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Ecotropía

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Consumo, deseo, placer

Publicada el 16/08/2011 - 24/09/2011 por raas

En las sociedades modernas podemos encontrar tres figuras ético-culturales arquetípicas: la del asceta, la del hedonista y la del estoico. Reflexionar sobre ellas nos puede permitir analizar el problema del consumo.

Para el asceta el «sentido de la vida» o la dirección de su proyecto existencial es realizar objetivos trascendentales, a través de una negación de sí mismo, la cual envuelve la negación de los otros, en la medida que la finalidad superior lo exija. El asceta busca la salvación, la cual puede tomar una forma intramundana, concretada en la lucha política por la emancipación, o puede tomar la forma de una salvación extra-mundana, en la otra vida. El asceta puede encarnarse en un militante revolucionario, como el Che, en un filántropo extremo, como el Doctor Schweitzer, o en un apóstol religioso como Sor Teresa.

La modalidad del asceta nos ha fascinado durante mucho tiempo. El héroe, que es la figura superior, forma parte de cierto imaginario religioso y político también, muy seductor, porque realiza el absoluto. Albert Camus en La Peste hizo un retrato inolvidable de uno de esos héroes radicales, que incluso carecen del auxilio de la esperanza en la vida eterna, que actúan por motivos puramente humanos, entregándose sin tener la promesa del cielo.

Se trata de personas dispuestas a dar su vida, pero que exigen el máximo rigor moral, la máxima coherencia entre discurso y acción. Se la imponen a sí mismos y la exigen de los otros. Algunos llegan a tener la fibra de los inquisidores o de los fanáticos, que consideran mundanos todos los placeres, porque están entregados en cuerpo y alma a una Causa devoradora. Para el asceta, los placeres y goces están subordinados a las finalidades trascendentes que dan sentido a la existencia.

En el extremo contrario se ubica el hedonista. Este sólo responde al llamado de los placeres. Para esta figura arquetípica el deseo no constituye en sí mismo un goce, puesto que sólo encuentra sentido en la consumación, por tanto se tranquiliza exclusivamente en la realización vertiginosa, en la voracidad. Todo límite le parece una negación, cualquier control, interno o externo, una represión. El deseo lo inquieta. Necesita acabarlo, como si fuera una sensación de hambre que roe las entrañas. Debe consumar lo más rápidamente posible el deseo, llegar al goce y reempezar, porque el placer es sólo la sombra del deseo.

En efecto, siempre será inconmensurable la distancia entre deseo y placer. Este último es la realización contingente de algo que se experimenta como absoluto. El hedonista abomina del deseo, puesto que está totalmente volcado al goce, a la búsqueda de la suspensión del deseo, a la saciedad.
Es pues un ser sin interior, totalmente poseído por los objetos (bienes o personas) en quienes encuentra la satisfacción.

Entre medio de esas dos figuras opuestas se ubica la que nos interesa reivindicar. Es la figura del estoico. Para éste el deseo está en el centro del existir. El arte de vivir consiste en la economía y administración de ese deseo en función de la realización del yo a través del vínculo social, o sea en el nosotros.

El asceta practica la anulación del yo en función del nosotros y el hedonista practica el narcisismo, esto es la anulación del nosotros. El estoico representa la figura mora! donde el deseo se hace compatible con la solidaridad, donde deja de ser voraz y consumatorio, de modo de hacer factible el vínculo social. La figura moral del estoico representa en nuestra cultura a aquellos que intentan preservar su estructura íntima del asedio vertiginoso de esta sociedad consumatoria, en la que el mercado trata de devoramos y el alud de información impedirnos pensar.

Como estas sociedades capitalistas necesitan de consumidores ávidos, ellas buscan instalar el consumo como una necesidad interior. Cuando el consumo es el eje o el motivo central de un proyecto existencial, puede decirse que éste se instala como «sentido de vida». Eso constituye una hipertrofia del consumo, significa su transformación en un motivo esencial, cuya privación haría desmoronarse el proyecto vital.

Tomás Moulian

Capítulo del libro El consumo me consume, Tomás Moulian, Ed. Libros del Ciudadano, Chile, 1998.

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Por qué Linux es más seguro que Windows

Publicada el 14/08/2011 - 14/08/2011 por raas

(En Junio de 2010) Google anunció que sus empleados dejarían de utilizar Windows, alegando que Windows tenía algunos huecos de seguridad importantes. Como ya vimos, si bien esto es cierto, puede tratarse de una estrategia comercial.

Sin embargo, esta decisión me dejó pensando: ¿qué hace más seguro a Linux? Cualquier usuario de Linux se da cuenta que es mucho más seguro… se siente más seguro que Windows. Pero, ¿cómo explicar esa «sensación»?

Este post es el fruto de varias horas de reflexión y búsqueda en internet. Si todavía usás Windows y querés saber por qué Linux es más seguro o si sos un usuario de Linux que disfruta de sus mieles y querés saber qué hace de Linux un mejor sistema en materia de seguridad, te recomiendo que leas este post detenidamente. Es largo pero vale la pena.

Introducción: ¿qué es la seguridad?

Mucha gente cree que es correcto decir que un producto es seguro, así por ejemplo, Windows es más seguro que Linux, Firefox más seguro que IE, etc. Esto es parcialmente cierto. En realidad, la seguridad no es un producto, algo que viene ya armadito y para llevar. Se trata, más bien, de un proceso en la que el usuario juega un rol central. En otras palabras, la seguridad es un estado que debe ser mantenido activamente a través de una interacción adecuada y responsable entre el usuario y el software y/o sistema operativo instalado.

Ningún software o sistema operativo es capaz de aportar ningún tipo de seguridad si el administrador pone claves tontas como «123», o si no toma los recaudos del caso. Dicho esto, sí es cierto que hay programas y SO más seguros que otros en tanto tienen menos «agujeros» o vulnerabilidades, se actualizan más rápido y, en términos generales, le hacen la vida más difícil a los atacantes.

Es en este sentido que podemos decir, por ejemplo, que Linux es más seguro que Windows. Ahora bien, ¿qué es lo que hace que Linux sea más difícil de vulnerar? Bueno, una respuesta que he leído y escuchado hasta el artazgo tiene que ver con el «security through obscurity» o «seguridad por oscuridad». Básicamente, lo que argumentan muchos supuestos «expertos en seguridad» cuando se les pregunta por qué Linux es más seguro es que como la mayor parte del mercado de SO está en manos de Microsoft Windows, y los hackers malos quieren hacer el mayor daño posible, entonces apuntan a Windows. La mayor parte de los hackers quieren robar la mayor cantidad de información posible o realizar alguna acción que los destaque por sobre los demás y les dé «prestigio» dentro de su círculo. En la medida en que Windows es el SO más usado, realizan todos los esfuerzos para crear hacks y virus que afecten ese SO, dejando de lado los demás.

Me parece muy importante destacar que hoy prácticamente nadie cuestiona que efectivamente Linux sea más seguro que Windows. En lo que se equivocan los supuestos «expertos» es en la fundamentación, he aquí la razón por la que me senté a escribir este artículo.

Los «expertos», como decía, sólo se basan en un mero dato estadístico para explicar por qué Linux es más seguro: existen menos virus y malwares para Linux en comparación con la enorme cantidad que hay para Windows. Ergo, Linux es más seguro… por ahora. Claro, al basar toda su argumentación en este mero dato, en la medida en que más usuarios se pasen a Linux, los hackers malos van a concentrarse cada vez más en crear utilidades y herramientas malignas para explotar todas y cada una de las vulnerabilidades de Linux. Se trata simplemente de un sistema de incentivos, que haría más atractivo para los hackers desarrollar virus y malware para Linux en la medida en que se vaya haciendo cada vez más popular. La supuesta seguridad de Linux, si acordamos con el análisis de los «expertos», sería una gran mentira. Linux no sería seguro sino utilizado por poca gente. Nada más… Yo creo, en cambio, que la mayor seguridad que aporta Linux se basa en algunos aspectos fundamentales de su diseño y estructura.

Otro dato estadístico alcanza para empezar a darnos cuenta de que los «expertos» no saben nada. El servidor web Apache (un servidor web es un programa que se encuentra alojado en una computadora remota que aloja y envía las páginas a tu explorador web cuando vos, visitante, pedís acceso a esas páginas), que es software libre y corre generalmente bajo Linux, tiene la cuota de mercado más grande (mucho mayor que la del servidor IIS de Microsoft) y a pesar de ello sufre muchos menos ataques y tiene menos vulnerabilidades que la contraparte de Microsoft. En otras palabras, en el mundo de los servidores donde la historia es al revés (Linux + Apache poseen la mayor cuota del mercado), Linux ha demostrado ser más seguro que Windows. Las empresas de software más grandes del mundo, los proyectos científicos más ambiciosos, incluso los gobiernos más importantes, todos eligen Linux para almacenar y proteger la información de sus servidores y cada vez más son aquellos que lo están empezando a elegir como sistema de escritorio. ¿Vos que vas a elegir?

Las 10 características que hacen a Linux muy seguro

En contraste con el endeble papelucho de cartón en el que, con suerte, te puede llegar el CD de Linux (estoy pensando en un Ubuntu, por ejemplo), el CD de Windows típicamente viene en una cajita de plástico que está cerrada herméticamente y que tiene una etiqueta bien visible que te pide con ansias que prestes conformidad con los términos de la licencia que acompaña al CD y que probablemente encuentres en la prolija caja de cartón en la que todo venía empaquetado. Este sello de seguridad está diseñado para prevenir que los gusanos vulneren la cajita de plástico de tu CD e infecten tu copia de Windows antes de que sea efectivamente instalada, lo cual constituye un recaudo importante y un activo de seguridad invaluable.

Claramente Windows le saca ventaja a Linux en lo que respecta a la seguridad física de sus copias (jaja), pero ¿qué sucede una vez que ya lo instalamos? ¿Cuáles son las 10 características que hacen a Linux más seguro que Windows?

1. Es un sistema multiusuario avanzado.

En la medida en que Linux se basa en Unix, originalmente pensado para su utilización en redes, se explican algunas de sus importantes ventajas en relación a la seguridad respecto de Windows. El usuario con más privilegios en Linux es el administrador; puede hacer cualquier cosa en el SO. Todos los otros usuarios no obtienen tantos permisos como el root o administrador. Por esta razón, en caso de ser infectado por un virus mientras un usuario común está sesionado, sólo se infectarán aquellas porciones del SO a las que ese usuario tenga acceso. En consecuencia, el daño máximo que ese virus podría causar es alterar o robar archivos y configuraciones del usuario sin afectar seriamente el funcionamiento del SO como un todo. El administrador, además, estaría habilitado para eliminar el virus fácilmente.

Una vez que concluye la instalación de cualquier distro Linux, se nos solicita que creemos un root y un usuario común. Esta falta total de seguridad que involucra la creación de más de un usuario por computadora es la causante de su poca popularidad. ¡Ja! No, hablando en serio, esta es una de las razones por las que Linux es más seguro.

En comparación, por ejemplo en Windows XP, las aplicaciones de usuario, como Internet Explorer, tienen acceso a todo el sistema operativo. Es decir, supongamos que IE se vuelve loco y quiere borrar archivos críticos del sistema… bueno, podría hacerlo sin problemas y sin que el usuario se entere de nada. En Linux, en cambio, el usuario tendría que configurar explícitamente la aplicación para que corriese como root para introducir el mismo nivel de vulnerabilidad. Lo mismo sucede con los propios usuarios. Supongamos que una persona se sienta en mi compu con WinXP. Va a C:\Windows y borra todo. No pasa naranja. Lo puede hacer sin problemas. Claro, los problemas vendrán la próxima vez que intente iniciar el sistema. En Windows el usuario y cualquier programa que él instale tienen acceso para hacer prácticamente cualquier cosa en el SO. En Linux esto no sucede. Linux utiliza una administración de privilegios inteligente por el cual siempre que el usuario quiera hacer algo que sobrepase sus privilegios se pedirá la contraseña del root.

Sí, es molesto… pero es lo que lo hace seguro. Hay que escribir la bendita contraseña cada vez que se quiera hacer algo que potencialmente pueda afectar la seguridad del sistema. Esto es más seguro porque los usuarios «comunes» no tienen acceso para instalar programas, ejecutar llamadas del sistema, editar archivos del sistema, cambiar configuraciones críticas del sistema, etc.

Desde el principio, Linux fue diseñado como un sistema multiusuario. Incluso ahora, las debilidades más importantes de Windows están vinculadas a sus orígenes como sistema independiente para 1 sólo usuario. Lo malo del modo de hacer las cosas en Windows es que no hay capas de seguridad. Es decir, una aplicación de alto nivel, como un explorador de internet o un procesador de textos, están unidos y pueden acceder a las capas más bajas del sistema operativo, con lo cual la más pequeña vulnerabilidad puede dejar expuesto a todo el sistema operativo.

Desde Windows Vista, se introdujo en Windows el Control de Cuentas de Usuario (UAC por sus siglas en inglés) que hace que cada vez que quiera ejecutarse un programa o realizarse alguna tarea potencialmente peligrosa se requiera la contraseña del administrador. Sin embargo, sin contar el hecho de que al menos aquí en Argentina casi todos siguen usando WinXP por su comodidad y facilidad, la mayor parte de los usuarios de Win7 o Win Vista se loguean siempre como administradores o le otorgan derechos de administrador a sus usuarios. Al hacerlo, cada vez que quieran realizar alguna de estas tareas «peligrosas» el sistema simplemente mostrará un cuadro de diálogo que el usuario debe aceptar o rechazar. Cualquier persona que se siente en tu escritorio y/o se apodere de tu máquina automáticamente tiene privilegios de administrador para hacer lo que se le cante. Para una comparación completa entre UAC y su, sudo, gksudo, etc. les recomiendo leer este artículo de Wikipedia.

2. Mejor configuración por defecto.

Por su parte, la configuración por defecto en todas las distros Linux es mucho más segura que la configuración por defecto de Windows. Este punto está íntimamente vinculado con el anterior: en todas las distros Linux el usuario tiene privilegios limitados, mientras que en Windows casi siempre el usuario tiene privilegios de administrador. Cambiar estas configuraciones es muy fácil en Linux y un poco complicado en Windows.

Claro que cualquiera de éstos puede ser configurado de tal modo de convertirlo en un sistema inseguro (al correr todo como root en Linux, por ejemplo) y Windows Vista o Windows 7 (que, por cierto, copiaron algunas de estas características de Linux y Unix) podrían configurarse de mejor modo para hacerlos más seguros y ejecutarse bajo una cuenta más restringida que la del administrador. Sin embargo, en la realidad esto no sucede. La mayor parte de los usuarios de Windows tiene privilegios de administrador… es lo más cómodo.

3. Linux es mucho más «asegurable»

En la medida en que la seguridad, como vimos al comienzo, no es un estado sino un proceso, aún más importante que venir «desde fábrica» con una mejor configuración por defecto es poder brindarle al usuario la libertad suficiente como para adaptar los niveles de seguridad a sus necesidades. A esto es a lo que yo llamo «asegurabilidad». En este sentido, Linux no sólo es reconocido por su enorme flexibilidad sino por permitir ajustes de seguridad que serían imposibles de conseguir en Windows. Esta es la razón, precisamente, por la que las grandes empresas eligen Linux para administrar sus servidores web.

Podrá sonar muy «zen», pero esta situación me recuerda a una anécdota que alguien me contó alguna vez. No sé si todavía sigue sucediendo pero me dijeron que en China la gente le pagaba al médico cuando estaba bien y dejaba de hacerlo cuando estaba mal. Es decir, al revés de lo que hacemos nosotros en la «sociedad occidental». Aquí sucede algo parecido. En Windows existe un enorme mercado en torno a la seguridad pero que se basa esencialmente en controlar o disminuir los efectos y no las causas que hacen de Windows un sistema inseguro. En Linux, en cambio, un usuario intermedio o avanzado puede configurar el sistema de tal modo que sea prácticamente impenetrable sin que ello implique la instalación de un antivirus, antispyware, etc. En otras palabras, en Linux el foco está puesto en las causas, o sea en las configuraciones que hacen a un sistema más seguro; mientras que en Windows el acento (y el negocio) está puesto en las consecuencias de una posible infección.

4. No hay archivos ejecutables ni registro

En Windows, los programas maliciosos generalmente son archivos ejecutables que, luego de engañar al usuario o saltear su control, se ejecutan e infectan la máquina. Una vez que esto sucedió es muy difícil removerlos ya que, en caso de que podamos encontrarlo y eliminarlo, éste se puede replicar e incluso puede guardar configuraciones en el registro de Windows que le permitan «revivir». En Linux, en cambio, no existen, estrictamente hablando, archivos ejecutables. En realidad, la ejecutabilidad es una propiedad de cualquier archivo (sin importar su extensión), que el administrador o el usuario que lo creó puede otorgarle. Por defecto, ningún archivo es ejecutable a menos que alguno de estos usuarios así lo establezcan. Además, Linux utiliza archivos de configuración en vez de un registro centralizado. Es conocida aquella frase que dice que en Linux todo es un archivo. Esta descentralización, que permite evitar la creación de una enrome base de datos hipercompleja y enredada, facilita enormemente la eliminación y detección de los programas maliciosos así como dificulta su reproducción teniendo en cuenta que un usuario normal no puede editar archivos del sistema.

5. Mejores herramientas para combatir los ataques zero-day

No siempre alcanza con tener todo el software actualizado. Los ataques zero-day (un ataque que explota vulnerabilidades que los propios desarrolladores del software todavía desconocen) son cada vez más comunes. Un estudio ha demostrado que lleva solamente seis días a los crackers desarrollar software malicioso que explote estas vulnerabilidades, mientras que le lleva meses a los desarrolladores detectar estos agujeros y lanzar los parches necesarios. Por esta razón, una política de seguridad sensible tiene siempre en cuenta la posibilidad de ataques zero-day. Windows XP no cuenta con tal provisión. Vista, en modo protegido, aunque es útil, provee solamente protección limitada a los ataques a IE. En contraste, la protección provista por AppArmor o SELinux es ampliamente superior, proveyendo una protección muy «fina» contra cualquier tipo de intento de ejecución de código en forma remota. Por esta razón, es cada vez más común que las distros Linux vengan con AppArmor (SuSE, Ubuntu, etc.) o SELinux (Fedora, Debian, etc.) por defecto. En otros casos, se pueden bajar fácilmente desde los repositorios.

6. Linux es un sistema modular.

El diseño modular de Linux permite eliminar un componente cualquiera del sistema en caso de ser necesario. En Linux, se podría decir que todo es un programa. Hay un programita que gestiona las ventanas, otro que gestiona los logins, otro que se encarga del sonido, otro del video, otro de mostrar un panel de escritorio, otro que funciona como dock, etc. Finalmente, como las piezas de un lego, todas ellas forman el sistema de escritorio que conocemos y utilizamos diariamente. Windows, en cambio, es un enorme bloque de cemento. Es un bodoque que es muy difícil de desarmar. Así, por ejemplo, en caso de que tengas la sospecha de que Windows Explorer tiene alguna falla de seguridad, no vas a poder eliminarlo y reemplazarlo por otro.

7. Linux es software libre.

Sí, definitivamente esta es una de las razones más importantes por las que Linux es un SO mucho más seguro que Windows porque en primer lugar los usuarios pueden saber exactamente qué hacen los programas que componen el SO y, en caso de detectar una vulnerabilidad o irregularidad, pueden corregirla al instante sin tener que esperar un parche, actualización o «service pack». Cualquiera puede editar el código fuente de Linux y/o los programas que lo componen, eliminar la brecha de seguridad y compartirla con el resto de los usuarios. Además de ser un sistema más solidario, que incentiva la participación y la curiosidad de los usuarios, es mucho más práctico a la hora de resolver agujeros de seguridad. Más ojos permiten la detección y solución más rápida de los problemas. En otras palabras, hay menos agujeros de seguridad y los parches se lanzan más rápidamente que en Windows.

Además, los usuarios de Linux estamos mucho menos expuestos a los programas spyware y/o cualquier otro programa que obtenga información del usuario en forma oculta o engañosa. En Windows, no tenemos que esperar a infectarnos con algún programa malicioso para sufrir este tipo de robo de información; existen pruebas de que el propio Microsoft e incluso otros programas muy reconocidos realizado por otras empresas, han adquirido información sin el consentimiento de los usuarios. Concretamente, Microsoft es acusado de utilizar software con nombres confusos, como el Windows Genuine Advantage, para inspeccionar los contenidos de los discos rígidos de los usuarios. El acuerdo de licencia incluido en Windows requiere que los usuarios acepten esta condición antes de usar Windows y afirma el derecho de Microsoft para hacer este tipo de inspecciones sin notificar a los usuarios. En definitiva, en la medida en que la mayor parte del software para Windows es privativo y cerrado, todos los usuarios de Windows y los desarrolladores de programas para ese SO dependen de Microsoft para solucionar las brechas de seguridad más graves. Lamentablemente, Microsoft tiene sus propios intereses en materia de seguridad, que no necesariamente son los mismos que los de los usuarios.

Existe el mito de que, al estar disponible públicamente su código fuente, Linux y todos los programas de software libre que corren bajo Linux son más vulnerables porque los hackers pueden ver cómo funcionan, encontrar los huecos de seguridad más fácilmente y sacar provecho de ellos. Esta creencia está muy vinculada al otro mito que nos encargamos de deshacer al comienzo del artículo: la oscuridad trae seguridad. Esto es falso. Cualquier experto en seguridad realmente serio sabe que la «oscuridad», en este caso dada por tratarse de software de código cerrado, dificulta la detección de las brechas de seguridad por parte de los propios desarrolladores, así como dificultan el informe y detección de estas brechas por parte de los usuarios.

8. Repositorios = chau cracks, seriales, etc.

El hecho de que Linux y la mayor parte de las aplicaciones que se escriben para correr en él sean software libre ya, de por sí, es una enorme ventaja. No obstante, si esto no estuviera combinado con el hecho de que todo ese software se encuentra disponible para su descarga e instalación desde una fuente centralizada y segura, probablemente su ventaja comparativa respecto de Windows no sería tan considerable.

Todos los usuarios de Linux sabemos que al instalar Linux automáticamente nos olvidamos de buscar seriales y cracks que, por otra parte, nos obligan a navegar por sitios inseguros o deliberadamente diseñados para hacer caer a los usuarios y jugar con sus necesidades. Tampoco precisamos de la instalación de ningún crack, los cuales muchas veces tienen algún virus o malware por ahí escondido. En cambio, sí tenemos, dependiendo de la distro que usemos, una serie de repositorios desde los cuales bajamos e instalamos el programa que necesitemos con un simple clic. Sí, ¡así de fácil y seguro!

Ya desde los primeros pasos de la instalación de Windows, éste demuestra su amplia superioridad en términos de seguridad. A medida que el proceso de instalación comienza, se insiste que el usuario ingrese un número de serie antes de continuar. Sin esta información vital, el usuario no puede continuar con la instalación. La mayor parte de los usuarios de Windows por suerte todavía no saben que una búsqueda rápida en Google puede brindarle acceso a miles de seriales, así que esta pieza de información es la defensa más poderosa contra los indeseados back-doors. Sí… es un chiste. 🙂 ¿Qué seguridad brinda un sistema que puede ser crackeado y vulnerado de modo que se pueda evitar el ingreso del serial, único medio a través del cual Microsoft se asegura que los usuarios paguen por sus copias? Es un SO tan malo que ni siquiera pueden (¿ni quieren?) hacerlo invulnerable de modo tal que todos paguen por sus copias.

