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Ecotropía

Aniquilando un planeta por vez…

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Mes: febrero 2012

Indignaciones

Publicada el 25/02/2012 por raas

Choca un tren contra la punta del andén. Centenares de heridos, medio centenar de muertos. Todavía no sabemos más. Es esperable que aumente la cifra de muertos, aunque todos deseamos que no. Las empresas periodísticas acuden todas a juntarla con pala cubriendo el desastre con información compulsiva. Se traen las tragedias anteriores para coleccionar y contabilizar, para aumentar la dimensión de la tragedia y para establecer récords. Un récord vale más que mil palabras.

Cada quien toma posición frente a la escena desgarradora de las víctimas, de las personas intentando tener noticias acerca de parientes o amigos. Se descubren secretos a voces como el mal estado de los sistemas de transporte, las implicancias de la política en la gestión de los negocios, las implicancias de los negocios en la gestión política. Azorados, miramos y padecemos. Nos indignamos.

Pronto la tragedia pasa. La noticia pasa. Pasa la novedad y todo vuelve al ruedo. Personas volviendo del trabajo, trenes hacinados; personas yendo a trabajar, trenes hacinados. Un sistema de transportes saturado en una ciudad saturada que concentra el tercio de la población de un país con aproximadamente 15 personas por kilómetro cuadrado. 15 personas por kilómetro cuadrado y 700 heridos y 50 muertos en un tren urbano. Pero la tragedia pasa. Nos indignamos.

Pronto todo vuelve al ruedo.

¿Qué es lo que estamos haciendo? ¿Qué es lo que hacemos cuando la tormenta pasa? Demandas al Estado, aserciones morales acerca de la falta de escrúpulos de los empresarios, de la desidia de los controladores, de la corrupción de los funcionarios. Los indignados protestan. Pero la tormenta pasa. Entonces los indignados se dignan. Se dignan a seguir sus vidas ordenadas en la continuidad de una humanidad autodestructiva, retoman la ruta de la cuenta bancaria y del televisor de mil pulgadas, de teléfonos biónicos y de alquileres imposibles. Reactivación del mercado interno a base de consumo, importación, exportación y producción. Crecimientos porcentuales, márgenes de ganancia, confianza para inversores. Autos como naves espaciales que aceleran cada vez más, con mayor estabilidad a mayores velocidades, asfaltos mejorados, autopistas y rutas. Lomas de burro, barreras y multas. Concesiones, subsidios, tarifas.

Crisis financiera, caída de los mercados, inestabilidad social. Nos indignamos. ¿Y qué es lo que hacemos? “Ha vuelto la política”, nos dicen. Votamos y volvemos. Dignos como nunca, recuperamos la nación después del cataclismo. Confianza, esperanza, dignidad. Malvinas argentinas, mineras canadienses, sindicatos peronistas y paritarias anuales. ¿Qué es lo que hacemos? Recuperar la fe. Como si no hubiera otro camino que rezarle a fantasías, retomamos el camino de que alguien haga bien las cosas, alguien otro, algún otro que nos represente y nos proteja, que administre bien, que ya no robe, que por fin se entere de las cosas que hay que hacer por la gente. Y que las haga.

“La gente”, dicen. “la gente necesita protección”. Toda la estructura social está montada sobre la espalda de trabajadores que no logramos organizarnos como para tomar la iniciativa. ¿Buscamos culpables? Ahí estamos: culpables de no hacernos cargo de la administración y de la responsabilidad sobre nuestra vida colectiva. Indignados por arranque, soltamos rapidito para que los responsables sean los demás. Sin organización desde abajo no habrá sino culpables desde arriba y muertos en la calle.

Aceptamos que la vida social sea una miserable agregación de negocios, legitimamos la comercialización de la vida en nombre de la competencia y de la propiedad. Y, de vez en cuando, nos indignamos.

La indignación es una purga: es una forma de enajenación de las culpas en busca de víctimas propiciatorias. Como en un ritual, todo el mundo acusa a los demás, busca responsables para no hacerse cargo de responder. ¿Nos acordamos de las privatizaciones? Ahora parece que el demonio neoliberal tiene rostro, cuando ese monstruo somos nosotros hace veinte años. El tiempo pasa, y, en vez de cambiar la ruta, echamos culpas a diestra y siniestra.

Somos los responsables de no comprometernos en nuestra propia realidad, responsables de no sostener las organizaciones barriales y obreras que puedan confrontar contra el modelo de negocios que establece que el seguro es más rentable que los frenos. ¿Dónde están los pasajeros del sarmiento cuando no chocan los trenes? ¿Dónde están los habitantes de la región andina cuando no reprimen los mulos y la policía? ¿Dónde están los trabajadores cuando no asesinan a nadie?

Vivimos pateando para adelante, e indignándonos cada tanto. Vivimos delegando decisiones y responsabilidades cotidianas en figuras útiles para recriminar después. “Negligentes militantes”, decía Enrique Piñeyro. No nos sirve de nada echarle culpas al Estado y a los empresarios. Eso es fácil y es obvio. El punto es que no somos capaces de accionar antes de que ocurra la tragedia. Subimos a los trenes como ganado, subimos a los colectivos colgándonos de las puertas, aplastados unos contra otros. Repartimos codazos para treparnos a un vagón y llegar a casa menos tarde. Arremetemos contra el que discute. Preferimos volver temprano antes de sostener una asamblea.

Los trabajadores tenemos la capacidad y la responsabilidad de intervenir en la gestión social de recursos y servicios de una manera definitoria y efectiva. No nos organizamos para mejorar nuestro salario y dejar que los demás decidan el resto. Matarnos en los trenes y vivir hacinados, empobrecidos y expoliados, es parte de lo mismo. Vivir alienados por la tarea y la explotación y padecer las decisiones de los otros, es parte de lo mismo. La ciudad (las ciudades) tienen una estructura y un funcionamiento sostenido sobre la división social del trabajo. Es un diagrama gestionado por quienes no viajan en tren, por quienes no comen chipá en las estaciones, por quienes no cruzan las vías saltándose el tercer riel. Hay un espacio de circulación para los pobres y otro para los que deciden. Y nosotros, desde abajo, preferimos victimizarnos antes que asumir la responsabilidad de confrontar su poder con nuestra organización. Preferimos putear al presidente, putear al patrón, putear al rico, antes que hacernos cargo de meterles el boleo en el orto que merecen, antes que hacernos cargo de asumir la responsabilidad de cambiar nuestra situación.

Nos indignamos. Miramos Crónica TV y nos indignamos. “Los que viajan en el tren son laburantes”, dicen por la tele, como si fuera normal que haya laburantes (es decir, que haya no-laburantes). Nos indignamos hoy. ¿Qué pasará mañana? El trabajo dignifica, decía Perón. Sí que dignifica. Nos vuelve dignos de la continuidad, dignos de una vida de mierda de la que no nos hacemos cargo. Ahora, desgarrándose las vestiduras, todos los monjes salen a la plaza a llorar verdades y lamentar los muertos. Y nosotros obedecemos eso también. Lloramos con los monjes, con los sabios, con los comunicadores y con los políticos. Lloramos un luto de dos días como religiosamente, dignos por obedecer, validados en tanto ciudadanos donde la libertad consiste en acomodarse de alguna manera a las decisiones de los otros. Nos acomodamos, sí. Surfeamos la milonga, hasta que nos damos el palo.

Mientras sigamos prefiriendo la obediencia con culpables a la organización colectiva, seguiremos viviendo para el orto y muriendo cada tanto.

Hernún
23 de febrero de 2012

fuente http://entornoalaanarquia.com.ar/2012/02/23/indignaciones

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Dialéctica del cénit y el ocaso

Publicada el 20/02/2012 - 21/05/2018 por raas

El capitalismo ha alcanzado su cenit, ha traspasado el umbral a partir del cual las medidas para preservarlo aceleran su autodestrucción. Ya no puede presentarse como la única alternativa al caos; es el caos y lo será cada vez más. Durante los años sesenta y setenta del pasado siglo, un puñado de economistas disconformes y pioneros de la ecología social constataron la imposibilidad del crecimiento infinito con los recursos finitos del planeta, especialmente los energéticos, es decir, señalaron los límites externos del capitalismo.

Por Miguel Amorós

La ciencia y la tecnología podrían ampliar esos límites, pero no suprimirlos, originando de paso nuevos problemas a un ritmo mucho mayor que aquél al que habían arreglado los viejos. Tal constatación negaba el elemento clave de la política estatal de posguerra, el desarrollismo, la idea de que el desarrollo económico bastaba para resolver la cuestión social, pero también negaba el eje sobre el que pivotaba el socialismo, la creencia en un futuro justo e igualitario gracias al desarrollo indefinido de las fuerzas productivas dirigidas por los representantes del proletariado. Además, el desarrollismo tenía contrapartidas indeseables: la destrucción de los hábitat naturales y los suelos, la artificialización del territorio, la contaminación, el calentamiento global, el agujero de la capa de ozono, el agotamiento de los acuíferos, el deterioro de la vida en medio urbano y la anomia social. El crecimiento de las fuerzas productivas ponía de relieve su carácter destructivo cada vez más preponderante.

