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Ecotropía

Aniquilando un planeta por vez…

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La anomalía japonesa

Publicada el 28/03/2013 - 26/05/2021 por Ecotropía

El extraordinario accidente que tuvo lugar hace un año y medio en la isla más desarrollada del mundo sigue esparciendo su virus por el sistema político nipón. Las movilizaciones contra el programa nuclear son imponentes, pero en el gobierno no hay visos de reacción. Un filósofo nacido y criado en Tokio explica por qué los manifestantes no están ni indignados ni resignados, y parecen más bien curados de espanto.

Por Jun Fujita Hirose

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Nacemos enteros

Publicada el 10/03/2013 - 26/05/2021 por Ecotropía

Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida sólo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en la vida merece cargar en las espaldas, la responsabilidad de completar lo que nos falta.

Por John Lennon

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(libro) El arte de amar

Publicada el 03/03/2013 - 29/06/2022 por Ecotropía

El arte de amar es un libro escrito por el sociólogo, psicólogo, filósofo y marxista judío alemán Erich Fromm, miembro de la llamada Escuela de Frankfurt. El libro se publicó originalmente en inglés con el título The Art of Loving (1956).

Por Erich Fromm

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Publicado en • Análisis, • Control, • Espiritualidad, • LibrosEtiquetado como amor a Dios, el arte de amar, Erich Fromm, naturaleza humana, psicología social, relaciones humanasDejar un comentario

Tourismus macht frei (El turismo te hace libre)

Publicada el 24/02/2013 - 26/05/2021 por Ecotropía

“Ser rentable es la razón que lo decide todo en esta pequeña ciudad que os parecía tan bonita. El forastero que llega, seducido por la belleza de los frescos y profundos valles que la rodean, se figura en un principio que sus habitantes son sensibles a lo bello; no hacen más que hablar de la belleza de su país: no puede negarse que hacen un gran caso de ella; pero es tan sólo porque atrae a los forasteros cuyo dinero enriquece a los fondistas, cosa que, gracias al mecanismo del impuesto, es rentable a la ciudad.” Stendhal, Rojo y negro.

Por Carduelis Barbata

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El miedo y el gobierno de las pasiones

Publicada el 24/02/2013 - 26/05/2021 por Ecotropía

Si hay un rastro emotivo que haya sido dominante en estos tres últimos años, éste es el del miedo. Miedo e impotencia. Miedo y resignación. Miedo y resentimiento. Pero siempre miedo. La crisis es el tiempo del miedo: a perder el trabajo, a no encontrar empleo, a ser expulsado, a no renovar la residencia, a ser robado, a los otros, a amenazas indefinidas o inconfesables, a casi todo. La incapacidad de articular respuestas eficaces a los ataques sobre los derechos laborales y sociales, o incluso la imposible solidaridad respecto de los pocos conflictos que se han planteado aparece siempre anclada en el miedo.

Por Observatorio Metropolitano

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Sobre el azúcar

Publicada el 17/02/2013 - 26/05/2021 por Ecotropía

Lo que ocurre con el azúcar moreno es difícilmente comprensible. Este residuo no tiene la pureza del azúcar blanco (ni por tanto su efecto psicotrópico) y sí en cambio infinidad de productos perjudiciales acumulados durante su procesado industrial. No obstante goza de alta estimación entre muchos ecologistas y naturistas, que creen que es mejor que el azúcar blanco.

Por Ekintza Zuzena

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Publicado en • Análisis, • Control, • Ecocidios, • General, • Multiviolencias, • Natura, • Neoesclavitud, • TecnocidioEtiquetado como Efectos del azúcar sobre la salud, El poder curativo de los alimentos, revista Ekintza Zuzena, venenos cotidianosDejar un comentario

La ideología del adosado

Publicada el 09/02/2013 - 26/05/2021 por Ecotropía

En un libro de una extraña lucidez Todos propietarios [1], Jean-Luc Debry describe cómo la ideología «pequeño-burguesa» se ha impuesto en los grandes estratos de la sociedad. La obsesión por la higiene y la seguridad, el culto de la mercancía y de la propiedad privada, han reemplazado a las solidaridades y a la cultura de resistencia de las clases populares.

Por revista Ekintza Zuzena*

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Ab urbe condita (Desde la fundación de la ciudad)

Publicada el 09/02/2013 - 05/03/2021 por Ecotropía

“Y dijeron ea alcemos una ciudad y
una torre y su cabeza en el cielo y
démonos un nombre para no
dispersarnos por el haz de la tierra.

Y Adonai descendió para ver la
ciudad y la torre que construían los
hijos del hombre.

Y Adonai dijo si el pueblo es uno
y la lengua una para todos y esto es
lo que ahora comienzan a hacer ya
no podrá impedírseles nada de
cuanto meditan hacer.

Descendamos y embabelemos su
lengua que no entiendan el uno la
lengua del otro”

Versión del texto hebreo del Génesis XI:4-9 según H. Meschonnic (en Les Tours de Babel, TER, 1985).

Por Ekintza Zuzena

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De la lucha al victimismo. Reflexionando sobre los feminismos y su trayectoria

Publicada el 07/02/2013 - 26/05/2021 por Ecotropía

«Cierto es que el movimiento por los derechos de la mujer ha roto muchas viejas cadenas, pero igualmente ha forjado otras nuevas (…) Su limitado y puritano planteamiento destierra al hombre, como elemento perturbador y de carácter incierto, de su vida emocional (…) Sin embargo, la libertad femenina está estrechamente vinculada a la libertad masculina. Desafortunadamente, es esa limitada concepción de las relaciones humanas la que ha dado lugar a la gran tragedia entre los hombres y las mujeres modernos…» Goldman, Emma: «La tragedia de la emancipación femenina», 1906.

Por Luco
luquitomendiondo@hotmail.com

«No somos ni fuimos feministas, luchadoras contra los hombres. No queríamos sustituir la jerarquía masculina por una jerarquía femenina. Es preciso que trabajemos y luchemos juntos. Porque si no, no habrá revolución social.»

La primera vez que leí este testimonio en el prólogo a la obra de Ackelsberg: Mujeres Libres, el anarquismo y la lucha por la emancipación de las mujeres (1999) mi desconcierto no fue menor que el que manifiesta la autora. Me resultó sorprendente que, para aquellas mujeres que pelearon por la liberación de la mujer de su esclavitud de ignorancia, esclavitud de mujer y esclavitud de productora (Mujeres Libres, 1936) en el contexto de la lucha anarcosindicalista de los años treinta españoles, feminismo fuera sinónimo de lucha contra los hombres o deseo de remplazar una jerarquía masculina por una femenina. Sin embargo, a medida que fui profundizando en las teorías feministas de la segunda mitad del siglo pasado, extrayendo conclusiones acerca de lo que para unas y otras autoras significaba el Patriarcado y como se configuraban las relaciones de género, llegué a comprender en qué diferían las aportaciones de estas y otras mujeres de la época que lucharon por la emancipación femenina –y consideradas actualmente antecesoras del llamado feminismo de la Segunda Ola– y las de sus supuestas herederas.

Mientras para las primeras el objetivo era alcanzar la libertad y la igualdad en la diferencia de los sexos, para las segundas el objetivo será el desmantelamiento del Patriarcado, concebido como sistema político, entendiendo por política el conjunto de relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el poder, en virtud del cual un grupo de personas quedan bajo el control de otro grupo (López Pardina. En el prólogo a Beauvoir, 2002, p.22).

A partir de este momento y bajo una perspectiva marxista, el Patriarcado deja de ser considerado el marco en el que se desarrollan las relaciones entre los sexos –relaciones que ambos sexos construyen– para ser el sistema de explotación por medio del cual los hombres someten a las mujeres.

Aquellas teóricas y militantes de las primeras décadas del siglo XX, no habían leído El segundo sexo de Simone de Beauvoir –que no llegaría hasta unos años después–, ni manejaban la idea de género que Gayle Rubin popularizó en su Tráfico de Mujeres en 1975. Entendían la relación de los sexos dentro del marco del continuo entre los sexos, sin perderse en debates sobre lo natural y lo construido. Pero sin dejar de oponerse a la desigualdad entre hombres y mujeres.

Para las mujeres miembros del colectivo Mujeres Libres, del mismo modo que para gran parte de las autoras consideradas feministas de su época como Goldman, Hildegart, Mead, e incluso Elianor Marx, la liberación de las mujeres no era posible sin la liberación de los hombres. El problema, a grandes rasgos, era la Autoridad. A partir de los años sesenta, con las aportaciones del llamado feminismo radical, el marco patriarcal queda definido como sistema de dominación. Así, el problema pasará a ser el hombre, definido primero como opresor y posteriormente como verdugo.

Las relaciones de género, establecidas en el contexto patriarcal, son la base explicativa sobre la que se asientan las prácticas feministas de las últimas décadas. Una base epistemológica sólida que aporta claves importantes para la comprensión de la vivencia actual que hombres y mujeres tenemos de nosotros mismos, nuestras relaciones y modos de estar en el mundo. Pero que se nos presenta como un monopolio omnicomprensivo desde el que explicar y atender la articulación del poder y la violencia ejercidos por los hombres en detraimiento de las mujeres, que a menudo resulta insuficiente para afrontar ciertos hechos.

Considero que la definición del Patriarcado y las relaciones de género ofrecida por las teorías feministas, al tiempo que explica la relación entre hombres y mujeres redefine las ideas de Masculinidad y Feminidad, cayendo en los mismos errores cometidos por los modelos epistemológicos anteriores sustentados en la naturalidad del orden patriarcal y que las teorías feministas se proponen desarticular; ofreciéndonos unos nuevos modelos de Hombre y de Mujer a los que no siempre se ajustan las múltiples vivencias de los individuos.

Las aportaciones de las llamadas feministas de la Tercera Ola y Postfeministas, así como las de muchos teóricos pre-feministas de comienzos del siglo pasado y las de otros autores a los que podemos considerar afeministas, nos ofrecen nuevas perspectivas desde las que evitar ciertos obstáculos y pensar la realidad sexual –o sea, de los sexos– de otra manera [1]. Pese a estas otras voces y sus prácticas, cada vez más visibles, la inmensa mayoría de las reflexiones feministas continúan girando en torno a las ideas desarrolladas por las diferentes fracciones feministas de la segunda mitad del siglo XX y que podemos resumir en tres premisas:
– La definición del Patriarcado como realidad totalizadora que justifica y mantiene la opresión de las mujeres.
– La explicación de toda interacción entre los sexos como relaciones de género, encontrándose la subordinación de la mujer implícita en la misma definición de relaciones de género y enfatizando el carácter construido –y por lo tanto modificable– de las diferencias entre los sexos.
– La consideración, por parte de algunos sectores feministas, de las relaciones privadas e intimas entre los sexos como formas políticas de violación (Hughes, 1994, p.42) y la consecuente división maniquea entre hombres y mujeres en verdugos y víctimas.

Evidentemente tales conclusiones o el mal camino que, a mi juicio, ha tomado la lucha feminista durante las últimas décadas, no desmerece el deseo compartido por la mayor parte de las mujeres de reclamar la igualdad de derechos con los hombres, verse liberadas del acoso sexual, gozar de derechos reproductivos, etc. Ser, en definitiva, reconocidas como individuos y –lo que es aún más importante– reconocernos a nosotras mismas como tales. Gran parte de los logros obtenidos en este sentido en las sociedades occidentales no habrían sido posibles –ni siquiera imaginables– de no haber sido por los esfuerzos de estas mujeres: desde las autoras más brillantes que nos facilitaron las herramientas teóricas necesarias para repensar la Cuestión de las Mujeres, hasta las que a diario plantan cara a sus maridos ante hechos cotidianos de injustificada discriminación.

Sin embargo, bajo la omnipresente opresión patriarcal y el rechazo de cualquier explicación alternativa, la victimización de las mujeres y la criminalización de las relaciones se presentan como única vía para la resolución de los conflictos entre los sexos. Olvidando que libertad es sinónimo de responsabilidad y que mostrando a las mujeres constantemente como víctimas inocentes se nos está definiendo también como incapaces, negándonos la autonomía que tantos siglos de lucha ha costado obtener.

Parte de las políticas emprendidas durante los últimos años desde el llamado feminismo institucional de la igualdad –aquel que a partir de los ochenta y de forma más generalizada en los noventa se introdujo en el seno de las instituciones democráticas y las disciplinas presuntamente científicas– son claro ejemplo de este victimismo. Sin embargo, la tendencia a la criminalización de los hombres o «lo masculino» por el hecho de serlo y la consideración de las mujeres como víctimas va más allá de los límites del juego democrático.

