Puso énfasis en que esta conversación fuese publicada en una revista de Sudamérica. Dice Graciela: «Lo entreviste en Los Ángeles. Fue una experiencia muy interesante, la cual compartí con tres amigos que me acompañaron. CC nos refirió, con franqueza y simplicidad, sus ultimas experiencias. En mi opinión, en la entrevista se nos mostró sin mascaras ni poses.
Por Graciela N. V. Corvalán*
Esta conversación aclara y pone en situación algunos de los episodios que refiere en su último libro: The Eagle’s Gift (El Regalo del Águila. Creo que la historia de «Joe Córdoba y su señora» presenta un aspecto no popularizado de Carlos Castaneda y su grupo, que en mi opinión seria la síntesis o ultima etapa de su camino o conocimiento: ese «tocar tierra» y «ser una nada». Acabo de hacerle unas líneas para avisarle que el trabajo se publicara en Mutantia. El tenia mucho interés en que se diera a conocer en alguna publicación en español. Estoy segura de que se alegrara enormemente.»
Hacía varios meses que le había escrito (dos cartas, para ser más precisa) cuando Carlos Castaneda llamó por teléfono. Eso fue a mediados de julio. Su llamada me tomó totalmente por sorpresa. Castaneda habló largamente, y sin que yo se lo pidiera se ofreció a darme información. Castaneda tenía interés en encontrarse y hablar conmigo. Procuró hacerme comprender que la tarea que estaba realizando era de gran importancia. «No soy ni un gurú ni un charlatán». -insistió haciendo referencia a algunos críticos y periodistas. Castaneda es un investigador serio que tenía interés en hablar acerca de los trabajos que está realizando en México y sobre su labor epistemológica. Según él, el hombre europeo no concibe que haya otro que piense ni que haya otra descripción de la realidad que la suya. Estando ya en Los Ángeles, CC llamó por teléfono. No encontrándome, dejó su mensaje y las indicaciones acerca de la hora y el lugar del encuentro: «Salga de la Freeway en tal calle y doble a la derecha en tal otra. Pase, luego, cuatro luces. Allí, a la izquierda está la Iglesia de la Inmaculada pero a Ud. eso no le importe y doble a la derecha. Ahí, encontrará Ud. el campus de UCLA (1). Entre al ‘parking lot’ . Como es domingo no va a haber nadie y Ud. podrá entrar sin problemas. Generalmente hay poca gente durante los fines de semana.
Entonces, a las 4 de la tarde; junto a la garita». Castaneda esperaba que llegásemos en un Volkswagen marrón. Esa noche y la mañana siguiente trabajé febrilmente en mis notas. Había dormido poco pero no estaba cansada. A eso de la una de la tarde, mis amigos y yo salimos rumbo al campus de UCLA. Teníamos algo más de dos horas de viaje. Siguiendo las indicaciones de Castaneda. llegamos sin dificultad a la garita de la entrada del ‘parking lot’ de UCLA. Faltaban aún unos 15 minutos para las 4 de la tarde. Estacionamos en un lugar más o menos sombrío: A las cuatro en punto, levanté la vista y los vi venir hacia el auto: mi amiga junto a un señor moreno y algo más bajo que ella. Castaneda vestía «jeans» azules y remera de cuello abierto (sin bolsillos) color crema pálido. Bajé del auto y me apresuré a encontrarlos. Después de los saludos y fórmulas de cortesía convencionales, le pregunté si me permitiría usar un grabador. En el auto teníamos uno para el caso de que él lo permitiera. «No, es mejor que no», contestó con un gesto de hombros. Nos encaminamos, de cualquier manera, al auto a buscar las notas, cuadernos y libros. Cargados de libros y papeles; nos dejamos guiar por Castaneda. El conocía bien el camino. «Por ahí -decía señalando con la mano- hay unos bancos lindísimos». Desde el principio Castaneda fijó el tono de la conversación y de los temas que habríamos de tratar. Me di cuenta también de que no iba a necesitar todas esas preguntas que tan trabajosamente había elaborado.
Tal como me lo había anticipado por teléfono, él quería hablarnos de la tarea que estaban haciendo y de la importancia y seriedad de sus investigaciones. La conversación se llevó a cabo en español, lengua que maneja con fluidez y gran sentido del humor. Castaneda es un maestro en el arte de la conversación. Hablamos por espacio de siete horas. El tiempo pasó sin que su entusiasmo ni nuestra atención decayeran. A medida que tomaba confianza, hizo más y más uso de expresiones típicamente argentinas tanto como para hacer alardes de su «porteñismo» como a modo de amable gesto para con nosotros que éramos todos argentinos. Cabe mencionar que aunque su español es correcto, es evidente que su lengua es el inglés.
Hizo abundante uso de expresiones y palabras en inglés a las cuales le dimos el equivalente en español. El que su lengua sea el inglés se manifiesta también en la estructura sintáctica de sus frases y oraciones. Toda esa tarde Castaneda procuró mantener la conversación en un nivel que no fuera intelectual. Aunque sin duda ha leído mucho y conoce las distintas corrientes de pensamiento, en ningún momento estableció comparaciones con otras tradiciones del pasado o del presente. La «enseñanza tolteca» nos la transmitió por medio de imágenes materiales que, precisamente por eso; impiden que se las interprete especulativamente.
De este modo Castaneda no solamente fue obediente a sus maestros sino totalmente fiel al camino que ha elegido, no quiso contaminar su enseñanza con nada ajeno a ella. A poco de encontrarnos quiso saber las razones de nuestro interés en conocerlo. El ya sabía de mi posible reseña y del proyectado libro de entrevistas. Más allá de todo profesionalismo insistimos en la importancia de sus libros, que tanto habían influido en nosotros y en muchos más. Teníamos un profundo interés por conocer la fuente de esa enseñanza. Entretanto, habíamos llegado a los bancos, y a la sombra de los árboles nos sentamos. «Don Juan a mi me lo dio todo -comenzó diciendo-. Cuando lo encontré no tenía otro interés que la antropología, pero a partir de ese encuentro cambié. ¡Y esto que me ha pasado a mi no lo cambiaría por nada!» Don Juan estaba presente allí con nosotros. Cada vez que Castaneda lo mencionaba o lo recordaba percibíamos su emoción. De don Juan nos dijo que era una totalidad de exquisita intensidad capaz de darse todo en cada ahora. «Darse todo en cada momento es su principio, su regla», dijo. El que don Juan sea así no puede ser explicado y es rara vez comprendido, «simplemente es».
… En «El Segundo Anillo de Poder» (1) Castaneda recuerda una característica especial de don Juan y de don Genaro, de la cual todos los demás carecen. Allí escribe: «Ninguno de nosotros está dispuesto a prestarle al otro una atención indivisa, de la manera que don Juan y don Genaro lo hacían (p. 203). Estas palabras apuntan a ese ser todo en cada instante, a esa presencia que es don Juan. En muchas oportunidades Castaneda se ha de referir a eso de tener «un gesto», a ese acto totalmente gratuito y libre del ser.
El segundo anillo de poder me había dejado llena de preguntas. El libro me interesó mucho; sobre toda después de su segunda lectura, pero había escuchado comentarios desfavorables. Yo misma tenía ciertas dudas. Le dije que creía que Viaje a Ixtlán era el que más me había gustado sin que supiera bien por qué. Castaneda me escuchaba y contestó mis palabras con un gesto que parecía decir: Y yo, ¿qué tengo que ver con el gusto de todos ellos? Yo seguí hablando, buscando razones y explicaciones. «Tal vez esa preferencia se deba a que en Viaje a Ixtlán se percibe mucho amor «, dije. Castaneda puso cara fea. La palabra amor no le gustó. Es posible que el término tenga para él connotaciones de «amor romántico», «sentimentalismo» o «debilidad». Tratando de explicarme, insistí en que la última escena de Viaje a Ixtlán está preñada de intensidad. Ahí Castaneda asintió: Sí con esto último estaría de acuerdo. «Intensidad, sí -dijo- , ésa es la palabra». Insistiendo en el mismo libro, le manifesté que algunas. escenas me habían resultado definitivamente «grotescas». No les encontraba justificación. Castaneda estuvo de acuerdo conmigo. «sí, el comportamiento de esas mujeres es monstruoso y grotesco pero esa visión me era necesaria para poder entrar en acción», dijo.
Castaneda necesitaba ese «shock». «Sin adversario no somos nada -continuó-. El ser adversario es propio de la «forma» humana. La vida es guerra, es lucha. La paz es una anomalía «: Refiriéndose al pacifismo lo calificó de «monstruosidad.» porque, según él, los hombres «somos seres de logros y de luchas». Sin poder contenerme le dije que no podía aceptar que calificara el pacifismo de monstruosidad «¿Y Ghandi? ¿Cómo ve Ud. a Ghandi, por ejemplo?» «¿Ghandi? -me respondió- Ghandi no es un pacifista. Ghandi es uno de los más tremendos luchadores que han existido: ¡Y qué luchador!» Comprendí entonces que Castaneda da valores muy especiales a las palabras. El «pacifismo» al cual él había hecho referencia no podía sino el pacifismo del débil, el de quien no tiene agallas suficientes como para ser y hacer otra cosa, el de quien nada hace porque no tiene objetivos ni energía en la vida; en una palabra, ese pacifismo refleja toda un actitud autocomplaciente y hedonista.
Con un amplio gesto que quería incluir a toda una sociedad ya sin valores, voluntad y energía, replicó: «Todos drogados… sí, ¡hedonistas!» Castaneda no aclaró estos conceptos, ni nosotros se lo pedimos. Yo tenía entendido que parte de la ascesis del guerrero era liberarse de la «forma» humana pero los inusitados comentarios de Castaneda me habían llenado de confusión: Poco a poco, sin embargo, me fui dando cuenta de que eso de ser «seres de logros y de luchas» es un primer nivel en la relación. Esa es la materia prima de donde se parte. Don Juan, en los libros, se refiere siempre al buen «tonal» de una persona. Ahí comienza el aprendizaje y se pasa a otro nivel.
«No se puede pasar al otro lado sin perder la «forma» humana» -dijo Castaneda. Insistiendo sobre otros aspectos de su libro que no me habían quedado claros, le pregunté acerca de los «huecos» que le quedan a las personas por el simple hecho de haberse reproducido. «Sí -dijo Castaneda-. Hay diferencias entre las personas que han tenido hijos y las que no. Para pasar de puntillas frente al águila hay que estar entero. Una persona con ‘huecos’ no pasa». La metáfora del «águila» nos la explicaría mas adelante. Por el momento pasó casi inadvertida ya que el foco de nuestra atención estaba en otro tema. «¿Cómo explica. Ud. la actitud de doña Soledad con Pablito así como la de la Gorda con sus hijas?», quise saber con insistencia. Eso de quitarles a los hijos ese «filo» que al nacer ellos nos toman era, en gran medida, algo inconcebible para mí. Castaneda convino en que aún no tiene bien sistematizado todo eso.
Insistió, sin embargo, en las diferencias que existen entre las personas que se han reproducido y las que no. «Don Genaro es ¡loquito!, ¡loquito! Don Juan, en cambio, es un loco serio. Don Juan va despacio pero llega lejos. Al final, los dos llegan…» «Yo, como don Juan -continuó- tengo huecos: es decir. tengo que seguir su camino. Los Genaros, en cambio, tienen otro modelo.» «Los Genaros, por ejemplo, tienen un «filo» especial que nosotros no tenemos. Son más nerviosos y de marcha rápida… Son muy livianos; nada los detiene.» «Los que como la Gorda y yo hemos tenido hijos, tenemos otras características que compensan esa pérdida. Se es más reposado y, aunque el camino sea largo y arduo, también se llega. En general, los que han tenido hijos saben cómo cuidar a otros. No significa que las personas sin hijos no sepan hacerlo, pero es distinto…»
«En general uno no sabe lo que hace; se es inconsciente de las acciones y después se paga. ¡Yo no supe lo que hacía!» exclamó refiriéndose, sin duda, a su propia vida personal. «Al nacer, a mi padre y a mi madre les quité todo -dijo. ¡Quedaron todo magullados! A ellos les tuve que devolver ese «filo» que les había quitado. Ahora tengo que recuperar el «filo» que yo perdí.» Pareciera que esto de los «huecos» que hay que cerrar tiene que ver con los atavismos biológicos. Quisimos saber si el tener «huecos» es algo irreparable. «No – nos respondió -. Uno se puede curar. Nada es irrevocable en la vida. Siempre es posible devolver lo que no nos pertenece y recuperar la que es de uno». Esta idea de la recuperación es coherente con todo un «camino de aprendizaje»; camino en el cual no basta conocer o practicar una o más técnicas sino que requiere la transformación individual y profunda del ser.