La fe en el progreso hacía aguas; el desarrollo material esterilizaba el terreno de la libertad y amenazaba la supervivencia. La revelación de que una sociedad libre no vendría jamás de la mano de una clase directora, que mediante un uso racional del saber científico y técnico multiplicase la producción e inaugurara una época de abundancia donde todos quedaran ahítos, no era más que una consecuencia de la crítica de la función socialmente regresiva de la ciencia y la tecnología, o sea, del cuestionamiento de la idea de progreso. Pero el progresismo no era solamente un dogma burgués, era la característica principal de la doctrina proletaria. La crítica del progreso implicaba pues el final no sólo de la ideología burguesa sino de la obrerista. La solución a las desigualdades e injusticias no radicaba precisamente en un progresismo de nuevo cuño, en otra idea del progreso depurada de contradicciones.

Como dijo Jaime Semprun, cuando el barco se hunde, lo importante no es disponer de una teoría correcta de la navegación, sino saber cómo fabricar con rapidez una balsa de troncos. Aprender a cultivar un huerto como recomendó Voltaire, a fabricar pan o a construir un molino como desean los neorrurales podría ser más importante que conocer la obra de Marx, la de Bakunin o la de la Internacional Situacionista. Eso significa que los problemas provocados por el desarrollismo no pueden acomodarse en el ámbito del saber especulativo y de la ideología porque son menos teóricos que prácticos, y, por consiguiente, la crítica tiene que encaminarse hacia la praxis. En ese estado de urgencia, el cómo vivir en un régimen no capitalista deja de ser una cuestión para la utopía para devenir el más realista de los planteamientos.

Si la libertad depende de la desaparición de las burocracias y del Estado, del desmantelamiento de la producción industrial, de la abolición del trabajo asalariado, de la reapropiación de los conocimientos antiguos y del retorno a la agricultura tradicional, o sea, de un proceso radical de descentralización, desindustrialización y desurbanización debutando con la reapropiación del territorio, el sujeto capaz de llevar adelante esa inmensa tarea no puede ser aquél cuyos intereses permanecían asociados al crecimiento, a la acumulación incesante de capital, a la extensión de la jerarquía, a la expansión de la industria y a la urbanización generalizada. Un ser colectivo a la altura de esa misión no podría formarse en la disputa de una parte de las plusvalías del sistema sino a partir de la deserción misma, encontrando en la lucha por separarse la fuerza necesaria para constituirse.

Al final de la era fordista, tras la subida de precios del petróleo como consecuencia del cenit de la producción en Estados Unidos, conocemos la salida que buscó la clase dirigente para preservar el crecimiento: un desarrollismo de nuevo tipo, neoliberal, basado primero en el fin del Estado-nación, la privatización de la función pública, el abandono del patrón oro, la energía nuclear, la eliminación de las trabas aduaneras, el abaratamiento del transporte, la globalización de los mercados, la expansión del crédito y la desregulación del mundo laboral. Una segunda fase, algo más keynesiana, rentabilizaría la destrucción acumulada mediante un desarrollismo llamado sostenible, integrando el punto de vista ecologista en un capitalismo “verde”. El Estado recuperaría un tanto su papel de impulsor económico que tenía en la época anterior de capitalismo nacional financiando dicha modernización y forzando el reciclaje de la población en el consumo de mercancía labelizada.

También conocemos las alternativas progresistas neokeynesianas que en el marco del orden establecido reivindicaron “otra” globalización en donde las cargas estuvieran mejor distribuidas, o lo que viene a ser lo mismo, una mundialización tutelada por los Estados que respetara los intereses de la burocracia obrerista y el estatus de las clases medias. Esta propuesta descansaba en la falsa suposición de que el Estado era un instrumento neutral frente al capitalismo, y no la adecuada expresión política de sus intereses. Como quiera que fuera, ambas políticas –la neoliberal conservadora y la neokeynesiana socialdemócrata– fracasaron al tropezar el capitalismo con sus límites internos.

La liquidación de las economías locales arruinó poblaciones enteras que se fueron acumulando en las periferias de las metrópolis, dando vida a inmensos poblados de chabolas. Innumerables masas emigraron a los países “desarrollados”, extendiendo las consecuencias de la crisis demográfica a las zonas privilegiadas del turbocapitalismo. Esta nueva mutación del capital creaba una nueva división social: los integrados y los excluidos del mercado. La contención de la exclusión quedó fundamentalmente en manos del Estado, en absoluto neutro, obligado a desarrollar para la ocasión políticas represivas de control de la inmigración y extenderlas a cualquier forma de disidencia. Por otro lado, el carácter eminentemente especulativo de los movimientos financieros internacionales y las políticas estatistas clientelares, tras una década de euforia, condujeron a la bancarrota general del 2008, agravada por las deudas que los Estados no habían podido rembolsar, precipitando una vuelta al neoliberalismo mucho más dura. Las medidas draconianas son necesarias para traspasar la crisis provocada por los Bancos y los Estados a la población asalariada, mayoritariamente hipotecada.

La pauperización material de un tercio de la población se suma a una pauperización moral vieja de años, pero la incapacidad irremediable de crecer lo suficiente de los Estados Unidos y la Unión Europea si no es compensada con una demanda emergente, china o india, proporcionará un marco crítico duradero donde podrá invertirse el proceso de anomia. Potencialmente, y por mucho tiempo, el espectro de Grecia –las condiciones griegas—asediará la conciencia de los dirigentes. La venganza o la voluntad de desquite dominarán en los primeros momentos con toda la secuela de conflicto y violencia, pero para construir habrá de darse en las masas vapuleadas un sentimiento de dignidad a la par que el desarrollo de una conciencia verdaderamente subversiva.

Paradójicamente, en la fase actual de descomposición del sistema dominante, las contradicciones internas ocultan las externas. El drama de la exclusión, el paro, la precariedad, los recortes, los desahucios y el empobrecimiento de las clases medias asalariadas, al poner por delante sus intereses inmediatos todavía ligados al mantenimiento de un estilo de vida urbano, artificial y consumista, han oscurecido momentáneamente la cuestión esencial, el rechazo del credo del progreso, y, por consiguiente, el del modelo social y urbano que le es inherente.

En consecuencia, la creciente “huella ecológica” y la insostenibilidad intrínseca de la supervivencia bien o mal abastecida bajo el capitalismo no se han tenido en consideración, por lo que las exigencias desindustrializadoras y desurbanizadoras parecen fuera de lugar. La protesta urbana, obrera o populista, rechaza pagar la factura de la gestión desarrollista anterior y así se contenta con exigir “otra” política, “otra” banca u “otro” sindicalismo, a lo sumo, “otro” capitalismo, pero jamás se planteará seriamente la ruralización o la desaparición de las metrópolis, es decir, otra manera de convivir, otra sociedad u otro planeta.

La mayoría de los habitantes de las conurbaciones solamente busca o aspira a encontrarse con la naturaleza los fines de semana, en tanto que consumidores de relax y paisaje, por lo que una crítica antidesarrollista tiene serios problemas para darse a conocer fuera de estrechos círculos, ya que la mentalidad urbana es incapaz de asumirla y los desertores del asfalto son todavía pocos. Por otra parte, la población campesina, residual, sufre un deterioro mental aún peor, fruto de su suburbanización, y las más de las veces reproduce estereotipos ideológicos urbanos. La crítica antidesarrollista no cuaja pues, ni en el medio rural, que debía ser el suyo, ni en el medio urbano, mucho menos propicio. Por eso la materialización en la práctica del antidesarrollismo como defensa del territorio se ve sometida a multitud de inconsecuencias y limitaciones. El carácter específicamente local de dicha defensa juega en su contra. Apenas se conforma una oposición contra una nocividad particular, surgen acompañantes municipalistas, verdes o nacionalistas, que tratan de confinarla como “nimby” en la localidad, exprimirla políticamente y empantanarla en marismas jurídicas y administrativas.

Solamente en los casos en que ha conseguido aliados de las conurbaciones gracias precisamente a los irregulares de la post ciudad, ha podido formularse un interés general y desarrollarse un conflicto de envergadura (p. e. contra trasvases, contra las líneas MAT, contra el TAV, contra autopistas, centrales eólicas, etc.). Resumiendo, la defensa del territorio está lejos mostrarse como el único conflicto realmente anticapitalista, ya que, debido a las condiciones hostiles que debe afrontar, no consigue constituir una comunidad de lucha estable y suficientemente consciente que contribuya con eficacia a incrementar el número de renegados de la urbe.