9. 1, 2, 3… Actualizando

Si sos como la mayoría de las personas que conozco, usás WinXP. El primer XP venía con el IE 6 (de agosto de 2001), el XP con el service pack 1 venía con el IE 6 SP1 (de septiembre de 2002) y el XP SP2 venía con el IE 6 SP2 (de agosto de 2004). En otras palabras, en el mejor de los casos, estás utilizando un explorador que fue desarrollado hace casi 6 años. No hace falta explicar la enormidad que esto significa en términos del desarrollo de software. En esos años no sólo se detectaron y explotaron miles de vulnerabilidades al WinXP sino también al explorador que utiliza por defecto.

En Linux la cuestión es bien diferente. Es mucho más seguro que Windows porque está siendo permanentemente actualizado. Gracias a que Linux es un sistema modular, desarrollado como software libre y que cuenta con un sistema de repositorios de gestión de actualizaciones e instalación de nuevos programas, estar al día es una pavada. Desde el explorador de internet hasta el más recóndito programita que gestiona los privilegios de usuarios o la gestión de las ventanas, etc., pasando por el kernel y los drivers necesarios para el funcionamiento del sistema, todo se actualiza mucho más rápido y fácil que en Windows.

Precisamente, en Windows, las actualizaciones se realizan una vez por mes. Claro, eso si no las desactivaste, ya sea porque te resultaban molestas, porque consumían parte de tu ancho de banda o simplemente por temor a que Microsoft detectara de algún modo tu copia ilegal. Pero eso no es lo peor. La actualización de cada una de las aplicaciones es independiente, esto significa que Windows no se encarga de actualizarlas, cada una de ellas tiene que encargarse de ello. Como bien sabemos, muchas no tienen la opción de buscar las actualizaciones. Es el usuario el que se tiene que preocupar por enterarse del lanzamiento de una nueva versión, la descarga y la posterior actualización (siempre con el temor de no saber si tiene que borrar la versión anterior o no).

10. Diversidad, bendita tu eres entre todas.

Los usuarios de Windows están acostumbrados a que Microsoft les diga qué programa utilizar para cada cosa. De este modo, la utilización del sistema se supone que es más sencilla, se crean estándares comunes, se facilita la compatibilidad, etc. En fin, todo esto ha demostrado ser falso. Por el contrario, ha contribuido meramente a la uniformidad y el direccionamiento desde arriba, como si se tratara de una dictadura. Esa homogeneidad ha facilitado enormemente la tarea de los atacantes para detectar vulnerabilidades y escribir programas maliciosos que las exploten.

En comparación, en Linux existen una cantidad infinita de distribuciones con diferentes configuraciones, rutas de sistema, sistemas de gestión paquetes (unos usan .deb, otros .rpm, etc.), programas de gestión de todas las actividades del sistema, etc. Esta heterogeneidad dificulta enormemente el desarrollo de virus que tengan un amplio impacto, como sí es posible en Windows.

Los detractores de Linux dicen que más distribuciones equivalen a una mayor propensión de error y, por consiguiente, mayores vulnerabilidades de seguridad. Esto, en principio, podría ser cierto. Sin embargo, como acabamos de ver, esto se ve más que compensado por el hecho de que esas vulnerabilidades son más difíciles de explotar y terminan afectando a menos gente. En definitiva, los incentivos de los hackers para escribir software malicioso que afecte a estos sistemas disminuyen notablemente.

Yapa. Los programas para Linux son menos vulnerables que sus contrapartes para Windows.

Esto es algo que, de algún modo, ya lo mencioné al desarrollar algunos de los otros puntos pero me pareció importante destacarlo como un punto aparte. El software para Linux es más seguro y menos vulnerable que su contraparte para Windows por varios de los aspectos que también caracterizan a Linux: es software libre, se actualiza mucho más rápido, se obtiene a través de los repositorios, existe una enorme diversidad de programas, etc. Es decir, tanto en su diseño y desarrollo como en su distribución y ejecución, los programas para Linux brindan mayores ventajas de seguridad.

Pablo Castagnino

fuente http://usemoslinux.blogspot.com/2010/06/por-que-linux-es-mas-seguro-que-windows.html

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Los oídos de Dios

Publicada el 07/08/2011 por raas

El general llegó a la provincia en su avión particular, se atusó el bigotito y sin perder un instante subió a los siete coches que lo llevaron directamente, junto con sus edecanes, a la vieja casona donde funcionaba la emisora local, en cuyos fondos un enorme gallo rojo y sus diez gallinas temían, aterrados, que los ilustres visitantes significasen cena de agasajo o sea degollación para ellos.

Las aves estaban allí porque las autoridades de la emisora, a petición del sereno, le habían permitido criarlas para compensar con su venta o consumo un sueldo tan estrecho, y el general, a la sazón presidente de la república, estaba allí porque iba a asistir a una transmisión en cadena, para toda América Latina, donde hablaría de su plan de gobierno para desarrollar a las provincias pobres.

Un par de horas antes de la llegada del presidente los servicios de seguridad husmearon por todos los rincones de la casa y le ordenaron al sereno que colocase en el patio una valla para evitar que las gallinas se metiesen en la sala de transmisión, como aquella vez, cuando en plena novela radial de la siesta se oyeron cacareos o aquella otra cuando el canto de un gallo trasnochado salió al éter introduciendo elementos corraleros en plena transmisión de un mensaje del obispo a todos los fieles de la diócesis.

Las diez de la mañana y ya treinta y nueve grados, rieguen los patios otra vez, mojen las paredes, escondan las gallinas por favor y traigan más ventiladores, decía el director de la emisora oyendo los pitidos nerviosos de los agentes de tráfico cortando la circulación y abriendo paso en todas las calles a los siete coches que traían al presidente y a su comitiva, los ayudantes de campo y los asesores en cuestiones de límites, el capellán con su hisopo lleno de agua listo para bendecir las nuevas instalaciones (regalo del presidente) que permitirían a partir de ahora que nuestra radio se oyese desde cualquier rincón del vasto mundo, según el adjetivo elegido por el jefe de locutores encargado de la transmisión especial vía satélite.

El cual lucía, anudada bajo la nuez, una corbata pajarita que se movía acusando cada una de sus palabras como en un lenguaje de sordomudos, mientras sudaba por un lado, a causa del calor, y tiritaba de frío por el otro, a causa del miedo a su primera entrevista con un presidente que tenía siete bigotes, o que venía en siete coches, ya no sabía ni lo que pensaba mientras oía, más aterrado que las gallinas en el corral del fondo, el chirrido de los frenos de los coches oficiales que llegaban, y los micrófonos conectados en cadena con todas las radios del mundo, tenga en cuenta, había dicho el director, que a partir de ahora hasta Su Santidad el Papa puede estar escuchando sus palabras, que no me salga ninguna gansada ni palabra gangosa ni saliva atravesada en la garganta madre mía.

El patio y la galería se llenaron de majestuosidades cuando entró el presidente con sus setenta guardaespaldas y el pecho empedrado de medallas. Los ventiladores del techo y las paredes de la sala de transmisión echaban chispas refrescando a la gente mientras el capellán rociaba con agua bendita las instalaciones y el gallo de los fondos de la casa saltaba sin dificultad sobre la valla sin que nadie lo viera y se mezclaba con guardaespaldas y edecanes.

Un gallo enorme, rojo, de estampa casi bíblica. Con esos ojos de guerrero asirio, esa cresta de gorro frigio, ese pico iridiscente. Con unas plumas del pecho donde las medallas del presidente hubiesen lucido de verdad, y esas patas escamosas y esos espolones por donde se asomaban remotos antepasados ínclitos. Con un cuello en cuya fragilidad todo el gallo se debilitaba y suavizaba para diluirse en plumas diminutas y nerviosas donde latía oculto el resplandor de los cuchillos. Avanzando sin saberlo, entre botas refulgentes, hacia un objetivo que ignoraba pero que lo atraía poderosamente.

—Señor —dijo el locutor ajustando el micrófono a la altura de los siete bigotes del presidente y pensando en los millones de oyentes que estarían escuchando sus palabras desde México hasta Tierra del Fuego, y en el Papa, medio sordo, pegando la oreja al aparato para no perder ni una sola palabra, y en los satélites espías norteamericanos que grababan sin perder ni una sílaba, era increíble la cantidad de sucesos casi simultáneos que pasaban por la mente del jefe de locutores con rapidez electrónica cuando sus labios todavía no habían abandonado la eñe de “señor” y se disponían a lanzarse desde allí hacia el final de la palabra mientras la corbata pajarita temblaba fielmente debajo de la nuez—, señor presidente por favor, el pueblo, qué digo, el mundo entero está esperando sus palabras esclarecedoras sobre las cuestiones más candentes, el hambre en el norte y en el sur, las cuestiones de límites por el este y el oeste, qué nos puede decir usted de estos momentos tan cruciales que vivimos.

El gallo, que se había detenido junto a las botas del presidente de la nación, saltó verticalmente y sin dejar de agitar las alas que le permitían mantenerse en el aire como un helicóptero se colocó entre la boca del general y el micrófono. La mirada que cruzaron el animal y el hombre fue un relámpago en el tiempo. Acabada la cual, el gallo, dirigiendo su pico hacia el micrófono, arrojó al éter la única palabra que su garganta y la forma de su pico le habían concedido desde hacía milenios, un kikiriki que venía desde el fondo de los tiempos pasando pro Biblias y Coranes, un kikiriki que millones de hogares escucharon como la esperada palabra del presidente.

Los edecanes sacaron sus sables y los guardaespaldas sus revólveres, pero el gallo ya había saltado la tapia que daba a la casa del vecino y nunca pudieron dar con él. El general se volvió airado hacia sus coches mientras el locutor, aterrado, hablaba de desperfectos técnicos y el canto del gallo abandonaba el ámbito provincial y con la velocidad de la luz ganaba los espacios.

Cuando el presidente abandonó el aeropuerto en su avión particular, el canto del gallo ya había abandonado la Tierra y tras rozar la Luna se dirigía hacia otros rumbos. Y el general no había llegado todavía a Buenos Aires cuando el kikiriki sabiamente modulado iba pasando junto a Júpiter coloso y poco después rozaba la octava luna de Saturno. Y esa noche no había acabado de dormirse el general cuando el canto del gallo estaba ya muy lejos de este rincón de la galaxia signado por el crimen y la muerte, en busca, en su condición de plegaria, de quien está dispuesto a escucharlo en otros mundos, pidiendo a quien sea salir de este degolladero.

Daniel Moyano *

extraído de El estuche de cocodrilo (1989).

*  Daniel Moyano (Buenos Aires, 1928, España, 1992), cuentista y novelista argentino.

fuente www.abanico.org.ar/2004/10/oidos.htm

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El genio de la multitud

Publicada el 06/08/2011 por raas

Hay suficiente perfidia, odio, violencia y arbitrariedad en el ser humano
promedio como para suplir a cualquier ejército cualquier día.

Y los mejores en el asesinato son aquellos que predican en su contra
y los mejores odiando son aquellos que predican el amor
y los mejores en la guerra son finalmente aquellos que predican la paz.

Aquellos que predican a dios, necesitan a dios
aquellos que predican la paz no tienen paz
aquellos que predican la paz no tienen amor.

Cuidado con los predicadores
cuidado con los sabiondos
cuidado con aquellos que siempre están leyendo libros
cuidado tanto con aquellos que detestan la pobreza
como con aquellos que se enorgullecen de ella
cuidado con aquellos que fácilmente hacen elogios
porque necesitan elogios a cambio
cuidado con aquellos que fácilmente censuran
están asustados de lo que no conocen
cuidado con los que buscan constantemente las multitudes porque
no son nada estando solos
cuidado con el hombre promedio con la mujer promedio
cuidado con su amor, su amor es promedio
busca lo promedio.

Pero hay un genio en su odio
hay suficiente genio en su odio como para matarte
como para matar a quien sea
no queriendo la soledad
no entendiendo la soledad
intentarán destruir cualquier cosa
que difiera de ellos
no siendo capaces de crear arte
no entenderán el arte
tomarán su fracaso como creadores
sólo como un fracaso del mundo
no siendo capaces de amar completamente
creerán que tu amor es incompleto
y entonces te odiarán
y su odio será perfecto.

Como un diamente reluciente
como un cuchillo
como una montaña
como un tigre
como una cicuta.

Su arte más refinado.

Charles Bukowski

fuente http://elgrancharlesbukowski.blogspot.com

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Congo: 5 millones de muertos

Publicada el 04/08/2011 por raas

¿Cuántos millones de congoleses deben morir para ilustrar un juego de ordenador? Nadie lo sabe, pero ya han sido masacrados cinco millones en la mayor explotación minera de la historia de este planeta. Las empresas mineras más conocidas y los mayores magnates del mundo son cómplices directos de este genocidio que dura ya diez años en África Central, donde el caos es deliberadamente impuesto como una cortina de humo para encubrir la salida de contrabando fuera del país de miles de millones de dólares en minerales.

Los funcionarios del gobierno local, pequeños pero avariciosos jugadores en este sistemático saqueo de su propio país, no tienen ni idea sobre qué compañías tienen en la actualidad contratos para hacer negocios en el Congo. Cuando miles de millones pueden ser extraídos batiendo la tierra por medio de mano de obra esclava, las leyes dejan de existir.

Cinco millones de congoleses han muerto alrededor de los últimos diez años con el fin de hacer a los multimillonarios más ricos aún. Sí existiera algo parecido a una justicia internacional, este holocausto en la República Democrática del Congo habría producido el ahorcamiento público de cientos de los hombre más ricos del mundo, y hubiera sido merecidamente. Si las leyes de Nuremberg que enviaron a la horca a diez nazis, por crímenes contra la humanidad y la paz, hubieran sido aplicadas en el Congo, podríamos encontrar fácilmente los nombres de los acusados en las columnas de la prensa financiera internacional, los hombres más ricos del planeta. Estos hombres han conspirado para asesinar a millones de personas, de tal modo que hubiera guerra constante en África Central, pero ninguna ley para evitar el robo de las grandes industrias parece concebible.

El llamado gobierno del Congo está sólo ahora encontrando tiempo para empezar un estudio sobre qué compañías están extrayendo qué minerales y dónde a lo largo del país. Desde que las múltiples invasiones del Congo empezaron hace una década, grandes corporaciones como De Beers, BHP Billiton, Anglogold, y el gigante estadounidense Freeport-McMoran han causado cinco millones de muertos, de forma que pudieran usar el caos para encubrir el saqueo de miles de millones de dólares en metales preciosos. Estas compañías mineras tienen todas ellas sus propios ejércitos privados para defender los bienes que roban, o para unirse con los ejércitos de los países aliados de EEUU como Ruanda y Uganda, con el fin de crear zonas sin ley y de “roba todo lo que puedas llevarte”. Es acertado decir que el holocausto en el Congo en un crimen colectivo de las compañías mineras europeas y americanas y de los gobiernos que las sirven. Hacer justicia en el Congo requeriría el encar-celamiento o ejecución de muchas decenas de miles de personas, la mayoría hombre blancos.

Los africanos implicados, incluyendo los funcionarios congoleses, son peces pequeños, pero ellos prosperan recogiendo las migajas de la mesa puesta con el canibalismo sobre el pueblo del Congo. De acuerdo con la comisión creada para el estudio de la minería en el Congo, varias facciones del gobierno evitan que algunas compañías paguen ninguna clase de impuestos sobre beneficios que alcanzan el seiscientos por ciento. No está claro ni siquiera quién tiene un contrato para hacer negocios en el Congo. Ninguna de las quimeras del oro de la historia moderna guarda alguna similitud con la violencia del capitalismo industrial batiendo la tierra en busca de coltan, diamantes o casiterita. El número de muertos en el Congo supera ya el de los asesinados en los campos de trabajos forzados de los nazis ­ pero ningún hombre blanco rico y bien trajeado ha sido castigado por ello.

El Congo es una prueba de que las naciones que dicen ser los países civilizados del mundo son, en realidad, lo contrario, ellos son los guardianes y cajeros del infierno. Mientras que estos hombres vivan, que nadie se atreva a hablar de moralidad como algo que no sea una hipotética ilusión. Desde luego, no existe en ningún lugar en el Congo.

Glen Ford (Black Agenda Report)

artículo publicado en Revista futuros nº12 / noviembre 2008
www.revistafuturos.com.ar

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La milenaria guerra de Cómo y Por-qué

Publicada el 01/08/2011 - 01/08/2011 por raas

El bárbaro y sanguinario Cómo reina hace por lo menos 2500 años. O más. No podemos precisarlo. Es cierto que Por-qué ha bajado a la tierra algunas veces, pero ha debido retirarse luego de sacrificar a quienes lo encarnaron por un tiempo.

A través de la historia, Por-qué, el dios Primero -el que conocen los niños y al que luego aprenden a olvidar- ha sido el subversivo por excelencia. Hace mucho tiempo, las escuelas y las universidades emprendieron una carrera enloquecida en beneficio de Cómo, mientras Por-qué fue relegado sistemáticamente a los márgenes ilegales de la filosofía y la inmoralidad.

En la política y en el pensamiento colectivo -ese que se jacta de su pragmatismo y de no perder su tiempo filosofando inútilmente-, desde la práctica más humilde hasta aquella otra que dicta los destinos del mundo, se ha decretado que el problema de la humanidad consiste en resolver el Cómo.

Tomemos, por ejemplo, el mayor tabú y el mayor paradigma de nuestros tiempos: el terrorismo. Todos -absolutamente todos- los esfuerzos intelectuales del mundo “decente” están concentrados en resolver cómo combatirlo. Los discursos son unánimes. Aún aquellos que están en lucha dialéctica están de acuerdo en resolver el Cómo. Todos estamos en contra de eso que casi todos entendemos por “terrorismo”. Pero ¿cuántos están preocupados en responder ¿por qué existe eso que llamamos terrorismo? Cada vez que baja Por-qué a la tierra es una amenaza a la seguridad. Si el debate mundial se centrara no en el Cómo sino en el Por-qué, seguramente habría que comenzar por definir con más claridad los límites del significado del término “terrorista”. Lo cual es, claro, peligroso. Muchos arrogantes insospechados caerían dentro de la misma bolsa. Muchos amigos y “adversarios” serían igualmente identificados con el mismo término.

Por lo tanto, cuando esto ocurre, se debe recurrir nuevamente a Cómo, con desesperación, para que desplace la incómoda voz de Por-qué. El cómo es una especialidad de Cómo: a Por-qué se lo neutraliza y se destruye identificándolo con el tabú, con el antiparadigma, con el peligro… Sacrificado Por-qué, una vez más, Cómo otorga sus medallas de moralismo patriota a sus ciegos servidores. Y el orgullo del guerrero eyacula, una vez más. Porque el Cómo -en términos psicoanalíticos- es eso: matar, eyacular y morir.

Sin embargo, y pese a todas estas tragedias humanas, gran parte de la resolución del Cómo radica en la correcta respuesta del Por-qué. Pero si alguien se atreviese a lanzar al viento semejante pregunta, sería etiquetado como una amenaza. Incluso, correría el serio riesgo de ser etiquetado de -ya que estamos- “terrorista”.

Pero ¿por qué el Por-qué es siempre subversivo?

Si estoy ante las respuestas de un adversario dialéctico siempre podré defenderme más fácilmente: me defenderé con mis propias respuestas. Una parte importante de una defensa consiste en identificar con claridad al adversario -no digamos “enemigo”, no echemos leña a esa hoguera de radicalizaciones genocidas-. En ese caso, sabré qué debo enfrentar y, probablemente, ya conozca mis propias respuestas de antemano.

Pero ¿qué ocurriría si mi adversario en lugar de lanzarme sus respuestas comenzara a interrogarme sobre los Por-qué de mis seguridades? Seguramente, y sobre todo si mis convicciones están fundamentadas en el barro, como es casi la norma, cada una de mis lanzas dialécticas se quebrarían en el aire, mi edificio ideológico comenzaría a crujir. ¿Por qué? Porque el mundo moderno ha entrenado hombres y mujeres obsesionados con el Cómo: cómo tener éxito, cómo hacer lo que la sociedad espera de nosotros, cómo derrotar a nuestros adversarios, cómo inventar enemigos, cómo y cómo. El Cómo es siempre combativo, guerrero, no tiene paz; al Por-qué no le interesa el triunfo ni la derrota, sino la verdad. Pero ¿a quién le importa la verdad? Al Cómo sólo le importa la verdad si le es útil; si le resulta una amenaza, simplemente se inventa otra verdad a su medida. Él siempre sabe cómo. Pero si reapareciera Por-qué en nuestras sociedades, seguramente la mayoría de las sólidas estructuras que brillan con orgullo en nuestro mundo comenzarían a crujir. Entonces atraparemos a Por-qué, como antes atrapamos a Sócrates y a Cristo, y lo sentenciaremos a muerte. ¿Por qué? Por hacer demasiadas preguntas, por preguntarse y por preguntarnos Por-qué en lugar de preocuparse del dios Cómo.

Un hombre inteligente sabe Cómo, pero sólo el sabio sabe Por-qué. Saber Cómo es saber imponer una respuesta, pero saber Por-qué es saber formularse a tiempo la pregunta. No necesitas gritar ni levantar la voz; sólo pregunta con calma y en voz baja -¿por qué?.

Jorge Majfud
1-6-2004

fuente www.voltairenet.org/La-milenaria-guerra-de-Como-y-Por

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Rawan

Publicada el 31/07/2011 - 31/07/2011 por raas

Rawan
era una refugiada
porque ya no le quedaban paredes
ni techo
ni casa

Rawan
era unos ojos negros
porque la vida
se los había teñido
de muerte

Rawan
era palestina
porque las fronteras parcelan el hambre
alentando
el exterminio

Rawan
era dos balazos
porque sus pies en la mira
caminaron la calle
del verdugo

Rawan
era una golosina en el puño
porque la ilusión
puede más
que la sangre

Rawan Abu Zeid
tenía tres años

Jamás supo lo que era un misíl
ni abrió fuego contra nadie

Hamas o Likud
Palestina o Israel
Árabes o Judíos
Y entre los dos la bestia
siempre insatisfecha
del Imperio

Hoy vuelve a hablar la voz del abuelo y dice:
«ALA AKBAR»
y si existe..
no está ni con los unos
ni con los otros

porque
es otro charco rojo
en el suelo

de nadie
…

rOjAmheL

fuente http://www.poesiasalvaje.org/fuego

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La utilidad de la estupidez

Publicada el 31/07/2011 - 31/07/2011 por raas

Todo sistema necesita de aquellos elementos que la cultura popular suele denominar como estúpidos útiles.

Esto no se refiere, desde luego, a alguna patología cerebral sino a una postura frente a las leyes que rigen el funcionamiento de aquéllos. El estúpido entendido en el sentido en que no cuestiona nada de lo que recibe como herencia y la acepta, la difunde y defiende como verdad revelada.

Esta estupidez es el salvoconducto de supervivencia de cualquier poder que se pretenda hegemónico. La Academia, como toda estructura que debe perpetuarse para cumplir no solo con la producción sino con la transmisión de saberes, necesita, en principio, que ningún elemento la cuestione en sus formas, que la aceptación de sus cánones sea absoluta y que el espacio de creación individual se vea replegado a los límites de sus propios alambrados.

Para ello, y tal vez como en ningún otro caso, es en el lenguaje donde se ejerce esta forma de sumisión útil. El lenguaje académico, como todo lenguaje de gueto, funciona como contraseña y señal de pertenencia. Esa es su fuerza y su poder de seducción. Ofrece una forma sólida, un perfil definido, un nombre propio, frente a la pesadillesca indiferenciación de la realidad.

