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Ecotropía

Aniquilando un planeta por vez…

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Mes: enero 2009

La ciudad invernadero

Publicada el 25/01/2009 - 31/01/2018 por raas

Las reflexiones y abordajes críticos al fenómeno de la ciudad contemporánea han sido un tema recurrente en los últimos años desde el campo de la sociología, la antropología y la filosofía, haciendo especial hincapié, por lo general, en los efectos que los cambios económicos del capitalismo de la información han tenido sobre la vida urbana en las ciudades globales o megalópolis.

Con diferentes nombres-concepto se ha intentado encerrar en el siempre tranquilizador lenguaje teórico lo que no es sino una amalgama confusa de acciones políticas, configuraciones espaciales espectaculares, profundos cambios en la percepción y en la vivencia del espacio urbano y, sobre todo, el lento pero seguro surgimiento de un tipo de vida urbana que en nada se parece al propio de la ciudad moderna-industrial, si bien ésta continúa existiendo en el paisaje urbano como ruina y a través del recuerdo de la generacion que contribuyó a su construcción. En las últimas décadas el urbanismo, entendido éste como el planeamiento de la ciudad, ha sido abandonado casi completamente (como proyecto integrador y consciente) en manos de multinacionales de la construcción con las consecuencias conocidas por todos: edificación indiscriminada de viviendas, superinflacción de los precios, desarrollos incontrolados en las periferias, precarización del empleo, terciarización de la ciudad y corrupción política.

Desgraciadamente, las consecuencias de esta generalización de la ideología del beneficio rápido y para todos (también para los llamados pequeños inversores que se han tragado el cuento del Capital) se empiezan a notar ahora en forma de crisis económica y de «desinfle» de la eufemísticamente llamada «burbuja inmobiliaria», mientras las instituciones económicas globales y sus defensores en las instituciones hacen todos los esfuerzos posibles por suavizar el problema. Aunque desde el punto de vista económico, al parecer, se puede afirmar el final de un modelo, desde el punto de vista de los modos de vida en el espacio urbano contemporáneo estamos en el comienzo de nuevas formas de socialización y de alienación de (y en) este espacio, lo que equivale a decir nuevas formas de control del espacio y de dominación política.

El espacio urbano

Herederos como somos de una tradición de pensamiento idealista y profundamente antimaterialista es evidente que el abordaje teórico de la cuestión urbana desde premisas bien diferentes debe ser un pensamiento del afuera tanto como de la corporalidad y del espacio, ya que desde nuestra posición histórica y autoconsciente el cuerpo ha pasado a ocupar uno de los filones críticos más interesantes para reflexionar sobre los cambios urbanos y las transformaciones sociales. La concepción político-institucional del espacio urbano es heredera de la concepción idealista que ve en éste sólo sus cualidades cuantificables, lo cual permite la puesta en práctica de la misma en el diseño urbano de las ciudades. Por otra parte, esta concepción del espacio urbano como un no-lugar, es decir, como el espacio que hay que ocupar puesto que está vacío, es la que también sostiene la episteme sobre la que se fundan los proyectos de construcción de viviendas, edificios emblemáticos, plazas, infraestructuras de transporte, etc.

Es decir, política y capital no coinciden sólo por interés estratégico, sino, fundamentalmente, porque comparten una concepción de la ciudad en la que la vida urbana es ignorada, tal y como muestran una y otra vez las maquetas con que se presentan todos y cado uno de los proyectos de «renovación» urbana: En estas construcciones en miniatura aparece la ciudad soñada por la política de la dominación, una ciudad en la que todo (y todos) responden con disciplina a la vida que para ellos ha sido diseñada desde un lugar (la perspectiva del mirar es aquí fundamental) que sólo puede corresponder a un demiurgo de lo social. Ciudad siempre blanca, higiénica y aséptica, en la que los edificios siempre representan una magnitud superior a la de las personas que, cuando las hay, siempre aparecen en amable e inofensivo paseo. Podríamos decir, sin temor a exagerar, que la ciudad contemporánea es eso y nada más en las cabezas de quienes las sueñan y las construyen después.

Las consecuencias sociales de la puesta en práctica de este sueño urbano de la élites se han dejado sentir desde hace décadas en todo el mundo. Aunque las diferencias nacionales y locales han hecho que el modelo tenga sus particularidades y desarrollos diferentes y específicos, resulta posible definir un modelo general que permita comprender los procesos de exclusión social, destrucción del espacio, generación de iconos urbanos y construcción de un espacio sometido a la vigilancia y el control. Giandomenico Amendola definió muy acertadamente este modelo con el nombre de ciudad posmoderna.

El fundamento económico del mismo es la mercantilización del espacio urbano y la búsqueda de beneficios gracias a la puesta en venta de la ciudad como imagen-marca. Para que esta transformación pudiera iniciarse era necesario que previamente la ruina, el deterioro y la crisis económica hubieran afectado de un modo definitivo a la ciudad, tanto en su aspecto físico como por lo que respecta al siempre inexplorado campo de la emoción y el sentimiento de sus ciudadanos. Sin un sentimiento de derrota y una invencible apatía política nunca hubiese sido posible desplazar poblaciones, destruir los edificios vinculados al pasado más reciente y hacer que nuevos relatos urbanos fueran creídos, aceptados y repetidos por todos de manera entusiasta.

La huida del centro urbano que, como consecuencia del propio desarrollo de la ciudad industrial, se había convertido en lugar de residencia para las clases trabajadoras (cuya desesperada condición denunciara Engels anticipando las reflexiones del urbanismo de izquierdas) hizo que la expansión hacia las periferias (el fenómeno de la suburbanización) de las clases medias se convirtiera en el leit motiv para un pensamiento profundamente negativo en torno a la ciudad.

El miedo urbano hace su aparición como una mezcla de mitos, realidades y sospechas sobre los peligros que encerraba el centro urbano y, sobre todo, sus habitantes. La utopía de un espacio de seguridad se solapa con la necesidad de poner tierra de por medio, en forma de muros, consenso y zonificación residencial. Las islas urbanas, también llamadas Edge Cities, surgen como comunidades socialmente homogéneas cuyos servicios son asegurados por el capital en forma de centros comerciales, centros financieros, etc. Este modelo de ciudad cambia en torno a los años 80 debido a causas económicas y políticas derivadas de la expansión mundial de los mercados. La fase expansiva de la ciudad concluye y se inaugura otra de recuperación de los centros urbanos por parte de las clases medias por medio de toda una serie de políticas urbanísticas encaminadas a una «vuelta al centro» que tendrá en el diseño urbano y en la gentrificación la excusa para desplazar a las clases trabajadoras y/o marginales a los espacios residuales de las viviendas en bloques.