La intención de este artículo es invitar a la reflexión sobre cómo se fue gestando este victimismo en el seno de los movimientos feministas, qué tipo de cuestiones facilitaron su asentamiento como verdad política y cómo dificulta las relaciones entre hombres y mujeres también en nuestros espacios. Me gustaría poder decir que también pretende ofrecer algunas claves para superarlo y favorecer la lucha por la liberación de las mujeres y los hombres de la tiranía patriarcal, pero, sinceramente, no creo que dé para tanto.

1. Fábrica de víctimas:

Bruckner (1996, p.14) se refiere al intento característico de las sociedades postmodernas de gozar de los beneficios de la libertad sin sufrir ninguno de sus inconvenientes, como inocencia: enfermedad de la que adolece el individualismo postmoderno y se manifiesta, según el autor, en dos vertientes: infantilismo y victimización; que no son sino dos maneras de huir de la dificultad de ser. Mientras que el primero combina la exigencia de seguridad y protección con una avidez sin límites, manifestando el deseo de ser sustentado sin verse sujeto a ninguna obligación; la victimización es la tendencia del ciudadano mimado del paraíso capitalista a concebirse a sí mismo según los modelos de los pueblos perseguidos.

La victimización aparece como el proceso mediante el cual los individuos se auto-atribuyen la condición de víctimas y reclaman ser resarcidos por ello, especialmente por el Estado (Lidón y Ruíz, 2008, p.1). La falta de responsabilidad y de culpa, característica del niño-adulto, alimenta su sentimiento de víctima.

Como explica Dineen en su excelente obra Manufacturing Victims: What the Psychology is doing to people? (1996, p.18) hasta los años ochenta del pasado siglo el término víctima era reservado para aquellos que sufrían una catástrofe natural o un crimen violento. Víctima era quien padecía un daño causado por alguien ajeno o por algo que trasciende a lo humano –catastrófico–. Así, de acuerdo con esta autora, ser una víctima era, ante todo, una desgracia circunstancial: una situación contextual en la que la dominación, la violencia, el abuso o la mala fortuna han colocado a una persona en una posición de agravio.

Sin embargo, a partir de los ochenta, el término se fue psicologizando hasta tal punto que ahora puede aplicarse a cualquiera que, consciente o inconscientemente, se vea expuesto a situaciones de estrés, angustia o traumáticas. Sentimientos como la infelicidad, la angustia, el enfado, la culpa, la tristeza o el aburrimiento pueden interpretarse como síntoma de un trauma actual o pasado, de forma que cualquiera puede considerarse hoy víctima y, por lo tanto, gozar de los beneficios de esta situación.

Ser víctima deja de ser entonces un accidente o circunstancia para convertirse en un atributo: un rasgo característico que define el modo de ser persona, qué papel representar frente a los demás y frente a las instituciones sociales. Ser o sentirse víctima puede ser también, por consiguiente, una estrategia. (Lidón y Ruíz, 2008, p.2).

La victimización es hoy una estrategia de poder. La existencia de un Estado garantista hace que mostrar la propia debilidad, nuestra inocencia frente a los hechos en los que no participamos como agentes sino como meros receptores, resulte más eficaz que mostrarnos como agentes activos. Tal y como lo expresa Hughes (1999, p.19), parecer fuerte puede ocultar simplemente un tambaleante andamiaje de negación de la evidencia, mientras que ser vulnerable es ser invencible.

A ninguno nos son ajenas las constantes denuncias a las empresas tabacaleras por parte de los enfermos de pulmón o los pleitos, tan de moda en Estados Unidos, contra los restaurantes de fast food. Como ejemplo de este tipo de acontecimientos, Verdú (1996, p.98) relata el caso de una señora de Alburquerque que en 1994 obtuvo una indemnización de 1,2 millones de dólares por haber sido víctima de quemaduras de segundo grado provocadas por una taza de café en un McDonald´s. Según el autor, que se refiere a este hecho para evidenciar la tendencia a lo más –en este caso lo más caliente– propia de la cultura norteamericana, el café estaba a 180º Farenheit (75ºC). ¿Realmente alguien puede cometer la imprudencia de beberse un café a esa temperatura y culpar a otros de las consecuencias? Hoy sí.

Este recurso de la victimización tiene un lado mezquino: las personas pueden llegar a apropiarse del dolor y de las experiencias de otros para justificar banalidades, llegando incluso a acusar de fanatismo a todo aquel que cuestione su autoproclamado martirio. Según esta lógica, nadie se atrevería a cuestionar la palabra de la víctima más que los insensibles cómplices de los victimizadores. Haciendo del discurso victimista la retórica maniqueista por excelencia.

Esta impostura, muchas veces, no es consciente o intencionada. El victimizado, se siente realmente una víctima. Privado de sus relaciones comunitarias, su responsabilidad, su capacidad para tomar decisiones, etc., infantilizado, en suma; la auto-victimización es el único recurso con el que cuenta para afrontar los hechos. Y donde hay una potencial victima hay un negocio, desplegándose toda una red de servicios jurídicos, preventivos, terapéuticos y asistenciales.

1.1. Las mujeres como paradigma del victimismo occidental.

El victimismo del que adolecen las principales propuestas del feminismo es uno de los mejores ejemplos de este proceso de victimización masiva e institucionalización de la individuación.

Estoy convencida de que los innumerables logros de la lucha feminista de los últimos tiempos han beneficiado tanto a los hombres como a las mujeres. Hombres y mujeres podemos hoy como nunca antes elegir nuestro propio destino gracias a la flexibilización –que no erradicación– de los modelos clásicos. Si bien esto no ha significado que los conflictos entre uno y otro sexo hayan desaparecido, sino que, por el contrario, parecen hoy más obvios e irresolubles.

Las mujeres son parte activa de la estructura básica del Patriarcado y no un mero recurso sobre el que actúan y al que utilizan los hombres. Si no se contempla esto así, dejan de ser vistas como agentes activos de la construcción social en general y, además, como protagonistas de su propia liberación.(Osborne, 2009, p.19)

En la actual retórica feminista asumida incluso a nivel institucional [2] persiste, sin embargo, el empeño de obviar o silenciar los logros de esta liberación e interpretar cualquier dificultad o retroceso como síntoma de la dominación masculina, impidiendo cualquier avance en la lucha conjunta contra la discriminación.

La violencia contra las mujeres por el hecho de ser mujeres existe. Continúa siendo una triste realidad en nuestras sociedades y aún más dura y evidente en otras. Pero su existencia no justifica la actual tendencia a definir todo conflicto entre los sexos como síntoma de la violencia patriarcal, llegando incluso a criminalizar los acercamientos más íntimos.

Eludir la propia responsabilidad sobre los hechos es una de las grandes comodidades del victimismo. Si la culpa siempre es de otros –los hombres y su machismo, el Estado que no endurece lo suficiente las leyes, los medios de comunicación que cosifican a las mujeres… el Patriarcado, en suma– no tenemos por qué cuestionarnos a nosotras mismas, pobrecillas indefensas e inocentes, ni nuestro papel activo en la construcción de este sistema de relaciones.

Recogiendo las aportaciones del sociólogo francés Touraine, Osborne (2010, p.4) señala el actual desfase entre una cultura protagonizada por las mujeres, que se definen como mujeres a partir de sí mismas, y estas ideas a partir de las que se afirma que las mujeres están más dominadas que nunca y que, en definitiva, son una creación del poder masculino. Por eso, continúa la socióloga, en el nuevo universo político que se deriva de la concepción de la mujer como víctima, a menudo se habla en nombre de las mujeres pero sin contar con las voces de las mujeres.

De acuerdo con lo que la misma autora denomina la estrategia del silencio (Osborne, 2007) el discurso victimista, mantenido por la mayor parte de las feministas, se sirve de diferentes argumentos para acallar las voces disidentes o con planteamientos diferentes a los suyos.

Junto al recurso del maniqueísmo que he señalado anteriormente, según el cual, si discrepas con los argumentos de la victima te conviertes inmediatamente en cómplice del victimario; la estrategia del silencio que Osborne (2007) define en relación a las prostitutas, pero que puede hacerse extensiva a las supuestas víctimas de violencia o a cualquier otra mujer; consiste en acusarlas –si disienten con los planteamientos feministas– de alienación, falta de conciencia, de menores de edad. Creándose, de este modo, una jerarquía entre mujeres: son pobres mujeres, sobre las que nos sentimos superiores, marcando así una distancia social entre ellas, a las que tratamos de forma maternalista, y nosotras, que nos creemos en posesión de la verdad que a ellas concierne (Osborne, 2010, p.2) coherente con la lógica humanitarista y asistencialista que caracteriza la acción desde posturas victimistas.

De acuerdo con lo planteado por Bruckner (1996) y expuesto más arriba, esta tendencia minimiza o anula la violencia real, siendo imposible discernir, en este ambiente de crispación generalizada, cuándo se produce. Y, según lo que otros han llamado ley del contagio victimista (Bruckner, 1996; Badinter 2002; Lidón y Ruíz, 2008) que dice que los grupos o clases denunciados como culpables se declararán a su vez como oprimidos para liberarse de la acusación; los hombres, criminalizada su masculinidad, se defenderán del ataque feminista.

Así, proliferan desde los años noventa los grupos de masculinidad, las asociaciones que reivindican los derechos de los padres separados, las denuncias mediáticas de las falsas denuncias por malos tratos que exhiben los horrores a los que son sometidos estos hombres inocentes, etc.

De forma que hoy, como nunca antes, cada sexo se siente víctima del otro.
En nuestro entorno –al que a partir de ahora me referiré como libertario– tampoco faltan muestras de esta necesidad de espiar nuestras culpas frente al otro sexo.
Proliferan, por una parte, los artículos y fanzines en los que algunos hombres se muestran arrepentidos del mismo hecho de ser hombres, interpretando como síntoma de su supremacía masculina hechos cotidianos fruto de su propia socialización –en la que parecen olvidar el papel fundamental de las mujeres– y considerando micromachismos (Bonino, 2004) cualquier actitud o conducta que muestre la diferencia masculina –que no necesariamente machista–. [3]

Este tipo de reflexiones, a menudo resultado del esfuerzo conjunto de muchos hombres por superar los privilegios que el Patriarcado les concede, son tan necesarias como valiosas en tanto que las relaciones entre los sexos no pueden cambiar si no se cuestionan los roles de ambos y era necesario que los propios hombres comenzaran a cuestionar la masculinidad –hasta los 90, las reflexiones y críticas sobre lo que significa ser hombre en las sociedades patriarcales venían, principalmente, de mujeres–; pero no contribuyen a superar el victimismo y el maniqueísmo en los que ha quedado insertada la lucha por la liberación de la mujer al mostrar a los hombres constantemente como opresores, incluso de sus compañeras, amigas, amantes, madres, hermanas… Culpables por el hecho de ser hombres y sin otra alternativa que espiar su culpa esforzándose por renunciar a su propia socialización y su propia identidad.

Por otra parte, algunas autoras comienzan a referirse a la lucha feminista como un error histórico, causa de las actuales miserias a las que nos enfrentamos hoy las mujeres y estrategia fundamental de los Estados para el control de la población. Enfatizando la bondad de los roles clásicos femeninos: la maternidad, el cuidado, la vida doméstica… y negando la imposición violenta e inferioridad que obligaba al ejercicio de estos roles [4]. Negar de un plumazo el valor de más de un siglo de lucha feminista, limitándose a analizar alguna de sus consecuencias más nefastas, es tan reduccionista como insultante, especialmente si tenemos en cuenta que son los logros de esta lucha los que han hecho posible que hoy las mujeres podamos permitirnos cuestionarla.

2. De la opresión a la victimización:

Existen algunos temas, acuerdos y desacuerdos, recurrentes en los relatos que las diferentes feministas ofrecen sobre cómo y por qué se mantienen los sistemas de género, tendiendo, cada una de ellas, a situar ciertos procesos –la maternidad, la división sexual del trabajo, la significación y el lenguaje, la sexualidad, etc.– como los cruciales en las relaciones de género e infravalorando la importancia del resto. Sin embargo, en lo que se refiere a la llamada violencia sexista, podemos considerar que todas las perspectivas feministas actuales coinciden en entender el Patriarcado como escenario donde se desarrolla el drama del maltrato, siendo las relaciones de género el guión de dicho drama del que hombres y mujeres –los agresores y sus víctimas– son los personajes principales.

