Alzo la mirada, lo veo tocando la guitarra, ella interpreta un tango, estoy sentado en el patio de una antigua casa rodeado de personas, algunos son amigos, otros son médicos, otros psicólogos e intermitentemente encuentro algunos “locos”.
Procuro entender de que se trata esta escena, ¿porque nos encontramos juntos y mezclados si la lógica occidental exclama a gritos que cada uno debe permanecer seguro en su lugar, no moverse, mantenerse siempre mas acá del alambrado de la diferencia? Discurso que pregona la tolerancia como entre las máximas de la democracia, pero la tolerancia es poder sostener la diferencia con el otro, es superar el respeto a la manera de un movimiento dialéctico, es una invitación a poder desdibujar los lugares para poder sostener un modo de pensamiento distinto; distinción que no implica el no reconocimiento de la diferencia…porque al estar ahí sentado la misma resulta visible, palpable, perceptible, sería un engaño decir que somos todos iguales cuando la realidad muestra el reverso de esta idea.
¿De qué serviría negar que somos diferentes? Pero, ¿De qué diferencia se trata? ¿Qué quiere decir estar loco? Uno podría pensar que el loco es aquel que muestra al mundo sus extravagancias con el fin, no del todo conciente, de captar la mirada ajena, mirada que le asegura cierta existencia, que le brinda una aparente consistencia allí donde nunca sabemos, y nunca sabremos, con claridad quienes somos; postura que resulta independiente del estrato al que pertenece el sujeto, quien de nosotros no ha dicho alguna vez: mira este como se hace el loco!
Entonces parece evidente que por allí no va la locura, cualquiera de nosotros puede hacer una distinción clara entre aquellos que son y aquellos que se ubican del lado de la impostura, de querer mostrarse a sus espectadores, para los que montan el espectáculo de una supuesta rebeldía….Habiendo hecho esta pequeña distinción, que se encuentra del lado del saber común, intentaré aproximarme a una idea de la locura procurando eludir los álgidos laberintos conceptuales, que encontrarán su vía de acceso en algún acartonado texto académico.
Tengamos como brújula que para aproximarnos a la locura debemos ubicarnos en el centro mismo de la subjetividad, subjetividad que la mayoría de las veces produce un padecer que no tiene que ver con las condiciones sociales, culturales, humanas, económicas, etc; porque la locura no discrimina, la encontramos en los mas diversos campos sociales y económicos, no tiene frontera ni territorio, recorre los diversos espacios sociales sin detentarse en ninguno de ello quebrando las lógicas territoriales y anudándolas en su propio movimiento.
La mayoría de las veces el “loco” se encuentra atravesado por una particular forma de padecimiento, no siempre presente, que tendrá que ver con como se estructura la realidad y el mundo de estos sujetos, el cual no puede resultar sino profundamente diferente al nuestro, su realidad, su mundo se torna difícilmente compartible, no por ello imposible, en la medida que su psiquis se organiza a partir de una lógica radicalmente diversa a la de mayoría de nosotros.
Esta construcción alternativa del mundo, al que hemos sido arrojados, por momentos tiende a teñirse de una excitación emocional a raíz de que muchos de ellos poseen la certeza radical de poseer un lugar privilegiado por sobre el resto de los mortales, o bien dicha certeza puede convertirse en un padecer inquebrantable al asegurarle que el resto de los hombres se encuentran complotados y confabulando un gran plan en su contra. Este es uno de diversos modos que puede adoptar la locura, otros podrán tener alucinaciones auditivas o visuales; diversas son las formas que puede tomar, sin embargo en todas ellas se ven trastocados los modos de vincularse con los otros, los modos de sentir lo que ocurre a su alrededor, de sentir a los otros, de enamorarse, de construir amistades, de conformar los lazos familiares.
Los distintos modos de relacionarse adquieren una forma diversa a la de aquellos que nos regimos bajo una estructura psíquica, que nos permite entendernos a pesar de encontrarnos atravesados por el malentendido. A esta altura es evidente decir que la “locura” posee su propia lógica, lógica que se desliza mas allá de los márgenes, de los pivotes, que sostienen a la estructura social-cultural.
Procuremos eludir la tentadora valoración a la que estamos acostumbrados, a saber: es mejor, es peor, es preferible, no lo es, o cualquier otra forma de concebir la realidad. La mayoría de las veces estas valoraciones se aproxima a cierta moral construida desde determinados lugares de ordenamiento, a la manera de un antiguo castillo que aparenta integrar un paisaje pero que en verdad no mas que una construcción adosada por el hombre. De lo que se trata entonces, es de tolerar como movimiento superador de la tolerancia propuesta por el discurso democrático-occidental-capitalista, una tolerancia que pueda sostenerse en la diferencia sin recaer en las valoraciones que tienden a efectuarse desde cierto pedestal de la verdad, como si existiera tal podio desde el cual pudiese decirse cual es la realidad mas real. Verdad que no se permite admitir que existen variados sentidos para un mismo mundo y que procura imponerse por sobre las pequeñas verdades subjetivas.
Vuelvo a alzar la mirada, durante ese impasse percibo que se trata de fugarse por un instante de ese territorio cartografiado por infinitos atravesamientos discursivos, para jugar a que se pueden concebir los vínculos de una manera absolutamente particular, que la realidad puede tener infinitos matices, tantos como sujetos se encuentren sintiéndola; de lo que se trata es de explotar los pliegues que se entraman en los territorios por los que nos deslizamos cotidianamente, dejando advenir nuevos sentidos del mundo.
Santiago Candia
extraído del fanzine Festival Sarcástico nº1
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