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Ecotropía

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Categoría: • Análisis

O la inteligibilidad del desorden

La conspiración obrera (1º parte)

Publicada el 24/08/2008 - 07/09/2018 por raas

¿Qué es el socialismo?, ¿qué quieren los socialistas y qué critican?

Por Jan Vaclav Majaiski
Ginebra, 1908

La raíz del mal –sostienen– es la propiedad privada de los medios de producción; individuos que poseen los instrumentos de trabajo, la tierras, las fábricas…

Pero, ¿han proclamado ya los liberadores que todo el mal consiste en la pertenencia de esclavos a amos distintos?

Los socialistas dicen que si se deja de lado a los pequeños propietarios campesinos y a los artesanos que no emplean a nadie y que tampoco se alquilan, y que de todos modos muy pronto se convertirán en proletarios, la sociedad contemporánea se encuentra dividida entre un puñado de propietarios de tierras e industriales, que recogen los frutos del trabajo ajeno y los proletarios que viven de la venta de su fuerza de trabajo […] y que de esto proviene todo el mal.

Y que si se modificara este estado de cosas, de modo tal que la tierra y las fábricas no fueran ya propiedad privada, sino que pertenecieran a toda la sociedad, y que no hubiera ya más patrones, entonces aparecería la feliz república de los trabajadores. Nadie podría vivir del trabajo ajeno, todo sería bueno para todos, puesto que la raíz del mal habría sido extirpada; la propiedad privada de los instrumentos de producción.

[…] Veamos un poco más de cerca esta fábula socialista. Si se descarta al pequeño propietario, según ella, la sociedad contemporánea representa, fuera de un puñado de grandes propietarios, una tropa indiferenciada de proletarios asalariados del capital, humillados por él, de un modo idéntico, ganando todos por igual su pan con el sudor de sus frentes, unos con las manos, otros con su cerebro… ¡Sí!, todos son trabajadores, los hacheros, los labriegos, los tejedores, los ingenieros, los profesores, los contables… sí, pero algunos llevan a cabo exclusivamente un trabajo manual de productores-esclavos en tanto que otros cargan el fardo patronal de la dirección y la organización de esa misma mano de obra, y llevan a cabo lo que los patrones han practicado en todos los tiempos, y lo que realizan todavía hoy en día algunos capitalistas y grandes latifundistas.

Es verdad que los intelectuales, al igual que los proletarios sin calificaciones, deben vender su fuerza de trabajo para vivir, «alquilarse» a un patrón o a toda la sociedad, al estado. Sin embargo, el obrero vende sus manos desnudas, la fuerza física de que ha sido dotado por la naturaleza; del mismo modo que cualquier animal, él vende su sudor y su sangre. El intelectual otorga al mercado los conocimientos que ha adquirido gracias al trabajo de los obreros, como el capitalista ha adquirido a su vez la fábrica; puesto que, mientras él estudiaba en la universidad, viajaba a hacer su práctica al extranjero, los obreros se debatían en la fábrica, producían los medios para su capacitación, su enseñanza «a favor de la humanidad» […]. Él vende a los capitalistas su saber hacer para extraer del mejor modo posible el sudor y la sangre de los obreros. Vende el diploma que ha adquirido gracias a la explotación de aquéllos […].

¿Trabaja más porque ha tenido la posibilidad de estudiar sobre las espaldas de otro en lugar de trabajar? En cuanto al obrero, no puede más que sobrevivir con su salario y perpetuarse en el mercado de trabajo como ganado laborioso, mientras el intelectual vive como los amos y hace de sus hijos «señores». Así como el propietario lega sus bienes, el intelectual transmite el privilegio de su trabajo ligero, propio y ganancioso, a su descendencia […].

¿Significa esto que habría otros parásitos amén del puñado de propietarios de los medios de producción? No hay sino más con cada año que pasa, con cada paso dado por la civilización […],

con el patrón se encuentra el ingeniero y una docena de sus ayudantes, y por el otro lado, se presenta una jauría de empleados al «servicio» de la sociedad, así como miembros de diversas profesiones liberales; los socialistas no pueden conocer –no pueden siquiera plantearse la pregunta– acerca de los medios mediante los cuales, no poseyendo ningún derecho sobre la tierra y las fábricas, no poseyendo ningún «propiedad», esta gente se aprovecha del trabajo de los obreros. Son gente inocente, dicen los socialistas, ¡viven de su trabajo!

Callándose en este punto, los socialistas dejan en penumbra y en paz la mejor parte de las ganancias realizadas por el patrón después de su repartija con sus intelectuales mercenarios. El patrón es, ante todo, un organizador intelectual, no se contenta con ser meramente propietario. Mete en su bolsillo izquierdo los dividendos por su aporte de capital, y en su bolsillo derecho una recompensa por su «esfuerzo», su «penuria», no sólo por el «riesgo» corrido sino igualmente por su «iniciativa», por su gestión consecuente, en una palabra, por su penoso y pesado trabajo de organizador. Los socialistas no piensan siquiera atentar contra esta clase de ganancias. Al contrario, expresan de mil modos su respeto por este bolsillo del patrón. Y bien; este bolsillo es una vía de ingreso bajo la forma de remuneración a los organizadores; cada intelectual tiene el mismo bolsillo.

Por consecuencia, hay un papel en el bolsillo derecho del patrón que señala que toma –en tanto organizador del negocio– todo el beneficio que comparte con sus ayudantes. Es aquí que se encuentran las finanzas consagradas a la remuneración de la organización –por el patrón y toda su sabia hermandad– necesaria para la producción contemporánea. En el bolsillo izquierdo tiene otro papel más que estipula que en el momento del reparto, el patrón deberá quedarse con una plusvalía, en tanto que dividendos del capital.

Entonces, cuando el socialista exclama: ¡Abajo la propiedad privada!, significa que hay que desgarrar el papel que se encuentra en el bolsillo izquierdo del patrón y que lo provee de ventajas particulares en relación con otros explotadores, y que es preferible transferir el dinero de este bolsillo al de la derecha, a la suma total del ingreso nacional… ¡Ni más ni menos! ¡En esto consiste todo el socialismo!

El patrón no se queda sin medios para asegurar favorablemente a su descendencia, ni sin poder sobre los no-propietarios, como pasó con el propietario feudal. Pero es la intelectualidad la que se apropia de todo el beneficio.

