Durante varias décadas he procurado aferrarme a mis desgastados ejemplares de The Myth of the Machine (El mito de la máquina, dos volúmenes, 1967 y 1970). Y hace pocas noches, alterado por las pesadillas en las que bien despiertos estamos forzados a “vivir”, me encontré una vez más inmerso en ese trabajo monumental y fascinante. En su análisis histórico, comparativo brillantemente abarcativo, Mumford demostraba como los sistemas de poder centralizados –digamos por caso el del antiguo Egipto o el de la Alemania nazi− se han valido de medios técnicos para la regimentación militar y burocrática de enormes poblaciones humanas (“la gran Máquina”). (Para el último ejemplo, véase el reciente estudio de Edwin Black, IBM y el Holocausto).
Por William Manson*
Counterpunch
14 de marzo de 2014
Mumford examina minuciosamente como a lo largo de los siglos medios técnicos implementando organización de masas y control social, cubriendo todas las áreas, han servido a las élites de poder. En teoría social, la “modernidad” se caracteriza por la centralización, la estandarización y una eficiencia siempre creciente, así como por la reducción del individuo y su unicidad a “persona calculable” (Foucault).
¿Qué distingue a Mumford de otros críticos radicales de la tecnología? Primero y principal, era un humanista, enfatizando que la función suprema de las estructuras sociales (la sociedad) debería ser la de realzar el desarrollo individual y las pautas sociales de cooperación mutua. Viviendo en comunidades a escala humana, los individuos podrían desplegar muchas capacidades de muy diversa índole (ético/empática, cognitiva, estética, etcétera). Medios técnicos, limitados a tales propósitos y valores humanos, podrían realzar semejante crecimiento de bienestar social; una visión humanista también compartida por pensadores anteriores, como W. von Humboldt, J. S. Mill e incluso Marx y Engels (“El desarrollo libre de cada uno es la condición para el desarrollo libre de todos”).
¿Cuál fue la visión ominosa de Mumford ante los años por venir? Los asediados –y hasta obsoletos− individuos podrían ser redireccionados por completo, reducidos a la condición de “un accesorio trivial de la máquina”. La supervisión técnica y la acumulación de datos prácticamente sin límites –un ojo que todo lo ve (panóptico)− podría monitorear a todos “los seres humanos del planeta”. Finalmente, la tecnocracia totalitaria, centralizando y aumentando su complejo de poderes, ignorando las necesidades reales y los valores de la vida humana, podría producir un mundo “apropiado únicamente para que máquinas puedan integrarse en él”.
Además –como realmente lo estamos observando ya− la gente perdiendo “confianza en sus capacidades propias y sin ayuda” devendria psicológicamente dependiente de todo un ensamble de dispositivos ubicuos, instrumentales, computadoras. Adoctrinados por completo en lo que podría calificarse como “tecnoinevitabilidades”, tales tecnoadictos podrían aceptar los últimos artilugios rindiéndose incondicionalmente “a tales novedades sencillamente porque han aparecido, sin consideración alguna por sus consecuencias para lo humano”. En los ’70, Mumford ya estaba diagnosticando “tecnología compulsiva”, una condición en la cual “la sociedad se rinde humildemente ante cada nueva demanda y utilización sin el menor atisbo crítico ante todo producto nuevo”. E incluso, una década antes, el sociólogo C. Wright Mills ya había percibido una declinación cualitativa en el pensamiento humano, oscurecido por una “aplastante acumulación de recursos tecnológicos” (más recientemente, véase el libro de Simon Head, Mindless: How Smarter Machines are Creating Dumber Humans (Descerebrados: Como máquinas cada vez más inteligentes están generando humanos más tontos, 2013).
En su último tiempo, Mumford era partidario de una revuelta negativa –resistir, rechazar, sustraerse− por medio de la cual los individuos podían reclamar su autonomía, deseos y opciones derivadas de su humanidad. Uno podría llamar a esto “Esquivando el Megasistema”; por ejemplo, alejándose de lo hiperurbano y su mercado como patógeno, y al menos ejerciendo el derecho autónomo, de cada uno, a rechazar la tecnolatría; una religión frascasada que negó y sacrificó las necesidades y aspiraciones de los humanos reales, que está empezando a perder a sus acólitos y seguidores.
Traducido por Luis E. Sabini Fernandez, 01-12-2019. https://revistafuturos.noblogs.org
* William Manson es un antropólogo psicoanalítico, que enseñó ciencia social en las universidades de Rutgers y Columbia. Autor de The Psychodynamics of Culture (Greenwood Press).
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