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Ecotropía

Aniquilando un planeta por vez…

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Categoría: • Análisis

O la inteligibilidad del desorden

La sociedad unidimensional

Publicada el 14/11/2010 - 18/01/2024 por raas

Cuanto más racional, productiva, técnica y total deviene la administración represiva de la sociedad, más inimaginables resultan los medios y modos mediante los cuales los individuos administrados pueden romper su servidumbre y alcanzar su propia liberación.

Por Herbert Marcuse

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El Anti-Edipo: Una introducción a la vida no fascista

Publicada el 24/10/2010 - 31/01/2018 por raas

Durante los años 1945-1965 (pienso en Europa), había una determinada manera correcta de pensar, un cierto estilo de discurso político, una cierta ética para intelectuales. Había que tutearse con Marx, no dejar que los sueños vagabundeasen demasiado lejos de Freud, y tratar a los sistemas de signos -el significante-  con  el mayor respeto. Esas eran las tres condiciones que convertían en aceptable esta singular ocupación que consiste en escribir y enunciar una parte de verdad acerca de sí mismo y de su época.

Después vinieron cinco años breves, apasionados, cinco años de júbilo y de enigma. A las puertas de nuestro mundo, Vietnam, evidentemente, y el primer gran golpe asestado a los poderes constituidos. Pero aquí, dentro de nuestras murallas, ¿qué estaba ocurriendo, exactamente? ¿Una amalgama de política revolucionaria anti-represiva? ¿Una guerra librada en dos frentes, el de la explotación social y la represión psíquica? ¿Una escalada de la libido, modulada por el conflicto de clases? Es posible. De todos modos, es a partir de esta interpretación familiar y dualista que se ha pretendido explicar los acontecimientos de esos años. El sueño que, entre la Primera Guerra Mundial y el advenimiento del fascismo, mantuvo bajo su encanto a las fracciones más utópicas de Europa -la Alemania de Wilhelm Reich y la Francia de los surrealistas- había regresado para arrebolar a la mismísima realidad: Marx y Freud iluminados por una sola incandescencia.

Pero, ¿fue realmente esto lo que ocurrió? ¿Fue realmente una recuperación del proyecto utópico de los años treinta, esta vez a la escala de la práctica histórica? ¿O bien, por el contrario, hubo un movimiento hacia luchas políticas que ya no se adecuaban al modelo prescrito por la tradición marxista? ¿Hacia una  experiencia y una tecnología del deseo que habían dejado de ser freudianas? Es cierto que los viejos estandartes fueron enarbolados una vez más, pero el combate se desplazó y ganó nuevas zonas.

El Anti-Edipo muestra en primer lugar, la extensión del terreno cubierto. Pero es mucho más que eso. No derrocha su caudal en denigrar viejos ídolos, si bien es cierto que se divierte mucho con Freud. Y, sobre todo, nos incita a ir más lejos.

Sería un error leer El Anti-Edipo como la nueva referencia teórica, es decir, esa famosa teoría que tan a menudo nos ha sido anunciada: la que todo lo englobará, esa absolutamente totalizadora y tranquilizante; esa, se nos asegura, “que tanto necesitamos” en esta época de dispersión y de especialización, de donde “la esperanza” ha desaparecido. No hay que buscar una “filosofía” en esta extraordinaria profusión de nociones nuevas de conceptos-sorpresas. El Anti-Edipo no es un Hegel relumbroso.

Yo creo que la mejor manera de leer El Anti-Edipo, consiste en abordarlo como un «arte», en el sentido en que se habla de «arte erótico», por ejemplo. Apoyándose en las nociones, en apariencia abstractas, de multiplicidades, flujos, dispositivos y ramificaciones, el análisis de la relación del deseo con la realidad y con la «máquina» capitalista aporta respuestas a preguntas concretas. Preguntas que se preocupan menos del por qué de las cosas que de su cómo. ¿Cómo se introduce el deseo en el pensamiento, en el discurso, en la acción? ¿De qué manera el deseo puede y debe desplegar sus fuerzas en la esfera de lo político e intensificarse en el proceso de derrumbamiento del orden establecido?

Ars erotica, ars theoretica, ars politica.

De allí los tres adversarios a los cuales El Anti-Edipo se halla confrontado: Tres adversarios que no poseen la misma fuerza, que representan grados diversos de amenaza, y que el libro combate con diferentes medios.

1. Los ascetas políticos, los militantes morosos, los terroristas de la teoría, aquellos que quisieran preservar el orden puro de la política y del discurso político. Los burócratas de la revolución y los funcionarios de la Verdad.

2. Los lamentables técnicos del deseo -los psicoanalistas y semiólogos- que registran cada signo y cada síntoma y que desearán reducir la organización múltiple del deseo a la ley binaria de la estructura y de la carencia.

3. Por último, el enemigo mayor, el adversario estratégico (ya que la oposición de El Anti-Edipo con sus otros enemigos constituye más bien un combate táctico): el fascismo. Y no solamente el fascismo histórico de Hitler y de Mussolini -que tan bien supo movilizar y utilizar el deseo de las masas- sino también el fascismo que existe en todos nosotros, que habita en nuestros espíritus y está presente en nuestra conducta cotidiana, el fascismo que nos hace amar el poder,  desear esa cosa misma que nos domina y nos explota.

Yo diría que El Anti-Edipo (ojalá que sus autores me perdonen) es un libro de ética, el primer libro de ética escrito en Francia desde hace mucho tiempo (y de ahí, tal vez, la razón por la cual su éxito que no limita un “lectorado” en particular: ser anti-Edipo se ha convertido en un estilo de vida, en un modo de pensar y de vivir).

¿Cómo hacer para no convertirse en fascista incluso cuando (sobre todo cuando)  se cree ser un militante revolucionario? ¿Cómo hacer desaparecer de nuestro discurso y de nuestros actos, de nuestros corazones y placeres, ese mismo? ¿Cómo arrancar ese fascismo incrustado en nuestro comportamiento? Los moralistas cristianos buscaban las trazas de la carne que se habían introducido en los repliegues del alma. Deleuze y Guattari, en cambio, acechan las más ínfimas partículas del fascismo en el cuerpo.

Rindiendo un modesto homenaje a San Francisco de Sales (1) podría decirse que El Anti-Edipo es una introducción a la vida no fascista.

Este arte de vivir contrario a todas las formas de fascismo, ya estén instaladas o próximas de serlo, van acompañadas de un cierto número de principios esenciales, que yo resumiría como sigue si tuviera que convertir este gran libro en un manual o una guía de la vida cotidiana:

– Libera la acción política de toda forma de paranoia unitaria y totalizadora.

– Incrementa la acción, el pensamiento y los deseos mediante proliferación, yuxtaposición y disyunción, antes que por subdivisión y jerarquización piramidal.

– Libérate de las viejas categorías de lo Negativo (la ley, el límite, la castración, la carencia, la laguna) que el pensamiento occidental ha sacralizado durante tanto tiempo como forma de poder y modo de acceso a la realidad. Prefiere aquello que es positivo y múltiple, la diferencia a la uniformidad, los flujos a las unidades, las disposiciones móviles a los sistemas. Considerá que lo que es productivo no es sedentario sino móvil.

– No imagines que haya que ser triste para ser militante, incluso si lo que se combate es abominable. Es el vínculo del deseo a la realidad (y no su fuga en las formas de la representación) el que posee una fuerza revolucionaria.

-No utilices el pensamiento para dar a una práctica política el valor de Verdad; ni la acción política para desacreditar un pensamiento, como si no fuera más que pura especulación. Utiliza la práctica política como un intensificador del pensamiento, y el análisis como un multiplicador de las formas y de los dominios de intervención de la acción política.

– No exijas a la política que restablezca los «derechos» del individuo tal cual han sido definidos por el filosofo. El individuo es el producto del poder. Lo que hay que hacer es «desindividualizar» por la multiplicación y el desplazamiento,  por la suma de combinaciones diferentes. El grupo no debe ser el vínculo orgánico que une a individuos jerarquizados, sino un constante generador de «desindividualización».

– No te enamores del poder.

– Podría incluso decirse que Deleuze y Guattari aman tan poco el poder que trataron de neutralizar los efectos del poder vinculados a su propio discurso. De ahí los juegos y las trampas que encontramos un poco en todo el libro, y que convierten su traducción en un auténtico tour de force. pero no se trata de las trampas familiares de la retórica, aquellas que tratan de seducir al lector sin que este sea consciente de la manipulación, y que terminan por ganarlo para la causa de los autores, contra su voluntad. Las acechanzas de El Anti-Edipo son las del humor: otras tantas invitaciones a dejarse expulsar, a despedirse del texto dando un portazo. El libro hace a menudo pensar que no se trata de otra cosa que de un humor y de juego, allí donde, sin embargo, ocurre algo esencial, algo tremendamente serio: el acoso de todas las formas del fascismo, desde aquellas, colosales, que nos rodean y nos aplastan, hasta las formas más pequeñas que instauran la amarga tiranía de nuestras vidas cotidianas.

Michel Foucault*

notas:
* Este texto de Michel Foucault sirvió de prefacio a la edición estadounidense del Capitalismo y esquizofrenia, el Anti-Edipo, de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Formará parte de Dits et écrits, antología de textos de Michel Foucault, que aparecerá en 1989 en Gallimard, (tomado de “Magazine Littéraire”). Publicado en español en Cuadernos de Marcha, Montevideo.
(1) Hombre de Iglesia del S. XVII, que fue obispo de Ginebra. Es conocido por su Introducción a la vida devota.

fuente: http://www.psicologiagrupal.cl/documentos/articulos/antiedipo.html

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La propaganda subversiva y los “ismos”

Publicada el 21/10/2010 - 19/10/2022 por raas

¿Cómo hacer? En esta sociedad habemos personas que estamos, por decirlo de alguna manera, «disconformes» con la misma. Queremos destruir las relaciones sociales de explotación y de dominación y reemplazarlas por otras relaciones sociales, donde la libertad del individuo sea condición para la libertad de la sociedad. Queremos la sociedad sin clases ni Estado, queremos la autogestión de nuestras vidas.

Por Ricardo Fuego
08-05-2006

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Superar el activismo

Publicada el 17/10/2010 - 13/02/2021 por raas

Por Andrew X

Introducción

Un problema evidente en el día de acción del 18-J* fue la adopción de una mentalidad activista. Este problema fue particularmente obvio con el 18-J precisamente porque las personas involucradas en organizarlo y las que participaron en el día trataron de ir más allá de estas limitaciones. Este artículo no es para criticar a alguien involucrado – más bien un intento de provocar un poco de pensamiento sobre los desafíos que nos enfrentan si somos serios en nuestra intención de eliminar el modo de producción capitalista.

Los expertos

Por «mentalidad activista» me refiero a las personas que piensan en sí mismas principalmente como activistas y como pertenecientes a una amplia comunidad de activistas. El activista se identifica con lo que hace y piensa en ello como su papel en la vida, de la misma manera que un trabajo o carrera. Del mismo modo algunas personas se identificarán con su trabajo (como un médico o un profesor), y en lugar de ser eso solamente algo que están haciendo, se convierte en una parte esencial de su imagen de sí mismos.

El activista es un especialista o un experto en el cambio social. Pensar en tí mismo como activista significa pensar en tí mismo como alguien de algún modo privilegiado o más avanzado que los otros en su apreciación de la necesidad del cambio social, en los conocimientos de cómo conseguirlo y sobre cómo liderar o estar al frente de la pelea práctica por crear este cambio.

El activismo, como todos los roles expertos, tiene su base en la división del trabajo – es una tarea especializada separada de las demás. La división del trabajo es el cimiento de la sociedad de clase, donde la división fundamental es la del trabajo mental y el trabajo manual. La división del trabajo opera, por ejemplo, en la medicina o la educación. En lugar de que curar y criar a niños sea un conocimiento general y tareas en las que todos participen, estos conocimientos se convierten en propiedad especializada de doctores y profesores, expertos de los que debemos depender para que hagan estas cosas por nosotros. Los expertos guardan celosamente las destrezas que tienen y las mistifican. Esto mantiene a las personas separadas e impotentes y refuerza la sociedad de clase jerárquica.