[…] No sin razón el socialista no quiere organizar el ataque directo contra las ganancias. ¡Es que son las que no piensa disminuir en ningún momento! En tanto que intelectual quiere obtener únicamente, eliminando al capitalismo, un reparto más armonioso de las ganancias en el seno de las sociedad dirigente. Si se la pasa hablando de métodos más racionales de extracción y aumento del ingreso nacional.

El socialismo no es la rebelión de los esclavos contra la sociedad que los despoja; son las quejas y los planes de rapacería pequeña, del intelectual humillado pero que está comenzando a tener parte del control y le disputa al patrón sus beneficios, extraídos de la explotación de los obreros.

Examinemos más circunstanciadamente cómo y por qué el socialista critica al patrón capitalista. Examinemos su propio razonamiento.

En la actualidad los patrones ya no organizan el trabajo de sus obreros, han cesado de dirigirlos por sí mismos, de ejercer el mando directo, y han transmitido estas tareas a la intelectualidad asalariada, en tanto viven la buena vida en sus balnearios y se contentan con percibir sus cupones. Veamos qué dice el socialista. Por esto último que hacen, los capitalistas han devenido, ahora, parásitos. Mientras extraían los beneficios con su propio órgano succionador, los capitalistas no eran parásitos, ¡desde el punto de vista de la prédica socialista! No hacían sino cumplir «un papel socialmente útil». Análogamente, antes que ellos los nobles esclavistas eran necesarios y útiles (uno puede preguntarse en todo caso, para quiénes). Fueron quienes organizaron las primeras grandes explotaciones (¿a favor de quién, con quiénes?).

Defendían a los villanos contra los nobles vecinos (del mismo modo que el lobo defiende la cabra que acaba de apresar contra uno de sus congéneros vecinos) […] En tanto el noble era el explotador casi único y en todo caso el más activo, no podía ser un parásito. En eso se convierte cuando a su costado se agranda el capitalista, quien emprende mejores trabajos que él y tiene necesidad de caminos seguros y bajo control, por eso es que se pone a organizar con los reyes y príncipes grandes estados fuertes, después pasa a la organización directa del trabajo de los esclavos, a la vista de ganancias bastante más considerables. El noble se convierte en parásito porque deja de ser el principal comanditario del negocio, porque ya no es su organizador; al contrario, sus viejos privilegios –la posesión de esclavos, etc.– impide a los nuevos amos manifestar todas sus capacidades, desarrollar sus métodos para acrecentar el bienestar de las clases privilegiadas.

Así piensan y enseñan todos los señores socialistas, y si los socialistas científicos se caracterizan por ello, mucho más todavía los socialdemócratas.

¿Por qué tendrían que justificar ellos al capitalista e incluso al noble feudal, siendo que éstos erigen un sistema social de explotación?

Para que los bienes acumulados al cabo de los siglos en las manos de la sociedad dirigente, en medio de ese «progreso», sean considerados como bienes inviolables. Para preparar a fondo la justificación y la legitimación de la deducción de todos los beneficios, de todo el «ingreso nacional», del «disfrute social», por la cofradía sabia que se apresta a tomar el lugar de los viejos explotadores. Esta cofradía que los socialistas siempre dejan en la sombra cuando enumeran a los explotadores actuales señalando con el dedo a los capitalistas y a los grandes terratenientes.

¿Un explotador acaso no sería parásito más que cuando cesa de organizar por sí mismo la explotación? Si los socialistas juzgan a los capitalistas como prescindibles y nocivos para la sociedad hoy, es porque no organizan ya la producción; por lo tanto, quienes sí lo hacen en su lugar no serán parásitos en absoluto, aunque se alcen jugosos beneficios. Por lo tanto, según el derecho socialista, son ellos quienes deben ocupar el lugar de los amos, y si toda la ganancia termina en sus manos, no significará, empero, que ellos sean ahora los parásitos de la sociedad. Al contrario, todo volverá a su cauce normal y natural. Lo que no habrá más en la sociedad es gente que percibirá beneficios sin tomar parte en la producción, aunque la esencia eterna de la esclavitud –la división de la sociedad entre explotadores-organizadores a un lado y esclavos-ejecutantes hambreados por el otro– se mantenga en su totalidad.

¿Es así? ¿Hay acaso un antagonismo radical entre los esclavos y los organizadores de la esclavitud, entre el trabajo ajeno y el propio, entre los aprovechadores del trabajo manual y los productores explotados, entre los satisfechos de siempre y los hambreados de siempre? El socialista jamás remarcará esto, ni alrededor suyo ni en el pasado. No ve más que el antagonismo

entre los amos viejos y los nuevos. ¿Será por eso que él designa a la historia del pillaje utilizando términos tan convenientes como «historia del desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad» o del «progreso humano en general, será por ello que funda tantas esperanzas en este proceso «natural», conforme a las «leyes históricas»? […] ¡No faltaba más! Los amos siempre se han beneficiado de cada «grado de desarrollo de las fuerzas productivas», siempre han ganado y mucho con cada paso de «progreso», tanto que les resulta totalmente «natural» aceptar de un modo u otro (dialéctico u otro) la historia «de acuerdo con las leyes de desarrollo».

Por lo demás, no hay ninguna doctrina socialista que no se haya esforzado con mayor o menor elocuencia, en persuadir a los capitalistas que no tenían nada que perder con el socialismo, del mismo modo en que otrora los liberadores convencían de lo mismo a los señores feudales.

Es evidente que esto no se hace desde los folletos y proclamas que se difunden en el seno del «pueblo»; con ese destinatario se agita un único punto: ¡Abajo el capitalismo!, pero aquello está expresado en obras densas y eruditas escritas por las mismas manos, que el pueblo no lee.

[…] Pero si la jauría de lobos no pierde nada, ¿qué es lo que ganan los carneros? […] Si los socialistas mismos aseguran que los patrones actuales no perderán nada en general, ¿qué es lo que esto podrá aportarle a los obreros, a su exigencia de supresión del hambre y la esclavitud, es decir de la explotación, en una palabra, de las ganancias de los capitalistas y otros parásitos?

Va de suyo que esto no aportará nada, puesto que el progreso de la explotación y su supresión son dos cuestiones totalmente disímiles.

El socialista no lo ignora, pero ¿es ése su negocio? ¿En qué sentido podría preocuparlo?