Se trataría de todo un sistema coherente de vida con objetivos concretos y precisos. Tras un breve silencio le pregunté si The Second Ring of Power había sido traducido al español. Según Castaneda una editorial española tenía todos los derechos, pero no estaba seguro de si el libro había salido o no. [El no estaba muy conforme con la distribución de sus libros por el Fondo de Cultura Económica.] «Las traducciones al español las hizo Juan Tovar, quien es un gran amigo mío». Juan Tovar usó las notas en español que el mismo Castaneda le había facilitado; notas que algunos críticos han puesto en duda. La traducción al portugués parece ser muy hermosa. «Sí -dijo Castaneda-. Esa traducción está basada en la traducción al francés. Realmente está muy bien hecha «. En Argentina, sus dos primeros libros habían sido prohibidos. Parece que la razón que se dio fue el asunto de las drogas. Castaneda no lo sabia. «¿Por qué? – nos preguntó para concluir sin esperar nuestra respuesta-. Me imagino que es obra de la Madre Iglesia». (2)
Al principio de nuestra conversación, Castaneda mencionó algo acerca de la «enseñanza tolteca». También en The Second Ring of Power se insiste en «los toltecas» y en «ser un tolteca». «¿Qué significa ser un tolteca?» -le preguntamos. Según Castaneda, la palabra «tolteca» constituye una unidad de significación muy amplia. Se dice de alguien que es un tolteca de la misma manera que se puede decir que es un demócrata o un filósofo. Tal como él la usa. esta palabra nada tiene qué ver con su significado antropológico. (3)
«Tolteca es el que sabe los misterios del acecho y del sueño». Todos ellos son toltecas. Se trata de un pequeño grupo que ha sabido mantener viva una tradición desde más de 3.000 años antes de J.C. Como yo estaba trabajando en el pensamiento místico y tenía particular interés en establecer la fuente y el lugar de origen de las distintas tradiciones, insistí: «¿Cree Ud. entonces que la tradición tolteca ofrece una enseñanza que sería propia de América?» La «nación tolteca » mantiene viva una tradición que es, sin duda, propia de América. Castaneda adujo que es posible que los pueblos de Américas hubieran traído algo de Asia al cruzar el estrecho de Bering, pero que hace tantos miles de años de todo eso que por el momento no hay más que teorías.
En Relatos de Poder, Don Juan le habla a Castaneda de «los brujos», de «esos hombres de conocimiento» que la conquista y colonización del hombre blanco no pudieron destruir porque ni supieron de su existencia ni notaron todo lo incomprensible de su mundo. «¿Quiénes forman la nación tolteca? ¿Trabajan juntos? ¿Dónde lo hacen?» -preguntamos. Castaneda contestó todos nuestros interrogantes. El está ahora a cargo de un grupo de jóvenes que vive en la zona de Chiapas, al sur de México. Todos se trasladaron a esa zona debido a que la señora que ahora les enseña estaba radicada allí. «Entonces… ¿Ud. volvió? -me sentí impelida a preguntarle al recordar la última conversación entre Castaneda y las hermanitas al final de “The Second Ring of Power”. «¿Volvió Ud. pronto, tal como la Gorda se lo pedía?» «No, no volví pronto pero volví» -me contestó riendo. «Volví para llevar a cabo una tarea a la cual no puedo renunciar».
El grupo consta de unos 14 miembros. Si bien el núcleo básico es de 8 o 9 personas, todos son indispensables en la tarea que se realiza. Si cada uno es suficientemente impecable, se puede ayudar a un mayor número de seres. «Ocho es un número mágico», -dijo en algún momento. También insistió en que el tolteca no se salva solo sino que se va con el núcleo básico. Los otros quedan y son indispensables para continuar y mantener viva la tradición. No es necesario que el grupo sea grande, pero cada uno de los que está envuelto en la tarea es definitivamente necesario para el todo. «La Gorda y yo somos los responsables por los allegados. Bueno, realmente yo soy el responsable pero ella me ayuda íntimamente en esta tarea» -aclaró Castaneda. Nos habló después de los miembros del grupo que conocíamos por sus libros. Nos dijo que don Juan era indio Yaqui, del estado de Sonora. Pablito, en cambio, era indio mixteco, y Néstor era mazateco (de Mazatlán, en la provincia de Sinaloa). Benigno era Zotsil (Sotzil]. Recalcó varias veces que Josefina no era india sino que era mexicana y que uno de sus abuelos era de origen francés. La Gorda, como Néstor y don Genaro, era mazateca. «Cuando la conocí, la Gorda era una mujer inmensa, pesada y toda golpeada por la vida, dijo-. Ninguno de los que la conoció puede hoy imaginar que la de ahora es la misma de antes». Quisimos saber en qué lengua se comunicaba él con toda la gente del grupo, y cuál era la lengua que generalmente usaban entre ellos. Le recordé que en sus libros se hacen referencias a algunas lenguas indias. «Nos comunicamos en español porque es la lengua que todos hablamos, -respondió-.
Además ni Josefina ni la señora Tolteca son indias. Yo sólo hablo un poquito en lengua india. Frases sueltas, como saludos y alguna que otra expresión. Lo que sé no me permite mantener una conversación». Aprovechando una pausa suya le preguntamos si la tarea que ellos están realizando es accesible a todos los hombres o si se trata de algo para unos pocos. Como nuestras preguntas apuntaban a descubrir la relevancia de la enseñanza tolteca y el valor de la experiencia del grupo para el resto de la humanidad, Castaneda nos explicó que cada uno de los miembros del grupo tiene tareas específicas que cumplir, sea en la zona de Yucatán, en otras áreas de México o en otros lugares.
«Cumpliendo tareas, uno descubre una gran cantidad de cosas que son directamente aplicables a las situaciones concretas de la vida diaria. Haciendo tareas se aprende mucho.» «Los Genaros, por ejemplo, tienen una banda de música con la que recorren todos los lugares de la frontera. Se imaginarán Uds. que ellos ven y están en contacto con mucha gente. Siempre se tiene posibilidades de transmitir el conocimiento. Siempre se ayuda. Se ayuda con una palabra, con una pequeña insinuación… Cada uno, cumpliendo fielmente su tarea, lo hace. Todos los seres pueden aprender. Todos tienen la posibilidad de vivir como guerreros.» «Cualquier persona puede emprender la tarea del guerrero. El único requisito es querer hacerlo con un deseo inconmovible; es decir, se ha de ser inconmovible en el deseo de ser libre.
El camino no es fácil. Constantemente buscamos excusas y tratamos de escapar. Es posible que la mente lo logre, pero el cuerpo lo siente todo… El cuerpo aprende rápida y fácilmente.» «El tolteca no puede gastar energía en tonterías, -continuó-. Yo era una de esas personas que no pueden estar sin amigos… ¡Ni al cine podía ir solo!». Don Juan en un determinado momento le dijo que debía abandonar todo y, particularmente, separarse de todos aquellos amigos, con los cuales no tenía nada en común.
Por largo tiempo resistió la idea hasta que por último lo fue envolviendo. «Cierta vez, volviendo a Los Ángeles, bajé del auto una cuadra antes de llegar a casa y llamé por teléfono. Por supuesto que ese día, como todos, mi casa estaba llena de gente, me atendió uno de mis amigos a quien le pedí que preparara una valija con algunas cosas y que me la trajera adonde me encontraba. También le dije que el resto de las cosas -libros, discos, etc: podían repartírselas entre ellos. Claro es que mis amigos no me creyeron y tomaron todas las cosas como en préstamo» -aclaró Castaneda. Este acto de deshacerse de la biblioteca y los discos es como cortar con todo el pasado, con todo un mundo de ideas y emociones. «Mis amigos creyeron que yo estaba loco y se quedaron esperando que volviera de mi locura. No los vi como en doce años… sí, como en doce años.» -concluyó. Después de pasados doce años, Castaneda pudo encontrarse nuevamente con ellos. Buscó primero a uno de sus amigos quien lo puso en contacto con los demás. Planearon luego una salida en la que fueron juntos a cenar. Ese día lo pasaron muy bien. Comieron mucho y sus amigos se emborracharon.
«Encontrarme con ellos después de todos esos años fue mi modo de agradecerles la amistad que me habían brindado antes, -dijo Castaneda-. Ahora todos están grandes. Tienen sus familias, esposas, hijos… Era necesario sin embargo, que yo les agradeciera. Sólo así pude terminar definitivamente con ellos y cerrar una etapa de mi vida». Es posible que los amigos de Castaneda ni entiendan ni puedan compartir nada de lo que él está haciendo, pero el hecho de que él quisiera y pudiera agradecerles fue algo muy bonito. Castaneda no se enojó con ellos, no pretendió nada de ellos. Les agradeció sinceramente su amistad y al hacerlo, se liberó interiormente de todo ese pasado. Hablamos entonces del amor, «del tan mentado amor «.
Nos contó varias anécdotas de su abuelo italiano, «siempre tan enamoradizo», y de su padre «tan bohemio él». «¡Oh! ¡L’amore! ¡L’amore!». -repitió varias veces. Todos sus comentarios tendían a destruir las ideas que comúnmente se tienen acerca del amor. «A mí me costó mucho aprender, -siguió. Yo era también muy enamoradizo… A don Juan le costó trabajo hacerme entender que debía cortar con ciertas relaciones. El modo como finalmente corté con ella fue el siguiente. La invité a cenar y nos encontramos en un restaurante. Durante la cena pasó lo que siempre pasaba. Hubo una gran pelea y ella me gritó e insultó. Por último le pregunté si tenía dinero. Me respondió que sí. Aproveché para decirle que debía ir hasta el auto a buscar mi billetera o algo así. Me levanté y no volví más. Antes de dejarla quise estar seguro de que tenía suficiente dinero como para tomar un taxi y volver a casa. Desde ese entonces no la he vuelto a ver». «No me van a creer Uds., pero los toltecas son muy ascéticos» -insistió. Sin poner en duda su palabra le comenté que esa idea no se desprendía de El segundo anillo.
«Al contrario, -recalqué-. Creo qué en su libro muchas escenas y actitudes se prestan a confusión». «¿Cómo cree Ud. que yo iba a decir eso claramente? -me contesto-. No podía decir que las relaciones entre ellos fueran puras porque no sólo nadie me lo hubiera creído sino que nadie me hubiera entendido». Para Castaneda, vivimos en una sociedad muy «lujuriosa». Todo lo que nosotros estuvimos hablando esa tarde, la mayoría no lo hubiera entendido. Es así como el mismo Castaneda se ve obligado a amoldarse a ciertas exigencias de los editores quienes, a su vez, procurarían satisfacer los gustos del público lector. «La gente está en otra cosa, -continuó Castaneda-. Los otros días, por ejemplo, entré a una librería, aquí en Los Ángeles, y me puse a hojear las revistas del mostrador.
Encontré que había una gran cantidad de publicaciones con fotos de mujeres desnudas… Muchas también con hombres. No sé qué decirles. En una de las fotos había un hombre arreglando un cable eléctrico en lo alto de una escalera. Llevaba su casco protector y un gran cinturón lleno de herramientas. Eso era todo. El resto estaba desnudo. ¡Ridículo! ¡No cabe algo as(! Una mujer tiene gracia… ¡Pero, un hombre!». A modo de explicación agregó que esto se debe a que las mujeres tienen mucha experiencia debido a su larga historia en ese tipo de cosas. «¡Un papel así no se improvisa!». «¡No me diga! -replicó vivamente uno de nosotros-. Es la primera vez que escucho una explicación semejante. Eso de que el comportamiento de las mujeres no se improvisa es algo totalmente nuevo para mi». Después de escuchar a Castaneda, quedamos convencidos que para «el tolteca» el sexo representa un inmenso desgaste de energías que necesita para otra tarea.
Se comprende entonces su insistencia acerca de las relaciones totalmente ascéticas que mantienen los miembros del grupo. «Desde el punto de vista del mundo, la vida que el grupo lleva y las relaciones que mantienen es algo totalmente inaceptable e inaudito. Lo que les cuento no sería creíble. A mi me llevó mucho tiempo comprenderlo pero lo he podido finalmente comprobar». Castaneda nos había dicho antes que cuando una persona se reproduce pierde un «filo» especial. Parece que ese «filo» es una fuerza que los hijos toman de los padres por el mero hecho de nacer. Este «hueco» que a la persona le queda es el que hay que llenar o recuperar. Hay que recuperar la fuerza que se ha perdido. Nos dio también a entender que la relación sexual prolongada de una pareja termina por desgastarlos. En una relación van surgiendo diferencias que hacen que progresivamente se vayan rechazando ciertas características de uno y de otro. En consecuencia, para la reproducción se elige de la otra parte aquello que a uno le gusta, pero no hay ninguna garantía de que aquello que se elige sea necesariamente lo mejor.
«Desde el punto de vista de la reproducción -comentó-, lo mejor es ‘at randum’ «. Castaneda se esforzó por explicarnos mejor estos conceptos, pero hubo de confesar nuevamente que son temas que él mismo no tiene aún claros. Castaneda nos venía describiendo un grupo cuyas exigencias, para el común de las personas, eran extremas. Estábamos muy interesados en saber adónde conducía todo ese esfuerzo. «¿Cuál es el objetivo único del «tolteca»?» Queríamos saber el sentido de todo eso que Castaneda nos venía diciendo. «¿Cuál es el objetivo que Ud. persigue?»-insistimos llevando la pregunta a un nivel personal. «El objetivo es salirse del mundo vivo; salirse con todo lo que uno es pero con nada más que con lo que uno es. La cuestión es no llevarse nada ni dejar nada. Don Juan se salió enterito -¡vivito! del mundo. Don Juan no muere porque los toltecas no mueren» (4).
Según Castaneda, la idea de que somos libres es una ilusión y un absurdo. Se esforzó por hacernos comprender que el sentido común nos engaña porque la percepción ordinaria sólo nos dice una parte de la verdad. «La percepción ordinaria no nos dice toda la verdad. Debe haber algo más que el mero paso por la tierra, que eso de sólo comer y reproducirnos» -dijo con vehemencia. Y con un gesto que interpretamos como aludiendo al sin sentido de todo y al inmenso tedio de la vida en su cotidiano aburrimiento, nos preguntó: «¿Qué es todo esto que nos rodea?» El sentido común sería ese acuerdo al que hemos llegado tras un largo proceso educativo que nos impone la percepción ordinaria como la única verdad. «Precisamente, el arte del brujo -dijo- consiste en llevar al aprendiz a descubrir y a destruir ese prejuicio perceptivo». Según Castaneda, Edmundo Husserl es el primero en Occidente que concibe la posibilidad de «suspender el juicio» (5). El método fenomenológico no niega sino que simplemente «pone entre paréntesis» aquellos elementos que sustentan nuestra percepción ordinaria.