Entender el salto de la lucha contra la opresión a la victimización de la que adolecen las principales propuestas feministas actuales, supone entender las aportaciones teóricas de aquellas fracciones feministas que hicieron de lo íntimo y las relaciones eróticas el eje central de su lucha. Aquellos que, desde mi punto de vista, enturbiaron y complicaron la relación entre los sexos al ir más allá de la reivindicación de la igualdad en el espacio público y definir en términos de opresión toda posible interacción entre los mismos. La esfera de lo íntimo –la sexualidad, el amor, las relaciones eróticas, la maternidad y la familia, incluso las relaciones de amistad entre hombres y mujeres…– se sitúa, desde los años setenta, en el centro de la crítica antipatriarcal, siendo hoy considerada el espacio donde el poder masculino opera con mayor efectividad (Bourdieu, 2005), dejando poco espacio para el encuentro, el placer y el disfrute mutuo.

A partir de las aportaciones de las feministas radicales –que reciben este nombre en el sentido marxista del término radical, es decir, por buscar la raíz misma de la opresión– que alcanzan su mayor auge durante la década de los setenta, se desarrollarán los diferentes discursos que han dado forma a lo que hoy conocemos como fracciones dentro de la teoría feminista de la Segunda Ola y que comparten la centralidad otorgada al Patriarcado como marco explicativo, aunque difieren en los temas prioritarios y los enfoques de análisis.

Existe una extensa literatura respecto al desarrollo de diferentes propuestas a partir de las ideas de las feministas radicales y el rumbo que fueron tomando unas y otras (Eisenstein, 1983; Jaggar, 1983; Osborne, 1993; Flax, 1995…) que evidencia que no siempre es posible ni deseable encasillar sus planteamientos bajo un rótulo o adscribir sus propuestas a una única fracción. Aún así, y con el único propósito de facilitar su análisis, en las siguientes páginas se mantiene esta división.

Al hablar de unos y otros sectores del feminismo he elegido, a modo de ejemplo, a algunas autoras y libros que hoy se consideran pilares de la teoría feminista. Quizá hubiera sido más útil recurrir a actas, panfletos, propaganda, eslóganes… de las feministas de base que, en cada momento, sustentaron con sus prácticas estas ideas. Pero, desde luego, también habría sido mucho más complicado y más costoso.

2.1. Lo personal es político: La sexualidad en el punto de mira.

En su magistral El segundo sexo (1949) Beauvoir expone [5], entre otras cosas, como el ser humano es un ser que desea, que proyecta y está en continuo trance de realización mediante el cumplimiento de sus proyectos, siendo esto lo que le hace libre. No ejercer tal transcendencia significa una degradación de la libertad, cosificarse, ser objeto y no sujeto.

Para Beauvoir la sociedad patriarcal condiciona colectivamente a las mujeres a una situación de opresión que les impide esta transcendencia y, por lo tanto, realizarse como personas libres. Esta subordinación de la mujer la explica afirmando que el hombre, al no estar tan supeditado a las funciones biológicas, sí ha podido realizarse.

La maternidad no supone transcendencia porque es común a las hembras de todas las especies y se limita a reproducir vida, así la maternidad se convierte en una trampa, envuelta en el engaño más general del matrimonio y la familia. También la sexualidad y el amor pueden convertirse en una trampa terrible en tanto que ata a las mujeres a los intereses de los hombres.

Heredera de los postulados de la filósofa, con quien coincide especialmente en que no hay que dejarse engañar por quienes se presentan como liberadores del sexo, puesto que continúan ejerciendo su poder sobre las mujeres aunque lo hagan bajo un aspecto diferente, Millet, profundiza en sus planteamientos a través de su obra Política Sexual (1969).

Mientras Beauvoir se limita a mencionar el Patriarcado como marco en el que se produce la opresión de la mujer, y en El segundo sexo confía aún en el advenimiento del socialismo que supondría la igualdad entre hombres y mujeres, Millet (1969) considerará el Patriarcado el sistema de dominación básico sobre el que se asientan los demás, más estable y mucho más antiguo que el Capitalismo ya que tiene la peculiaridad de adaptarse a todos los sistemas económicos y políticos desde el feudalismo hasta las democracias. Definición que aparece como respuesta a las posturas de izquierda que consideraban secundario el problema de la mujer.

El Patriarcado constituye desde esta perspectiva el marco explicativo y legitimador de la dominación masculina, se presenta como anterior y más persistente que ningún otro sistema de dominación y mantenido por cada sociedad a través de unos códigos propios que nos remiten, en todas sus manifestaciones, al hombre como vértice del sistema.

Partiendo de la observación de que la opresión del Patriarcado parecía que se mantenía a través de la historia y de las culturas, la idea de que lo personal es político ganó empuje entre las feministas, y se comprendió que el escrutinio de las propias historias de vida era potencialmente liberador, acompañado por esfuerzos de cambio en la dinámica de las relaciones entre hombres y mujeres: no importaba lo bien intencionados que los hombres pudieran parecer, ya que como detentadores de un profundo interés en su status quo, al nivel de la sexualidad y la afectividad todos eran cómplices.

Así, a partir de los años setenta, la sexualidad se convierte en un tema central: se critica la heterosexualidad dominante y las formas de sexualidad masculinas; se denuncia el sesgo androcéntrico de la sexología y el psicoanálisis y la relación entre los sexos queda definida como relación política, dando lugar a uno de los debates comunes entre las feministas de los años setenta sobre la posibilidad de considerar el lesbianismo como única forma correcta de sexualidad para las mujeres.

La familia, como principal agente socializador desde el que se transmiten y perpetúan los roles de género, se convierte, desde este momento, en piedra angular de la dominación masculina. Las relaciones interpersonales, y por tanto la personalidad, están marcadas por la dominación y la violencia que se originan en la cultura y las instituciones del Patriarcado (Castells, 1997, p.159) y, entre estas instituciones, la familia, en la que el padre-marido está legitimado para ejercer la violencia contra la mujer y los hijos como parte del proceso de domesticación de la mujer por el hombre.

La violencia familiar es una constante en nuestras sociedades. Y aunque todas las combinaciones son posibles: padres y madres contra hijos, hijos contra padres y madres, un miembro de la pareja contra otro, hermanos entre sí… no todas estas formas de violencia son igual de probables, siendo las mujeres y los niños, en la mayor parte de los casos, los objetos de tal violencia. El análisis y la crítica por parte de las teóricas feministas de los elementos sobre los que se asienta la institución familiar tradicional: amor romántico, pareja, sexualidad, relaciones eróticas, maternidad y paternidad… nos ha ayudado a comprender el fenómeno de la violencia familiar, y por extensión, la violencia de género. Sin duda, nos ofrece una serie de herramientas para el desmantelamiento de tan brutal fenómeno social pero, al mismo tiempo, ensombrece algunas parcelas significativas y enturbia el conocimiento de esos mismos elementos, sobre los que, a mi entender, no se asientan exclusivamente las relaciones violentas, sino que constituyen la base de las relaciones humanas. Tampoco la violencia en parejas gays puede comprenderse, ni mucho menos prevenirse, desde este modelo.

Volvamos a las aportaciones de las llamadas feministas radicales. Estas autoras consideraban, como vengo señalando hasta el momento, que la violencia masculina era una estrategia política de dominación. La clave, como dice Martínez Sola (2003, p.43) no estaría en la violencia sino en el poder: el pene como arma y el coito como sometimiento se entienden, desde esta perspectiva, como elementos dentro de un sistema de dominación más amplio.

En este sentido, en su obra Política sexual, Millett (1995, p.58) escribe: No estamos acostumbrados a asociar el Patriarcado con la fuerza. Su sistema socializador es tan perfecto, la aceptación general de sus valores tan firme y su historia en la sociedad humana tan larga y universal, que apenas necesita el respaldo de la violencia (…) al igual que otras ideologías dominantes, tales como el racismo y el colonialismo, la sociedad patriarcal ejercería un control insuficiente, e incluso ineficaz, de no contar con el apoyo de la fuerza, que no sólo constituye una medida de emergencia, sino también un instrumento de intimidación constante. La violencia contra las mujeres deja de ser un suceso, un problema personal entre agresor y víctima para definirse como violencia estructural sobre el colectivo femenino. La violencia tiene una función de refuerzo y reproducción del sistema de desigualdad sexual.

Los debates en torno a la erótica femenina que se plantean estas autoras –en respuesta a la heterogenitalidad promovida por las teorías reichianas, en pleno auge– se centraron en la concepción de la sexualidad femenina como un terreno de placer y peligro: el feminismo radical como movimiento se plantea, durante los años 70, que la sexualidad tiene que formar parte de una manera central en su agenda. Se reclama al feminismo que se cuestione el estatus de la sexualidad en el discurso feminista. Se deja de hablar sólo en términos de agresiones sexuales para hablar de poder: el placer es una fuente de poder y de vida, y no tanto debilitador y corrupto, como plantearán en los ochenta otras grandes fracciones del feminismo y, en concreto, el feminismo cultural y antipornográfico.

Frente a este planteamiento, las feministas culturales harán del peligro el único foco de análisis, olvidando cualquier reflexión sobre el placer y planteando la violencia masculina como una cuestión identitaria. Desde esta perspectiva el hombre queda definido como violento, agresor potencial por el hecho de ser hombre.

El llamado feminismo cultural de los ochenta pasará, como señala Osborne, de culpabilizar al Patriarcado –en tanto que sistema que concede el poder a los varones– a atacar directamente a los hombres, individual o colectivamente por el mero hecho de serlo (Osborne, 1993, p.23). Bajo este epígrafe se recogen las aportaciones de diversas autoras que, partiendo de un análisis esencialista de la realidad, acentúan las diferencias en lugar de las semejanzas: si hasta ahora el feminismo se manifestaba en contra de lo biológico como determinante de las desigualdades sociales, el feminismo cultural da un giro radical al proponer que las mujeres han de confiar en sus instintos biológicos, se trata de pensar a través del cuerpo. Se establece un vínculo directo entre las vidas de las mujeres, sus cuerpos y el orden natural.

Cantera (2004, p.69-70) argumenta cómo una derivación más radical de este enfoque hacia posturas naturalistas, dejando de lado la construcción social del orden patriarcal, acentuará las diferencias entre mujeres y hombres hasta el punto de afirmar, por un lado, el fundamento biológico y cultural de las mismas y, por otro, la superioridad cultural del modo de ser femenino.

La ruptura de estas autoras con el feminismo radical tiene su origen en la crítica del marxismo como marco insuficiente para ofrecer una explicación de la opresión femenina. Tal y como expresa Rich (1982, p.173) se imponía la necesidad de romper con el callejón sin salida que era el marxismo para las mujeres de nuestro tiempo. En este sentido, las feministas culturales abandonarán el lenguaje propio del marxismo. En sus textos (Dowrkin, 1981; Brownmiller, 1981; Rich, 1982; MacKinnon, 1987) vem os como la relación opresor/oprimida propia del feminismo radical es sustituida por el binomio verdugo/victima acompañado de expresiones como coacción, jerarquía, lucha por los puestos dentro de la jerarquía, etc.

Tal giro terminológico no puede entenderse como una simple cuestión del lenguaje, en tanto el oprimido –el proletario, la mujer, etc.– en la retórica marxista empleada por las feministas radicales, se caracteriza por ser consciente de su opresión y articular herramientas propias para salir de ella, entendiéndose la relación opresor/oprimido como una relación dialéctica en la que el cambio de una de las partes –la toma de conciencia por parte del oprimido de las condiciones de su opresión– modifica la relación. Mientras que la victima carece de las herramientas necesarias para alterar los términos de la relación y es objeto, y no sujeto, de la misma. La mujer, en tanto que víctima, aparece sistemáticamente definida en el discurso de este sector del feminismo cultural como sujeto pasivo de la relación, que necesita del apoyo de otros: la ley, el Estado, otras mujeres, etc. para escapar de las garras de su verdugo.

2.2. Eros satanizado:

De acuerdo con Paglia (2001, p.50) podemos afirmar que a partir de los ochenta el pene se ha convertido en la metáfora central de la crisis de los sexos.

Lorena Bobbitt, acogida por los vítores de la multitud mientras entraba en el coche a la salida del juicio en el que quedó absuelta tras cortar el pene a su marido, representa el triunfo absoluto de un sector del feminismo moderno. Su agresión fue acogida por la mayor parte del público como un símbolo del fin de la violencia a la que le sometía su marido y, por generalización, un acto revolucionario contra la opresión masculina.

En el entorno libertario, la acogida de textos con títulos tan explícitos como Tijeras para todas es un buen ejemplo de la influencia en el feminismo actual, también dentro de posturas autodenominadas anarcofeministas, de este discurso.
Para las feministas culturales, el Patriarcado se reduce a una falocracia instituida sobre la base del poder del pene (Daly, 1978). Con este recurso, explica Cantera (2004, p.70), los hombres se nos presentan no solo como violentos, sino como violadores por naturaleza, meros depredadores sexuales de hembras, que con su fascinación por la pornografía manifiestan su necrofilia, esto es, su amor a la muerte más que a la vida. (Brownmiller, 1981; Dowrkin, 1981; Greer, 1984…) El pene, definido como instrumento de violación, agresión, intimidación y destrucción simboliza, como ninguna otra imagen, esta violencia masculina.