Este proyecto de reencantamiento urbano nunca hubiera sido posible sin la consolidación de la economía simbólica y el capitalismo de la información que supusieron una mutación estructural y cultural de importantes consecuencias en el espacio urbano. Por un lado, el centro se recupera como espacio privilegiado en el que las empresas instalan sus centros de decisión y mando, al compás del desmantelamiento de viejas fábricas y demás infraestructuras de la ciudad industrial agónica. Por otro, la progresiva consolidación de un nuevo tipo de experiencia urbana nos acerca a una mitología sobre la ciudad en la que los medios de masas (el cine, la televisión, la red) han acercado la posibilidad de una conciliación del sueño y la realidad (o una confusión de ambos estados) que se plasman en la apología de la arquitectura del capricho en la que el capital hace posible que la vida urbana se establezca sobre un lecho de deseos (o de narcosis) narcisistas que sólo pueden ser puestos en práctica para la minoría habitante de los centros y que se convierten en espectáculo urbano a los ojos de todos cuantos pierden el espacio de su infancia.

En este sentido, el enorme poder e influencia de los arquitectos contemporáneos en el diseño de las ciudades debe ser visto como una muestra de una radical mutación de las categorías políticas y de la percepción del mundo en que vivimos. Ya no se trata en lo fundamental de construir edificios con una función determinada (la praxis de la arquitectura durante siglos) sino de proyectar en la ciudad las imágenes del mundo de los sueños como un anuncio de un porvenir lleno de buenos presagios e indiferencia ante la rudeza de lo real. La seducción de las formas contra la aspereza de un mundo que se rechaza. Quienes pueden permitírselo, lo pagan.

La experiencia en la ciudad posmoderna es un habitar en lo incierto, en la falta de identidad, en el fragmento y en la velocidad. Ha sido el filósofo y urbanista P. Virilio quien más acertadamente ha señalado las consecuencias de este modo de organización de la vida, así como sus peligros más inmediatos: la desaparición de la geografía y de la posibilidad de establecer un vínculo con la naturaleza (con la humana, propiamente). La permanente confusión entre el mundo de las imágenes y la realidad es la nota característica de muchas de las grandes aglomeraciones urbanas de nuestros tiempos.

En sus espacios (¿calles?) es difícil distinguir el simulacro urbano de la ciudad misma, la imagen publicitaria lo invade todo, la experiencia del ciberespacio se hace cada vez más presente. Es imprescindible estar conectado permanentemente para habitar en el sueño de la indiferenciación digital. Sin embargo, este sueño es sólo una parte muy pequeña del mundo de las realidades contemporáneas contra el que se levanta: Pobreza, miseria, desmantelamiento del estado de bienestar, terrorismo empresarial, exclusión, vigilancia, violencia institucional… Precisamente la realidad.

El pacto colectivo de simulación en que vivimos en las ciudades del primer mundo se funda sobre un miedo atávico a lo real que la globalización informacional ha venido a solventar por medio de la constitución de un espacio interior autoinmune cuyas fronteras psicopolíticas nos aislan definitivamente de una exterioridad peligrosa. P. Sloterdijk ha trazado la genealogía del concepto «esfera» (y de la propia globalización como extensión del principio-esfera) desde la antiguedad clásica hasta nuestros días, poniendo de manifiesto la necesidad de una aproximación genealógica y psico-política a los fenómenos contemporáneos que con tanta histeria se analizan en la literatura «especializada».

En su definición del espacio capitalista de mundo, Sloterdijk afirma que éste «no constituye una estructura coherente alguna; no es una magnitud semejante a una casa-vivienda, sino una instalación de confort de cualidad semejante a un invernadero o a un rizoma de enclaves pretenciosos y cápsulas acolchadas.» Un invernadero en el que lo público hace ya mucho que deja de ser un concepto político que se refiera a los espacios urbanos centrales (desde un punto de vista tanto local como global) puesto que la exterioridad era su posibilidad misma. Sólo en aquellos lugares en que la cobertura afloje o sea inexistente es posible encontrar aún vida urbana y posibilidad de vida política, tanto en los espacios urbanos de los países ricos como en los de los países pobres cuya acelerada urbanización merece un análisis aparte.

Bilbao transformado

Si uno escucha con atención las declaraciones políticas que desde la inauguración en Bilbao de la franquicia Guggenheim se han hecho en torno a la necesidad de no perder el «tren del progreso» caerá en la cuenta de la indisimulada pretensión de hacer de la ciudad en su conjunto un centro atractivo para el capital, al precio que sea. En el caso concreto de Bilbao, los llamados proyectos urbanísticos han consistido en la edificación de artefactos arquitectónicos de firma, productos del capricho de los arquitectos de moda en el escaparate internacional. En torno a estos edificios se ha optado claramente por la constitución de un espacio donde la mercancía (desde el propio edificio como objeto de contemplación económica) sea omnipresente y accesible a los bolsillos más pudientes. En lugar de contemplar a la ciudad como el conjunto de sus habitantes y de sus necesidades sociales, esta pragmática del ladrillo ha hecho del diseño urbano la herramienta con la que grandes beneficios empresariales han robado el suelo público a sus moradores, obviando cualquier consideración que la meramente económico-espectacular.

Las estrategias de seducción puestas en marcha por los gestores de la operación (Gobierno Vasco, Ayuntamiento, Bancos, constructoras) no se hicieron esperar y fueron dirigidas, en lo fundamental, a una ciudadanía que había asistido impotente y desconcertada al desmantelamiento del tejido industrial y que se encontraba sumida en una neblina de incertidumbre y confusión: El Bilbao industrial y todo lo que contribuyó a la formación de una identidad urbana colectiva (aunque escindida en clases o, si se prefiere, en las dos márgenes de la Ría) se desvanecía súbitamente ante los ojos asombrados de todos. Este momento de crisis se mostró, a la larga, como el motivo psicológico fundamental esgrimido por los adalides del museo, desde políticos, periodistas y financieros oportunistas para ofrecer a la ciudadanía un sueño de renovación y un futuro de oportunidades (eslogan del capitalismo de la seducción) que les sacara de la crisis que las ruinas industriales del pasado, tan presentes en el paisaje urbano de Bilbao, no dejaban de recordarles.