Todavía no ha logrado transformar la descomposición urbana en fuerza creativa rural, ni la oposición al desarrollismo territorial en barrera contra la urbanización total. Será necesaria otra vuelta de tuerca en la crisis para que la cuestión urbana –el problema de desmontar la conurbación– aparezca en el centro de la cuestión social. En efecto, la conurbación es la forma ideal de la organización del espacio por el capitalismo; una gran concentración de consumidores hecha posible por la abundancia hasta ahora ilimitada de combustible fósil barato y de agua potable. Es de suponer que un encarecimiento del combustible conduciría a una crisis energética que pondría en peligro la agricultura industrial, el sistema de vida urbano y la existencia misma de las conurbaciones. Igual sucedería con una sequía prolongada que exigiera la construcción de numerosas desaladoras funcionando con petróleo.

Ese es el horizonte que perfila a corto plazo la gran demanda de los países emergentes y el cenit de la producción petrolífera a medio: el fin de la era de la energía barata. No hay remedio posible puesto que la energía nuclear y las llamadas “renovables” son caras, necesitan igualmente para su puesta en marcha ingentes cantidades de combustible fósil cada vez menos al alcance y el ritmo de su producción nunca podrá satisfacer las exigencias de un consumo creciente. El capitalismo verde es una falacia y la globalización está entrando en su fase terminal; las innovaciones tecnológicas no podrán salvarla. La perspectiva de un declive de la producción industrial de energía pinta de negro el futuro de las conurbaciones, puesto que un encarecimiento del transporte paralizará los suministros y las volverá inviables. Los bloques de viviendas, los rascacielos, los centros comerciales, los adosados residenciales, los polígonos logísticos, las autopistas y demás se deteriorarán a gran velocidad. Entonces, los sofisticados materiales de construcción, el aire acondicionado, los electrodomésticos, los ordenadores, la calefacción central, la telefonía móvil y los automóviles serán cosas del pasado.

Además, el calentamiento global es imparable puesto que el consumo de energías contaminantes es imposible de aminorar, y, en pocos años, cuatro o cinco, desbocará el cambio climático y entonces los daños provocados serán irreversibles. El decaimiento de la agricultura industrial –esclava del fuel, de los abonos y herbicidas petroquímicos—junto con las secuelas del calentamiento –incremento del efecto invernadero, deforestación, erosión, salinización y acidificación de los suelos, desertificación, sequías e inundaciones– desembocarán en una crisis alimentaria de graves consecuencias. La mayoría de la población urbana quedará desabastecida, viéndose impelida violentamente a buscar comida y combustible fuera, desperdigándose por un campo esquilmado. El que este proceso de expulsión del vecindario se efectúe de forma caótica y terrorista o transcurra positivamente dependerá de la capacidad integradora de las comunidades de lucha surgidas de la deserción y la defensa del territorio.

Si éstas son débiles no podrán enfrentarse a la avalancha de una población hambrienta y transformar su desesperación en fuerza para el combate por la libertad y la emancipación. La desagregación del turbocapitalismo daría lugar entonces a un reguero de formaciones capitalistas primitivas defendidas por poderes locales y regionales autoritarios. Será inevitable que la sociedad se contraiga y se vuelva intensamente localista, pero lo pequeño no siempre es hermoso. Puede ser horrible si la necesaria ruralización que habrá de afrontar las consecuencias de una superpoblación repentina y brutal, no discurre por vías revolucionarias, es decir, si se limita a una producción centralizada y privilegiada de comida y energía en lugar de orientarse hacia la creación de comunidades libres y autónomas capaces de resistir a la depredación post urbana. En definitiva, si el proceso ruralizador no respira esa atmósfera de libertad que antaño se atribuía a las ciudades.

A fin de no caer en profecías apocalípticas y evitar que la ciencia ficción se adueñe de los análisis futuristas postulando retornos al paleolítico o a la barbarie de género cinematográfico, conviene considerar la crisis energética como un marco general y un horizonte temporal que condicionará cada vez más el acontecer social con el chantaje consabido de ‘o la energía o el caos’ sin por lo tanto determinarlo completamente. La especulación novelesca es deudora de la actitud contemplativa frente a la catástrofe, típica de la religión –o de su equivalente secular, la ideología historicista– que considera lo que adviene como resultado forzoso y no como una posibilidad entre muchas, un desenlace en el tiempo fruto de múltiples variables: la conciencia del momento, la inteligencia de los cambios, la configuración de fuerzas independientes, la habilidad en captar las contradicciones que se manifiestan y en aprovechar las ocasiones que se presentan… Ni el resultado explica enteramente el proceso, ni el proceso, el resultado.

El cenit no precede necesariamente a la extinción. Entre los dos interviene el juego dialéctico de la táctica y de la estrategia entre contrincantes con fuerzas desiguales, a corto y medio plazo. El juego de la guerra social. Las esperanzas de los sectores aferrados a la conservación del capitalismo de Estado en un decrecimiento paulatino, pacífico y voluntario serán prontamente desmentidas por la brutalidad de las medidas de adaptación a escenarios de escasez y penuria y la dinámica social violenta que van a originar.

Si bien el colapso catastrófico no va a producirse en fecha fija, inminente, tampoco va a ser inevitable la entronización de un régimen ecofascista; sin embargo, la probabilidad más o menos cercana de ambos fenómenos puede servir para llevar la acción por derroteros consecuentes, lográndose así en las sucesivas confrontaciones una salida favorable al bando de los partidarios de un cambio social radical y libertario. Nada está decidido, por lo que todo es posible, incluso las utopías y los sueños.

fuente: www.decrecimiento.info/2012/01/dialectica-del-cenit-y-el-ocaso.html

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“Hay que destruir el aparato tecnológico”

Publicada el 20/02/2012 por raas

Conversamos con el filósofo John Zerzan sobre alternativas al desarrollo industrial y al modelo de progreso económico vigente en la sociedad de masas.

Diagonal: En una entrevista reciente decías que están surgiendo planteamientos que cuestionan eficazmente la modernidad y el progreso. ¿Qué opinión tienes del movimiento del decrecimiento y su capacidad de respuesta a la crisis económica global?

John Zerzan: Hace un par de años, en Barcelona, hubo una discusión considerable, sobre todo desde grupos franceses, de esta tendencia. Algunos aspiraban a integrarse en el juego parlamentario, lo que considero mala idea, y no sé qué grado de radicalidad implica su propuesta. Por un lado, algunos de sus conceptos no van demasiado lejos, como las “ciudades lentas”, la “alimentación lenta” o la idea de simplificación. Por otro, no tienen mucho alcance porque carecen de crítica sobre la totalidad del fenómeno. Todo el mundo va en la dirección del crecimiento industrial descontrolado: China, India y otros muchos países avanzan con rapidez hacia esta realidad. Así pues, el decrecimiento puede ser deseable, pero hay que plantear una lucha concreta contra todas estas dinámicas, instituciones y fuerzas que empujan en la otra dirección. Creo que promueven algo sano, pero, si optan por la vía de integración en partidos verdes y demás, creo que su enfoque quedará comprometido por la dinámica de partidos, aunque tal vez sean capaces de encontrar una vía alternativa.

D.: ¿Cuál sería tu acercamiento teórico a esta lucha?

J.Z.: El antiindustrialismo. Si no nos ocupamos de este problema, estamos evitando encarar la manifestación principal de la sociedad de masas, que ya tiene una vigencia de 9.000 años. No podemos sino reconocer una realidad que no hace feliz a casi nadie, ante la que están reaccionando grupos humanos en todos los continentes, en todos los países. La sociedad industrial envenena el aire, conduce a la esclavitud a millones de personas, acaba con los pueblos indígenas y sus formas de vida. Y hoy en día ni siquiera se trata de esconder su verdadera naturaleza; sus agentes operan a la luz del día. Copenhague ha sido un desastre completamente predecible y Obama es otro Bush; parece que definitivamente se ha terminado la ilusión y tal vez ahora nos podamos enfrentar con nuestros problemas verdaderos.

D.: ¿Qué opinión te merece internet? ¿Es un síntoma de domesticación o tiene un peso específico como herramienta transformadora?

J.Z.: Creo que ambas cosas. No sé aquí, pero en EE UU pasamos nuestra vida frente a la pantalla. Somos adictos a este tipo de interacción, supongo que por el nivel de desamparo existente. Hoy un amigo es alguien a quien probablemente nunca hayas visto en persona, vamos a todos lados con el móvil en la oreja. Parece que nadie quiere estar presente en este mundo arrasado, siempre estamos en otra parte. Pero no existe otra parte. Este mundo se define por la tecnología, la tecnocultura se expande con gran velocidad, a pesar de ser económicamente excluyente. Y en la base de este proceso está el posmodernismo, que se caracteriza por la adopción incondicional de la tecnología, así como por la pérdida de las ideas de causalidad, valor o significado. Sólo deja espacio a lo momentáneo y trivial.

D.: ¿Crees que este sistema se ha implementado desde arriba o se trata de una deriva que nos hemos trabajado nosotros mismos?