Una división del trabajo implica que una persona asume un papel en representación de muchos otros que renuncian a esta responsabilidad. Una separación de las tareas quiere decir que otras personas harán tu comida y tu ropa y te proporcionarán electricidad mientras tú sigues con tu tarea de conseguir el cambio social. El activista, como experto en el cambio social, asume que las otras personas no están haciendo nada para cambiar sus vidas y por esto siente un deber o una responsabilidad de hacerlo en su nombre. Los activistas piensan que están compensando la falta de la actividad de otros. Definirnos a nosotros como activistas significa definir *nuestras* acciones como las que provocarán el cambio social, por lo tanto ignorando la actividad de miles de miles de otros no-activistas. El activismo está basado en la falsa idea de que son solamente los activistas los que hacen el cambio social – mientras que por supuesto la lucha de clases transcurre constantemente.

Forma y contenido

La tensión entre la forma de «activismo» en la que nuestra actividad política aparece y su contenido cada vez más radical justamente ha estado creciendo durante los últimos años. El origen de muchas de las personas involucradas en el 18-J es el de ser «activistas» que «hacen campaña» sobre un «asunto». El progreso político que se ha logrado en el campo activista durante los últimos años ha resultado en una situación donde muchas personas han pasado de hacer campañas sobre un asunto particular contra proyectos y compañías específicas a una ambiguamente definida y sin embargo prometedora perspectiva anti-capitalista. Pero aunque el contenido de la actividad de las campañas ha cambiado, la forma del activismo sigue igual. Así que en lugar de tomárnosla con Monsanto e ir a sus oficinas centrales y ocuparlas, hemos visto más allá de la faceta particular de capital representada por Monsanto y de esta manera desarrollamos una «campaña» contra el capitalismo. ¿Y qué mejor lugar para ir y ocupar que lo que es percibido como las oficinas centrales del capitalismo – la ciudad?

Nuestros métodos de operar todavía son los mismos como si estuviéramos enfrentando a una corporación o proyecto particular, a pesar del hecho de que el capitalismo es mucho más que eso y los medios para derribar a una compañía particular no son para nada los mismos que para derribar al capitalismo. Por ejemplo, la vigorosa campañas de activistas por los derechos del animal han conseguido destrozar tanto a los criadores de perro Consort como los criadores de gatos de Hillgrove Farm. Las empresas quebraron y entraron en bancarrota. De forma semejante la campaña emprendida contra los archi-vivisectores Huntingdon Life Sciences tuvo éxito en reducir el precio de sus acciones cerca de un 33 %, pero la compañía se las arregló para sobrevivir a duras penas a través de una desesperada campaña de relaciones públicas en la Ciudad para recuperar los precios (1). El activismo puede ser muy exitoso para hacer caer un negocio, sin embargo para hacer caer al capitalismo se requerirá mucho más que simplemente extender esta actividad a cada negocio en cada sector. De forma semejante al ataque de las carnicerías por activistas de derechos del animal, el resultado neto es probablemente solamente ayudar los supermercados al cerrar todas las  pequeñas carnicerías, ayudando de esta manera al proceso de la competencia y de la «selección natural» en el mercado. Por lo tanto, los activistas a menudo consiguen destruir una pequeña empresa mientras refuerzan al capital en general.

Una cosa similar es aplicable con el activismo anti-autopistas. Las protestas anti-autopistas a larga escala han creado oportunidades para a todo un nuevo sector del capitalismo – la seguridad, la vigilancia, los constructores de túneles, los expertos y los consultores. Somos ahora un «riesgo del mercado» entre otros para ser tenidos en cuenta en las licitaciones por un contrato de autopistas. Podemos haber ayudado al dominio de las fuerzas de mercado, forzando fuera de él a las compañías más débiles y menos capaces. La consultora anti-protestas Amanda Webster dice: «El advenimiento del movimiento de protesta en realidad proveerá las ventajas del mercado a aquellos contratistas que puedan manejarlo eficazmente.» (2) De nuevo, el activismo puede hacer caer una empresa o parar una autopista pero el capitalismo sigue su camino alegremente, más fuerte que antes.

Estas cosas son seguramente una señal, si una fuera necesaria, que desestabilizar al capitalismo requerirá no sólo un cambio cuantitativo (más acciones, más activistas) sino también uno cualitativo (tenemos que descubrir una forma más eficaz de operar). Parece que tenemos muy poca idea de lo que exige en realidad derribar el capitalismo. Como si todo lo que haría falta fuera alcanzar algún tipo de masa crítica de activistas ocupando oficinas y luego tendríamos una revolución….

La forma del activismo ha sido conservada incluso mientras el contenido de esta actividad se ha movido más allá de la forma que lo contiene. Todavía pensamos como «activistas» que hacen una «campaña» sobre un «asunto», y como somos activistas de «acción directa» iremos a «hacer una acción» contra nuestro blanco. El método de hacer campaña contra un proyecto o una compañía particular ha sido trasladado a esta nueva forma de enfrentar al capitalismo. Estamos intentando enfrentar al capitalismo y conceptualizar lo que estamos haciendo en términos totalmente inapropiados, utilizando un método de operar propio del reformismo liberal. Así tenemos el espectáculo bizarro de «hacer una acción» contra el capitalismo – una práctica completamente inadecuada.

Los roles

El rol del «activista» es un rol que asumimos de la misma forma que el de policía, padre o sacerdote – una extraña forma psicológica que usamos para definirnos a nosotros mismos y a nuestra relación con otros. El «activista» es un especialista o experto en el cambio social – sin embargo mientras más nos aferramos a este rol y noción de quien somos, más impedimos el cambio que deseamos. Una revolución verdadera implicará la desaparición de todos los roles preconcebidos y la destrucción de toda especialización – la reclamación de nuestras vidas. El tomar el control de nuestros propios destinos (en esto consiste el acto de la revolución) involucrará la creación de nuevas identidades y nuevas formas de interacción y de comunidad. Los «expertos» solamente pueden ser un obstáculo a esto.

La Internacional Situacionista desarrolló una crítica severa de los roles y particularmente del rol del «militante». Su crítica estaba dirigida en su mayor parte contra las ideologías izquierdistas y social-democrátas porque esas eran las principales de su momento. Aunque estas formas de alienación todavía existen y están claramente a la vista, en nuestro entorno especial encontramos con más frecuencia al activista liberal que al militante de izquierda. Sin embargo, comparten muchas características en común (lo cual por supuesto no es ninguna sorpresa).

El Situacionista Raoul Vaneigem definió los roles de esta manera: «Los estereotipos son las imágenes dominantes de un período…. El estereotipo es el modelo del rol; el rol es una forma de comportamiento. La repetición de una actitud crea un rol.» Desempeñar un rol es cultivar una apariencia de negligencia para todo auténtico ser: «sucumbimos a la seducción de actitudes prestadas.» Como «actores» que desempeñamos un rol caemos en la falta de autenticidad – reduciendo nuestras vidas a una serie de clichés – «convirtiendo [nuestro] día en una serie de poses escogidas más o menos inconscientemente entre el rango de los estereotipos dominantes.» (3) Este proceso ha funcionado desde los primeros días del movimiento anti-caminos. En Twyford Down luego del Miércoles Amarillo en Diciembre del 92, la cobertura de la prensa y medios de comunicación se concentró en la tribu Dongas y el aspecto contracultural de las protestas. Inicialmente éste no era de ningún modo el elemento predominante – había un gran grupo de vagabundos en el desalojo por ejemplo (4). Pero las personas atraídas hacia Twyford por la cobertura periodística pensaban que cada persona allí tenía rastas. La cobertura periodística tenía el efecto de hacer que personas «corrientes» se desinteresaran y los del tipo contracultural se integraran – reduciendo la diversidad de las protestas. Más recientemente, una cosa similar ha ocurrido en la manera en la que personas atraídas a sitios de protesta por la cobertura de Swampy a quienes habían visto en la tele empezaron a reproducir en sus propias vidas las actitudes presentadas por los medios de comunicación como características del rol del «eco-guerrero» (5).

«Justo como la pasividad del consumidor es una pasividad activa, la pasividad del espectador reside en su habilidad de asimilar los roles e interpretarlos de acuerdo con las normas oficiales. La repetición de imágenes y estereotipos brinda un juego de modelos del que todos debemos escoger un rol.» (6) El rol del militante o del activista es sólo uno de estos roles, y allí, a pesar de toda la retórica revolucionaria que va con ese rol, yace su conservadurismo.

La actividad supuestamente revolucionaria del activista es una rutina aburrida y estéril – una repetición continua de algunas acciones sin potencial de cambio alguno. Los activistas probablemente resistirían el cambio si viniera porque afectaría las certezas fáciles de su rol y el bello y bonito refugio que han construido para sí. De la misma manera que dirigentes sindicales, los activistas son eternos representantes y mediadores. Al igual que los dirigentes sindicales estarían contra sus trabajadores si estos tuvieran éxito en su lucha -ya que esto los dejaría sin trabajo-, el rol del activista es amenazado por el cambio. Efectivamente la revolución, o incluso cualquier movimiento verdadero en esa dirección, perturbaría profundamente a los activistas al deprivarlos de su rol. Si *todos* se están convirtiendo en revolucionarios entonces ya no eres tan especial, ¿o sí?

¿Así que por qué actuamos como activistas? ¿Simplemente porque es la alternativa más fácil? Caer en el rol del activista es fácil porque se ajusta a esta sociedad y no la desafía – el activismo es una forma aceptada de disenso. Incluso si como activistas estamos haciendo cosas que no son aceptadas y son ilegales, la forma misma del activismo es como si fuera un trabajo – quiere decir que encaja en nuestra psicología y nuestra crianza. Tiene cierta atracción precisamente porque no es revolucionario.

No necesitamos más mártires

La clave para comprender tanto el rol del militante como el del activista es la abnegación – el sacrificio del ser propio hacia «la causa», que es identificada como algo separado del propio ser. Esto por supuesto no tiene nada que ver con la verdadera actividad revolucionaria que es el apoderamiento del propio ser. El martirio revolucionario va de la mano con la identificación de alguna causa como algo separado de la propia vida – una acción en contra del capitalismo que identifica el capitalismo como algo «allá afuera» en la ciudad está básicamente equivocada – el verdadero poder del capital está aquí mismo en nuestra vida diaria – recreamos su poder todos los días porque el capital no es una cosa sino una relación social entre las personas (y por lo tanto clases) mediada por cosas.

Por supuesto no estoy sugiriendo que todos los involucrados en el 18 de Junio compartan en la misma medida la aprobación de este rol y la abnegación que va con él. Como dije arriba, el problema del activismo se hizo particularmente evidente el 18 de Junio precisamente porque fue un intento de escapar de estos roles y de nuestras maneras corrientes de operar. Gran parte de lo que está expuesto aquí es una idea extrema (worst case scenario) de a lo que puede llevar jugar el rol de un activista. La cantidad de similitudes que podamos reconocer dentro de nuestro propio movimiento nos dará una señal de cuánto trabajo tenemos por delante.

El activista hace de la política algo aburrido y estéril y aleja a las personas de ella, pero interpretar el rol eventualmente también termina perjudicando al mismo activista. El rol del activista causa una separación entre el fin y los medios: la abnegación implica crear una división en la revolución como amor y placer en el futuro pero deber y rutina en el presente**. La cosmovisión del activismo es dominada por la culpa y el deber, porque el activista no está luchando a favor de sí mismo sino por una causa separada: «Todas las causas son igualmente inhumanas.» (7)

Como activista tienes que negar tus propios deseos porque tu actividad política es definida de tal forma que estas cosas no cuentan como «política». Pones a «la política» en un compartimento separado del resto de tu vida – es como un trabajo…. Haces «política» de 9 a 5 y luego te vas a casa y haces otra cosa. Y como está en un compartimento separado, la «política» permanece inmune a toda consideración práctica de eficacia en el mundo real. El activista se siente obligado a seguir ejecutando de manera autómata la misma vieja rutina todos los días, sin detenerse o considerar lo que está haciendo. El activista es mantenido ocupado y lidia con su culpa golpeando su cabeza contra una pared, si es necesario.

Parte de ser revolucionario debería ser saber cuándo hay que detenerse y esperar. Debería ser importante saber cómo y cuándo atacar para lograr una máxima eficacia y también cómo y cuándo NO atacar. Los activistas tienen esta actitud de «Debemos hacer algo ahora!’ que parece alimentada por la culpa. Esto es completamente anti-táctico.