Kautsky, por ejemplo, a quien se dirigen casi todos los socialistas del mundo entero como a uno de los pilares vivos del socialismo, para preguntarle, pedirle explicaciones y recibir sus enseñanzas, incluso aquella que enseña a los congéneres más jóvenes acerca de cómo es necesario componer hábilmente, para los obreros, proclamas sobre temas como: «¡Abajo el capitalismo!», Kautsky, pues, en su libro sobre la revolución social declara con total tranquilidad que al día siguiente de la revolución, el salario de los obreros será sin duda más elevado que en la actualidad. y que los gastos sociales aumentarán también sensiblemente (se trata, para hablar en términos más simples, de la paga de todos los parásitos, que serán, para entonces, todos funcionarios sociales, y ya no propietarios como al día de hoy).

Si bien no todos los socialistas lo reconocen tan simple y abiertamente, algunos de entre ellos, en todo caso, no se han asombrado por las declaraciones de su propio apóstol. Todos explican que la lucha del obrero por elevar su salario y sus condiciones de vida no consigue nada, y que la raíz del mal se encuentra en la propiedad privada de los medios de producción, aunque también saben que la transferencia de la propiedad de privada a social no cambiará en absoluto las condiciones de vida de los explotadores y sus explotados.

Alcanza para advertirlo mirar un poco alrededor: ¿son solamente las empresas privada las que esquilman al obrero? ¿Qué pasa en las públicas? ¿En las de ferrocarriles del estado o en las minas nacionalizadas? Y allí no hay patrones privados. ¿Qué pasaría si todos los patrones se camuflaran de la misma manera en fábricas y propiedades raíces, bajo la forma de funcionarios de estado? ¿Habríamos llegado con ello a la república socialista, social, volcada al bienestar general? El socialista sonríe con desprecio: hay que aprender a distinguir la propiedad pública de la social; al día de hoy, dice, hay funcionarios zaristas en las fábricas [nacionalizadas] en tanto que en la repúbica socialista serán empleados sociales; ahora el patrón es la autocracia; más tarde será la sociedad, la república.

En todo caso, podemos observar desde ya en las empresas públicas del estado que la ausencia de propiedad privada de los medios de producción no resuelve en absoluto la cuestión de la explotación del hombre por el hombre, incluso aunque se denomine a ese estado de hecho, en un contexto diferente, como una «producción socializada».

[…] Es necesario antes que nada conquistar el poder político, obtener todas las libertades posibles (y sobreentendida entre ellas la de morirse de hambre), conquistar la democracia, instaurar la república, más tarde desarrollarlas hasta el fin […] sostienen los social-demócratas y los social-revolucionarios […] para que el capitalismo pueda desplegar todas sus contradicciones, explican los primeros, en tanto que los segundos prefieren dejar ese asunto en la sombra…

Eso significa, afirmamos nosotros, que la libertad total de concurrencia de todos los capitales y de todos los conocimientos, de todos los medios de explotación, ha conducido a los capitalistas actuales a no poder ya prescindir de los intelectuales, a la necesidad para ellos de apelar a las masas de esos explotadores suplementarios y llevarlos al proscenio con el fin de retenerlos a sus flancos.

[…] El estado democrático significa que el científico toma el lugar de la policía, o más bien que se pone en el mismo rango que la policía. Por eso se multiplican los responsables sociales; los diputados, los políticos, los agrónomos, los estadísticos, los corresponsales de periódicos, los abogados, etcétera.

He aquí porqué la intelectualidad democrática aguarda con impaciencia, más que los mismos burgueses, el progreso ulterior de la sociedad burguesa, en general, y las democratizaciones sobrevenidas con él. He aquí porqué esta intelectualidad democrática explica a las masas que se insurgen que su emancipación no se alcanzará a través de la lucha económica, del ataque a la bolsa de sus amos, sino exclusivamente a través de la lucha política, es decir de la lucha para instaurar un régimen tal que esa bolsa pueda acrecentarse de un modo mejor en primer lugar, y sobre todo pueda entreabrirse para la cofradía sapiente. He aquí porqué la intelectualidad considera a la democratización de la sociedad, es decir su propia penetración en todos los poros del estado burgués, como la garantía suficiente de que la socialización constituirá por sí la entrada en un verdadero paraíso y no una nueva prisión, mucho más hermética que la anterior. Y bien, ¡sí!

La transmisión de todos los medios de producción a las manos de la intelectualidad que ya tiene el gobierno social, constituirá para ella un verdadero paraíso. La socialización de los medios de producción, en una democracia, no puede prometer a los trabajadores manuales más que el reforzamiento de la organización de poder que los domina, la reafirmación del estado, en suma.

La sociedad capitalista contemporánea daña los intereses de la intelectualidad, ya sea o no parte integrante del sistema y encima la humilla poniéndola bajo la dependencia de los capitalistas.

Resintiéndose ante tal humillación, el intelectual se resiste y se dirige a los esclavos del trabajo manual, siempre prestos a la rebelión, esforzándose en predicarles la revolución […] cuando el progreso burgués se estanca. Sin embargo, como no sufre por las mismas causas, ni de la misma manera que el obrero, no le propone sino planes de lucha que le permitan eliminar cuanto antes las causas de su propio mal, sin aportar al «camarada» obrero nada en absoluto, salvo la promesa genérica de un futuro mejor. Las exigencias que han movido a los obreros son inevitablemente postergadas por el intelectual; para más tarde, dejadas de lado, para «el futuro».

¿Cómo gente que vive en la sociedad actual como lobos y corderos podrán luchar juntos por un porvenir mejor, por un porvenir para toda la sociedad? En tanto que unos viven a expensas de los otros. Solo quien quiere enmascarar el antagonismo existente en esta alianza que anuncia tantos problemas, se atreve a hablar del porvenir radiante de la humanidad; quiere enmascarar este antagonismo porque con ello se aprovecha para tratar sus pequeños negocios.

Toda la sumisión de los esclavos se explica por las riquezas que se les quita a cada momento, cada día, en cada pago. El socialista les enseña a dar la espalda a lo que pasa cada día, como si se tratara de cosas insignificantes, para poder fijar mejor la mirada en lo futuro, en las tareas de «la humanidad». Si el proletariado combate por las premisas de la humanidad «futura» no lo hace de hecho sino para la satisfacción de necesidades bien actuales de la intelectualidad. Si el proletariado se priva de «cosas insignificantes» del presente, en nombre de eso futuro, provee por ese mismo hecho de ventajas al universo de las «manos blancas». Este último se beneficia de cosas «insignificantes», de esas necesidades actualmente insatisfechas de la masa obrera, de allí no retira más que una parte suplementaria de riqueza.

