Recuerdo los años ochenta, en los que explotó la epidemia del sida. Esta era una enfermedad vinculada a la promiscuidad sexual y al consumo de drogas. En esta pandemia, la estigmatización de los enfermos se hizo patente, atribuyéndoles la responsabilidad de su dolencia. Pero, junto a esta, tanto las autoridades sanitarias como muchos profesionales se distanciaron de esta condena, proponiendo un enfoque positivo. El lema de una campaña en España de “No te prives, pero no te descuides”, sintetizaba el espíritu de la época, que se mostraba tolerante con las prácticas que representaban el riesgo de contraer la enfermedad. Este lema apelaba a la responsabilidad individual de usar el preservativo y no compartir jeringas u otros artefactos portadores de peligro, pero respetaba la legitimidad de las prácticas corporales que desarrollaban los infectados y otros contingentes de la población.
Por Juan Irigoyen*
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