La abnegación del militante o del activista es reflejada en su poder sobre otros como experto – de la misma manera que en una religión hay una clase de jerarquía basada en el sufrimiento y la rectitud. El activista asume el poder sobre otros en virtud de su grado más grande de sufrimiento (los grupos de activistas «no- jerárquicos» en realidad constituyen una «dictadura del más comprometido»). El activista usa la coerción moral y la culpa para ejercer poder sobre otros menos experimentados en la teología del sufrimiento. La subordinación de sí mismos va de la mano con la subordinación de otros por ellos – todos esclavizados por «la causa». Los militantes y activistas abnegados atrofian sus propias vidas y su propia voluntad de vivir – esto genera una amargura y una antipatía hacia la vida que se vuelve hacia afuera para marchitar todo lo demás. Son «los grandes despreciadores de la vida…. los partisanos de la abnegación total…. sus vidas retorcidas por su monstruoso ascetismo.» (8) Podemos ver esto en nuestro propio movimiento, por ejemplo in situ, en el antagonismo entre el deseo de holgazanear y pasarlo bien versus la ética llena de culpa de trabajar/construir/fortificar/armar barricadas y en la pasión a veces excesiva con que se denuncia los descansos o pausas. El mártir abnegado se ofende e indigna cuando ve a otros que no se están sacrificando. De la misma manera que cuando el «trabajador honesto» ataca con saña al haragán, sabemos que esto se debe a que en realidad odia su trabajo y el martirio que ha hecho de su vida y odia ver alguien librarse de ese destino, odia ver a alguien que se divierte mientras está sufriendo – debe arrastrar a todos a la mugre junto con él – una igualdad de la abnegación.

En la vieja cosmología religiosa, el mártir exitoso fue al cielo. En la cosmovisión moderna los mártires exitosos pueden aspirar a quedar en la historia. La abnegación más grande, el éxito más grande en crear un rol (o incluso mejor, en diseñar uno por completo para que las personas lo imite – por ejemplo el eco-guerrero) gana una recompensa en la historia – el cielo burgués.

La vieja izquierda era muy abierta en su llamado para el sacrificio heroico: «¡Sacrifíquense con alegría, hermanos y hermanas! ¡Por la Causa, por el Orden Establecido, por el Partido, por la Unidad, por la Carne y las Papas!» (9) Pero en estos días es mucho más velado: Vaneigem acusa a los «jóvenes izquierdistas radicalizados» de «entrar el servicio de una Causa – la «mejor» de todas las Causas. El tiempo que tienen para la actividad creativa lo despilfarran en repartir planfletos, poner afiches, manifestarse o abuchear a políticos locales. Se convierten en militantes, fetichizando la acción porque otros están pensando por ellos.» (10)

Este nos resulta familiar – particularmente lo de fetichizar la acción. En grupos de izquierda a los militantes participan en interminables trabajos de rutina porque el jefe de grupo o el gurú ya tiene delineada la «Teoría», la cual sólo puede aceptarse y engullirse: la «línea» del partido. Con los activistas de acción directa es algo ligeramente diferente – la acción es fetichizada, pero por la aversión hacia cualquier teoría, la que fuera.

Aunque está presente, ese elemento del rol del activista que depende de la abnegación y el deber no fue tan significativo en el 18 de Junio. Lo que es más importante para nosotros es el sentimiento de separación de «las personas corrientes» que viene con el activismo. Las personas identificadas con alguna rara subcultura o grupo exclusivo que serían los «Nosotros», como opuesto a los «Ellos» de todos los demás en el mundo.

Aislamiento

El rol del activista es un aislamiento autoimpuesto de todas las personas con las que deberíamos estar conectándonos. Asumir el rol de un activista te separa del resto de la raza humana como alguien especial y diferente. Las personas tienden a pensar de sí mismas en primera persona del plural (¿a quién te refieres cuando dices «nosotros»?) como si hiciera referencia a alguna comunidad de activistas, en vez de una clase. Por ejemplo, durante algún tiempo en el entorno activista ha sido popular arguír a favor del «no más campañas aisladas» y la importancia de «conectarse». Sin embargo, la concepción de muchas personas acerca de lo que esto involucraba era la de «conectarse» con *otros activistas* y otros grupos de campaña. El 18 de Junio lo demostró muy bien; la idea fue juntar a todos los representantes de todas las causas o asuntos en un lugar en cierto momento, relegándonos voluntariamente a nosotros mismos al guetto de las buenas causas.

Del mismo modo, los diversos foros de debate en la red que han surgido recientemente en el país (la Alianza Rebelde en Brighton, NASA en Nottingham, Asamblea Disturbiosa en Manchester, el London Underground, etc.) tienen un objetivo similar – conseguir que todos los grupos de activistas en la zona se comuniquen. No estoy criticando esto – es un elemento esencial indispensable para la acción futura -, pero debería ser reconocida por la forma sumamente limitada de «conectarse» que representa. También es interesante que lo que tienen en común los grupos que asisten a estas reuniones es que son grupos de activistas – lo que realmente les ocupa parecer ser una consideración secundaria.

No es suficiente simplemente el buscar conectar a todos los activistas del mundo, ni tampoco tratar de transformar a más personas en activistas. Contrariamente a lo que algunas personas pueden pensar, no estaremos más cerca a una revolución si muchas personas se hacen activistas. Algunas personas parecen tener la extraña idea de que lo que hace falta es que todos sean persuadidos de algún modo en hacerse activistas como nosotros y entonces tendremos una revolución. Vaneigem dice: «La revolución es hecha todos los días a pesar de, y en oposición a, los especialistas de la revolución.» (11)

El militante o activista es un especialista en el cambio social o la revolución. El especialista recluta a otros en su propia área diminuta de especialización para incrementar su propio poder y por lo tanto disipar la comprensión de su propia impotencia. «El especialista…. se enrola sí mismo para enrolar a otros.» (12) Como un esquema de venta en pirámide, la jerarquía se auto-replica – tú eres reclutado y para no estar al final de la pirámide, tienes que reclutar a más personas para que estén debajo tuyo, quienes después hacen exactamente lo mismo. La reproducción de la sociedad alienada de los roles se consuma a través de los especialistas.

Jacques Camatte en su composición que «Sobre la organización» (1969) (13) llega a la sagaz conclusión de que las agrupaciones políticas terminan siendo como «pandillas» que se definen por la exclusión – a menudo la primera lealtad de los miembros es hacia al grupo en vez de hacia la lucha. Su crítica es aplicable especialmente a las miríadas de sectas izquierdistas y grupúsculos a las que estaba dirigida pero es aplicable también aunque en menor grado a la mentalidad activista.

El grupo político o partido sustituye por propia iniciativa al proletariado y su propia superviviencia y reproducción se convierten en primordiales – la actividad revolucionaria se convierte en sinónimo de «construir el partido» y reclutar miembros. El grupo tiende a creer que goza de una apreciación única de la verdad y todos fuera del grupo son tratados como idiotas con necesidad de ser educados por esta vanguardia. En lugar de un debate igualitario entre compañeros conseguimos la separación de teoría y propaganda, donde el grupo tiene su propia teoría, que es guardada casi en secreto en la creencia de que los candidatos a entrar no tienen todavia la capacidad mental suficiente para comprenderla y deben ser atraídos hacia la organización con alguna estrategia de populismo. Este método deshonesto de lidiar con aquellos en el exterior del grupo es similar a un culto religioso – ellos nunca te dirán por adelantado lo que son.

Podemos ver aquí algunas semejanzas con el activismo, en la manera que el entorno activista actúa de la misma forma que una secta de izquierda. El activismo como un todo tiene algunas de las características de una «pandilla». Las pandillas activistas a menudo pueden terminar siendo alianzas de clase, incluyendo a toda clase de liberales reformistas porque también ellos son «activistas». Las personas se conciben principalmente como activistas y su lealtad primaria es a la comunidad de activistas y no a la lucha en sí. La «pandilla» es la comunidad ilusoria, distrayéndonos de crear una comunidad más amplia de resistencia. La esencia de la crítica de Camatte es un ataque a la creación de una división interior/exterior entre el grupo y la clase. Tendemos a pensar de nosotros mismos como activistas y por lo tanto como seres distintos y con intereses diferentes de la masa de personas de clase obrera.

Nuestra actividad debería ser la expresión inmediata de una lucha real, no la afirmación de la diferencia y la separación de un grupo especial. En los grupos marxistas la posesión de la «teoría» es la cosa esencial que determina el poder. Es diferente en el entorno activista, pero no tan diferente. La posesión de un «capital social» relevante – conocimientos, experiencia, contactos, equipamiento, etc. – es la cosa principal que determina el poder.

El activismo reproduce la estructura de esta sociedad en sus operaciones: «Cuando el rebelde empieza a creer que está luchando a favor de un bien mayor, el principio autoritario consigue una marca (filip).» (14) Este no es un tema trivial, pero está en la base de las relaciones sociales capitalistas. El capital es una relación social entre las personas mediada por cosas – el principio básico de la alienación es que vivimos nuestras vidas al servicio de una *cosa* que nosotros mismos hemos creado. Si reproducimos esta estructura en el nombre de una política que se declara anti-capitalista, hemos perdido antes de empezar. No puedes luchar contra la alienación con medios alienados.

Una propuesta modesta

Ésta es una propuesta modesta de que debemos desarrollar maneras de operar adecuadas a nuestras ideas radicales. Esta tarea no será fácil y el autor de este breve artículo no tiene más claro que otros el cómo debemos continuar. No estoy argumentando que el 18 de Junio debio haber sido abandonado o atacado, efectivamente fue un intento valiente de ir más allá de nuestras limitaciones y crear algo mejor que lo que tenemos actualmente. Sin embargo, en sus intentos de romper con las maneras antiguas y formales de hacer las cosas ha mostrado mas claramente los lazos que todavía nos atan al pasado. Las críticas del activismo que he expresado arriba no son todas aplicables al 18 de Junio. Sin embargo hay un cierto paradigma de activismo que en el peor caso incluye todo lo que he descripto arriba y el 18 de Junio comparte este paradigma en cierto punto. Dejo el lector la decisión de hasta qué punto lo comparte.

El activismo es una forma que nos es impuesta en parte por la debilidad. Como la acción conjunta emprendida por Reclaim the Streets y los portuarios de Liverpool – nos encontramos en una época donde la política radical es a menudo el producto de la debilidad mutua y el aislamiento. Si este es el caso, puede no estar dentro de nuestro poder el escapar del rol de activistas. Puede ser que en épocas de un descenso en las luchas, aquellos que continúan trabajando por la revolución social se marginalizan y llegan a ser vistos (y verse a sí mismos) como un grupo especial separado de las personas. Puede ser que esto solamente es capaz de ser corregido durante un resurgimiento general de la lucha cuando no seremos más fenómenos y bichos raros ya que simplemente estaremos diciendo lo que está en las mentes de todo el mundo. Sin embargo, para trabajar en aumentar la lucha será necesario romper con el rol de activistas lo más que podamos – tratar de superar constantemente nuestras limitaciones y restricciones.

Históricamente, los movimientos que más cerca han estado de desestabilizar, remover o ir más allá del capitalismo no han tomado en absoluto la forma del activismo. El activismo es esencialmente una forma política y un método de operar adecuado para el reformismo liberal que está siendo empujado más allá de sus propios límites y usado para propósitos revolucionarios. El rol del activista en sí debe ser problemático para aquellos que desean la revolución social.

* Se refiere al 18 de Junio de 1999, donde miles de activistas anti-globalización tomaron las calles de Londres y se enfrentaron a la policía. También hubo manifestaciones y acciones en otras partes del mundo, incluyendo a la famosa “batalla de Seattle” en EEUU (Nota del traductor).
**  «El presente es lucha, el futuro es nuestro» (Nota del traductor al castellano)

notas:
1) Rodeando la Milla Cuadrada: Una Guía Básica para la Ciudad de Londres (J18 Publications (UK), 1999) p. 8
2) Ver ‘Acción Directa: Seis Años de Trayectoria’ en Hacer o Morir No. 7, p. 3
3) Raoul Vaneigem – La Revolución de la Vida Cotidiana, Trans. Donald Nicholson-Smith (Left Bank Books/Rebel Press, 1994) – publicado por primera vez en 1967, pp. 131-3
4) ver ‘El Día que Derribaron a Twyford’ en Hacer o Morir No. 1, p. 11
5) ver ‘La Política de la Personalidad: La Espectacularización de Fairmile’ en Hacer o Morir No. 7, p. 35
6) Op. Cit. 2, p. 128
7) Op. Cit. 2, p. 107
8 ) Op. Cit. 2, p. 109
9) Op. Cit. 2, p. 108
10) Op. Cit. 2, p. 109
11) Op. Cit. 2, p. 111
12) Op. Cit. 2, p. 143
13) Jacques Camatte – ‘Sobre la Organización’ (1969) en Este Mundo que Debemos Abandonar y Otros Ensayos (New York, Autonomedia, 1995)
14) Op. Cit. 2, p. 110

Traducido del inglés por Ricardo Fuego en Octubre del 2005.

