Los delitos contra el Congo se repiten siglo tras siglo. Hoy hay allí un gobierno corrupto y ávidas compañías transnacionales mantienen al país en un estado de semicaos para poder seguir extrayendo los riquísimos minerales qua hay en su suelo al menor costo posible, sin consideración alguna a las vidas humanas. El tenebroso corazón del colonialismo late de modo tan repugnante hoy como hace cien años.
Por Carolina Jemsby
Hay una piedra verde en mi escritorio. Es una piedra de cobre, de la mina de Ruashi en Kongo-Kinshasa. Cuando nadie veía me agaché rápidamente y me la metí en el bolsillo, después la escondí mejor y la saqué del país. Ahora resplandece venenosa en el medio de mi escritorio, denunciando siglos de despojo.
A primera vista, la mina Ruashi es un hormiguero. Miles de seres humanos que cavan en una mina a cielo abierto, que llevan con grandes esfuerzos pedazos de metal que extraen de la arena plateada y verde brillante que cubre la zona.
Parece algo irreal. Desde el borde superior se ve a los trabajadores mineros como pequeños muñecos que tropiezan y avanzan a los tumbos con enormes bolsas con piedras de cobre, con pantalones cortos gastadísimos y con ojotas deshechas. Damos una vuelta por el borde para ver la mina en toda su extensión. Tropezamos, nos resbalamos. Mis borceguíes reforzados para escalar montañas resbalan en algo más resbaladizo que el hielo. Me siento una infeliz, deslizándome por la pendiente, recupero el equilibrio y puteo para mí misma mientras veo que al fotógrafo le pasa lo mismo y entonces sí tengo miedo, porque el fondo de la mina está a por lo menos 50 o 60 metros, pero se reincorpora con su cuerpo y la cámara a salvo.
–No tenemos ningún equipo de seguridad, nos dice, con amargura, Patrick, 35 años, que hace uno trabaja en la mina y nos relata de los accidentes que se suceden uno tras otro.
–Cada semana muere o se lastima alguno; necesitamos yelmos y overoles. Es peligrosísimo trabajar así. Y ganamos poco. A gatas si cobramos, murmura con rabia.
Alrededor se apresuran los trabajadores. Muchos son niños y llevan enormes bolsas pesadas sobre sus enjutas y pequeñas espaldas. Todos los rostros están impregnados de polvo, un polvo brilloso blanquiverdoso, de aspecto muy venenoso que se asienta alrededor de la nariz y la boca.
En los caminos alrededor de la mina transitan camiones permanentemente, que cargan el cobre y desaparecen tan rápidamente como vinieron. ¿Adónde? Nadie lo sabe con certeza. Pero fuera del país. De eso y sólo de eso se trata.
La República Democrática del Congo es un país desangrado, deshecho, saqueado por Occidente desde hace más de un siglo. Las riquezas del país son enormes, tal vez sea la región de mayor riqueza minera del mundo entero.
Es repugnante ver cómo los delitos contra el Congo se repiten. Jospeh Conrad en El corazón de las tinieblas describe el saqueo del marfil. Luego se dedicaron a saquear el caucho en condiciones igualmente terroríficas. Hoy son diamantes, aceite, oro, coltán, cobre y cantidad de otros minerales que atraen a compañías mineras sin escrúpulos. Y las compañías hacen todo lo posible por mantener la guerra en el Congo y el desorden generalizado, que les permite aumentar los precios.
Imagínese que usted es un director de una minera transnacional importante. Haga usted lo que hiciere, su objetivo es siempre encontrar tanto metal como sea posible al más bajo precio, factores que harán que tu compañía resulte la mayor y más exitosa.
Puede resultar éticamente problemático trabajar en el Congo, pero aquí están los mayores yacimientos del planeta de, por ejemplo, coltán, un metal que se usa en celulares y del que no se conoce otros yacimientos.
Si hay paz, no hay más remedio que conseguir un costosa licencia para explotar el mineral, Además hay que pagar regalías al gobierno y a las autoridades locales y una parte de los metales hay que purificarlos en el lugar, en el Congo. No se puede exportar directamente el mineral en bruto, se necesita algún tipo de inversión en el lugar. Todo esto, siguiendo las leyes nacionales e internacionales, lo cual es complicado y costoso.