Sin embargo, se trataba de otra cosa bien diferente que de la sola instalación de un museo en una u otra ciudad de Europa, en este caso Bilbao. De lo que se trataba era del inicio de una gran operación económico-urbanística que, a la vista del jugoso pastel inmobiliario cuya primera porción se comió el propio museo, iba a transformar el espacio industrial degradado y en desuso de la ribera de la ría en una zona residencial de lujo y ocio cultural que inaugurase una nueva centralidad urbana atractora de turistas y, por supuesto, de grandes inversiones. Es decir, asistimos al surgimiento de una nueva sintaxis arquitectónica (e incluso, política) y de una nueva estética urbana que sigue la pauta de lo que los economistas eufemísticamente denominan Marketing urbano, lo cual no es más que un tecnicismo de especialistas que encubre descaradamente la privatización del espacio público, el servilismo de los políticos municipales y la entrega de espacios urbanos a la empresa privada para su gestión mercantil.

La consolidación en este nuevo centro de un espacio de seguridad y de control (cuyo paradigma, como es bien sabido, es el metro de Bilbao) es la consecuencia directa de su característica principal, el hecho de haber desalojado permanentemente la vida urbana de su interior o, en otras palabras, de haberse convertido en un interior en sí mismo, en un invernadero al aire libre donde cuanto ocurre refleja el sueño con que fue concebido: el pasear anodino e inofensivo de quienes habitan estas maquetas es cuanta acción se espera de un lugar en el que el conflicto, la vida agitada e inquietante de la calle han sido proscritos. Por un lado, por la propia existencia de una vigilancia y de un control policial de estos espacios para la gente de bien que atraída por la imagen de ciudad «moderna» la visita y la consume; por otro, por la interiorización que los habitantes de la misma hacen con respecto a la disciplina corporal necesaria para acercarse a contemplar las maravillas del lujo y de la vida que tienden a desear para sí en un futuro mejorable. Unos y otros como asépticos y blancos ciudadanos en miniatura.

Ante el acoso de este mal llamado urbanismo, se impone la necesidad de dar una respuesta crítica a la despolitización de la ciudadanía y al deterioro del espacio público urbano (que es, en esencia, político), que son la desgraciada consecuencia del acoso que el capitalismo internacionalizado ejerce desde hace décadas sobre la ciudad, así como poner el énfasis en la profunda imbricación de los procesos de generación de capital con el surgimiento de un modelo de ciudad volcada hacia la vigilancia-espectáculo o el espectáculo vigilante.

La progresiva mercantilización del objeto ciudad y la consolidación de la economía simbólica son fenómenos coextensivos a la creciente complejidad informacional del mundo, al menos en los países ricos, así como a un creciente aislamiento social en zonas protegidas y vigiladas. La generación de una ciudad-residuo como contraparte a la lógica de la exclusión pone en evidencia la panoplia de desigualdades sobre las que se levanta la ciudad contemporánea, así como los procesos de invisibilización puestos en marcha en contra de los excluidos del sueño urbano. Además, tal y como vienen a demostrar los hechos más recientes (cierre de gaztetxes, planes para el mercado de la Ribera, Zorrozaurre) las consecuencias sociales de este modelo de ciudad muestran con evidencia su solapamiento con una apuesta política por la represión de la participación ciudadana (más allá del puntual maquillaje de las izquierdas gobernantes) en la toma de decisiones sobre la ciudad, así como de los colectivos ciudadanos de todo color que durante los últimos 25 años han propuesto modelos alternativos de hacer y de construir la ciudad sobre bases más sociales, ecológicas, solidarias e igualitarias.

El desenfrenado «fin de fiesta» capitalista (a la vista de una crisis de ciclo cuyos sostenedores, animadores e instigadores son los mismos que ahora querrán aconsejarnos sobre medidas de contención, ahorro y etc.) supone un derroche intolerable e injusto que, en lo que respecta a los planes de futuro, puede suponer la pérdida de un gran número de espacios singulares en los que no sólo se trabajó durante años, sino que han sido las condiciones de posibilidad de nuestra experiencia urbana. Una experiencia que, más allá de las concepciones carcelarias y panópticas, ha estado y debería estar llena de variedad, tensión, conflicto y compromiso por un habitar consciente de que la ciudad es el lugar de nuestro tiempo histórico.

Andeka Larrea

revista Ekintza Zuzena nº35
www.nodo50.org/ekintza/

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Más allá de los límites

Publicada el 25/01/2009 - 30/01/2018 por raas

Asistimos al afianzamiento -sobre todo en el mundo occidental- de un modelo de autoritarismo democrático como estrategia de gestión frente a la progresiva inestabilidad e incertidumbre de un sistema que hace aguas por diferentes lados (conflictos y crisis sociales, políticas, económicas, ecológicas,…), pero que parece no estar todavía en situación de hundirse. El fascismo amable (mezcla de autoritarismo y seducción) impone sus reglas de infantilización y alienación consumista, de vaciamiento de la capacidad de pensar y vivir autónomamente, de descomposición social y deshumanización. Los mecanismos de seducción tratan de invisibilizar, insensibilizar o, cuanto menos, generar impotencia y resignación frente a las transformaciones y cambios de la realidad y frente a los horrores que suceden dentro y fuera de los muros del primer mundo.

Estos cambios modelan un panorama de creciente represión y control social que se aplican y se visualizan de forma ejemplarizante sobre sectores estigmatizados (inmigrantes, terroristas,…), pero cuya proyección es el disciplinamiento del grueso de la población. El terrorismo económico-militar y la gestión del miedo, el desarrollo de las tecnologías de control (implantación de ficheros de datos, biometrías, videovigilancia, etc.) y los cambios legales (endurecimiento de las legislaciones penales, restricciones en los flujos migratorios procedentes del tercer mundo, etc.) configuran un conjunto de medidas que pretende tanto prevenir factores de desestabilización como aplastar a aquellos sectores considerados como peligrosos para el status quo.

Euskal Herria es un ejemplo diáfano de estas transformaciones: una sociedad primermundista más o menos acomodada en lo económico en la que se da un proceso de represión política de gran calado contra un sector social criminalizado en su conjunto. Detenciones, torturas, montajes y procesos judiciales y encarcelamientos, labor educativa de pacificación y normalización y guerra mediática son las estrategias utilizadas por el estado en un espacio que por su amplitud y complejidad sirve de laboratorio para amplias estrategias de control social, que aunque obscenas y atentatorias contra los propios principios democráticos y los derechos fundamentales, consiguen (sobre todo fuera del País Vasco, pero también dentro) una amplia legitimación ciudadana tanto por activa como por pasiva.