Si el pene es un instrumento de dominación, y quien nace varón y se desarrolla como tal es portador de un pene: ¿Hemos de suponer que el hombre es por naturaleza dominador? En palabras de Fritscher (en Paglia, 2002, p.65) si la gente piensa en el pene como instrumento de violación, entonces, ¿qué mensaje está transmitiendo a sus hijos? Lo que están haciendo es crear toda una generación de hombres que tienen tanto miedo a su pene que no van a poder usarlo para la procreación de la raza. Porque la autoestima de la que tanto le gusta hablar a la gente se la están arrebatando.

De acuerdo con otros autores como Badinter (1993), Bruckner (1979, 1999), Paglia (2002), etc. mi opinión es que, por el contrario, esta centralidad del pene, la definición de la virilidad en función de su correcto funcionamiento, el constreñimiento de la erótica masculina a su potencialidad genital, etc. oprime, en primera instancia, a los propios hombres.

La obra de Bruckner y Finkielkraut El nuevo desorden amoroso (1979) se nos presenta como intento de superar esta mitificación del pene todopoderoso invitándonos a repensar la sexualidad masculina. El libro recoge, tal y como lo expresa Badinter (1993, p.170), un largo elogio de las caricias, el ano, los juegos corporales y la pasividad masculina. Pero, pese a este y otros intentos intelectuales de abandonar el falocentrismo imperante y la obviedad clínica de que en la mistificación del pene como herramienta y el coito como culmen de la relación reside la clave para entender las frustraciones eróticas tanto de hombres como de mujeres, este esquema continúa siendo poderoso en el inconsciente masculino y ampliamente aceptado por el colectivo femenino, sometiendo tanto a unos como a otras.

Brownmiller, MacKinnon y Dworkin son posiblemente las activistas que, llevando al extremo los postulados del feminismo cultural, más empeño pusieron en la criminalización de las relaciones eróticas entre los sexos.

Bourdieu (2005, p.35) sintetiza la propuesta de estas autoras explicando que si la relación sexual aparece como una relación social de dominación es porque se constituye a través del principio de división fundamental entre lo masculino, activo, y lo femenino, pasivo. Añadiendo que ese principio es el que rige el deseo: el deseo masculino como deseo de posesión, como dominación erótica, y el deseo femenino como deseo de la dominación masculina, como subordinación erotizada, o incluso, en su límite, reconocimiento erotizado de la dominación. Y, más adelante añade, refiriéndose a las relaciones homoeróticas: la penetración, sobre todo cuando se ejerce sobre un hombre, es una de las afirmaciones de la libido dominandi que nunca desaparece por completo de la libido masculina.

Partiendo de la premisa La pornografía es la teoría y la agresión sexual es su práctica (Dworkin, 1980) éstas y otras feministas emprendieron una lucha contra la pornografía como símbolo de la opresión sexual a partir de la que el sexo queda ligado a la violencia al mismo tiempo que las identidades y relaciones de hombres y mujeres definidas en términos de agresión. De nuevo Dworkin afirma que es difícil distinguir la seducción de la violación. En la seducción el agresor a veces se molesta en comprar una botella de vino. (Dowrkin, en Amezúa 2003, p.86)

La violación, el acoso sexual y la pornografía –a las que añaden la prostitución, el stripteasse, y todo aquello que guarde relación con el erotismo– forman un conjunto que pone en evidencia la misma violencia contra las mujeres. La dominación masculina se basa en el poder de los hombres para tratar a las mujeres como objetos sexuales:

El veredicto no tiene apelación: hay que obligar a los hombres a cambiar su sexualidad. Y para ello hay que modificar las leyes y recurrir a los tribunales. (Badinter, 2004, p.27) La idea de que la violación es un proceso consciente de intimidación por el cual todos los hombres mantienen a todas las mujeres en un estado de miedo (Brownmiller, 1981) pronto será aceptada más allá de los círculos feministas iniciándose una fuerte persecución de la pornografía como puntal de la ideología masculina que rebasará también los límites del feminismo al encontrar un respaldo legal, mediante la configuración de nuevas figuras como el acoso sexual o los malos tratos, y el consecuente despliegue de leyes, instituciones y medidas penales. En respuesta a la cruzada antipornográfica emprendida por McKinnon y Dworkin, Paglia (1994, p.191) dice:

El feminismo inteligente del siglo XXI debería abrazar toda la sexualidad y apartarse de los engaños, mojigaterías, gazmoñerías y odio a los hombres de la brigada Mckinnon-Dworkin. Las mujeres nunca sabrán quienes son hasta que dejen que los hombres sean hombres. Liberémonos del Feminismo de Enfermería (…) el feminismo se ha convertido en un cajón de sastre donde montones de hermanas lloriqueantes pueden acumular sus neurosis.

Estas contundentes afirmaciones habrían de ser tomadas en cuenta por quienes pretendemos comprender las relaciones entre los sexos y luchar por la liberación de unas y otros. Los postulados de estas feministas se basan más en sus experiencias personales, con una fuerte carga emocional, que en la observación de los hechos. El carácter dramático de estos hechos –acosos, violaciones, agresiones… a partir de este momento calificados como sexuales– paraliza el razonamiento e impide una visión en conjunto que permita avanzar hacia su reducción y la convivencia armónica entre hombres y mujeres. En palabras de otros, tal carga emotiva eclipsó el debate de ideas en torno a los sexos recurriendo al atajo de la moral y, sobre todo, del Código Penal (Amezúa, 2003).

Con un lenguaje llano y directo, Despentes (2007, p.75-90) aporta algunas claves que pueden ayudarnos a comprender ese rechazo social suscitado por la pornografía. Para esta autora, el problema que plantea el porno reside en el modo en que golpea el ángulo muerto de la razón. Se dirige directamente al centro de las fantasías: primero nos empalmamos o nos mojamos, después nos preguntamos por qué. Lo que para Despentes rechazan realmente los militantes antiporno es que se hable directamente de su propio deseo, que se les obligue a saber algo sobre sí mismos que han decidido ignorar, que resulta incompatible con la identidad social cotidiana que se han forjado.

La publicación en 1973 de Mi jardín secreto, obra en la que Friday recoge las fantasías sexuales de más de una treintena de mujeres británicas, conmocionó tanto a los hombres como a las mujeres de la época, convirtiéndose rápidamente en un best-seller. Entre otras muchas cuestiones, el libro llamó la atención de unos y otras porque puso de manifiesto que muchas mujeres obtenían placer de la fantasía de violación. La explicación más habitual al respecto es que hemos interiorizado hasta tal punto la dominación de la sexualidad femenina por el hombre que llegamos a fantasear con ello. Lo que no entienden quienes defienden tal explicación es que, en palabras de Despentes (2007, p.77), nuestras fantasías sexuales hablan de nosotros en la manera desplazada de los sueños.

No dicen nada que deseemos que ocurra de facto. El lenguaje de la mente, las imágenes del deseo, son –como señala Tweedie en el prólogo a la última edición castellana de Mi Jardín Secreto–, una clave compleja que no se descifra fácilmente y puede significar algo muy diferente a lo que salta a la vista. Que una mujer fantasee con que es violada no significa, necesariamente, que desee serlo. En la fantasía, la mujer decide la situación, el contexto, el aspecto de su agresor o agresores… no hay dominación ni invasión de su intimidad ni de su cuerpo en tanto que es ella quien elige el quién, cómo y dónde, se excita, lo desea. Nada que ver, por lo tanto, con una violación real. ¿Son estas fantasías fruto de un sistema cultural preciso? Obviamente, pero censurarlas y negarlas no evita su existencia ni las hace menos voluptuosas y excitantes.

Definida sistemáticamente como evidencia de la imposición del poder y la fuerza masculina a las mujeres, coincido con Paglia en su afirmación de que la violación debería definirse como la intromisión del sexo en un contexto no sexual (Paglia, 2001 p.77) lo que nos permitiría, tal vez, comenzar a formularnos las preguntas adecuadas en torno a la naturaleza del deseo.

Personalmente, y aunque explicarlo me llevaría al menos otros cuatro artículos como este, parto de la hipótesis de que la incapacidad de las aportaciones feministas para comprender las relaciones entre los sexos es fruto del planteamiento rousseniano que las sustentan. La negación sistemática del conflicto, que se encuentra en la base de la construcción de la identidad, así como la atribución a la naturaleza de una bondad absoluta, hacen incomprensible la violencia inherente a la naturaleza humana dejándonos, como única alternativa, su negación.

La sexualidad y el erotismo constituyen la compleja intersección de la naturaleza y de la cultura (Paglia, 2006, p.24). Seguidora de los planteamientos de Sade, para esta autora, una vuelta a la Naturaleza significaría dar rienda suelta a la violencia y la lascivia. Estoy de acuerdo con ella y veo en los intentos feministas de separar la erótica del poder la negación del deseo erótico en sí mismo: el sexo es poder.

Como vengo manteniendo hasta el momento, a partir de las aportaciones de las autoras del llamado feminismo cultural antipornográfico, la sexualidad femenina queda reducida a una expresión del dominio masculino. En este sentido McKinnon declara que la socialización de género es el proceso mediante el cual las mujeres acaban identificándose como seres sexuales, como seres que existen para los hombres (McKinnon, 1982. En Flax, 1995, p.303) y Dworkin subraya que en el acto sexual la mujer se convierte en un espacio invadido, en un territorio literalmente ocupado, ocupado aunque no haya habido resistencia, aunque la mujer ocupada diga: sí, por favor, venga quiero más (Dworkin, en Hughes, 1994, p.20).

El deseo de las mujeres –ya sea hacia los hombres como hacia otras mujeres– y su gran variedad de experiencias sensuales, como la masturbación o el placer al dar de mamar o jugar con sus hijos, no se tienen en cuenta, quedan desplazados por la opresión masculina, arrebatando a las mujeres su identidad como sujetos deseantes y transformándolas en mero objeto de deseo. Y este deseo, considerado exclusivo del sexo masculino, se llena de connotaciones negativas. El sexo y lo erótico quedan definitivamente ligados a la opresión y la violencia, y estas dos cualidades humanas son consideradas exclusivamente masculinas.

Desde el feminismo cultural y con el beneplácito de las instituciones, se niega a las mujeres su deseo, su disfrute y su indiscutible poder en el terreno de la seducción y la erótica. Cuando aún no se habían digerido las consecuencias de la llamada revolución sexual de los sesenta, estas feministas junto a la amplia derecha moral estadounidense se encargarán de devolver lo sexual al terreno del pecado, lo sucio, el vicio y el delito:

«El sexo vuelve a ser lo que era en la época victoriana: un vicio, un traumatismo, una abominación, partiendo del presupuesto de que no hay más sexualidad que la masculina –y que detrás de esta siempre se esconde el ansia del dominio–, limitándose la mujer a padecer las arremetidas de un monstruo brutal al que nunca puede desear a su vez, salvo si ha sido sutilmente forzada a ello». (Bruckner, 1996, p.173)

Y el pecado sólo genera culpa: ellos se sienten culpables de su propia masculinidad o se ven culpabilizados por ella y ellas también se verán culpabilizadas por su feminidad: mal vistas por los hombres y las propias mujeres si manifiestan su deseo erótico en exceso, si juegan un papel activo como sujetos deseantes; pero también si no lo hacen, si se muestran pasivas o disfrutan de su rol de deseadas.

Este nuevo discurso feminista fulmina el potencial liberador de las ideas de las que partió, y ensalza la idea de la mujer como paradigma de la víctima: necesitada de protección, desconocedora de los peligros que le acechan, frágil e indefensa frente al macho. Se impone a la mujer y otorga a esta imposición el valor de una emancipación, define para ella una verdad revelada tan coercitiva en la liberación como lo era en el pasado en la opresión (Bruckner, 1996, p.179).

Habrá quienes opinen que se está dando demasiada relevancia a las opiniones de un reducido grupo de feministas extremistas. Por supuesto, no todas las aportaciones hechas desde las diferentes perspectivas feministas van en esta línea y no son pocas las autoras que rechazan esta forma de concebir las relaciones personales y eróticas entre los sexos. Así, frente a este discurso desde el que la relación entre feminismo y pornografía –y, por extensión, entre feminismo y erotismo– se considera una oposición política irreconciliable, emerge un nuevo feminismo pro-sex (Willis, 1981) que entiende el cuerpo, la sexualidad y también la pornografía como espacios posibles de resignificación y de empoderamiento político para las mujeres y las minorías sexuales.