Pero si en cambio rige un estado de conflicto de baja intensidad, todas las legislaciones quedan fuera de juego. Y si se pone un importe adecuado en una cuenta suiza del presidente, se compra una licencia de explotación que te conceda un líder local o un señor de la guerra, es fácil ponerse a extraer el mineral. Y cuesta sólo una fracción de todo el procedimiento “legal” y no
hay que costear inversiones locales. Todo se hace ilegalmente, pero ¿quién controla?
Ése es, por ejemplo, el concepto de éxito que tiene Lundin Minings, empresa sueca, que está por cierto en la primera línea de “trabajo” dentro del Congo.
La guerra en el Congo viene arreciando desde 1997. Se la ha denominado Primera Guerra Mundial africana y parece haber hecho estallar todos los límites para la crueldad y la maldad humanas. La población civil está siendo permanentemente maltratada, perseguida, violada, mutilada y aterrorizada desde hace casi una década.Ninguna guerra desde fines de la Segunda
Guerra Mundial ha aniquilado tantas vidas como la del Congo, se estima que han muerto hasta ahora unos cinco millones de seres humanos.
Uno siente que se trata de una grosera reiteración de la historia. A fines del siglo XIX, el Congo pertenecía al rey Leopoldo II, de Bélgica y durante su treinta años de “gobierno” se estima que entre tres y veinte millones [sic] de congoleses fueron asesinados. Los sicarios de Leopoldo presentaban manos derechas seccionadas de sus cuerpos para que se contaran los asesinados y recibir la recompensa calculada sobre esas bases. Los congoleses sobrevivientes fueron forzados a la esclavitud en los plantíos de caucho o en las construcciones ferroviarias y en caminos.
Hoy tiene lugar un proceso de paz. Por primera vez en cuarenta años hay elecciones en el país. Pero, irónicamente, la paz y la democracia están amenazadas por las enormes riquezas del suelo y el subsuelo. Las compañías mineras tienen muy escaso interés en un proceso de democratización.
Un ejemplo es la empresa minera australiana Anvil Mining. Anvil Mining proveyó a soldados congoleses de camiones y aviones para llevar a cabo una matanza y volverlos a sus sitios. Con ese operativo un centenar aproximado de seres humanos fue masacrado a sangre fría. La empresa también avitualló a los soldados durante el operativo. Ahora ha sido llevada a juicio.
Lubumbashi es una ciudad pletórica de sedes de companías mineras transnacionales y a su ingreso hay un enorme portal que da la bienvenida a “la capital del cobre”.
Como en el Lejano Oeste o en Disneylandia, como si se tratara de cavar y ponerse contento, se hacen cruceros para ricachones en enormes camiones blancos que desfilan por los pésimos caminos hasta que resultan casi intransitables. Desde Lubumbashi a Zambia es corto el camino y por lo tanto no es tan difícil llevarse por allí los metales fuera de frontera. A lo largo de las rutas se ven enormes propagandas de camiones Volvo. Lundin Mining no es por cierto la única empresa sueca que se aprovecha de la situación en el Congo.
La mina de Ruashi queda apenas fuera de la ciudad. Yendo para allí, pasamos al lado de mujeres que venden frutas a la orilla de las rutas, alguna vende carbón para conseguir alguna extra. La pobreza en el Congo es enorme y pocos son los que tienen la posibillidad de comer a satisfacción cada día.
–Ganamos un par de dólares diarios, nos diche Patrick en la mina. [Unos seis pesos argentinos. Unos cincuenta uruguayos].
De aquí procede el bienestar occidental, pienso y contemplo los cuerpos que se hacen trizas buscando afanosamente metales que aquí son tan baratos, con los cuales se hacen celulares baratísimos, baratísimos anillos de matrimonio o diamantes. ¿Cuál es la responsabilidad para los habitantes cualesquiera de los países enriquecidos? ¿Y cuánto derecho tenemos de descargar la responsabilidad sobre las empresas mineras que a su vez tiran tan abajo los precios?
Un muchachito se nos aproxima agitado. Jean-Jacques Lumumba tiene 13 años y arrastra, tira y lucha para poder llevar consigo la bolsa cargada de cobre a lo largo del camino.
–No, si no pesa nada, nos dice. No pasa nada.
El polvo ha coloreado su nariz de un blanquecino brillante y sus ojotas están destrozadas.
–Mis padres no tienen trabajo, no tienen guita y yo quisiera estudiar, verdaderamente, nos cuenta. Por eso va a la escuela de mañana y trabaja en la mina de tarde. Consigue dinero para los gastos escolares, lapiceras, cuadernos de apuntes y libros.