La izquierda abertzale, por su dimensión y su dinámica política es el blanco fundamental de este ataque. Este hecho se ve facilitado por viejos y graves errores políticos y por las carencias éticas derivadas en buena medida de la práctica armada. Sin embargo, la estrategia de fondo es mucho más amplia y pretende borrar o mutilar las ideas y prácticas que tratan de salirse de la vía muerta del marco democrático como fachada de un capitalismo convertido en fatalidad. Como ejemplo, la lucha contra el TAV muestra de forma clara el conflicto entre la maquinaria de la democracia capitalista y la capacidad de resistencia como forma activa de ejercicio de la libertad y la dignidad. El autoritarismo democrático no va a permitir que sus proyectos sean cuestionados más allá del simulacro o la marginalidad. Cuando se desbordan los límites del espectáculo, de la libertad vigilada, el sistema reacciona con las armas que precise en cada momento. En este caso, con la criminalización y la conversión de toda oposición en fenómeno terrorista (tal como ha ocurrido con el sumario 18/98+).

La erradicación de la violencia y el imperio de la paz se convierten en los iconos de este sistema orwelliano que se basa en la violencia estructural (desde los accidentes laborales hasta la guerra de Afganistán) y en la sistemática manipulación del lenguaje. Es un lavado de cerebro que trata, en el fondo, de anular la capacidad de resistencia frente a las injusticias, que siempre tiene que sobrepasar los corsés que impone el sistema -tanto ideológicos como prácticos- para poder conseguir sus objetivos. No hay cambios reales sin riesgos ni sin costos, pero tampoco sin la capacidad de generar ejemplos prácticos de acción y referencias éticas que de alguna manera prefiguren algo mejor al margen de lo que nos depare la lucha, que es en sí misma un medio y una parte fundamental de nuestra vida.

Editorial de la revista Ekintza Zuzena nº 35
www.nodo50.org/ekintza/

 

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¡Alegría mundial! Durante 3 horas por día el ejército de Israel no matará palestinos

Publicada el 07/01/2009 - 30/01/2018 por raas

Hoy amanecimos con una de las noticias más importantes del mundo, de los últimos 62 años, desde la creación del Estado de Israel:

“El ministro Olmert anunció al mundo que el ejército de Israel no matará palestinos durante 3 horas por día, debido a los humanitarios esfuerzos de los presidentes Sarkozi, de Francia,  y Mubarak, de Egipto. Y, también por un generoso y compasivo pedido del nuevo presidente de EE.UU., Barak Obama, quien ha mostrado así su preocupación por lo que pasa en el Medio Oriente. La medida fue tomada por decisión unánime del gabinete israelí, luego de las plegarias matutinas elevadas al dios de la guerra, Jehová, en agradecimiento por la protección de su ejército.”

La noticia ha sorprendido al mundo y en todas las calles de las capitales de Europa, EE.UU., América latina, Africa y Asia, ha habido manifestaciones de alegría y agradecimiento al gobierno del Estado de Israel, por haber decidido que, durante 3 horas por día, su ejército no matará a palestinos menores de 10 años, los cuales recibirán,  en esas horas ayuda humanitaria.

La ayuda humanitaria fue decidida por los presidentes Sarkozi y Mubarak, a quienes dio su total apoyo el electo presidente de EE.UU., Barak Obama, y se cumplirá estrictamente durante todos los días que dure la invasión israelí.

El Estado de Israel se compromete a no matar a todos los palestinos, porque en tal caso no podría haber ayuda humanitaria. Todos los niños menores de 10 años, serán selectivamente excluidos de las bombas de racimo y de fósforo, que, inteligentemente dirigidas por los expertos y técnicos israelíes desde Tel Aviv, los dejarán indemnes.

Los comandantes darán órdenes a los oficiales que dirigen las tropas de asalto del ejército invasor y los comprometerán a cuidar de que sus soldados no maten a los niños menores de 10 años, para que pueda concretarse la ayuda humanitaria. En esas tres horas, un contingente de europeos, egipcios y estadounidenses, acompañados y supervisados por el ejército israelí, hará entrega de un pan, un caramelo y una coca cola a cada niño palestino menor de 10 años.

La prensa mundial debe informar que esas donaciones fueron realizadas por generosas empresas estadounidenses y europeas de dueños de confesión judía, y cuyo objetivo e interés es cuidar la salud de los niños palestinos menores de 10 años.

Además, se le entregará, en ese intervalo, a cada niño menor de 10 años, un juguete con la figura de Santa Claus, para que los niños palestinos sepan de la generosidad del Santa, y olviden al terrorista de Jesús de Nazaret, de quien, en las escuelas palestinas se enseñan sus ideas subversivas, como esa de que cuando les pegan en una mejilla deben poner la otra.

Debe saberse que los juguetes Santa Claus han sido donados también por empresas estadounidenses y europeas, cuyos dueños son de  confesión judía. Eso sí, en señal de agradecimiento por tan generosa actitud, cada niño palestino deberá besar la mano del soldado israelí que acompaña al donante, europeo, egipcio o estadounidense, y volver al lugar de la fila que le correspondía antes de recibir el regalo.

Este maravilloso plan de ayuda humanitaria permitirá al menos, eliminar al grupo terrorista, y los niños que sobrevivan a la invasión, puesto que no deben descartarse los efectos colaterales de las bombas de fósforo y de racimo, podrán luego volver a sus escuelas, donde maestras y maestros israelíes les enseñarán hebreo, francés e inglés, para poder incorporarlos al mundo civilizado de Occidente.

Y el generoso plan de ayuda humanitaria incluye becas en dólares, euros y shekels, que serán entregadas a los alumnos más aventajados para que puedan continuar sus estudios de postgrado en Tel Aviv, El Cairo, París y Washington.

Estas consignas generosas de solidaridad con los niños palestinos menores de 10 años han sido publicadas en todos los diarios del mundo, y transmitidas por todas las radios y, además, los televisores muestran la reunión realizada en El Cairo, donde los presidentes, luego de afanosas conversaciones lograron la aprobación del plan de ayuda humanitaria.

Las madres palestinas, aprovechando las tres horas de tregua en las que no se matará a ningún palestino, han prometido salir a las calles de las ciudades y aldeas de la Franja de Gaza, en aquellas en las que se pueda caminar sin pisar una bomba de racimo, para agradecer a los presidentes Mubarak, Sarkozí y Obama, y también al primer ministro israelí, Olmert, por tan generoso plan de ayuda humanitaria.
Estas noticias maravillosas fueron el eje de todos los noticieros del mundo y los periodistas y los comentaristas de la invasión israelí a la Franja de Gaza, solicitaron un fuerte aplauso de agradecimiento a los presidentes que lograron semejante éxito:

No se matarán niños palestinos menores de 10 años, durante 3 horas por día mientras dure la invasión.

De lo que no se informó es cuando terminará la invasión y, se exige que, en la información que se difunda debe decirse que es una guerra entre la organización terrorista Hamas y el ejército regular del Estado de Israel, y no una invasión israelí. Le está totalmente prohibido a la prensa mundial hablar de invasión israelí.