Sin embargo fueron las ideas sobre las que se asienta el discurso del llamado sector lesbiano del feminismo cultural: definición de la sexualidad masculina en términos de agresión, separación irreconciliable entre los sexos y descripción de toda interacción sexual en términos de violencia; las que trascendieron durante los años ochenta y noventa los límites de los estrechos círculos feministas, implantándose a nivel social y político como marco de acción contra la violencia de género.

Recuperándose, como señala Osborne (2010, p.47) los postulados del feminismo cultural, asociando el amor y las mujeres con el modelo de la buena feminista: la buena madre con sentimientos maternales amplios; la buena ecofeminista que está en relación armónica con la naturaleza; la buena lesbiana porque la relación entre mujeres es sensual y no genitalizada… y perpetrando la división entre amor –igual a mujer, igual a bondad…– y erótica –igual a hombre, igual a pornografía, igual a violencia…– La violencia contra las mujeres, transformada en elemento esencial de lo sexual, pasa a ocupar, en este momento, un papel central en el discurso feminista, siendo además un nexo de unión entre las feministas de la Igualdad y aquellas defensoras de la Diferencia.

En este punto, en el que la violencia es concebida como el elemento a través del que se mantienen las desigualdades entre los sexos y al mismo tiempo se ve reforzada por la desigualdad de poder, es en el que ambos discursos se solapan y apoyan, siendo este discurso el que, sumado a la ideología de la Igualdad, trascenderá los límites del movimiento feminista y se asimilará en el seno de las instituciones democráticas.

Considerar que lo personal es político, en el sentido que lo expresó Millet, como explicación a la interiorización del sistema de relaciones patriarcales que opera con eficacia en los aspectos más íntimos de la vida, no puede convertirse en la excusa para que lo político invada lo personal. No es motivo suficiente para permitir la intromisión de las instituciones educativas, sanitarias y legales en la vida privada de los sexos y sus relaciones, que se ven transformadas en objeto de litigio.

Del mismo modo que los malos usos del sexo –el hecho de ser sexuados–, tales como la justificación de jerarquías y discriminaciones o el abuso del mismo para emprender luchas por el poder, llevaron a muchas teóricas feministas a la negación de la misma condición sexuada –imponiéndose la lógica del género y la androginia como objetivo–; los malos usos del deseo y sus a veces nefastas consecuencias: las agresiones, violaciones; abusos… parecen obligarnos al rechazo y la condena del mismo deseo. Olvidando que ni el sexo ni la erótica son responsables de esas desagradables consecuencias.

Responsabilizar a los hombres o al Estado de todos los problemas que encontramos las mujeres a la hora de afrontar nuestros propios deseos, contradictorios muchas veces, me parece una irresponsabilidad, una renuncia a la autonomía que tantos siglos y tantas batallas costó conseguir.

Mientras las mujeres no abandonen su papel de víctima y los hombres no asuman como propia la lucha por la igualdad entre los sexos, elemento indispensable de la lucha por la libertad, no será posible la denuncia y renegociación de los puntos en los que la diferencia se transforma en desigualdad. Las mujeres no podremos ser nosotras mismas, soberanas de nuestros deseos y sentimientos, mientras no permitamos a los hombres ser hombres.

Después de más de un siglo, la invitación a abandonar la Cuestión de las Mujeres a favor de la Cuestión Sexual continúa abierta, y en tanto que hombres y mujeres compartimos el mundo, parece la única forma de llegar a buen puerto.

notas:
[1] Por cuestiones obvias de espacio y porque la intención de este artículo no es ofrecer un tratado sobre teoría y crítica feminista, me limitaré a recomendar a quien le interese profundizar en el tema la lectura de aquellos autores que, ya desde el siglo XIX, manejaban la idea del continuo entre los sexos (Ellis, 1896; Hirschfeld, 1899; Goldman, 1906…) aquellos que continuaron con su propuesta ya entrado el siglo XX y en pleno auge de las teorías de género (Amezúa, 1979) y muchas de las autoras postfeministas que la recuperaron a finales de los 90 como posible salida al dualismo en el que se veían estancadas las aportaciones de género (Grosz, 1994; Flax, 1995; Butler, 1999; Fausto-Sterling, 2000…)

[2] Quiero enfatizar que en la actualidad las críticas más duras y argumentadas contra el victimismo del que adolece la teoría feminista asumida a nivel institucional vienen, fundamentalmente, por parte de otras pensadoras feministas.

[3] A este respecto, algunos títulos especialmente interesantes son: Torres más altas han caído; Partes de mí que me asustan. Reflexiones personales sobre cómo superar la supremacía masculina; o el ya citado Los Micromachismos.

[4] Los diferentes textos y charlas ofrecidos por Prado Esteban durante los últimos años y en diversos medios son el mejor ejemplo de esta nueva vertiente o reacción contra el feminismo.

[5] Hoy podemos no estar de acuerdo con todo lo que De Beauvoir propone, pero considero que su obra es magistral en el sentido de que fue pionera en abrir y plantear muchos temas, permitiendo que se articulara todo un discurso.

revista Ekintza Zuzena nº 39 www.nodo50.org/ekintza

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El paso del ganso

Publicada el 03/02/2013 - 26/05/2021 por Ecotropía

Gracias a Dios no nací pobre. Mi familia me ha enseñado a despreciar a esos rotos que no nos dejan comer en una terraza de los cafés del centro sin tratar, haciendo indignas muecas de tristeza con sus caras simiescas, de que les regalemos la costilla que está en nuestro plato. Mi padre, vestido de impecable gris, camisa blanca y corbata discreta, tiene la decencia de mantener siempre una billetera llena y, por lo mismo, un espíritu satisfecho. Las proporciones de su cuerpo proclaman sin innecesaria ostentación la calidad de su cuna. Su cabeza cabe exactamente ocho veces en la altura de su cuerpo. Sus ojos están en la exacta mitad de su cabeza. Su costado derecho es idéntico al costado izquierdo. Si con una sierra se lo dividiera a lo largo, esos trozos serían idénticos.

Por Alejandro Jodorowsky

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La revolución pasa por vivir mejor con menos

Publicada el 26/12/2012 - 13/02/2021 por Ecotropía

Las restricciones que impone la crisis a las economías domésticas son una oportunidad para recuperar el valor del tiempo y vivir de forma más sencilla, consciente y frugal.

Por Francesc Miralles
Revista Integral

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El sujeto y el poder

Publicada el 23/12/2012 - 26/05/2021 por Ecotropía

Por qué estudiamos el poder: la cuestión del sujeto. Las ideas que desearía discutir aquí no representan ni una teoría, ni una metodología. En primer término me gustaría decir cuál ha sido el propósito de mi trabajo durante los últimos veinte años. Mi propósito no ha sido analizar el fenómeno del poder, ni tampoco elaborar los fundamentos de tal análisis, por el contrario mi objetivo ha sido elaborar una historia de los diferentes modos por los cuales los seres humanos son constituidos en sujetos. Mi trabajo ha lidiado con tres formas de objetivaciones, las cuales transforman a los seres humanos en sujetos. 

Por Michel Foucault

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La escuela obligatoria, un instrumento de segregación social programada (1)

Publicada el 22/12/2012 - 26/05/2021 por Ecotropía

La escuela es una pirámide con una base muy amplia a la que todos entran por obligación. Sin embargo, sólo la ínfima minoría de los que llegan a su punta tienen acceso a los instrumentos que dan poder y prestigio en la sociedad. Son ellos también los que definirán los estilos y los contenidos de la política y se beneficiarán de becas, viajes al extranjero y de los servicios médicos más caros. La subida hacia esta punta es un triage –un proceso de segregación- en el cual, fuera de una estrecha minoría, prácticamente todos serán reprobados.

Por Jean Robert

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El viejo truco de las metáforas

Publicada el 22/12/2012 - 27/05/2021 por Ecotropía

Ahora resulta que el 21D es metafórico

Por Juan del Sur

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Economía política de las zonas liberadas

Publicada el 19/12/2012 - 27/05/2021 por raas

Hay negocios que están en la base del crecimiento económico de la última década, aunque poco tienen que ver con la mística industrializadora del modelo nacional y popular. Segmentos económicos que se manejan en la ilegalidad manifiesta, o resultan ilegítimos para buena parte de la población. La marea sojera y el festival narco son fenómenos muy distintos, pero poseen algunos elementos en común. Son nuestras gallinas de los huevos de oro. Y de las balas de plomo.

En torno a ellos, surgen organizaciones empresarias sin centro explícito y a veces hasta sin rostro público, pero bien vertebradas y eficaces. Millares de pequeños y medianos emprendedores diseminados por el territorio se articulan con grandes exportadores que perforan las fronteras. Engranajes de una dinámica muy lucrativa que, al mismo tiempo, empobrecen a la sociedad, sustrayéndoles sus recursos naturales y aniquilando lazos comunitarios.

El mercado es el tótem que licúa y blanquea capitales de orígenes muy diversos. Que galvaniza fondos espurios y los pone a rodar como parte del orgullo de vivir con lo nuestro. El Estado no consigue regularlos con eficacia. No entiende muy bien su modus operandi y se contenta con morder una pequeña porción de la torta. Los poderes públicos se debaten así entre el asombro y la complicidad.

Luego de dos décadas ininterrumpidas de acelerada acumulación, la notable modernidad de estos ensamblajes comerciales contrasta con el contenido conservador y despótico de sus modales políticos. Tanto el complejo agro-exportador como las redes narcos apuestan a colonizar grandes territorios considerados marginales por el capitalismo del siglo XX para sentar las bases de su expansión. Mientras el primero deglute sin cesar millones de hectáreas rurales, desplazando campesinos y comunidades indígenas, el narcotráfico penetra los asentamientos y las barriadas de las grandes ciudades ubicando allí sus puntos de venta y su explosivo stock. Y cuando encuentran la resistencia de organizaciones y movimientos de base disponen de apoyo logístico y fuerzas de choque provistas por policías cómplices. Cuentan además con un sicariato cada vez más extendido. El asesinato en menos de un año de dos miembros del Movimiento Campesino de Santiago del Estero y tres militantes del Frente Darío Santillán de Rosario es apenas el saldo más dramático de un nuevo tipo de conflicto social que resulta urgente visibilizar.

La disgregación

El kilo de cocaína de alta calidad cuesta en Bolivia 1000 dólares. En cualquier punto del norte argentino, de este lado de la frontera, el precio se multiplica por cinco. La misma cantidad, puesta en Buenos Aires, se vende a 7000 dólares. Pero la meca es Europa, donde el kilo de merca tiene un valor mínimo de 50 mil euros. Si a este esquema de tarifas le sumamos la escasa predisposición estatal para controlar lo que entra, circula y sale del país, en gran parte gracias a la corrupción de las fuerzas históricamente abocadas a tal fin (las mismas Gendarmería y Prefectura que recientemente incursionaron en el sindicalismo), se entenderá por qué Argentina se constituyó en uno de los lugares de paso preferidos para los fabricantes y los cárteles más encumbrados de la región.

Con la recuperación económica de la última década, bromea un especialista, “el tránsito se tornó cada vez más lento”. Pronto creció, como en otros rubros, un respetable mercado interno (el segundo de la región, según el Informe Mundial sobre la Drogas 2010 de la ONU). Durante los últimos años el secuestro de grandes cantidades de pasta base y el allanamiento de numerosas cocinas pusieron en escena el incremento de la producción local de cocaína. Y del subproducto más popular de esas pymes clandestinas: el paco.

Las distintas vertientes de la clase media se vinculan con el negocio de las drogas a partir del consumo y de los discursos mediáticos, que anuncian en tono catastrofista el destino de cartelización inevitable que nos espera (nos mejicanean). No se trata de oponer a ese diagnóstico la visión de un horizonte cristalino, pero tal pereza en el análisis nos impide comprender cómo se está enraizando el fenómeno entre nosotros.

Vale la pena distinguir niveles: no es lo mismo la dimensión narco, articulada verticalmente, con altos grados de sofisticación y orientada al mercado global que el universo transa, más bien caótico, compuesto por una miríada de micro empresarios que se expanden sin trascender el ámbito del menudeo. Entre una superficie y la otra existen vínculos, pero por el momento no parecen conformarse ligazones orgánicas de consideración. Quizás ese anudamiento potencial sea el punto crítico. Y son pocos los que saben hasta dónde ha llegado la cooptación de funcionarios, policías, jueces y fiscales. O peor: el único mapa exhaustivo sobre el funcionamiento del negocio de la droga en nuestro país está en manos de la DEA que lo confecciona como parte de su política a escala mundial.