Configura el destino del alumno desde que éste pone un pie en sus claustros y le garantiza, siempre a través de esta obediencia debida, un futuro asegurado y sin fisuras. Instaura a fuerza de términos, reglas y requisitos gramaticales un territorio de lo pensable. El educando, en cualquier nivel en el que se halle, debe amoldar sus ideas a esta complejidad escritural fabricada a priori.

El poder de la Academia no radica, sin embargo, en esta sumisión obligatoria sino en la posibilidad anticipatoria de garantizar la exclusión de cualquier elemento rupturista, de cualquier quiebre o desmadre que la ponga en riesgo. Lo que al fin y al cabo garantiza la Academia a la época es que de sus claustros difícilmente saldrá algo diferente que cuestione el status quo del sistema que la configuró a ella misma (la Academia no es un ente inmutable a través de los siglos).

La estupidez útil resguarda el orden donde ella está inserta y aunque le niegue la posteridad a sus elegidos y difusores, les ofrece un sistema de vida, un orden de valores y un lenguaje propio, una tranquilizadora comunidad de pares donde se sueñan revoluciones rigurosamente vigiladas.

revista Contratiempo

fuente www.revistacontratiempo.com.ar

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La ciudad como problema estético

Publicada el 31/07/2011 por raas

Espacio y ambiente

El proyecto urbano es siempre una tarea utópica porque la ciudad no solamente es un entramado cuyos elementos interactúan en todos los órdenes, muchas veces impredecibles, sino porque el espacio urbano no es dimensionable del mismo modo que lo sería el espacio arquitectónico (esto es así tanto en la ciudad moderna, que lo piensa como totalidad, como en la posmoderna que lo fragmenta). Las distancias, las zonificaciones, los recorridos e itinerarios están más supeditados a la atmósfera, a los ritmos, a la historia, a los movimientos sociales, a los usos, incluso a las pasiones y deseos, que a los cálculos, medidas, vías de transporte, asoleamiento o higiene. Algo parecido, y totalmente relacionado, a lo que ocurre con el tiempo y sus mediciones: las horas de placer y de felicidad comparadas con las del tedio o el sufrimiento no tienen nada que ver entre ellas ni con el tiempo cronológico. La modernidad intentó dimensionar ambos, tiempo y espacio, con categorías cartesianas y ubicar al hombre, o al prototipo del hombre corbusierano –a la manera clásica y renacentista- como medida estética de todas las cosas.

Esa diferencia entre espacio urbano y ambiente urbano es la que resaltan Argan y Harvey, citando a Lynch, cuando afirman que el primero puede ser proyectable mientras el otro sólo condicionado pero no estructurado o proyectado, no admite definiciones racionales y se lleva a cabo en la relación e interacción entre realidad psicológica y realidad física. Lynch le da especial importancia al aspecto visual de la ciudad porque, precisamente, en aquella interacción entre observador y medio ambiente, la percepción cumple un rol fundamental para cualquier diseño o intervención urbana. Estas ideas tienen como antecedentes los trabajos de Simmel sobre la vida mental en las grandes ciudades –donde analiza, por ejemplo, la misantropía o la indolencia como formas defensivas contra la proliferación de los estímulos. O dicho de otra manera: cómo el cuerpo reacciona, modifica y produce ciudad a la vez que es modificado y producido también por la ciudad.

Este pasaje de la conmensurabilidad moderna a la intensidad posmoderna es también el sustento del pensamiento filosófico posmoderno. Para Deleuze, la filosofía es creadora de conceptos, con libertad absoluta, donde la intensidad es el elemento que vendría a desequilibrar la razón clásica. Deleuze, con su volver construcción todo, se acerca a Leibniz y al Barroco para conceptualizar el movimiento (de allí toma las figuras del pliegue y de las mónadas) y para ir contra totalidades y sobre todo, de continuidades. El pliegue del barroco, pero también las mesetas, los rizomas y todo lo que represente esa imposibilidad de las líneas rectas entre las cosas. Una filosofía de la diferencia y de la singularidad, sin preexistencias ni ordenes universales, que en ese eterno construccionismo encuentra su correspondencia en las formas urbanas posmodernas, que aspiran a la fragmentación, a constituir muchas veces conceptos cerrados sin posibilidad de continuidad alguna y donde el acto de creación, y destrucción, parecería el fundamento móvil y siempre cambiante de esa ciudad actual que configuran.

Fragmentos

La diversidad estética propia de la metrópolis actual se refleja en la multiplicidad y la simultaneidad de miradas generadas por las tecnologías de comunicación. Cada espacio está pensado como una particularidad que debe ser resuelta de acuerdo a sus propias leyes y con independencia del resto. En la ciudad actual no hay compromiso alguno con ninguna totalidad ni sistema, como era el ideal de la ciudad moderna. Los espacios urbanos, como los conceptos de Deleuze aspiran a atravesarse, desprenderse de la definición única. El espacio multifuncional tiende a concentrar en un mismo sitio diversas actividades, las que a su vez estarán mezcladas en un espacio común, como el shopping y el multicine, que reúnen las funciones del ocio, el consumo, la cultura y los servicios, O como los nuevos centros de arte y diseño, donde se pueden dar en simultáneo el proceso de creación, difusión, enseñanza, venta y, a la vez, esparcimiento. Así también, la tipología de la torre cerrada, ubicada en plena ciudad, funciona como un núcleo que excede la cuestión habitacional y reúne en un perímetro bien delimitado, y sobre todo bien resguardado, el esparcimiento y los servicios. Extensos parques, piletas climatizadas y al aire libre, áreas de parrilla, canchas de tenis y de futbol, gimnasios, spa, sauna, microcine y ofertas varias, rodeados de mucho verde que actúa de paisaje pero también de obstáculo visual, intentan limitar el contacto con el exterior y fortalecer el sentido de pertenencia de los usuarios, como si se tratara de una microatmósfera con identidad propia, con la vecindad garantizada por lo menos en cuanto al nivel socio económico y sin las sorpresas de la calle.

La pérdida de la función social de la calle, iniciada ya en los proyectos modernos con la importancia otorgada a las autopistas y el automóvil; el tráfico vehicular incrementado por el exceso de población, permanente y transitoria, más el tema de la inseguridad, derivado muchas veces del progresivo aumento de las diferencias y, sobre todo, de la visualización de ellas, generan estos espacios autosuficientes que se reflejan, a otra escala, en los barrios que funcionan como centros y tienden a poseer infraestructuras reservadas antiguamente sólo a la zona central de la ciudad (restaurantes, bares, cines, librerías, bancos, servicios, etc.). Esta disolución de la ciudad en átomos, más o menos cerrados, provoca otras formas de ocupación del suelo metropolitano. La cualificación espacial estará dada por el nivel de esta infraestructura, provocando un aumento de densidad en determinados barrios, con el correspondiente colapso de aquélla, y el abandono ambiental de otros. Y, a la vez, el desplazamiento en múltiples direcciones de la población, rompiendo la dirección única del barrio al centro, así como favoreciendo la segmentación y la autoexclusión.

El problema del fragmento posmoderno es su desconexión, su poca relación con el entorno, con lo existente, con su geografía, con su historia, y entre sí. La diversidad relacionada, en cambio, genera espacios muy ricos y confiere una identidad fuerte a la ciudad. Es lo que encuentra Simmel en Roma, y en general en las ciudades antiguas, cuando afirma que, a pesar de la extrema tensión de sus elementos, la unidad romana no se rompe y esa tensión entre diversidad y unidad, que confiere a la obra de arte evocaciones y sensaciones sería la medida de su valor estético. Afirma también que la unidad respalda a cada uno de esos elementos diversos y concuerda con Kant en que la relación no es propia de los objetos en sí sino del espíritu que lo contempla. Razón por la cual, experimentar Roma, o cualquier ciudad eterna (sea Florencia, Venecia o París) es un acto de libertad que dejará su impresión (lo imborrable que quedan en la memoria estas ciudades) sólo si el espíritu también se puso en juego para realizar aquella relación. No cualquier conjunto de fragmentos (lenguajes, tipologías, periodos históricos, etc.) puede provocar este movimiento. Ésta quizás sea una de las grandes diferencias entre la ciudad antigua, pensada siempre con criterios estéticos, y la moderna y posmoderna. Una queda grabada en el alma; las otras por lo general invitan al olvido después del deslumbramiento inicial.

Forma y control posmoderno

Por otro lado, y como caras de la misma moneda, percibir las acciones de las formas metropolitanas sobre conductas y cuerpos, y comprender sus potencialidades, es indudablemente un trabajo que requiere de un estado de alerta y una voluntad determinada. Allí es donde, efectivamente, se ve a la estética como un problema. Porque va a depender de la historia y formación personal, pero también de la colectiva, que el hombre sea configurador de sus espacios ambientales o configurado por el mecanismo de la metrópolis y de los intereses que la dominan y la proyectan.

Son variadas las formas en las que la arquitectura y el urbanismo se convierten en dispositivos de control y de ordenación, algunas ya citadas: el trazado rectilíneo y la apertura de grandes arterias con remates verticales como jerarquizadores de la trayectoria y de la mirada, que no sólo permiten los rápidos desplazamientos sino la visualización a grandes distancias; los lenguajes “prestados” de la tradición clásica por parte de los poderes como una forma de economía comunicacional; las superficies vidriadas así como el concepto de panóptico, aplicado generalmente a instituciones educativas y cárceles pero extendido a otros temas, como lugares de trabajo, ocio y esparcimiento (varios recorridos que rematan en un único espacio desde donde se ve y no se es mirado o un gran espacio susceptible de ser controlado desde casi cualquier lado); la zona que “necesita” seguridad así como la que necesita vigilancia; el lugar que expulsa y por forma lleva implícito un derecho de admisión, etc.

El poder de las formas urbanas sobre el hombre moderno radica en que ellas actúan sobre criterios de valor difundidos por otros medios (comunicacionales) al punto de formar un gusto colectivo que no es específico sino general, masificado. Una forma de leer que tiende a homogeneizarse sobre la multiplicidad de lo ofrecido, como una percepción colectiva no puesta en duda. El caso más común, y repetido el ejemplo, es el poderío económico-financiero expresado en las alturas del rascacielos. El otro, el poder comunicacional del shopping como un templo del consumo (y aquí el concepto de templo está utilizado en toda su dimensión dogmática), que regulará su población de acuerdo tanto a dónde esté implantado como a las firmas que ocupen sus locales. Así, por ejemplo, la clase media baja se autoexcluirá de Galerías Pacífico o Palermo y concurrirá al Abasto o al Spinetto (incluso, una misma marca distribuye, según el barrio y sus posibilidades adquisitivas, determinados tipos de productos en sus diferentes locales. Y para globalizar la idea, distribuye de acuerdo a cada país, y el perfil de su población, esos productos diferenciados); la clase humilde directamente concurrirá a ferias barriales, como La Salada. Las respectivas zonas, en tanto, se garantizarán de mantener un perfil humano que a la vez funcionará como publicidad y como educación: lo que se intenta es justamente borrar las diferencias hacia adentro y acentuarlas hacia afuera.

Del mismo modo, un cine, una librería o un centro cultural acercarán y alejarán, por contenido, a determinadas poblaciones y buscarán insertarse también en zonas ya publicitadas como “cultas” o simplemente “consumidoras”. Es el caso de Palermo Viejo. Se afianza alguna característica, que extraiga al lugar justamente de esa indiferenciación metropolitana (el culto al diseño, al bueno gusto, etc.), y se busca y se refuerza la idea con formas pertinentes, a la vez que se despoja a las otras de las mismas para no confundir públicos y, sobre todo, para no perder beneficios. Lo que se intenta es generar una serie de guetos de iguales que en alguna medida también es la búsqueda de identidad de una determinada zona, una distinción con respecto de otras cosas, su reconocimiento como entidad separable. El problema surge cuando esa identidad se convierte en exclusiva y, sobre todo, excluyente y no se articula con el resto de la ciudad.

La idea fundacional de la modernidad metropolitana, concentrar en una superficie limitada a un gran número de gente para facilitar el control y obtener beneficios, llega a la posmodernidad en su versión potenciada: a menor superficie diferenciada de concentración, mayor especialización, mayores réditos y mayor control. Esto también posibilita que ya no interesen tanto los límites de la ciudad, puesto que ella es ahora entendida y pensada en fragmentos. La forma final de estos fragmentos ya no es un problema a priori sino todo lo contrario: son los objetos arquitectónicos, y los hechos urbanos en general y sus modos de relación, los que le irán dando esa identidad de acuerdo al devenir de los mismos. Una zona de la capital puede tener mucho más que ver con poblaciones alejadas y periféricas que con otras dentro del mismo perímetro (del mismo modo que Touraine dice que un chino puede estar más cerca de uno que el vecino del edificio). Seguramente los habitantes del barrio Lavapiés, poblado mayoritariamente por inmigrantes, tienen mucho más relación con sus países de origen o, en todo caso, con otros sectores periféricos de Madrid, que con la opulenta ciudad que se desarrolla a apenas unas cuadras alrededor.

Por otro lado, la calle, en su rol comunitario y sociabilizador, atenta contra esta pedagogía arquitectónica y, por lo general, privada, por lo que la noticia policial es otro de los grandes medios de los que se dispone para alentar tanto la reclusión como la misantropía. La calle tuvo en los albores de la modernidad un rol protagónico como espacio de encuentro y de intercambio, aglutinante de lenguas, ideas, costumbres y oficios. Incluso, en los conjuntos habitacionales del Movimiento Moderno se intentó, a veces con buenos resultados reproducir esta función social en sus calles internas. Los senderos que vinculan los bloques cumplen, a través del proyecto y del tratamiento del nivel cero, un rol integrador de la población, y no sólo funcional, como ocurre por ejemplo en el Barrio Los Andes, de Beretervide.

Esta forma de proyectar y construir en fragmentos, que están insertos en un contexto al que pertenecen pero al que a la vez niegan, se observa también en otros órdenes de la vida. El ejercicio de la política, por ejemplo, se extendió de los comités de barrio a los medios de difusión y ahora a las redes virtuales, consiguiendo que un discurso, una propuesta, una medida o una plataforma, así como sus debates, no solamente pertenezcan al plano municipal o nacional sino al mundial. Esta habitación en varios planos obliga a proyectarla pensando en capas superpuestas donde van a confluir la historia y las costumbres propias pero también las de afuera. El espacio virtual, inconmensurable y sobre todo impredecible, va a crear esas zonas que Deleuze, otra vez aplicado a los conceptos, llamaba umbrales o indiscernibles, donde lo arrojado a él será interpretado y resignificado de múltiples formas, lo que posicionará también al enunciador en una especie de lugar móvil.

Estética y conocimiento

El hombre metropolitano difícilmente experimente, hoy en día o por lo menos con la misma intensidad, el shock propio de los primeros tiempos de la modernidad industrial frente a la diferencia o la provocación. Acepta las alturas más deshumanas, las multitudes asfixiantes en las horas pico, las intervenciones urbanas más descabelladas, la precariedad de los servicios colapsados, la estreches de sus espacios vitales, como así también los agujeros de pobreza que se abren en plena ciudad, la villa a lado de barrios opulentos, la familia que revuelve en la basura para subsistir o el mendigo durmiendo en el umbral. La ciudad ubica en el mismo plano, el plano de la indiferenciación, una serie de artefactos, espacios, saberes, texturas, voces, silencios y formas, épocas y estilos, y exige cierta tarea intelectual en sus habitantes. En su texto La condición de la Posmodernidad, Harvey cita la novela Soft city, de Jonathan Raban, donde el autor habla de la artisticidad de la vida moderna y afirma que al hombre metropolitano le basta configurar esos elementos para encontrar un sentido personal y que la ciudad le sea significativa. Aclara que esa extrema plasticidad, tanto de la ciudad como de la personalidad, también es la causa de su vulnerabilidad a la locura y la pesadilla.

Sin embargo, en este plano indiferenciado donde se ubican los elementos urbanos, tienen una vital importancia las condiciones que los produjo y el contexto que los recibe. Vital importancia porque de ellos dependerán la apropiación y la experiencia estética, o no, del que la habita. No se trata solamente de que la ciudad fuera un centro de cultura y producción, generadora de conocimientos, de servicios ilimitados, de acceso a las mejores condiciones de habitabilidad, dotada de la mejor infraestructura y donde el ser humano tiene la posibilidad tanto material como espiritual de desarrollar toda su potencialidad. Se trata de que la ciudad contemporánea constituye ella misma una información y un conocimiento que deben ser adquiridos, transmitidos, utilizados y descartados a velocidades variadas y que será directamente proporcional a su grado de modernización y metropolización. No es un conocimiento específico, no es sólo eso, sino más bien potencial en el que la percepción del mismo, como ya lo vimos con Lynch, estará dada a través de su componente estético. Es decir, por esa capacidad ilimitada de generar formas susceptibles de ser percibidas, configuradas, interpretadas y, además, consideradas bellas –belleza dada, por otra parte, no por una propiedad intrínseca sino por su capacidad de comunicar precisamente actualidad.

Con relación a la artisticidad de los hechos urbanos, Rossi plantea que la ciudad comparte con el arte, además de ser una manufactura del hombre, la capacidad de ser material pero, además, ser algo diferente a la materia, son condicionados pero también condicionantes. La imagen y la forma actúan como una contraseña en este collage, contraseña de saber leer, saber ver, saber estar. La capacidad estética de artefactos y espacios urbanos da cuenta de su grado de progreso tecnológico y de su relación con las otras grandes ciudades mundiales que actúan, de alguna forma, como contexto y entorno a veces más decisivos que los geográficos. Las actuales formas urbanas publicitan su propia modernidad, seducen, educan la mirada y la sensibilidad y orientan conductas tanto por el proyecto arquitectónico en sí como por su carga representacional. Es una arquitectura y un urbanismo propagandísticos en los que el mensaje más importante que tienen por comunicar es que se pertenece, tanto a nivel local como global, que se entiende la época, que se la representa de acuerdo a su carácter esencial, que es moviente, veloz y voraz. O, dicho de otra forma, la ciudad da cuenta de sus procesos de desarrollo y condiciones de producción a través de su componente estético allí donde éste se vuelve más singular (o más radical).

Zenda Liendivit

El presente texto es un fragmento del libro «La ciudad como problema estético. De la Modernidad a la Posmodernidad», Capítulo III Collage, Zenda Liendivit, Contratiempo Ediciones, 2009

fuente www.revistacontratiempo.com.ar

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La lotería de Babilonia

Publicada el 31/07/2011 - 31/07/2011 por raas

Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles. Miren: a mi mano derecha le falta el índice.

Miren: por este desgarrón de la capa se ve en mi estómago un tatuaje bermejo; es el segundo símbolo, Beth. Esta letra, en las noches de luna llena, me confiere poder sobre los hombres cuya marca es Ghimel, pero me subordina a los de Aleph, que en las noches sin luna deben obediencia a los de Ghimel. En el crepúsculo del alba, en un sótano, he yugulado ante una piedra negra toros sagrados. Durante un año de la luna, he sido declarado invisible: gritaba y no me respondían, robaba el pan y no me decapitaban. He conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre. En una cámara de bronce, ante el pañuelo silencioso del estrangulador, la esperanza me ha sido fiel; en el río de los deleites, el pánico. Heráclides Póntico refiere con admiración que Pitágoras recordaba haber sido Pirro y antes Euforbo y antes algún otro mortal; para recordar vicisitudes análogas yo no preciso recurrir a la muerte ni aún a la impostura.

Debo esa variedad casi atroz a una institución que otras repúblicas ignoran o que obra en ellas de modo imperfecto y secreto: la lotería. No he indagado su historia; sé que los magos no logran ponerse de acuerdo; sé de sus poderosos propósitos lo que puede saber de la luna el hombre no versado en astrología. Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal de la realidad: hasta el día de hoy, he pensado tan poco en ella como en la conducta de los dioses indescifrables o de mi corazón. Ahora, lejos de Babilonia y de sus queridas costumbres, pienso con algún asombro en la lotería y en las conjeturas blasfemas que en el crepúsculo murmuran los hombres velados.

Mi padre refería que antiguamente ¿cuestión de siglos, de años? la lotería en Babilonia era un juego de carácter plebeyo. Refería (ignoro si con verdad) que los barberos despachaban por monedas de cobre rectángulos de hueso o de pergamino adornados de símbolos. En pleno día se verificaba un sorteo: los agraciados recibían, sin otra corroboración del azar, monedas acuñadas de plata. El procedimiento era elemental, como ven ustedes.

Naturalmente, esas «loterías» fracasaron. Su virtud moral era nula. No se dirigían a todas las facultades del hombre: únicamente a su esperanza. Ante la indiferencia pública, los mercaderes que fundaron esas loterías venales, comenzaron a perder el dinero. Alguien ensayó una reforma: la interpolación de unas pocas suertes adversas en el censo de números favorables. Mediante esa reforma, los compradores de rectángulos numerados corrían el doble albur de ganar una suma y de pagar una multa a veces cuantiosa. Ese leve peligro (por cada treinta números favorables había un número aciago) despertó, como es natural, el interés del público. Los babilonios se entregaron al juego. El que no adquiría suertes era considerado un pusilánime, un apocado. Con el tiempo, ese desdén justificado se duplicó. Era despreciado el que no jugaba, pero también eran despreciados los perdedores que abonaban la multa. La Compañía (así empezó a llamársela entonces) tuvo que velar por los ganadores, que no podían cobrar los premios si faltaba en las cajas el importe casi total de las multas. Entabló una demanda a los perdedores: el juez los condenó a pagar la multa original y las costas o a unos días de cárcel. Todos optaron por la cárcel, para defraudar a la Compañía. De esa bravata de unos pocos nace el todo poder de la Compañía: su valor eclesiástico, metafísico.

Poco después, los informes de los sorteos omitieron las enumeraciones de multas y se limitaron a publicar los días de prisión que designaba cada número adverso. Ese laconismo, casi inadvertido en su tiempo, fue de importancia capital. Fue la primera aparición en la lotería de «elementos no pecuniarios». El éxito fue grande. Instada por los jugadores, la Compañía se vio precisada a aumentar los números adversos.

Nadie ignora que el pueblo de Babilonia es muy devoto de la lógica, y aun de la simetría. Era incoherente que los números faustos se computaran en redondas monedas y los infaustos en días y noches de cárcel. Algunos moralistas razonaron que la posesión de monedas no siempre determina la felicidad y que otras formas de la dicha son quizá más directas.

Otra inquietud cundía en los barrios bajos. Los miembros del colegio sacerdotal multiplicaban las puestas y gozaban de todas las vicisitudes del terror y de la esperanza; los pobres (con envidia razonable o inevitable) se sabían excluidos de ese vaivén, notoriamente delicioso. El justo anhelo de que todos, pobres y ricos, participasen por igual en la lotería, inspiró una indignada agitación, cuya memoria no han desdibujado los años. Algunos obstinados no comprendieron (o simularon no comprender) que se trataba de un orden nuevo, de una etapa histórica necesaria… Un esclavo robó un billete carmesí, que en el sorteo lo hizo acreedor a que le quemaran la lengua. El código fijaba esa misma pena para el que robaba un billete. Algunos babilonios argumentaban que merecía el hierro candente, en su calidad de ladrón; otros, magnánimos, que el verdugo debía aplicárselo porque así lo había determinado el azar… Hubo disturbios, hubo efusiones lamentables de sangre; pero la gente babilónica impuso finalmente su voluntad, contra la oposición de los ricos.