El intelectual gana así a dos puntas. La conquista de «grados» le provee, desde ya, de una parte importante del ingreso nacional. El abandono de la lucha por el pan en nombre de esos «grados» por parte de la masa obrera, aumenta directamente y conserva toda esta ganancia nacional.

El mejor azote que somete el esclavo al señor es el hambre del desocupado; pero el cuello blanco enseña que en el estado actual de la economía de la humanidad, ese látigo no es más la obra de los amos, sino que es natural, inevitable, que no se lo puede suprimir, que pretenderlo sería insensato, incluso criminal, puesto que, si no sobreviniera en el momento oportuno, toda la obra futura de la emancipación podría peligrar… según la doctrina socialista no se podrá cocer un pan igual para todos más que en un régimen futuro y de ninguna manera de inmediato, como se lo desearía. La sociedad actual no puede proveer todavía el horno para ese fin. El trabajo no sería tan productivo en la sociedad actual, según lo que declaran. La «sociedad» está todavía demasiado dividida por la competencia a que se libran los poseedores entre sí.

No se está en condiciones de nutrir a todo el mundo. No se trata de que no quiera hacerlo –por no sufrir ella misma de hambre– y que se aproveche de esa hambre extendida entre los productores, para desarrollarse y enriquecerse sin pausa; no, se trata de que «ella» no puede. ¡Eso es lo que dice «el enemigo», el «destructor» del régimen actual! ¡Un enemigo bien acomodaticio, por cierto! Para decidirse a decir todo esto a todos los que están en la indigencia en medio de innumerables riquezas, y no revelar de inmediato su naturaleza rapaz de explotador, se hace necesario elaborar concienzudamente el ideal socialista, esa piel de cordero que esconde al lobo…

La preparación del paraíso socialista o los sindicatos legales

De acuerdo con la enseñanza socialista, la sociedad actual de pillaje no establece únicamente la esclavitud de los obreros sino que prefigura igualmente la libertad de estos últimos, prepara el futuro paraíso socialista: la explotación capitalista porta en su seno la igualdad socialista, la opresión capitalista nos conduce a la libertad socialista. Por eso no nos debemos asombrar de encontrar simultáneamente entre los socialistas dos concepciones diametralmente opuestas sobre los sindicatos obreros legales. Cuando se trata de la opresión actual de los obreros, la infelicidad y los sufrimientos se transforman al mismo tiempo en bienestar y alegría, lo negro en blanco, la mentira en verdad. Semejante contabilidad doble es la continuación inevitable de sus enseñanzas.

Cuando los socialistas son llevados a discutir con los defensores de un gobierno también reaccionario, por ejemplo, con el gobierno zarista, recuerdan y demuestran con muchísmo celo que los sindicatos obreros representan por sí mismos en toda Europa la garantía del progreso burgués, la garantía de la tranquilidad, del poder y de la solidez del estado burgués. Cuando hablan de esos mismos sindicatos delante de los obreros, les aseguran que las masas laboriosas construyen en ellos el fundamento del futuro régimen socialista. Advirtamos que esto debería significar en la lengua de los socialistas » abolir el yugo para los obreros», en tanto que en realidad, solidifica el estado burgués, no contribuye sino a reforzar ese mismo yugo.

Así los socialistas se convierten en verdaderos charlatanes, tanto cuando hablan con los gobiernos burgueses como cuando hablan con los obreros, y siempre con la misma amable sonrisa: demuestran a los gobernantes que los sindicatos refuerzan la dependencia de los obreros; a los obreros les aseguran que los sindicatos los llevarán a la independencia.

¿Pretenden los socialistas tomar a los obreros por imbéciles? En algún caso la burguesía, como en los países de Europa occidental, dejando propagar los sindicatos en la mayoría de las ramas de actividad, ha garantizado efectivamente la tranquilidad al mundo del pillaje. En lo que atañe al fundamento socialista, el negocio se presenta cada vez peor. Cuanto más se elabora este fundamento por parte de los obreros, más los socialistas alaban sus méritos, más alto en el cielo se eleva el edificio socialista.

Examinemos más de cerca porqué todas las consideraciones sobre los fundamentos socialistas, planteadas por los sindicatos y otras organizaciones obreras legales no son más que mentiras.

Para emanciparse, para suprimir la clase de los capitalistas, los socialistas dicen que los obreros deben hacerse cargo de toda la producción. Sin embargo, no pueden hacerlo todo de golpe, deben primero prepararse. En los sindicatos, los obreros –siempre de acuerdo con los socialistas– se familiarizan con todas las particularidades de su rama de producción y se convierten cada vez en más capaces de hacerse cargo, con total independencia, haciendo superfluos a los empresarios privados.

Los socialdemócratas agregan también que los obreros deben aprender a dirigir el estado, y que en sus asociaciones políticas, en el momento de las campañas electorales, en todas sus bancadas parlamentarias, en todas las diversas responsabilidades elegibles, en los consejos municipales y en otras instituciones, los obreros se adueñarán progresivamente del poder de la burguesía, adquiriendo al mismo tiempo todos los conocimientos indispensables para ejercer la dirección estatal. Los socialistas declaran únanimemente, además, ser partidarios de crear todo tipo de sociedades culturales, de universidades populares, para que, pretendidamente, los obreros adquieran en la menor cantidad de tiempo los conocimientos que posee la burguesía cultivada. He aquí como, gracias a los socialistas, se edifica el fundamento de la sociedad socialista por venir. ¡Qué formidable actividad!

–Pásenla bien, diviértanse, mis pequeñuelos; no prohibimos a nadie de soñar. Así responden todos los gobiernos de la Europa occidental a estos planes socialistas de derribamiento del régimen burgués, y le acuerdan a los socialistas la más completa libertad de charlatanería. .

Los obreros tienen que destruir su prisión secular, en tanto que los socialistas los adormecen aconsejándoles que eleven su nivel moral, que desarrollen su inteligencia y su corazón. Los obreros tienen delante suyo el adueñarse de las riquezas del mundo entero, en tanto que los socialistas les aconsejan distraer una parte de su miserable salario servil ¡con el único fin de organizar el paraíso futuro en los sindicatos y otras asociaciones corporativas! Cuando se perjudica una parcela menor de sus riquezas, la burguesía los castiga enviándolos al presidio o a la horca, en tanto que los fariseos socialistas prometen eliminar todas las leyes feroces gracias a la facundia de sus periódicos, a sus discursos en los encuentros callejeros, en los congresos y en las tribunas parlamentarias.

