La obra publicada de Ellul es muy amplia y variada, sociología crítica, teología, historia del derecho, historia de la propaganda, artículos polémicos, etc.
En este breve artículo nos centraremos únicamente en exponer la importancia del concepto de «revolución» en la obra de Ellul a finales de los años sesenta, tema sobre el que trata exhaustivamente en sus dos libros Autopsia de la revolución y ¿Es posible la revolución?, publicados en 1969 y 1972, respectivamente, y que en su época fueron traducidos al castellano. Ellul cerró su trilogía en 1982 con el libro Changer de revolution, libro que reviste un interés especial porque supone una inflexión con respecto a la perspectiva que Ellul había mantenido sobre la tecnología desde los años cincuenta.
La figura de Jacques Ellul (1912-1994) es un tanto desconcertante dentro del panorama intelectual francés. Teólogo protestante, cristiano y profesor de derecho, Ellul es sobre todo conocido por haber sido uno de los críticos más lúcidos de la tecnología y de la sociedad técnica o «tecnificada» ya desde comienzos de los años cincuenta, si tenemos en cuenta la aparición de su libro La edad de la técnica, publicado en 1954 y del que disponemos de una traducción al castellano reciente en la colección Octaedro. Como se sabe, este libro fue editado en Estados Unidos gracias a la mediación de Aldous Huxley y fue allí donde alcanzó una repercusión considerable. En Francia y en Estados Unidos Ellul ha sido considerado como un espíritu polémico e independiente, y sus ensayos críticos forman hoy parte de lo que muchos consideran una sociología libertaria.
Desde los años treinta, junto con su amigo Bernard Charbonneau, Ellul formará parte del pequeño movimiento personalista, corriente que en aquella época se oponía tanto al fascismo y al comunismo, como a la sociedad liberal, aunque pronto ambos autores tomarán distancia con dicho movimiento, entre otras razones, por discrepancias con su principal animador, Mounier.
Durante la guerra Ellul sería revocado de su puesto de enseñanza por el gobierno de Petain y pasaría a practicar la agricultura por un tiempo, participando en la Resistencia pero sin llegar a tomar las armas. A partir de la guerra Ellul se establecería como profesor y seguiría animando grupos de reflexión junto a su amigo Charbonneau. En 1962 enviaría a Guy Debord su libro Propagandes que sería apreciado por los situacionistas. Sin embargo, a la petición de Ellul de entrar a colaborar con ellos, los situacionistas se negaron debido a las creencias cristianas de Ellul. Y aquí debemos de hacer un inciso.
Recientemente, el filósofo lean Claude Michéa (ver su libro La pensée double) hacía alusión a las dos grandes aportaciones críticas que habían supuesto los conceptos de «sociedad del espectáculo» (Debord y los situacionistas) y «sociedad técnica o tecnificada» de Ellul. El hecho de que la colaboración entre Ellul y los situacionistas fuera abortada por un motivo tan nimio es de lamentar ya que de la unión entre ambas corrientes críticas podría haber surgido un análisis verdaderamente profundo y eficaz de los procesos sociales que estaban en marcha en aquella época. Los situacionistas se habían mostrado especialmente agudos en el desarrollo de una teoría que delataba el funcionamiento ideológico de la sociedad de consumo, sin embargo se habían quedado a las puertas de comprender cual era la importancia de la base material y técnica de dicha sociedad. Esta era la aportación fundamental de Ellul y de Charbonneau. Ambos autores habían sabido ver las implicaciones potencialmente revolucionarias de una crítica del modo de organización técnico de la sociedad y de las consecuencias que esto podría traer para la elaboración de un discurso emancipador.
El sectarismo de los situacionistas y, en general, su confianza en el aparato industrial de la sociedad, al que según ellos bastaría adaptar a la gestión de los consejos obreros, impidió que en Francia se pudiera formar un frente de pensamiento crítico que hubiera podido superar las lacras del vanguardismo y del obrerismo, y que hubiera planteado la cuestión ecológica como cuestión de primer orden. No afirmamos, claro está, que este hecho circunstancial haya sido el único impedimento para la formación de una tal conciencia, pero sí nos parece sintomático de una época, donde el extremismo izquierdista permanecía ciego al problema de la ecología. En ese sentido las aportaciones de Murria Bookchin, con las insuficiencias y contradicciones que podamos detectar en sus obras, abrieron una perspectiva necesaria para la evolución del pensamiento emancipador (1).