Puertas adentro, la puja estratégica se libra en las periferias urbanas, donde las fuerzas de seguridad proveen logística y protección para que los vendedores se hagan fuertes en el territorio. Lo cual impide, paradójicamente, el crecimiento del poder de fuego de los transas. La Policía también aporta cierto conocimiento político, en el trenzado de alianzas con sectores institucionales, sugiriendo métodos de acción directa en los barrios y determinando quién asciende y quién desaparece en el organigrama criminal. Esta regulación un tanto sui generis inhibe el desarrollo de una estructura operativa autónoma, como sucede en otros países donde las bandas narcos le arrebataron un conjunto de facultades soberanas al Estado.

La disputa en nuestro país suele enfocarse desde dos ángulos: el de la corrupción y el de la lucha contra la criminalidad (que incluye una nefasta retórica antiterrorista). Lo que no se tiene en cuenta es hasta qué punto las redes narcos se articulan a partir de las necesidades y los deseos de una clase plebeya en ascenso, que tiene muchísimo por conquistar y casi nada para perder.

Tales conflictividades dan cuenta del fracaso relativo de las políticas actuales de inclusión social. Y sólo podrán ser enfrentadas con eficacia a partir de una recomposición de los movimientos sociales, en alianza con aquellos actores institucionales que estén decididos a ir más allá de la mera gobernabilidad de los territorios. Porque son las organizaciones de base las que se topan con el problema en su cotidiano y conocen mejor que nadie dónde y cómo hacen pie estas tramas de negocios. Y son ellas, además, las que buscan inventar nuevos modos productivos y de vida en común, capaces de desarmar el consumismo desbocado y la naturalización de la violencia.

Colectivo editorial Crisis

fuente www.revistacrisis.com.ar/economia-politica-de-las-zonas.html

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(libro) Allegro ma non troppo. Las leyes fundamentales de la estupidez humana

Publicada el 11/12/2012 - 04/10/2020 por Ecotropía

Cipolla exploró el controvertido tema de la estupidez formulando su famosa Teoría de la Estupidez, expresada por primera vez en su ingenioso panfleto de 1988 titulado Allegro ma non troppo.

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Jaulas

Publicada el 04/12/2012 - 19/12/2020 por Ecotropía

Cuando pensamos en encierro y sufrimiento pensamos en cárcel; cuando pensamos en la cárcel, pensamos en castigo. Por desgracia nadie piensa en las personas (y resto de seres vivos con sentimientos y esperanzas) que se encuentran presos.

Por Antón FDR

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Publicado en • Análisis, • Control, • General, • Insalubridad, • Multiviolencias, • Neoesclavitud, • PsicopatologíasEtiquetado como Antón FDR, autoritarismo, civilización capitalista, Civilización Industrial, colapso civilizatorio, Gilles Deleuze, Lewis Mumford, Megamáquina, Megasistema, Mijail BakuninDejar un comentario

La intrusión wifi

Publicada el 04/12/2012 - 04/12/2012 por raas

¿Qué expresión más clara de nuestra modernidad, nuestros adelantos en la cultura y el mundo que la expansión del wifi, es decir de la cómoda conexión inalámbrica, gracias a la cual podemos conectarnos a Internet y al universo virtual desde cualquier sitio?

Como toda comodidad, ha tenido un éxito arrollador.
Y con un poder socializador, forzoso, una invitación a la que el particular “no puede rehuir”, como bien aclaraba el capo di mafia de El Padrino cuando blandía su poder sobre quienes convertía en víctimas.

Si uno observa la implantación del wifi en el mundo entero, percibe dos movimientos muy diferenciados: la conexión inalámbrica empezó a instalarse hace pocas décadas en los países del llamado Primer Mundo, es decir en los países que han vanguardizado el desarrollo cibernético y a fines del siglo XX recibíamos noticias tan “importantes” como que ciudades enteras, como Edimburgo en Escocia u otras en Alemania o EE.UU., habían pasado a ser zonas, ciudades wifi. Es decir donde en toda el área urbana se podía prescindir de los incordiosos cables…

En ese tiempo, el wifi llegaba tímidamente al Tercer Mundo, a sus centros de desarrollo tecnológico más avanzado. Ciudades, ya no sólo del primer mundo, como Albuquerque en EE.UU. o Málaga, en España que ha proyectado ser la primera ciudad wifi española, sino también ciudades wifi en toda la periferia planetaria, como lo ilustra el caso de San Pablo, en Brasil o Shangai en China, que a su vez proyecta convertirse en la primera ciudad china wifi. O el de Obregón, en México, que también anuncia con bombos y platillos su ingreso al mundo wifi. Leemos en los manuales de instrucciones de los router la vigorosa exhortación de “expandir instantáneamente la cobertura mediante el wifi”.

Sin embargo, con el paso de algunos, pocos años, empezaron a llegar noticias, celosamente ausentes en los circuitos mediáticos cotidianos, de que zonas hasta entonces caracterizadas por ser wifi, lo abandonaban y retomaban el trabajoso sistema de conexión por cable. Estos anuncios se han hecho frecuentes en diversos centros de enseñanza, universitarios y escolares. E incluso en ciudades enteras. Advierta el lector que se trata de restablecer un servicio, al que retirarlo había resultado fácil y simplificador, pero reinstalarlo implica una serie de costos de otra índole…

¿Por qué esta pérdida de la comodidad, este retorno al esfuerzo, algo que está cada vez más mal mirado? Si tantos gobiernos nacionales o locales están dando los pasos hacia el wifi que hemos señalado (hemos anotado apenas poquísimos ejemplos del proceso de “wifización” que sigue siendo muy intenso), no deja de ser anormal ese otro, segundo movimiento: retirar el wifi y volver al cable.

Sencillamente, cada vez hay más elementos que permiten evaluar la contaminación electromagnética como no inocua. Y una vez que llegamos a tal conclusión, la cuestión adquiere toda su importancia porque no se trata de un uso esporádico o intermitente, residual en las actividades humanas: el wifi la podemos graficar como una nube asentada sobre nuestras cabezas… las 24 horas de cada día y los 365 días de cada año. Aunque el efecto deletéreo fuera bajísimo, pero muy, muy bajo, la persistencia de su presencia lo hace problemático.

Distintas investigaciones, como las llevadas a cabo por un equipo de investigadores en Suecia que ha sido denominado “equipo Hardell”, por el nombre de su director, han comprobado cambios de comportamiento y de niveles de atención y otra serie de trastornos en niños en contacto más o menos permanente con radiación electromagnética.

Por lo cual en Suecia se han establecido, por ley, pautas y límites para la cercanía física a fuentes de contaminación electromagnética.
El equivalente más apropiado que se me ocurre es la comparación del wifi con el tabaquismo. Imaginemos que la contaminación electromagnética, que es invisible, inaudible, inodora, insípida, impalpalble, es decir que es ajena a nuestros cinco sentidos fundamentales de los que disponemos para atender y enfrentar al mundo material, pero que es empero, bien material, pudiera tomar la expresión física de los cigarrillos: una nube de humo, bastante desagradable, por cierto, al menos para no fumadores (el humo de cigarrillos, es decir con papel quemado y alquitrán, difiere considerablemente del que proviene de una pipa o un habano).

El wifi en una casa, instalaría, siguiendo el símil, una nube en por lo menos la habitación donde esté la computadora, o el celular;
el wifi del celu, instala dicha nube encima de la cabeza del conectado, y, con la densidad tan alta de nuestros medios de transporte colectivo, encima de algunas otras cabezas próximas;
el wifi en una escuela o universidad instalarìa una nube de considerable extensión encima de todos los que transitamos, estudiamos o trabajamos en ese centro de enseñanza;
el wifi en toda la ciudad, significa que una nube de muy considerable tamaño está encima de cientos de miles o millones de afectables… todo el día, todos los días.
Observe el paciente lector con quien hasta ahora hemos seguido juntos, que de poco y nada sirve que, por ejemplo, uno prolijamente tenga conexión a Internet mediante cableado (aunque sea por la sencilla razón de que era la cronológicamente más antigua y cuando llegó “la renovación” se optó por continuar con ella) porque siempre suele haber vecinos hipermodernos que ya están conectados wifi y le han hecho pito catalán al incordiante cablerío.

Por ejemplo, viviendo en zona de casas bajas, he verificado que mi computadora que aunque tiene un dispositivo wifi no uso en casa porque tengo cable, “me avisa” que hay dos vecinos, linderos o casi, que tienen wifi… por supuesto que si quisiera usar esa conexión necesitaría la clave, pero estimo que por ser precisamente inalámbrica, igual me llega aunque no la haya pedido. Es decir “me trago el humo”, aunque no haya decidido fumar…

Y para rematar el símil con el cigarrillo: fumar es una actividad bastante agresiva hacia el no fumador, razón de tensiones y desavenencias familiares entre gente que tiene una vivienda pequeña y que no quiere que los pequeñuelos fumen pasivamente, por ejemplo…

Este tema se fue haciendo tan gravoso; los perjuicios al fumador pasivo, que al día de hoy, al menos en la capital argentina, se ha prohibido el cigarrillo en lugares cerrados, en lugares públicos…

¿Lograremos en algún momento tal grado de conciencia ambiental, ecológica, sanitaria, como para respetar al prójimo que no quiera ser irradiado por los gozosos y alegres disfrutadores de las ondas electromagnéticas?

Luis E. Sabini Fernández

fuente: revista El Abasto 149 www.revistaelabasto.com.ar/149-la-intrusion-wifi.htm

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Del poder de soberanía al poder sobre la vida

Publicada el 27/11/2012 por raas

La guerra fue concebida desde los orígenes de la era moderna hasta todo el siglo XVIII como guerra de razas, y de esta misma procuré reconstruir la historia. El tema de las razas no estaba destinado a desaparecer, sino a ser retomado en algo totalmente diferente de la guerra de razas: el racismo de estado, del cual me interesa exponer las condiciones que permitieron su existencia.

Derecho soberano – Poder de soberanía

En la teoría clásica de la soberanía, el derecho de vida y muerte era un atributo del soberano. Este puede hacer morir o dejar vivir.
         
En las confrontaciones de poder, el sujeto es neutro, no es sujeto de derecho ni vivo ni muerto. La vida y la muerte de los sujetos se vuelven derechos sólo por efecto de la voluntad soberana. Esta es la paradoja teórica, a la que hay que agregar un desequilibrio práctico: el derecho de vida y muerte sólo se ejerce en forma desequilibrada, siempre del lado de la muerte. El derecho de matar contiene en sí al derecho de vida y muerte: el soberano ejerce su derecho sobre la vida  desde que puede matar. Es un derecho de espada.

Hay una fuerte asimetría: no es un derecho de hacer morir o hacer vivir, tampoco de dejar vivir o dejar morir, sino de hacer morir o dejar vivir.

La muerte es el punto en que restalla del modo más manifiesto el absoluto poder del soberano.

Derecho político – Poder sobre la vida

El nuevo derecho político del S. XIX no sustituyó a este derecho soberano, ni lo canceló, sino que lo penetrará, lo atravesará y lo modificará. Será exactamente el contrario del anterior: el poder de hacer vivir o dejar morir.
Podemos percatarnos de esta transformación siguiendo las modificaciones en la teoría del derecho. “Cuando individuos se reúnen para constituir un soberano, para delegar en un soberano un poder absoluto sobre ellos, lo hacen para proteger su propia vida, para poder vivir.”

Es como si el poder que tenía como modalidad la soberanía se hubiera visto incapaz de regir el cuerpo económico y político de una sociedad entrada en una fase de explosión demográfica y de industrialización. A la vieja mecánica del poder escapaban muchas cosas, a nivel individuos y a nivel masa. Se dan así dos adaptaciones para recuperar lo particular: la disciplina y la bio-política (ambas dentro de este derecho político).

S. XIX un fenómeno fundamental es que el poder se hizo cargo de la vida: biopoder. Un poder de regulación. La manifestación más concreta de este poder aparece en el proceso de exclusión progresiva de la muerte. La gran ritualización pública de la muerte se fue cancelando desde fines del S. XVIII. Hoy la muerte ha llegado a ser algo que se esconde, hasta más tabú que el sexo. La razón de que la muerte sea ocultada depende de una transformación de las tecnologías de poder. Desde que el poder es cada vez menos el derecho de hacer morir y cada vez el derecho de intervenir para hacer vivir, la muerte entendida como fin de la vida es el fin del poder, la terminación.
Si la muerte en el derecho de soberanía era el punto en que restallaba del modo más manifiesto el absoluto poder del soberano, ahora la muerte será el momento en que el individuo escapa a este poder.
Una suerte de (tendencia hacia la) estatalización de lo biológico.
El problema de la vida empieza a problematizarse en el campo del análisis del poder político.