Castaneda considera que la fenomenología le ofrece el marco teórico-metodológico más útil para comprender la enseñanza de don Juan. Para la fenomenología el acto del conocimiento depende de la intención y no de la percepción. La percepción varía siempre según una historia; es decir, según el sujeto con saberes adquiridos e inmerso en una determinada tradición. La regla más importante del método fenomenológico es eso de «hacia las cosas mismas». «La tarea que don Juan realizó conmigo -insistió- fue la de romper poco a poco los prejuicios perceptivos hasta llegar a la ruptura total». La fenomenología «suspende» el juicio y se limita a la «descripción» de los puros actos intencionales. «Así, por ejemplo, el objeto «casa» yo lo construyo. El referente fenomenológico es mínimo. La intención es lo que transforma al referente en algo concreto y singular».
La fenomenología, sin embargo, tiene para Castaneda un simple valor metodológico. Husserl no trascendió nunca el nivel teórico y, en consecuencia, no tocó al ser humano en su vida de todos los días. Para Castaneda, el hombre occidental -el hombre europeo- a lo más que ha llegado es al hombre político. Este hombre político sería el epítome de nuestra civilización. «Don Juan,dijo-con su enseñanza, está abriendo la puerta para otro hombre mucho más interesante: un hombre que vive ya en un mundo o universo mágico». Meditando sobre eso del «hombre político» vino a mi memoria un libro de Eduardo Spranger llamado Formas de vida, en el cual se dice que la vida del hombre político «está entrecruzada de relaciones de poder y rivalidad».
El hombre político es el hombre de dominio cuyo poder controla tanto la realidad concreta del mundo como los seres que la habitan. El mundo de don Juan, en cambio, es un mundo mágico poblado de entidades y de fuerzas. «Lo admirable de don Juan -dijo Castaneda- es que aunque en el mundo de todos los días él parece estar loco (¡loquito! ¡loquito!), nadie es capaz de percibirlo. Al mundo, don Juan le ofrece una fachada que es necesariamente temporal… una hora, un mes, sesenta años. ¡Nadie lo podría agarrar descuidado! En este mundo don Juan es impecable porque él siempre supo que lo de aquí es sólo un momentito y que lo que viene después… Bueno… ¡Una belleza! Don Juan y don Genaro amaban intensamente la belleza».
La percepción y concepción que don Juan tiene de la realidad y el tiempo son indudablemente muy distintas a la nuestra. Si bien a nivel de la cotidianeidad don Juan es siempre impecable, esto no impide que sepa que «de este lado» todo es definitivamente pasajero. Castaneda continuó describiendo un universo polarizado hacia dos extremos: el lado derecho y el lado izquierdo. El lado derecho correspondería al tonal y el lado izquierdo al nagual. En Relatos de Poder don Juan le explica largamente a Castaneda acerca de esas dos mitades de la «burbuja de la percepción». Le dice que la tarea del maestro consiste en limpiar prolijamente una parte de la «burbuja», para luego reordenar «todo lo que hay» en el otro lado. «El maestro se ocupa de esto martillándoselo al aprendiz sin piedad hasta que toda su visión del mundo queda en una mitad de la burbuja.
La otra mitad, la que ha quedado limpia, puede entonces ser reclamada por algo que los brujos llaman voluntad». Explicar todo esto es muy difícil porque a este nivel las palabras son totalmente inadecuadas. Precisamente, la parte izquierda del universo «implica la ausencia de palabras», y sin palabras no podemos pensar. Allí sólo caben las acciones. «En ese otro mundo -dijo Castaneda-el cuerpo actúa. El cuerpo, para entender, no necesita palabras». En el universo mágico -por así llamarlo- de don Juan, existen ciertas entidades que llaman «aliados» o «sombras fugaces». Estas, se pueden captar un sinnúmero de veces.
Para este tipo de captaciones se ha buscado una gran cantidad de explicaciones pero, según Castaneda, no hay duda de que estos fenómenos dependen principalmente de la anatomía humana. Lo importante es llegar a comprender que hay toda una gama de explicaciones que pueden dar cuenta de estas «sombras fugaces». Le pregunté, entonces, acerca de ese conocer con el cuerpo del que habla en sus libros. «¿Es que para Ud. el cuerpo entero es un órgano del conocer?» -inquirí. «¡Claro! El cuerpo conoce» -me respondió. A modo de ejemplo, Castaneda nos habló de las muchas posibilidades de esa parte de la pierna que va de la rodilla al tobillo, donde se asentaría un centro de la memoria. Pareciera que se puede aprender a usar el cuerpo para captar esas «sombras fugaces». «La enseñanza de don Juan va transformando el cuerpo en un electronic scanner» -dijo, buscando la palabra adecuada en español al comparar el cuerpo a un telescopio electrónico a distintos niveles.
El cuerpo tendría la posibilidad de percibir la realidad que a su vez, revelaría configuraciones de la materia también distintas. Era evidente que para Castaneda el cuerpo tenía posibilidades de movimiento y percepción a las que la mayoría de nosotros no estamos acostumbrados. Levantándose y señalando el pie y el tobillo, nos habló de las posibilidades de esa parte del cuerpo y de lo poco que conocemos de todo esto. «En la tradición tolteca -afirmó- se entrena al aprendiz en el desarrollo de estas posibilidades. A este nivel comienza don Juan a construir». Meditando sobre estas palabras de Castaneda, pensé en el paralelismo con la Yoga Tántrica y los distintos centros o «chakras» que el oficiante va despertando mediante ciertas prácticas rituales. En el libro El círculo hermético de Miguel Serrano se lee que los «chakras» son «centros de conciencia». En el mismo libro, Karl Jung le refiere a Serrano una conversación que tuvo con un cacique de los indios Pueblo llamado Ochwián Biano o Lago de la Montaña. «Me explicaba su impresión de los blancos, siempre tan agitados, siempre buscando algo, aspirando a algo… Según Ochwián Biano, los blancos estaban locos, pues afirmaban pensar con la cabeza, y sólo los locos lo hacen así. Esta afirmación del jefe indio me produjo gran sorpresa y le pregunté que con qué pensaba él. Me respondió que con el corazón». (6)
El camino del conocimiento del guerrero es largo, y requiere total dedicación. Todos ellos tienen un objetivo concreto y un incentivo muy puro. «¿Cuál es el objetivo?» -insistimos. Parece que el objetivo consiste en pasar conscientemente al otro lado por el costado izquierdo del universo. «Hay que tratar de aproximarse lo más posible al águila y procurar escapársele sin que ella nos devore.»
«El objetivo -dijo- es salirse de puntillas» por el lado izquierdo del águila. «No sé si Uds. saben -continuó buscando el modo de aclararnos la imagen- que hay una entidad que los toltecas llaman el águila. El visionario la ve como una inmensa negrura que se extiende al infinito; es una inmensa negrura que un relámpago cruza. Por eso es que la llaman el águila: tiene alas y lomo negros, y su pecho es luminoso.» «El ojo de esa entidad no es un ojo humano. El águila no tiene piedad. Todo lo que es vivo está representado en el águila. Esa entidad encierra toda la belleza que el hombre es capaz de crear así como también toda la bestialidad que no es el ser humano propiamente dicho. Lo que es propiamente humano en el águila es inmensamente pequeño en comparación a todo el resto. El águila es demasiada masa, bulto, negrura… frente a lo poquito que es lo propio del ser humano.» «El águila atrae a toda fuerza viva que está pronta a desaparecer porque se alimenta de esa energía.
El águila es como un imán inmenso que va recogiendo todos esos haces de luz que son la energía vital de lo que está muriendo». Mientras Castaneda nos decía todo esto, sus manos y dedos como martillos imitaban la cabeza de un águila picoteando el espacio con insaciable apetito. «Yo sólo les digo lo que don Juan y los otros dicen. ¡Son todos unos brujos y brujas! exclamó-. Todos ellos están envueltos en una metáfora que es incomprensible para mi». «¿Cuál es el dueño del hombre? ¿Qué es lo que nos reclama? -se preguntó. Nosotros escuchábamos atentamente y lo dejábamos hablar porque él había entrado en un terreno en el cual ya no cabían las preguntas. «El dueño de nosotros no puede ser un hombre» -dijo. Parece que los toltecas llaman «dueño» al ‘molde del hombre’.
Todas las cosas -plantas, animales y seres humanos- tienen un molde. El ‘molde del hombre’ es el mismo para todos los seres humanos. Mi molde y el suyo -continuó explicando- es el mismo, pero en cada uno se manifiesta y actúa en forma distinta según sea el desenvolvimiento de la persona «. A partir de las palabras de Castaneda, interpretamos que el «molde humano» es lo que nos reúne, lo que unifica la fuerza de la vida. La «forma humana», en cambio, sería aquello que impide que veamos el molde. Parece que mientras no se pierda la «forma humana» sólo somos capaces de ver los reflejos de esa forma en todo lo que percibimos. A esa «forma humana» no la vemos pero la sentimos en nuestro cuerpo. Esa «forma» es la que nos hace ser lo que somos y nos impide cambiar. En The Second Ring of Power la Gorda lo instruye a Castaneda acerca del «molde humano» y la «forma humana». En ese libro, el «molde» se describe como una entidad luminosa y Castaneda recuerda que don Juan, lo describió como «la fuente y el origen del hombre (p. 154)». La Gorda, pensando en don Juan recuerda que éste le dijo que «si llegamos a tener suficiente poder personal podremos vislumbrar el molde aunque no seamos brujos; y que cuando esto ocurra diremos que hemos visto a Dios. Me dijo que si lo llamamos Dios, sería acertado porque el molde es Dios» (p. 155]. Varias veces esa tarde volvimos sobre el tema de la «forma humana» y el «molde » del hombre.
Rodeando el tema desde distintos ángulos, cada vez se fue haciendo más evidente que «la forma» humana es esa cáscara dura de lo personal. «Esa forma humana dijo- es como una toalla que lo cubre a uno desde las axilas a los pies. Tras esa toalla hay una vela encendida que se va consumiendo hasta apagarse. Cuando la vela se apaga es porque uno ha muerto. Entonces, viene el águila y se lo devora.» «Videntes -continuó Castaneda- son aquellos seres capaces de ver al ser humano como un huevo luminoso. Dentro de esa esfera de luz está la vela encendida. Si el vidente ve que la vela está chiquitita, por más fuerte que la persona parezca, significa que ya está terminada». Castaneda nos había dicho antes que los toltecas nunca mueren porque ser tolteca implica haber perdido la forma humana.
Sólo en ese momento lo comprendimos: si el tolteca ha perdido la forma humana, no hay nada que el águila pueda devorar. No nos quedaba duda tampoco de que los conceptos «dueño» del hombre y «molde » del hombre, así como la imagen del águila se referían a una misma entidad o estaban íntimamente relacionados. Varias horas más tarde, sentados ante unas hamburguesas, en una cafetería del boulevard Westwood y otra calle cuyo nombre no recuerdo, Castaneda nos refirió su experiencia al perder la «forma humana». Según dijo, su experiencia no fue tan fuerte como la de la Gorda (7) , quien tuvo síntomas similares a los de un ataque cardíaco. «En mi caso, dijo Castanedase produjo un simple fenómeno de hiperventilación. En ese preciso momento sentí una gran presión: una corriente de energía entró por la cabeza, atravesó el pecho y el estómago y siguió por las piernas hasta desaparecer por el pie izquierdo. Eso fue todo.
«Para asegurarme -continuó-fui al médico, pero no me encontró nada. Solamente me sugirió que respirara en una bolsa de papel para disminuir la cantidad de oxígeno y contrarrestar el fenómeno de hiperventilación». Al principio de nuestra conversación, Castaneda mencionó algo acerca de la «enseñanza tolteca». Según los toltecas, de alguna manera hay que devolverle o pagarle al águila lo que le corresponde. Ya nos ha dicho Castaneda que el dueño del hombre es el águila, y que el águila es toda la nobleza y belleza así como todo el horror y ferocidad que se encuentra en todo lo que es. ¿Por qué el águila es el dueño del hombre? «El águila es el dueño del hombre porque se alimenta de la llama de vida, de la energía vital que se desprende de todo lo que es.» Y, haciendo una vez más el gesto con sus manos semejando la cabeza con pico de águila, recorrió con su brazo el espacio a picotazos mientras decía: «¡Así! ¡Así! ¡Todo lo devora!». «El único modo de escapar a la voracidad del águila, es salirse de puntillas y conteniendo el aliento…» Cuando uno está listo para el último vuelo, se le hace una ofrenda al águila; «una ofrenda recalcó Castaneda- que casi es como darse uno mismo. Se le da al águila un equivalente de uno. A esta ofrenda ellos la llaman la recapitulación personal. Don Juan me dijo que la muerte comienza con esta recapitulación personal. Sólo entonces, vale decir, cuando la muerte es irrefutable e ineludible, la acción comienza». «¿En qué consiste, cómo se hace la recapitulación personal?» -quisimos saber nosotros.
«En primer lugar hay que hacer una lista de todas las personas que uno ha conocido a lo largo de la vida -respondió-; una lista de todos aquellos que de una u otra manera nos han forzado a poner el ego -ese centro del orgullo personal que más tarde mostraría como un monstruo de 3.000 cabezas-, sobre la mesa. Tenemos que traer de vuelta a todos los que han colaborado pare que entrásemos en ese juego de «me quieren o no me quieren». Juego que no es otra cosa que un vivir volcados sobre nosotros mismos…, ¡lamiéndonos nuestras lastimaduras!» «La recapitulación tiene que ser total -continuó-; va de la Z a la A, hacia atrás. Se comienza en el momento presente y se va hacia la temprana infancia, hasta los dos o tres años y aún antes si fuera posible». Desde que nacemos, todo va quedando grabado en nuestro cuerpo.