Saad  Chedid

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Gaza, Qassam y reacciones

Publicada el 07/01/2009 - 08/09/2018 por raas

Héctor Amodio Pérez era considerado, en tiempos que era un capitanejo tupamaro un militarista dentro de la organización, uno de los que siempre buscaba los caminos de enfrentamiento radical y/o violento. Ensalzado tras algunos operativos por sus camaradas, en particular por las mujeres tupas que fueran liberadas de la cárcel del Buen Pastor mediante un operativo del que se atribuyó responsabilidad a HAP (aunque justo es consignar que dicho operativo fue limpio e incruento).

Por Luis E. Sabini Fernández*

Estamos refiriéndonos al tupamaro condenado a muerte por el MLN luego de establecer, que el mismo había colaborado expresa y extensamente en el desmantelamiento de buena parte de la infraestructura de que disponía la organización, y todos recordamos entre tales “descubrimientos” “la cárcel del pueblo” que había instaurado el MLN donde retenía “preso” al impresentable Ulises Pereyra Reverbel.

Años después, y aparentemente ya arrojado al estrellato internacional, Peter Torbjörnsson, fotógrafo sueco, lo denunció como el autor material del atentado contra Edén Pastora, que no terminó con la vida de Pastora, apenas sufrió heridas en las piernas pero sí con la de otros cinco presentes en la conferencia de prensa. Aunque poco efectiva la operación, el “trabajo” fue sin duda agresivo y contundente.(1)

Si HAP era un infiltrado que había escalado posiciones dentro del MLN, como induce a pensar su actuación posterior internacional, o si HAP fue un tipo inicialmente reclutado por el MLN y luego trasvasado mediante tortura o seducción a los aparatos represivos oficiales es, para lo que me interesa destacar en este momento, secundario.

Lo que me importa es destacar que los más combativos no tienen porque ser trigo limpio. Por lo menos, hay que aprender a no ser estúpido y creer que la combatividad prueba la limpieza del trigo. Aunque en muchos casos marchen juntos el mayor arrojo y la mayor lealtad, como lo prueban ejemplos formidables como el de Di Giovanni en Argentina y tantísimos otros.

En el trágico concierto palestino, están los actores que circulan mediáticamente como el Hamas y Al Fatah, pero están los que no circulan mediáticamente que son todas las agrupaciones de palestinos o palestinos a secas que luchan con medios no violentos para mantener sus derechos (a la vida, al suelo, a los alimentos), como Marwan Barghouti, Mohammed Omer, Kawther Salam o en su momento Edward Said. En medio de toda la población de Gaza, un millón y medio de seres humanos, casi, hay un puñado de combatientes o guerrilleros que se empeñan en enviar cohetes Qassam a territorio israelí, pero como las famosas bombas Imparcial de tiempos de la guerra civil española, pueden caer indistintamente en territorio israelí o palestino y que en la cantidad de años en que han sido arrojados han matado, según la organización B’Tselem, israelí, a once israelíes y a cinco palestinos. La mayor parte de sus envíos han resultado totalmente incruentos, como por ejemplo el envío de un cohete Qassam el 4 de noviembre de 2008 caído en el desierto, que sirvió para que el Estado de Israel proclamara rota la tregua de seis meses establecida y y matara a varios palestinos. Cohetazo que las propias fuentes israelíes declararon no había siquiera herido a alguno.
 
Los Qassam estarían entonces entre los proyectiles más inseguros e inútiles que se conocen dentro de las armas de guerra. Los voceros pro-israelíes hablan de los palestinos como terroristas. Los que pretenden tener una voz independiente las más de las veces siguen, sin saberlo, “la voz del amo”. Sistemáticamente remiten a la Autoridad Palestina como el gobierno palestino con asiento en Cisjordania y a un golpe de mano de Hamas para adueñarse del gobierno en Gaza. Nada más falso. En enero de 2006, el Hamas le arrebata el gobierno a los que lo habían detentado por décadas con Arafat y tras él con Abbas. El Hamas ganó en elecciones con amplia participación, por mayoría abrumadora y perfectamente controlada por veedores internacionales como Jimmy Carter y su gente, con todos los condicionamientos que corresponde tener en cuenta por la ocupación israelí.

En algún momento, allá por los ’80 se consideraba que el Hamas era confesional, islámico, y que Al Fatah era laico e izquierdista, pero al cabo de unos años, sobre todo luego de la mezquina capitulación en Oslo en 1993, lo que había que reconocer era que el Hamas atendía las necesidades de la gente, negadas y saboteadas por el estado israelí y olvidadas por la dirección palestina, que Al Fatah estaba definitivamente corrompido entre los compromisos de haber aceptado ser la policía israelí de su propio pueblo 2  y el manejo discrecional de los fondos que le llegaban a los palestinos desde Israel o desde el exterior y que servían para distanciar una claque “revolucionaria” de un pueblo cada vez más hambreado.

El Estado de Israel no pudo aceptar que el Hamas fuera la representación de la sojuzgada población palestina y como verdadero poder ocupante, inyectó todo tipo de ayuda a su títere Al Fatah y a su jefe, Abbas, a quien le ayudó a construir un “puesto presidencial” en Cisjordania barriendo con el gobierno legítimo, encarcelando a buena parte de sus parlamentarios y ministros. Por razones que desconozco, pero que tal vez tienen que ver con el principio físico de la “válvula de seguridad”,  en Gaza el Hamas pudo reaccionar encarcelando a los putschistas que trataban de ganar mediante un golpe “ayudado” lo que habían perdido en las urnas. Por eso existe una autoridad política de Hamas en la Franja de Gaza. Que ha servido para que todo el tiempo “los periodistas independientes” peroren acerca del gobierno bien habido en Cisjordania y el de facto de Gaza. Cuando es exactamente al revés. El discurso como inversión de la verdad: para tener en cuenta.

Vayamos ahora un poco más lejos. El Maine, en 1898, en Habana voló por los aires y sirvió para que EE.UU. le “declarara” la guerra a España, mejor dicho para apropiarse de las islas caribeñas que, como fruta madura, estaba ansiando desde hacía siglos. Cuba y Puerto Rico. Curiosamente, el tipo de explosión que destruyó al Maine y llevó a la muerte a cientos de sus tripulantes fue interna, del tipo implosión, y una de las pruebas de ello son los escasos daños de varios barcos anclados en su proximidad. Si se tratara de una ex-plosión, éstos habrían sido mucho más averiados. Sabotaje español o autodestrucción yanqui, la implosión parece llevarse las palmas…

En Pearl Harbor, 1941, el comando estadounidense deja hacer a los japs. El ataque japonés les permite responder cayendo con todo su poderío no del todo todavía reconocido. Habían logrado lo mismo que en Cuba en 1898: responder a la agresión  y casualmente quedarse con las perlas ahora del Índico como en Cuba las de la desflecada corona española.