J.Z.: Creo que esta situación proviene de nuestro sistema de consumo. Y será imposible abordar el problema eficazmente sin aplicar una crítica radical a este fenómeno, porque la tecnología en sí es neutral. Si no politizamos la cuestión de su uso y las raíces de su existencia es imposible frenar esta situación. Los efectos negativos de este modelo son visibles en la salud física y mental de nuestra sociedad. Por ejemplo, el fenómeno de los tiroteos en escuelas e instituciones. Estas manifestaciones patológicas se producen en los países más desarrollados –EE UU, Finlandia o Alemania–, como síntomas de una sociedad disfuncional, del vacío de un mundo uniformizado que está acabando con la idea de comunidad y tantos otros conceptos importantes en nuestra vida. Mientras sigamos apostando por una sociedad tecnológica de masas, como hace la izquierda, no seremos capaces de librarnos de todo este lastre y regresar a una experiencia directa del mundo.

D.: ¿Y cómo enfrentar el proceso práctico de cambiar el modelo?

J.Z.: Poniendo el problema sobre la mesa, dándole la relevancia que merece e insistiendo en el papel central que debe jugar en la discusión pública. Nuestra postura implica destruir todo el aparato tecnológico antes de que nos destruya y de que elimine todo valor y textura de la vida. Se trata de reconectar con la tierra, por ello nuestra inspiración fundamental son los modos de vida de los pueblos indígenas.

D.: ¿Qué harías si el sistema cayera mañana y tuvieras la oportunidad de intervenir e implementar cambios concretos?

J.Z.: El problema es que la mayor parte de la población de las grandes ciudades moriría en tres días. No duraríamos mucho sin energía, con los alimentos pudriéndose, sin habilidades para sobrevivir y con el instinto atrofiado. No sabríamos qué comer, qué planta es cuál, como hacer fuego, buscar agua, refugio… Nos tenemos que preparar para ese proceso, porque la ciudad es artificial e insostenible, y no representa el mundo al que nos enfrentaremos cuando el sistema se detenga… Además, poseer esas herramientas de supervivencia empodera políticamente, da sensación de autonomía. Si quieres salir del sistema, pero no tienes estos conocimientos, al final seguramente no des el paso.

Ástor Díaz Simón
10 de febrero de 2010

fuente Diagonal nº 119, http://diagonalperiodico.net

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Escena de la película Concursante sobre la creación de dinero de los bancos

Publicada el 15/02/2012 - 29/05/2018 por raas

Concursante (2007). Sinopsis: Ácida sátira de la sociedad actual. Martín Circo Martín, el afortunado ganador del mayor concurso de la historia de la televisión, recibe un premio valorado en tres millones de euros. Sin embargo, el golpe de suerte de Martín dará un vuelco a su vida convirtiéndola en una auténtica pesadilla. “Un golpe de suerte… puede arruinar tu vida”.

Diálogo

Yo tengo gallinas y tú tomates. Yo quiero tomates y tú gallinas. ¿Qué hacemos? Un simple intercambio. Un huevo por un tomate. Pero a veces los tomates eran mejores o si quieres “comprar” algo mayor, como un caballo, nos hace falta una referencia, una equivalencia. Por ejemplo, el oro. El oro se convierte en moneda de cambio. Ya no se cambian los huevos por un caballo sino que se cambian éstos por monedas y se acerca uno al establo.

Necesitamos oro para comprar las cosas que no producimos, por lo que tiene que haber un lugar donde se almacene el oro para nosotros poder cogerlo: un banco. El hombre es un altruista y no quiere darnos el oro, nos lo quiere prestar. Por ejemplo, me da 10 monedas durante 12 meses al 10% pero necesita una garantía, por ejemplo, nuestro huerto. Tenemos un año para vender productos y conseguir ese interés y en el caso de no poder hacerlo, el banco se quedará con nuestro huerto.

PROBLEMA. El banco posee una cantidad de 100 monedas de oro. La cantidad total de oro que existe en el mundo. Existen 10 personas en total. Todos necesitamos oro para comprar y todos necesitamos un préstamo. Cada uno necesita 10 monedas. El banquero nos da todo su oro a cambio de una monedita por persona al año. Según Pitágoras tenemos un problema. Al final del año hay 10 monedas en intereses que no existen.

SOLUCIÓN RAZONABLE. El banco cede y pide que sólo se le devuelvan los intereses y el próximo año recibirá la cantidad prestada inicialmente. Esto lo que hace es agravar el problema: seguimos con el mismo problema pero tendremos menos dinero. Si repetimos la operación durante diez años (suponiendo que sea posible), habremos perdido todo el dinero y todavía deberemos el préstamo inicial. El banco tendrá todo el oro y el resto nada. No se podrán devolver porque no existen. Entonces el banco se quedará con todas nuestras posesiones. Esclavos del banco, por nada y a cambio de nada.

NOTA. Al cabo de unos meses el banquero se dio cuenta que sólo el 10% del oro depositado era reclamado por los habitantes para sus negocios habituales. Por lo que el banco podía represtar el dinero restante una y otra vez. Cuando un banco presta un millón, imprime un millón y no imprime el interés. Los bancos son insolventes, y están siempre al borde de la quiebra.

fuente http://www.pisitoenmadrid.com/blog/2010/09/el-concursante-y-la-economia-moderna/

Frases de la película

«La economía es un arma. Gracias a políticos y economistas vivimos en un mundo irracional.»

«La cifra diaria de dinero electrónico globalizado es de dos billones (con ‘b’) de dolares. Sólo el 5 % de dinero que circula en el mundo es real, puede tocarse y olerse, el 95 % restante es dinero falso, ficticio.»

«Hay que crear la gran mentira de que los bancos son solventes. No lo son. Están al borde de la quiebra.»

«El mayor deseo de los bancos es que no les paguen para quedarse con los bienes concretos. ¡Traten de devolver un crédito antes de tiempo, a ver qué cara les ponen!.»

«¿Por qué los principales bancos nunca salen afectados por los ciclos negativos o crisis profundas de la economía, sino que por el contrario ganan más en tales momentos? Se diría que anticipan esos ciclos, ¿verdad?, tal vez saben como crearlos.»

«Estamos acostumbrados. Estamos ciegos. Estamos en el paraíso de la usura legal.»

«Ahora los Bancos regalan, en vez de dinero, cacharros en su mayor parte inútiles que no le cuestan nada a cambio de promoción.»

«La gran ética de usureros bancarios consiste en ‘como convertir a la gente en esclavos del Banco por nada y a cambio de nada’.»

«Cuando hay un exceso de dinero sólo hay dos formas de equilibrio: o se hace desaparecer el 90 %» del dinero, es decir el ficticio (cosa que de momento no va a suceder) o se hacen crecer los precios entre diez y quince veces».»

CONCURSANTE
Dirección: Rodrigo Cortés
Guión: Rodrigo Cortés
Año: 2007
Duración: 88 minutos.
Mas sobre la película http://www.filmaffinity.com/es/film525053.html

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La sociología y el proyecto modernizador

Publicada el 13/02/2012 - 13/02/2012 por raas

La constitución de la ciencia social como disciplina es paralela a la fundación del Estado social y el progresivo encuadramiento de las sociedades occidentales en el proyecto de la modernidad [1].

Con la generalización de la industrialización, y la formación de unas clases sociales diferenciadas por la tenencia de los medios de producción, pero supuestamente libres para formular relaciones mercantiles contractuales, se desarrolló la especialización de una sociología que pretendía la transformación social -bien por la extensión del Estado social, bien por la toma del poder a través de la organización revolucionaria-. En cualquier caso, sin cuestionar el principio de desarrollo industrial, sino las formas sociales de distribución de la riqueza que generaban crecientes desigualdades.

La sociología crítica -que tuvo un corte fundamentalmente marxista- adolecía también de un escaso cuestionamiento a los límites del crecimiento y el desarrollo económico. La antropología que el joven Marx desarrolló, fundamentándose en Hegel contra el idealismo de Feuerbach [2], estuvo en la base de las teorías científicas del materialismo y del desarrollo de las «fuerzas productivas» como leit motiv del cambio revolucionario de las sociedades. Los esfuerzos de la URSS por industrializar y mecanizar la producción eran paralelos a la formación de una estructura social «sin clases», donde los cuadros del Partido sustituían la función que la burguesía había tenido en el desarrollo de las sociedades occidentales.

No es posible entender el desarrollo de la ciencia social sin el correlato de esa sacralización del desarrollo económico y la disolución a que sometía a antiguas formas de regulación social. Aquello que la Teoría Crítica denominó «sociedad de masas» fue el caballo de batalla de una crítica social que trató de apartarse de la doctrina marxista manteniendo los elementos críticos. Así, la Escuela de Frankfurt, desarrolló trabajos que analizaban las raíces comunes del totalitarismo y de las sociedades capitalistas en clave de una crítica a la Ilustración o una crítica de la razón instrumental. En muchas de aquellas obras sociológicas se constataba la ambivalencia del proceso de modernización y cómo profundizaba las condiciones de dominación social.