Fuente Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques

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Sócrates, Trasímaco y el argumento de la banda de ladrones

Publicada el 06/10/2010 - 23/05/2025 por Ecotropía
En el primer libro de la República de Platón -que, en ciertos círculos de la erudición, suele denominarse Trasímaco para distinguirlo del resto de la obra por su posible composición previa- Sócrates defiende la necesidad de la justicia, como elemento de la convivencia organizada en la vida social de los seres humanos, con un argumento que desde entonces constituirá, al menos en la tradición intelectual de la cultura de Occidente, un tema ininterrumpido de debate y controversia. Por Joaquín E. Meabe El examen del asunto, que se conoce bajo el emblemático título de argumento de la banda de ladrones, ha sido objeto de las más diversas interpretaciones. A fines de la antigüedad lo recepciona San Agustín (1) para censurar la inmoralidad del gobernante injusto y, en el apogeo de iluminismo, Jean-Jacques Rousseau (2) retoma una de las extensiones de su conclusión para desestimar racionalmente la pretensión de juridicidad del derecho del más fuerte. Más cerca nuestro Hans Kelsen (3), pone en entredicho su solvencia argumentativa de cara a una posible fundamentación científica del derecho y, desde otro punto vista, Martín Kriele (4) anota los reparos a que da lugar la comparación del bandido con el estado en punto al examen de la legitimidad como presupuesto de la soberanía. Toda esta discusión, tan interesante como extensa, exhibe, sin embargo un curioso desplazamiento donde se sustituye la estructura originaria del argumento en beneficio de sus extensiones interpretativas. Así, por ejemplo, Kelsen no discute directamente a Platón sino que impugna la exposición de San Agustín y, por su parte, Kriele solo examina la derivación conclusiva desarrollada por Rousseau. Es cierto que en todos los desarrollos del asunto campea algo parecido a un efecto de atmósfera platónico, pero el descuido que lleva a omitir la formulación completa del argumento originario no solo desdibuja el contencioso sino que se desentiende, con demasiada rapidez, de algunos aspectos que pueden resultar altamente instructivos para cualquier revisión crítica de los desempeños recíprocos en el interior de estructuras complejas, como la organización gubernamental, con sus respectivos cuadros de burócratas, funcionarios y dependientes encasillados dentro de una engorrosa y complicada trama de poderes e intereses. Nada mejor entonces que empezar por el principio y, como el texto en el que Platón desarrolla el argumento es bastante escueto lo vamos a reproducir aquí de manera completa. El texto de Platón (5) en esta sección de la obra comienza con un requerimiento del Sócrates platónico a Trasímaco, orientado a defender la justicia ciudadana (6) conforme a la cual se practica un reparto racional y equilibrado de adjudicaciones y reconocimientos recíprocos de derechos: -Para complacerme – dice Sócrates (7)- contéstame: ¿Te parece que una polis, un contingente organizado para la guerra, una banda de piratas o ladrones o cualquier etnos que se propusiera algo injusto, consumaría este hacer si, recíprocamente entre ellos, se hicieran injusticia? -Desde ya que no.- contesta Trasímaco. -Y si no actuaran con injusticia ¿no les resultaría mejor?- inquiere Sócrates. -Seguramente – contesta Trasímaco. -La stasis (8) resulta [entonces], Trasímaco, el producto de la injusticia y de los odios y peleas recíprocas, mientras que la justicia equipara y crea concordia ¿no te parece? -Lo admitiré – dice Trasímaco – solo para no polemizar contigo. -Haces bien en obrar así, oh amigo – dice Sócrates – , pero ahora dime, siendo la obra propia de la injusticia el generar odio en cualquier lugar en el que se establece, lo mismo entre libres que entre esclavos, ¿no los hará (9) inaptos para cualquier empresa común, a partir de que se odian y se dividen entre sí? -Seguramente – contesta Trasímaco. -Si se genera entre dos ¿no los hará dividirse y odiarse y tornarse enemigos, tanto entre sí como en relación a los justos? -Así será, creo – responde Trasímaco. -Y si la injusticia, oh admirado amigo, se generare en uno solo ¿perdería aquel poder o lo guardaría intacto? -Creo que lo conservaría intacto – agrega Trasímaco. -Por consiguiente -resume Sócrates- sea que emerja en un agregado de procedencia común (10), en una ciudad (11), en una Familia (12), en un contingente armado para la guerra (13) o en donde sea, aparece (14) con la propiedad de generar, primero, la incapacidad para obrar en común (15), a causa de la discordia social generalizada (16) y las disputas (17), y luego, por la enemistad propia de uno mismo y por la recíproca con el justo. ¿[O] no es así? -Así parece -contesta Trasímaco. -Y si no apareciera más que en uno solo, produciría asimismo todos esos resultados porque esta en su sí mismo el factor que hace generarlo. Primero, lo hará incapaz de obrar. Al hacerlo rebelde y discorde consigo mismo; y después lo tornará enemigo de si mismo tanto como de los justos ¿O no? -Ciertamente -contesta Trasímaco. (18) Como se comprueba después de su lectura, el argumento incluye una variedad de cuestiones, comprensivas de un amplio espectro de tematizaciones que interesan al derecho, a la teoría de la justicia y a los problemas más amplios de convivencia consensuada y de legitimación de los desempeños, tanto en las grandes estructuras de poder (19) como en el interior mismo de los individuos que enfrentan, en su conciencia o en su alma, las tendencias antagónicas del bien y del mal. Los asuntos genéricos (20) han acaparado, indudablemente, la atención en la mayoría de los casos como se puede ver con un ligero repaso de Rousseau, Kelsen y Kriele; y, curiosamente, lo que se ofrecía, en la antigüedad, como una herramienta de crítica política y social frente a la injusticia, ha pasado a revistar, en el interior de los debates y de las modernas controversias especializadas de los filósofos sociales y de los teóricos del derecho, como un asunto técnico-filosófico relacionado con cuestiones epistemológicas y de argumentación internas a esas disciplinas. Todo eso de por sí no debería ser motivo de censura o reproche, puesto que la obra de Platón aparece naturalmente asociada al desarrollo de esas disciplinas; y su estímulo ha sido, en muchas ocasiones, el más genuino soporte de su progreso. Sin embargo, lo desplazado o desatendido en la tradición intelectual moderna, vicaria del argumento de la banda de ladrones, es justamente aquello que hoy -cuando necesitamos, más que nunca, una revisión crítica de los fundamentos de nuestros propios desempeños -, se nos presenta como un asunto crucial que vale la pena repasar de manera atenta y cuidadosa. Se percibe ante todo, en la formulación original del argumento, como lo pone en evidencia la más ligera lectura del texto, que Platón parte de un singular isomorfismo: Polis, Ejército, Banda de Piratas o Ladrones y Diferentes Etnos (21), se consideran por sus semejanzas antes que por sus diferencias, de tal modo que cualquiera de ellas puede transformarse, en razón del predominio de la injusticia sobre la justicia, en su recíproca. O dicho de otro modo, tanto una polis como un contingente armado para la guerra pueden volverse algo similar a una banda de piratas o ladrones. (22) Tamaña transitividad viene dada, de acuerdo al argumento, por la pérdida de aptitud, capacidad o dinamis del grupo para llevar adelante acciones comunes fundadas en la reciprocidad y la justicia. La injusticia genera stasis, que equivale a un desorden social generalizado donde predomina el odio, el egoísmo, la crueldad y el despojo, lo que no implica la desaparición del orden de agregación social que contiene al conjunto (23) sino más bien su degradación o corrupción generalizada. Se pierde así el poder para obrar en común y se marcha a la disolución. La pérdida de poder, sin embargo, debe entenderse con arreglo al sentido griego de la palabra dýnamis, cuya voz, en nuestro castellano actual, se traduciría con la palabra poder, siempre y cuando se le de a esta el alcance de poder material de ejecución de alguna cosa, lo que indica, a su vez, una asociación de potencia y virtud (o areté) para ejecutar dicha potencia. Para que no queden dudas de que esta asociación es pertinente al argumento Platón relaciona la discordia y la incapacidad para realizar actos en común en un grupo con la disensión interna que padece el propio individuo, enfrentado a disposiciones antagónicas que lo paraliza de la misma forma al no poder decidir entre el bien y el mal. De todo lo cual se sigue, en el argumento, que la propia banda de ladrones debe practicar la justicia en su seno, aunque la omita respecto de los demás. De igual modo tanto una polis como un ejército, una familia o un grupo social o racial cualquiera no se diferenciará de una banda de piratas o ladrones cuando orienta su desempeño hacia la injusticia. Y lo más grave es que cuando así ocurre el único poder que se conserva intacto es aquel poder para dividir y provocar odio, para degradar y tornar a unos y otros enemigos entre sí. El resultado de todo esto es aquello que San Agustín define como el máximo despojo (24) que no es sino la pérdida de lo que arraiga y sostiene la agregación social: el deber de reciprocidad en el que se asienta la noción mínima de justicia indispensable para la convivencia; que, cuando falta, transforma a los reinos e imperios en bandas de ladrones. Para el criterio moderno -donde el político se nos presenta como una figura diferenciada y, en general, autosuficiente-, parece este cargo de Platón y de San Agustín algo demasiado grave y severo; y, con seguridad, ningún político o grupo político lo admitiría para sí, aunque, a veces, utilice el epíteto como instrumento retórico destinado a descalificar al adversario. Ahora bien, el hombre común y todo aquel ciudadano o residente que se encuentra al margen de las estructuras de poder puede, no obstante, extraer de todo esto una lección distinta y, desde ya, valiosa para su autoconservación como hombre libre y como ser humano no degradado y envilecido por esa especie de stasis del alma insinuada por Platón. En primer lugar, como lo señala el propio Platón, la injusticia resulta, conforme al argumento de la banda de ladrones, una especie de vara o termómetro, si se quiere, para medir la degradación del gobernante y para enjuiciar la degradación de uno mismo en el seno del estado; y en segundo lugar, sirve para discernir en uno mismo la eventual capacidad o aptitud para la acción común o convivencial. La banda de ladrones resulta así, en orden al desenvolvimiento de la acción política en el seno del estado, algo más que una mera fuerza malévola. Como tal es, asimismo, un reflejo de lo que nos falta y la imagen que proyecta y devuelve esa parte de nuestra propia identidad que anuncia ya la falta de acción común o, si se quiere, la ineptitud tendencial para evitar el máximo despojo del que habla San Agustín, que hace a la pérdida de todo aquello que forma la identidad, el arraigo y la pertenencia. Todo esto, sin duda, es tremendo; pero aun queda un inquietante remanente en el argumento que reclama atención y sobre el cual vale la pena detenerse, un instante más, especialmente por su curioso efecto de contraste. Platón desarrolla ese último efecto en un examen del sujeto particular, equidistante de los agregados sociales amplios, cuyo paralelismo le sirve después para enlazar uno y otro por la ramificación de las extensiones del mal, que converge en cada caso con una específica potencia destructiva: la aptitud para formar al enemigo y para hacer del hombre un ser stásico, un enemigo de todo, incluso de sí mismo. Se trata de una consumación de la discordia que labiliza el vínculo y reemplaza la justicia por el odio. Cuando esta tarea se ha completado ya no queda nada por hacer y solo cabe alimentar el egoísmo y el rencor, que al desplazarse del conjunto o agregado humano al interior del individuo completa el ciclo de descomposición. A diferencia de otros teóricos que imaginan que el egoísmo y el odio cumplen una función activa y hasta benéfica, Platón sostiene la inutilidad absoluta de esos sentimientos y advierte acerca del error de cualquier parcialidad (interés, egoísmo, odio) de cara a la disposición con la que debemos enfrentar a las bandas de ladrones y piratas. Incluso para los que creen, como Carl Schmitt, que el esquema dicotómico amigo-enemigo es básico e ineludible, el argumento de la banda de ladrones se ofrece como la alternativa racional de complementaridad que permite superar la debilidad del que ha sido reducido a la pura condición de enemigo y que por ello ya se ha cercenado la expectativa de la justicia hacia el otro. A partir de allí, la conciencia del justo obrar opera como un factor decisivo que reconcilia al individuo consigo mismo y lo prepara para afrontar la adversidad y desmantelar el odio. Platón no pone ejemplos, pero desde entonces la historia de la humanidad ha sido más que pródiga en ese sentido como lo demuestran Sócrates, San Francisco, Juana de Arco y Ghandi. Demás esta decir, que (para usar una poco feliz metáfora bélica) en todos esos casos, como ha ocurrido entre nosotros con Manuel Belgrano o el padre Carlos Mugica, el hecho de haber perdido casi todas sus batallas no fue un obstáculo para ganar la guerra. El argumento de la banda de ladrones, en consecuencia, y con arreglo a una lectura política, en el viejo sentido filosófico que asocia la acción con la potencia y esta con la virtud, puede llegar a ser un importante instrumento teórico y una singular herramienta intelectual destinada a preservar la autoafirmación individual y todo aquello que conduce a una vida social libre, segura y previsible. Y, en ese plano, la fórmula misma pierde su carácter ofensivo para transformarse en un molde objetivo que define un estado de cosas inapropiado que se debe evitar en beneficio de todos. Las diferentes bandas que asolan nuestros actuales estados, extensos y complicados, quizá no se inmuten ante nuestro argumento; pero el resto, que no se conforma con semejante trama, seguramente no dejará de prestarle atención y eso, ya de por sí, es mas que suficiente de cara a su eventual valor operativo. notas: 1) Civitas Dei , IV, 4. 2) Du Contrat Social, I, 3. 3) Reine Rechtslehre, 19602, § 6. 4) Einführung in die Staatslehre. Die gesschichtlichen Legitimätsgrundlagen des demokratischen Verfassungsstaates, 1975, § 3. 5) Rep. 351c-352a. La presenta traducción es nuestra. Hemos tomado como base el texto establecido por John Burnet (Oxford, OCT, 1905) y lo hemos confrontado con el propuesto por Emile Chambry (París, Les Belles Lettres, 1947-1949). Asimismo hemos tenido en cuenta los trabajos anteriores de José Manuel Pavón y Manuel Fernández Galiano [La República, Madrid, 3 vls., Madrid, 1949], Antonio Camarero [Platón, República, Bs.As., 1963], Antonio Gómez Robledo [Platón, La República, México, 1971] y Conrado Eggers Lann [Platón, Obras, vol. IV. República. Madrid, 1986]. 6) Esta justicia ciudadana se denomina dikaiosyne. Semejante dispositivo de adjudicación o asignación de derechos y castigos es, desde ya, bastante diferente a nuestra moderna función judicial. Hay sin embargo un isomorfismo estructural que permite establecer una comparación en el plano estricto de la justicia material más allá de todas las diferencias en los mecanismos y procedimientos actuales cuyo sesgo formal es su rasgo idiosincrático. Y justamente la posibilidad misma de esa comparación es la que nos permite subrayar el valor crucial del argumento platónico. 7) Al inicio del argumento. 8 ) Preferimos no traducir stasis que significa discordia social generalizada. 9) Se refiere a los que lo engendran en su seno. 10) El termino griego utilizado por Platón es: engenetai. 11) El término griego utilizado por Platón es: polei. 12) El término griego utilizado por Platón es: génei. 13) El término griego utilizado por Platón es: stratopédo. 14) Se refiere implícitamente a la injusticia. 15) La frase griega utilizada por Platón es: auto poien prattein. 16) El término griego utilizado por Platón es: staizein. 17) El término griego utilizado por Platón es: diaphereethai. 18) Aquí concluye el desarrollo formal del argumento. 19) Vg.: el estado, el gobierno, el ejército, etc. 20) Derecho, teoría de la justicia, problemas de legitimidad. 21) Agregados que se estructuran en torno a una regla de linaje como la familia o la tribu. 22) Si hicieran falta ejemplos actuales, bastaría observar la historia reciente de la Argentina moderna desde 1976 en adelante. 23) Polis, ejército, banda, etnos, etc. 24) Magna latrocinium, Civitas Dei , IV, 4. fuente: http://serbal.pntic.mec.es/AParteRei articulo en PDF
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Nosotros, los antidesarrollistas