Jamás en lugar alguno, la gente se ha liberado en el terreno de sus enemigos, que es lo que los socialistas prescriben a los obreros. Basta comparar su obra con la de las revoluciones –cuando  nuevas clases realmente se liberaron– y entonces podremos ver que la obra de los socialistas consiste en extinguir la revolución y que, de hecho, no la preparan, sino al contrario, frenan e impiden la revolución obrera.

[…] que los socialistas no se asombren cuando los obreros insurgentes les arranquen al fin las máscaras, y los declaren traidores y enemigos de la revolución obrera.

La conspiración obrera, 2º parte

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La conspiración obrera (2º parte)

Publicada el 24/08/2008 - 07/09/2018 por raas

Todos las enseñanzas socialistas acerca del comunismo futuro y sobre la necesidad de prepararse para ese fin no tienen por objetivo principal sino el distraer a los obreros de la lucha directa e inmediata, y de llevarse al cielo sus esperanzas. Los socialdemócratas declaran, in extremis, que eso es verdad para los utopistas pero que en lo que concierne al socialismo científico –las enseñanzas de Marx y Engels– el asunto es totalmente diferente.

Por Jan Vaclac Majaiksi
Ginebra, 1908

El socialismo científico, precisamente, con sus hechos y cifras ha constituido una absurda fábula acerca del advenimiento del paraíso socialista. Según ellos, los grandes capitalistas, a través de la competencia, aplastan sin pausa a los pequeños capitalistas, y muy pronto, de ese modo, la clase entera de los capitalistas se reducirá a un insignificante puñado de multimillonarios y todo el resto de la sociedad burguesa se transformará en proletarios asalariados. Con el acompañamiento de tales canciones hipócritas nacen cada día millares de nuevos burgueses de manos blancas, que se instalan en los barrios más distinguidos de las grandes ciudades y viven con mucho más lujo que los pequeños propietarios que «perecen» en la competencia con el gran capital. Los más fieles discípulos de Marx se ríen ahora de esta fábula de su maestro, se ríen para sus adentros, ciertamente, puesto que sería altamente inconveniente adoptar delante de todo el mundo una actitud tan irreverente ante un maestro infalible.

Es evidente que este hallazgo «científico» no tiene más objeto que contener los ímpetus de revuelta entre los obreros hasta que toda la burguesía se transforme en un «puñado ínfimo» de multimillonarios. Los socialdemócratas han repetido y continúan haciéndolo detrás de sus guías, sin hacerse el menor problema ante los obreros: «esperen a que los capitalistas hayan cavado sus propias tumbas», el «desarrollo del capitalismo por su propio movimiento prepara la emancipación del proletariado». Todo esto, sin duda, «independientemente de la voluntad de los hombres». Esto debería significar que entre los socialdemócratas para reemplazar a los viejos nacen nuevos dioses socialistas, «bienhechores», quienes por su poder celestial, reducen a los fuertes y elevan a los débiles.

La ciencia socialista, como toda ciencia social, aun cuando sea enemiga jurada del oscurantismo religioso, sabe operar con las masas obreras haciendo los mismos pases de prestidigitación que los brujos paganos o los sacerdotes cristianos. En cualesquiera de los partidos socialistas, en sus reuniones, en los congresos, durante los desfiles del Primero de Mayo, los obreros rezan, del mismo modo que en las iglesias, para la dicha futura que no se realizará sino en los más remotos descendientes. ¡El fruto no está todavía maduro! ¡Las fuerzas productivas no están todavía suficientemente desarrolladas! ¡La hora de la revolución socialista todavía no ha llegado! ¡Paciencia! Esto es lo que predican infatigablemente todos los curas socialistas. De ese modo, toda la indignación contra la esclavitud, toda la rebeldía contra el mundo de la violencia y la mentira no desencadenan entre los obreros socialistas acciones, ni luchas sino únicamente fe en un régimen futuro de justicia.

Es necesario difundir la nueva religión socialista para salvar el mundo. De todos modos, si la propagación de ésta salva al mundo, la explotación no cesará por ello. Al contrario, el viejo mundo del pillaje se hará sin cesar más fuerte, rejuvenecerá y adquirirá una gran longevidad.

Porque el crecimiento de la fe socialista, o como dicen los socialistas, de la conciencia socialista, no aumenta para nada la capacidad de revuelta de los obreros, ni sus aspiraciones a derrocar la esclavitud secular. Muy por el contrario, significa únicamente un mayor amor hacia el régimen existente. No puede ser de otro modo. ¿En qué consiste pues la fe socialista?

El régimen burgués actual prepara un orden futuro de igualdad y justicia totales. ¿Cómo no valorar entonces, cómo no amar este régimen de pillaje, cómo no participar con todas las fuerzas en su desarrollo y progreso? Para que se transforme cuanto antes, como está pronosticado, en el paraíso socialista. De ese modo exactamente actúan por todas partes los socialistas y los obreros que tienen la fe socialista. Más que la propia burguesía, adoran la grandeza de la «patria» burguesa. Son los mejores combatientes a favor del progreso burgués. Ésta es la razón por la cual el socialismo se extiende tan libremente por todo el mundo, la razón porqué resulta imprescindible a la prosperidad burguesa de modo similar a como lo fue el cristianismo en tiempos pretéritos.

Este papel de religión científica está desempeñado de la mejor manera en beneficio de la burguesía, gracias a la enseñanza de Marx y Engels, por el socialismo científico, el mismo que había dado por tierra tan victoriosamente con los primeros socialistas utópicos que según ellos querían llevar a los obreros a librar batalla prematuramente contra la burguesía, que había iluminado con una luz refulgente –al parecer– la marcha victoriosa del proletariado hacia su emancipación.

Los escritores reaccionarios a menudo le critican a los marxistas de predicar a los obreros la lucha contra la burguesía, la guerra civil generalizada. A esto, los marxistas responden que estos escritores no han comprendido a Marx. Su enseñanza preconiza la lucha de clases únicamente contra un puñado de plutócratas, pero está nutrida de una profunda ternura hacia la sociedad burguesa y su progreso. No hay nada de anarquista ni de insurreccional en esto, muy al contrario, lo que hay es de lo más idealista y religioso.