Finalmente, con la disolución de las formas de modernidad propiciadas por el desarrollo industrial, y la constatación de los límites del crecimiento y el progreso, acaba apareciendo un capitalismo sin sociedad, y una sociología aprisionada entre la matematización estadística o la interpretación autorreflexiva que la podría llevar al cuestionamiento de su propia existencia. Los intentos de refundación de una ciencia social transformadora se encuentran hoy en un callejón sin salida. Sólo el voluntarismo de aquellos que sobreviven en la academia, aún siendo críticos con ella, les permite reclamar su papel en la cogestión de unas sociedades que, al mismo tiempo que encuentran sus límites en la toxicidad tanto de sus residuos como de sus productos «aptos para el consumo», plantean un nuevo límite de la crítica social. Este límite se encuentra en el punto en que ya no es necesaria porque nadie la reclama. Toda crítica presupone una posible mejora y, en definitiva, un progreso. Pero el progreso es defendido hoy por todo el mundo precisamente porque ya muy pocos creen en él.

El método sociológico

Las reglas del método sociológico, que E. Durkheim publicó en 1895, nos permiten observar de cerca cómo la construcción del método en sociología está ligada inevitablemente a la formulación de un «deber ser» de lo social; y cómo, en su pretendida conquista de la objetividad, establece las bases para una superación de la ideología, al mismo tiempo que imposibilita esta superación, al proponer un supra-sujeto histórico del conocimiento al que es imposible cuestionar sin destruir el mismo método que lo hace posible.

La voluntad de Durkheim al establecer las reglas básicas para el conocimiento sociológico es encontrar una base de acuerdo similar a la que habían llegado según él las ciencias biológicas, para permitir su desarrollo universal. Este paralelismo entre Biología y Sociología que establecen Las reglas, ha estado siempre presente en las ciencias sociales, a la vez como horizonte y como impedimento más claro para el desarrollo del pensamiento crítico. Se parte de una aceptación ciega al desarrollo de las ciencias naturales sin analizar su relación con las condiciones sociales que lo hacen posible, y su aplicación a un mundo industrializado que convierte a cualquier ciencia en ciencia aplicada. El positivismo extremo de Durkheim en Las reglas, atiende a una voluntad de servir al orden que ha sido marca de nacimiento de la sociología como campo de conocimiento.

De esta voluntad nace también el precepto de explicar los hechos sociales mediante otros hechos sociales [3]. Con este principio, Durkheim superaba muchos de los prejuicios ideológicos que lastraban, según su concepción, análisis sociales anteriores. Si es cierto que esa regla es fundamental para cualquier pensamiento crítico, también lo es que la definición de un hecho social no puede atender como quería Durkheim a un consenso supra-social. Al carecer de autorreflexividad, el pensamiento de Durkheim olvida que su método debe ser puesto a prueba, tratando de explicarlo también por hechos sociales. Así se suele olvidar que la condición de posibilidad de una sociología positiva es el desarrollo de las fuerzas productivas y el orden industrial que se va reproduciendo; y que sus constataciones empíricas son un momento de la cimentación de las relaciones de dominación que el capitalismo produce. Como trasfondo a la institucionalización científica de la sociología que propone Durkheim, está la construcción del Estado social, la reforma solidarista, que necesitaba de un conocimiento y una pedagogía de la cohesión social bajo un régimen industrial.

El sociólogo como «apaciguador»

El proceso de generalización del método científico a toda la sociedad ha tenido también como consecuencia una axiologización [4] de las ciencias aplicadas. Ya que en su desarrollo se convierten en productoras de problemas sociales para los que se hace necesaria la participación social en la delimitación de riesgos, causas y consecuencias, y las posibles alternativas técnicas que la ciencia deberá desarrollar como solución. Así, por ejemplo, la medicalización de la vida está sujeta cada vez más al desarrollo de compuestos químicos que generan nuevos problemas (efectos secundarios), que la ciencia médica será quien deba solucionar con un mejor desarrollo, y que, finalmente, deberá hacer público con dos fines: la legitimación y (para) la comercialización. De este modo las ciencias naturales se socializan al mismo tiempo que las ciencias sociales tratan de cientifizarse.

Autores como U. Beck [5] han sostenido que esta ultracomplejidad relativiza el monopolio del saber científico y que, al politizarse el objeto de conocimiento, la ciencia tiende a la unidad. Esto es cierto, siempre que se añada que es una unidad para la dominación y el progreso de la servidumbre. La participación social en la discusión de distintas alternativas técnicas, y hasta su cuestionamiento, tiene lugar, precisamente, a condición de imposibilitar su impugnación desde argumentos que se salgan de las preguntas generadas por el mismo sistema técnico que nos brinda la posibilidad -ya convertida en obligación- de participar en la elaboración de la respuesta. Por eso el cuestionamiento del conocimiento científico logra reforzarlo, porque este cuestionamiento tienen lugar dentro de un marco de referencia que jamás se pone en duda, muchas veces porque ni siquiera es reconocible en su extrema complejidad. De modo que hoy el positivismo y el irracionalismo pueden hablar en un mismo idioma.

El papel de la sociología, en este contexto, es el de correa de transmisión y garante de la participación social. La cualitativización de sus métodos camina en ese sentido, sin dejar de generar conocimientos científicos y positivos, incluso siendo mucho más eficaz en el interior de unas sociedades tecnificadas e individualizadas, donde cada sujeto puede -y debe- tener su concepción técnica del funcionamiento de la sociedad. La conocida como IAP (Investigación Acción Participante) [6], puede ser entendida como un refinamiento más de este proceso por el que la especialización del conocimiento permite que el conflicto social, lo que los clásicos llamaban «la cuestión social», se sociologice. Es decir, que necesite de los expertos y técnicos que serán los interlocutores válidos con las fuerzas de la dominación. Estos interlocutores señalarán en todo momento las razones para la negociación, el camino a seguir para practicar una rendición sostenible.

La crítica de la ciencia social y la crítica del progreso

Quien realiza la crítica a la ciencia social, en las condiciones actuales, corre el riesgo de ser identificado con el conocido relativismo posmoderno, el cual sanciona que no hay ninguna «verdad» sostenible respecto al mundo que conocemos, que todo se reduce a diversos textos o discursos sobre él que, además, tienen múltiples equivalencias; es decir, que no valen nada. Lejos de esas posturas -o imposturas [7]- la crítica del conocimiento sociológico se enmarca dentro de una crítica más amplia a la idea de progreso social, emparentada desde hace casi doscientos años a la idea del desarrollo económico ilimitado y la infinita perfectibilidad de la condición humana a través de una reglamentación más exhaustiva de lo social.

Algunos historiadores de la idea de progreso [8] han concluido que la consagración de este concepto sólo se produjo cuando en el siglo XIX disciplinas como la economía política y la sociología realizaron un enorme esfuerzo por «naturalizar» el devenir de las sociedades occidentales más industrializadas, sancionando este desarrollo de la economía de mercado y su regulación estatal, como única vía por la que había transcurrido -y podría transcurrir a partir de ese momento- el proceso civilizatorio del ser humano. Un autor nada sospechoso de radicalismo político como Karl Polanyi [9], haciendo la crítica a la economía ortodoxa, constataba en los años cincuenta del pasado siglo lo siguiente:

«La civilización industrial ha revestido la fragilidad del hombre con la efectividad del rayo y el terremoto; ha movido el centro de su ser de lo interno a lo externo; ha conferido dimensiones desconocidas hasta ahora al alcance, estructura y frecuencia de las comunicaciones; ha cambiado la sensación de nuestro contacto con la naturaleza; y, lo que es más importante, ha creado nuevas relaciones interpersonales que reflejan fuerzas, físicas y mentales, capaces de autodestruir la raza humana.»

De este modo, una crítica al estatuto científico del conocimiento social es impensable sin realizar la crítica al mundo industrial que se ha venido desarrollando en los últimos dos siglos, y a las nefastas consecuencias que ha traído consigo para la mayor parte de habitantes del planeta. En ese contexto, la sociología se ha convertido en lo que algunos han llamado una ingeniería social; que no es más que la última vuelta de tuerca a esa sanción empírica de las relaciones de dominación imperantes.

Las dificultades para la cogestión de la catástrofe en la que nos vemos inmersos, ha hecho que cada vez sean más apreciados los conocimientos técnicos en cuanto al funcionamiento de la sociedad, para que éstos se conviertan en herramientas que fuercen el consenso y contengan cualquier rebrote de la conciencia crítica; desde las encuestas de opinión pública a los estudios cualitativos sobre los perfiles de la patología social, pasando por la participación efectiva en el aparato policial mediante la realización de los mapas de la pobreza, la migración, la delincuencia, etc.