En Nueva York, en el 2001, todavía no sabemos qué pasó. Pero sí sabemos que no pasó lo que nos contaron. Sabemos que los edificios implosionaron. Que implosionaron tres, aunque habrían sido atacados dos y que en Washington, en el Pentágono, no aparece del famoso “avión atacante” ni un trocito del fuselaje, de ruedas, de alas… Cuando Thierry Meyssan estaban investigando ese atentado, los serviciales anfitriones del Pentágono le ofrecieron la caja negra del presunto avión, prueba contundente del atentado, le explicaron buenamente. Claro que una caja negra milagrosamente preservada de un avión cuya existencia es lo que está puesta en duda no deja de ser un chiste. Meyssan declinó tomar contacto con semejante “prueba”.

Hay algo más, que revela que el modus operandi de construir operaciones que sirvan para “airadas respuestas de defensa” es ya un oficio de Ministerios de “Defensa” como el de EE.UU.  En el escrito Rebuilding Americas Defenses de setiembre del 2000, escrito por la craneoteca neocon criticando el paréntesis pacifista [sic] de Clinton, un escrito que es toda una recopilación de la presunta pérdida de poder de fuego de los ejércitos de EE.UU. en el planeta, los Kagan y otros intelectuales que lo suscriben dicen que puede haber un modo de incrementar, de revitalizar, de acelerar y legitimar el rearme y es que se les cruce en el camino un nuevo “Pearl Harbor”. Así, descaradamente, los Pearl Harbor son vistos como métodos para dirigir una guerra, como excusas para “contraataques”. Vale la pena reparar en que Rebuilding… fue escrito un año antes de la caída de las Torres Gemelas, tan oportunamente convertidas en espectáculo televisivo de todo el día.

EE.UU. e Israel: una alianza cada vez más estrecha

Como la CIA, el MOSSAD ha desarrollado enormes operativos de camuflaje, de infiltración, para combatir secuestrar o matar a  palestinos, nazis, u objetores de conciencia.

Estaría perfectamente dentro de su estrategia infiltrar a grupos de resistentes palestinos que practiquen actos que “legitimen” reacciones.

Los cohetes Qassam que apenas algunas veces alcanzan un blanco, disparados con trayectorias azarosas que estadísticamente tienen muchas más posibilidades de no encontrar blanco alguno que de encontrarlo, podrían ser una magnífica excusa para que el Ministerio de “Defensa” israelí reaccione y encuentre en ellos y sus escasas víctimas 3 la excusa óptima para desencadenar un castigo bíblico a los palestinos. Allí sí mueren cientos de seres humanos, en edificios en las calles, en autos. Allí sí mueren hombres, mujeres, niños. Incluidos, claro, entre tanto “daño colateral” algún comando o algún jerarca policial o algún miembro del gobierno “terrorista”.

Allí mueren despedazados por bombas arrojadas desde lejos y luego siguen muriendo en una sociedad a la que preventivamente se le han bombardeado usinas, hospitales, talleres y se le han bloqueado las importaciones: faltan gasas, desinfectantes, bisturíes…

No afirmamos que los cohetes Qassam sean teledirigidos por los israelíes. Sostenemos que puede ser así. Al fin y al cabo, hasta la autoría de tales envíos ha estado en debate; si se trata de grupos de combatientes del Hamas que procuran así responder a los castigos colectivos, verdadera política genocida del Estado de Israel, o si se trata de grupos de combatientes de Al Fatah que procuran con ello dirigir las iras israelíes hacia el gobierno de la Franja. Incluso ha habido escaramuzas entre grupos palestinos para acordar o impedir el envío de tales cohetes.

Porque en todos los casos, lo que más nos llama la atención es que cualquier cohetazo Qassam, hasta el más inocuo, despierta “la reacción”, ésa sí desproporcionada, criminal, genocida de los militares israelíes.
Porque hasta los más enardecidos asesinos y racistas deben justificar sus depredaciones, alegando defender, defenderse de algo: Hitler vociferaba contra quienes atacaban al pueblo alemán mientras arrasaba a los checos, a los polacos, a los judíos… Bush, por ejemplo, tan generoso o amplio en sus miras, anda siempre defendiendo la libertad, en todos los mares y suelos del mundo, con petróleo, al menos.

* Docente del área de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, periodista,  editor de futuros del planeta, la sociedad y cada uno.

notas:
1) Edén Pastora, durante décadas en la guerrilla neosandinista contra los Somoza, rompió, empero con la dirección luego de “la toma de poder” y a tal punto se produjo el enfrentamiento que se levantó en armas contra el FSLN, Ortega, Borges, etcétera. Por ese entonces, los somocistas habían armado “la contra” para recuperar el control de Nicaragua y llegó a haber tratativas para unificar el frente antisandinista que Pastora desechó considerando que “la contra”, la guardia somocista, era todavía peor que los neosandinistas comandados por Ortega. La CIA quiso escarmentar a Pastora por el fracaso de la operación unificadora y todo lleva a pensar que encontró en HAP el instrumento.
2) Algo ya experimentado con éxito, aunque con avatares como rebeliones, por el imperio británico en la India, con los cipayos.
3) Lo de escasas es un vocablo difícil por no decir inaceptable en términos éticos puesto que una vida humana arrasada es siempre demasiado. Pero no estamos hablando desde nuestros corazones sino desde las estadísticas de militares.

fuente: https://revistafuturos.noblogs.org

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Los formateadores

Publicada el 07/01/2009 - 08/09/2018 por raas

“No podrán controlarte por completo, porque no pueden estar dentro tuyo”, decía animada Julia a Winston, en medio del totalitarismo de 1984. Más de veinte años después del imaginado por Orwell, poco margen parece haber quedado para esa ínfima pero amenazante “libertad interior”. El viejo escenario en el que unos pocos vigilan el comportamiento de muchos ha dejado de ser funcional a un mundo en el que, alentadas por el espectáculo del consumo, las sociedades aprenden a internalizar los mecanismos de control.

Por revista La Brumaria

Como un canto de sirenas, el poder pone en circulación un discurso que promete la desaparición de la escasez e incita a entrar en el simulacro de una fiesta capitalista en la que tanto trabajadores como patrones serían anfitriones. Para asegurar la efectividad de esta falacia, existe además un ejército de administradores de la conciencia que se encarga de implantarla en la subjetividad de cada asalariado. Son los encargados de procesar conflictos, aguar tensiones, diluir reclamos. Guardianes del dominio, los Formateadores operan sobre el más mínimo vestigio de resistencia, buscando convertir a cada individuo en cifra, contraseña, dato almacenable.