Publicada el 04/10/2010 - 31/01/2018 por raas

La fe en el crecimiento económico ilimitado como solución a los males sociales ha sido inherente al régimen capitalista, pero no fue hasta los años cincuenta del siglo pasado cuando dicha fe, bajo el nombre de desarrollismo, se convirtió en una política de Estado.

A partir de entonces, la Razón de Estado fue principalmente Razón de Mercado. Por primera vez, la supervivencia de las estructuras de poder estatales no dependía de guerras, aunque fueran “frías”, sino de economías, preferentemente “calientes”. La libertad, siempre asociada al derecho civil, pasaba cada vez más por el derecho mercantil. Ser libre fue a partir de entonces, exclusivamente, poder trabajar, comprar y vender libremente, sin regulaciones, sin trabas. En lo sucesivo, el grado de libertad de las sociedades capitalistas vino determinado por el porcentaje de parados y el nivel de consumo, es decir, por el grado de integración de los trabajadores. Y corolariamente, la protesta social más auténtica se definió como rechazo al trabajo y al consumismo, es decir, como negación de la economía independizada de la colectividad, como crítica antiindustrial, como antidesarrollismo.

Pronto, el desarrollismo se ha convertido en una amenaza no sólo para el medio ambiente y del territorio, sino para la vida de las personas, reducida ya a los imperativos laborales y consumistas. La alteración de los ciclos geoquímicos, el envenenamiento del entorno, la disolución de los ecosistemas, ponen literalmente en peligro la continuidad de la especie humana. La relación entre la sociedad urbana y el entorno suburbializado ha sido cada vez más crítica, pues la urbanización generalizada del mundo conlleva su banalización destructiva no menos generalizada: uniformización del territorio mediante su fácil accesibilidad; destrucción territorial por la contaminación y el ladrillo; ruina de sus habitantes por inmersión en un nuevo medio artificializado, sucio y hostil.

El desarrollismo, al valorizar el territorio y la vida, era inherente a la degradación del medio natural y la descomposición social, pero, a partir del momento en que cualquier forma de crecer devino fundamentalmente una forma de destruir, la destrucción misma llegó a ser un factor económico nuevo y se convirtió en condición sine qua non. El desarrollismo encontró sus límites en el agotamiento de recursos, el calentamiento global, el cáncer y la producción de basura. Las fuerzas productivas autónomas eran principalmente fuerzas destructivas, lo cual volvía problemático y peligroso las huidas hacia delante. Pero la solución al problema, desde la lógica capitalista, residía en ese mismo peligro. Gracias a él podían convertirse en valor de cambio los elementos naturales gratuitos como el sol, el clima, el agua, el aire, el paisaje…

O los síntomas de descomposición social como el vandalismo, la agresividad, los robos, la marginación… El riesgo se volvió capital. Las críticas ecológicas y sociológicas proporcionaron ideas y argumentos a los dirigentes mundiales. Así pues, la nueva clase dominante ligada a la economía globalizada, ha creído hallar la solución en el sindicalismo de concertación, la tecnología policial, el consumismo “crítico”, el reciclaje y la industria verde; en resumen, en el desarrollismo “sostenible” y su complemento político, la democracia “participativa.”

El crecimiento económico, a partir de los años setenta, no pudo asegurarse más por la mano de obra y pasó a depender completamente del desarrollo técnico. La tecnología se transformó en la principal fuerza productiva, suprimiendo las contradicciones que se desprendían de la preponderancia de la fuerza de trabajo. En adelante los obreros dejaban de ser el elemento principal del proceso productivo, y por consiguiente, perdían interés como factor estratégico de la lucha social.

Si los conflictos laborales nunca habían cuestionado la naturaleza alienante del trabajo, ni el objeto o las consecuencias de la producción, puesto que las luchas obreras siempre se movían en la órbita del capital, menos cuestionarían ahora el meollo del problema, la máquina, condenándose a la ineficacia más absoluta como luchas por la libertad y la emancipación. Las ideologías obreristas eran progresistas; consideraban el trabajo como una actividad moralmente neutra y mantenían una confianza ciega en la ciencia y la técnica, a las que suponían los pilares del progreso una vez los medios de producción cayeran en manos proletarias.

Criticaban el dominio burgués por no poder desarrollar a fondo sus capacidades productivas, o sea, por no poder ser suficientemente desarrollista. En ese punto demostraron estar equivocadas: el capitalismo, en lugar de inhibir las fuerzas productivas las va desarrollando al máximo. La sociedad plenamente burguesa es una sociedad de la abundancia. Y precisamente es esa abundancia, producto de dicho desarrollo, la que ha destruido la sociedad. En el polo opuesto, los antidesarrollistas, por definición contrarios al crecimiento de las fuerzas productivas, cuestionan los medios de producción mismos, ya que la producción, cuya demanda viene determinada por necesidades ficticias y deseos manipulados, es en su mayoría inútil y perjudicial. Lejos de querer apropiarse de ellos, aspiran a desmantelarlos. No apuestan por la autogestión de lo existente, sino por el retorno a lo local.

También cuestionan la abundancia, por ser sólo abundancia de mercancías. Y critican el concepto obrerista de crisis como momento ascendente de las fuerzas revolucionarias. Bien al contrario, el capitalismo ha sabido instalarse en ella y demostrar más capacidad de maniobra que sus supuestos enemigos. La historia de los últimos años enseña que las crisis, lejos de hacer emerger un sujeto histórico cualquiera, no han hecho más que catapultar la contrarrevolución.

La visión del futuro proletario era la sociedad convertida en fábrica, nada esencialmente distinto del presente, en que la sociedad entera es un hipermercado. La diferencia obedece a que en el periodo de dominio real del capital los centros comerciales han sustituido a las fábricas y, por lo tanto, el consumo prima sobre el trabajo. Mientras las clases peligrosas se convertían en masas asalariadas dóciles, objetos pasivos del capital, el capitalismo ha profundizado su dominio, aflojando los lazos que le ligaban al mundo laboral. A su manera, el capitalismo moderno también está contra el trabajo.

En la fase anterior de dominio capitalista formal se trabajaba para consumir; en la actual, hay que consumir incesantemente para que el trabajo exista. La lucha antidesarrollista quiere romper este círculo infernal, por lo que parte pues de la negación tanto del trabajo como del consumo, cosa que lleva a cuestionar la existencia de los lugares mal llamados ciudades, donde ambas actividades son preponderantes. Condena esos conglomerados amorfos poblados de masas solitarias en nombre del principio perdido que presidió su fundación: el ágora. Es la dialéctica trabajo/consumo la que caracteriza a las ciudades al mismo tiempo como empresas, mercados y fábricas globales.

Por eso, el espacio urbano ha dejado de ser un lugar público para la discusión, el autogobierno, el juego o la fiesta, y su reconstrucción se rige por los criterios más espectaculares y desarrollistas. La crítica del desarrollismo es entonces una crítica del urbanismo; la resistencia a la urbanización es por excelencia una defensa del territorio.

La defensa del territorio, que tras la desaparición de la agricultura tradicional se sitúa en el centro de la cuestión social, es un combate contra su conversión en mercancía, o sea, contra la constitución de un mercado del territorio. El territorio es ahora el factor desarrollista fundamental, fuente inagotable de suelo para urbanizar, promesa de gigantescas infraestructuras, lugar para la instalación de centrales energéticas y vertederos, espacio ideal para el turismo y la industria del ocio…

Es una mina inagotable de impuestos y puestos de trabajo basura, algo con lo que poner de acuerdo a las autoridades regionales, las fuerzas vivas municipales y los ecologistas neorrurales, para quienes la cuestión territorial es sobre todo un problema fiscal y de empleos. La lógica de la mercancía está fragmentando y colonizando el territorio desde las conurbaciones, componiendo con todo un solo sistema metropolitano. Las luchas antidesarrollistas tienen pues en la defensa del territorio un dique contra la oleada urbanizadora del capital. Intentan que retrocedan las fronteras urbanas. Son luchas por la recuperación del colectivismo agrario y por la desurbanización. Pero también son luchas que buscan el reencuentro y la comunicación entre las personas, luchas por el restablecimiento de la vida pública.