De 1972 a 1982, de nuevo junto a Charbonneau, Ellul participó en la formación del Comité de Defensa de la Costa de Aquitania, que pretendía salvar la costa del programa de zonificación turística del Estado. En 1977, Ellul publicaría Le System technicien, tal vez su obra más acabada sobre el fenómeno técnico, donde Ellul responde a muchas críticas lanzadas desde la aparición de su primer libro sobre el fenómeno técnico y donde el autor esboza un cuadro muy completo de la sociedad informatizada que sería la nuestra treinta años después.
Cabe decir que tanto ElIul como Charbonneau son en Francia dos referencias para la ecología radical y, aunque no se puede decir que sean autores «populares», sus escritos y aportaciones reciben una atención cada vez mayor. En fin, hasta aquí hemos dado algunas pinceladas para ayudar a situar un poco al personaje. Alguien podría preguntarnos con razón ¿por qué hablar de Ellul? ¿Cuál es su importancia? O, mejor dicho ¿por qué deberíamos leerle o interesarnos por lo que dice? ¿No estamos ya un poco cansados de tantos pensadores supuestamente revolucionarios que teorizan sobre esto y aquello y escriben libros sin parar?
Es evidente que no es en los libros de Ellul, ni de ningún otro autor donde vamos a encontrar las soluciones para nuestros problemas inmediatos ni tampoco la vía mágica para organizar la transformación social. Por el contrario, hay que darse cuenta de que muchos de los problemas que hoy se nos presentan fueron ya, de alguna forma, pensados y discutidos por las generaciones que nos precedieron. Creo que hoy falta reflexión sobre ciertas cuestiones, por eso merece la pena invertir un poco de tiempo en la lectura de Jacques Ellul, porque en su obra hay argumentos suficientes para fundamentar una crítica de esta sociedad que sea a la vez una crítica de sus modos de vida, de sus creencias, prejuicios y de su ideología progresista. Las obra de Ellul, junto con las de Charbonneau, Illich, Anders, Polanyi, Mumford, Bookchin, Goodman, etc., si se tomaran en serio, podrían servir como fuente de inspiración de un futuro movimiento de transformación que tuviera como preocupación primera el desarrollo de la libertad humana en el respeto de las demás especies y de la vida del planeta en su conjunto.
Dicho todo esto hay que señalar que no es necesario estar de acuerdo con todo lo que dice Ellul, ni con la forma en que lo dice, para darse cuenta de que grosso modo, Ellul es capaz de desentrañar cuales son las cuestiones centrales, y cuales son secundarias, dentro de las luchas políticas de la modernidad. La cuestión de la revolución es una cuestión que parece caduca, pero a la vez sigue obsesionando a todos aquellos empeñados en el debate político, en el análisis de los sistemas de dominación, en las luchas prácticas, en la acción directa, etc., El análisis del concepto de la revolución de Ellul viene en un momento considerado crucial, al final de los años sesenta del pasado siglo, cuando e! mundo occidental vivía una especie de efervescencia revolucionaria.
La autopsia de la revolución
En concreto, el libro que comentaremos aquí será Autopsia de la revolución, aparecido hace cuarenta años, en 1969. Este libro intenta hacer un recorrido sumario del concepto histórico de «revolución», para lo cual Ellul divide su libro en cinco secciones. En la primera sección, se muestran las diferencias entre las revueltas anteriores a la Revolución francesa, las llamadas revueltas populares, las revueltas campesinas, las revueltas iluministas. Para Ellul se trata sobre todo de fenómenos sociales que se oponen al curso de la historia, reclaman una vuelta al principio, un reinicio. Contienen objetivos claros y, a veces, programas, pero no un verdadero proyecto revolucionario. No hay doctrina de la revolución como tal.
En la segunda sección, con la Revolución Francesa nace el mito de la revolución. Se crea toda una religión revolucionaria, una doctrina, un modelo. La revolución se universaliza y se convierte en un esquema que se puede aplicar a otras zonas de la historia. A la vez, y lo que es más importante, la revolución se sitúa ahora en la historia, y no por oposición a ella. Se crea un progresismo de la historia donde la revolución aparece como el triunfo de la libertad. Pero con el triunfo de la revolución llega el triunfo del Estado. Se crea también la religión del Estado. Según Ellul, hasta ese momento las revueltas se habían hecho contra el poder y, en general, contra el Estado. La Revolución Francesa perfecciona y amplía al infinito los poderes del Estado. El Estado es ahora, increíblemente, el garante de la libertad. Los revolucionarios franceses se apoyaron sobre las clases populares y los clubes radicales para, una vez en el poder, instituir el Estado racional omnipotente.