”Los tipos se desquitan”

Con una enorme sonrisa y a paso apresurado, Hernán Salas entra al kiosco-bar de San Juan y Paso, donde lo esperábamos. No nos conoce pero se lo ve confiado. Seguramente Salas piensa (sigue pensando) que efectivamente vemos las cosas del mismo modo.”Déjenme tomar una Coca antes de empezar porque estoy muerto”, dice en un tono que revela cansancio. Y no es para menos: viene de jugar un partido de fútbol bastante agotador. “¿Ven acá?”, dice señalando unos moretones y lastimaduras. “Es que estamos jugando el campeonato que organizamos en la empresa”, explica. ”Los obreros siempre nos cagan a patadas. Los tipos se desquitan”.

Entre coca y coca, Hernán admite que su tarea no es sencilla. Para él, que trabaja en el departamento de Recursos Humanos de la empresa CONUAR (Combustibles Nucleares Argentinos SA), “es difícil romper la barreras rígidas que están metidas en la sociedad. Es difícil sacarle al empleado la idea de que la empresa lo quiere cagar. Para eso estamos nosotros, para quebrar la estrechez mental que te hace pensar que siempre alguien te quiere joder, que te quieren usar para su propio beneficio. El empleado tiene que entender que la empresa es un equipo y que tiramos todos para el mismo lado”.

”Hay que venderles nuestra filosofía”

“La tarea de Recursos Humanos implica romper con todos los estatutos”, dijo con la solvencia de quién parece estar convencido de cada palabra. Y agregó: “Hay que romper con el panóptico del que hablaba Foucault”. Nuestro asombro era máximo. Entre todos los comentarios esperables no cabía lugar para una respuesta de ese tipo (mucho menos viniendo de ese tipo). “¿Leen Foucault?”, nos lanzamos como quién se arroja sediento a un pozo con agua. “Si, claro”, contesta entusiasmado. “Sirve mucho para pensar como romper con el viejo sistema de control”, dice entre sorbos de Coca. “Con el panóptico el empleado siente que lo están mirando aunque no lo estén mirando, se siente vigilado. Entonces el tipo trabaja mal, porque está presionado, siente que su trabajo es algo que no le gusta y que tiene que hacer por obligación”, dice con tono de especialista. “¿Y cómo quiebran con ese panóptico?”, preguntamos como si nuestro interlocutor fuese un idealista de la liberación humana. “Cuando el empleado deja de creer que hay alguien que lo vigila y empieza a pensar que lo que hace es para su propio beneficio, no para el de otro. Así se trabaja mejor, se produce mejor”.

Había capturado la hilacha del asunto: la vieja empresa en la que el jefe implicaba un mecanismo de control externo, comienza a ser reemplazada por una en la que, armados de conocimiento sobre el funcionamiento social, un grupo de expertos se encarga de hacer que la vigilancia esté incorporada en la mente de cada empleado. “Cuando hay un compromiso con la empresa, la gente pierde la noción de que está trabajando una hora más de la que dice el contrato, porque ya no trabaja por obligación, sino que lo hace porque piensa que es para su propio beneficio”, dice Hernán sonriente. Sus palabras revelaban el verdadero objetivo de su tarea: lograr una mayor producción con la menor cantidad de conflictos posibles.

El trabajo de “adecuar” personas.

”La psicología sirve para pensar cómo hacer que el empleado actúe como yo quiero”. Hernán Salas

“El nuestro es todo un trabajo psicológico”, dice Hernán. Tiene apenas 25 años, pero sabe perfectamente que si el conflicto entre trabajadores y patrones no fuera real, su tarea cotidiana no sería la de llevar adelante una verdadera labor de manipulación, o lo que en lenguaje gerencial se denomina marketing dentro de la empresa: fiestas de fin de año, torneos de fútbol o cualquier otra simulación de unión que permita suavizar asperezas al interior de la empresa. “Es para estimular al personal”, explica, “en ese momento el empleado deja de pensar en la distancia que lo separa del gerente”. Lo dice con la certeza de un matemático, pero sus lesiones futbolísticas muestran que ninguna técnica es tan efectiva. “Adentro de la fábrica todo funciona como en la teoría, pero en la cancha se nota que los tipos siguen pensando que sos un garca”, se sincera.

Sus ojos se encienden a medida que avanza el relato, y detrás de las anécdotas, asoma una sonrisa sospechosa. Algo en su mirada revela placer. “Los tipos nunca se olvidan de que sos de Recursos Humanos”, dice con una mueca de yuppie.

El lapsus no dura mucho y rápidamente retoma el eje de su discurso. “Es toda una mentalidad muy estrecha la que hay que quebrar, y no es fácil”, dice ocultando el desliz. “Pero existen técnicas que ayudan a romper con esos límites”. Se trata de la puesta en marcha de lo que él llama procesos de motivación, que implican la exploración de mecanismos que impulsen al trabajador a “moverse” hacia un objetivo. “Lo que se busca es que fluyan psicológicamente del propio trabajador las ganas de decir: me gusta este empleo y voy a seguir para adelante, voy a seguir trabajando porque me gusta”.

El formateo comienza desde el mismo proceso de selección, buscando ahorrarle a la empresa cualquier “dolor de cabeza”. “Las herramientas psicológicas ayudan a ver qué valores tiene la persona. Si esos valores se adecuan a los de la empresa, a vos te conviene”, dice con un gesto de complicidad. Sus palabras revelan la fórmula: el empleado que ingresa a la fábrica es aquel que sobrevivió ileso al “detector de resistencias” al que fue conectado durante el proceso de selección. Varios años después de Darwin, los formateadores confirman la supervivencia del más apto de la forma más paradójica: aquel que sobrevive es el que menos resiste, el que carece de defensas, el más “adecuado”, en suma, a la lógica de la acumulación.

La empresa protectora

Al igual que el señor feudal ofrecía seguridad a sus siervos, la nueva empresa se presenta como tutora, amparadora, benevolente. Lo que pide a cambio es nada menos que lo que demanda un padre a su hijo: fidelidad y entrega absoluta. “Si al empleado lo escuchás, le das beneficios y le vendés la idea de que va a poder escalar, te va a producir mucho más, porque va a pensar que cuanto más trabaja más prospera”, dice Hernán. Hace un tiempo atrás su empresa puso en marcha una política de paternidad destinada a lograr este objetivo: se organizó un concurso llamado “comentá tus ideas”, que buscaba que el empleado hiciera sugerencias para el mejor funcionamiento de la compañía. “Las ideas que aportaron le hicieron ganar a la empresa cerca de dos millones de pesos”, comenta entusiasmado. “Entonces a fin de año el empleado que aportó la mejor idea se va a llevar un premio de hasta diez mil pesos”, explica. El saldo para la empresa es más que beneficioso, ya que logra ligar emocionalmente al personal con la organización. “¿Querés estudiar inglés? Te hacemos estudiar inglés, la empresa se hace cargo. ¿Querés comprarte una casa? La hipoteca de tu casa te la pagamos nosotros”. El discurso patronal se vuelve así paternal, y como un chico ansioso por devolver una imagen deseable a los ojos de la autoridad, el empleado se esmerará ahora por saldar su deuda trabajando más y mejor.