En síntesis, la disciplina que toma el nombre de sociología está indisolublemente unida al nacimiento de las sociedades industriales y a la sacralización de la idea de progreso que en éstas tuvo lugar. En nuestros días, la sociología progresista -si es que tal cosa existe- se ha especializado en realizar la llamada al Estado social, al capitalismo con rostro humano, y otras endebleces ciudadanistas.

Un cuestionamiento radical de esta sociedad debe aprender a enfrentarse con estas disciplinas y con sus numerosos expertos, siempre prestos a servir al orden, incluso cuando, aparentemente, lo critican.

Juanma Agulles

notas
[1] Este artículo es una reelaboración de algunas partes del libro Sociología, estatismo y dominación social. Editorial Brulot, 2010.
[2] Cf. Kostas Papaioannou, De marx y del marxismo. FCE, 1991. (Este libro recopila varios artículos del autor escritos en la década de los 60 y publicados mayoritariamente en la revista Le Contrat social).
[3] Con este principio normativo, Durkheim quería delimitar los fenómenos sociales por sus «caracteres exteriores», y defendía este método realizando un paralelismo con las ciencias físicas: «Así como el físico sustituye las imprecisas impresiones […] El sociólogo debe tomar las mismas precauciones.» La concepción de Durkheim del hecho social, siempre ligada a una representación científica y objetiva, requería haberse «desprendido de los hechos individuales que los manifiestan». Esta división entre hecho social y hecho individual sólo se podía dar en el marco ya comentado de las sociedades industriales, donde las relaciones de producción mercantiles sustituían a otras formas de relación social. De ahí nace la socio-logía.
[4] El término se refiere a los planteamientos éticos que surgen del desarrollo científico y técnico en las sociedades modernas. Por ejemplo, en los congresos de CTS (Ciencia, tecnología y sociedad), es común que junto a ingenieros, informáticos y sociólogos, tomen parte filósofos, teólogos y religiosos que dirimen las cuestiones morales relacionadas con las consecuencias de estos avances -que, en la mayoría de los casos, se asumen como una fatalidad a la que debemos adaptarnos-.
[5] U. Beck, La sociedad del riesgo. Paidós, 2006.
[6] Se supone que la IAP es una versión participativa de la investigación social, en la que sujeto y objeto de estudio toman un papel activo en la producción de conocimiento. Ese conocimiento finalmente revierte en la transformación de algún aspecto de la sociedad. A día de hoy, la IAP puede enmarcarse sin dificultad dentro de la academia y ser financiada sin empacho por cualquier ente estatal.
[7] Cf. Alan Sokal: Imposturas intelectuales. Paidós, 2006
[8] John Bury: La idea de progreso. Alianza Editorial, 2009.
[9] Cf. Karl Polanyi: El sustento del hombre. Capitán Swing, 2009.

Publicado en revista Ekintza Zuzena nº38
fuente www.nodo50.org/ekintza

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Ellos están en guerra ¿y nosotros?

Publicada el 13/02/2012 - 02/11/2021 por Ecotropía

Es imprescindible conocer al adversario, estudiar las posibilidades y los medios que emplea para desarrollar sus estrategias sin por eso transformarle en una máquina omnipotente e indestructible. [1]

Por Moishe Shpindler
3 de enero de 2011

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Únete a la resistencia. Enamórate

Publicada el 07/02/2012 - 03/04/2018 por raas

Enamorarse es el más extremo acto de revolución, de resistencia al tedioso, socialmente restrictivo, culturalmente constrictivo mundo actual.El amor transforma el mundo. Donde la enamorada anteriormente sentía aburrimiento, ahora siente pasión. Donde antes era complaciente, ahora es guiada por las emociones y obligada a la acción auto-asertiva.

Por Crimethinc

El mundo que algún día parecía vacío y aburrido se llena de significado, de riesgos y recompensas, de majestuosidad y peligro. La vida para el enamorado es un regalo, una aventura llena de las más grandes emociones; cada momento es memorable y de una belleza que rompe el corazón. Cuando se enamora, una persona que antes se sentía desorientada, alienada y confundida ahora sabe exactamente lo que quiere. De repente su existencia tiene sentido para ella; de repente se vuelve valiosa, hasta gloriosa y noble.

La pasión loca es un antídoto que curará los peores casos de desesperación y obediencia resignada. El amor hace posible que individuos se conecten a otros de una forma significativa –los impulsa a dejar sus escudos y a arriesgar ser honestos y espontáneos juntos, a conocer al otro de maneras profundas. Así el amor hace posible que se preocupen el uno por el otro genuinamente, en lugar de al final de la pistola de la doctrina Cristiana. Pero al mismo tiempo, empuja al enamorado fuera de la rutina de la vida diaria y lo separa de otros seres humanos.

Se sentirá a un millón de kilómetros de la humanidad, como viviendo en un mundo totalmente diferente al de ellos. En este sentido el amor es subversivo, porque amenaza al orden establecido de nuestras vidas modernas. Los aburridos rituales de la productividad laboral y etiqueta socializada no significarán nada para un hombre que se ha enamorado, pues hay fuerzas más importantes guiándolo que la simple inercia y honor a la tradición. Las estrategias de mercado que dependen de la apatía o inseguridad para vender los productos que mantienen a la economía activa no tendrán efecto sobre él.

El entretenimiento diseñado para el consumo pasivo, que depende del agotamiento o cinismo en el observador, no le interesará a él. No hay lugar para el enamorado apasionado y romántico en el mundo actual, laboral o privado. Pues él puede ver que vale más la pena irse de autostop a Alaska (o sentarse en el parque y ver como se mueven las nubes) con su enamorada, que estudiar para su examen de cálculo o vender inmuebles, y si él decide que así es, tendrá el valor para hacerlo en lugar de estar atormentado por anhelos insatisfechos.

Él sabe que entrar a un cementerio y hacer el amor bajo las estrellas hará una noche mucho más memorable que lo que ver televisión jamás podrá. Así, el amor amenaza a nuestra economía conducida por el consumo, que depende del consumo de productos (enormemente inútiles) y la labor que este consumo necesita para perpetuarse. Similarmente, el amor amenaza a nuestro sistema político, pues es difícil convencer a un hombre que tiene mucho por vivir en sus relaciones personales de querer ir a pelear y morir por una abstracción como el estado; por ese motivo, será difícil convencerlo hasta de que pague impuestos.

Amenaza a todo tipo de culturas, pues cuando se les da sabiduría y valor por amor verdadero a los seres, ellos no se restringirán por las tradiciones o costumbres que son irrelevantes a los sentimientos que los guían. El amor amenaza a nuestra sociedad misma. El amor apasionado es ignorado y temido por los burgueses, pues significa un gran peligro para la estabilidad y pretensión que ellos codician.

El amor no permite mentiras, ni falsedades, ni siquiera corteses verdades a medias, sino que deja todas las emociones al desnudo y revela los secretos que los hombres y mujeres domesticados no pueden soportar. No puedes mentir con tu respuesta emocional y sexual; situaciones o ideaste excitarán o repelerán así lo quieras o no, así sean corteses o no, así sean aconsejables o no.

Uno no puede ser un enamorado y un (horrorosamente) responsable, (horrorosamente) respetable miembro de la sociedad actual al mismo tiempo; pues el amor te impulsará a hacer cosas que no son «responsables» o «respetables». El amor verdadero es irresponsable, irreprimible, rebelde, desdeñoso de cobardía, peligroso para la enamorada y todos los que la rodean, pues solo sirve a un amo: la pasión que hace que el corazón humano lata más rápido.

Desdeña todo lo demás, sea auto-preservación, obediencia, o vergüenza. El amor impulsa a los hombres y mujeres al heroísmo, y al anti heroísmo –a indefendibles actos que necesitan no defensa para aquel que ama. El enamorado habla un distinto lenguaje moral y emocional que el típico hombre burgués habla. El hombre burgués promedio no tiene esos deseos que queman. Tristemente, todo lo que conoce es la desesperación silenciosa de pasar la vida persiguiendo metas establecidas para el por su familia, sus educadores, sus empleadores, su nación y su cultura, sin siquiera haber considerado sus propias necesidades y deseos.

Sin el ardiente fuego del deseo para guiarlo, él no tiene criterio para escoger lo que es correcto o incorrecto para él. Consecuentemente, es forzado a adoptar algún dogma o doctrina a seguir durante su vida. Existe una amplia variedad de moralidades para escoger en el mercado de ideas, y cual moralidad compre un hombre no tiene importancia mientras escoja una, pues de otra manera estará perdido en cuanto a qué hacer con sí mismo y con su vida.