La «recapitulación» es y requiere un gran entrenamiento de la memoria. Ahora bien, ¿cómo se hace esta «recapitulación»? «Se van trayendo cuidadosamente las imágenes y se las van fijando frente a uno; luego, con un movimiento de cabeza de derecha a izquierda, se sopla cada una de las imágenes como si las barriésemos de nuestra visión… El aliento es mágico» -agregó. Con el fin de la «recapitulación» se acabaron también todos los trucos, los juegos y los autoengaños. Parece que al final sabemos todos nuestros trucos y no hay manera de poner el ego sobre la mesa sin que inmediatamente nos demos cuenta de lo que con eso pretendemos. «Con la `recapitulación personal» uno se despoja de todo. Entonces. sólo queda la tarea; la tarea en toda su simpleza, pureza y crudeza. «La recapitulación» es posible para todos los hombres, pero se tiene que tener una voluntad inflexible. Si uno fluctúa o titubea, está perdido porque el águila se lo devora. En este terreno la duda no tiene cabida. (8)
«No sé bien cómo explicar todo esto, pero en el cumplimiento y dedicación a la tarea se tiene que ser compulsivo sin de verdad serlo porque el tolteca es un ser libre. La tarea pide todo de uno y, sin embargo, se es libre. ¿Comprenden?» Si esto es difícil de entender es porque, en el fondo, se trata de una paradoja. «Pero a esta recapitulación -agregó Castaneda cambiando de tono y postura- hay que ponerle ‘salsa’. La característica de don Juan y sus «compinches» es que son livianos. Don Juan me curó a mi de ser pesado. El no es solemne, nada ceremonioso.» Dentro de la seriedad de la tarea que todos ellos realizan hay siempre cabida para el humor. Para ilustrar de un modo concreto la manera como don Juan le enseñaba, Castaneda nos refirió un episodio muy interesante. Parece que él fumaba mucho, y que don Juan resolvió curarlo. «Fumaba como tres cajetillas por día. ¡Uno tras otro! No los dejaba apagar. Uds. ven que ahora yo no llevo bolsillos -dijo señalando su remera que, en verdad, carecía de ellos-. Eliminé los bolsillos en ese entonces para quitarle al cuerpo la posibilidad de sentir algo en el costado izquierdo, y que este algo le recordara el hábito.
Al eliminar el bolsillo eliminé también el hábito físico de llevar la mano hacia el bolsillo.» «Cierta vez don Juan me dijo que íbamos a pasar unos días por los cerros de Chihuahua, Recuerdo que expresamente me dijo que no me olvidara de traer mis cigarrillos. Me recomendó, también, que llevara provisiones como para unos dos paquetes diarios y no más. Compré entonces las cajas de cigarrillos, pero en vez de 20 empaqueté unas 40. Hice unos paquetes divinos que recubrí con papel de aluminio para proteger mi carga de los animales y la lluvia.» «Bien equipado y con la mochila a cuestas, seguí a don Juan por los cerros. ¡Ahí andaba yo encendiendo cigarrillo tras cigarrillo, y tratando de recuperar el aliento! Don Juan tiene un vigor tremendo; con gran paciencia me esperaba mientras me observaba fumar y agitarme por los cerros. ¡Yo no tendría ahora la paciencia que él tuvo conmigo!», -exclamó. «Llegamos, por fin, a una meseta bastante alta, rodeada de acantilados y empinadas laderas. Allí don Juan me invitó a que tratara de volver o de bajar. Por mucho tiempo probé por un lado y otro hasta que finalmente tuve que desistir del intento. No iba a poder.» «Seguimos así, por varios días, hasta que una mañana me despierto y lo primero que hago es buscar mis cigarrillos. ¿Dónde están mis divinos paquetes? Busco y busco, y no los encuentro. Cuando don Juan se despierta, quiere saber lo que me pasa. Le explico lo que ocurre y me dice: «No te preocupes. Seguramente vino un coyote y se las llevó, pero no pueden estar muy lejos. ¡Aquí! ¡Mira! ¡Hay rastros del coyote!»
2º parte
Por (reenvio) Graciela N. V. Corvalán * – Saturday, Apr. 10, 2010 at 4:13 AM
«Todo ese día lo pasamos rastreando las huellas del coyote en busca de los paquetes. Después de mucho buscar, don Juan seguía insistiendo en que no debía preocuparme porque ahí nomás -me decía-, tras la loma, hay un pueblo. Allí puedes comprar todos los cigarrillos que quieras.» «Otra vez anduvimos buscando y buscando… Claro es que ahora buscábamos el pueblo. ¿Dónde está el pueblo? Ni señales de él. En eso estábamos, cuando don Juan se sentó en el suelo y haciéndose el viejito, bien viejito, empezó a quejarse: «Esta vez sí que estoy perdido… Ya estoy viejo… No puedo más…» Mientras esto decía: se agarraba la cabeza y hacía grandes aspavientos.» Castaneda nos hacía toda esta historia imitando a don Juan en sus gestos y tono de voz. Era un espectáculo verlo. Más adelante, el mismo Castaneda nos diría que don Juan solía hacer referencia a sus habilidades histriónicas. «Con tanto andar -siguió Castaneda- creo que habían pasado como 10 o 12 días, ¡Ya ni ansias de fumar me quedaban! Así es como se me quitaron las ganas de fumar. ¡Si nos las pasábamos como demonios corriendo por los cerros! Cuando llegó el momento de volver, se imaginan que don Juan supo perfectamente cómo hacerlo. Bajamos derechito al pueblo. La diferencia fue que, entonces, yo ya no tenía necesidad de comprar cigarrillos. De este episodio -dijo nostálgico- han pasado como 15 años. «La línea del no-hacer -comentó- es precisamente lo opuesto a la rutina o rutinas a las cuales estamos acostumbrados. Hábitos como el del cigarrillo, por ejemplo, son los que nos tienen amarrados, encadenados… En el sentido del no-hacer, en cambio, todas las avenidas son posibles».
Castaneda nos dio a entender que don Juan los conocía muy bien a todos; los conocía en sus hábitos y debilidades. Así fue como uno a uno los fue agarrando. Don Juan y don Genaro, «esos dos compinches», al decir de Castaneda, supieron hacerle a cada uno la jugada apropiada y, así, hacerlos caer en el camino del conocimiento. Quedamos en silencio un rato; finalmente lo rompí para preguntar acerca de doña Soledad. Le dije que ella me había impresionado como una figura grotesca; como una bruja, verdaderamente. «Doña Soledad es india -me contestó. La historia de su transformación es algo increíble. Puso tal voluntad en su transformación que al final lo logró. En este esfuerzo desarrolló su voluntad a tal extremo que como consecuencia desarrolló también demasiado orgullo personal. Precisamente por esto es que no creo que ella pueda pasar de puntillas por el costado izquierdo águila. De cualquier modo, es fantástico lo que fue capaz de hacer consigo misma! No se si Uds. recuerdan quién era ella… Ella era la ‘Manuelita’ la mamacita’ de Pablito, siempre lavando, planchando y fregando…; ofreciendo comidita a unos y otros.» Al referimos esto, Castaneda imitaba en gestos y movimientos a una viejecita muy pobrecita. «Hay que verla ahora -siguió-. Doña Soledad una mujer fuerte y joven, ¡Ahora hay que temerle!» «La recapitulación le llevó a doña Soledad siete años su vida. Se metió en un hueco, y de allí no salió.
Se quedó metida hasta que terminó todo. En siete años no hizo más que eso. Aunque no pueda pasar junto al águila -dijo Castaneda lleno de admiración-, nunca más volverá a ser la pobrecita de antes.» Tras una pausa Castaneda nos recordó que don Juan y don Genaro ya no estaban con ellos. «Ahora ya todo es distinto» -expresó Castaneda nostálgico. «Don Juan y don Genaro no están. La señora Tolteca está con nosotros. Ella nos pide tareas. La Gorda y yo hacemos la tarea juntos. También los otros tienen tareas que cumplir; tareas distintas, en lugares también distintos.» «Según don Juan, las mujeres tienen más talento que los hombres. Las mujeres son más susceptibles. En la vida, además, ellas se gastan menos y se cansan menos que los hombres.» «Por esto es que don Juan me ha dejado ahora en manos de una mujer. Me ha dejado en las manos del otro lado de la unidad hombre-mujer. Más aún, me ha dejado en manos de las mujeres: de las hermanitas y la Gorda «. La mujer que ahora le enseña no tiene nombre (9). Ella es, simplemente, la mujer Tolteca.
«La Sra. Tolteca es la que ahora me enseña. Ella es responsable de todo. Todos los otros, la Gorda y yo somos nada». Quisimos saber si ella sabia que iba a encontrarse con nosotros así como de sus otros
planes. «La Sra. Tolteca lo sabe todo. Ella me mandó a Los Ángeles para que conversara con Ud. nos respondió dirigiéndose a mi-. Ella sabe de mis proyectos, y que voy a Nueva York». Quisimos también saber como era ella. «¿Es joven? ¿Es vieja?» -le preguntamos. «La Sra. Tolteca es una mujer muy fuerte. Sus músculos se mueven de una manera muy peculiar. Es vieja, pero una de esas viejas que lucen así a fuerza de maquillaje». Era difícil explicar cómo era ella. En su intento, Castaneda buscó un punto de referencia y nos recordó la película Gigante. «¿Recuerdan Uds. -nos pregunto- esa película en que trabajaban James Dean y Elizabeth Taylor? Allí E. Taylor hace de mujer madura aunque en realidad ella era muy joven. Esa misma impresión me causa la mujer Tolteca: un rostro con maquillaje de vieja sobre un cuerpo aún joven. También diría yo que ella se hace la vieja.» «¿Conocen Uds. el National Enquirer? -continuó sueltamente-. Un amigo mío se encarga de guardármelos aquí en Los Ángeles, y cada vez que vengo los leo. Es lo único que aquí leo… Precisamente en ese periódico (recientemente) vi unas fotos de Elizabeth Taylor. ¡Ahora sí que está grande de verdad!». Este comentario, de algún modo sintetizó su juicio con respecto a la inmensa producción de noticias que caracteriza a nuestra época.
Este comentario también encierra un juicio respecto al valor de toda la cultura occidental. Todo está al nivel del National Enquirer. Nada de lo que Castaneda dijo esa tarde fue casual. Los distintos trozos de información que él proporcionó apuntaron a crear una determinada impresión en nosotros. En esta intención de Castaneda no había nada equívoco; al contrario su interés fue transmitir la verdad esencial de la enseñanza en que están envueltos. Continuamos hablando de la señora Tolteca y Castaneda nos dijo que ella se va pronto. «Ella nos ha dicho que en su lugar van a venir otras dos señoras. La mujer Tolteca es muy estricta. ¡Sus demandas son terribles! (10) Ahora bien, si la mujer Tolteca es brava puede que las dos que vienen sean mucho peores. ¡Pueda ser que no se vaya todavía! Uno no puede dejar de querer ni puede impedir que el cuerpo se queje y tema la severidad de la empresa… Sin embargo, no hay modo de alterar el destino. ¡Ahí me agarró, entonces!
«Yo no tengo más libertad -siguió- que la de ser impecable porque sólo si soy impecable cambio mi destino; es decir, me voy de puntillas por el costado izquierdo del águila. Si no soy impecable, no cambio mi destino y el águila me devora.» «El Nagual Juan Matus es un hombre libre. El es libre cumpliendo con su destino. ¿Me comprenden Uds.? No sé si entienden lo que quiero decir» -preguntó preocupado. «¡Claro que lo entendemos! -replicamos con vehemencia. Tanto en esto último como en muchas otras cosas que Ud. nos ha referido hasta ahora encontramos gran similitud con lo que sentimos y vivimos diariamente».
«Don Juan es un hombre libre –continuó-. El busca la libertad, su espíritu la busca. Don Juan está libre de ese prejuicio básico; el prejuicio perceptivo que no nos deja ver la realidad». Lo importante de todo eso que veníamos hablando reside en la posibilidad de desbaratar el círculo de las rutinas. Don Juan le hacía hacer numerosos ejercicios para que tomara conciencia de sus rutinas. Entre ellos está el de «caminar en la oscuridad» y la «marcha de poder». ¿Cómo romper ese círculo de las rutinas? ¿Cómo quebrar ese arco perceptivo que nos une a esa visión ordinaria de la realidad? Esa visión ordinaria que nuestras rutinas contribuyen a fijar es, precisamente lo que Castaneda denomina «la atención del tonal» o «el primer anillo de la atención». «Romper ese arco perceptivo no es tarea fácil, puede demorar años. La dificultad conmigo afirmó riendo- es que soy muy testarudo.
A las malas fui haciendo las cosas. Por esto es que, en mi caso, don Juan tuvo que usar drogas… y así es como quedé… ¡Con el hígado en la acequia! «En la línea del no-hacer se logra desbaratar las rutinas y tomar conciencia» -explicó Castaneda. Al decir esto se levantó y comenzó a caminar hacia atrás mientras nos recordaba una técnica que don Juan le había enseñado: la de caminar hacia atrás con la ayuda de un espejo. Castaneda siguió refiriéndonos que para facilitarse la tarea ideó un artefacto de metal (como un aro que a modo de corona se sostenía en la cabeza) en el cual había fijado el espejo. De esa manera, pudo practicar el ejercicio y tener libres las manos. Otros ejemplos de técnicas del no-hacer serían la de ponerse el cinturón al revés y la de llevar los zapatos cambiados. Todas estas técnicas tienen como objetivo hacerlo a uno consciente de lo que en cada momento se está haciendo. «Desbaratar las rutinas -dijo- es él modo que tenemos de darle al cuerpo sensaciones nuevas. El cuerpo conoce…».