Para que el antidesarrollismo llene de contenido las luchas sociales ha de surgir una cultura política radicalmente diferente a la que hoy predomina. Es una cultura del “no”. No a cualquier imperativo económico, no a cualquier decisión del Estado. No se trata pues de participar en el juego político actual para contribuir en la medida que fuere a la administración del presente estado de cosas. Se trata mejor de reconstruir entre los oprimidos, fuera de la política pero en el seno mismo del conflicto, una comunidad de intereses opuestos a dicho estado.

Para eso la multiplicidad de intereses locales ha de condensarse y reforzarse en un interés general, a fin de plasmarse a través del debate público en objetivos concretos y alternativas reales. Una comunidad así ha de ser igualitaria y estar guiada por la voluntad de vivir de otro modo. La política antidesarrollista se basa en el principio de la acción directa y la representación colectiva, por lo que no ha de reproducir la separación entre dirigentes y dirigidos que conforma la sociedad vigente. En esa vuelta a lo público, la economía ha de regresar al domus, ha de volver a ser lo que fue, una actividad doméstica. La comunidad ha de asegurarse contra todo poder separado, por un lado, organizándose horizontalmente mediante estructuras asamblearias, y controlando lo más directamente posible a sus delegados o enlaces, de forma que no se conviertan en jerarquías formales o informales. Por el otro, rompiendo la sumisión a la racionalidad mercantil y tecnológica. Nunca podrá dominar las condiciones de su propia reproducción inalterada si actúa de otro modo, es decir, si cree en la tecnología y en el mercado, si reconoce alguna legitimidad en las instituciones del poder dominante o adopta sus métodos de funcionamiento.

Para recuperar y desactivar la rebelión social, principalmente juvenil, contra las nuevas condiciones de la dominación, las que obedecen al mecanismo de construcción/destrucción/reconstrucción típico del desarrollismo, se pone en marcha una versión degenerada de la lucha de clases, los llamados “movimientos sociales”, plataformas inclusive. Puesto que ya no se quiere otro orden social, el mito del “ciudadano” puede sustituir cómodamente al mito del proletariado en los nuevos esquemas ideológicos. El ciudadanismo es el hijo más legítimo del obrerismo y del progresismo caducos. No surge para enterrarlos, sino para revitalizar su cadáver.

En un momento en que no hay más auténtico diálogo que el que pueda existir entre los núcleos rebeldes, aquél sólo pretende dialogar con los poderes, hacerse un hueco desde donde tratar de negociar. Pero la comunidad de los oprimidos no ha de intentar coexistir pacíficamente con la sociedad opresora pues su existencia no se justifica sino en la lucha contra ella. Una manera de vivir diferente no ha de cimentarse en el diálogo y la negociación institucional con la forma esclava precedente. Su consolidación no vendrá pues ni de una transacción, ni de una crisis económica cualquiera, sino de una secesión masiva, de una disidencia generalizada, de una ruptura drástica con la política y con el mercado. En otras palabras, de una revolución de nuevo tipo. Puesto que el camino contrario a la revolución conduce no sólo a la infelicidad y la sumisión, sino a la extinción biológica de la humanidad, nosotros, los antidesarrollistas, estamos por ella.

El pensamiento antidesarrollista o antiindustrial no representa una nueva moda, una crítica puramente negativa del pensamiento científico y de las ideologías progresistas, o un vulgar primitivismo que propugna retroceder a un momento cualquiera de la Historia. Tampoco es una simple denuncia de la domesticación del proletariado y del despotismo del capital. Menos todavía algo tan mistificador como una teoría unitaria de la sociedad, propiedad de la última de las vanguardias o del último de los movimientos. Va más allá que eso. Es el estadio más avanzado de la conciencia social e histórica. Es una forma determinada de conciencia de cuya generalización depende la salvación de la época.

Miquel Amorós

Manifiesto del 7 de marzo de 2010

fuente: http://alasbarricadas.org/noticias/?q=node/13531

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Carta sobre el mal llamado “conflicto mapuche”

Publicada el 01/10/2010 - 31/01/2018 por raas

A la luz del actual panorama político por el que transita la sociedad de este lado del sur del mundo, nos parece pertinente poner en cuestión el llamado “conflicto mapuche” por tratarse mas bien del conflicto del Estado chileno y agentes privados nacionales y transnacionales con el pueblo mapuche en resistencia. Esta situación la entenderemos como un conflicto territorial.

El conflicto territorial es un desacuerdo, un no acuerdo, un choque de distintas visiones respecto del uso del territorio y sus recursos (ya sean el agua, la tierra, los bosques, el mar). Este conflicto se manifiesta a través de los actores que están involucrados en el territorio: el Estado como agente regulador, el mercado como mecanismo de articulación y las comunidades locales como sujetos receptores de políticas e inversiones.

En términos simples, el conflicto territorial se produce cuando un grupo de poder articula el espacio en función de su modelo de desarrollo, y en esa acción desarticula otros modos de vida locales que no necesariamente comparten la misma visión de desarrollo. Este proceso puede ser entendido como desterritorialización.

La desterritorialización es una manera de referirse al despojo o usurpación del territorio por parte de agentes externos a los pueblos o comunidades locales históricamente arraigadas a la tierra. En la acción, representa la imposición de un modelo de desarrollo y una cosmovisión (en este caso capitalista – occidental) mediante la cual los pueblos son despojados de su capacidad de conducir bajo sus modelos de desarrollo y su cosmovisión, la forma en que se relacionarán con la madre tierra (ñukemapu). En concreto, el Estado chileno y los consorcios empresariales son los agentes desterritorializadores de la realidad local mapuche.

Sin embargo, el panorama se vuelve aún más complejo si consideramos que el pueblo mapuche está en un proceso contrario, el de reterritorialización. Son cada vez más las comunidades de las distintas identidades territoriales que conforman el pueblo mapuche las que están en un proceso de recuperación de lo que representa el ser gente de la tierra. Este proceso se manifiesta en la recuperación de la lengua, del kimun, y de la tierra, como partes componentes de una gran lucha tendiente a mantener viva la cultura y la forma de vida de un pueblo que quiere ser y existir.

Para dimensionar en parte el concepto de territorio mapuche, las palabras de un lonko de la identidad territorial bafkehche son pertinentes “…cada espacio geográfico en una dimensión territorial esta supeditado a una fuerza que es superior a nosotros, que no tenemos que atropellar o pasar por alto, sino que vivir y convivir con esa diversidad con respeto a los elementos de la naturaleza. Si nosotros como seres humanos no respetamos una planta, una hierba medicinal, estamos atentando a nosotros mismos…”

En concreto, el conflicto territorial entre el Estado chileno y el pueblo mapuche se manifiesta en una zona particular del wallmapu que corresponde administrativamente a las regiones del Bio-Bio, Araucanía, Los Ríos y Los Lagos.

El concepto de desterritorialización se materializa por la presencia del Estado chileno como agente regulador de los territorios y del mercado como mecanismo de articulación del espacio. Recordemos que al tradicional destino triguero y forestal con el que se especializó la producción de esta zona luego de su ocupación durante el siglo XIX y XX, actualmente habría que agregar las explotaciones mineras en Lleu-Lleu, la producción salmonera en Melipeuco, la instalación de plantas de celulosa en Mininco, la contaminación del mar en Mehuin, la generación de energía eléctrica en Ralco y la generación de energía geotérmica en Sollipulli, solo por mencionar algunos ejemplos. Todas, en beneficio del desarrollo y el progreso de las chilenas y chilenos concentrados en las ciudades y “el granero de Chile” como era conocida esta parte del país, no fue ni ha sido capaz de alimentar a los hijos de su tierra.

Por otra parte, el concepto de reterritorialización se enmarca dentro de un proceso de lucha. “… Somos un pueblo que ha resistido muchos siglos por lo tanto el llamado es que nuestra gente asuma su ser y su identidad íntegramente y que luchemos por nuestros derechos fundamentales como el derecho a la vida y al territorio. Es una visión, una forma de vida la que defendemos y no podemos dejarla morir…” es el mensaje de un peñi a su pueblo.

Para finalizar, el silencio cómplice de las esferas del conocimiento formal no nos sorprende. Muchos geógrafos se han manifestado en la prensa sobre el reciente terremoto en el país, por tratarse de un tema “científico”, pero cuando se trata de asumir una postura política respecto de un conflicto territorial, el Geógrafo apela a la neutralidad de la ciencia, pese a definirse como un “especialista del territorio”.

Esta condición la entendemos, porque hoy la Geografía es una disciplina secuestrada en poder de los militares, las sociedades geográficas, los departamentos universitarios y el aula escolar. Al contrario y en abierta oposición a estas posturas, consideramos que es valido definir el ámbito investigativo de la geografía desde los problemas y tensiones sociales expresadas territorialmente y asumir el compromiso político del quehacer geográfico.

Esperamos haber contribuido con otros puntos de vista respecto de la actual situación de la huelga de hambre de los prisioneros políticos mapuche, que hoy cumplen 80 días de ayuno. Manifestamos nuestro apoyo y compromiso con la causa del pueblo mapuche y enviamos un especial saludo a los peñi y lamgen que nos han permitido conocer parte de su cultura y su cosmovisión.

Nutuay Iñ Taiñ Mapu
Weichan Mapu Mew

Colectivo de Geografía Crítica y Social Gladys Armijo

fuente: http://clajadep.lahaine.org/articulo.php?p=9939&more=1&c=1

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Nueva enfermedad psiquiátrica: buscar alimentarse sanamente

Publicada el 29/09/2010 - 13/02/2021 por Ecotropía

En su permanente empeño por inventar «trastornos mentales» a partir de toda actividad humana, la industria psiquiátrica está ahora promoviendo la más ridícula enfermedad que nunca antes hubieran inventado: la enfermedad de comer sanamente.

Por Mike Adams*

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La tragedia de hacer de la necesidad una virtud y convertir los manuales en Biblia

Publicada el 29/08/2010 - 31/01/2018 por raas

La estadolatria, el culto a la personalidad y la incultura política que considera la democracia y la libertad aliados genéticos de la explotación y la opresión, han deformado el proyecto.

Duele. Hay verdades que duelen decirlas, realidades que acongojan exponerlas, términos que uno prefiere evitar. Molesta que el enemigo aproveche determinados reconocimientos y tergiversándolo todo, aumente sus intentos de difamación y desaliento.

Pero es peor el ocultamiento. También no ir a la raíz del asunto, porque se encamina a los compañeros y a los amigos a errores internos más mortales que el ataque exterior, los mismos que destruyeron la obra emancipadora en más de 10 países. Agregándose la vergüenza de sin resistencia alguna, mas bien con alegría, de los supuestos beneficiarios.

Se sabe que, todo mensajero de verdades incomodas o portador de noticias no agradables, corre el riego de los antiguos. En la antigüedad, cuando alguien traía una mala noticia al campo de batalla, lo asesinaban vilmente. Se acostumbraba a matar sin una gota de misericordia al infeliz correo que llegaba con malas nuevas. Y la civilización moderna ha cambiado poco en cuanto a echarle la culpa a quien le pone a pensar.

La mayoría de la gente quiere escuchar lo que cree, la verdad viene después. La cosa se complica porque también es verdad la sentencia de Michel de Montaigne, las palabras pertenecen una mitad a quien las dice y otra a quien las escucha.

La terrible verdad de que no hubo instauración del socialismo, no hubo Estados de obreros y campesinos, y las fuerzas de izquierda adolecieron de los mismos defectos de sus enemigos de derecha, a saber: los oportunismos, los nepotismos, las corrupciones, los verticalismos y los militarismos, todo tan dolorosos, que las reacciones están monopolizadas del deseo de matar al mensajero.

Ante tan enorme decepción, la izquierda ha reaccionado de formas diversas: traición de izquierda, aferramiento dogmático y desfasado a la nostalgia de izquierda, y crítica de izquierda a la izquierda para que no mueran los principios de una acción política de mayorías inspirada en la utopía siempre vigente del bienestar colectivo. Pero todas acarician la idea de matar los mensajeros.

En vez de matar mensajeros, toca a los revolucionarios de esta época hacer la crítica y la autocrítica correspondiente, sacar las experiencias y salir adelante entre todos con un nuevo consenso socialista. Es penoso y no motivo alguno de alegrías o mérito. Las buenas intenciones deben ser respetadas y admiradas, pero con resultados tan claros, no se pueden evadir los análisis. Aferrarse al dogmatismo lleva a la derrota, por reforma o involución capitalista.