¿Cuántos hombres y mujeres, habiendo nunca comprendido que ellos tenían la opción de escoger sus propios destinos, vagan a través de la vida en una nube pensando y actuando de acuerdo a las leyes que se les enseñaron, solamente porque no tienen otra idea de qué hacer? Pero la enamorada no necesita principios prefabricados a seguir, sus deseos identifican lo que es correcto e incorrecto para ella, pues su corazón la guía a través de la vida. Ella ve belleza y significado en el mundo, porque sus deseos pintan al mundo en esos colores. Ella no necesita dogmas, ni sistemas morales, ni mandos e imperativos, pues ella sabe que hacer sin necesidad de instrucciones. Así ella realmente es una amenaza para nuestra sociedad.

Qué pasaría si todos decidieran que es lo correcto e incorrecto por ellos mismos, sin ningún respeto por la moralidad convencional? Qué pasaría si todos hicieran lo que quisieran, con el valor de enfrentar cualquier consecuencia? Qué pasaría si todos temieran a la monotonía sin amor y sin vida, más que lo que temen a tomar riesgos, más de lo que temen al hambre o al frío o al peligro? Qué pasaría si todos eligieran sus «responsabilidades» y el «sentido común» y se atrevieran a perseguir sus sueños más locos, de llegar lejos y vivir cada día como si fuera el último? Imagina que lugar sería el mundo! Ciertamente sería distinto a como es ahora –y es una verdad obvia que la gente común, los simultáneos guardianes y víctimas del status quo, temen al cambio.

Y así, a pesar de las imágenes estereotipadas usadas en los medios para vender pasta de dientes y suites para luna de miel, el amor genuino y apasionado es disuadido en nuestra cultura. Ser «llevado por tus emociones» es mal visto; en su lugar estamos educados a estar siempre a la defensiva por miedo a que el corazón nos lleve fuera del camino correcto. En lugar de ser alentados a tener el valor para enfrentar las consecuencias de los riesgos tomados al perseguir los deseos de nuestros corazones, se nos aconseja no tomar ningún riesgo, ser «responsables».

Y el mismo amor es regulado. Los hombres no deben enamorarse de otros hombres, ni las mujeres de otras mujeres, ni individuos de distintas etnias, o los mismos intolerantes que forman el frente de la ofensiva en la agresión de la cultura moderna occidental contra el individuo atacarán. Hombres y mujeres que ya han entrado al contrato legal/religioso con el otro no pueden enamorarse de nadie más, aun si ya no sienten pasión por su pareja marital.

El amor, como la mayoría de nosotros lo conoce actualmente, es un ritual cuidadosamente preescrito y preordenado, algo que sucede los viernes en la noche en cines y restaurants lujosos, algo que llena los bolsillos de los accionistas de las industrias del entretenimiento. Este «amor» comercializado y regulado, no tiene nada que ver con el amor apasionado, que quema y consume al verdadero enamorado. Estas restricciones, expectaciones y regulaciones suprimen al amor verdadero; pues el amor es una flor salvaje que no puede crecer dentro de los confines preparados para ella, sino que aparece donde menos se le espera. Debemos luchar en contra de estas restricciones culturales que lesionan y confunden nuestros deseos.

Pues es el amor lo que da un significado a la vida, deseo que hace posible que nuestra existencia tenga sentido y encontremos un propósito a nuestras vidas. Sin esto, no hay forma de que determinemos como vivir nuestras vidas, excepto someternos a una autoridad, a un dios, amo o doctrina que nos dirá que hacer y cómo hacerlo sin siquiera darnos la satisfacción que la auto-determinación da.

Así que enamórate hoy, de hombres, de mujeres, de música, de ambiciones, de ti mismo… de la vida! Alguien podrá decir que es ridículo implorar a los demás a enamorarse -uno se enamora o no, no es una opción que se pueda escoger conscientemente. Las emociones no siguen las instrucciones de la mente racional. Pero el ambiente en el que vivamos nuestras vidas tiene una gran influencia sobre nuestras emociones, y podemos tomar decisiones racionales que afectaran este ambiente. Debería ser posible trabajar para cambiar un ambiente que es hostil al amor a un ambiente que lo aliente.

Nuestra tarea debe ser construir nuestro mundo de tal manera que sea un lugar donde la gente pueda enamorarse y lo haga, y así reconstituir a los seres humanos para que puedan estar listos para la «revolución», para encontrar un significado y felicidad en nuestras vidas. Qué pasaría si todos decidieran que es lo correcto e incorrecto por ellos mismos, sin ningún respeto por la moralidad convencional? Qué pasaría si todos hicieran lo que quisieran, con el valor de enfrentar cualquier consecuencia? Qué pasaría si todos temieran a la monotonía sin amor y sin vida, más que lo que temen a tomar riesgos, más de lo que temen al hambre o al frío o al peligro? Qué pasaría si todos eligieran sus «responsabilidades» y el «sentido común» y se atrevieran a perseguir sus sueños más locos, de llegar lejos y vivir cada día como si fuera el último? Imagina que lugar sería el mundo!.-

“El amor es subversivo: lo que el amor conspira, la sociedad no lo tolera.»

fuente: http://crimethinc.com/espanol

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Reiteración de lo absurdo

Publicada el 07/02/2012 por raas

Imposible no sentir el impacto que ciega la vida
«8 tiros en la cabeza» por tener piel morena
Por cruzarse ese día en el instante preciso con la locura
el descontrol
la sospecha

Nunca podrás alcanzar la velocidad de los reyes
Ni de los presidentes
Ni de los ministros
Ni de las putas de lujo
Ni de las estrellas de la mediocridad barata

Tu sueño era es apenas un juego de ruleta rusa

Ave migratoria made in Brasil
Cuerpo paralizado en un combate desigual

Un norte perdido y un sur en el norte
Navegando océanos virtuales
De mentes sin cuerpos
De cuerpos sin sentidos
Naufragio en soledad en un día de verano
Siglo XXI

Sandra Petrovich

Publicado en Mundos transversos, Montevideo, Uruguay, 2010.

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Cómo la civilización llegó a ser demoníaca o cómo lo demoníaco llegó a ser civilizado

Publicada el 05/02/2012 - 03/02/2022 por raas

“El hombre es llamado un animal racional, pero está dando su raciocinio para fomentar sus propensiones animales en vez de buscar liberarse de esa situación desgraciada”. A. C. Bhaktivedanta Swami Prabhupada

¿Libertad & alcohol? (¿pueden estar en la misma frase estas dos palabras?)

Por Crimethinc

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La globalización del miedo

Publicada el 01/02/2012 - 01/02/2012 por raas

Desigualdad e inseguridad son naturalizadas a nivel mundial como “daños colaterales” del sistema. En dos nuevos libros, Bauman analiza el fenómeno.

El término “daño colateral”, aplicado a estructuras edilicias, individuos o comunidades enteras, se utilizó hasta el hartazgo en los últimos años para describir las bajas materiales y víctimas “no intencionales” o “imprevistas” de las operaciones militares y pasó a formar parte de nuestro lenguaje cotidiano. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman se vale de esta categoría para realizar un complejo y profundo análisis de la desigualdad en las sociedades contemporáneas. Su visión es lúcida y pesimista; su interpretación de los hechos precisa y contundente.

¿Cuál es la trampa mortal que Bauman reconoce en la lógica del daño colateral? Sus consecuencias fatales, que se presentan siempre como neutrales y azarosas, en realidad, forman parte de un calculado engranaje de dominación, cuyas víctimas son la mayoría de las veces las mismas: los pobres, los marginados, los indefensos. “En el juego de los riesgos –indica–, los dados están cargados”: “Quienes decidieron sobre las bondades del riesgo no eran los mismos que sufrirían las consecuencias”.

El libro Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global recopila una serie de conferencias pronunciadas por Bauman sobre el tema durante 2010 y 2011. Los temas que abarca son llamativamente diversos sin perder el hilo conductor: de la concepción griega del ágora a los nuevos comportamientos asociados a la web 2.0 y las redes sociales, pasando, entre otros, por la teología política de Carl Schmitt, el tratamiento de la pobreza en la ópera Wozzeck de Alban Berg, y el análisis de documentos clasificados sobre los ataques nucleares en Hiroshima y Nagasaki. Bauman reconoce en ellos el estigma de la desigualdad y lo estudia consecuentemente.

Nuestra época, señala, adolece de una dificultad estructural, la radical incompatibilidad entre el mundo global que habitamos y las políticas y leyes de matriz nacional que nos rigen. “Todas las instituciones políticas que tenemos hoy a nuestra disposición fueron hechas a medida de la soberanía territorial, de los Estados nacionales: se resisten a ser estiradas a escala supranacional o planetaria; y las instituciones políticas que sirvan a la autoconstitución de la comunidad planetaria no serán –no pueden ser– ‘las mismas, pero más grandes’”. La vieja fórmula del Estado de Bienestar europeo, o el “Estado social” como prefiere llamarlo Bauman, ya no satisface efectivamente las necesidades de sus habitantes. En la actualidad, la tarea de otorgar condiciones de vida dignas queda librada a cada individuo particular, a su capacidad de posicionarse satisfactoriamente en el juego impuesto por las leyes de mercado y de defenderse frente a la siempre presente posibilidad de perderlo todo; “El miedo que la democracia y su retoño, el Estado social, prometieron erradicar, ha retornado para vengarse”.