Seguidamente Castaneda nos refirió algunos de los juegos que los jóvenes toltecas practican durante horas. «Son juegos de no-hacer -explicó-. Juegos en los que no hay reglas fijas sino que éstas se van creando a medida que se juega». Parece que al no haber reglas fijas, la conducta de Los jugadores no es previsible y, en consecuencia todos deben estar muy atentos. «Uno de estos juegos -continuó- consiste en darle al adversario señales falsas. Es un juego de jalar o tirar «. Según dijo, en ese juego de jalar intervienen 3 personas y hacen falta dos postes y una soga. Con la soga, se ata a uno de los jugadores y se lo cuelga de los postes. Los otros dos jugadores deben tirar de los extremos de la soga y tratar de engañarse dándose señales falsas.
Todos tienen que estar muy atentos para que cuando uno tire, el otro también lo haga y la persona que está colgada no quede torcida. Las técnicas y juegos de no-hacer desarrollan la atención. Se puede decir que son ejercicios de concentración puesto que obligan a los que los practican a estar plenamente conscientes de lo que hacen. Castaneda comentó que la senectud consistiría en haber quedado encerrado en el círculo perfecto de las rutinas. «La manera de enseñar de la señora Tolteca es ponernos en situaciones. Creo que es la mejor manera porque al ponernos en situaciones descubrimos que no somos nada. El otro camino es el del amor propio, el del orgullo personal. Por este último camino nos vamos transformando en detectives, siempre atentos a todo lo que nos puede pasar y ofender. –
¿Detectives?- ¡sí! Nos lo pasamos buscando evidencias de si nos quieren o no nos quieren. Así centrados en nuestro ego no hacemos otra cosa que fortalecerlo. Según la mujer Tolteca, lo mejor es empezar considerando que nadie nos quiere». Castaneda nos dijo que para don Juan, el orgullo personal semeja a un monstruo de 3.000 cabezas. «Uno destruye y abate cabezas pero siempre otras se levantan… ¡Es que uno tiene todos los trucos!» -exclamó. Con los trucos parece que nos auto engañamos creyendo que somos alguien. Le recordé, entonces, la imagen de cazar las debilidades «como se recogen los conejos de una trampa», que aparece en su libro. «SI -me respondió-, hay que estar constantemente en acecho». Cambiando de posición, Castaneda comenzó a hacernos la historia de los tres últimos años.
«Una de las tantas tareas fue la de cocinero en esas cafeterías de rutas. La Gorda me acompañó ese año como mesera. ¡Más de un año anduvimos por allí como Joe Córdoba y su Sra.! «Mi nombre completo era José Luis Córdoba, para servirlos-dijo haciendo una profunda reverencia-. Sin embargo, todos me conocían como Joe Córdoba.» Castaneda no nos dijo el nombre ni el lugar de la ciudad en que vivieron. Es posible que hayan estado en diversos sitios. Parece que en un principio llegaron él, la Gorda y la Sra. Tolteca, quien los acompañó por un tiempo. Lo primero era encontrar casa y trabajo para Joe Córdoba, su Sra. y su suegra.
«Así fue como nos presentamos -comentó Castanedade lo contrario, la gente no hubiera entendido». Por mucho tiempo buscaron trabajo, hasta que al final lo encontraron en una cafetería de ruta. «En ese tipo de establecimiento se empieza muy temprano en la mañana. A las cinco hay que estar ya trabajando». Castaneda nos contó, riendo, que en esos lugares lo primero que le preguntan a uno es: «¿Sabe Ud. hacer huevos?» ¿Qué podía ser eso de hacer huevos? Parece que él demoró bastante tiempo en darse cuenta de lo que querían decirle, hasta que finalmente descubrió que se trataba de los diversos modos de preparar los huevos para los desayunos. En los restaurantes o cafeterías para camioneros, esto de «hacer huevos» es muy importante. Un año estuvieron trabajando así. «Ahora sí que sé «hacer huevos» -afirmó riendo-; ¡todos los que Uds. quieran!». La Gorda también trabajó mucho. Fue tan buena mesera que terminó haciéndose cargo de todas las muchachas. Al cabo de un año, cuando la señora Tolteca les dijo «que basta, que se acabó con esa tarea», el dueño de la cafetería no los quería dejar ir. «La verdad es que allí trabajamos muy duro. ¡Mucho! Desde la mañana hasta la noche». Durante ese año tuvieron un encuentro significativo. Se trata de la historia de una muchacha llamada Terry, que llegó a la cafetería en que ellos estaban, pidiendo trabajo como mesera.
Para ese entonces, Joe Córdoba había ganado la confianza del dueño del establecimiento y era el encargado de contratar y vigilar a todo el personal. Según Terry les dijo, ella estaba buscando a Carlos Castaneda. ¿Cómo pudo saber ella que ellos estaban por allí? Castaneda no lo sabia. «Esta muchacha Terry -continuó Castaneda con tristeza y dando a entender que lucía sucia y desarreglada-, es una de esas «hippies» que toman drogas… Una vida espantosa. «Pobrecita!» Más adelante, Castaneda nos diría que, aunque nunca pudo decirle a Terry quién era él, Joe Córdoba y su Sra. la ayudaron mucho durante los meses que pasó con ellos. Nos contó que un día vino muy excitada desde la calle diciendo que acababa de ver a Castaneda en un Cadillac estacionado frente a la cafetería. «¡Está allí -nos dijo ella gritando-; está en el auto, escribiendo! ¿Estás segura de que es Castaneda? ¿Cómo puedes estar tan convencida? !e dije. Pero ella siguió: ¡Que sí, que es él, que estoy segura…! Yo, entonces, le sugerí que fuera hasta el auto y se lo preguntara. Tenía que quitarse esa duda inmensa. ¡Anda! ¡Anda! -insistí. No se animaba a hablarle porque decía que estaba muy gorda y muy fea. Yo la animé: Pero si estás divina, ¡anda! Al final fue, pero volvió en seguida hecha un mar de lágrimas». Parece que el hombre del Cadillac no la había mirado, y la había echado diciéndole que no lo molestara. «Se imaginan que traté de consolarla -nos dijo Castaneda. -Me dio tanta pena que casi le dije quien era. La Gorda no me dejó; ella me protegió». Realmente no podía decirle nada porque estaba cumpliendo una tarea en la cual era Joe Córdoba y no Carlos Castaneda. El no podía desobedecer. Según Castaneda contó, cuando Terry llegó no era buena mesera. Con los meses, sin embargo, la sacaron buena: limpia y cuidadosa.
«La Gorda le dio muchos consejos a Terry. La cuidamos mucho… Nunca ella se imaginó con quienes estuvo todo ese tiempo». Estos últimos años han pasado momentos de gran privación durante los cuales se los maltrató y ultrajó. Más de una vez estuvo a punto de decir quién era, pero… «¡Quién me hubiera creído! -dijo ¡Además, la mujer Tolteca es la que decide». «Ese año -continuó- hubo momentos en que estuvimos reducidos al mínimo: dormíamos en el suelo y comíamos de una sola cosa». Al escuchar esto, quisimos que nos explicara el modo de comer que tienen. Castaneda nos dijo que los toltecas comen un sólo tipo de alimento por vez, pero que lo hacen más seguido. «Los toltecas comen todo el día»- comentó en tono casual.» (11)
Según Castaneda, la mezcla de alimentos-por ejemplo, comer carne con papas y verdurases muy mala para la salud. «Esta mezcla es muy reciente en la vida de la humanidad afirmó. Comer un sólo alimento ayuda a hacer la digestión y es mejor para el organismo.» «Cierta vez don Juan me acusó de que yo siempre me sentía mal. ¡Se imaginan que me defendí! Sin embargo, luego me di cuenta de que él tenía razón y aprendí. Ahora me siento bien, fuerte y sano.» También el modo de dormir que ellos tienen es distinto al de la mayoría de nosotros. Lo importante es darse cuenta de que se puede dormir de muchas maneras. Según Castaneda, se nos ha enseñado a acostarnos y a levantarnos a una determinada hora porque eso es lo que la sociedad quiere de nosotros. «Así, por ejemplo -dijo Castaneda-, los papás acuestan a los niños para sacárselos de encima». Todos nos reímos porque algo de razón había en eso. «Yo duermo todo el día y toda la noche -continuó-, pero si sumo las horas y minutos que duermo no creo que lleguen a más de cinco horas por día».
Dormir de esta manera requiere, por parte de la persona, la habilidad de ir directamente al sueño profundo. Volviendo a Joe Córdoba y su Sra., Castaneda nos dijo que un día la señora Tolteca vino y les dijo que no estaban trabajando lo suficiente. «Nos mandó a que organizásemos un negocio bastante grande de landscaping, algo así como diseño y arreglo de jardines.» «Esta nueva tarea de la señora Tolteca no era nada pequeña. Tuvimos que contratar a un grupo de gente para que nos ayudase a hacer los trabajos durante la semana, mientras nosotros estábamos en la cafetería. Durante los fines de semana nos dedicábamos exclusivamente a los jardines. ¡Tuvimos mucho éxito!» «La Gorda es una persona muy emprendedora. Ese año trabajamos muchísimo… Durante la semana estábamos en la cafetería y durante los fines de semana puro manejar el camión y podar árboles. ¡Las demandas de la mujer Tolteca son muy grandes!» «Recuerdo -siguió diciendo Castaneda- que en cierta oportunidad estábamos en casa de un amigo cuando llegaron los periodistas buscando a Carlos Castaneda. Eran unos periodistas del New York Times. Cosa de pasar inadvertidos (13) la Gorda y yo nos pusimos a plantar árboles en el jardín de mi amigo. A la distancia los vimos entrar y salir de la casa. Entonces fue cuando mi amigo nos gritó y maltrató muchísimo delante de los periodistas. Parece que a Joe Córdoba y a su Sra. se los podía gritar sin consecuencias. Ninguno de los que allí estaba presente salió en nuestra defensa. ¿Quiénes éramos nosotros? ¡Allí, sólo los pobres y los perros trabajan al sol!
«Así fue como entre mi amigo y nosotros engañamos a los periodistas. A mi cuerpo, sin embargo, no lo pude engañar. Tres años anduvimos envueltos en la tarea de darle al cuerpo experiencias que le hicieran darse cuenta de que, en verdad, no somos nada. La verdad es que el cuerpo no es el único que sufre. La mente también está acostumbrada a constantes estímulos. El guerrero, sin embargo, no tiene estímulos del medio; él no los necesita. ¡Qué mejor lugar, entonces, que aquel en donde estábamos! ¡Allí nadie piensa!» Continuando con la historia de sus aventuras, Castaneda comentó que más de una vez a él y a la Gorda los echaron a patadas a la calle. «Otras veces, yendo en camión por la carretera, nos empujaban a los bordes del camino. ¿Qué alternativa teníamos? ¡Mejor es dejarlos pasar!» Por todo lo que Castaneda nos venía diciendo, parece que la tarea de esos años tuvo que ver con «aprender a sobrevivir en circunstancias adversas», y con «la experiencia de la discriminación». Esto último, «algo muy difícil de soportar pero muy informativo» -concluyó con gran calma.
El objetivo de la tarea consiste en aprender a sustraerse al impacto emocional que la discriminación provoca. Lo importante es no reaccionar, no enojarse. Si uno reacciona, se está perdido. «Uno no se ofende con el tigre cuando ataca -explicó-; uno se hace a un lado y lo deja pasar». «En otra oportunidad, la Gorda y yo encontramos trabajo en una casa, ella de sirvienta y yo de mayordomo. ¡No se imaginan cómo terminó eso! Nos echaron a la calle a patadas y sin sueldo. ¡Más aún! Para protegerse de nosotros en el caso de que protestáramos, habían llamado a la policía local. ¡Se imaginan! Estuvimos presos por nada». «Ese año, la Gorda y yo lo pasamos trabajando muy duro y sufriendo grandes privaciones.
Muchas veces no teníamos nada para comer. Lo peor fue que no podíamos quejarnos ni teníamos el apoyo del grupo. En esa tarea estuvimos solos y no pudimos escapar. De cualquier modo, aunque hubiésemos podido decir quiénes éramos nadie nos habría creído. La tarea es siempre total.» «Verdaderamente, yo soy Joe Córdoba -continuó Castaneda acompañando sus palabras con todo su cuerpo-; y esto es muy lindo porque ya no se puede caer más. Ya he llegado a todo lo bajo que se puede llegar. Eso es todo lo que soy». Con estas últimas palabras tocó el suelo con las manos. «Como les dije antes, cada uno de nosotros tiene tareas distintas que cumplir. Los Genaros son muy listos; Benigno está ahora en Chiapas y le va muy bien. Tiene un grupo de música. Benigno posee a maravillas el don de imitar; imita a Tom Jones y a muchos más. Pablito es el mismo de siempre; es muy flojo. Benigno es el que hace los ruidos y Pablito los festeja. Benigno es el que trabaja y Pablito recoge los aplausos.» «Ahora -dijo a modo de conclusión- todos hemos terminado las tareas que veníamos haciendo y estemos preparándonos para tareas nuevas. La señora Tolteca es la que nos manda». La historia de Joe Córdoba y su Sra. nos había impresionado mucho.
Se trataba de una experiencia muy distinta a las de sus libros. teníamos interés en saber si había escrito o estaba escribiendo algo acerca de Joe Córdoba. «Yo sabia que Joe Córdoba existía -dijo uno de nosotros-; tenía que existir. ¿Por qué no escribe Ud. sobre esto? De todo lo que Ud. nos ha venido diciendo, Joe Córdoba y su Sra. es lo que más me ha impactado «. «Acabó de entregar un nuevo manuscrito a mi agente, -nos respondió Castaneda-. En este manuscrito, la señora Tolteca es la que enseña. No podía ser de otra manera… Su título es posible que sea El acecho y el arte de estar en el mundo (12). Allí está toda su enseñanza. Ella es la responsable de este manuscrito. Una mujer tenía que ser la que enseñase acerca del arte del acecho. Las mujeres lo conocen bien porque han vivido siempre con el enemigo; es decir, siempre han andado ¡de puntillas! en un mundo masculino. Precisamente por eso, porque las mujeres tienen una larga experiencia en este arte, la señora Tolteca es la que tiene que dar los principios del acecho.»