En la tercera sección, todo se precipita: la racionalización del fenómeno revolucionario y su entrada en la historia como modelo lo convierte rápidamente en un fenómeno que encaja en el sentido de la historia y, es más, en un fenómeno capaz de crear la historia. La teoría marxista se apodera del concepto de revolución y convierte ésta es un mecanismo automático de la historia, en un esquema científico y objetivo. Para Marx, y para muchos de sus seguidores, era suficiente considerar la combinación de ciertos factores objetivos en la realidad histórica para determinar que esto desembocaría en un proceso revolucionario. Para el marxismo, sin embargo, no quedaba muy claro cuáles eran estos factores.
¿Por qué la revolución se había desencadenado en Rusia, un país industrializado a medias y con una estructura social que guardaba rasgos del antiguo régimen y no en países avanzados como Inglaterra o Alemania? Era necesario entonces, para Lenin y sus compañeros, el modificar un poco la teoría para que pudiera seguir siendo un instrumento científico de análisis revolucionario. Por lo demás, Ellul insiste en el hecho de que la revolución, en el sentido de la historia, no puede de nuevo sino desembocar en el reforzamiento del Estado, como ocurrió en 1917. Igual que en Francia el Estado fue el garante de las nuevas libertades burguesas, en la Rusia bolchevique el Estado, el Partido, el Comité Central, se convierten en los guardianes de la verdad de la revolución proletaria, con los resultados que conocemos.
En la cuarta sección, Ellul habla de la revolución «banalizada», es decir, la revolución que se ha convertido en un fenómeno de moda. A finales de los años sesenta todo tiene que ser revolucionario. Para Ellul la palabra «revolución» se convierte en un nuevo ídolo de masas. Analiza de manera sumaria fenómenos pretendidamente revolucionarios: el underground y el cine de Godard, el castrismo y la teología de la liberación, los movimientos sindicales y la protesta juvenil. Ellul ironiza incluso sobre el verdadero contenido revolucionario de mayo de 1968.
Finalmente, en la parte quinta del libro desarrolla el concepto de «revolución necesaria». Esta es la aportación más importante del libro y la que, a mi juicio, contiene elementos de análisis que pueden servir de inspiración en nuestros días. Ellul considera como un imperativo moral el hecho de rebelarse. Ante todo, hay que rebelarse y oponerse. Negar en su conjunto la sociedad actual.
La rebelión en sí es un hecho absurdo porque no contiene ninguna garantía de éxito, pero eso es justamente lo que lo convierte en un hecho valioso. Pero lo que es más importante: la revolución debe actuar contra las verdaderas estructuras de la sociedad. Esto es, contra la Técnica y el Estado, los dos pilares de la dominación. La revolución no puede ser movida por el deseo de justicia distributiva, ni para sacar a los pueblos de su pobreza, ni para acabar con el hambre y la guerra, con ser todos estos fenómenos muy graves, para Ellul no alcanzan la raíz del problema. Nuestro principal problema reside en la estructura misma de la sociedad que compartimos, su estructura técnica, su modo de producir y consumir, la ideología del espectáculo que la protege. Hacer la revolución contra esta sociedad requiere pues un esfuerzo considerable para combatir la misma ideología que promueve y que se apodera de nuestras mentes: hedonismo consumista, autonomía individualista, búsqueda de felicidad y de bienestar a toda costa.
Ellul señala justamente que nuestra sociedad moderna es una sociedad que cada vez más tiende a integrar, se convierte en sociedad global. Con sus técnicas de información, publicidad, adoctrinamiento de masas, ocupa cada vez más parcelas de la vida cotidiana y de la conciencia de los individuos. Señala también que es una sociedad donde el crecimiento económico es el único dogma. Para Ellul los revolucionarios de mayo de 1968 han atacado sobre todo espejismos del poder que ya habían sido desacreditados por la misma modernidad: las verdaderas estructuras del sistema quedaron intactas. El tipo de revuelta humana que preconiza Ellul exige, por tanto, una puesta en cuestión radical de la forma de vida en las sociedades avanzadas. Y, sobre ese punto, Ellul no se hace ilusiones, ya que sabe que eso significará, en muchos casos, renunciar a muchas cosas que los revolucionarios de su tiempo consideraban conquistas irrenunciables.
Ellul propone un fortalecimiento de la conciencia individual, una ascesis imprescindible para que la persona pueda sobreponerse a la disciplina de masas. La revolución necesaria exige la creación de nuevos valores, ya que toda moral ha quedado arruinada por el paso de la sociedad tecnificada. Ellul corta prácticamente toda herencia de un pasado revolucionario y habla de volver al punto de partida, de volver a comenzar. Al señalar que una verdadera revolución debería dirigirse contra las estructuras centralizadas del Estado y de la tecnificación, deja entender el enorme reto que supone este objetivo.