El pueblo consiguió con plenitud sus fines generosos. En primer término, logró que la Compañía aceptara la suma del poder público. (Esa unificación era necesaria, dada la vastedad y complejidad de las nuevas operaciones.) En segundo término, logró que la lotería fuera secreta, gratuita y general. Quedó abolida la venta mercenaria de suertes. Ya iniciado en los misterios de Bel, todo hombre libre automáticamente participaba en los sorteos sagrados, que se efectuaban en los laberintos del dios cada sesenta noches y que determinaban su destino hasta el otro ejercicio. Las consecuencias eran incalculables. Una jugada feliz podía motivar su elevación al concilio de magos o la prisión de un enemigo (notorio o íntimo) o el encontrar, en la pacífica tiniebla del cuarto, la mujer que empieza a inquietarnos o que no esperábamos reveer; una jugada adversa: la mutilación, la variada infamia, la muerte. A veces un solo hecho -el tabernario asesinato de C, la apoteosis misteriosa de B- era la solución genial de treinta o cuarenta sorteos. Combinar las jugadas era difícil; pero hay que recordar que los individuos de la Compañía eran (y son) todopoderosos y astutos.

En muchos casos, el conocimiento de que ciertas felicidades eran simple fábrica del azar  hubiera aminorado su virtud; para eludir ese inconveniente, los agentes de la Compañía usaban de las sugestiones y de la magia. Sus pasos, sus manejos, eran secretos. Para indagar las íntimas esperanzas y los íntimos terrores de cada cual, disponían de astrólogos y de espías. Había ciertos leones de piedra, había una letrina sagrada llamada Qaphqa, había unas grietas en un polvoriento acueducto que, según opinión general, daban a la Compañía; las personas malignas o benévolas depositaban delaciones en esos sitios. Un archivo alfabético recogía esas noticias de variable veracidad.

Increíblemente, no faltaron murmuraciones. La Compañía, con su discreción habitual, no replicó directamente. Prefirió borrajear en los escombros de una fábrica de caretas un argumento breve, que ahora figura en las escrituras sagradas. Esa pieza doctrinal observaba que la lotería es una interpolación del azar en el orden del mundo y que aceptar errores no es contradecir el azar: es corroborarlo. Observaba asimismo que esos leones y ese recipiente sagrado, aunque no desautorizados por la Compañía (que no renunciaba al derecho de consultarlos), funcionaban sin garantía oficial.

Esa declaración apaciguó las inquietudes públicas. También produjo otros efectos, acaso no previstos por el autor. Modificó hondamente el espíritu y las operaciones de la Compañía. Poco tiempo me queda; nos avisan que la nave está por zarpar; pero trataré de explicarlo. Por inverosímil que sea, nadie había ensayado hasta entonces una teoría general de los juegos. El babilonio es poco especulativo. Acata los dictámenes del azar, les entrega su vida, su esperanza, su terror pánico, pero no se le ocurre investigar sus leyes laberínticas, ni las esferas giratorias que lo revelan. Sin embargo, la declaración oficiosa que he mencionado inspiró muchas discusiones de carácter jurídico-matemático. De alguna de ellas nació la conjetura siguiente: Si la lotería es una intensificación del azar, una periódica infusión del caos en el cosmos ¿no convendría que el azar interviniera en todas las etapas del sorteo y no en una sola? ¿No es irrisorio que el azar dicte la muerte de alguien y que las circunstancias de esa muerte -la reserva, la publicidad, el plazo de una hora o de un siglo- no estén sujetas al azar? Esos escrúpulos tan justos provocaron al fin una considerable reforma, cuyas complejidades (agravadas por un ejercicio de siglos) no entienden sino algunos especialistas; pero que intentaré resumir, siquiera de modo simbólico.

Imaginemos un primer sorteo, que dicta la muerte de un hombre. Para su cumplimiento se procede a un otro sorteo, que propone (digamos) nueve ejecutores posibles. De esos ejecutores, cuatro pueden iniciar un tercer sorteo que dirá el nombre del verdugo, dos pueden reemplazar la orden adversa por una orden feliz (el encuentro de un tesoro, digamos), otro exacerbará la muerte (es decir la hará infame o la enriquecerá de torturas), otros pueden negarse a cumplirla… Tal es el esquema simbólico. En la realidad el número de sorteos es infinito. Ninguna decisión es final, todas se ramifican en otras. Los ignorantes suponen que infinitos sorteos requieren un tiempo infinito; en realidad basta que el tiempo sea infinitamente subdivisible, como lo enseña la famosa parábola del Certamen con la Tortuga. Esa infinitud condice de admirable manera con los sinuosos números del Azar y con el Arquetipo Celestial de la Lotería, que adoran los platónicos…

Algún eco deforme de nuestros ritos parece haber retumbado en el Tíber: Ello Lampridio, en la Vida de Antonino Heliogábalo, refiere que este emperador escribía en conchas las suertes que destinaba a los convidados, de manera que uno recibía diez libras de oro y otro diez moscas, diez lirones, diez osos. Es lícito recordar que Heliogábalo se educó en el Asia Menor, entre los sacerdotes del dios epónimo. También hay sorteos impersonales, de propósito indefinido: uno decreta que se arroje a las aguas del Eufrates un zafiro de Taprobana; otro, que desde el techo de una torre se suelte un pájaro; otro, que cada siglo se retire (o se añada) un gramo de arena de los innumerables que hay en la playa. Las consecuencias son, a veces, terribles. Bajo el influjo bienhechor de la Compañía, nuestras costumbres están saturadas de azar. El comprador de una docena de ánforas de vino damasceno no se maravillará si una de ellas encierra un talismán o una víbora; el escribano que redacta un contrato no deja casi nunca de introducir algún dato erróneo; yo mismo, en esta apresurada declaración he falseado algún esplendor, alguna atrocidad. Quizá, también, alguna misteriosa monotonía… Nuestros historiadores, que son los más perspicaces del orbe, han inventado un método para corregir el azar; es fama que las operaciones de ese método son (en general) fidedignas; aunque, naturalmente, no se divulgan sin alguna dosis de engaño. Por lo demás, nada tan contaminado de ficción como la historia de la Compañía…

Un documento paleográfico, exhumado en un templo, puede ser obra del sorteo de ayer o de un sorteo secular. No se publica un libro sin alguna divergencia entre cada uno de los ejemplares. Los escribas prestan juramento secreto de omitir, de interpolar, de variar. También se ejerce la mentira indirecta.

La Compañía, con modestia divina, elude toda publicidad. Sus agentes, como es natural, son secretos; las órdenes que imparte continuamente (quizá incesantemente) no difieren de las que prodigan los impostores. Además ¿quién podrá jactarse de ser un mero impostor? El ebrio que improvisa un mandato absurdo, el soñador que se despierta de golpe y ahoga con las manos a la mujer que duerme a su lado ¿no ejecutan, acaso, una secreta decisión de la Compañía? Ese funcionamiento silencioso, comparable al de Dios, provoca toda suerte de conjeturas. Alguna abominablemente insinúa que hace ya siglos que no existe la Compañía y que el sacro desorden de nuestras vidas es puramente hereditario, tradicional; otra la juzga eterna y enseña que perdurará hasta la última noche, cuando el último dios anonade el mundo. Otra declara que la Compañía es omnipotente, pero que sólo influye en cosas minúsculas: en el grito de un pájaro, en los matices de la herrumbre y del polvo, en los entresueños del alba. Otra, por boca de heresiarcas enmascarados, que no ha existido nunca y no existirá. Otra, no menos vil, razona que es indiferente afirmar o negar la realidad de la tenebrosa corporación, porque Babilonia no es otra cosa que un infinito juego de azares. Fin

Jorge Luis Borges
1974

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La institución de la violencia

Publicada el 28/07/2011 - 28/07/2011 por raas

En 1925, algunos artistas y escritores franceses que firmaban en nombre de la «revolución surrealista», dirigieron a los directores de hospitales psiquiátricos un manifiesto que terminaba con estas palabras: «Mañana, a la hora de la visita, cuando ustedes intenten sin la ayuda de léxico alguno comunicarse con estos hombres, podrán ustedes recordar y reconocer que sólo tienen sobre ellos una superioridad: la fuerza».

Cuarenta años más tarde –sometidos como estamos, en la mayoría de los países europeos, a una antigua ley, aún dubitativa, entre la asistencia y la seguridad, la piedad y el miedo-, la situación no es diferente: limitaciones, burocracia y autoritarismo regulan la vida de los internados para los cuales ya había reclamado Pinel en su momento el derecho a la libertad… El psiquiatra parece que aún no ha descubierto que el primer paso hacia la curación del enfermo es el retorno a la libertad, de la cual él mismo le ha privado hasta hoy. En la compleja organización del espacio cerrado, donde el enfermo mental se ha visto reducido durante siglos, las necesidades del régimen, del sistema, sólo han exigido del médico un papel de vigilante, de tutor interior, de moderador de los excesos a los cuales podía abocar la enfermedad: el sistema tenía más validez que el objeto de sus cuidados.

Pero hoy el psiquiatra se da cuenta de que los primeros pasos hacia la «apertura» del manicomio producen en el enfermo un cambio gradual de su manera de situarse en relación con la enfermedad y el mundo; de su forma de ver las cosas, restringida y disminuida no sólo por la condición mórbida, sino por un prolongado internamiento. Desde que franquea el muro del internado, el enfermo penetra en una dimensión de la vida emocional…, se le introduce, en resumen, en un espacio concebido desde sus mismos orígenes para hacerle inofensivo y cuidarle, pero que se revela, en la práctica y de forma paradójica, como un lugar construido para aniquilar la individualidad: el lugar de su objetivación total…

Sin embargo, en el curso de estas primeras etapas hacia la transformación del manicomio en un hospital de curación, el enfermo no se presenta ya como un hombre resignado y sometido a nuestra voluntad, intimidado por la fuerza y por la autoridad de sus vigilantes… Se presenta como un enfermo, transformado en objeto por la enfermedad, pero que ya no acepta ser objetivado por la mirada del médico que le mantiene a distancia. La agresividad –que, como expresión de la enfermedad, pero sobre todo de la institucionalización, rompía de vez en cuando el estado de apatía y de desinterés-, cede el paso, en numerosos pacientes, a una nueva agresividad, surgida, más allá de sus particulares delirios, del sentimiento oscuro de una «injusticia»: la de no ser considerados como hombres desde el momento en que están en «el manicomio».

Es entonces cuando el hospitalizado, con una agresividad que trasciende la misma enfermedad, descubre su derecho a vivir una vida humana…

Para que el asilo de alienados, después de la destrucción progresiva de sus estructuras alienantes, no se convierta en un irrisorio asilo de domésticos agradecidos, el único punto en el cual al parecer puede apoyarse, es precisamente la agresividad individual. Esta agresividad –que nosotros, los psiquiatras, buscamos para fundar en ella una relación auténtica con el paciente- permitirá instaurar una tensión recíproca, que actualmente puede servir para romper los lazos de autoridad y de paternalismo que han representado, hasta ahora, una causa de institucionalización… (agosto de 1964)

(…) Por lo que a nosotros concierne, nos encontramos ante una situación extremadamente institucionalizada en todos los sectores: enfermos, enfermedades, médicos… Hemos intentado provocar una situación de ruptura, de forma que haga salir los tres polos de la vida hospitalaria de sus roles cristalizados, sometiéndolos a un juego de tensiones y de contratensiones en el cual todos se encontrarán implicados y serán responsables. Esto significa correr un «riesgo», única forma de poner en un plano de igualdad a enfermos y médicos, enfermos y staff, unidos en la misma causa, tendiendo hacia un fin común.

Esta tensión debía servir de base a la nueva estructura: si ésta era relajada, todo caería de nuevo en la situación institucionalizada anterior… La nueva situación interna debía, pues, desarrollarse a partir de la base, y no de la cúspide, en el sentido de que, lejos de presentarse como un esquema al cual la vida comunitaria debía corresponder, esta misma vida estaba llamada a engendrar un orden respondiendo a sus exigencias y a sus necesidades; en vez de fundarse sobre una regla impuesta desde arriba, la organización se convertía, por sí misma, en un acto terapéutico…

No obstante, si la enfermedad está igualmente unida, como sucede en la mayoría de los casos, a factores sociales a nivel de resistencia al impacto de una sociedad que desconoce al hombre y sus exigencias, la solución de un problema tan grave sólo puede hallarse en una posición socioeconómica que permita, además, la reintegración progresiva de aquellos que han sucumbido bajo el esfuerzo, que no han podido jugar el juego. Cualquier intento de abordar el problema sólo servirá para demostrar que esta empresa es posible, pero queda inevitablemente aislada –y, por lo tanto, ausente de la menor significación social-, mientras no vaya unida a un movimiento estructural de base que tenga en cuenta las realidades que encuentra el enfermo mental a su salida del hospital: el trabajo que no encuentra, el medio que le rechaza, las circunstancias que, en vez de ayudarle a reintegrarse, le empujan poco a poco hacia los muros del hospital psiquiátrico. Considerar una reforma de la ley psiquiátrica actual significa no sólo enfrentarse con otros sistemas y otras reglas sobre las cuales fundar la nueva organización, sino, sobre todo, atacar los problemas de orden social que van unidos a ella… (marzo de 1965)

Cualquier sociedad cuyas estructuras se basan únicamente en diferencias de cultura y de clase, así como también en sistemas competitivos, crea en sí misma áreas de compensación para sus propias contradicciones, en las cuales puede concretar la necesidad de negar o de fijar objetivamente una parte de su subjetividad…

El racismo, bajo todas sus formas, es únicamente la expresión de esta necesidad de áreas compensadoras. Y opera de este modo ante la existencia de los asilos de alienados –símbolo de lo que se podrían denominar «reservas psiquiátricas», comparables al «apartheid» del negro o al ghetto-, con la expresa voluntad de excluir todo aquello de lo cual duda porque es desconocido e inaccesible. Una voluntad justificada, y científicamente confirmada, por una psiquiatría que ha considerado el objeto de su estudio como incomprensible, y por lo tanto, fácilmente relegable en la cohorte de los excluidos…

El enfermo mental es un excluido que, en una sociedad como la actual, nunca podrá oponerse a lo que le excluye, puesto que cada uno de sus actos se encuentra constantemente circunscrito y definido por la enfermedad. La psiquiatría es, pues, la única manera –en su doble papel médico y social-, de informar al enfermo de la naturaleza de su enfermedad, y de lo que le ha hecho la sociedad al excluirle: sólo tomando conciencia de haber sido excluido y rechazado podrá, el enfermo mental, rehabilitarse del estado de institucionalización en que se le ha sumido…

Porque es aquí, detrás de los muros del asilo de alienados, que la psiquiatría clásica ha demostrado su fracaso: en efecto, en presencia del problema del enfermo mental, ha tendido hacia una solución negativa, separándole de su contexto social y por lo tanto de su humanidad… Colocado a viva fuerza en un lugar donde las modificaciones, las humillaciones y la arbitrariedad son la regla, el hombre –sea cual fuere su estado mental-, se objetiviza poco a poco, identificándose con las leyes del internamiento. Su caparazón de apatía, de indiferencia y de insensibilidad, sólo sería en suma un acto desesperado de defensa contra un mundo que le excluye y después le aniquila: el último recurso personal de que dispone el enfermo para oponerse a la experiencia insoportable de vivir conscientemente una existencia de excluido. (diciembre de 1966)

Si, originalmente, el enfermo sufre la pérdida de su identidad, la institución y los parámetros psiquiátricos le han confeccionado otra, a partir del tipo de relación objetivante que han establecido con él y los estereotipos culturales de los cuales le han rodeado. Así, pues, se puede decir que el enfermo mental, colocado en una institución cuya finalidad terapéutica resulta ambigua por su obstinación en no querer ver más que un cuerpo enfermo, se ve abocado a hacer de esta institución su propio cuerpo, asimilando la imagen de sí mismo, que ésta le impone…

El enfermo, que ya sufre una pérdida de libertad que puede considerarse como característica de la enfermedad, se ve obligado a adherirse a este nuevo cuerpo, negando cualquier idea, cualquier acto, cualquier aspiración autónoma que pudieran permitirle sentirse siempre vivo, siempre él mismo. Se convierte en un cuerpo vivido en la institución y por ella, hasta el punto de ser asimilado por la misma, como parte de sus propias estructuras físicas.

«Antes de partir, las cerraduras y los enfermos fueron controlados», puede leerse en las notas redactadas por un turno de enfermeros del equipo siguiente, para garantizar el perfecto funcionamiento del servicio. Llaves, cerraduras, barrotes, enfermos, todo forma parte, sin distinción del material del hospital, del cual son responsables los médicos y los enfermeros… El enfermo es ya únicamente un cuerpo institucionalizado, que se vive como un objeto y que, a veces, intenta –cuando aún no está completamente domado-, reconquistar mediante acting-out, aparentemente incomprensibles, los caracteres de un cuerpo personal, de un cuerpo vivido, rehusando identificarse con la institución.

Franco Basaglia

extracto del libro La institución negada, Informe de un hospital psiquiátrico. Franco Basaglia (Barral Editores, 1972)

fuente www.revistacontratiempo.com.ar

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Océanos al borde de la catástrofe

Publicada el 21/07/2011 - 21/07/2011 por raas

Los océanos del mundo se enfrentan a una pérdida de especies sin precedentes comparable con las grandes extinciones masivas de la prehistoria, sugiere hoy un importante informe.

Los mares están degenerando mucho más rápido de lo que nadie ha predicho, dice el informe, debido al impacto cumulativo de una serie de factores estresantes individuales, que van desde el calentamiento climático a la acidificación del agua de mar, a la contaminación química generalizada y a la brutal sobrepesca.

La conjunción de estos factores amenaza ahora el entorno marino con una catástrofe “sin precedentes en la historia humana”, según el informe de un panel de destacados oceanógrafos reunidos en Oxford a principios de este año por el Programa Internacional sobre el Estado del Océano (IPSO, por sus siglas en inglés) y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN).

La sombría sugerencia hecha por el panel es que la extinción potencial de especies, de grandes peces a un extremo de la escala a pequeños corales al otro, es directamente comparable con las cinco grandes extinciones masivas en el historial geológico, durante cada una de las cuales murió gran parte de la vida en el mundo. Van desde el “evento” Ordoviciense-Silúrico de hace 450 millones de años a la extinción del Cretácico-Terciario de hace 65 millones de años, que se cree que eliminó a los dinosaurios. Se piensa que el peor de todos, el evento al final del período Pérmico, hace 251 millones de años, eliminó un 70% de las especies en tierra y un 96% de todas las especies en el mar.

El panel de 27 científicos, que consideró la última investigación de todas las áreas de la oceanografía, concluyó que una “combinación de factores estresantes está creando las condiciones asociadas con cada importante extinción anterior de especies en la historia de la Tierra”. También concluyeron que:

-La rapidez y tasa de degeneración de los océanos es mucho más rápida de lo que se había predicho.
-Muchos de los impactos negativos identificados son mayores que las peores predicciones.
-Los primeros pasos hacia una extinción globalmente significativa pueden haber comenzado ya.

“Los resultados son inquietantes”, dijo el doctor Alex Rogers, profesor de biología de la conservación en la Universidad Oxford y director científico del IPSO. “Al considerar el efecto cumulativo de lo que la humanidad hace a los océanos, las implicaciones se hicieron mucho peores de lo que habíamos pensado individualmente”.

“Se trata de una situación muy seria que exige acción inequívoca a todos los niveles. Estamos ante consecuencias para la humanidad que impactarán durante nuestra vida, y peor todavía, en la vida de nuestros hijos y generaciones después”. Al estudiar la investigación reciente, el panel de expertos “encontró evidencia firme” de que los efectos del cambio climático, combinados con otros impactos inducidos por los seres humanos como ser la sobrepesca y los residuos de nutrientes de la agricultura, ya han causado una disminución dramática de la salud de los océanos.

No solo hay graves disminuciones en numerosas especies de peces, hasta llegar a la extinción comercial en algunos casos, y una tasa “sin paralelo” de extinción regional de algunos tipos de hábitat, como mangles y praderas de hierbas marinas, sino algunos ecosistemas marinos completos, como arrecifes de coral, podrían haber desaparecido dentro de una generación.

El informe dice: “El aumento de hipoxia [bajos niveles de oxígeno] y anoxia [ausencia de oxígeno, conocidas como zonas de océanos muertos], combinadas con calentamiento del océano y acidificación, son los tres factores que han estado presentes en cada evento de extinción masiva en la historia de la Tierra.»

“Existe fuerte evidencia científica de que estos tres factores vuelven a combinarse en el océano, exacerbados por múltiples estresantes severos. El panel científico concluyó que un nuevo evento de extinción es inevitable si continúa la actual trayectoria de daño.”

El panel destacó una serie de indicadores que muestran la gravedad de la situación. Dijo, por ejemplo, que un solo caso de emblanquencimiento masivo de coral en 1998 mató un 16% de todos los arrecifes de coral del mundo, y señaló que la sobrepesca ha reducido algunas poblaciones de peces comerciales y poblaciones de especies de bycatch [pesca incidental] en más de un 90%.

Reveló que la nueva investigación científica sugiere que los contaminantes, incluidos químicos ignífugos y almizcles sintéticos encontrados en detergentes, se encuentran en los mares polares, y que estos productos químicos pueden ser absorbidos por minúsculas partículas de plástico en el océano que por su parte son ingeridas por criaturas marinas como los peces que se alimentan en el fondo.

Las partículas plásticas también ayudan al transporte de algas de un sitio a otro, aumentando las floraciones nocivas de algas, que también son causadas por el influjo de contaminación rica en nutrientes de tierras labradas.

Los expertos estuvieron de acuerdo en que cuando se suman éstas y otras amenazas, el océano y los ecosistemas en su interior son incapaces de recuperarse, al sufrir constantemente múltiples ataques.

El informe presenta una serie de recomendaciones y llamados a los Estados, cuerpos regionales y a las Naciones Unidas para estatuir medidas que conserven mejor los ecosistemas de los océanos, y en particular demanda la adopción urgente de una mejor administración del mar abierto, en gran parte desprotegido.

“Los principales expertos en océanos del mundo están sorprendidos por la tasa y magnitud de los cambios que estamos viendo”, dijo Dan Laffoley, el asesor sénior de la IUCN sobre oceanografía y conservación. “Los desafíos para el futuro del océano son vastos, pero, a diferencia de generaciones anteriores, sabemos lo que hay que hacer. El momento para proteger el corazón azul de nuestro planeta es ahora, hoy y urgente.”

Las conclusiones del informe se presentarán esta semana en las Naciones Unidas, cuando los delegados comiencen las discusiones sobre la reforma de la administración de los océanos.

Las cinco grandes extinciones

-La extinción del Cretácico-Terciario hace 65,5 millones de años.

El plancton, que forma el primer eslabón de la cadena alimentaria del océano, fue fuertemente afectado en un evento que también incluyó la desaparición de los últimos dinosaurios no avianos. Los gigantescos mosasaurios y plesiosaurios también abandonaron los mares. Se piensa que fue causado por un asteroide o erupciones volcánicas.

-La extinción Triásica-Jurásica, hace 205 millones de años

Este período, que tuvo un profundo efecto en el mar y la tierra, incluyó la desaparición de un 20% de todas las familias marinas. En total, la mitad de las especies conocidas que vivían en la Tierra en esa época se extinguieron. El cambio gradual del clima, las fluctuaciones de los niveles del mar y las erupciones volcánicas forman parte de los motivos citados para la desaparición de las especies.