En este caso preciso, los marxistas dicen la verdad. En efecto, ¿qué es lo que enseña la filosofía de Marx, denominada comprensión materialista de la historia o incluso materialismo histórico y dialéctico? Enseña que en todos los tiempos, en todas las sociedades, todos sus gobiernos y leyes deben corresponder a las necesidades materiales de la gente, a sus necesidades económicas y a sus fuerzas productivas. ¿No significa eso que los propietarios de esclavos en la Antigüedad encadenaban a sus esclavos, que los señores feudales azotaban a sus siervos, que los capitalistas hambrean ahora a los obreros por la exclusiva razón que así lo han exigido y lo exigen todavía «las necesidades de la gente», siempre de acuerdo con las «necesidades económicas de la sociedad»? ¿Qué más puede pedir la burguesía de los marxistas? ¿Acaso las doctrinas sacerdotales y de los estadistas han intentado demostrar otra cosa?

¡Este socialismo científico contemporáneo es un mecanismo increíblemente maligno! ¡Es tan fácil dejarse seducir por sus hermosas palabras! «La lucha de clases contra los explotadores» quiere decir si se reflexiona un poco: «¡Derroquemos de inmediato a los pillastres!; «material», «económico» significan con toda seguridad que ésta es una causa exclusivamente obrera. ¿»Materialista» equivaldría a insurreccional entonces? ¿Contra todas las santidades de la religión? Uno se deja seducir por semejantes definiciones puesto que, confiadamente uno quiere aprender todo lo de esta enseñanza. Uno hace toda la escuela socialista y no se da cuenta siquiera de que se ha transformado en un peón intelectual burgués. Uno vive en medio de la opresión de los obreros y uno no la siente ya más, uno se olvida que se ha nacido en una prisión, que se está condenado a un trabajo esclavo para toda la vida. Uno comienza así a amar a la sociedad del pillaje. Se comienza a magnificar como su patria a la unión de todas las Rusias, opresores de todas las nacionalidades. Se desea un renacimiento burgués de esta patria y se pone uno a luchar por la felicidad de esta unión opresora.

Cuanto más se extiende la doctrina socialista por el mundo más se convierte, con el paso del tiempo, en una verdadera doctrina sacerdotaal. Antes todavía, había casos en que los socialistas, en particular los marxistas, se sentían ofendidos al ser comparados con propagandistas religiosos. Hoy en día los socialistas reconocen públicamente que han elaborado una religión nueva. De ahora en adelante, tratarán de calumniador a quien considere a los sacerdotes como estafadores y a la religión como la más sólida cadena de la esclavitud. ¡Qué se creen! ¡Todas las religiones, a su debido tiempo, «han educado a la humanidad»!

Así que ya lo hemos visto, los eruditos socialdemócratas deliberadamente echan un velo sobre la opresión secular de las masas obreras. Consideran con tanta imprudencia como naturalidad la coexistencia de la sociedad civilizada y del estado y denominan colaboración la servidumbre de la mayoría de la humanidad, exclusivamente transformada en bestias de carga para las minorías privilegiadas.

Por cierto que si esta «colaboración» ha sido siempre indispensable para el bien común, ahora lo es en grado superlativo y más lo será hasta tanto el paraíso socialista no se instaure. Esta enseñanza de los socialdemócratas acerca de la homogeneidad del cuerpo social reduce a una declaración hueca y vana toda la voluntad declarada de «lucha de clase contra el régimen de explotación». En efecto, no pregonan a los obreros más que una «lucha de clases» que no constituye peligro alguno para el orden vigente de pillaje, y que puede ser admitida por toda sociedad burguesa inteligente.

Esta concepción de la colaboración económica de los trabajadores y sus explotadores restaura la intregridad de los preceptos morales de los amos, y hace pesar otra vez sobre los obreros todas las «obligaciones morales» elaboradas hace ya tiempo por los moralistas hipócritas al servicio de los amos; todas las mentiras de estos últimos son resucitadas así por los socialdemócratas, con el único fin sostenido de engañar a los explotados. Los obreros tienen que amar a la unión de ladrones que constituyen sus patrones, unión que se denomina en el mundo de la violencia y la mentira «patria», «país natal» o «nación». Deben defender esta unión de ladrones contra sus «enemigos», y amarla más todavía que los mismos explotadores.

Los obreros deben ser los más sinceros y honestos nacionalistas, los más ardientes patriotas. Por medio de la lucha y la sangre, son obligados a liberar a sus enemigos, los «manos blancas», ofrecerles la más completa felicidad y la libertad política más amplia. Deben ser esclavos honestos, fieles, desinteresados y generosos ya no por miedo sino a conciencia. Deben incluso despertar entre sus amos la aspiración por la libertad, y por «la verdadera vida de justicia», por «el radiante ideal de la razón, del amor, del bien, de lo bello».

¡Ay! La propaganda de los discursos socialistas no se ha perdido por completo. Durante estos últimos años, los obreros socialistas han sorprendido agradablemente a toda la intelectualidad saciada con su «ideal radiante». Cuando las «hermosas jornadas de octubre»(1) han llegado a declarar «camaradas» a todos los burgueses de «manos blancas» y han repetido tras los socialistas todas las mentiras de sus explotadores; patria, pueblo, nación, verdad, justicia […].

Los obreros rusos han servido de carne de cañón en la lucha emprendida para beneficio de los octubristas y los cadetes.(2) Esta estafa se difundió no por intermedio de los estafadores burgueses habituales, sino por intermedio de los «verdaderos representantes del proletariado», de los «defensores» de la clase obrera.

[…] Hemos visto como la religión socialista, después de haber enmascarado la opresión secular de las masas obreras, declara que todo estado civilizado es la realización de una colaboración para la satisfacción de necesidades económicas, para el desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad. Apoyándose sobre su «ciencia», los sacerdotes socialistas declaran que toda la historia es una prolongada preparación de la humanidad hacia una vida futura justa de hombres libres e iguales. El efecto de la predicción socialista es algo verdaderamente misterioso: los amos no han pensado jamás sino en explotar a sus esclavos, en aumentar sus bienes personales, pero pese a todo, esta riqueza acumulada habría servido para educar a los hombres –a despecho de los prolongadísimos malos tratos– y a preparar su dicha futura!

Pero, ¿por qué esta sociedad de hombres libres no ha nacido todavía? La religión socialista responde simplemente que la humanidad no ha tenido todavía tiempo para prepararse, al no disponer de los medios materiales necesarios, y que el mismo pueblo no ha sido suficientemente educado para una vida comunista y fraternal. En consecuencia, es necesario prepararse por todos los medios, puesto que, aseguran los socialistas, en el momento de la emancipación de la clase obrera, la principal dificultad no va a estar en la apropiación de los bienes de la burguesía sino en el saber cómo hacerlos funcionar, para, con la ayuda de esos bienes, conseguir una vida mejor. Cuanto menos tengan los obreros una representación clara del régimen futuro, menos estarán preparados y por lo tanto no valdrá la pena provocar una revolución obrera, exclaman los socialistas superándose unos a otros. No vale la pena atacar a la burguesía; de todos modos eso no sería lo mejor, muy al contrario: una revolución fallida hará retroceder a los obreros, les quitará incluso lo que ya hubieran ganado, destruirá la larga preparación hacia el paraíso socialista.