«En este último manuscrito, sin embargo, no hay nada concreto acerca de la vida de Joe Córdoba y su Sra. No puedo escribir en detalle sobre esa experiencia porque nadie lo comprendería ni lo creería. Puedo hablar de éstas con muy pocos… Si, la esencia de la experiencia de los últimos tres años está en el libro». Volviendo a la señora Tolteca y a su modalidad, Castaneda nos dijo que ella era muy diferente a don Juan. «Ella a mi no me quiere -insistió: a la Gorda. en cambio, ¡sí que la quiere! A la mujer Tolteca no se le puede preguntar nada. Antes de que uno le hable, ella ya sabe lo que tiene que decir. Además, hay que temerle; cuando se enoja, pega» concluyó haciendo muchos gestos que indicaban su temor. Quedamos un rato en silencio. El sol había bajado y sus rayos nos llegaban por entre los troncos de los árboles. Sentí un poco de fresco. Calculo que serían alrededor de las siete de la tarde.
Castaneda pareció también tomar conciencia de la hora. «Es tarde ya -nos dijo- ¿Qué les parece si vamos a comer algo? ¿Los invito?» Nos levantamos y comenzamos a caminar. Por una de esas ironías Castaneda cargó por un trecho con mis notas y sus libros. Lo mejor era dejar todo en el auto. Así lo hicimos. Libres de bultos, caminamos unas cuantas cuadras en animada conversación. Todo lo que ellos han logrado requiere años de preparación y práctica. Un ejemplo es el ejercicio del sueño. «Eso que parece una tontería -afirma Castaneda enfático-, es muy difícil de lograr». El ejercicio consiste en aprender a soñar a voluntad y en forma sistemática. Se empieza por soñar con una mano que entra al campo visual del soñador. Luego, se ve todo el brazo. Se continúa en forma progresiva hasta poder verse a uno mismo en el sueño. La otra etapa consiste en aprender a usar los sueños. Es decir, una vez que se ha logrado controlarlos, hay que aprender a actuar en ellos. «Así, por ejemplo -dijo Castaneda, se sueña con uno mismo que se sale del cuerpo y que abre la puerta y sale a la calle. La calle es entonces, ¡algo inaudito! Algo en uno se sale de uno; algo que se logra a voluntad». Según Castaneda, el soñar no toma tiempo. Es decir, el soñar no ocurre en el tiempo de nuestros relojes.
El tiempo del sueño es algo muy compacto. «La mujer Tolteca -continuó Castaneda-dice que el soñar ocurre en el tiempo de P. ¿Por qué? Yo no lo sé. Así es como ella dice». Castaneda nos dio a entender que en sueños se produce un inmenso desgaste físico. «En sueños se puede vivir mucho -dijo-, pero el cuerpo se resiente. Mi cuerpo lo siente mucho… Después queda como una torpeza de años». Varias veces, al tocar este tema del sueño, Castaneda diría que lo que ellos hacen en sueños tiene un valor pragmático. En Relatos de poder, se lee que las experiencias de los sueños y las de la vigilia «adquirían la misma valencia pragmática», y que para los brujos «los criterios para diferenciar entre sueño y vigilia se hacían inoperantes (p. 21)».
Eso de las salidas o viajes fuera del cuerpo físico despertó agudamente nuestro interés, y quisimos saber más sobre esas experiencias. Nos respondió aclarando que cada uno de ellos ha logrado experiencias distintas. «La Gorda y yo, por ejemplo, nos vamos juntos. Ella me toma del antebrazo y… nos vamos». Nos explicó también que el grupo tiene viajes comunales. Todos están en constante entrenamiento cuyo objetivo sería ¡llegar a ser testigos! «Llegar a ser testigos significaafirmó Castaneda- que ya no se puede juzgar nada: Es decir, se trata de un ver eterno que equivale a no tener más prejuicios». Josefina parece tener grandes habilidades para estos viajes en el cuerpo de sueño. Ella se lo quiere llevar y lo tienta contándole maravillas. La Gorda es la que siempre lo salva. «Josefina tiene gran facilidad para romper ese arco de la reflexibilidad. Ella es loca, ¡loquita! -exclamó-. Josefina vuela muy lejos. pero no quiere irse sola y siempre vuelve. Vuelve y me busca… ¡Me da reportajes que son de maravilla!·»
Según Castaneda, Josefina es un ser que en este mundo no puede funcionar. «Aquí -dijohabría terminado internada en alguna institución». Josefina es un ser «sin ataduras» a lo concreto; ella es etérea. «En cualquier momento puede irse definitivamente». La Gorda y él son, en cambio, mucho más cautelosos en sus vuelos. La Gorda, particularmente, representa la estabilidad y el equilibrio que en alguna medida a él le falta. Después de una pausa, le recordé esa visión del domo inmenso que en The Second Ring of Power se presenta como el lugar del encuentro y donde don Juan y don Genaro estarían esperándolos. «La Gorda también tiene esa visión -comentó pensativo-. Eso que vemos no es un horizonte terrestre. Es algo muy llano y árido en cuyo horizonte vemos levantarse como un arco inmenso que todo lo cubre y que avanza hasta llegar al cenit. En ese punto del cenit se ve una gran luminosidad. Diría que es algo así como una cúpula que emite una luz de color ámbar». Procuramos presionarlo con preguntas para que nos diera mas información sobre esa cúpula.»¿Qué es? ¿Dónde está?» -inquirimos. Castaneda nos respondió que por el tamaño de lo que ven, puede ser un planeta. En el cenit-agregó-hay como un gran viento». Por la brevedad de su respuesta, nos dimos cuenta de que Castaneda no quería hablar mucho sobre ese tema. Es posible, también, que no pudiera encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que veían.
Sea como fuere, es evidente que esas visiones, esos vuelos en el cuerpo de sueño, son un constante entrenamiento para el viaje definitivo, ese salirse por el costado izquierdo del águila, ese salto final que se llama muerte, ese dar fin a la recapitulación, ese poder decir «estamos listos» en el cual nos llevamos todo lo que somos, pero nada más que lo que somos. «Según la mujer Tolteca -nos confió Castaneda-, esas visiones son aberraciones mías. Ella piensa que ése es mi modo inconsciente de paralizar las acciones; es decir, la manera que tengo de decir que no quiero irme del mundo. La mujer Tolteca dice también que con mi actitud estoy deteniéndola a la Gorda en sus posibilidades de un vuelo más fecundo o más productivo». Don Juan y don Genaro eran grandes soñadores. Tenían un control absoluto del arte. «Me asusta -exclamó de pronto Castaneda, llevándose la mano hacia la frente- el hecho de que nadie note que don Juan es un soñador inaudito. Lo mismo se puede decir de don Genaro. Don Genaro, por ejemplo, es capaz de llevar su cuerpo de sueño a la vida de todos los días». El gran control de don Juan y don Genaro se evidencia en ese no ser notados o pasar inadvertidos (13). «Todo lo que ellos hacen -continuó con entusiasmo- es digno de elogio. De don Juan, admiro intensamente su gran control, compostura y serenidad.
De don Juan, jamás se podrá decir que es un viejo senil. «No pasa así con otra gente. Hay aquí en el campus, por ejemplo, un viejo profesor que cuando yo era un muchacho era ya famoso. En aquel entonces, él estaba en el pico de su robustez física y de su creatividad intelectual. Ahora… ¡Allí está mascando su lengua de corcho! Ahora puedo verlo tal como es, como un viejo senil. De don Juan, en cambio, jamás podré decir algo así. Su ventaja respecto a mi es siempre abismal». En la entrevista con Sam Keen, Castaneda dice que cierta vez don Juan le preguntó si pensaba que los dos eran iguales. Aunque él realmente no pensaba que lo fueran, en un tono condescendiente le dijo que sí. Don Juan lo escuchó pero no aceptó su veredicto. «No creo que lo seamos -le dijo-, porque yo soy cazador y un guerrero y tú no eres más que un «pimp». Yo estoy dispuesto en cualquier momento a ofrecer la recapitulación de mi vida. Tu pequeño mundo lleno de tristezas e indecisiones no, puede ser nunca igual al mío » (14).
En todo lo que Castaneda nos había contado se pueden encontrar paralelismos con otras corrientes y tradiciones del pensamiento místico. En sus mismos libros se citan autores y obras de la antigüedad y del presente. Le recordé que, entre otros, se hace referencia a El libro egipcio de los muertos, al Tractatus de Wittgenstein, a poetas españoles como San Juan de la Cruz y Juan Ramón Jiménez, y a escritores latinoamericanos como el peruano César Vallejo. «Sí -respondió-, en mi auto siempre hay libros, muchos libros. Cosas que me mandan unos y otros. Le solía leer trozos de esos libros a don Juan… A él le gusta la poesía. ¡Claro es que sólo le gustan las cuatro primeras líneas! Según él, lo que sigue es una idiotez. Dice que después de la primera estrofa se pierde la fuerza, que es pura repetición». Uno de nosotros le preguntó si había leído o si conocía las técnicas yogas y las descripciones de los distintos planos de la realidad que ofrecen los libros sagrados de la India. «Todo eso es maravilloso -dijo-. He tenido, además relaciones bastante estrechas con gente que trabaja en la Hatha Yoga «.
«En 1976, un médico amigo llamado Claudio Naranjo, (¿Lo conocen? -nos preguntó-) me conectó con un maestro yoga. Así es que fuimos a visitarlo a su Ashram, aquí, en California. Nos comunicamos por intermedio de un profesor que hizo de traductor. Yo buscaba descubrir en esa entrevista los paralelos con mis propias experiencias de los viajes fuera del cuerpo. Allí, sin embargo, no se habló nada importante. Hubo, sí, mucho aparato y ceremonia pero no se dijo nada. Hacia el final de la entrevista, este personaje tomó en sus manos un tipo de rociador de metal y empezó a mojarme con un líquido cuyo olor no me gustó nada. Ni bien se retiró, pregunté qué era lo que acababa de tirarme. Alguien se aproximó y me explicó que debía de estar muy contento porque me había dado la bendición. Yo insistí en conocer el contenido de la vasija. Finalmente se me dijo que todas las secreciones del maestro se guardaban: «Todo lo que sale de él es sagrado. Se imaginarán Uds. -concluyó en un tono entre jocoso y burlón- que aquí se terminó la conversación con el maestro yoga». Unos años después Castaneda tuvo una experiencia similar con uno de los discípulos de Gurdjieff. Se encontró con él en Los Ángeles a instancias de un amigo suyo. Parece que ese señor había imitado a Gurdjieff en todo. «Se había pelado y tenía unos inmensos bigotes- comentó indicando con sus manos el tamaño de los mismos-.
Ni bien entramos, me tomó enérgicamente del cuello y me dio unos tremendos golpes. Inmediatamente después me dijo que debía dejar al maestro que tenía porque estaba perdiendo el tiempo. Según él, en ocho o nueve clases me iba a enseñar todo lo que tenía que saber. ¿Se imaginan? En unas pocas clases le enseñan a uno todo «. Castaneda también nos dijo que el discípulo de Gurdjieff había mencionado el uso de drogas para acelerar el proceso de aprendizaje. La entrevista no duró mucho. Parece que el amigo de Castaneda se dio cuenta muy pronto de lo ridículo de la situación y de la magnitud de su error. Ese amigo había insistido en que lo viera al discípulo de Gurdjieff porque estaba convencido de que Castaneda necesitaba un maestro más serio que don Juan. Cuando terminó la entrevista, Castaneda nos dijo que su amigo se sintió lleno de vergüenza. Llevábamos caminando ya unas seis o siete cuadras. Por un rato hablamos de cosas circunstanciales. Recuerdo que le comenté que había leído en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica un artículo de Juan Tovar en el que se menciona la posibilidad de filmar los libros.» (15)
«Sí-dijo-. En un tiempo se habló de esa posibilidad». Nos hizo después el relato de su encuentro con el productor, Joseph E. Levine, quien lo habría intimidado desde su inmenso escritorio. El tamaño del escritorio y las palabras del productor, apenas comprensibles por el inmenso puro que sostenía entre los labios [¿Did the tribe mind? -le dijo-], eran de las cosas que más lo habían impresionado a Castaneda. «El estaba tras un escritorio como sobre un estrado -explicó-, y yo, allá abajo muy pequeñito. ¡Poderoso! Con las manos llenas de anillos de piedras muy grandes». Castaneda ya le había dicho a Juan Tovar que lo último que esperaba ver era a Anthony Quinn en el papel de don Juan. Parece que alguien había propuesto a Mia Farrow para uno de los papeles. Concebir una película así era muy difícil -comentó-. No es ni etnografía ni ficción. El proyecto al final fracasó. El nagual Juan Matus me dijo que no se podía hacer». Durante esa misma época se lo invitó a participar en shows como el de Johnny Carson y Dick Cavett. «Al final no pude aceptar cosas así. ¿Qué le digo a Johnny Carson, por ejemplo, si me pregunta si hablé o no con el coyote? ¿Qué le digo? Le digo que sí, que… ¿Y entonces? Indudablemente, la situación se hubiera prestado al ridículo. «Don Juan fue quien me encargó que diera testimonio de una tradición -dijo Castaneda-. El mismo insistió en que aceptara entrevistas y diera conferencias para promocionar los libros. Después me hizo cortar con todo porque ese tipo de tarea quita mucha energía.