-La extinción Pérmico-Triásica, hace 251 millones de años

Un período conocido como la “gran extinción” fue el más severo de los eventos de extinción de la Tierra, cuando se perdió un 96% de las especies marinas, así como casi tres cuartos de las especies terrestres. El planeta tardó mucho en recuperarse de lo que también se ha llamado “la madre de todas las extinciones masivas”.

-La extinción del final del Devónico, hace 360-375 millones de años

Tres cuartos de todas las especies de la Tierra murieron en un período que puede haber comprendido varios millones de años. Los mares poco profundos fueron los más afectados y los arrecifes no se recuperaron durante otros 100 millones de años. Los cambios en el nivel del mar y el cambio climático estaban entre las presuntas causas.

-Las extinciones masivas del Ordovícico-Silúrico, hace entre 440 y 450 millones de años

La tercera mayor extinción en la historia de la Tierra tuvo dos picos. Durante la del Ordovícico, la mayor parte de la vida estaba en el mar, por lo tanto fueron criaturas marinas como trilobitas, braquiópodos y graptolites las que se redujeron drásticamente. En total, aproximadamente un 85% de las especies marinas fue eliminado.

Olas de destrucción

El Primer Análisis del informe del panel evalúa el “trío letal” de factores: calentamiento global, acidificación de los océanos y anoxia (ausencia de oxígeno). La mayoría de las cinco extinciones globales masivas de la prehistoria, si no todas, llevan la huella de esas “perturbaciones de carbono”, dice el informe, y el “trío letal” está presente actualmente en el océano.

El Segundo Análisis considera los arrecifes de corales, y el hecho de que esas “selvas forestales del mar” (así llamadas por su riqueza en especies) enfrentan ahora múltiples amenazas. El panel concluyó que esas amenazas, al actuar en conjunto (contaminación, acidificación, calentamiento, sobrepesca), tendrán mayor impacto que si estuvieran ocurriendo de una en una, y por lo tanto habrá que corregir las previsiones de cómo reaccionarán los arrecifes de coral al calentamiento global.

El Tercer Análisis examina la contaminación, que es un problema antiguo, pero que puede estar presentando nuevas amenazas, ya que una amplia gama de productos químicos nuevos se encuentra ahora en ecosistemas marinos, desde farmacéuticos a ignífugos, y algunos son conocidos por ser disruptores endocrinos o porque pueden dañar sistemas inmunes. La basura marina, especialmente los plásticos, es una inmensa causa de preocupación.

El Cuarto Análisis considera la sobrepesca: se concentra en el bahaba chino, un pez gigante que fue descrito por primera vez por científicos a principios de los años treinta, y que ahora está en peligro crítico: ha pasado de su descubrimiento a su casi desaparición en menos de 70 años. Un estudio reciente mostró que un 63% de las existencias evaluadas de peces en todo el mundo son sobre-explotadas o se han reducido drásticamente.

Michael McCarthy

Traducido del inglés por Germán Leyens

fuente: www.biodiversidadla.org/Principal/Contenido/Noticias/Oceanos_al_borde_de_la_catastrofe

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(revista) Etcétera. Correspondencia de la guerra social nº48

Publicada el 21/07/2011 - 21/07/2011 por raas

Etcétera, andadura peculiar iniciada a finales de los 70 y principios de los 80, a la vez como edición de libros, grupo de afinidad, lugar de encuentro y de debate, y revista: correspondencia de la guerra social. En la página web podréis encontrar los últimos números de la revista así como su sumario general, un catálogo de los libros y correspondencia que nos va llegando.

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La antipsiquiatria y las ‘nuevas tecnicas’

Publicada el 21/07/2011 - 21/07/2011 por raas

De vez en cuando se confirma un cierto equívoco sobre la antipsiquiatría al entenderla como una nueva técnica «especializada» de la ciencia psiquiátrica. La antipsiquiatría (me gustaría aclarar mi criterio sobre esta cuestión ya que el movimiento que yo represento en Italia se puede definir como anti-institutional o antipsiquiátrico) no es una técnica, ni una nueva metodología a incluir dentro del campo psiquiátrico, sino un movimiento de negación y de transformación que tiende a poner en discusión los esquemas y parámetros que se consideran como valores absolutos.

Es pues, un movimiento crítico que va más lejos del simple problema especializado enfrentándose a una ciencia que ha pasado a ser metafísica, dogmática, y que no responde a nivel práctico al enfermo y a su enfermedad, sino que se limita a la separación del sano y del enfermo y, por consiguiente, a la codificación de la enfermedad siguiendo unos esquemas establecidos como inmutables.

En este movimiento podemos encontrar el proceso a través del cual las técnicas del pasado y las actuales, psiquiátricas y psicoterapéuticas, han vivido su momento antipsiquiátrico -la nueva hipótesis crítica frente a la regla codificada- antes de perder su carácter dinámico y antes de transformarse, a través de la racionalización de sus métodos, en una nueva forma de control. Lo que, sin embargo, parece caracterizar al movimiento antipsiquiátrico y, más aún, al movimiento anti-institucional y que ha provocado las reacciones del círculo psiquiátrico es, quizá, la negativa a convertirse en un modelo técnico definido (es decir, la negativa a racionalizar su propio método para poder continuar en la tentativa de respuesta a la realidad) y la toma de conciencia de la función de todas las ciencias humanas (incluida la psiquiatría) como instrumentos de conservación de los valores dominantes.

En definitiva, la agresividad manifestada respecto del movimiento antipsiquiátrico y anti-institucional se explica en tanto que, con dicho movimiento, el problema de la asistencia psiquiátrica sale del coto cerrado de los especialistas y pasa a ser un debate público cuya significación y naturaleza deben comprender los propios usuarios del servicio (el debate no puede ya resolverse sólo a un nivel científico, sino que deberá ser verificado con el objeto de la psiquiatría -el internado de nuestros manicomios- como resultado del derecho que le da su quiebra).

Respecto a la acusación de la excesiva politización de un campo que debería guardar la neutralidad típica de una intervención científica, se puede decir que lo que caracteriza al movimiento anti-institucional es precisamente la toma de conciencia de la función del control (al servicio del poder) implícita en el papel de los psiquiatras como protectores del orden público.

La diferencia cualitativa entre la «Flichiatrie» (psiquiatría represiva) y la «politichatrie» (la politización de la psiquiatría, en el lenguaje de mis colegas franceses) es, precisamente, el hecho de que esta última ha tornado conciencia de ser una «flichiatrie» e intenta oponerse a este papel y denunciar prácticamente su función.

La acusación de excesiva politización vale, pues, si uno se contenta con creer en la neutralidad de la ciencia, aunque esto es difícilmente sostenible si se tiene en cuenta lo que ocurre en aquellas clases sociales a las que pertenecen los que reciben todas las sanciones de nuestras instituciones represivo-punitivo-terapéuticas. La definición de la enfermedad asume, de hecho, significaciones y evoluciones diversas según la condición social de los pacientes y es un poco problemático -o un mucho descarado- continuar sosteniendo ese principio de neutralidad.

Así, la experiencia anti-institucional o antipsiquiátrica no puede ser entendida como una técnica sino como un movimiento global que incluye el mundo existencial, social y político tanto del enfermo como del que trabaja en el campo social. Sólo bajo esta dimensión global se pueden comprender el tratamiento, la terapia, la curación, como lo que son, esto es una ocasión y un instrumento de discriminación para eliminar el mayor número de elementos posibles de perturbación social. Orden público y enfermedad mental están siempre estrechamente asociados ya que la enfermedad no es nunca tratada como problema técnico específico sino como manifestación anormal del comportamiento que sobrepasa el límite que la sociedad ha establecido.

En este sentido el psiquiatra debe, en primer lugar, comprender que no puede limitarse a establecer los cánones del grupo social al que representa determinando cuál es el enfermo que debe aceptar y establecer y cuál es el que ha de eliminar sino que, más bien, lo que determina en realidad es su propia adhesión a los valores dominantes y su capacidad de adaptación a los mismos. Los manicomios, la «naturaleza» de los internados y la práctica del psiquiatra en los mismos son una demostración permanente de lo dicho.

Hablar de tratamiento durante el largo período de los estados psicóticos significa, por consiguiente, según el planteamiento antipsiquiátrico, hablar de tratamiento durante el largo período de las instituciones-manicomio en las que es la vida institucional misma la que cronifica y psicotiza cada tipo de problemas, imponiéndoles el aspecto de enfermedad-manicomio. Pero una vez lograda la transformación de las instituciones psiquiátricas, mediante las nuevas técnicas de manipulación y de control, la comunidad externa comprende que puede utilizarlas en las instalaciones denominadas libres -familia, escuela, fábrica, ejército…- como amplificación y dilatación del poder. En el futuro, según esta lógica, no habrá ya más tratamientos durante los largos períodos de los estados psicóticos sino que estaremos todos englobados en un largo tratamiento en el mundo de la psicoterapia, de la ergoterapia, de las técnicas de rehabilitación de acuerdo con un centro de poder cada vez más restringido que delegará en los técnicos la función de crear continuamente nuevas ideologías para utilizarlas como instrumentos de discriminación y de división.

Franco Basaglia *

Extracto del libro de Franco Basaglia. La Antipsiquiatría y las «Nuevas Técnicas». Zona Erógena. No. 3. 1991.

* Principal figura del movimiento italiano Psiquiatría Democrática, cuyo hito principal fue la aprobación en 1978 de la ley 180 que dispone el cierre de los hospitales Psiquiátricos italianos.

fuente: www.educ.ar

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Facundo Cabral: un autista que hizo historia con su guitarra

Publicada el 10/07/2011 - 10/07/2011 por raas

Facundo Cabral, juglar de la canción popular argentina, tuvo una vida marcada por el abandono, la pobreza y el dolor, a los que se sobrepuso con una “fuerza espiritual” que fue además motor de su arte y de su mensaje a favor de la paz y la vida.

“Soy un vagabundo first class”, se definió Cabral hace unos pocos meses, en una de sus últimas entrevistas, en la que señaló que de él “no se podía esperar nada” y finalmente tuvo una “vida extraordinaria”.

Esa vida, que se apagó hoy de una forma trágica y violenta en Guatemala, comenzó el 22 de mayo de 1937 en la ciudad bonaerense de La Plata, en el seno de una familia marcada por el abandono de su padre, Rodolfo, cuando Cabral aún estaba en el vientre de su madre.

“Soy un tipo de suerte”, dijo el artista, al relatar que él y dos hermanos son sobrevivientes de un total de siete hijos que tuvo su madre, Sara, quien sola, acosada por la pobreza, resolvió mudarse a Tierra del Fuego, en el extremo sur de Argentina.

Fue autista, según dijo

Autista, según reveló alguna vez el propio artista, Cabral dijo su primera palabra a los 6 años, al pronunciar el nombre de su madre.

Volvió a hablar a los 9, cuando detuvo el auto oficial que trasladaba al entonces presidente Juan Domingo Perón, le preguntó si había trabajo y la esposa del mandatario, Evita, se alegró de que “por fin” alguien pidiera empleo y no limosna y ordenó a los suyos que le dieran un trabajo a Sara.

Así, la familia se traslada a la ciudad bonaerense de Tandil, donde Cabral, mientras trabaja como peón rural, toma contacto con la música folclórica, pero también con el alcohol y la delincuencia.

Estuvo en un reformatorio

Por robar, es enviado a un reformatorio, donde, gracias a un jesuita, mitiga su comportamiento violento entre los libros de una biblioteca.

Finalmente se escapa y se produce el mítico encuentro con Simón, un vagabundo que le hizo descubrir a Dios al recitarle el Sermón de la Montaña y, además, dar el empujón inicial a su carrera musical pues aquella experiencia epifánica le movió a componer su primera canción “Vuele bajo”, una canción de cuna.

Con su guitarra al hombro, pocos años después, se mudó a la turística ciudad bonaerense de Mar del Plata, donde el dueño de un hotel le dio la oportunidad de cantar en público por primera vez.

Su fama se consagra en 1970

Se consagró en 1970 con “No soy de aquí, ni soy de allá”, canción mundialmente famosa.

Predicador del “cristianismo ecuménico”, a Cabral se lo escuchó incansablemente hablar de Jesucristo, de Gandhi y de la Madre Teresa de Calcuta.

Cabral relató que una vez le preguntaron a la beata si tenía amigos artistas, en referencia al cantautor argentino, ella respondió: “El no es artista. Es un testigo. Es un testimonio de lo que puede hacer Dios con tu vida si te dejas llevar por Él”.

Además de su mensaje espiritual, sus canciones se caracterizaron por un tono de crítica social y protesta, rasgo este último por el que se vio obligado a exiliarse en 1976, con el advenimiento de la dictadura militar que gobernó Argentina hasta 1983.

Fue un exiliado

Exiliado en México, siguió con su carrera musical. A los 40 años, conoció en Nueva York al “amor de su vida”, una joven veinte años menor que él con la que tuvo una hija. Ambas murieron en un accidente de avión.

Abatido por la tragedia, fue precisamente la Madre Teresa quien le sacudió preguntándole “Facundo, ¿dónde vas a poner el amor que te va a sobrar?”, y así se lo llevó a bañar leprosos a Calcuta.

En 1984, regresó a Argentina para ser profeta en su tierra, vendiendo discos y llenando teatros y estadios.

Hombre de mil anécdotas, de vida intensa, vivía desde hace algunos años en un hotel de Buenos Aires, ya casi ciego, pero sin dejar de crear y comunicar su arte.

Grabó decenas de discos y escribió varios libros, una decena de ellos editados, entre ellos “Borges y yo”, donde repasa sus diálogos con el célebre escritor argentino.

Declarado por la Unesco “Mensajero mundial de la paz” y nominado al Nobel de la Paz en 2008, Cabral murió paradójicamente víctima de una atroz violencia, a la que no le tenía miedo.

“Si estás poblado de amor no podés tener miedo porque el amor es valentía. Yo me crié en la violencia, con siete hermanos, nueve años en el desierto y cuatro de ellos murieron de hambre y de frío. Me crié con la violencia, luego la dictadura, el abandono de mi padre”, dijo Cabral el año pasado, en un entrevista en México, cuando le preguntaron si no tenía miedo de actuar allí.

(Con información de EFE)

fuente www.cubadebate.cu

Descargar uno de sus monólogos aquí

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Bicicletas voladoras

Publicada el 28/06/2011 - 12/04/2021 por Ecotropía

Cuando choquen los planetas y el mundo se termine, sólo quedará una manera de escapar: la bicicleta.

Por Luis Gruss

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Simulacro y simulaciones

Publicada el 27/06/2011 - 27/06/2011 por raas

Traducción parcial de un texto de Baudrillard, «Simulacro y Simulaciones», que desarrolla conceptos en torno al proceso en que la realidad imita al modelo que se ha hecho de ella: en torno a que si primero es el mapa el que pretende conceptualizar lo real, ahora es lo real lo que imita los modelos de simulación que se hace de ella. Poder, lógica del trabajo, y la destrucción de la realidad a través de su cortocircuito constante por parte de los mecanismos de la simulación.

“El simulacro nunca es aquello que oculta la verdad – es la verdad lo que oculta que no hay verdad alguna. El simulacro es cierto”. Ecclesiastes

Podemos tomar como la alegoría más adecuada de la simulación el cuento de Borges donde los cartógrafos del Imperio dibujan un mapa que acaba cubriendo exactamente el territorio: pero donde, con el declinar del Imperio, este mapa se vuelve raído y acaba arruinándose, unas pocas tiras aún discernibles en los desiertos – la belleza metafísica de esta abstracción arruinada, dando testimonio del orgullo imperial y pudriéndose como un cadáver, volviendo a la sustancia de la tierra, tal y como un doble que envejece acaba siendo confundido con la cosa real). La fábula habría llegado entonces como un círculo completo a nosotros, y ahora no tiene nada excepto el encanto discreto de un simulacro de segundo orden.

La abstracción hoy no es ya la del mapa, el doble, el espejo o el concepto. La simulación no es ya la de un territorio, una existencia referencial o una sustancia. Se trata de la generación de modelos de algo real que no tiene origen ni realidad: un «hiperreal». El territorio ya no precede al mapa, ni lo sobrevive. De aquí en adelante, es el mapa el que precede al territorio, es el mapa el que engendra el territorio; y si reviviéramos la fábula hoy, serían las tiras de territorio las que lentamente se pudren a lo largo del mapa. Es lo real y no el mapa, cuyos escasos vestigios subsisten aquí y allí: en los desiertos que no son ya más del Imperio, sino nuestros. El desierto de lo real en sí mismo.

De hecho, incluso invertida, la fábula es inútil. Quizá sólo queda la alegoría del Imperio. Puesto que es con el mismo imperialismo con el que los simuladores de hoy en día intentan que todo lo real coincida con los modelos de simulación. Pero ya no es cuestión que se decida entre mapas y territorio. Algo ha desaparecido: la diferencia soberana entre ellos que era el encanto de la abstracción. Ya que es la diferencia lo que forma la poesía del mapa y el encanto del territorio, la magia del concepto y el encanto de lo real. […] Lo real se produce a partir de unidades miniaturizadas, de matrices, bancos de memoria y modelos de comandos? y con estos puede reproducirse un número indefinido de veces. Ya no tiene que ser racional, puesto que ya no se mide respecto a algún ideal o instancia negativa. No es más que práctico, operacional.

[…] Del mismo orden que la imposibilidad de redescubrir un nivel absoluto de lo real, es la imposibilidad de representar una ilusión. La ilusión ya no es posible, dado que lo real tampoco es ya posible. Es el problema político completo de la parodia, de la hipersimulación o de la simulación ofensiva, el que se plantea aquí.

Por ejemplo: sería interesante ver si el aparato represivo no reaccionaría más violentamente ante una toma de rehenes simulada que ante una real. Al fin y al cabo, la real sólo cambia el orden de las cosas, el derecho a la propiedad, mientras que la simulada interfiere con el mismo principio de realidad. La transgresión y la violencia son menos dañinos, puesto que sólo desafían la distribución de lo real. La simulación es infinitamente más dañina, puesto que siempre está sugiriendo que la ley y el orden en sí mismos podían realmente no ser más que una simulación.

Pero la dificultad es proporcional al riesgo. ¿Cómo fingir una ruptura y ponerla a prueba? Simula un robo en unos grandes almacenes: ¿cómo convences a los guardias de seguridad de que era un robo simulado? No hay diferencia «objetiva»: los mismos gestos y los mismos signos existen que en un robo real; de hecho, los signos no inclinan hacia ninguno de los dos lados. En lo que al orden establecido concierne, siempre pertenecerán al orden de lo real.

Organiza una toma falsa de rehenes. Asegúrate de que tus armas no pueden causar daño alguno, y toma a rehenes de tu mayor confianza de modo que ninguna vida esté en peligro (de otro modo te arriesgas a cometer un delito). Pide una recompensa, y arréglalo de modo que la operación pueda llegar a crear la mayor conmoción posible – en resumen, permanece cerca de la «verdad», para probar la reacción del aparato a una simulación perfecta. Pero aun así no tendrás éxito: la red de signos artificiales serán irremediablemente mezclados con elementos de lo real (un oficial de policía realmente disparará al tenerte a tiro; un cliente del banco se desmayará y morirá de un ataque al corazón; realmente te pondrán recompensa) – en resumen, te encontrarás sin remedio inmediatamente en lo real, una de cuyas funciones es precisamente devorar cualquier intento de simulación, para reducirlo todo a un poco de realidad – lo cual es exactamente todo lo que es el orden establecido, mucho antes de que las instituciones y la justicia tomen parte y jueguen su papel.

En esta imposibilidad de aislar el proceso de la simulación debe verse todo el empuje de un orden que sólo puede ver y entender en términos de «un poco de realidad», dado que no puede funcionar en ningún otro lugar. La simulación de un delito, será castigada con mayor ligereza (porque no tiene «consecuencias»), o será castigado como ofensa a lo público (por ejemplo, se hizo una operación policial «por nada»). Nunca como una simulación, puesto que precisamente como tal no hay equiparación con lo real, y por tanto tampoco represión. El reto de la simulación es irrecibible por el poder. ¿Cómo puedes castigar la simulación de virtud? Y aun así es tan seria como la simulación de un crimen. La parodia hace la obediencia y la transgresión equivalentes, y eso es el crimen más serio, dado que cancela la diferencia respecto a la que la ley está basada. El orden establecido no puede hacer nada contra ello, puesto que la ley es un simulacro de segundo orden mientras que la simulación es de tercero, más allá de lo verdadero y lo falso, más allá de las equivalencias, más allá de las distinciones racionales sobre las que funcionan el poder y lo social. Así pues, fallando en lo real, es aquí donde debemos apuntar al orden.

Por esto es por lo que el orden siempre opta por lo real. En un estado de no-certeza, siempre prefiere asumir esto. Pero esto se hace cada vez más y más difícil, puesto que es pragmáticamente imposible aislar el proceso de simulación. A través de la fuerza de la inercia de lo real que nos rodea, el inverso también es cierto (y esta misma reversibilidad forma parte del aparato de simulación y de la impotencia del poder): es decir, ahora es imposible aislar el proceso de lo real, o probar lo real.

Así, todas las tomas de rehenes y parecidos son ahora como si fueran tomas de rehenes simuladas, en el sentido de que están inscritas de antemano en los rituales de orquestación y decodificación de los medios, anticipados en su forma de presentación y consecuencias posibles. En resumen, su función es la de un grupo de símbolos dedicados exclusivamente a su recurrencia como signos, y ya no más hacia su «verdadero» objetivo en absoluto. Pero esto no los hace inofensivos. Al contrario, equivale a eventos hiperreales, deprivados de todo contenido u objetivos particulares, pero refractados indefinidamente el uno por el otro, de modo que son inverificables por un orden que sólo puede moverse en lo real y lo racional, en los fines y medios. Un orden referencial que sólo puede dominar a los propios referenciales, una forma de poder específico que sólo puede dominar un mundo específico, pero que no puede hacer nada ante la recurrencia sin fin de la simulación, sobre esa nébula sin peso que ya no obedece la ley de la gravitación de lo real – el poder en sí mismo desgajándose en este espacio y convirtiéndose en una simulación de poder, desconectado de sus objetivos, y dedicado a la simulación en masa.

La única arma del poder, su única estrategia contra esta derrota, es reinyectar realidad y referencialidad en todos lados, para intentar convencernos de la realidad de lo social, de la gravedad de la economía y las finalidades de la producción. Para ese propósito prefiere el discurso de la crisis, pero también – ¿por qué no? – el discurso del deseo. «¡Toma tus deseos como realidad!» podría entenderse como el slogan definitivo del poder, puesto que en un mundo no-referencial incluso la confusión del principio de realidad con el principio de deseo es menos dañino que la hiperrealidad contagiosa. Uno permanece entre principios, ahí el poder siempre tiene razón.

La hiperrealidad y la simulación disuaden todo principio y todo objetivo; vuelven contra el poder esta disuasión que ha sido tan bien utilizada por largo tiempo. Pues fue el capital el primero en alimentarse a través de su historia de la destrucción de toda referencia, todo objetivo humano, lo que quebró toda distinción ideal entre verdadero y falso, bueno y malo, para establecer una ley radical de equivalencia e intercambio, la ley de hierro de su poder. Fue el primero en practicar disuasión, abstracción, desconexión, desterritorialización, etc; y si fue el capital el que fomentó el concepto de la realidad, fue también el primero en liquidarlo en el exterminio de cada valor de uso, cada equivalencia real de producción y riqueza, en la omnipotencia de la manipulación. Ahora es esta misma lógica la que hoy se endurece aun más contra él. Y cuando intenta luchar contra esta catastrófica espiral secretando un último brillo de realidad, en el que pueda encontrarse un último brillo de poder, sólo multiplica los signos y acelera el juego de la simulación.