Perros de Pavlov

”Hay infinidad de formas para hacer que el empleado se ponga la camiseta de la empresa” Lalo Huber

¿Por qué será que los perros empiezan a salivar cuando tienen en frente la comida? ¿Por qué será que los trabajadores producen más cuando se les ofrece un premio? Para los formateadores, una de las herramientas de motivación por excelencia es el otorgamiento de beneficios. “No se trata de que los empleados trabajen sólo porque se les paga, sino de que lo hagan fundamentalmente por un compromiso con la organización”, explica Lalo Huber, profesor de la facultad de Ciencias Económicas de la UBA, la UCA y El Salvador, y director de una importante empresa de informática. Para este experto formateador, el primer paso a seguir en el proceso de motivación es la creación de una lista de comportamientos que se pretende que el personal adopte (iniciativa, creatividad, puntualidad, etc). El paso siguiente consiste en premiar esos comportamientos. “Si yo quiero puntualidad, tengo que premiar a los puntuales, aunque más no sea un simple comentario halagatorio, o la posibilidad de acceso a una capacitación”, explica. Los jugosos premios ofrecidos por la empresa pueden ser desde seguros médicos privados, medios de transporte o planes de pensiones, hasta reconocimientos públicos de valor simbólico: un mail del jefe, una felicitación verbal frente al resto de los empleados o los famosos cuadritos del empleado del mes.

Como ratitas de laboratorio, los trabajadores son sometidos a un proceso de estímulo- respuesta, premios y castigos. El resultado es una mayor productividad, un quiebre de lazos de solidaridad entre los propios trabajadores (inducido a partir de un ambiente en el que todos quieren ser “el favorito”) y un plus adicional para el empresario, quién detrás del reality show de los premios, se evita el pago de cargas sociales (jubilación, vacaciones, cobertura médica, etc).

”Me están parando la planta”

Los grandes procesos de sindicalización de la clase trabajadora, sobre cuyos escombros se monta la nueva organización productiva, no parecen haber transcurrido en vano. Las empresas aprendieron una lección: el trabajo no debe ser visto por el empleado como lo que es, una actividad obligatoria que se realiza para obtener un salario con el cual satisfacer necesidades, sino que debe ser percibido como una forma de autorrealización, de alcanzar objetivos e ideales, de sentirse, en suma, feliz. Este simulacro implica no sólo una estrategia hacia una mayor productividad, sino también un antídoto contra la amenaza siempre latente de la organización gremial de los trabajadores. Si la tarea fuese sencilla, el departamento de Recursos Humanos no se habría convertido en un brazo fundamental de la nueva estructuración laboral.

“En una empresa de producción tenés que cuidar el capital humano, porque es fuerza de trabajo que viene con ciertas complicaciones, como los gremios, los sindicatos”, dice Hernán. Una de las mayores dificultades que recuerda haber vivido en la empresa fue cuando uno de sus colegas olvidó poner el ítem “cuenta de futuros aumentos” en el sueldo de los empleados, lo que significaba una quita de doscientos pesos al salario básico. A mitad de mañana todos los jefes de producción estaban parando la planta. “Tuvimos que salir de Recursos Humanos a la planta, ir al de los gremios y decir: muchachos, fue una equivocación humana, no les vamos a sacar del sueldo los doscientos pesos”. La aclaración consiguió volver a poner en marcha la producción, pero no logró salvar el puesto de quien cometió el error.

“¿Y si me toca a mi?”

Luego de esta anécdota, Hernán decidió profundizar el relato. Pero esta vez el tono de la conversación sufrió un cambio notable. Pasó a hablar como un pibe de 25 años preocupado por su propia estabilidad laboral. Así, las explicaciones sobre cómo cuidar el capital humano mutaron hacia la historia del “chico que se equivocó y lo rajaron”. “Diego hacía mucho que trabajaba en la empresa, pero estuvo solo un año en Recursos Humanos. No tenía experiencia, entonces lo mandaron a hacer cursos de liquidación, lo capacitaron. Pero al tipo le costaba, se mandaba muchas cagadas”, explica. “Fue ahí cuando entré yo, como pasante. Y ahora yo ocupo su puesto”. Su tono era pausado y lánguido, como quién da extrañas vueltas para no transmitir una noticia dolorosa. Se produjo una pausa. “Yo no hice nada para que lo rajaran, ¿está bien? Tengo la conciencia tranquila”, expresó entre risas. Sus gestos, sin embargo, parecían hablar otro idioma. “¿Ven?”, dijo volviendo a mirarnos a los ojos. “Así funciona la psicología en la empresa. Me pusieron a trabajar al lado de Diego para que él sintiera la presión”. Hablaba como un maestro a su discípulo, pero cada palabra parecía pesarle una tonelada, y la rueda de la conversación fue extinguiéndose hasta quedar flotando en el aire un silencio molesto. “¿Y si ahora me ponen a mí un pasante?”, dijo con un hilo de voz y tomó rápidamente lo poco que quedaba de Coca.

Extraído del sumplemento Precario de la revista La Brumaria Nº2

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• Teoria de la clase ociosa, de Thorstein Veblen (1899)

• Nosotros, de Yevgueni Zamiatin (1922)

• ¡Escucha, pequeño hombrecito!, de Wilhelm Reich (1945)

• El arte de amar, de Erich Fromm (1956)

• Viaje a Ixtlán, de Carlos Castaneda (1972)

• Energía y equidad, de Ivan Illich (1973)

• De la huelga salvaje a la autogestión generalizada, de Raoul Vaneigem (1974)

• Némesis Médica, de Ivan Illich (1975)

• Mil Mesetas, de Gilles Deleuze y Félix Guattari (1980)

• Sobre la desobediencia y otros ensayos, de Erich Fromm (1981)

• La enfermedad como camino, de Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke (1983)

• El maestro ignorante, de Jacques Ranciere (1987)

• Encuentro con la sombra. El poder del lado oculto de la naturaleza humana, de Connie Zweig y Jeremiah Abrams (1991)

• El horror económico, de Viviane Forrester (1996)

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