A partir del S. XVIII tenemos dos tecnologías de poder que se superponen.

Por un lado, una técnica disciplinaria centrada en el cuerpo que produce efectos individualizantes y manipula al cuerpo como foco de fuerzas que deben hacerse útiles y dóciles. Una tecnología de adiestramiento, disciplinaria, tecnología del cuerpo individualizado como organismo dotado de capacidades.
Por el otro, una tecnología centrada sobre la vida, que recoge efectos masivos propios de una población específica y trata de controlar la serie de acontecimientos aleatorios que se producen en una masa viviente. Es una tecnología que busca controlar y modificar las probabilidades y de compensar sus efectos. Por medio del equilibrio global, apunta a algo así como una homeostasis, la seguridad del conjunto en relación con sus peligros internos. Una tecnología de seguridad, aseguradora y reguladora, una tecnología de los cuerpos ubicados en procesos biológicos de conjunto.

(ver cuadro en archivo PDF)

Estos dos conjuntos de mecanismos no se ubican en el mismo nivel, permitiendo que no se excluyan y que se articulen. Por ejemplo la ciudad obrera del S. XIX. Se encuentran aquí mecanismos disciplinarios: subdivisión de la población, sumisión de los individuos a la visibilidad, normalización de los comportamientos. Hay también mecanismos reguladores que conciernen a la población y que inducen comportamientos determinados, por ejemplo el ahorro, las reglas de higiene destinadas a garantizar la longevidad de la población, etc.

Otro ejemplo: la sexualidad, por un lado, como comportamiento corpóreo que depende de un control disciplinario individualizante (por ejemplo control de la masturbación sobre los niños), y por el otro mediante sus efectos de procreación la sexualidad se inscribe en amplios procesos biológicos que conciernen a la población.

La medicina es un poder-saber que actúa sobre el cuerpo y sobre la población, sobre el organismo y sobre los procesos biológicos, que tendrá efectos disciplinarios y efectos de regulación.
Se puede decir que el elemento que circulará de lo disciplinario a lo regulador, y permitirá controlar el orden disciplinario del cuerpo y los hechos aleatorios de una multiplicidad, será LA norma. La norma puede aplicarse tanto al cuerpo que se quiere disciplinar, como a la población que se quiere regularizar.

La sociedad de normalización es una sociedad donde se entrecruzan la disciplina y la norma de la regulación, No una especie de sociedad disciplinaria generalizada, cuyas instituciones disciplinarias se habrían difundido hasta recubrir todo el espacio disponible. El poder que en el S XIX tomó a su cargo la vida, llegó a ocupar toda la superficie que se extiende de lo orgánico a lo biológico, del cuerpo a la población, a través del doble juego de las tecnologías de la disciplina y de las tecnologías de regulación. Un biopoder del cual podemos reconocer las paradojas en el límite extremo de su ejercicio. Éstas se revelan con el poder atómico. En el poder de fabricar y utilizar la bomba atómica está implícito el poder soberano que mata.

Si es verdad que el fin es el de potenciar la vida (prolongar su duración, multiplicar su probabilidad, evitar los accidentes, etc.), ¿cómo es posible que un poder político mate? ¿cómo es posible ejercer la función de la muerte? Aquí interviene EL RACISMO. Éste existía ya desde mucho tiempo atrás, pero la emergencia del biopoder permitió la inscripción del racismo en los mecanismos del estado. El racismo como mecanismo fundamental del poder en los estados modernos.

¿Qué es el racismo?

1) Modo en que, en el ámbito de la vida que el poder tomó bajo su gestión, se introduce una separación entre lo que debe vivir y lo que debe morir. Un modo de fragmentar el campo de lo biológico, una manera de producir desequilibrio. Un modo de establecer una cesura en un ámbito biológico, lo que permitirá que al poder tratar a una población como a una mezcla de razas o subdividir la especie en subgrupos que forman razas. Entonces las primeras funciones del racismo son: fragmentar (desequilibrar), introducir cesuras en ese continuum biológico que el biopoder inviste.

2) La segunda función es la de permitir una relación positiva del tipo “Si quieres vivir debes hacer morir, debes matar”. El que inventó esta relación es la misma relación guerrera que dice “Para vivir debes masacrar a tus enemigos”. Pero el racismo hará funcionar esta relación de tipo bélico: “Si quieres vivir el otro debe morir” de un modo nuevo y compatible con el ejercicio del biopoder. El racismo permitirá establecer una relación entre mi vida y la muerte del otro que no es de tipo guerrero, sino biológico: “Cuantas más especies inferiores tiendan a desaparecer, menos degenerados habrá en la especie, y más yo viviré y seré fuerte y podré proliferar”. La muerte de la mala raza, de la raza inferior es lo que hará la vida más sana y más pura.

No se trata entonces de una relación militar o guerrera, ni de una relación política, sino de una relación biológica. Este mecanismo funcionará porque los enemigos que se quieren suprimir son los peligros para la población. Eliminación del peligro biológico y reforzamiento ligado a esta eliminación de la especie o de la raza.

La raza, el racismo, son la condición de aceptación del homicidio en una sociedad de normalización. Donde haya una sociedad de normalización, desde el momento en que el estado funciona sobre la base del biopoder, la función homicida del estado mismo sólo puede ser asegurada por el racismo. Si el poder de normalización quiere ejercer el viejo derecho soberano de matar, debe pasar por el racismo. Con homicidio me refiero a muerte directa e indirecta también.
 
Cada vez que hubo enfrentamiento, homicidio, lucha, riesgo de muerte, se tuvo que pensar en el marco del evolucionismo. El racismo se desarrolló en primer lugar con el genocidio colonizador. Pero cuando hay que matar personas, poblaciones, en la modalidad del biopoder se lo podrá hacer, en el marco del evolucionismo, utilizando el racismo.

En la guerra se tratará de destruir al adversario político y a la raza adversa. A fines del S. XIX, la guerra aparecerá sobre todo no sólo como modo de reforzar la propia raza eliminando la adversa, sino también como modo de regenerar la propia raza. Cuantos más mueran de los nuestros, más pura será nuestra raza. En el biopoder había que poder matar a un criminal, a un loco, a un anormal, y esto se logra con el racismo.

El racismo asegura entonces la función de muerte en la economía del biopoder, sobre el principio de que la muerte del otro equivale al reforzamiento biológico de sí mismo como miembro de una raza o población. Estamos muy lejos del racismo como simple desprecio u odio de las razas. Pero también lejos del racismo como operación ideológica con la que el estado o una clase tratarían de volver contra un adversario mítico las hostilidades. El racismo asociado a la técnica del poder, racismo que se aleja cada vez más de la guerra de razas.

Un estado obligado a la eliminación de las razas, o a la purificación de la raza, debe utilizar el racismo para ejercer su poder soberano. Así, los estados más homicidas son los más racistas. Ejemplo del nazismo. Ningún estado fue más disciplinario que el régimen nazi; en ningún estado las regulaciones biológicas fueron administradas de manera más insistente. Poder disciplinario, biopoder: todo esto atravesó y sostuvo a la sociedad nazi. Sin embargo, al mismo tiempo de la formación de esta sociedad regulativa y disciplinaria, se asiste al desencadenamietno más completo del poder homicida, del viejo poder soberano de matar.

Este poder de vida y muerte atraviesa toda la sociedad nazi, porque no es concedido sólo al estado, sino también a determinados individuos. El régimen nazi tendrá como objetivos la destrucción de otras razas y la exposición de la propia al peligro absoluto y universal de la muerte. La población entera está expuesta a la muerte, lo que posibilita la superioridad y la regeneración de la raza.
Lo extraordinario es que la sociedad nazi generalizó de modo absoluto el biopoder y también el derecho soberano de matar. Los dos mecanismos, el clásico que daba al estado derecho de vida y muerte sobre los ciudadanos, y el nuevo mecanismo de biopoder, organizado en torno a la disciplina y a la regulación. El estado nazi hizo absolutamente coextensivos el campo de una vida que protege, garantiza, cultiva, y el derecho soberano de matar. El juego entre el derecho soberano de matar y los mecanismos del biopoder, un juego inscripto efectivamente en el funcionamiento de todos los estados modernos.

El estado socialista está tan marcado de racismo como el capitalista. Se encuentra siempre en el socialismo un componente de raza. El socialismo retomó la idea según la cual la sociedad, el estado, o lo que debe sustituir al mismo, tiene la función de gestionar la vida, de organizarla, de multiplicarla, de compensar los imprevistos y delimitar las probabilidades biológicas. Un estado socialista que debe ejercer el derecho de matar o el derecho de desacreditar. Así reencontramos al racismo, y no sólo el étnico, sino también el evolucionista, el biológico, funcionando a propósito de los enfermos mentales, criminales, adversarios políticos.

Todas las veces que tuvo que insistir en el problema de la lucha contra el enemigo, lo biológico volvió a emerger, el racismo reapareció. El racismo como único modo de concebir alguna razón para poder matar al adversario. Cuando se trata de eliminar al adversario económicamente, no se necesita del racismo, pero cuando hay que batirse físicamente con enemigo, éste hace falta. Las formas de socialismo más racistas fueron el blanquismo, la Comuna y la anarquía. Los socialistas eran racistas en la medida en que no habían discutido esos mecanismos de biopoder que el desarrollo de la sociedad y del estado, desde el S XVIII, habían instaurado, admitiéndolos como naturales. Los mecanismos del biopoder y los de soberanía funcionan del mismo modo en los estados socialistas y en los no socialistas.

Michel Foucault
17 de marzo de 1976

Fuente: www.psico-web.com/sociologia/foucault_genealogia01.htm

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La plenitud individualista. El sujeto en el nuevo capitalismo

Publicada el 27/11/2012 - 07/08/2024 por raas

En base a cuatro ensayos la autora analiza la sociedad capitalista actual, en la que el goce individual y la experiencia inmediata han reemplazado a la representación y a la construcción de un sentido colectivo. El individuo se convierte en un “capital humano” responsable de su insatisfacción social.

Por Evelyne Pieiller*
14-3-2007

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Sin amor libre no habrá revolución

Publicada el 19/11/2012 - 01/01/2019 por raas

“¿Quieres a mi padre?” “El amor no es para los pobres, hijo mío.” Un corazón en peligro, 1944. La cita inicial con la que encabezamos estas reflexiones pertenece a un diálogo entre parias, madre e hijo, de una de las muchas películas de Hollywood que tratan (y maltratan) el tema del amor.

Por Antón FDR
Grupo Re-Evolución

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Cómo funciona el control mental con las noticias

Publicada el 12/11/2012 - 28/11/2012 por raas

En su objetivo esencial, la noticia «express», la «comida rápida» de la información, no está orientada a alimentar el conocimiento sino a promover la alienación y la ignorancia masiva. Es el recurso más efectivo que utiliza la estructura mediática para reconvertir al cerebro humano en un microchip repetidor de eslóganes al servicio de la dominación sin el uso de las armas.

En el sistema (nivelado como «mundo único»), sólo un minoría elabora (y consume) análisis o interpretaciones sobre los acontecimientos que se suceden en el planeta. A nivel masivo, las «noticias» o la «información» publicada se sintetizan en títulos, volantas, y párrafos cortos que se resumen en sí mismos. Nacen y mueren a la misma velocidad de la lectura.

No hay contexto, no hay historia, no hay relación ni causalidad entre acontecimiento y acontecimiento, y, las noticias, como las imágenes, sólo se fijan (y quedan) en la retina mientras las miramos, las leemos o las escuchamos. Para las agencias, diarios y grandes cadenas mediáticas (locales o internacionales), este formato de «consumo» es lo ideal.

La gente, dicen sus ejecutivos, siempre anda apurada. Y les hacemos el mundo fácil y simple de digerir. Así se niveló mundialmente la comunicación «express», la información de «consumo rápido», solo títulos, párrafos cortos, hechos memorizados fáciles de digerir y recordar. Y el «gran público» (el demandante masivo de información «express») se acostumbró a asimilar información «suelta» (sin porqué ni para qué) y sin analizar ni reflexionar sobre su autenticidad y origen.

Fácil y cortito, es la fórmula impuesta. Una especie de «mundo de eslóganes», que el «gran público» repite como un loro electrónico en su vida privada, en su trabajo, y en todos los chats y redes sociales donde le dejan inscribirse. Y la información «express», nivelada y manipulada a escala global, creó un mundo a su imagen y semejanza: El mundo de los «opinadores» compulsivos programados por los eslóganes sueltos de las noticias «express».

Y como emergente lógico, la función de la reflexión y el análisis (natural del humano), fue reemplazada por el «comentario» sin sostén, y por la especulación con los rumores y las teorías conspirativas sin fundamento racional.