Al estar históricamente amenazado por lo real, el poder arriesgó la disuasión y la simulación, desintegrando toda contradicción a través de la producción de signos equivalentes. Cuando es amenazado hoy por la propia simulación (la amenaza de desaparecer en el juego de signos), el poder arriesga lo real, arriesga crisis, juega con la remanufacturación de las bases artificiales, sociales, económicas, políticas. Esta es una cuestión de vida o muerte para él, pero es tarde.

De ahí la histeria característica de nuestro tiempo: la histeria de la producción y reproducción de lo real. La otra producción, aquella de bienes y comodidades, aquella belle epoque de la economía política, ya no tiene sentido por sí misma, y no lo ha tenido ya por un tiempo. Lo que la sociedad busca a través de la producción y sobreproducción, es la restauración de lo real que se le escapa. Por esto es por lo que la producción «material» contemporánea es en sí misma hiperreal. Conserva todas sus características y todo su discurso de la producción tradicional, pero no es más que su refracción a una escala más baja (así que los hiperrealistas atan a una impresionante semejanza una realidad donde ha escapado todo encanto, todo significado, toda la profundidad y la energía de la representación). Así, el hiperrealismo de la simulación se expresa en todas partes por la impresionante semejanza de lo real a sí mismo.

El poder también por algún tiempo ya no produce más que signos de su propia semejanza. Y al mismo tiempo, otra figura de poder entra en juego: la demanda colectiva por signos de poder – una unión sagrada que se forma alrededor de la desaparición del poder. Todo el mundo pertenece a él más o menos con miedo ante el colapso de lo político. Y al final, el juego del poder no resulta ser más que la obsesión crítica con el poder – una obsesión con su muerte, con su supervivencia, cuanto mayor más desaparece; cuando ha desaparecido por completo, lógicamente estaremos bajo el completo hechizo del poder -, un recuerdo cautivador anunciado ya en todas partes manifestándose en un lugar particular, y al mismo tiempo la compulsión para librarse de él (nadie lo quiere ya, todos lo descargan sobre otros), y el aprensivo lamento sobre su pérdida. Melancolía para sociedades sin poder: esto ya alzó al fascismo, esa sobredosis de un referencial poderoso en una sociedad que no puede acabar su lamento.

Pero estamos aún en el mismo barco: ninguna de nuestras sociedades sabe cómo manejar su lamento por lo real, por el poder, por lo social, que se implica en esta ruptura. Y es a través de una revitalización artificial de todo esto por lo que intentamos escapar a ello. Inevitablemente esto acabará en el socialismo. A través de un giro de los eventos y una ironía que ya no pertenece a la historia, es a través de la muerte de lo social que el socialismo emergerá – tal y como es a través de la muerte de Dios que las religiones emergen-. Un retorcido camino, un evento perverso y reverso ininteligible a la lógica de la razón. Tal y como lo es el hecho de que el poder tan sólo está presente para ocultar que no hay ninguno. Una simulación que puede continuar indefinidamente, puesto que – no como el «verdadero» poder que es o fue una estructura, una estrategia, una relación de fuerza, un interés – ahora no es más que el objeto de una demanda social, y por tanto sujeta a la ley de la oferta y la demanda, en lugar de a la violencia y la muerte. Completamente destripada de su dimensión política, es dependiente como cualquier otro bien manufacturado, de la producción y el consumo de las masas. Su brillo ha desaparecido – sólo la ficción de un universo político se salva.

Del mismo modo con el trabajo, el brillo de su producción y su violencia no existen ya. Todo el mundo produce aún, y más y más, pero el trabajo sutilmente se ha convertido en otra cosa: una necesidad (como Marx idealmente lo vio, pero no en el mismo sentido), el objeto de la demanda social, como el ocio, al que es equivalente en el cómputo general de las opciones de vida. Una demanda igualmente proporcional exactamente a la pérdida de base del proceso del trabajo. El mismo cambio en la fortuna como en el poder: el objetivo del escenario en que se representa el trabajo es ocultar el hecho de que el trabajo-real, la producción-real, han desaparecido. Y por ello también lo ha hecho la huelga-real, que ya no es detener el trabajo, sino su polo alternativo en la ascensión ritual del calendario social. Es como si todos hubieran «ocupado» su lugar de trabajo, tras declarar la huelga, y hubieran seguido produciendo,… como es costumbre en trabajos conducidos por uno mismo, en exactamente los mismos términos que antes, declarándose a sí mismos (y estando virtualmente) en un estado de huelga permanente.

No es esto un sueño de ciencia ficción: en todas partes es una cuestión de duplicar el proceso del trabajo – y de un doble para el proceso de la huelga, que se incorpora como crisis en la producción-. Así que no hay ya más huelgas o trabajo sino ambos a la vez, quiere decir algo totalmente distinto: una brujería del trabajo, un escenodrama (para no decir melodrama) de la producción, una dramaturgia colectiva ante el vacío escenario de lo social.

No es ya más una cuestión de la ideología del trabajo – de la ética tradicional que oculta el proceso «real» de trabajo y el proceso «objetivo» de explotación – sino del escenario de trabajo. Del mismo modo, no es ya una cuestión de la ideología del poder, sino del escenario del poder. Las ideologías clásicamente corresponden a la traición de la realidad a través de los signos; la simulación corresponde al cortocircuito de la realidad y su reduplicación a través de signos. Siempre es el objetivo del análisis ideológico la restauración del proceso objetivo; siempre es un falso problema intentar restaurar la realidad detrás del simulacro.

Por esto es en última instancia por lo que el poder siempre está apoyado por los discursos y los discursos sobre ideología, pues todos estos discursos acerca de la verdad, incluso y especialmente si tienen un carácter revolucionario, para contrarrestar las caídas mortales de la simulación.

Jean Baudrillard

fuente www.decondicionamiento.org

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La megamáquina y la destrucción del vínculo social

Publicada el 26/06/2011 - 19/10/2022 por Ecotropía

Lewis Mumford, y aún más Cornelius Castoriadis, nos enseñaron que la máquina más extraordinaria inventada por el genio humano no es otra que la organización social misma. Después de la metáfora del organismo, la metáfora de la máquina ha sido utilizada ad nauseam para referirse a la sociedad. Lo cierto es que, conforme a la visión cartesiana del animal máquina, las dos metáforas remiten a una misma visión mecanicista de la sociedad.

Por Serge Latouche
1998

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El leninismo, ideología fascista

Publicada el 25/06/2011 - 03/06/2022 por Ecotropía

La existencia de sectas inmovilistas más o menos virtuales que se reclaman de Lenin es hoy un asunto más relacionado con las neurosis que acechan a los individuos inmersos en las condiciones modernas del capitalismo que con la lucha por las ideas que sostienen los rebeldes contra los ideólogos de la clase dominante.

Por Miguel Amorós
3 de diciembre de 2006

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El imperio del consumo

Publicada el 19/06/2011 - 19/06/2011 por raas

La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble.

La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar. La expansión de la demanda choca con las fronteras que le impone el mismo sistema que la genera.

El sistema necesita mercados cada vez más abiertos y más amplios, como los pulmones necesitan el aire, y a la vez necesita que anden por los suelos, como andan, los precios de las materias primas y de la fuerza humana de trabajo. El sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre compradora; pero ni modo: para casi todos esta aventura comienza y termina en la pantalla del televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo.

El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente. En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En la fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar. Este modo de vida no es muy bueno para la gente, pero es muy bueno para la industria farmacéutica. EEUU consume la mitad de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas que se venden legalmente en el mundo, y más de la mitad de las drogas prohibidas que se venden ilegalmente, lo que no es moco de pavo si se tiene en cuenta que EEUU apenas suma el cinco por ciento de la población mundial.

«Gente infeliz, la que vive comparándose», lamenta una mujer en el barrio del Buceo, en Montevideo. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el tango, ha dejado paso a la vergüenza de no tener. Un hombre pobre es un pobre hombre. «Cuando no tenés nada, pensás que no valés nada», dice un muchacho en el barrio Villa Fiorito, de Buenos Aires. Y otro comprueba, en la ciudad dominicana de San Francisco de Macorís: «Mis hermanos trabajan para las marcas. Viven comprando etiquetas, y viven sudando la gota gorda para pagar las cuotas».

Invisible violencia del mercado: la diversidad es enemiga de la rentabilidad, y la uniformidad manda. La producción en serie, en escala gigantesca, impone en todas partes sus obligatorias pautas de consumo. Esta dictadura de la uniformización obligatoria es más devastadora que cualquier dictadura del partido único: impone, en el mundo entero, un modo de vida que reproduce a los seres humanos como fotocopias del consumidor ejemplar.

El consumidor ejemplar es el hombre quieto. Esta civilización, que confunde la cantidad con la calidad, confunde la gordura con la buena alimentación. Según la revista científica The Lancet, en la última década la «obesidad severa» ha crecido casi un 30 % entre la población joven de los países más desarrollados. Entre los niños norteamericanos, la obesidad aumentó en un 40% en los últimos dieciséis años, según la investigación reciente del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Colorado. El país que inventó las comidas y bebidas light, los diet food y los alimentos fat free, tiene la mayor cantidad de gordos del mundo. El consumidor ejemplar sólo se baja del automóvil para trabajar y para mirar televisión. Sentado ante la pantalla chica, pasa cuatro horas diarias devorando comida de plástico.

Triunfa la basura disfrazada de comida: esta industria está conquistando los paladares del mundo y está haciendo trizas las tradiciones de la cocina local. Las costumbres del buen comer, que vienen de lejos, tienen, en algunos países, miles de años de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo que de alguna manera está en los fogones de todos y no sólo en la mesa de los ricos. Esas tradiciones, esas señas de identidad cultural, esas fiestas de la vida, están siendo apabulladas, de manera fulminante, por la imposición del saber químico y único: la globalización de la hamburguesa, la dictadura de la fast food. La plastificación de la comida en escala mundial, obra de McDonald’s, Burger King y otras fábricas, viola exitosamente el derecho a la autodeterminación de la cocina: sagrado derecho, porque en la boca tiene el alma una de sus puertas.

El campeonato mundial de fútbol del 98 nos confirmó, entre otras cosas, que la tarjeta MasterCard tonifica los músculos, que la Coca-Cola brinda eterna juventud y que el menú de McDonald’s no puede faltar en la barriga de un buen atleta. El inmenso ejército de McDonald’s dispara hamburguesas a las bocas de los niños y de los adultos en el planeta entero. El doble arco de esa M sirvió de estandarte, durante la reciente conquista de los países del Este de Europa. Las colas ante el McDonald’s de Moscú, inaugurado en 1990 con bombos y platillos, simbolizaron la victoria de Occidente con tanta elocuencia como el desmoronamiento del Muro de Berlín.

Un signo de los tiempos: esta empresa, que encarna las virtudes del mundo libre, niega a sus empleados la libertad de afiliarse a ningún sindicato. McDonald’s viola, así, un derecho legalmente consagrado en los muchos países donde opera. En 1997, algunos trabajadores, miembros de eso que la empresa llama la Macfamilia, intentaron sindicalizarse en un restorán de Montreal en Canadá: el restorán cerró. Pero en el 98, otros empleados e McDonald’s, en una pequeña ciudad cercana a Vancouver, lograron esa conquista, digna de la Guía Guinness.

Las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo. Cualquiera entiende, en cualquier lugar, los mensajes que el televisor transmite. En el último cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo obligatorio. Tiempo libre, tiempo prisionero: las casas muy pobres no tienen cama, pero tienen televisor, y el televisor tiene la palabra. Comprado a plazos, ese animalito prueba la vocación democrática del progreso: a nadie escucha, pero habla para todos. Pobres y ricos conocen, así, las virtudes de los automóviles último modelo, y pobres y ricos se enteran de las ventajosas tasas de interés que tal o cual banco ofrece. Los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la soledad. Las cosas tienen atributos humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla. La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los mercados.

Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar: ellas también pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para atravesar las aduanas de la sociedad de clases, llaves que abren las puertas prohibidas. Cuanto más exclusivas, mejor: las cosas te eligen y te salvan del anonimato multitudinario. La publicidad no informa sobre el producto que vende, o rara vez lo hace. Eso es lo de menos. Su función primordial consiste en compensar frustraciones y alimentar fantasías: ¿En quién quiere usted convertirse comprando esta loción de afeitar? El criminólogo Anthony Platt ha observado que los delitos de la calle no son solamente fruto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética individualista. La obsesión social del éxito, dice Platt, incide decisivamente sobre la apropiación ilegal de las cosas. Yo siempre he escuchado decir que el dinero no produce la felicidad; pero cualquier televidente pobre tiene motivos de sobra para creer que el dinero produce algo tan parecido, que la diferencia es asunto de especialistas.

Según el historiador Eric Hobsbawm, el siglo XX puso fin a siete mil años de vida humana centrada en la agricultura desde que aparecieron los primeros cultivos, a fines del paleolítico. La población mundial se urbaniza, los campesinos se hacen ciudadanos. En América Latina tenemos campos sin nadie y enormes hormigueros urbanos: las mayores ciudades del mundo, y las más injustas. Expulsados por la agricultura moderna de exportación, y por la erosión de sus tierras, los campesinos invaden los suburbios. Ellos creen que Dios está en todas partes, pero por experiencia saben que atiende en las grandes urbes. Las ciudades prometen trabajo, prosperidad, un porvenir para los hijos. En los campos, los esperadores miran pasar la vida, y mueren bostezando; en las ciudades, la vida ocurre, y llama.

Hacinados en tugurios, lo primero que descubren los recién llegados es que el trabajo falta y los brazos sobran, que nada es gratis y que los más caros artículos de lujo son el aire y el silencio. Mientras nacía el siglo XIV, fray Giordano da Rivalto pronunció en Florencia un elogio de las ciudades. Dijo que las ciudades crecían «porque la gente tiene el gusto de juntarse». Juntarse, encontrarse. Ahora, ¿quién se encuentra con quién? ¿Se encuentra la esperanza con la realidad? El deseo, ¿se encuentra con el mundo? Y la gente, ¿se encuentra con la gente? Si las relaciones humanas han sido reducidas a relaciones entre cosas, ¿cuánta gente se encuentra con las cosas? El mundo entero tiende a convertirse en una gran pantalla de televisión, donde las cosas se miran pero no se tocan. Las mercancías en oferta invaden y privatizan los espacios públicos. Las estaciones de autobuses y de trenes, que hasta hace poco eran espacios de encuentro entre personas, se están convirtiendo ahora en espacios de exhibición comercial.

El shopping center, o shopping mall, vidriera de todas las vidrieras, impone su presencia avasallante. Las multitudes acuden, en peregrinación, a este templo mayor de las misas del consumo. La mayoría de los devotos contempla, en éxtasis, las cosas que sus bolsillos no pueden pagar, mientras la minoría compradora se somete al bombardeo de la oferta incesante y extenuante. El gentío, que sube y baja por las escaleras mecánicas, viaja por el mundo: los maniquíes visten como en Milán o París y las máquinas suenan como en Chicago, y para ver y oír no es preciso pagar pasaje. Los turistas venidos de los pueblos del interior, o de las ciudades que aún no han merecido estas bendiciones de la felicidad moderna, posan para la foto, al pie de las marcas internacionales más famosas, como antes posaban al pie de la estatua del prócer en la plaza. Beatriz Solano ha observado que los habitantes de los barrios suburbanos acuden al center, al shopping center, como antes acudían al centro.

El tradicional paseo del fin de semana al centro de la ciudad, tiende a ser sustituido por la excursión a estos centros urbanos. Lavados y planchados y peinados, vestidos con sus mejores galas, los visitantes vienen a una fiesta donde no son convidados, pero pueden ser mirones. Familias enteras emprenden el viaje en la cápsula espacial que recorre el universo del consumo, donde la estética del mercado ha diseñado un paisaje alucinante de modelos, marcas y etiquetas. La cultura del consumo, cultura de lo efímero, condena todo al desuso mediático.

Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de vender. Las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. Hoy que lo único que permanece es la inseguridad, las mercancías, fabricadas para no durar, resultan tan volátiles como el capital que las financia y el trabajo que las genera. El dinero vuela a la velocidad de la luz: ayer estaba allá, hoy está aquí, mañana quién sabe, y todo trabajador es un desempleado en potencia. Paradójicamente, los shoppings centers, reinos de la fugacidad, ofrecen la más exitosa ilusión de seguridad. Ellos resisten fuera del tiempo, sin edad y sin raíz, sin noche y sin día y sin memoria, y existen fuera del espacio, más allá de las turbulencias de la peligrosa realidad del mundo.

Los dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza, sin tregua, al mercado. Pero, ¿a qué otro mundo vamos a mudarnos? ¿Estamos todos obligados a creernos el cuento de que Dios ha vendido el planeta unas cuantas empresas, porque estando de mal humor decidió privatizar el universo? La sociedad de consumo es una trampa cazabobos. Los que tienen la manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la poca naturaleza que nos queda. La injusticia social no es un error a corregir, ni un defecto a superar: es una necesidad esencial. No hay naturaleza capaz de alimentar a un shopping center del tamaño del planeta.

Eduardo Galeano

fuente www.poesiasalvaje.org/fuego

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Usted es un negro de mierda

Publicada el 15/06/2011 - 15/06/2011 por raas

Pase y vea señora

Negros aceitosos, gordos adiposos y raquíticos minusválidos; judíos rancios e indigentes mugrientos y condenados; bolitas hediondos y paraguas come naranjas; travestis, lesbianas, homosexuales en general; pobres cieguitos, sordos de mierda, rengos hijos de puta. En fin: todo aquel que se sienta, al menos en una parte, diferente a las personas normales y bien hechas, absténgase de continuar con el siguiente texto.

-¡Qué barbaridad! ¡ Qué atropello! ¡Que degeneración humana ha de ser quien dice esto! ¡Pero que descarado!… mi Dios– Suena el timbre y la señora desiste la lectura para abrir la puerta de calle.
-¿Tiene algo?- Un nene la mira desde lo bajo con ojos de cachorro.
-Si, mi vida, esperá- doña vuelve a la cocina y manotea un paquete de galletitas de agua del estante.
-Tomá. Pero te lo comés vos solito ¿eh?.- Le apoya una mano en la cabeza y acaricia uno de sus mechones grasientos con la seguridad de quien acaricia por primera vez un perro desconocido. Después cierra y se va adentro para ver la tele. Algo le hace ruido en la nuca: ese chico era rubio y de ojos azules, qué extraño. Pero está segura: de haber sido morocho no hubiera dudado en hacer la misma caridad. Faltaba más… una creyente acérrima como ella… Envalentonada por su bondad y por sus propios pensamientos antirracistas cambia de idea. Apaga el noticiero y le vuelve a hacer frente a la lectura.

¿Se decidió a seguir?, entonces escuche. No hay nada como poder dormir con la conciencia tranquila ¿O no?. Nadie descansa mejor que el buen ciudadano, que apoya el noble parietal sobre la mullida almohada para recomponer las fatigas de su benevolente espíritu.
Seguro. Usted es una persona que dice no ser ni más ni menos que cualquier otra. Seguro. Usted venera la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Seguro. Usted está en contra de cualquier clase de sometimiento a la especie que pertenece. Seguro. Usted, cada vez que puede, hace el bien; por eso no duda en soltar una moneda en cada ocasión que un negrito se avasalla contra su motorizada propiedad privada para limpiarle el parabrisas en algún semáforo; usted siempre suelta una chirola, por más que eso le rompa soberanamente las pelotas; por más que, en algún rincón, sienta un completo rechazo y un escalofrío en la médula por el sólo hecho de tener esos seres en harapos en las cercanías de su coche.

Por suerte existe el vil metal, que es el ente regulador por excelencia de la condición humana. Pensar que una simple moneda sirve para mantener la distancia divina y necesaria entre dos mundos que por fortuna son irreconciliables. Entonces usted sigue su camino con la convicción de que el universo es un lugar algo mejor ahora que su bondad ha intervenido con cara de moneda de cinco; y esa caras polvorientas, de narices con mocos sucios, vuelven a esperar el próximo semáforo para establecer un nuevo contacto con el paraíso celeste de los filántropos. Cada hormiga a su hormiguero.

Doña se rasca la cabeza y sus pupilas revolotean y brillan como bicho de luz. Y otra vez el timbre. Otro nene, éste más acorde con el villero prototipo. Por supuesto no escapó al examen exhaustivo: morochazo. Manchas blancuzcas en la piel, carcomida por los hongos contagiados por vaya a saberse qué perro. Mocos más verdes de lo común amenazando con rozar la boca. Labios sucios matizados con una sustancia mezcla de tierra y saliva. Mismos ojos de cachorro que el anterior, mismo pedido. A este no se lo acaricia.
La señora va adentro y vuelve con otro paquete.

– Es el último que les doy ¿eh?. Ya le di uno hoy al otro nene.- Como si los cuerpos y las almas del hambre fueran uno sólo y todos dieran igual.
Doña hecha llave y cerrojo a la puerta. Otra vez a la lectura.

A la mierda. La empalagosa compasión, ese es el problema, o al menos es el manto de estupidez que impide llamar a las cosas por su nombre. Y a la cosa, en este caso, solo se la puede llamar de una forma: racismo. Así como suena: encolerizado, cobarde, enfermizo y agazapado ra – cis – mo. Palabra en desuso y que suena hasta idiota cuando se la pronuncia.

Racismo: serpiente ponzoñosa que se atraganta y envenena con su propia lengua bífida. Monstruo de dos cabezas voraces que se devoran mutuamente. La primera, madre de la segunda, es el miedo personal o grupal motivado en lo que el otro o los otros representan; es el temor a la perdida de determinado bien, status o condición a manos de supuestos despreciables. La segunda, engendrada como encubrimiento de la primera, es la necesidad de creerse y justificarse superior y distinto; es el dividir las aguas, marcar territorio, establecer que las diferencias existen y son inconciliables. Es degradar por temor a ser degradado. Es soltar la moneda con misericordia.

Pocas veces se manifiesta a lo que se teme. De no ser así sería común escuchar: “Estos bolivianos de mierda tienen más conciencia del laburo que yo”, o “escondé el reloj, este morocho seguro que te lo afana”, o, “No soporto estar al lado de este puto” ,o, “judío tacaño, hijo de puta y cagador”

La degradación y la conciencia de superioridad aparecen como moscas en la bosta en el “¡qué lo parió, estos bolitas de mierda nos invaden el país!”, o, “ahí viene un negro, mejor le doy veinticinco centavos así se va”; o en el odio exacerbado del homofóbico que no se anima a asumir su propia homosexualidad, o en el desprecio pseudo-nazi hacia la sapiencia y laboriosidad del pueblo judío.
El racismo es eso: tiritar de miedo y enfundarse en un traje de soberbia y supremacía para disimularlo.

Doña golpea la mesa con vehemencia y dice que es mentira, que el racismo ya pasó, que el racismo era algo así como la lucha entre los blancos y los negros.
Pero fíjese bien señora, que tal vez la cosa se ha hecho un poco más compleja. Pensemos en esto, un minúsculo ejemplo de la estupidez que vomitamos sin siquiera darnos cuenta: la siempre tan útil y cómoda expresión “negro de mierda” no hace referencia singular al de piel morena, sino que derivó a tal punto que, hoy, se usa para nombrar a toda aquella persona que se haya comportado o actuado de forma vil o reprochable. El ser negro está referido implícitamente en el significado de la expresión. En criollo: ser negro es ser una basura.