Debemos dejar de engañarnos a nosotros mismos y eso exige valor personal y honestidad intelectual no común.

Es bien cierto que la historia nunca nos lo cuenta todo; pero La historia acaba por aclarar muchas cosas. El capital no tuvo mejor aliado en su lucha contra el socialismo que el modelo de sociedad socialista –condicionamientos aparte-cuyo contenido esencial fue el culto, que esta desarrolló -por las razones que fueran, y son múltiples, -por la adoración a los jefes, al estado monopólico y autoritario, el partido infalible- y el virus del poder personal y permanente basado en la meritocracia cuasi-hereditaria; cuya filosofía pedestre y primitiva, viajaba hacia atrás en la historia y quería convencer a los ciudadanos que el líder, el rey debía pensar por ellos, el estado los subvencionaba, que el estado les daba y no aceptaban la realidad de que las riquezas las creaba el pueblo, que los dirigentes no repartían nada que antes no fuera creado por el trabajo de todos y que todos teníamos el derecho de pensar y hablar.

Un modelo que privilegiaba la radicalidad de los medios y la postergación constante de los fines.

Un modelo que como corolario de esto, sospechó permanentemente de las palabras democracia y libertad, y como no podía excluirla totalmente, las sustituyó por participación y dignidad o soberanía. Un modelo que educó a los ciudadanos en una trilogía falsa -propia del estalinismo y el fascismo- y ya desmentida por la historia, la de que Pueblo, Partido y Líder son siempre e ineludiblemente una misma cosa y que dada las buenas intenciones y los sacrificios realizados el mal solo podía venir de fuera y solo entes infrahumanos, homúnculos desagradecidos podían discrepar del paraíso construido.

Un modelo en que solo era admitida la crítica si provenía de dirigentes aceptados y calificados, en que la unidad no dependía del consenso entre todos los revolucionarios sino en estar de acuerdo con lo que diga el jefe, los líderes. Un modelo que sospechaba de toda contribución que no viniera de la más alta cúpula del partido, y donde solo se podía criticar y comprender, y hablar y expresar lo necesario en el lugar indicado, a la hora indicada y a la persona indicada tal como se les permite a los militares en los cuarteles.

Un modelo que ignoró totalmente la necesidad de eliminar el salario como método de explotación y las diferencias clasistas que este impone,

1.-El olvido de aportes fundacionales vitales

Los fundadores dedicaron más esfuerzos a demoler y revelar las esencias del capitalismo que a elucubrar acerca de un futuro poco visible. Eran las masas trasformando el capitalismo y transformándose a sí mismas, quienes debían hacerlo. Pero es falso que nos dejaran fuertes señales para el camino. Los que hicieron de la necesidad virtud y de una experiencia única el modelo para todos y lo impusieron mediante múltiples presiones, actuaron por ignorancia y presiones del brutal enemigo, pero también con malicia al ocultarnos lecciones conocidas.

Los problemas provocados por el trabajo asalariado, la alienación la concepción errónea respecto a la desvinculación de la distribución de la producción, la necesidad de no enfrentar la igualdad y la libertad, la necesidad de evaporar el estado y controlar la burocracia, de la democracia socialista y la participación de los obreros sin partido en el control del estado y del propio partido están perfectamente claras

Marx señaló: “los asalariados han sido el producto histórico de la expropiación de los productores propietarios individuales de sus propias condiciones de producción bajo la sociedad feudal (campesinos y artesanos). Para que la superen, porque en el socialismo, el desarrollo de las fuerzas productivas que supone no admite otra propiedad individual de las condiciones objetivas del trabajo social que no sea sobre la base de la propiedad colectiva, la de los propietarios libres asociados».

Marx afirmó en sus manuscritos económicos filosóficos… El salario es una consecuencia inmediata del trabajo alienado, y este es la causa inmediata de la propiedad privada. En consecuencia si cae uno debe caer el otro.

Marx expresa: “El socialismo vulgar -y por intermedio suyo una parte de la democracia- ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y a tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución. Una vez que esta dilucidada la verdadera relación de las cosas ¿ Por que volver atrás)?”

En cuanto al estado, recordamos que, en su trabajo sobre La Comuna de París, Marx escribió: “El proletariado sólo necesita el Estado temporalmente. Nosotros no discrepamos en modo alguno con los anarquistas en cuanto al problema de la abolición del Estado como meta final. Lo que afirmamos es que para alcanzar esta meta es necesario el empleo temporal de las armas, de los medios del Poder del Estado para emplearlos contra los explotadores”.

Como se ve, la discrepancia con los anarquistas era que Marx y Engels concebía al Estado como un instrumento de transición, mientras que aquéllos desconfiaban de ese papel, ya que para ellos podría usurpar la revolución. La historia confirmó la alerta de esos revolucionarios. El poder devoró al proyecto, el estado burocrático devoró al partido emancipador y la razón de su existencia fue priorizada por sobre los ideales.

Para Marx, el régimen socialista debe devolver “al organismo social todas las fuerzas que hasta entonces venía absorbiendo el Estado parásito, que se nutre a expensas de la sociedad y entorpece su libre movimiento”. Marx también afirmo “Pero estaba reservado a la Economía Política del trabajo alcanzar un triunfo más completo todavía sobre la Economía Política de la propiedad. Nos referimos al movimiento cooperativo, y sobre todo a las fábricas cooperativas creadas sin apoyo alguno, por iniciativa de algunos obreros audaces.”

Ese modelo fracasado, estatista y autoritario, olvidó por tanto, la afirmación de Marx y Engels,… «No tenemos ninguna intención de cambiar la libertad por la igualdad, estamos convencidos que ningún orden social podrá asegurar la libertad personal tanto, como una sociedad basada en la propiedad comunal.” Como la del revolucionario ruso Mijaíl B. “Libertad sin Socialismo es privilegio e injusticia; Socialismo sin Libertad es esclavitud y brutalidad.”.. Y también la de Lenin de 1923, que ciertamente puso en entre dichos afirmaciones anteriores del mismo…..»Nos vemos obligados a reconocer que se ha producido un cambio radical en todos nuestros puntos de vista sobre el socialismo…hora bien, el régimen de cooperativistas cultos, cuando existe la propiedad social sobre los medios de producción, y cuando el proletariado ha triunfado como clase sobre la burguesía, es Socialismo.”

Lenin había visto venir el monstruo, e intentó detenerlo, por ello, en al articulo Sobre el Mandato del Consejo de Trabajo y Defensa a las instituciones de los Soviets locales, señaló… Aún vemos a cada paso la herencia del primer periodo del Poder soviético, a saber: del periodo de la enconadísima guerra civil y del sabotaje rabioso, herencia que se manifiesta en que los comunistas se encierran en un estrecho círculo de gobernantes, temiendo o no sabiendo incorporar a la obra a trabajadores sin partido en número suficiente. Se debe emprender urgentemente y con todas las fuerzas la corrección de ese defecto.

El 20 de septiembre de 1921 sus preocupaciones le llevaron a escribir: Acerca de la depuración del partido. Donde denuncia a los arribistas que anteponían sus intereses personales sobre los del conjunto del pueblo… Frente a los que se han acostumbrado demasiado a “mandar como comisarios”, frente a los “burocratizados”, son valiosas en grado superlativo las indicaciones de la masa proletaria sin partido y, en muchos casos, también las de la masa campesina sin partido. La masa trabajadora percibe con extraordinaria sensibilidad la diferencia entre los comunistas honrados y fieles y los que inspiran repugnancia al hombre que se gana el pan con el sudor de su frente, al hombre que no tiene ningún privilegio ni “acceso a los jefes”… Todo oportunista se distingue por su capacidad de adaptación…El partido debe ser depurado de los granujas, de los burocratizados, de los comunistas deshonestos y carentes de firmeza…

2.-El modelo y la postergación de los fines

Los fines de la acción revolucionaria, el proyecto donde el libre desenvolvimiento de uno sea la condición del libre desenvolvimiento de todos, el proyecto de la extinción paulatina del estado, el proyecto del trabajador libre asociado, de la autogestión y cooperativización, de la planificación democrática, el de no cambiar la justicia por la libertad fueron postergados en la misma medida que aumentaba la radicalidad de los medios, lucha armada, clase contra clase, muerte y desenmascaramiento del enemigo del pueblo, el militante de acero y sin dudas, las calles y la universidad no de todos los ciudadanos, sino de nosotros los revolucionarios etc.

Claramente, se evidenció el fracaso de la concepción filosófica de vanguardias y Partidos militarizados que sustituyen la soberanía popular. La economía de ordeno y mando, planificación burocrática y déficit permanente, El estado de democracia representativa indirecta, El estado de ausencia de estado de derecho, el concepto de organizaciones populares como correas de transmisión, el estado de anti religiosidad constitucional agresiva, el intento internacionalista voluntarista de llevar a pueblos en estadio de comunidad primitiva al comunismo, etc.

Y no hacen falta más pruebas que el rechazo y la indiferencia con que los pueblos de la tercera parte del globo acogieron la caída.

Cesar L. Méndez y Gabriel González

fuente: www.kaosenlared.net/noticia/tragedia-hacer-necesidad-virtud-convertir-manuales-biblia-1

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El amor falaz de Occidente

Publicada el 10/05/2010 - 31/01/2018 por raas

De acuerdo con la tradición cultural occidental, el amor, cuando es verdadero, es para siempre, sólo basta encontrar a nuestra “media naranja”. En este texto, extracto del libro Falacias del amor, publicado por editorial Paidós, la autora reflexiona sobre los mitos que rodean al amor y propone nuevas pautas para redimensionar un sentimiento siempre problemático.

En Occidente ha prevalecido una concepción irracional sobre el amor. Curiosamente éste fue uno de los aportes más significativos de los antiguos griegos —fundadores de la cultura racionalista— a nuestras formas contemporáneas de entender el amor, y también una de las tantas razones por las que se ha establecido un nexo tan estrecho entre amor y sufrimiento. A diferencia de los hindúes, de los chinos o de los japoneses, los griegos no entendieron al amor como una virtud a ser cultivada sino como una enfermedad, como una forma de locura que, aunque muy dulce, puede destruir todo lo que una comunidad e incluso el mismo amante, valoran.

El amor no fue considerado un arte, una práctica que se enseña, se aprende y se perfecciona, sino un mecanismo irracional, espontáneo, no intencional e inducido desde el exterior —mediante las flechas de un dios caprichoso— que deja al individuo inerme, a merced de fuerzas completamente externas a sí mismo.Un refrán popular previene que “la única ventaja de jugar con fuego es que uno puede aprender a no quemarse”. Desde una perspectiva completamente irracionalista del amor, estaríamos condenados a quemarnos una y otra vez.

La concepción hegemónica que hemos heredado de los griegos identifica al amor como una forma particular y breve de éste que conocemos como enamoramiento, una exquisita efervescencia con pronta fecha de vencimiento, basada en la idealización y en la ausencia del ser amado. Esta noción ha dado lugar a una recurrente falacia en el discurso amoroso, la de la ambigüedad que supone el uso de la palabra amor con sentidos diversos a lo largo de un mismo razonamiento, por ejemplo cuando se afirma que la pareja debe estar basada en el amor (en referencia a una acepción amplia que conjuga la atracción sexual con el compañerismo y el apego que se establece con el paso del tiempo), y que por tanto cuando uno de sus integrantes no ama (en alusión a la efervescencia del enamoramiento), ya no tiene sentido seguir juntos.

A la caza del alma gemelaEntender el amor como un sentimiento espontáneo y repentino (tal es la concepción del flechazo), y no como una relación que se construye a lo largo del tiempo, supone el desarrollo de altas dosis de idealización, en particular por parte de las mujeres, que aún son más educadas para el amor que los hombres. (1) “Acabo de conocer a un hombre maravilloso; es de ficción, pero no se puede tener todo”, comenta la protagonista de La rosa púrpura del Cairo, una película de Woody Allen que refleja muy bien el proceso de idealización que caracteriza al discurso amoroso femenino. Contribuyen a esta idealización procedimientos característicos de la seducción amorosa como la mímesis, que lleva a brindar una imagen mejorada de uno mismo, subrayando las afinidades y ocultando los desacuerdos y las propias debilidades.