Dos o tres años después, en su libro ¿Es posible la revolución? completará y profundizará su estudio sobre los fenómenos revolucionarios de su época y llegará a conclusiones tremendamente sombrías sobre el futuro y la posibilidad de la revolución: «En la medida en que la revolución necesaria se opone a esa facilidad que el progreso técnico otorga al hombre, en la medida en que pone en juego la satisfacción de ciertas necesidades convertidas en vitales por costumbre y persuasión, en la medida en que rechaza el avance demasiado evidente hacia ese paraíso, la revolución necesaria no tiene ninguna probabilidad de éxito. El mito del progreso ha matado el espíritu revolucionario y la posibilidad de una toma de conciencia de la actual necesidad revolucionaria. El peso que hay que levantar es demasiado pesado. El hombre tranquilo, seguro de que la técnica le proporcionará todo cuanto pueda desear, no ve la razón para hacer otro esfuerzo que no sea el facilitar este desarrollo técnico, ni por qué habría que lanzarse a una aventura incierta y dudosa.»
En 1982 Ellul publicaría su último libro sobre la revolución Changer de revolution. L’inéluctable prolétariat. Este libro llamó la atención a los lectores de la obra de Ellul, ya que en él Ellul, contradiciendo las ideas de sus obras anteriores, anuncia una posibilidad de aprovechar la informatización y la automatización para construir un socialismo descentralizado y libertario. Es verdad que las condiciones sociales que exige Ellul para esta reorientación son inalcanzables para nuestra sociedad, a no ser que se produjera una transformación radical de todas sus estructuras. La proposición de Ellul queda pues como un elemento incongruente en su obra, y él mismo, en su último libro sobre la técnica Le Bluff technologique (1988) se encargará de renunciar a tales esperanzas puestas de manera efímera en la tecnología. Por lo demás, el libro Changer de revolution contenía reflexiones y análisis muy interesantes en cuanto a la evolución del socialismo en la sociedad industrial.
Un balance
Una obra tan amplia y ambiciosa como la de Ellul no puede evitar caer en excesos, injusticias, contradicciones. Ellul ha pretendido captar cuáles son los principales obstáculos que en la sociedad moderna se oponen a la realización de la libertad humana y a veces ha incurrido en simplificaciones o juicios demasiado categóricos. Sus ideales cristianos no suelen interferir con sus obras de sociología crítica, que son las que aquí nos interesan, pero a veces, como en Changer de revolution, su aparición ciertamente no ayuda a esclarecer ciertos puntos de su argumentación.
Al final de su libro Autopsia de la revolución Ellul hacía un balance elogioso de la última corriente que él consideraba como revolucionaria: el situacionismo. Este elogio sin embargo no dejaba de plantear problemas. Era lógico que Ellul sintonizara con el análisis despiadado y radical que los situacionistas hacían de la ideología alienante de la sociedad de consumo, del conformismo intelectual y universitario, del estalinismo, de la pseudovanguardia, etc., todo eso estaba ya de muchas formas presente en los libros de Ellul de los años cincuenta y sesenta. Ver, por ejemplo, su libro sobre la propaganda, o bien su libro L’illusion politique (1965). Ahora bien, el libro Autopsia de la revolución contiene elementos suficientes para criticar muchos de los aspectos de la filosofía revolucionaria y progresista que había detrás del situacionismo. De hecho había una parte muy importante de la teoría situacionista que estaba montada sobre la filosofía marxista de la historia y que por tanto compartía muchos de sus errores.
Toda la retórica situacionista sobre los consejos obreros, sobe la toma de conciencia de la alienación por parte de la clase trabajadora, sobre el movimiento real que suprime las condiciones existentes, etc., etc., ¿Quién podría hoy leer todo eso sin soltar una carcajada? Los situacionistas elevaron a un pedestal las revueltas de mayo-junio de 1968 queriendo ver en ellas una nueva época de la contestación social, hecho que podría ser admitido a condición de relativizar el ámbito y el alcance de esa contestación. Si Ellul desdeña la contestación de mayo, a pesar de su valoración de la crítica situacionista, es porque justamente ve su carácter limitado y banal.