Hay una primera explicación técnica: La función del periodismo del sistema no es promover el conocimiento (la comprensión razonada) de la noticia, sino promover el «debate» sin reglas, la discusión irracional y esquizofrénica (sin análisis ni información procesada) de los títulos difundidos como «imágenes sueltas» para producir atracción comercial.

Programar lectores, televidentes, o internautas con eslóganes que confrontan con otros eslóganes, es la función y misión esencial que surge de la estructura operativa del periodismo masivo que vende «noticias» como si fueran hamburguesas en la góndola. Y se produce el milagro buscado: El público masivo, el alienado programado (AP), consume información «express» de la misma manera que consume música, espectáculos, productos, hasta presidentes y normas de vida vendidos como si fueran desodorante de ambiente.

Esa sensación de «libertad sin fronteras» que les deja a los «opinadores» compulsivos la información de consumo rápido (como la comida chatarra de Mc Donalds) les permite, con total impunidad, «criticar» o  «juzgar» casi cualquier acontecimiento sin tener información ni elementos fundantes de análisis sobre lo que se discute. En este contexto, es muy común, por ejemplo, que un AP (alienado programado)  «opine» sobre el conflicto de Irán sin saber siquiera identificarlo en el mapa.

En su objetivo esencial, la noticia «express», la «comida rápida» de la información, no está orientada a alimentar el conocimiento sino a engordar la ignorancia masiva. Es el recurso más efectivo que utiliza la estructura mediática para reconvertir al cerebro humano en un microchip repetidor de eslóganes, mientras el sistema, gobiernos, bancos y empresas capitalistas (que financian a la estructura mediática) siguen depredando y haciendo negocios en el mundo real.

Desde el punto de vista de su utilización mediática, la noticia «express» se fundamenta y abreva en las técnicas del control mental.

Operativamente, el control mental es una técnica orientada a captar y/o manipular la conducta de las personas, controlando sus emociones y su capacidad de «reflexión», con la finalidad de direccionar comportamientos (sociales o individuales) hacia los fines buscados por el «controlador» (Gobiernos, grupos de poder, etc). Este modelo de manipulación de conducta social (el control mental) se resume en el «pensamiento de manada», donde el individuo resigna su  capacidad de «pensamiento propio» a cambio de protección por parte del líder (programador) del grupo.

Y el control mental, para que sea exitoso, necesita del «pensamiento sectario», cuya estructura está compuesta por un «receptor pasivo» (el manipulado con el control mental) y un «emisor activo (el líder programador). En este caso, el consumidor alienado de noticias «express» es el receptor pasivo, mientras que la estructura mediática de programación es el emisor activo. De manera tal que, dentro de este esquema funcional, no hay una identificación crítica  con la noticia (un feed back entre emisor y receptor), sino una memorización pasiva orientada a impedir la comprensión totalizada de los acontecimientos sobre los que aparentemente se «informa».

El resultante (que se puede verificar fácilmente): El lector, televidente o radioescucha se convierte en un difusor pasivo  de títulos (vaciados de contenidos críticos y reflexivos) que se retroalimentan como órdenes en el cerebro masivo. Esto crea la atomización esquizofrénica, y permite, por ejemplo, que el receptor, pase, sin ninguna conexión reflexiva ni emocional, de una noticia sobre la muerte de 200.000 personas en Haití, a otra sobre la última producción discográfica de un cantante de moda.

Y este fenómeno explica, a su vez, la indiferencia de las mayorías frente a exterminios militares en masa de seres humanos indefensos (como los de Israel en Gaza) que, sin mediar la alienación atomizante mediática, producirían reacciones masivas  contra sus perpetradores. Este efecto se produce por una operación reduccionista y atomizante con las noticias «express». Por ejemplo: Si yo titulo «Israel está en guerra con Hamás», sin aclarar que Israel es la potencia agresora y Hamás el agredido, lavo las operaciones de exterminio del Estado judío de toda connotación genocida.

Trasladada a cualquier otro plano, la función de las noticias «sueltas» (descontextualizadas y sin conexión entre sí) está orientada a impedir que las mayorías (a través del pensamiento reflexivo) tomen conciencia de quién es el dominador y quien el dominado.

Esta es la razón que justifica el bombardeo diario con «titulares» que presentan los acontecimientos descuartizados y despojados de todo sentido de totalidad interpretativa. Destruido su pensamiento crítico (por medio de la información descontextualizada y sin historia)  el alienado programado se masifica y se nivela en trasmisor pasivo de un único mensaje: El que difunde (a modo de un «Gran Hermano») la estructura mediática que comercia con las «noticias».

La estructura del «pensamiento de manada» se traduce en un axioma funcional: El sistema no quiere que pienses por ti mismo, sino que obedezcas órdenes. Estas órdenes (en la era del control mental) no son militares sino «persuasivas». No actúan por imposición física (la tortura y el miedo a la muerte), sino por imposición psicológica (la «persuasión» social).

La etapa de la «colonización de las sociedades» con el consumo de productos, comenzada en la década del 60, posibilitó la era de la «colonización mental» con el consumo de información perfeccionada con el advenimiento masivo de Internet y de las comunicaciones globalizadas en la década del 90.

Cuando el sistema capitalista trasnacional, por medio del consumo, niveló un «modelo único de pensamiento», sentó las bases psicosociales para el control político-ideológico por medio de la información periodística manipulada por operaciones psicológicas. De manera tal, que las  técnicas y estrategias del control mental se revalorizaron dentro de métodos científicos de direccionamiento de conducta de masas, y se convirtieron en una eficiente estrategia de dominio sin el uso de las armas.

Mediante la manipulación y direccionamiento de conducta por medios psicológicos el individuo-masa se convierte en «soldado cooperante» de los planes de dominio y control social establecidos por el capitalismo trasnacional y la potencia imperialista regente de turno. Es a la vez, víctima y victimario, de las operaciones psicológicas, ya que se convierte en una célula consumista-trasmisora tanto de planes de consumismo capitalista como de planes de control y represión social manipulados sin el uso de las armas.

Las noticias «express», la información de «consumo rápido», son la columna vertebral de esta estrategia.

Manuel Freytas *
manuelfreytas@iarnoticias.com
31-Octubre-2012

* Manuel Freytas es periodista, investigador, analista de estructuras del poder, especialista en inteligencia y comunicación estratégica. Es uno de los autores más difundidos y referenciados en la Web.

fuente www.iarnoticias.com/2012/secciones/contrainformacion/0013_control_noticias_31oct2012.html

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Poema a la clase media

Publicada el 31/10/2012 - 28/11/2012 por raas

Clase media
medio rica
medio culta
entre lo que cree ser y lo que es
media una distancia medio grande.

Desde el medio mira medio mal
a los negritos
a los ricos a los sabios
a los locos
a los pobres.

Si escucha a un Hitler
medio le gusta
y si habla un Che
medio también.

En el medio de la nada
medio duda
como todo le atrae (a medias)
analiza hasta la mitad
todos los hechos
y (medio confundida) sale a la calle con media cacerola
entonces medio llega a importar
a los que mandan (medio en las sombras)
a veces, solo a veces, se da cuenta (medio tarde)
que la usaron de peón
en un ajedrez que no comprende
y que nunca la convierte en Reina.

Así, medio rabiosa
se lamenta (a medias)
de ser el medio del que comen otros
a quienes no alcanza a entender
ni medio.

Daniel Cézare

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El anarquismo y la política del resentimiento

Publicada el 30/10/2012 - 28/06/2022 por Ecotropía

Este ensayo expone una crítica al anarquismo clásico, utilizando el concepto nietzscheano de “resentimiento” y las ideas de Michel Foucault sobre el poder. Aunque las críticas de Newman al anarquismo clásico, en su intención de definir su concepto de “post- anarquismo”, tienden a favorecer la identidad individual sobre la acción revolucionaria colectiva, tiene entre sus aspectos más importantes, la necesidad de establecer que el anarquismo es más que una simple reacción contra el Estado, y el hecho de que “nacemos en un mundo diseñado por el poder, no en un mundo <natural> escindido del poder”.

Por Saul Newman*

Seguir leyendo «El anarquismo y la política del resentimiento» →

Publicado en • Análisis, • Control, • General, • Multiviolencias, • Neoesclavitud, • Psicopatologías, • RevueltasEtiquetado como anarquismo clásico, Anti-autoritarismo, dislocación del poder, Ernesto Laclau, estrategias político-éticas, Friedrich Nietzsche, Genealogía de la moral, Jacques Derrida, Jacques Donzelot, Karl Marx, la acción política, la voluntad de poder, Max Stirner, Michel Foucault, Mijail Bakunin, Piotr Kropotkin, poder dionisíaco, post-anarquismo, post-estructuralismo, Saul Newman, Thomas HobbesDejar un comentario

Himno nacional

Publicada el 14/10/2012 - 28/11/2012 por raas

El dinero es el himno del triunfo
Así que, antes de que salgamos, dime:
¿Cuál es tu dirección?

Yo soy tu himno nacional
Dios, Eres tan apuesto.
Llévame hasta los Hamptons.

Bugatti Veyron
Él ama soñar con ellos.
Peligroso abandono.
Tómame en un rescate
Hasta el escalón más alto.

Él me pide que me “comporte cool”
Pero yo aún no sé cómo.
Recogí mi cabello
Y con la mano detrás de mi cuello, dije:
“¿Podemos festejar después?”
Él respondió: “Sí, sí” (Sí, sí).

Dime que yo soy tu Himno Nacional
(Ooh, sí, nene, doblégame)
(Ponme tan Wow, wow)
Dime que soy tu Himno Nacional.
(Azúcar, azúcar, tanta como ahora)
(Llega hasta el centro)
Rojo, blanco y azul en los cielos.
El verano está en el aire y, nene,
El paraíso está en tus ojos.
Yo soy tu Himno Nacional.

El dinero es la razón
Por la que existimos.
Todo el mundo lo sabe.
Es un hecho. Bésame, bésame.

Canto el Himno Nacional
Mientras me quedo sobre tu cuerpo,
Abrazándote como una pitón.
Y tú no puedes apartar tus manos de mí
Ni ponerte tus pantalones.
¿Ves lo que me has hecho?
Obsequiame un Chevron.

Me pediste que me comportara cool,
Pero yo soy ya lo más cool.
Te pedí que fueras honesto,
Acaso, ¿No sabes con quién estás negociando?
Um, ¿Crees que vas a comprarme con un montón de diamantes?

Dime que soy tu Himno Nacional
(Ooh, sí, nene, doblégame)
(Ponme tan Wow, wow)
Dime que soy tu Himno Nacional.
(Azúcar, azúcar, tanta como en este momento)
(Lllega hasta el centro)
Rojo, blanco y azul en los cielos.
El verano está en el aire y, nene,
El paraíso está en tus ojos.
Yo soy tu Himno Nacional.

Yo soy tu Himno Nacional.

Es la historia de amor para una nueva era,
Para una sexta página.
¿Deseas carne viva, algún enfermizo alboroto?
Ganando y consumiendo, bebiendo y manejando,
Comprando excesivamente.
Muriendo por sobredosis
En nuestras drogas y en nuestro amor
Y en nuestros sueños y en nuestra ira.

Borrando las líneas
Entre lo real y lo falso.
Triste y solitaria,
Necesito a alguien que me proteja.
Lo haremos muy bien,
Puedo decirlo, puedo decir que
Mantengo mi propia seguridad en su Bell Tower Hotel.

El dinero es el himno del triunfo,
Así que ponte una mascara
Y tu vestido de fiesta.

Yo soy tu Himno Nacional,
Chico, levanta tus manos,
Dame una ovación de pie.

Chico, has aterrizado, nene
En la tierra de la dulzura y del peligro.
La reina de Saigón.

Dime que yo soy tu Himno Nacional
(Ooh, sí, nene, doblégame)
(Ponme tan Wow, wow)
Dime que soy tu Himno Nacional.
(Azúcar, azúcar, tanta como ahora)
(Vete a la ciudad)
Rojo, blanco y azul en los cielos.
El verano está en el aire y, nene,
El paraíso está en tus ojos.
Yo soy tu Himno Nacional.

El dinero es el himno,
Dios, eres tan apuesto.
El dinero es el himno
Del triunfo.

El dinero es el himno,
Dios, eres tan apuesto.
El dinero es el himno
Del triunfo.

El dinero es el himno.
Dios, eres tan apuesto.
El dinero es el himno
Del triunfo.

El dinero es el himno.
Dios, eres tan apuesto.
El dinero es el himno
Del triunfo.

Lana del Rey

Tema musical National Anthem, del disco Born to Die (2012)
Video

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