Por estas palabras que valen oro, la burguesía se prepara a retribuir a los socialistas con mil gentilezas. Les otorga una total libertad de propaganda, les promete pequeños lugares, cálidos y confortables, e incluso sillones ministeriales. La burguesía comprende perfectamente que las baladronadas socialistas pueden serle tan útiles como la propagación de la fe cristiana, como la cárcel y las armas. «No se rebelen», exhortaban los sacerdotes, porque de lo contrario ¡van a perder la esperanza en el reino celestial! Los socialistas dicen lo mismo: «No se rebelen», porque si lo hacen, «¡van a destruir todo el fundamento socialista!»

Los socialistas tienen discursos hasta el agotamiento, entintan montañas de papel e invariablemente terminan sus proclamas, sus libros y discursos con una misma consigna: «El régimen socialista es impensable sin una condigna preparación. ¡No comiencen nada sin una buena preparación!»

Los socialistas no se fatigan en vano. Puesto que, durante todo el siglo anterior, al margen de la iglesia socialista y de las revoluciones socialistas burguesas, se fue configurando cada vez más nítidamente una vía de emancipación de los obreros, camino al derribamiento de la opresión secular.

Ninguno de los pensadores socialistas, aunque se los pueda contar a centenares, ha logrado prever o entrever esta vía. Las masas obreras la han ido trazando por sus propios medios: algo que ni los eruditos ni los socialistas pueden admitir sin rencor. Esta vía, es la de la lucha económica de masas de los obreros, la huelga general económica.

¡Cuántos sabios socialistas se han estrujado el magín, al parecer, para conocer cómo los obreros tenían que liberarse, organizarse en la nueva sociedad, para que nuevos explotadores no pudieran nacer!

[…] ¡Abandonen el mundo putrefacto del becerro de oro y funden en países lejanos, en islas desiertas, comunidades según los principios comunistas! Sin ninguna duda, esta empresa de los primeros socialistas terminó con el mismo éxito que aquella de los fanáticos religiosos y otros dementes que se retiraban al desierto para poder comunicarse mejor con Dios…

¡Construyan sus propios bancos, su propia bolsa de valores, después intercambien sus productos sin tener que pasar por la intermediación de mercaderes y capitalistas! Pero esta idea brillante también ha explotado como una pompa de jabón…

Pero no, de ninguna manera, exclamaron los políticos socialistas, no actúen de ese modo, comiencen por derribar los tronos y así el poder pasará a las manos del pueblo. Eso será la dictadura del proletariado, y será la dictadura la que organizará la sociedad futura. Se derribaron los tronos, se ha proclamado la república y el poder del pueblo se ha revelado no como dictadura del proletariado sino como dictadura de la burguesía…

Democraticen la máquina estatal, aconsejan los socialdemócratas, elijan diputados socialistas. Y bien: más de cien diputados socialistas se han elegido en Alemania y ellos han resultado tan charlatanes y tan inútiles como todos los otros «representantes del pueblo».

¡Hay que conquistar el sufragio universal! Pero para conquistar este sufragio, universal, directo, no existe más que los gobernantes y comandantes que están bien encaramados sobre las espaldas de los trabajadores y cuyo número crece sin cesar…

¡Socialicemos al menos la tierra! proponen los socialistas populistas rusos, démosle al pueblo siquiera eso, dicen. Pero la única transferencia de la tierra al pueblo de la que se puede hablar es aquella por la que aumenta el número de campesinos ricos (los socialistas revolucionarios [socialrevolucionarios] lo saben perfectamente bien por sí mismos). Campesinos con muchos medios que hacen sudar a los campesinos pobres del mismo modo que lo hacen los grandes terratenientes…

En una palabra, de todas las numerosas invenciones socialistas no han resultado sino absurdidades, o peor aún, un aumento del número de explotadores, y en todos los casos, el refuerzo de la opresión de los obreros.

A todas estas lucubraciones socialistas, los obreros responden con su reivindicación básica: ¡aumento de salarios, acortamiento de la jornada de trabajo! «¡Cuánta sordidez, cuánta grosería!, repite el socialista comentando esas consignas. Sí, cuán sórdido es para su ardiente corazón de comunista! ¡Es igualmente grosero para su delicada alma de intelectual!

De todos modos, gracias a las obstinadas revueltas de los obreros, la burguesía se ha visto obligada a aumentar los salarios y a disminuir la cantidad de horas por jornada de trabajo, por lo menos para algunas capas de obreros. ¿Y qué ha pasado? Toda la «elevada» invención de los socialistas no ha aportado consigo sino la liberación de la burguesía y un aumento del número de explotadores, en tanto la «sórdida» conquista de los obreros ha aliviado el trabajo forzado de algunas capas de obreros, sin haber por ello aumentado el número de explotadores. Por primera vez en la historia, ha surgido una lucha llevada adelante por los explotados, a través de la cual éstos han se han servido de una vía emancipadora sin convertirse a la vez en nuevos explotadores, como ha sido hasta ahora, por ejemplo cuando la emancipación de los artesanos o los campesinos.

Los socialistas se esfuerzan en prevenir a los obreros contra toda emancipación demasiado prematura, que no esté suficientemente anclada y que podría dar lugar al nacimiento de nuevos explotadores. Que traten de imaginarse entonces, cuanto puede apresurarse la marcha de la lucha económica y cuán importante puede resultar para los obreros el aumento de salarios o la disminución de horas de la jornada de trabajo. Estas conquistas no podrán dejar de aliviar la opresión de todos los obreros, sin llegar a crear ni un solo puesto nuevo de explotación, ni ingresos parasitarios suplementarios. Muy por el contrario, se trata precisamente de un crecimiento lento de los salarios que se produce, hasta ahora, sin daño alguno para la burguesía, únicamente a favor de determinadas capas privilegiadas de trabajadores. En tanto que, un aumento rápido e importante de salarios como el que puede obtenerse a través de una huelga económica general de los obreros, mejorará la situación de todos los trabajadores.