Aunque por decir “negro de mierda” una y otra vez no se va a ser ni mejor ni peor ciudadano. Las palabras no son de temer y hay que aceptar los reveses lingüísticos. Por eso acúñese el término e impleménteselo a discreción. Llámese “negro de mierda” a todo aquel que haya tenido una actitud o conducta estúpida y despreciable. En fin, llámese “negro de mierda” a todo aquel que se sintió plenamente autorizado a seguir adelante después de haber leído las primeras líneas de este texto.

Leandro N. Moreno
ln_moreno@hotmail.com
2005

fuente www.argentina.indymedia.org/news/2005/02/263901.php

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La justificación ética del imperialismo

Publicada el 12/06/2011 - 12/06/2011 por raas

Todos los imperios, todas las naciones y todos los gobernantes han tendido siempre a conseguir dos cosas: una, legitimar ante la opinión pública sus actuaciones, y otra, asegurarse la continuidad del poder (1). Una justificación mucho más perentoria si de lo que se trataba era de justificar un genocidio. Toda lucha armada va siempre acompañada de otra retórica (2).

En ella, abundan los eufemismos, para evitar llamar por su nombre a las cosas. Frente a la violencia innata del hombre se ponía sobre la mesa la civilización que, era la que hacía posible la convivencia. Por ello, llevar la civilización a los pueblos bárbaros no solo era deseable sino una obligación de los pueblos superiores. Había pueblos a los que evangelizar, culturizar y, en la actualidad, desarrollar. Una coartada perfecta que justificó lo mismo el expansionismo romano, que el hispano, el inglés o, actualmente el estadounidense.

Ya los griegos consideraron bárbaros prácticamente a todos aquellos que no eran helenos. Los romanos, crearon toda una corriente ideológica tendiente a justificar su expansión. Llama la atención que ya en el siglo I d. C. Cornelio Tácito en su obra Historias afirmara que todos los pueblos que habían sometido a otros lo habían hecho bajo el pretexto de llevarles la libertad (3). Incluso, en el siglo XVI, Ginés de Sepúlveda alabó la expansión romana en Hispania, pues, aunque generó algunos abusos, no fueron comparables con las ventajas, especialmente el haber traído a la Península Ibérica el latín (4).

En el siglo XVI también se justificó la expansión en nombre de Dios y de la civilización. La Conquista fue presentada como el triunfo de la civilización sobre la barbarie. Para la mayoría de los europeos de la época los amerindios constituían sociedades degeneradas y bárbaras por lo que se imponía la necesidad caritativa de civilizarlos o de cristianizarlos, que era la misma cosa. Por ejemplo, Antonio de Herrera contrapuso la civilización castellana al barbarismo indígena, donde mandaban todos con violencia, prevaleciendo el que más puede. Ahora bien, excluía del barbarismo a los mexicas y a los incas.

En el siglo XIX hubo verdaderos cantores de la expansión imperial que veían en dicha expansión el triunfo definitivo de la civilización sobre la barbarie. Incluso, el trabajo científico de Charles Darwin y su evolución de las especies fue usado por muchos para justificar la sumisión de unos hombres a otros. Es más llegó a escribir que la selección de las especies en el caso humano podría debilitarse debido precisamente a la civilización. Pero lo cierto es que, aunque Darwin en su famosa obra no se refirió específicamente a la especie humana, muchos interpretaron que los grupos más civilizados terminarían exterminando o asimilando a las razas salvajes del mundo (5).

Lamentablemente, en el siglo pasado esta línea de pensamiento que justificaba el predominio del hombre blanco se ha mantenido. La justificación ética del imperialismo británico ha sido especialmente duradera. En 1937 en una conferencia de la Commonwealth se afirmó que el único futuro que le quedaba a los indígenas australianos era su asimilación por la cultura occidental. Más allá de eso no había ningún futuro para ellos (6). En 1948 Lord Elton escribió con orgullo que el pueblo británico había sabido entender mejor que nadie su misión en el mundo, al comprender y asumir que el Imperio acarreaba más obligaciones que beneficios (7). Una justificación que siguen asumiendo actualmente algunos de los antiguos países de la Commonwealth. De hecho, en Australia, desde 1960 muchos niños indígenas han sido sacados de sus hogares para facilitar su aculturación, una practica que se seguía realizando a principios del siglo XXI (8).

El pensamiento anti-indio se hizo doctrina oficial en la Argentina del siglo XX, justificando el genocidio el destierro y el saqueo. En un libro de geografía, aprobado como texto escolar por el Ministerio de Educación, y escrito en 1926 por el profesor Eduardo Acevedo Díaz, escribió lo siguiente: La Republica Argentina no necesita de sus indios. Las razones sentimentales que aconsejan su protección son contrarias a las conveniencias nacionales”.

En muchos casos, fue la propia Iglesia quien encabezó la justificación del imperialismo, alegando que llevaban la luz de la fe a los pueblos bárbaros. La Iglesia oficialmente defendió esta línea en la colonización de los Hamburgo. Y ello porque los beneficios se los llevaban ambos poderes: la Iglesia con la incorporación de millones de nuevos fieles, y el estado ampliando sobremanera el número de tributarios. Por ello nada tiene de extraño que el Papa pidiera perdón por los excesos cometidos en nombre de Dios en Latinoamérica, el 12 de enero de 2000, en un documento titulado Memoria y Reconciliación (9) Bien es cierto que en la Edad Contemporánea cambió de actitud y pasaron a criticar el colonialismo y a defender la autodeterminación de las colonias.

Y tenía su lógica, aquellos pueblos estaban ya cristianizados, ya no tenía ningún sentido seguir apoyando su explotación por parte del Estado, por lo que el pacto tácito entre ambos se rompió. Al parecer, solo en el caso del imperio portugués, la Iglesia mantuvo el apoyo a la lucha armada del gobierno contra los movimientos independentistas. Y el cambio de actitud no se produjo hasta fechas sorprendentemente recientes, como la revolución de los Claveles de 1974 (10).

En la actualidad, sorprende nuevamente ver la misma justificación ética del neoimperialismo por parte de los Estados Unidos de América. Los mismos argumentos utilizados, por los romanos, el colonialismo moderno y el imperialismo decimonónico. Ahora se someten países sin conquistarlos físicamente, siempre bajo la justificación de liberarlos o de democratizarlos (11). Estados Unidos, igual que el Imperio Romano, se presenta como la garante de los derechos humanos y de la libertad el mundo.

2. El anticolonialismo

Obviamente, los que justificaban o justifican la superioridad ética o moral de unos pueblos sobre otros partían de una premisa falsa, pues las civilizaciones más avanzadas no han demostrado ser más pacíficas que las atrasadas sino al revés. Además, no se trataba más que de una tapadera para ocultar los verdaderos fines que no eran exactamente altruistas.

Hubo una corriente dominante que defendió el imperialismo, pues, de alguna forma los Estados se vieron obligados a justificar ante sus ciudadanos su política expansiva (12). Sin embargo, siempre hubo otra corriente contraria, la anticolonialista que perduraron en el seno de todas las potencias colonizadoras hasta el mismísimo siglo XX. Ésta corriente se opuso con uñas y dientes a la política expansiva de los Estados. Ya en el Imperio romano, una generación de escritores del siglo I a. C. entre los que se encontraba Cicerón empalizaron con los bárbaros, acusando desde dentro al propio ejército romano de cometer atrocidades. Cicerón denunció la práctica del ejército romano de destruir y saquear un territorio y afirmar que lo habían pacificado (13). Salustio fue todavía más allá al decir que la fundación de Roma sirvió de azote del mundo entero (14).

Dieciséis siglos después, el padre Las Casas denunció las mismas cosas, al afirmar que llamaban pacificar a destruir. Y es que ponían gran empeño en la justificación ética de sus atrocidades conscientes de que es imposible que un plan genocida prospere sino cuenta con el apoyo o el consentimiento del aparato estatal y de una buena parte de la población (15). No solo aplastaban al supuesto enemigo sino que además querían hacer creer que le asistía la razón. Por ello, en todos los imperios se debatió siempre la cuestión de la guerra justa.

En el imperio de los Habsburgo, la corriente crítica, aun siendo minoritaria, consiguió despertar muchas adhesiones, tocando la conciencia de muchos gobernantes. Realmente, fue la única potencia de nuestra era que se planteó seriamente la licitud de su ocupación. Una corriente de pensamiento que, en lo referente a los indios, encabezó el dominico fray Bartolomé de Las Casas, una persona comprometida socialmente con los más desfavorecidos en una época en la que casi nadie se ocupaba de ellos. Sin duda, la escuela de Salamanca y toda la corriente crítica debe figurar en un sitio de honor entre los defensores de los derechos civiles y sociales de la humanidad.

Esta ideología caló en los propios reyes quienes se mostraron siempre preocupados por expedir una legislación protectora. El mayor éxito de la corriente crítica fue la aprobación de las Leyes Nuevas en 1542-1543 en la que, al menos sobre el papel, se abolió la encomienda y la esclavitud del indio. No obstante, su convencimiento no fue absoluto porque pensaban en la misión imperial de España que solo se podía mantener con los lingotes de metal precioso que se extraían a costa del sudor y de la sangre de los indios.

También los imperialismos contemporáneos tuvieron grandes detractores, personas que se movieron dentro de una corriente crítica, jugándose y perdiendo en muchos casos sus propias vidas. En el Siglo de las Luces hubo muchos intelectuales, escritores y filósofos que se posicionaron frente al colonialismo. El propio Voltaire se refirió al cinismo de muchos al defender el derecho de gentes y a la par explotar a los nativos hasta la extenuación. Ya a finales del siglo XIX aparecieron otros críticos en Francia que combatieron ardorosamente la política colonial francesa. Entre ellos, destacaron hermanos George y León Bloy.

Este último denunció que era indigno para un país como Francia tener una historia colonial tan sangrante. Para él, la historia colonial francesa se resumía en seis palabras: dolor, ferocidad sin medida y bajeza. Los dos hermanos sufrieron persecuciones por decir lo que nadie quería oír, sufriendo deportaciones y encarcelaciones. Por su parte, Anatole France, en un discurso anticolonial pronunciado el 30 de enero de 1906 se lamentaba de que los pueblos llamados bárbaros no conocían a los franceses más que por sus crímenes.

Y es que occidente siempre se ha empeñado en evangelizar, modernizar, cooperar o democratizar otros territorios, ¿por qué? ¿para qué? Obviamente no por altruismo sino por el afán de dominar el mundo y de asentar y consolidar su poder. Y todo con la coartada de la civilización.

Esteban Mira Caballos

notas:
1) En este sentido, George Burdeau escribió que todos los mandatarios han tenido siempre la idea de conseguir ver reconocido su derecho a hacerlo. BURDEAU, George: El Estado. Madrid, Seminarios y Ediciones, 1975.
2) Hasta tal punto esto es así que, según Michael Ghiglieri todo asesinato debe estar justificado en la mente del soldado o del asesino, de lo contrario, derivaría hacia la locura. GHIGLIERI, Michael P.: El lado oscuro del hombre. Barcelona, Tusquets, 2005, p. 252.
3) Conde; Juan Luis: La lengua del Imperio. La retórica del imperialismo en Roma y la globalización . Alcalá Editorial, Alcalá Grupo Editorial, 2008, p. 11.
4) Cit. en González, Jaime: “Imperio Romano e Imperio Hispánico en la historiografía española de la época de Carlos V”, Revista de Indias Nº 153-154. Madrid, 1978, p. 883.
5) Coquery-Vidrovitch, Catherine: “El postulado de la superioridad blanca y de la inferioridad negra” en Marc Ferro (Dir.): El Libro negro del colonialismo. Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, p. 794.
6) Vuckovic: Nadja: “¿Quién exige reparaciones y por cuáles crímenes?, en Marc Ferro (dir.): El libro negro del Colonialismo. Madrid, La esfera de los Libros, 2005, p. 939.
7) Elton, Lord: El Imperio Británico. Barcelona, Luis de Caralt editor, 1948, p. 19. Esta comprensión del imperio inglés la contraponía al espíritu intolerante que reinó en el malogrado imperio español. Ibídem, p. 23.
8) Vuckovic: Ob. Cit., p. 940.
9) Nueve años antes, es decir, en 1991, ya había pedido perdón por los crímenes cometidos por la cristiandad en otro continente, el africano. Vuckovic: Ob. Cit., p. 916.
10) Merle, Marcel: “El anticolonialismo” en Marc Ferro (Dir.): El Libro negro del colonialismo. Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, p. 735.
11) Conde: Ob. Cit., p. 38-40.
12) Merle: Ob. Cit., p. 727.
13) Conde, Juan Luis: La lengua del Imperio. La retórica del imperialismo en Roma y la globalización . Alcalá La Real, Alcalá Grupo Editorial, 2008, p. 119. Este autor realiza una interesante comparación entre la Roma Imperial y el neoimperialismo estadounidense. Concretamente compara la I Guerra Mitridática en la que Roma arraso este reino del próximo Oriente con la II Guerra del Golfo en la que Sadam Huséin fue apresado y su país ocupado. Mitrídates había configurado una gran monarquía en Oriente Próximo, ocupando el vecino reino de Bitinia, aliado de los romanos, y Huséin había hecho lo mismo, ocupando Kuwait. Ibídem , p. 90 y ss.
14) Conde: Ob. Cit., p. 124.
15) Lozada, Martín: Sobre el genocidio. El crimen fundamental. Buenos Aires, Capital Intelectual, 2008, p. 31.

fuente www.rebelion.org/noticia.php?id=130250

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Carta de un ciclista a un automovilista

Publicada el 05/06/2011 - 02/04/2021 por Ecotropía

Señor automovilista. Tenemos que hablar porque pensamos muy diferente. Usted piensa que no es lícito que yo marche a contramano o pase con luz roja. Mientras que yo pienso que no es lícito que usted ande en auto.

Por Antonio Urdiales Cano

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La sociedad basurífera

Publicada el 31/05/2011 - 31/05/2011 por raas

Cada vez más indisimulablemente el rasgo dominante de nuestra época es la contaminación. Los agentes de RR.PP. hablan de la “era del automóvil”. Los propagandistas cibernéticos hablan de la “era digital”.

Los ideólogos del american way of life nos hablan todavía desde Hollywood, la Casa Blanca, y el Pentágono, una santísima trinidad que nos quiere persuadir que ya estamos o vamos llegando al “mejor de los mundos”… algo un poco arduo si pensamos que un sexto de la humanidad pasa hambre diaria, que un tercio de la humanidad carece de agua potable, que un número récord de niños en el mundo sobreviven con jornadas matadoras de trabajo, que nunca como antes hay militares yanquis (y cada vez más israelíes) detrás de las matanzas sistemáticas a civiles, a familias, a mujeres, viejos y niños en Pakistán, en Sudán, en el Congo, en Sierra Leona, en Palestina, en Haití, en México, en Irak, en Libia, en Colombia, en Honduras, en Afganistán…

Pero aunque esto último nos podría llevar a pensar que la violencia y el terror organizado desde la seguridad es el rasgo dominante de nuestra época, vamos a ver que el tratamiento otorgado a estos humanos periféricos tiene mucho que ver con la relación que ha establecido la sociedad dominante con el resto del planeta, incluido sus humanos: la sociedad de origen occidental, hipertecnificada, sólo produce desechos. Parece que no en un primer momento, puesto que los desechos son durante un cortísimo y fugaz momento, inicial, vistosísimos gadgets, comodísimos avances en la comunicación, el transporte y el alcance de bienes a los miembros de una sociedad, pero en un lapso cada vez más corto todos los productos de este sistema aparentemente productivo termina produciendo un solo elemento: desechos, menos visibles, claro, que aquellos hallazgos comunicacionales, ingenieriles, arquitectónicos, porque los desechos no logran la resonancia mediática de los “grandes inventos de la humanidad” y menos todavía la de los disparos, las bombas y la sangre.

Lo que va invadiendo todo el planeta, los campos, su fauna y flora, los mares desde donde se originó la vida en todo el planeta  y, ciertamente, nuestros cuerpos, son los desechos. Los desechos de una sociedad hipertecnificada, quimiquizada que, al parecer, al ir otorgándonos tanta capacidad tecnocientífica, tanta precisión en el conocimiento de la materia mega- y nanocorpuscular −como en esos relatos de poderes extraordinarios que se obtienen o se pierden− nos fue debilitando el viejo y probado sentido común.

Porque somos una sociedad hipertecnificada pero cegata. No nos damos cuenta, ni queremos, del rastro de muerte que vamos dejando con nuestros tachos de desperdicios, con nuestros automóviles, con nuestros refrigerios al paso, con la supresión de la mano −como explica Vandana Shiva− convertida en agente criminal al rozar nuestros alimentos y objetos fetiche, sistemáticamente sustituida por envases y bolsas que van dejando el tendal en calles, campos, ríos, mares.

El planeta, incapaz de reabsorber la masa brutal de desechos, en mayor proporción cada día, no biodegradables, ha ido “generando” −a la par de los humanos sus grandes sumideros de desechos cada vez más transitados por otros humanos− islas de basura flotante en todos los mares, que compiten cada vez más y más ruinosamente con las capas de plancton,  como la del  “mar de los sargazos”, que han constituido la fuente nutricia para enorme variedad de fauna y flora. Las islas de basura, en cambio, son una fuente mortuoria  −valga la contradicción de los términos−, para la fauna que ingiere sus elementos confundidos con presas o bocados comestibles.

La cuenca del Riachuelo, por ejemplo, en Argentina, recibe efluentes de unos 23 mil establecimientos fabriles, y prácticamente todos “espontáneamente” descargan sus residuos, ligeramente contaminantes o supervenenosos, en el río.

La basura aparece, casi siempre, por motivos de nobilísimas causas. El envenenamiento de los campos, ante el cual hoy siguen resistiendo campesinos pequeños, trabajadores artesanos rurales, organizados como es el caso del MOCASE santiagueño o del MST brasileño con sus millones de adherentes, o aislados y diezmados en “La República Unida de la Soja” (1) se disparó cuando los laboratorios dedicados a la actividad militar quedaron desocupados con “el estallido de la paz” luego de la 2GM y buscaron ubicar sus mortales productos en algún otro “frente”. Se les ocurrió algo genial: en lugar de matar humanos enemigos, matar plagas ancestrales de todos los cultivos y causa de tantos padeceres de los campesinos. Con lo cual salvaban su rentabilidad y le iban a hacer un enorme favor a la humanidad. Porque sentirse buenos es siempre primordial.

Y así se empezó a envenenar los campos. Es decir, primero a sus “sabandijas”, luego a la flora y fauna silvestre que caía bajo el tratamiento, pero que poco importaba −total, si son yuyos− y así sucesivamente. Poco a poco los residuos tóxicos se fueron alojando en los tejidos musculares o grasos de los animales mayores hasta llegar finalmente al hombre, cerrando un maléfico círculo, no sabemos si más malévolo por sus venenos o por la arrogante petulancia de sus promotores. En el camino, se habían ido atrofiando, sufriendo mutagénesis o diversas enfermedades −cutáneas, vinculadas a la fertilidad, cánceres, del sistema nervioso o del inmunitario, hormonales− los anfibios, los peces, los animales domesticados, y lo que ni conocemos de lo que le puede haber pasado a insectos y microorganismos. Así estamos ahora en “La República Unida de la Soja”

John Peterson Myers, Dianne Dumanovski y Theo Colborn, tres biólogos estadounidenses, hicieron durante años un cuidadoso relevamiento de apenas un tipo de elementos patógenos en todo el mapa de EE.UU.: los disruptores endócrinos, producidos por la difusión de falsos estrógenos producidos por la industria, fundamentalmente a través de materiales plásticos, de PCB, DDT, disfenol-A (un componente habitual de biberones desde que “el mercado” decidiera la sustitución de los de vidrio por los sintéticos) y algunos otros productos químicos similares.

El balance, 1996, fue desolador. Se estima que en EE.UU. (y en general en los países del llamado Primer Mundo) la infertilidad afecta un quinto de las parejas. Pero no se trata de un cuadro estanco: Peterson, Dumanovski y Colborn (2) verificaron que durante las cinco décadas de la segunda mitad del siglo XX sus varones registran siempre menor cantidad de esperma cada década, lo que se llama una decadencia sostenida y ya no casual.

Pero así como el guionista Ted Perry puso en boca del cacique Seattle las sabias palabras de que “lo que le pase a los animales, nos va a pasar ineluctablemente a los humanos”, y así como Einstein advirtió que si llegaran a desaparecer las abejas, la humanidad seguiría sus pasos muy poco después (“tres años”, se dice que dijo), ya sabemos que lo que está pasando en EE.UU. o el Primer Mundo en cuanto al grado de contaminación ambiental, −lo que verificaron los biólogos norteamericanos mencionados− está llegando muy rápidamente a nuestras periféricas costas, puesto que los afanes globalizadores que han puesto en movimiento tanto las élites de los países centrales como sus adalides e imitadoras élites de los países periféricos −tanto los Macri como los K−  no nos van a privar de compartir semejantes “trofeos”.

En Argentina, tenemos pruebas por doquier. Con la sojización y con el aumento de desechos per capita en la capital y ciudades ricas, mejor dicho enriquecidas del país, con guarismos que se van acercando al Primer Mundo: un porteño deposita alegremente más de un kilo diario en su bolsita de plástico para hacerla, ¡zas! desaparecer en los camiones del CEAMSE. Y a ese kilo y cuarto diario de cada uno de los millones de habitantes capitalinos, hay que agregarle todo lo que ese mismo habitante contribuye con sus desechos en la órbita laboral, en la calle, y con la llamada “basura especial” que se produce con cada recambio de un electrodoméstico, una mejora edilicia, con cada renovación de mobiliario, de elementos de higiene o de escritorio… y ni hablar de la “producción” de desechos que insumen todos los artículos y renglones cotidianos que este satisfecho habitante consume; carne de feed-lot, pollos a hormonas, tomates transgénicos enlatados… En general cada kilo de mercancía significa el desgaste o la contaminación de quintales de “insumos”, desde agua hasta otras materias primas, sólidas, líquidas o gaseosas, provenientes de todos los niveles bióticos.

La pregunta elemental es, no si es sustentable, ociosa pregunta, sino: ¿hasta cuándo?

Luis E. Sabini Fernández

notas:
1) “Territorio” diseñado por las laboratorios productores de la soja transgénica, que abarca millones de km2 en el corazón de América del Sur, englobando todo Paraguay, buena parte de Bolivia, Uruguay, la llamada Argentina del Medio y cada vez más provincias norteñas y buena parte del Mato Grosso y de la superficie mediterránea de Brasil.
2) Our stolen future. Hay traducción al castellano,  Nuestro futuro robado, Ecoespaña Editorial, Madrid, 2001, que por curiosa coincidencia jamás llegó a Buenos Aires.

fuente: www.revistafuturos.com.ar

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El planeta y nosotros ¿La técnica para el hombre o el hombre para la técnica?

Publicada el 28/05/2011 - 30/05/2011 por raas

1. Nos parece innegable que el desarrollo tecnocientífico está cada vez más implicado en la problemática planetaria.
2. Definimos como problemática planetaria la de los límites del planeta y consiguientemente sus recursos (en rigor, los que calificamos como “nuestros”), y su relación con nosotros, con el factor antropogénico en las diversas e inevitables transformaciones.

