«El ritual del voto, ejercido con espíritu cívico y responsable, es una afirmación de irresponsabilidad individual ante el chantaje social que propone delegar libertad y autonomía a cambio de seguridad y certidumbre.
Así, la lógica de lo menos malo encubre (…), la sospecha de formar parte de lo peor. Pero lo peor del voto del miedo no es el miedo —que puede tener sus razones, fundadas o no—, sino el voto mismo. La idea subyacente de que una representación mejor, o menos mala, supondrá algún grado de mejora, o de freno en la degradación, de la situación social contemporánea. (…)
Las democracias parlamentarias (…) se organizaron, precisamente, para eliminar cualquier tipo de democracia directa (…); para dar una pátina de participación igualitaria al proceso de brutal explotación y desposesión que el mundo de la producción y el consumo industrial viene desarrollando desde hace más de dos siglos». Juanma Agulles* (2019)