Esta importante y rápida conquista de los trabajadores trae consigo una consecuencia que hace temblar a los socialistas: la expropiación de los explotadores. Cuando los obreros lleguen a organizar una huelga económica general, cuando hayan desechado las redes de captación democráticas y socialistas, sus reivindicaciones serán tan elevadas y tan insuperables que su satisfacción hará necesario no sólo la expropiación de los grandes capitalistas, sino también una disminución de ingresos privilegiados. Allí se verá la diferencia entre las revoluciones obrera y política. En tanto esta última no hace sino reemplazar a unos holgazanes por otros, la revolución obrera suprime, en su propio desarrollo, todos los aspectos de la holgazanería.

La revolución política suprime el poder de los monarcas para que aquél pase a las manos de los ricos y de la sociedad burguesa en general. Bajan las rentas de los generales, los gendarmes y los curas, únicamente para aumentar la de los científicos de la represión social. Sin embargo, para los obreros, es bien evidente que resulta indistinto llevar a cuestas a los parásitos de una u otra especie. Los intelectuales podrían, en última instancia, decidirse por su revolución «socialista», la que distribuiría los millones arrebatados a los ricos, a todas los «manos blancas»; los obreros no tendrían nada para ganar en este caso puesto que la suma de ganancias nacionales, el fondo consagrado al mantenimiento de los parásitos no disminuiría para nada.

La revolución obrera, es decir, la huelga económica general, que conquista un salario realmente elevado, disminuye en la misma medida en que aumenta ese fondo destinado a mantener a los monarcas, los ricos, los parásitos «militares» y «civiles», los burócratas del estado o privados, los capitalistas y la intelectualidad. Es sobre la base del salario miserable y servil de los trabajadores manuales que descansa la existencia de todos los explotadores. La elevación de este salario, es entonces la única vía, la única arma, que puede hacer desaparecer a los explotadores de todo tipo.

Los personajes eruditos, como, entre otros, los socialistas, no quieren oír hablar de la huelga económica general de los obreros, como si no pudieran captar lo que esto significa. De hecho, no hay en esto nada de sorprendente: no quieren comprender lo que la lucha económica general significa y por eso hacen como que les resulta «incomprensible». No la quieren porque ningún tipo de propietario quiere su propia expropiación. Los personajes eruditos, los socialistas y los pedagogos de todo pelaje gozan de ingresos privilegiados que serían ineluctablemente suprimidos en una revolución obrera.

Sólo las masas obreras pueden comprender la lucha económica general de los trabajadores manuales. Todas las capas de la clase obrera la comprenden, incluso las menos evolucionadas. Incluso las masas analfabetas de los países más atrasados la comprenden por igual. Lo cual quiere decir que su comprensión no proviene de ningún libro […]. Su discernimiento proviene de la sensación misma de opresión sufrida por las masas obreras, y por eso puede ser experimentada por igual en todos los países, en el mundo entero, tanto en Europa como en América, tanto en Francia como en Rusia.

Sin embargo, la lucha económica general y las revueltas económicas de los obreros no estallan a menudo. No es fácil para las masas romper las mallas de las redes socialistas y democráticas que los envuelven, ni es fácil desprenderse de las consignas soporíferas que le entonan los intelectuales o incluso sus propios camaradas devotos a los intereses y a los objetivos de la intelectualidad. ¿Y cómo provocar estas rebeliones si no hay organización dispuesta a sostenerlas y unificarlas, si no hay conspiración obrera, y lo que existe es una conspiración de intelectuales que quieren transformar cada rebelión obrera en una revolución política, para realizar alguno de los ideales de los intelectuales?

En estos últimos tiempos, las masas expresan su rebelión económica cada vez que creen que sus organizaciones y comités preparan la revolución obrera; así ha sido cuando la huelga minera en Ucrania en 1903, y en parte en Italia en 1904; o cuando se sublevan en momentos de indignación y desesperación extremos, como cuando la insurrección italiana de 1898, en Ginebra y en Barcelona en 1902, o incluso, como recientemente, en Belfast. Entonces, los obreros dan por tierra con todos los obstáculos legales de las leyes burguersas y de la ciencia socialista. Irresistiblemente cunde entonces el incendio de la insurrección obrera.

«¡Cuán inescrutable es la psicologia de masas!, declaran con profundidad los intelectuales hipócritas. Sin embargo, en esos momentos de rebelión, los obreros están lejos de expresar reivindicaciones ininteligibles. Se encuentran en su medio puesto que son los ojos de su propia causa. El aumento de salarios, el alivio del régimen de trabajos forzados propio del trabajo manual, son asuntos de todos los explotados y sólo de ellos. Allí no existe ninguna mala jugada llevada adelante por una intriga de intelectuales a favor de un ideal mentiroso. Por el contrario, se trata de una insurrección contra todos los explotadores, contra el mundo de los «manos blancas». En tales momentos, de huelga económica general, se toma conciencia, todos los obreros toman conciencia, […]. He aquí la razón por la cual se sublevan todos, por qué surge su lucha.

Traducción del ruso al francés: Alexandr Skirda / Retraducción del francés al castellano: Luis E. Sabini Fernández

notas:
1) 1905.
2) Grupos políticos nacidos en el curso de los acontecimientos de 1905, partidarios de una monarquía constitucional.

La conspiración obrera, 1º parte

Publicado en revista Futuros nº6, verano de 2003-2004, Río de la Plata https://revistafuturos.noblogs.org

Publicado en • Análisis, • Revueltas1 comentario

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• Teoria de la clase ociosa, de Thorstein Veblen (1899)

• Nosotros, de Yevgueni Zamiatin (1922)

• ¡Escucha, pequeño hombrecito!, de Wilhelm Reich (1945)

• El arte de amar, de Erich Fromm (1956)

• Viaje a Ixtlán, de Carlos Castaneda (1972)

• Energía y equidad, de Ivan Illich (1973)

• De la huelga salvaje a la autogestión generalizada, de Raoul Vaneigem (1974)

• Némesis Médica, de Ivan Illich (1975)

• Mil Mesetas, de Gilles Deleuze y Félix Guattari (1980)

• Sobre la desobediencia y otros ensayos, de Erich Fromm (1981)

• La enfermedad como camino, de Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke (1983)

• El maestro ignorante, de Jacques Ranciere (1987)

• Encuentro con la sombra. El poder del lado oculto de la naturaleza humana, de Connie Zweig y Jeremiah Abrams (1991)

• El horror económico, de Viviane Forrester (1996)

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