Y son esas transformaciones las que entendemos que tienen que estar cada vez más bajo la lupa, porque consideramos que cada vez más se las puede calificar como peligros, en primer lugar para la misma especie, y también, inescindiblemente para todo el planeta. Porque somos inseparables y cada vez se hace más cierto que “todos estamos en el mismo barco”.

3. Consiguientemente, se trata de abordar las políticas que procuren enfrentar o eludir dichos problemas.

Andrew Kimbrell, un intelectual estadounidense, convertido al catolicismo, fundador de un centro internacional de evaluación de lo tecnológico (INAC), autor de un texto, Technotopia,(1) nos dice: “A todo lo largo del siglo XX hemos sido testigos de cómo la tecnología se ha ido haciendo omnipresente en nuestras sociedades, permeándose en la inmensa mayoría de nosotros y nuestras vidas privadas. Nuestros hogares, lugares de trabajo, medios de transporte, alimentos, energía, entretenimientos, ocios, educación, gobierno, todo se ha ido constituyendo como elementos integrantes del circuito tecnológico.

[…] Cada uno de nosotros vive cada vez más en una suerte de concha o bóveda donde mucha de nuestra acción y comunicación está mediada por máquinas o instituciones tecnocráticas.

En tanto nuestros antecesores vivían plenamente en el medio natural, y nuestros más recientes antepasados lo hacían en un medio social, el hombre contemporáneo vive en lo que el sociólogo Jacques Ellul denomina un medio tecnológico. Para nosotros es la tecnoesfera, no la naturaleza, ni siquiera los otros serres humanos, lo que constituye la fuente de nuestra subsistencia, energía, alimento, educación y visión del progreso.”

Por su parte, el filósofo alemán Walter Benjamin acuñó la frase: “El automóvil es la guerra” y nos anunciaba: “Toda guerra venidera será a la vez una rebelión de esclavos de la técnica”.

Aunque Benjamin, que se suicida en 1940, seguramente retenía en su retina la imagen de una tecnocracia burda y despiadada, como la del nazismo, magníficamente preanunciada en la Metropolis de Fritz Lang a mediados de los años veinte, un pensador como Miguel Amorós rescata en los noventa las imágenes de Benjamin para ilustrar como él dice, “el hecho de que los instrumentos técnicos, no encontrando en la vida de las gentes un hueco que justifique su necesidad, fuerzan esa justificación entrando a saco en ella. Si la realidad social no está madura para los avances técnicos que llaman a la puerta tanto peor para la realidad, porque será devastada por ellos. El resultado es que la sociedad entera queda transformada por la técnica como tras una guerra.”(2)

En rigor, la formulación de Benjamin no hace sino recoger un viejo apotegma que Karl Marx, formulara magistral y dramáticamente: “Cada progreso económico es al mismo tiempo una calamidad social.” (3) Si reparamos en las privatizaciones y la modernización de los noventa en Argentina, con la biotecnología agraria a la cabeza de casi todo el mundo, y junto con ello, la generalización del hambre en las capas empobrecidas, tenemos un ejemplo contundente de las observaciones de Marx (y concomitantemente, de Benjamin y Amorós).

Pero Marx escribía a mediados del siglo XIX, cuando todavía lo futuro estaba por venir y por eso se podría entender la actitud fáustica –apuesta a tenerlo todo, un contrato con el diablo–que con acierto le atribuye Berman.

En el caso nuestro, como bien aclara un pensador de presuntas ficciones, Ray Bradbury, lo futuro ya está entre nosotros, “hace rato que llegó”. (4) Y tenemos entonces otra mirada, tendríamos que tener otra mirada, si somos capaces de sobrepasar las identificaciones y los corralitos ideológicos: una mirada que observe las secuelas inesperadas de un devenir histórico que no sigue etapas, por más objetivamente que se pretenda formularlas sino que sigue, más bien, la ilegalidad o la legalidad propia del aforismo popular y anónimo, pero por lo visto mucho más sabio que la pretensión cientificista de embretar lo por venir: “la liebre salta por donde menos se espera”.

Kimbrell agrega algo que constituye un desolador correlato de sus observaciones, las que repasamos in extenso al principio: aquel señorío del universo tecnológico en nuestras vidas, relaciones y configuraciones: el dominio de la dimensión tecnológica en nuestras vidas no se hace superando o ampliando nuestra raíz natural o nuestra sociabilidad, nuestros impulsos vinculares: no, se hace a costa de ellos, se hace acompasándose de modo misterioso pero implacable con el deterioro del mundo natural y con el de nuestro mundo social, se hace castigando lo que llamamos la naturaleza y el ambiente, que jamás han estado tan amenazados como en la actualidad y destruyendo nuestra sociedad; familias, comunidades, pero también nuestros estados psicológicos, tanto individuales como colectivos. Jamás ha habido tantas alteraciones psíquicas en los humanos como en los últimos tiempos (Kimbrell maneja datos de su país, EE.UU., pero con cierta ponderación, podemos generalizar este juicio).

Que Kimbrell registre tan pesarosa realidad en EE.UU. no significa que no nos pertenezca, que estos deterioros pertenezcan únicamente al Primer Mundo. Me parece que el diagnóstico de Kimbrell nos atañe, aunque con diferencias de intensidad y ritmo, a todos,  a todos los continentes, estados, localidades, individuos. Uno de los corolarios de la “globalización”, que en francés se la denomina “mundialización”.

Pero hablar de las ataduras creadas por el universo tecnológico, o tecnocientífico, nos obliga a hablar de sus titulares, lo cual es un tema habitualmente escamoteado al reflexionar sobre el desarrollo vertiginoso de los “adelantos” tecnocientíficos. Referirnos a la situación, a las actitudes de los mismos científicos. Que procuran permanentemente legitimar sus hallazgos por el hecho de haberlos hallado. Lo cual es una petición de principio no sólo desde el punto de vista ético sino también lógico.

Lo que nos dicen con esta arrogancia epistemológica es que lo único válido es el pensamiento científico, algo que se ha cultivado incondicionalmente en todo el espectro político, quiero decir expresamente, a derecha e izquierda. Y que una frase de José Ortega y Gasset ilustra lapidariamente: «¿Es el científico un “ignorante instruido”? [. . . ] No es un sabio porque ignora formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante, porque es “un hombre de ciencia” y conoce muy bien su porciúncula de universo. Habremos de decir que es un sabio ignorante, cosa sobremanera grave, pues significa que es un señor el cual se comportará en todas las cuestiones que ignora no como un ignorante sino con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio». (La rebelión de las masas, cit. p. Frank, Phillip, Filosofía de la ciencia, Méx., Herrero Hnos. Suc., 1957).

A la derecha, desde el liberalismo aristocratizante de los albores del industrialismo, cuando el dominio tecnocientífico empieza a hacerse notar, hasta llegar a sus aplicados discípulos y admiradores, los nazis, que extremaron las condiciones de florecimiento de pensamientos como la eugenesia, la salud y la higiene social (para los cuales se inspiraron, vale la pena recordarlo, en las ideas dominantes en EE.UU y el Reino Unido). Y a la izquierda, porque la coartada del progreso histórico estableció un teleologismo legitimador de toda acción o labor científica per se.

Podemos observar el desarrollo de una ciencia y técnicas acordes totalmente ideologizadas en el mundo académico y empresario estadounidense. El investigador norteamericano Vance Packard ha hecho una estremecedora recorrida por los intentos de diseñar a los humanos e ir constituyendo una humanidad “mejor”, más “apta”. El texto de Packard tiene una única limitación y son los casi treinta años de antigüedad, algo que en el territorio de la biotecnología, por ejemplo, es una inmensidad. Pero así y todo, veamos lo que Packard registraba en 1977: “Administración del talante, Producción de gente más vivaz… o más chata […] modificación de nuestras características genéticas,  control de calidad de los nuevos seres humanos, producción de individuos superiores,  copias humanas de un modelo deseado, el hombre con piezas totalmente reemplazables, construcción de hombres-animales y hombres-computadoras, etcétera».(5)

Tal vez la frase del genetista molecular estadounidense Robert Sinsheimer resuma con su “ingenuidad” la actitud predominante: “Con el Homo Sapiens […] algo nuevo apareció en este pequeño globo. A nosotros nos compete dar el próximo paso en la evolución. Debemos proyectar un nuevo surgimiento de una especie más hermosa, en este dulce planeta.” (6)

Sinsheimer es precisamente el pionero de una “nueva eugenesia”, que recoge el legado anterior al nazismo, que debió esperar décadas para reaparecer públicamente sin escozor (el replanteo eugenésico de Sinsheimer es de fines de los sesenta).

La eugenesia se promueve para alcanzar la perfección “humana”, para derramar “lo bueno” sobre toda la humanidad. En Engineering & Science, este autor escribió: “La nueva eugenesia permitiría en principio la conversión de todo lo inaceptable al nivel genético más alto […] Puede que algunos sonrían y sientan que esto no es más que una nueva versión del viejo sueño sobre la perfección del hombre. Es esto, pero también es algo más […] Potenciar sus características mejores  y dominar las peores a través únicamente de medios culturales ha sido siempre algo no del todo imposible aunque muy difícil en muchos casos. En la actualidad entrevemos otra ruta, la posibilidad de facilitar las tendencias internas y curar las imperfecciones internas directamente […].” (7)

La exigencia de perfección de un investigador como Sinsheimer no se queda en chiquitas: ya sabe en qué nivel juega. “A lo largo de la historia algunos individuos han buscado vivir en contacto con lo eterno [… antes] lo intentaron a través de la religión [… Hoy] aquel contacto se persigue a través de la ciencia, a través de la búsqueda de la comprensión de las leyes y estructuras del universo […] Quizás esta necesidad sea […] una negación de la mortalidad humana […] Las vidas de la mayoría de la gente están llenas de elementos sin importancia […] sin embargo hay entre nosotros unos pocos afortunados que tienen el privilegio de vivir con lo eterno y explorarlo.” (8)

Sinsheimer nos ha aclarado el panorama: está claro que lo suyo es una función sacerdotal y no menor, sino de sumo sacerdote, que la ciencia funciona como una religión y que está investido de una arrobadora modestia; no se incluye nosísticamente entre los “pocos afortunados”.

El perfeccionismo presupone la infinita maleabilidad de lo humano. Lisa y llanamente, la supresión de la naturaleza humana, que constituiría un límite a una maleabilidad infinita, a una perfectibilidad infinita. Como en el espectro ideológico contemporáneo ha sido la Iglesia Católica la abanderada del concepto de naturaleza humana, ha resultado fácil para progresistas de izquierda y derecha, “superar” ese concepto y postular la maleabilidad como proyecto político-cultural. Pero como muy bien ha observado Noam Chomsky, la supresión de la idea de naturaleza humana da rienda suelta a la manipulación infinita, sin límites. Es el fundamento pretendidamente ontológico de un totalitarismo radical.

La idea de inmutabilidad genética, vigente y dominante hasta la década del 20, trastabilló “cuando el genetista Herman J. Müller notificó que había modificado pautas hereditarias mediante los rayos X y que habían aparecido mutaciones en la generación siguiente. Esta circunstancia lo impulsó a abogar por la explotación de la aparente maleabilidad del hombre, para modificarlo y mejorarlo con manipulaciones genéticas.” (9)

En el caso de Müller el nervio motor para emprender un gran proyecto de manipulación genética es un pesimismo fuerte respecto del destino humano, que si no es reencauzado marcharía según Müller, a un “cataclismo genético”. Lo que importa destacar aquí es cómo una visión, es decir una mirada ideológica de lo futuro, crea las coartadas psíquicas para encarar y legitimar, hasta con la urgencia, un proyecto de reconfiguración de lo humano, la construcción de hombres nuevos.

Así, propone la creación de una red de bancos de esperma, cuidadosamente registrado y dejando siempre un plazo de veinte años: “para poder emitir un juicio ponderado sobre las cualidades del donante. De este modo los hombres que adquirieran prestigio definitivo [sic] podrían ser «utilizados muchas veces» y «destinados a reaparecer en épocas sucesivas» hasta que el conjunto de la población hubiera llegado a su nivel.” (10) Müller no se anda haciendo problema con la cosificación de los humanos fabricados ni por cierto le hace asco al más crudo pragmatismo.

Tanto perfeccionismo no es sino la contracara del profundo desprecio que despierta en este tipo de pensadores el hombre real y concreto, el hombre cualquiera, que somos todos nosotros.

Ese pesimismo está también presente en las visiones desde el progresismo de izquierda como lo revela el prestigio de la idea de “hombre nuevo”, tan al uso entre guevaristas, castristas, maístas, comunistas e incluso algunos anarquistas (aunque también se haya usado el término, la consigna, desde el nazismo, por ejemplo).

Sirva como ilustración este pasaje de una conferencia dictada por León Trotsky, ya en el exilio, en Dinamarca: “¿Quién se atreve a afirmar que el hombre actual sea el último representante, el más elevado de la especie homo sapiens? No, tanto física como espiritualmente, esta todavía lejos de la perfección  este aborto biológico, de pensamiento enfermizo y que no se ha creado ningún nuevo equilibrio orgánico […] La antropología, la biología, la fisiología, la psicología han reunido verdaderas montañas de materiales para erigir ante el hombre […] las tareas de su propio perfeccionamiento […]. Buzos sabios descienden al fondo del océano y fotografían la fauna misteriosa de las aguas. Para que el pensamiento humano descienda al fondo de su propio océano psíquico debe iluminar las propias fuerzas misteriosas del alma y someterlas a la razón y a la voluntad. Cuando haya terminado con las fuerzas anárquicas de su propia sociedad, el hombre se integrará en los morteros, en las retortas del químico. Por primera vez la Humanidad se considerará a sí misma como una materia prima y, en el mejor de los casos, como una semifabricación física y psíquica. El socialismo significará un salto del reino de la necesidad al reino de la libertad en el sentido de que el hombre de hoy, plagado de contradicciones y sin armonía, franqueará la vía hacia una nueva especie más feliz.” (“Qué fue la Revolución Rusa”, Copenhague, 1931).

Trotsky se nos presenta como un bastión y un adelantado del tecnocientificismo más radical. Si fueran sinceras y hubiesen sido contemporáneas, las empresas actuales de ingeniería genética lo habrían tratado de contratar como agente de Relaciones Públicas…

Trotsky no está, ni remotamente, solo. Nuestro ya conocido Müller, en plena década del 30, sostenía que “ninguna mujer inteligente y con sensibilidad moral rehusaría tener un hijo de Lenin” (se refería a los genes, claro, no a la cama).

Es importante tener presente que simultáneamente los nazis enviaban a los conscriptos con cunas a las aldeas del Reich para que fecundaran a las sanas y rollizas campesinas alemanas sobre la base de los mismos presupuestos.

Müller, por su parte, abogaba persuadir a la población para que voluntariamente se apresten a “procurar a los «hijos» el patrimonio genético óptimo en lugar de los apreciados genes personales.” Un racionalismo sobrecogedor.

Reparemos que ya estábamos en la década de las grandes represiones masivas (del nazismo en Alemania, del estalinismo en todas las Rusias y desde mucho antes, las del colonialismo en el mundo ajeno a Europa y el norte atlántico…), pero también podríamos decir apenas estamos en los treinta, si tomamos en cuenta el desarrollo de las técnicas de ingeniería genética desde entonces a ahora.

Para completar la visión pragmática de izquierda, valga el aparente oxímoron, bueno es también recordar que los esfuerzos eugenésicos han corrido tanto desde la derecha más señorial y racista, en los centros de poder ideológico de EE.UU. , Suiza, Suecia y Alemania (para adquirir su monstruosa configuración dentro de la pesadilla nazi), pero que muchos biólogos y científicos de ideología socialista apoyaron y desarrollaron planes eugenésicos también en los países nórdicos hasta las décadas de los sesenta y setenta. Nos dice Jacques Testart al respecto en El racismo del gen: “Es políticamente interesante ver como dos partidos opuestos justificaron su aval [el de la eugenesia]. A la derecha, entre los conservadores, jugaba el imperativo de la pureza racial; a la izquierda, entre los socialdemócratas lo que se ponía de manifiesto era el control de los nacimientos y la calidad de la política social [… para] prevenir los problemas sociales.” (11)

Tendríamos que agregar, nosotros, que para la izquierda dura la prevalencia de la economía tamiza sus ojos y legitima todo progreso, incluido el genético. Así, cuando surgen las técnicas de fertilización asistida con toda la batería; gestación in vitro, bancos de esperma y óvulos, vientres alquilados, úteros artificiales, el diario comunista chino Jemmin Jih Pao, en los ’70, no tiene mejor comentario que hacer que: “Si se pudiese procrear sin tener que soportar el embarazo, los partos no afectarían necesariamente a las madres trabajadoras. Ésta es una buena noticias para las mujeres.” (12) El comentarista deja entrever aquí su sueño de “vivir para trabajar”, el sueño que la intelectualidad socialista le dispensa al proletariado, claro, y como acota Packard “cualquier tecnología que ofrezca una reducción de los años-mujer perdidos por los embarazos siempre es una buena noticia” , en el universo del “socialismo real”, claro.

Al día de hoy las clonaciones parecen ser el monopolio al menos mediáticos de una secta como la raeliana o de médicos efectistas; sin embargo en la década de los sesenta, muchos investigadores soviéticos se estaban afanando por lograr seres humanos totalmente gestados en laboratorio. Que no lo hayan logrado, hablaría en todo caso de una saludable aunque involuntaria limitación del socialismo “real”…

Esta maleabilidad que hemos procurado presentar y criticar, esta maleabilidad de la naturaleza humana, postulada, introyectable, instrumentable, nos ha llevado a un cambio radical en nuestra relación con lo tecnocientífico.

Kimbrell nos recuerda que el optimismo tecnológico ha sido crecientemente cuestionado a medida que más y más gente, que nuevas investigaciones han ido revelando el alcance del descalabro planetario provocado precisamente por el despliegue tecno. Por eso nos recuerda que en los setenta Ernst Schumacher, por ejemplo, abogaba por una “tecnología a escala humana”, sustentable, compatible con el mundo físico que estaba siendo crecientemente dañado por una tecnología agresiva y devastadora.

Pero ante la crisis cada vez más comprometedora e imparable, Kimbrell aclara que: “La élite de poder tecnológico tiene una solución muy diferente. Aunque muy lentamente, las corporaciones, los académicos y los investigadores han ido llegando a la conclusión de que la tecnología edificada hasta entonces no era compatible con la vida, que las contradicciones entre la tecnoesfera y la supervivencia de la naturaleza y la sociedad estaban ahondánose irreversiblemente. Se dieron cuenta, ellos también, finalmente, que se imponía una solución y a la brevedad».(13)

Lo que nos advierte Kimbrell es que, una vez más, en lugar de “detener el juego”, de revisar autocríticamente lo actuado, en lugar de desmontar una construcción tecnocientífica que nos lleva al abismo, lo que se ha ido diseñando desde los centros de poder corporativo, privado y público, es un desarrollo de ingenierización (engineering) “de la vida, de la propia realidad para mejor adaptarla al sistema tecnológico.”
Así interpreta Kimbrell el ensanche incontenible de técnicas de alta complejidad destinadas a adaptarnos y conformarnos con y en este “sistema tecnológico deshumanizado”.

Kimbrell da ejemplos de esta orientación en la política presupuestaria, concreta, en EE.UU. : “más de 50 millones de dólares en psicofármacos, una buena parte dedicados a lograr que se pueda cumplir la jornada laboral. Otro tanto destinado a que se pueda “pasar la noche”. Y hay unos cinco millones de niños estadounidenses tratados con psicofármacos para que puedan sobrellevar la institución escolar. Poco importa si se necesitan todo el tiempo dosis crecientes o si tales fármacos dejan de funcionar cuando el usuario opta por el alcohol o la adicción a drogas ilegales. Mientras tanto, hay afanes crecientes por encontrar los genes de la depresión, la ansiedad, el alchololismo y hasta el de la timidez y nos prometen su inminente hallazgo.”

[…] Proliferan en los cientistas electrónicos el proyecto de hacernos totalmente «virtuales» descargándonos en piezas de silicio, unificándonos, por así decir, con nuestros dispositivos computarizados. Es la solución final al dilema tecnológico.”  (Ob. cit.)

Podremos preservar nuestro deshumanizado sistema de producción si nos deshumanizamos nosotros mismos.

Bueno es advertir desde ya, aunque Kimbrell no lo mencione en estos pasajes, que estas “avanzadísimas” transformaciones para usar la terminología del optimismo tecnológico, son irreversibles: un hombre transgénico, un ser transgenetizado no tiene marcha atrás, su descendencia estará configurada con esa dotación genética modificada, no otra.

La ingeniería genética es entonces la respuesta a los problemas generados por el desarrollo previo. Si la combustión de fósiles llegó a sobrepasar la capacidad planetaria natural para reabsorber, por ejemplo, el dióxido de carbono (el metano y otros gases de los causantes del efecto invernadero), y eso provoca el calentamiento planetario, y con dicho calentamiento se provocan proceso de desertificación, por ejemplo, no hay problema: se construyen plantas que se adapten a esos nuevos biomas, a esas condiciones de existencia, con menos agua, por ejemplo. Análogamente, se proyectan animales que no necesiten del vínculo matri-filial, etcétera.

Esto es lo que Thomas Berry,(14) uno de los llamados eco-teólogos, define como que “la naturaleza ha sido transformada de una comunidad de sujetos a una colección de objetos.”

Cuando hablamos aquí, Berry, nosotros, de naturaleza, tenemos que incluirnos, incluir a los seres humanos, la especie, aun con toda su construcción trascendente respecto de los reinos naturales.). Con razón Carl Rogers, psicólogo estadounidense tuvo que formular tan ominosa afirmación: “Podemos adoptar la decisión de usar nuestros crecientes conocimientos para esclavizar a las personas en formas no soñadas hasta hoy, para dominarlos por medios elegidos con tanto cuidado, que tal vez  jamás se den cuenta de la pérdida de su personalidad.” (15)

Este futuro posible, sin embargo, está todavía en nuestras manos.

Luis E. Sabini Fernández
Noviembre de 2005.

notas:
1) En internet, Technotopia. The Dark Side of Technology. texto que glosamos a lo largo de esta nota.
2) “¿Dónde estamos? Algunas consideraciones sobre el tema de la técnica y las maneras de combatir su dominio”, artículo aparecido en la revista española Maldeojo (s/f).
3) Cit. p. Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire, México, S. XXI, 1988.
4) Presentación del autor por J.J. Dimilta, “Ray Bradbury: El futuro llegó hace rato”, Lea, Buenos Aires, no 25, julio 2003.
5) Los moldeadores de hombres, Buenos Aires, Huemul-Crea, 1977.
6) Cit. p. V.  Packard, ob. cit., p.224.
7) Cit. p. David Noble, La religión de la tecnología, Barcelona, Paidós, 1999.
8) The Strands of Life, Berkeley, University of California Press, 1994. Cit. p. D. Noble, ob. cit.
9) V. Packard, ob. cit., p. 225.
10) Guidance, cit. p. Paul Ramsey, P., El hombre fabricado, p. 59.
11) Buenos Aires, FCE, 2001.
12) V. Packard, ob. cit., p. 200.
13) De aquí en adelante las citas de Kimbrell provienen del trabajo ya citado al principio.
14) Cit., p. A. Kimbrell, ob. cit.
15) Cit. p. V. Packard, ob. cit., p. 7.

fuente: Cuadernillo de la Cátedra Libre de Derechos Humanos. Introducción a los Derechos Humanos. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (agosto de 2009).

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• La enfermedad como camino, de Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke (1983)

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