Serge Kapend es geólogo y está preocupado por el trabajo infantil. Nos acompaña hasta el lugar de extracción del cobalto, algunos kilómetros más adelante. Hay cada vez más niños que trabajan en las minas. A menudo son huérfanos que tienen que trabajar para sobrevivir. Son los que hacen los peores trabajos, los más pesados, transportan las bolsas del pozo hacia afuera, por ejemplo. Serge es congoleño y trabajó antes en distintas empresas multinacionales en Lubumbashi. Al día de hoy se cambió de bando y trabaja para el sindicato minero, se hastió de ver y formar parte del saqueo.
–Se necesitan mejores leyes respecto de la explotación de nuestras minas. En la situación actual, las normas se acomodan a lo que se hace. Quien gobierna localmente, o los señores de la guerra, venden el derecho a explotar un sitio, la empresa minera va a ese lugar, extrae las riquezas y se marcha con el botín. El proceso da algunas, muy transitorias, posibilidades de trabajo, pero los recursos desaparecen para siempre del país.
Uno de los objetivos del sindicato es el de poner en regla la extracción y retener una parte de las ganancias dentro del país, nos explica un colega de Serge, Komichelo.
–En verdad, habría que conseguir que las licencias sean otorgadas exclusivamente por el gobierno. Hoy en día cualquiera que tiene una Kalaschinov vende licencias para explotaciones mineras.
–El problema que tenemos hoy en día es que las empresas procuran mantener en pie los conflictos, porque ganan mucha plata con eso. Y mientras el Congo hace todo lo posible por alcanzar la pacificación, hay un actor muy poderoso que hace todo lo posible en sentido contrario, continúa Komichelo.
Alrededor suyo seres humanos se hunden en agujeros negros de cobalto. Ese metal, por ejemplo, se usa en los auriculares de los pequeñísimos MP3.
De pronto estalla el caos y se oyen voces airadas que hacen eco y salen del pozo mayor.
–¡Una mujer en la mina! ¡Esto significa una desgracia! ¡Debe ser una bruja! ¡Mátenla!
Algunos de los revoltosos son sujetados por los guardias que nos acompañan, otros vuelven al trabajo. Yo me voy de allí de prisa. El linchamiento en una mina congoleña pertenece a una de mis pesadillas.
El MONUE, de la ONU, tiene como cometido vigilar la llamada paz en el Congo. Alexandre Essome es jefe de esa repartición en Lubumbashi. Participará de las elecciones como observador y supervisor de la ONU. Su principal preocupación son las minas extranjeras y la presión extorsiva que ejercen sobre los políticos locales y los grupos armados.
–¿Cómo vamos a tener elecciones democráticas y como vamos a poder soñar en alcanzar la paz cuando hay intereses tan poderosos para que continúe la guerra? Las empresas mineras ganan enormes ganancias gracias a la guerra, nos aclara.
En Lubumbashi. hay todo un semillero de empresas mineras extranjeras. En el ámbito del desarrollo global que hoy impera no son sólo empresas occidentales las que llevan delante el despojo; al lado de las belgas, francesas, canadienses y australianas también las hay sudafricanas, libanesas, indias, israelíes y sobre todo, chinas. Todas igualmente brutales en su rapiña.
–Aquí puede pasar cualquier cosa, si contás con el dinero suficiente. Las minas son saqueadas, los interesados son incontables. Hemos comparado la compra de metales y la importación de armas: van juntas: cuanto más metales se embarcan hacia el exterior, más armas entran de contrabando, sostiene Alexandre.
–Le he escrito a las autoridades y les he pedido que hagan algo, pero no hay respuesta.
Levanta los hombros en señal de impotencia. Su oficina está en un barracón en un descampado limitado por alambre de púa en Lubumbashi. Los supervisores para las elecciones ya han llegado y se están entrenando en control de ejercicios democráticos. De alguna manera hay una esperanza de paz y democracia en el Congo. Pero la inmensa mayoría de los delitos desaparecen como en un agujero negro, de ceguera y olvido. Bajo responsabilidad “occidental”.
El artículo con fotografías www.argentina.indymedia.org/news/2007/06/530314.php con fotos del artículo
artículo publicado en Revista futuros nº10 (2007) https://revistafuturos.noblogs.org