Si uno está en esas cosas hay que darles fuerza». Castaneda explicó claramente que con el producto de sus libros él se encarga de solventar los gastos de todo el grupo. Castaneda les da de comer a todos. «Don Juan -insistió- me dio la tarea de poner por escrito todo lo que los brujos y brujas dijeran. Mi tarea no consiste sino en escribir hasta que un día me digan, «Basta, aquí se acabó». El impacto o no de mis libros, realmente lo desconozco porque no estoy relacionado con lo que pasa por aquí. A don Juan antes y a la mujer Tolteca ahora les pertenece todo el material de los libros. Ellos son responsables de todo lo que allí se dice». El tono de su voz y sus gestos nos impresionó vivamente. Era evidente que en este terreno la tarea de Castaneda consiste en obedecer. Su objetivo no es sino ser impecable como receptor y transmisor de una tradición y de una enseñanza. «Personalmente -continuó tras una pausa-, estoy trabajando en un tipo de journal; es algo así como un manual.
De este trabajo, sí, yo soy responsable. Quisiera que una editorial seria los publique y se hiciera cargo de distribuirlos a personas interesadas y a centros de estudio». Nos dijo que llevaba elaboradas unas 18 unidades en las que ha creído resumir toda la enseñanza de la nación tolteca. Para organizar el trabajo, se ha valido de la fenomenología de E. Husserl como marco teórico para hacer comprensible lo que le enseñaron. «La semana pasada -dijo estuve en Nueva York. Les llevé el proyecto a los editores de Simon and Schuster pero fracasé. Parece que se asustaron. Es que una cosa así no puede tener éxito.» «De esas 18 unidades yo soy el único responsable-continuó en tono meditativo- y, como pueden ver, no tuve éxito. Esas 18 unidades son algo así como las 18 caídas en las que me he golpeado fuertemente la cabeza. Convengo con los editores en que es un trabajo de lectura pesada, pero así soy yo… Don Juan, don Genaro, todos los otros son diferentes. ¡Ellos son livianos! (16)
«¿Por qué las llamo unidades? -se preguntó adelantándose a nosotros-. Las llamo así porque cada una de ellas pretende mostrar uno de los modos de romper la unidad de lo familiar. De distintas maneras se puede romper esa visión perceptiva única». Castaneda, tratando de aclararnos nuevamente esto, nos dio el ejemplo del mapa. «Cada vez que queremos llegar a algún sitio, necesitamos un mapa con claros puntos de referencia para no perdemos. No encontramos nada sin un mapa -exclamó Castaneda-. Lo que ocurre después es que lo único que vemos es el mapa. En vez de ver lo que hay que ver, terminamos viendo él mapa que llevamos dentro. Por eso es que romper ese arco de la reflexibilidad, cortar constantemente los lazos que nos conducen a los puntos de referencia conocidos, es la última enseñanza de don Juan». Muchas veces durante esa tarde había Castaneda de insistir en que él no era más que un «simple puente con el mundo». Todo el conocimiento de los libros le pertenece a la nación tolteca. Ante su insistencia, no pude menos que reaccionar y decirle que la labor de compaginar el material de las notas en libros coherentes y bien organizados no dejaba de ser inmensa y difícil. «No -respondió Castaneda-. Yo no tengo ningún trabajo. Mi tarea consiste, simplemente, en copiar la página que se me da en sueños». Según Castaneda no se puede crear nada de la nada. Pretender crear así es un absurdo.
Para explicarnos esto, trajo a colación un episodio de la vida de su padre. «Mi padre -dijo-
decidió que iba a ser un gran escritor. Con ese propósito, resolvió arreglar su escritorio. El necesitaba tener un escritorio que fuera perfecto. Había que tener en cuenta hasta el mínimo detalle, desde la decoración de las paredes al tipo de luz de su mesa de trabajo. Una vez que la habitación estuvo lista, pasó mucho tiempo buscando el escritorio adecuado a su empresa. El escritorio tenía que ser de determinada medida, madera, color, etc. Otro tanto ocurrió con la elección de la silla sobre la que se sentaría. Después tuvo que seleccionar la cubierta adecuada para no arruinar la madera de su escritorio. La cubierta podía ser de plástico, de vidrio, de cuero, de cartón… Sobre esa cubierta mi padre iba a apoyar el papel en el que escribiría su obra maestra. Así, sentado en su silla frente al papel en blanco no supo qué escribir. Ese es mi papá. El quiere empezar escribiendo la frase perfecta. Claro…, así no se puede escribir. Uno es siempre un instrumento, un intermediario. Yo veo cada página en sueños, y el éxito de cada una de esas páginas depende del grado de fidelidad con que yo soy capaz de copiar ese modelo del sueño. Precisamente, la página que impresiona o impacta más es aquella en que he logrado reproducir el original con mayor exactitud». Estos comentarios de Castaneda revelan toda una teoría del conocimiento y de la creación intelectual y artística. [Pensé inmediatamente en Platón y en San Agustín con su imagen del «maestro interior»].
Conocer es descubrir y crear es copiar. Ni el conocimiento ni la creación pueden ser nunca una empresa de tipo personal. Mientras cenábamos le mencioné algunas de las entrevistas que había leído. Le dije que me había gustado mucho la que Sam Keen le había hecho y que había publicado en Psychology Today. Castaneda también estaba satisfecho con esa entrevista. El le tiene mucho aprecio a Sam Keen. «Durante esos años -dijo- conocí a mucha gente de la cual hubiera querido seguir siendo amigo…, un ejemplo es el teólogo Sam Keen. Don Juan, sin embargo, dijo basta». Con respecto a la entrevista de Time, Castaneda nos contó que primero vino a encontrarse con él en Los Ángeles un periodista hombre. Parece que la cosa no anduvo bien [«No funcó» -dijo] y se marchó. Le enviaron entonces «una de esas chicas que no se pueden rehusar» -dijo haciéndonos sonreír a todos. Todo salió muy bien, y se entendieron «a maravillas». Castaneda tuvo la impresión de que ella comprendía lo que él le decía. Al final, sin embargo, ella no hizo el artículo. Las notas que ella había tomado se las dieron a un periodista que «creo que ahora está en Australia «-agregó. Parece que ese periodista hizo lo que quiso con las notas que le dieron. Cada vez que por un motivo u otro se mencionó la entrevista de Time, fue evidente su fastidio. El le había advertido a don Juan que Time era una revista demasiado poderosa e importante. Don Juan en cambio, había insistido en que la entrevista se realizase. «La entrevista se hizo, ‘por si las moscas’ » -concluyó Castaneda informalmente haciendo uso nuevamente de una expresión típicamente porteña. Hablamos también de los críticos y de lo que se había escrito sobre él y sus libros. Le mencioné a Richard de Mille y a otros que han puesto en duda la veracidad de sus trabajos y el valor antropológico de los mismos. «El trabajo que yo tengo que hacer-afirmó Castaneda- está libre de todo lo que los críticos puedan decir. Mi tarea consiste en presentar ese conocimiento de la mejor manera posible. Nada de lo que puedan decir me importa porque yo ya no soy Carlos Castaneda, el escritor. No soy ni un escritor, ni un pensador ni un filósofo…; en consecuencia, sus ataques no me encuentran. Ahora, yo sé que no soy nada; nadie me puede quitar nada porque Joe Córdoba es nada. No hay, en todo esto, ningún orgullo personal.
«Nosotros vivimos -continuó- en un nivel más bajo que el del campesino mexicano, lo cual es ya mucho decir. Nosotros hemos tocado la tierra y no podemos caer más. La diferencia entre nosotros y el campesino es que éste tiene esperanzas, quiere cosas y trabaja para un día tener más de lo que tiene hoy. Nosotros, en cambio, no tenemos nada y cada vez tendremos menos . ¿Se imaginan Uds. esto? Las críticas no pueden dar en el blanco». «Nunca soy más plenamente que cuando soy Joe Córdoba -exclamó con vehemencia levantándose y abriendo los brazos en un gesto de plenitud-. Joe Córdoba, friendo hamburguesas todo el día con los ojos llenos de humo… ¿Me comprenden Uds.?». No todos los críticos habían sido negativos. Octavio Paz, por ejemplo, escribió un prólogo muy bueno para la edición en español de Las enseñanzas de don Juan (17). A mi me había parecido bellísimo. «sí -asintió Castaneda-. Ese prólogo es excelente. Octavio Paz es todo un caballero. Tal vez sea uno de los últimos que van quedando «.
La frase «todo un caballero» no se refiere a las indiscutibles cualidades de Octavio Paz como pensador y escritor. ¡No! La frase apunta a las cualidades intrínsecas del ser, al valor de la persona como ser humano. El que Castaneda apuntara que es «uno de los últimos que van quedando» acentuó el hecho de que se trata de una especie en peligro de extinción. «Bueno -siguió Castaneda tratando de suavizar el impacto-. Tal vez queden dos caballeros». El otro es un viejo historiador mexicano amigo suyo cuyo nombre no nos era familiar. De él nos contó algunas anécdotas que reflejaban su vitalidad física y vivacidad intelectual. A esta altura de la conversación, Castaneda nos explicó cómo selecciona las cartas que le llegan. «¿Quiere que le explique cómo di con Ud.?» -preguntó dirigiéndose a mi. Nos dijo que un muchacho amigo las recibe, las pone en una bolsa y se las guarda hasta que él llega a Los Ángeles. Una vez en Los Ángeles, Castaneda sigue siempre una misma rutina. Primero vuelca toda la correspondencia en un cajón grande, «como de juguetes», luego sólo saca una carta. La carta que saca es la que lee y contesta. Claro es que nunca lo hace por escrito. Castaneda no deja huellas. «La carta que saqué -explicó- era la primera que Ud. escribió. Después busqué la otra. ¡No se imagina cuántos problemas tuve para conseguir su teléfono! Cuando ya creía que no iba a tener suerte, lo obtuve por intermedio de la Universidad. Realmente yo ya pensaba que no iba a poder hablar con Ud.». Quedé muy sorprendida al conocer todos los inconvenientes que había tenido hasta dar conmigo. Parece que una vez que tuvo mi carta en la mano, él debía tratar de agotar todos los medios.
3º parte
Por (reenvio) Graciela N. V. Corvalán * – Saturday, Apr. 10, 2010 at 4:23 AM
En su universo mágico se da mucha importancia a les señales. «Aquí en Los Ángeles -continuó Castaneda casual- tengo un amigo que me escribe mucho. Cada vez que vengo leo todas sus cartas, una tras otra como si se tratara de un diario. Cierta vez, entre esas cartas me topé con otra que sin darme cuenta abrí. Aunque inmediatamente me di cuenta de que no era de mi amigo, la leí. El hecho de que estuviera en la pila fue para mí una señal». Esa carta lo puso en contacto con dos personas que le refirieron una experiencia muy interesante. Era de noche y tenían que entrar a la «San Bernardino Freeway». Sabían que para encontrarla debían continuar por donde iban hasta el final de la calle. Después tenían que tomar a la izquierda y continuar hasta dar con la carretera. Así lo hicieron, pero después de unos 20 minutos se dieron cuenta de que se encontraban en un lugar extraño. Esa no era la «San Bernardino Freeway». Resolvieron bajar y preguntar, pero nadie los ayudó. En una de las casas que golpearon se los echó a gritos. Castaneda continuó contándonos que los dos amigos desandaron el camino hasta llegar a una estación de servicio donde pidieron indicaciones. Allí se les dijo lo mismo que ya sabían. Volvieron, así, a repetir los mismos pasos y sin inconveniente alguno llegaron a la carretera: Castaneda se encontró con ellos. De los dos, parece que sólo uno está interesado verdaderamente por entender el misterio. «En la tierra -dijo a modo de explicación- hay lugares, sitios especiales o aperturas, por los que se entra y se pasa a otra cosa». Aquí se detuvo y se ofreció a llevamos. «Es aquí cerca… En Los Ángeles… ¿Si quieren los llevo?» -dijo. «La tierra es algo vivo. Esos lugares son las entradas por donde la tierra periódicamente recibe fuerza o energía del cosmos. Esa energía es la que el guerrero debe almacenar. Tal vez; si soy rigurosamente impecable pueda llegar junto al águila. ¡Siquiera! «Cada 18 días cae una ola de energía sobre la tierra. Cuenten Uds. -nos sugirió- a partir del tres de agosto próximo. Podrán percibirla. Esta ola de energía puede ser o no ser fuerte; depende.
Cuando la tierra recibe olas muy grandes de energía, no importa dónde uno esté, ella siempre nos alcanza». Frente a la magnitud de esa fuerza, la tierra es pequeña y la energía llega a todos lados.» Estábamos aún conversando animadamente cuando se aproximó la camarera y en tono cortante nos preguntó si nos íbamos a servir algo más. Como nadie quería postre ni café, no tuvimos más remedio que levantamos. Ni bien la camarera se alejó, Castaneda comentó: «Parece que nos están echando…». Sí, nos estaban echando y, tal vez, con razón. Era tarde… Con sorpresa comprobamos lo avanzado de la hora. Nos levantamos y salimos a la avenida. Era de noche, la calle y la gente tenía aspecto de feria. Un mimo vestido de frac y galera hacía payasadas a nuestras espaldas. Todos nos miramos sonriendo mientras nuestros ojos buscaban el platillo que se suele pasar durante esas representaciones. A nuestra derecha, bajo el alero de un viejo teatro, alguien intentaba otra representación en un escenario en miniatura. Creí ver un gato listo para la función. Realmente por allí se veía de todo. En otros tiempos, un hombre disfrazado de oso trató de competir con el hombre orquesta. «La cuestión es buscar alternativas cada vez más extravagantes» -alguien comentó. Mientras caminábamos de vuelta rumbo al «campus», Castaneda habló de un proyectado viaje a la Argentina. «Allí se cierra un ciclo-nos dijo-. Volver a la Argentina es muy importante para mí. No sé aún cuándo pueda hacerlo, pero iré. Por ahora tengo cosas que hacer aquí. Recién en agosto se cumplen tres años de tareas, y es posible que entonces pueda ir».