Intentando no hacer una proyección revisionista sobre la historia contemporánea, uno se da cuenta de que el análisis de Ellul, aunque sólo fuera una reflexión inserta en un libro, estaba más cerca de la verdad que cualquier otra teoría radical o subversiva de la época. La revolución de la vida cotidiana anunciada por los situacionistas no tomaba cuenta de los límites materiales y ecológicos donde cualquier forma de vida colectiva debe asentarse. Y el tiempo, en general, ha dado la razón a autores como Ellul, Illich, Charbopneau, Mumford. Cuarenta años después de mayo de 1968, la sociedad ha continuado su tecnificación, su desarrollo productivista, su hundimiento en la alienación industrial y en la destrucción de la naturaleza.
El hecho de que Ellul conciba que en la edad contemporánea la revolución, en el sentido en que la piensan muchos considerados revolucionarios, es imposible, no quiere decir que todas las vías hacia la transformación de esta sociedad estén cortadas. Únicamente se trata de tener en cuenta lo que ya no se puede hacer, lo que ya carece de sentido, lo que ya es inesencial (¡cuando ya lo era hace cuarenta años!). Tiene razón Ellul cuando dice que nuestra sociedad moderna es sobre todo una sociedad de la integración, y no exactamente una sociedad de la exclusión, como pretenden muchos izquierdistas. No es una sociedad de la represión, sino sobre todo de la adaptación y del consenso. Tampoco es una sociedad de la precariedad, sino una sociedad de la abundancia. Obviamente en las sociedades industriales avanzadas hay fenómenos de exclusión, de represión y de precariedad obligatoria, pero esos no son los problemas centrales, son problemas que derivan de un sistema tecnificado, desarrollista y estatalizado, que ha logrado imponer una dominación social mediante un conjunto de estrategias diversas. En general podemos decir que el conjunto de la sociedad vive de acuerdo con el sistema político y cuando muchas personas se quejan y hablan de precariedad y de exclusión, justamente lo que reclaman es que el sistema se cure de sus errores, que se mejore, que pueda llegar a todos, que todo el mundo pueda tener un sueldo decente, una vivienda cómoda y segura, unas buenas redes de carretera, una buena sanidad, zonas verdes donde pasear y hacer jogging, etc. Lo de siempre.
Asistimos, por parte de la izquierda parlamentaria y extra parlamentaria, a una propaganda intensa y constante para que el sistema se haga menos precario y excluyente, que todo el mundo pueda tener acceso a la educación y a contratos de trabajo decentes. Por un lado, esto es comprensible, ya que las personas buscan tener una mínima seguridad material para el desarrollo de sus vidas. Por otro lado, es aberrante, porque esta supuesta seguridad material se piensa ya únicamente en la forma que ofrece la sociedad industrial estatalizada, sin tener en cuenta que dicha sociedad oculta o falsifica todos los efectos catastróficos que produce sobre la libertad humana y la naturaleza. Es por eso que la toma de conciencia crítica en nuestra sociedad es hoy un fenómeno tan absolutamente abstracto, ya que es necesario que parta del cuestionamiento de todo, lo que es increíblemente arduo.
Hay que darse cuenta que sólo grupos muy minoritarios se atreven a emprender iniciativas que ponen en cuestión la globalidad del sistema. Las personas que se implican en una lucha antidesarrollista mediante la acción directa, como puede ser la asamblea anti-TAV o la asamblea Transgenics Fora, los grupos autogestionados como el BAH, u otros grupos que buscan convivir en comunidades autónomas, gente que se implica en .la profundización de la agroecología, en la defensa incondicional de espacios naturales, en la Red de Semillas, en el asociacionismo y la ayuda mutua … Todas estas experiencias pueden servir como punto de apoyo para un futuro movimiento que ganará fuerza y que representará una oposición real.
Es verdad que si hace cuarenta años libros como Autopsia de la revolución de Ellul hubieran sido tomados en cuenta, los movimientos radicales se habrían librado de muchos falsos dilemas. Habrían ganado un tiempo precioso en la lucha contra el sistema que padecemos.
José Ardillo
Notas:
(1). Bookchin criticó también a Ellul en su época, tachándole de fatalista, entre otras cosas. En cualquier caso hay que decir que la obra de Bookchin está plagada de incongruencias. No podemos olvidar que por lo menos hasta principios de los años setenta del pasado siglo fue un defensor de la energía nuclear y de la agricultura con pesticidas. Para una amplia crítica de Bookchin es imprescindible acudir al libro de David Watson Beyond Bookchin. Preface for a future social ecology (Autonomedia 1996).
Extraído de Ekintza Zuzena. Nº 36. www.nodo50.org/ekintza
publicado en www.argentina.indymedia.org/news/2009/12/708939.php