente insensatez. En la ciencia, una idea semejante provocaría sonoras carcajadas. ¿Tienen los microbios, por ejemplo, sentido o no lo tienen?.
Sea lo que fuere el inconsciente, es un fenómeno natural que produce símbolos que tienen significado. No es de esperar que alguien que jamás haya mirado por un microscopio sea una autoridad en microbiología; del mismo modo, nadie que no haya hecho un estudio serio de los símbolos naturales puede considerarse juez competente en la materia. Pero la depreciación general del alma humana es tan enorme que ni las grandes religiones ni las filosofías ni el racionalismo científico han estado dispuestos a examinarla dos veces.
A pesar de que la Iglesia católica admite el hecho de los somnia a Deo missa (sueños enviados por Dios), la mayoría de sus pensadores no hace ningún intento serio de entender los sueños. Dudo que haya algún tratado o doctrina protestante que cayera tan bajo para admitir la posibilidad de que la vox Dei pudiera percibirse en un sueño. Pero si un teólogo cree realmente en Dios, ¿con qué autoridad puede decir que Dios es incapaz de hablar a través de los sueños?
Me he pasado más de medio siglo investigando los símbolos naturales y he llegado a la conclusión de que los sueños y sus símbolos no son estúpidos y sin significado. Al contrario, los sueños proporcionan la más interesante información para quienes se toman la molestia de comprender sus símbolos. Cierto es que los resultados tienen poco que ver con esas preocupaciones mundanas de comprar y vender. Pero el significado de la vida no está exhaustivamente explicado con nuestro modo de ganarnos la vida, ni el profundo deseo del corazón humano se sacia con una cuenta bancaria.
En un período de la historia humana en que toda energía disponible se emplea en investigar la naturaleza, se presta poca atención a la esencia del hombre, que es la psique, aunque se hacen muchas investigaciones en sus funciones conscientes. Pero la parte de la mente, de verdadera complejidad y desconocida, en la que se producen los símbolos están aún virtualmente inexplorada. Parece casi increíble que, aun recibiendo señales de ella todas las noches, resulte tan tedioso descifrar esos mensajes para la mayoría, salvo para unos cuantos que se toman la molestia de hacerlo. El mayor instrumento del hombre, su psique, es escasamente atendido y, con frecuencia, se recela de él y se le desprecia. ‘Es solamente psicológico’ significa, con demasiada frecuencia, no es nada.
¿Dé dónde procede, exactamente, este inmenso prejuicio? Hemos estado tan palmariamente ocupados con la cuestión de lo que pensamos que hemos olvidado por completo preguntar qué piensa la psique inconsciente acerca de nosotros. Las ideas de Sigmund Freud confirmaron a la mayoría de la gente el desdén que existía hacia la psique. Antes de él se la miraba y desdeñaba; ahora se ha convertido en vertedero de detritus morales.
Este punto de vista moderno es, con seguridad, unilateral e injusto. Ni siquiera está de acuerdo con los hechos conocidos. Nuestro conocimiento efectivo del inconsciente nos dice que es un fenómeno natural y que, como la propia Naturaleza, es, por lo menos, neutral. Contiene todos los aspectos de la naturaleza humana: luminosos y oscuros, bellos y feos, buenos y malos, profundos y necios. El estudio acerca del simbolismo individual, y también del colectivo, es una tarea inmensa que aún no se domina. Pero al fin, se ha iniciado. Los primeros resultados son alentadores y parecen indicar una respuesta a muchas preguntas incontestadas de la humanidad de hoy día.
Extracto del libro El hombre y sus símbolos, Carl Gustav Jung, M. L. von Franz, Joseph L. Henderson, Jolande Jacobi, Aniela Jaffé (1959), Luis Caralt Editor S.A., 1984.
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