Esa tarde, Castaneda nos habló bastante de Buenos Aires, de sus calles, barrios y clubes deportivos. Recordó con nostalgia la calle Florida con sus tiendas elegantes y la multitud ambulante. Se acordaba aún con precisión de la famosa calle de los cines. «La calle Lavalle» -dijo haciendo memoria. Castaneda vivió en Buenos Aires durante su infancia. Parece que estuvo internado en un colegio céntrico. De esa época recordó con tristeza que le habían dicho que él era «más ancho que alto»; palabras que cuando se es niño duelen mucho. «Siempre miraba con envidia -comentó- a esos argentinos tan altos y buenos mozos.» «Uds. saben que en Buenos Aires siempre hay que ser de algún club -continuó Castaneda-. Yo era de Chacarita. Ser de River Plate no tiene gracia. ¿Verdad? Chacarita, en cambio, siempre es uno de los últimos». En esos tiempos, Chacarita siempre salía último. Fue conmovedor verlo identificado con los que pierden, con los «de abajo». «Seguramente la Gorda irá conmigo. Ella quiere viajar. Claro es que ella quiere ir a «Parici» aclaró-. La Gorda ahora compra en Gucci. es elegante y quiere ir a París. Yo siempre le digo, Gorda, ¿para qué querés ir a París? Allí no hay nada. Ella tiene cierta idea de París, «la ciudad luz». Uds. saben». Muchas veces nombró a la Gorda esa tarde. Con ella, Castaneda nos trajo a un personaje extraordinario por el cual él, sin duda, siente gran respeto y admiración. ¿Cuál sería, entonces, el sentido de toda esa información circunstancial que sobre ella nos dio? Creo que con esos comentarios así como con los que se referían al modo de comer y dormir de los toltecas, Castaneda trató de impedir que nos formásemos una imagen rígida de lo que ellos son.
La labor que ellos están haciendo es muy seria y sus vidas son austeras, pero no son rígidos ni se dejan oprimir por las normas tradicionales de la sociedad. Lo importante es liberarse de esquemas, no reemplazarlos por otros. Castaneda nos dio a entender que no ha viajado mucho por América latina, si se excluye México. «Últimamente sólo he estado en Venezuela -dijo-. Como ya les dije, tengo que ir a Argentina pronto. AIIí se cierra un ciclo. Después m e puedo ir. Bueno…, la verdad es que no sé si me quiero ir todavía». Sus últimas palabras las dijo sonriendo. ¿Quién no tiene ataduras?
Por Europa ha viajado varias veces por asuntos relacionados a sus libros. «En 1973, sin embargo, don Juan me mandó a Italia -afirmó-. Mi tarea consistía en ir a Roma y obtener una audiencia con el Papa. No pretendía que obtuviese una audiencia privada sino una de esas audiencias que se otorgan a grupos de personas. Todo lo que tenía que hacer en la entrevista era besarle la mano al Sumo Pontífice». Castaneda hizo todo tal cual don Juan se lo había pedido. Fue a Italia, llegó a Roma y pidió la audiencia. «Era una de esas audiencias de los miércoles, después de que el Papa oficia una misa pública en la Plaza de San Pedro.
Hasta que me otorgaron la audiencia pero… no pude ir -dijo-. No llegué ni a la puerta». Esa tarde, Castaneda se refirió varias veces a su familia y a su educación y formación típicamente liberales y francamente anticlerical. En The Second Ring of Power, Castaneda también hace referencia a la herencia anticlerical que recibió. Don Juan, que no parece justificar todos sus prejuicios y luchas contra la Iglesia Católica, le dice: «Vencer las tonterías de nosotros mismos requiere todo nuestro tiempo y energía. Esto es lo único que importa. Lo demás carece de consecuencias. Nada de lo que tu abuelo y tu padre han dicho de la Iglesia, los ha hecho felices. Ser un guerrero impecable, por otro lado, te dará fuerza, juventud y poder. Es así que lo apropiado para ti es saber elegir.» Castaneda no teorizó sobre estos temas. Con respecto a la disyuntiva «clericalismoanticlericalismo» sólo quiso transmitimos una enseñanza con el ejemplo de su experiencia. Es decir, nos dio a entender que es muy difícil romper los esquemas que se han formado en la juventud. «Entonces -le pregunté pensando en la tarea que le había encargado don Juan-, ¿tendrá Ud. que volver a Italia?». «¡Oh! ¡No! Ya no hace falta -me respondió-. De todo eso ha pasado mucho tiempo». Con respecto a Europa, la impresión de Castaneda fue terminante. «Allí no hay nada.» insistió-. Europa está terminada; todo está muerto. Uno puede notar eso hasta en el paisaje. ¡Los Alpes no tienen nada que ver con Colorado! A Europa le falta la fuerza que a América le sobra». Con respecto a Italia, fue particularmente contundente. «El paisaje es de miniatura. Allí todo está arregladito y muy civilizado. Una lomita por aquí, una casita por allá. ¡No hay fuerza! En Italia, o se es comunista o se es católico. No hay otra cosa».
Sus palabras nos hicieron comprender que en Europa no hay sino ideologías viejas, dicotomías de otras épocas. Castaneda, en cambio, se mueve en un plano muy diferente al de la política o las religiones. En su universo, los modos tradicionales de ver y juzgar no tienen cabida. Justo antes de entrar al «campus», Castaneda se volvió, y tomándome el antebrazo y las manos me dijo, «Señora, no sabe cuánto le agradezco que Ud. me haya presentado a sus amigos». Sus palabras fueron muy intensas y me emocionaron. Cabe indicar que me agradeció el hecho de que me hubiera portado bien como intermediaria, como puente entre mis amigos y él. Cuando llegamos al «parking lot», nos saludamos amablemente y nos separamos. Castaneda caminó hacia la esquina y desapareció tras los altos arbustos de la calle. Serían cerca de las once de la noche. Subimos al coche y emprendimos el viaje de regreso. Las dos horas resultaron cortas. Habíamos quedado muy impresionados y nos faltó tiempo para decirnos todo lo que el encuentro de esa tarde había suscitado en nosotros. Esa tarde Castaneda puso gran atención en distinguir y aclarar aquello que él ha comprobado y es capaz de experimentar, de lo que los otros dicen y hacen. Nos dijo que llevaba 17 años en la tarea de aprender. Durante todo ese tiempo, hay cosas que ha podido experimentar y comprobar por sí mismo, otras que las está aprendiendo y otras que aún no ha incorporado a su vida. Así, por ejemplo, él ha podido comprobar el modo tolteca de comer y de dormir. El arte del sueño también lo ha incorporado, aunque aún necesite la ayuda de la Gorda. Con respecto a otros fenómenos fue evidente que no quería hablar mucho, y más de una vez hubo de confesar que hay cosas que no entiende. Más aún; hay muchas cosas que no cree que sea posible entender jamás. Castaneda, sin embargo, confía en don Juan y en su enseñanza; él confía en lo que no entiende ni ha logrado explicar. Una y otra vez don Juan le ha demostrado que los toltecas tenían razón y, en consecuencia, confía en que han de tener razón hasta el final.
La memoria de esa tarde, ha quedado como un cuadro claramente delineado en el cual la fascinante figura de Castaneda ocupa todo el espacio. Todas las fantasmagorías y prodigios-al decir de Octavio Paz-, sus libros que yo tantas veces había puesto en duda y que con cierto disgusto había considerado como un innecesario despliegue de lo fenoménico, después de conocerlo a Castaneda se hicieron perfectamente creíbles y posibles. Más allá de la facticidad de los hechos que narró, se descubre la verdad esencial de sus afirmaciones. Después de todo… ¿Qué hay más difícil que freír hamburguesas todo el día como Joe Córdoba con los ojos llenos de humo?
(1980/81) Hoy Carlos Castaneda ya se ha «Ido».
* Graciela N. Vico Corvalán es Licenciada en filosofía (Univ. Nacional de Cuyo, Mendoza) y profesora en la misma casa de estudios, obtuvo su doctorado en la Washington University de St. Louis (Misuri) en 1975. Ha desarrollado una intensa actividad docente en los Estados Unidos, enseñando nuestro idioma, literatura latinoamericana, historia de la religión y filosofía para niños. Se ha especializado además en pensadores místicos contemporáneos. Alterna la escritura con las disertaciones, enseñando además español en cursos comunitarios. Ha sido merecedora de variados honores académicos y becas. Entre sus trabajos se encuentra la traducción de To Be the Noad: On the Journey of Spiritual Unfolding (al español) de la Dra. Judy Gómez. Prepara una serie de conversaciones con pensadores místicos contemporáneos de las Américas, y una serie de reseñas breves para un proyecto de la Modern Language Association: «Guide to Research in Women»s Studies»», Vol. III. En julio del año pasado; en el Montclair State Cóllege, dedicó dos semanas a un seminario intensivo sobre Filosofía para Niños, programa del Institute of Philosophy for Children. Entre sus más importantes disertaciones figura: «La vida como rebeldía y misión de Ezequiel Martínez Estrada», en un ciclo dirigido por el Dr. Ivan A. Schulman.
Notas:
1) El Segundo anillo de poder ha sido publicado por Editorial Pomaire.
2) Obvia alusión a la Iglesia Católica. Así como España es la Madre Patria para los países de América Hispana, la Iglesia Católica es la Madre Iglesia, la iglesia que trajo España con la conquista y la colonización. En este comentario hay, sin duda, un matiz irónico.
3) Desde el punto de vista antropológico, la palabra hace referencia a una cultura india del centro y sur de México que ya se encontraba extinta en el momento dé la conquista y colonización de América.
4) En The Second Ring of Power, la Gorda lo instruye a Castaneda con respecto a la dicotomía «nagual -tonal». El dominio de la segunda atención «sólo se logra después de que los guerreros barren totalmente la superficie de la mesa… esta segunda atención hace que las dos atenciones formen una unidad y que esta unidad sea la totalidad de uno mismo». En el mismo libro, la Gorda le dice a Castaneda: «Cuando los brujos aprenden a «soñar» , atan sus dos atenciones y, entonces, no hay necesidad de que el centro empuje hacia afuera …Los brujos no mueren… No quiero decir que nosotros no muramos. Nosotros somos nada; somos badulaques (tontos); no estamos ni aquí ni allá. Ellos, en cambio, tienen sus atenciones tan unidas que tal vez nunca mueran [p. 281).»
5) En Ideas para una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica (1913), Husserl trató detenidamente de la «epoché» o «reducción fenomenológica».
6) Miguel Serrano, El círculo hermético (Buenos Aires: Ed. Kier, 1978), p. 89.
7) En The Second Ring of Power, la Gorda le refiere a Castaneda que cuando ella perdió «la. forma humana» comenzó a ver un ojo siempre frente a ella. Este ojo la acompañaba todo el tiempo y casi terminó por volverla l oca. Poco a poco se acostumbró hasta que un día el ojo pasó a formar parte de ella. «Algún día, cuando llegue a ser un ser verdaderamente sin forma, no veré más ese ojo; el ojo será uno conmigo.:.» (p. 158).
8) En el primer libro, Las enseñanzas de don Juan, éste le dice: «La cosa que hay que aprender es cómo llegar a la raja entre los mundos y cómo entrar en el otro mundo… Hay un lugar donde los dos mundos se montan el uno sobre el otro. La raja está allí. Se abre y se cierra como una puerta con el viento. Para llegar allí, un hombre debe ejercer su voluntad. Debe, diría yo, desarrollar un deseo indomable, una dedicación total. Pero debe hacerlo sin la ayuda de ningún poder y de ningún hombre…»
9) Varios meses má s tarde, la Gorda (Maria Elena) me llamó por teléfono para trasmitirme un mensaje de Carlos Castaneda. En esa conversación, me dijo que la señora Tolteca se llamaba doña Florinda, y que se trataba de una persona muy elegante, vivaracha e inquieta. La señora Tolteca debe tener unos 50 años.
10) Por teléfono, la Gorda también insistió en que la Sra. Tolteca era muy «brava» y en que si bien a ella la quiere más que a Castaneda no estaría mal que la quisiera un poco más. «Andamos con todo el cuerpo magullado de los golpes que nos da » -dijo.
11) En esta afirmación de Castaneda se puede ver el deseo de romper la imagen que la gente tiene del hechicero o brujo -seres con poderes especiales que no tienen las mismas necesidades del resto de las mortales. Al decir que «comen todo el día», Castaneda los unió al resto de los hombres.
12) Recientemente, Simon and Schuster de Nueva York, anunció un nuevo libro de Carlos Castaneda. Su título es The Flight of the Eagles (El vuelo de las águilas).
13) En todos los libros, Castaneda se ha referido a eso de «no ser notado» y «pasar inadvertido». En “The Second Ring of Power”, Castaneda recuerda las veces que don Juan le había ordenado que se concentrara «en no ser obvio». Néstor, también, dice «que don Juan y don Genaro aprendieron a no ser notados en medio de todo esto.» Los dos son maestros en el arte del «acecho». De don Genero, la Gorda dice que «estaba en su cuerpo de sueño la mayor parte del tiempo».
14) Sam Keen, Voices and Visions (New York: Harper and Row, 1976)
15) Véase, Juan Tovar. «Encuentro de poder”, Gaceta, F.C.E. ( México: diciembre de 1974).
16) Según nos comunicó Castaneda por teléfono, Simon and Schuster finalmente decidió aceptar el proyecto del «journal» que tanto parecía preocuparle. Hasta el momento no ha salido.
17) «La mirada anterior», prólogo de Octavio Paz.
fuente: www.thenahual.blogspot.com
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