El mundo se ha vuelto multicultural y, no obstante, el par, el vecino, y mucho más el extranjero o el desconocido, se han vuelto un enemigo. La promoción de la libre circulación de capital choca violentamente con las fuertes restricciones a la circulación de personas en busca de trabajo; en ese enfrentamiento encuentran su fundamento las recientes políticas globales de seguridad, fallido intento de creación de un nuevo orden. Bauman las analiza a partir de dos perspectivas puntuales: por un lado, la de los pasajeros de avión, que diariamente asienten que oficiales de migraciones desarmen sus equipajes y escudriñen sus pertenencias personales, que perros los olfateen, que se someten a todo tipo de situaciones que en otras circunstancias les parecerían denigrantes y que, sin embargo, lo hacen sin protestar, “agradeciendo a las autoridades” por ocuparse de su seguridad. Por el otro, la de la apatía más o menos generalizada con la que se recibió la información de la existencia de una enorme cantidad de prisioneros que sin un juicio justo cumplen indefinidas condenas en prisiones irregulares como las de Guantánamo y Abu Ghraib.

En ambos casos, se trata de situaciones inéditas de vejación personal (pequeñas en un caso, realmente horrorosas en el otro) que saltan a la vista rápidamente al momento de reflexionar sobre el problema de la seguridad en el mundo post 11-S. Lo que estos dos ejemplos, que son más o menos excepcionales si consideramos a la totalidad de la población del mundo, no llegan a mostrar, y este es tal vez el punto más relevante de las tesis de Bauman, es el modo en que la desigualdad y la inseguridad vital se extienden ininterrumpidamente en todo el globo. Según esta lectura, la publicidad de una multiplicidad de amenazas, “ya se originen en pandemias y dietas o estilos de vida insalubres, o bien en actividades delictivas y comportamientos antisociales de la ‘clase marginal’ o, en los últimos años, del terrorismo global”, es el mecanismo reactivo que opera en una sociedad cuyo principal drama es la imposibilidad de resolver la inseguridad y las vulnerabilidades económicas que le son estructurales y contra las que los Estados hacen en general muy poco.

A este estado de cosas se le suma el problema de la “multiculturalidad”, una etiqueta amable que oculta una realidad poco amistosa. Sobre ella escribió en Comunidad: “Aparentemente el multiculturalismo está guiado por el postulado de la tolerancia liberal y por la atención al derecho de las comunidades a la autoafirmación y al reconocimiento público de sus identidades elegidas (o heredadas). Sin embargo, actúa como una fuerza esencialmente conservadora: su efecto es una refundición de desigualdades”.Y luego agregó: “Lo que se ha perdido de vista a lo largo del proceso es que la demanda de reconocimiento es impotente a no ser que la sostenga la praxis de la redistribución, y que la afirmación comunal de la distintividad cultural aporta poco consuelo a aquellos cuyas elecciones toman otros, por cortesía de la división crecientemente desigual de recursos”.

Guetos voluntarios

La configuración material de las ciudades no es ajena a este fenómeno. Históricamente, los centros urbanos fueron espacios de convivencia de lo heterogéneo, incluso resistentes a los esfuerzos unificadores coercitivos característicos de los Estados nacionales, en los que personas provenientes de lugares con diferentes costumbres crecían en contacto con otras pautas culturales. La globalización, en este sentido, no es un fenómeno reciente; basta considerar la situación de nuestro país a comienzos del siglo XX, un extraordinario laboratorio de hibridaciones desarrollándose a la vista del mundo. En las últimas décadas, sin embargo, las ciudades, que todavía son polos de atracción en las que se reúnen personas de múltiples proveniencias, han ido modificando progresivamente su fisonomía, de modo que ese contacto con lo extraño se parece hoy más a una gran excursión turística que a una experiencia vital relevante. Bauman ve las profundas dificultades e incertidumbres sobre las que se sostiene en la actualidad esta situación; sintéticamente, enuncia el problema de la siguiente manera: “Si bien en su origen fueron construidas para brindar seguridad a todos sus habitantes, hoy las ciudades se asocian más al peligro que a la seguridad”.

Las transformaciones urbanas ocurridas en los últimos años, así como los nuevos comportamientos que las acompañan, fueron copiosamente estudiados por investigadores locales y extranjeros, notoriamente en el caso argentino en los libros Los que ganaron. La vida en los countries y La brecha urbana. Countries y Barrios privados en Argentina de Maristella Svampa, Buenos Aires a la deriva, editado por Max Welch Guerra y Miradas sobre Buenos Aires, de Adrián Gorelik. Casos como el de los barrios cerrados han ocupado importantes segmentos de los medios masivos de comunicación, desde las secciones de espectáculo hasta las policiales, constituyéndose paradójicamente en un objeto un tanto agotado desde el plano discursivo pero completamente vigente en sus consecuencias negativas para la vida urbana.

Bauman encuentra un recurso interesante para seguir iluminando el problema de estos “guetos voluntarios” en la comparación de los comportamientos reales con los virtuales. Estamos, como todos sabemos y experimentamos diariamente, en los tiempos del imperio de las redes sociales: gran parte de nuestros intercambios con el resto de las personas se realiza a través de las plataformas virtuales; incluso el correo electrónico, el medio que más se asemeja a los utilizados en la comunicación tradicional por su similitud con el formato epistolar, está perdiendo el rol central que cumplía hace algunos años. Sin caer en la crítica simplista de esta realidad, Bauman realiza un comentario perspicaz: “Vivimos en la época de los teléfonos celulares (por no mencionar MySpace, Facebook y Twitter): los amigos pueden intercambiarse mensajes en lugar de visitas; toda la gente que conocemos está constantemente ‘en línea’ y en condiciones de informarnos por adelantado sobre sus intenciones de darse una vuelta por casa, de modo que un súbito golpe en la puerta o un timbrazo que suena sin previo aviso son eventos extraordinarios, es decir, potenciales peligros”.

Obtenemos así un monstruo de dos cabezas que combina el confinamiento a nivel territorial y urbano con la expansión de la exposición de la privacidad en el ámbito virtual. Esta referencia de extrema actualidad permite repensar el problema de la seguridad, incorporando nuevos matices. La conclusión, sin embargo, es la misma: el miedo, la razón primera por la que optamos por “comunidades cerradas”, sigue ahí; construimos barrios privados, enrejamos nuestras casas, nos encerramos en mundos virtuales, y, no obstante, el miedo no se disipa. La necesidad de seguridad, dice Bauman, puede volverse adictiva: “Las medidas de seguridad nunca son suficientes, Una vez que se da inicio al trazado y la fortificación de las fronteras, ya no hay manera de detenerse. El principal beneficiario es el miedo: prospera hasta la exuberancia alimentándose de nuestro empeño en demarcar fronteras para defenderlas con armas”.

Cambiar las reglas

Las recientes crisis financieras en Europa y los Estados Unidos han vuelto a colocar en primer plano el problema de la exclusión social: nuevos estratos sociales se están incorporando permanentemente al conjunto de los desplazados, dándole visibilidad a un problema que ciertamente ya afectaba a grandes sectores de la población. La pobreza, la inseguridad y la marginalidad, parecen ser una vez más un problema de todos en los países centrales.

En “La salida de la crisis”, una de las 44 cartas desde el mundo líquido que Bauman publicó quincenalmente entre 2008 y 2009 en la revista La Repubblica delle Donne, aparece la cuestión de las consecuencias socio-culturales del derrumbe económico: “No sólo han sufrido un duro embate el sistema bancario y los índices del mercado de valores, sino que nuestra confianza en las estrategias vitales, los modos de conducta, y hasta los estándares de éxito y el ideal de felicidad que, según se nos repetía constantemente en los últimos años, valía la pena perseguir, se han trastocado como si, de pronto, hubieran perdido una parte considerable de autoridad y atracción. Nuestros ídolos, las versiones modernas líquidas de las bestias sagradas bíblicas, se han ido a pique junto con la confianza en nuestra economía”.

Se plantea así entonces por primera vez en mucho tiempo la posibilidad de un nuevo inicio, de una revisión completa del sistema económico-cultural sobre el que se sostienen los países europeos. “Al contrario de lo que se afirma con respecto a las ‘medidas de emergencia’ prodigadas por los gobiernos a los administradores bancarios (pensando, principalmente, en los telespectadores) –continúa Bauman–, no hay remedios instantáneos para las dolencias prolongadas, y posiblemente crónicas”.

Si el problema de fondo que permitió que se llegase a situaciones terminales de desigualdad social, los “daños colaterales” que millones de personas viven diariamente, se encuentra en la constitución misma del sistema, quizá sea entonces éste el momento indicado para reformular algunas de sus reglas de juego.

Fernando Bruno

fuente http://argentina.indymedia.org/news/2012/02/777544.php

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