Cuando se ingresa al amor por la puerta del flechazo y del enamoramiento, las expectativas suelen ser altísimas: el otro no es quien es, sino quien deseamos que sea, y con frecuencia se incurre en una falacia de generalización indebida al considerar que en unos pocos encuentros resulta evidente que los amantes están “hechos el uno para el otro”. Se espera que la pasión se afiance en la pareja, pero cuando el hechizo se ha roto —y la pasión es finita por definición—, sólo resta el desengaño, la desilusión o el omnipotente deseo femenino de cambiar al otro. Este proceso de desencantamiento también se vincula con la falacia de falsa analogía presente en le mito del andrógino (divulgado popularmente como el de las “almas gemelas” o el de la “media naranja”). Si mediante el flechazo se reconoce a la “mitad perdida”, con mucha más razón el amado deberá responder a la imagen que se ha forjado de él, similar por otra parte a la que el amante tiene de sí mismo.

De la analogía de las “almas gemelas” se desprenden otras ideas que han contribuido a anudar amor y sufrimiento: la de no juzgarse “completo” si no se está en pareja, la de confundir la pérdida de un amor la pérdida de nuestra capacidad de amar y el supuesto de que una y sólo una persona está destinada a “hacernos felices” en el amor. La falsa analogía de las almas que vagan en busca de su mitad perdida también dio lugar a la falacia de la falsa dicotomía (o falacia del “blanco o negro”), que plantea mediante juegos de oposiciones dos alternativas, sin considerar que en realidad existen muchas más. Los crímenes y los suicidios pasionales, un tópico de referencia obligada desde la mitología griega hasta el presente, con frecuencia presuponen esta concepción según la cual sólo una persona está “destinada” a amarnos.

Si la relación con el “alma gemela” no es posible, la vida carecería de sentido. Nuestra propia integridad habría sido avasallada. Pero el amor no consagra la individualidad. No somos naranjas rebanadas ni erramos en busca de nuestra mitad perdida. A lo sumo encontraremos personas afines pero distintas de nosotros a las que podremos amar más allá del periodo de encantamiento primero (si lo hubiere), de acuerdo con nuestra disposición para conciliar las diferencias y los problemas que sobrevienen a toda relación humana que se prolonga en el tiempo.

Amar la búsqueda del amor

La concepción platónica del deseo como ausencia —según la cual se ama fundamentalmente cuando se carece del sujeto amado o de sus cualidades dignas de amor—, profundizada por el cristianismo, el amor cortés medieval, el romanticismo, el psicoanálisis y la sociedad de masas contemporánea, favoreció la concentración del interés en el periodo de la conquista. Amaríamos más la búsqueda del amor que el amor en sí mismo. Desde esta perspectiva se juzgó erróneamente que el ser humano es por definición un animal insatisfecho, sin considerar que el deseo también se crea en la presencia de lo amable y de sus cualidades.

La concepción platónica, fundamentalmente a través del carácter extremo que adquirió para el cristianismo, también contribuyó a estrechar el lazo entre amor y sufrimiento mediante el dualismo con que descalificó el cuerpo a favor de la esfera espiritual. A diferencia de India y China, donde se pensó que la iluminación espiritual está asociada con el sexo y es una forma de trascender la mortalidad, Occidente inscribió a la sexualidad en el registro de lo inconfesable, suscitando complementariamente su sobredimensionamiento, multiplicando al infinito el placer de decir el amor y valorando a la sexualidad como si se tratara de la clave de la condición humana en su conjunto.

La cultura occidental pareció menos interesada en focalizar su atención en un arte de amar que en inscribir el discurso amoroso en el registro de lo prohibido y de lo permitido, en el de las “normas” y en el de sus supuestos “desvíos”. De ahí la fascinación por los “amores prohibidos” y la identificación del “triángulo amoroso” con el argumento de las historias de amor.

Lamentablemente las mejores ideas sobre el amor aportadas por el cristianismo —su acento en el amor entendido como donación y no como exigencia, su ampliación del concepto de amor al conjunto de la humanidad—, fueron oscurecidas por la exaltación del sufrimiento en prácticas autoflagelantes que en muchos casos pretendían dominar los impulsos sexuales, y por siglos de intolerancia y persecuciones realizadas paradójicamente en nombre de la “religión del amor”.

El orgullo de sufrir por amorEl Romanticismo consagró la infelicidad como destino del amor. Madame Bovary, la novela realista de Flaubert, describió la infelicidad de la mujer burguesa educada en el romanticismo, y fue una historia arquetípica en la descripción los efectos indeseados que la “educación para el amor” (bovarismo) suele tener en gran cantidad de mujeres. Flaubert valora el amor-pasión en su justo límite: no lo juzga omnipotente e incluso lo desmitifica por la frecuencia con que conduce a la desdicha al abrevar en ausencias, idealización y expectativas desmedidas. La revolución sexual que tuvo lugar a mediados del siglo XX invirtió definitivamente el dualismo platónico y cristiano: el cuerpo sería ocasión para la alegría, para la experimentación y para la libertad.

Todas las orientaciones sexuales serían admitidas. Sin embargo, también fue clara la voluntad de disciplinamiento en autores como Wilhelm Reich, que aseguraban que cuando culminara el proceso de liberación sexual desaparecería la homosexualidad de la faz de la Tierra, o en ciertos cultores del amor libre cuando sólo podían sostener el ideal de la “pareja abierta” (2) al precio de un enorme sufrimiento, infligido a sí mismos o a sus parejas. Por supuesto, no fue el caso de todos los cultores de la “pareja abierta”: muchos de ellos experimentaron nuevas formas de entender el amor sin infligir daño en aras de un “deber ser”.

Siempre que se ama existe la posibilidad de sufrir. La mayor parte de las cosas que nos colman de felicidad, al mismo tiempo tienen el poder de infligirnos dolor. Sin embargo, las concepciones hegemónicas que signaron a Occidente dieron un paso más, llegando a postular la “dignidad” del sufrimiento por amor y entendiendo que el dolor es prueba de la intensidad del sentimiento.

El amor en los tiempos del consumismo

Parte de la cuota necesaria de sufrimiento que implica el amor se vincula con el hecho de que, como individuos modernos y occidentales, debemos elegir por nuestra cuenta a la pareja con la que compartiremos gran cantidad de momentos de nuestra vida. Como sujetos modernos, estamos librados a nuestras propias fuerzas. Como sujetos modernos, somos compelidos a pensar que el cambio siempre es bueno para nuestras vidas. La publicidad y las representaciones culturales no parecen decirnos otra cosa. No es extraño que el zapping amoroso se convierta entonces en el juego generalizado de la sociedad de consumo.

Si antes se toleraba demasiado, ahora no se tolera casi nada, de modo que con frecuencia el amor adquiere la vida útil de un electrodoméstico. Como sujetos modernos, también, vivimos una época en la que el lazo social tiende a quebrarse. Los más afortunados encuentran en la familia, en los amigos o en la pareja un amparo que los preserva de las inclemencias de un individualismo feroz. Otros sufren uno de los efectos más penosos del individualismo moderno: se sienten solos, desamparados, excluidos de la estructura de “vida en pareja” o de “vida en familia” que aún parecería signar hegemónicamente a ciertas sociedades.(3)

Reflexionar sobre el amor constituye un verdadero desafío en momentos en que los cambios científicos se tornan vertiginosos, cuando es posible escindir por completo la sexualidad de la reproducción, cuando los métodos de fertilización asistida plantean cambios que apenas alcanzamos a vislumbrar, cuando asistimos a cambios sustanciales como la disolución de un modelo de familia centrado en la crianza de los hijos.

El amor puede exceder en mucho el periodo del enamoramiento o del amor-pasión. El amor-acción o amor-compañero es un amor de más largo alcance que implica querer al otro porque se lo conoce y se goza de su presencia y no de su ausencia, una relación en la que el paso del tiempo puede estrechar el vínculo y convertirse en un dato a favor y no en contra, y en la que es posible sobrellevar los problemas que necesariamente alcanzan a toda relación humana duradera.

Creo que el amor en sus múltiples formas tiene un fuerte componente emancipador ante la lógica ascética del trabajo y del deber. En un mundo cosificado y hostil, el amor aún representa el reino de la gratuidad. Encuentro que un desafío importante para el individuo contemporáneo es aceptar el carácter problemático del amor frente a las imágenes idealizadas de gran cantidad de representaciones culturales. La pareja sigue siendo el ámbito donde es posible aunar una ética de la ternura con el sexo, cultivando el amor como un arte, es decir, aprendiendo del error para barajar nuevamente las cartas de uno de los juegos más bellos y antiguos del mundo.

Roxana Kreimer *

3 de mayo de 2007

notas:
1) Las mujeres juegan más con muñecas y están más en contacto con narraciones románticas, mientras que los varones juegan con autos o con armas de guerra.
2) Que no supone la exclusividad sexual.
3) En grandes ciudades como Nueva York o Berlín parece bastante más frecuente que el eje articulador de la vida sean los amigos y no la pareja. En estas ciudades, no estar en pareja no parece tan desafortunado como en otras más conservadoras.* Filosofa y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires.

* Tomado del libro Falacias del amor, de Editorial Paidós.

fuente: www.jornada.unam.mx/2007/05/03/ls-amorfalaz.html

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Diálogo a fondo con Carlos Castaneda

Publicada el 10/04/2010 - 08/06/2023 por Ecotropía

Puso énfasis en que esta conversación fuese publicada en una revista de Sudamérica. Dice Graciela: «Lo entreviste en Los Ángeles. Fue una experiencia muy interesante, la cual compartí con tres amigos que me acompañaron. CC nos refirió, con franqueza y simplicidad, sus ultimas experiencias. En mi opinión, en la entrevista se nos mostró sin mascaras ni poses.

Por Graciela N. V. Corvalán*

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¿Se puede hacer algo?

Publicada el 31/03/2010 - 31/01/2018 por raas

¿Cuántas personas en su sano juicio pueden defender el sistema en el que vivimos? 

Ni siquiera los líderes mundiales se atreven a reivindicar abiertamente la barbarie imperante al desnudo. Su labor es la de escenificar la fe, el orden y el control sobre una lógica suicida, que se mantiene con la fuerza de las armas y de las «ilusiones necesarias». Sin embargo, todo está a la vista para el que quiera ver: un puñado de mafiosos, criminales, asesinos, ladrones y mentirosos gobiernan un mundo cada vez más caótico y degradado que nos arrastra y nos devora.

¿Hasta qué punto somos cómplices? No se puede decir que entre la «gente común» abunden los abiertos defensores de lo existente. Aunque la dominación sea en buena medida sutil, automática e inercial, también es evidente y obscena. Para que surta efecto deben fomentarse e imponerse la dependencia, la desorientación, el conformismo, la comodidad, el miedo a enfrentarse a la injusticia y sus consecuencias (represión, aislamiento social), las falsas alternativas o el egoísmo miserable del que defiende sus pequeños privilegios en medio del naufragio universal.

A pesar de todo, los amos del mundo son conscientes de que el caos se va a ir extendiendo de diversas formas (catástrofes, lucha por los recursos, guerras, estallidos sociales, miseria, ingobernabilidad,…) Esto, que ya es evidente en el llamado Tercer Mundo resulta una amenaza para la «seguridad» y el «bienestar» (el modo de vida) de los países «desarrollados». Ante la perspectiva de una crisis que parece haber llegado para quedarse, de una conjunción de incertidumbres y amenazas entre planificadas e imprevisibles, el poder trata de afianzar el teatro de la gobernabilidad, del sistema sin repuesto que se salvará si todos tiramos la botella en el contenedor verde y, sobre todo, si obedecemos. Pero el capitalismo, aunque «reformable» e incluso «refundable» sólo se mantendrá buscando su propia ruina. Mientras tanto, seguirán el saqueo, la destrucción y la muerte. También las resistencias.

Gobernar el caos y reconducirlo, modelar, descomponer y someter a las poblaciones, administrar la muerte a escala global y aplastar la protesta son los auténticos objetivos del milenio. El reforzamiento del aparato militar y del estado policial a escala planetaria son las respuestas preventivas ante lo que vendrá. La excusa, el terrorismo. Y de poco sirve saber y decir lo evidente: que ellos son los mayores terroristas y que, en el peor de los casos, los «otros» son simples aprendices.

¿Qué hacer?

Históricamente ya se ha probado casi todo: lo individual y lo colectivo, la rebelión o el asalto a la fábrica, pasando por la no-violencia y la desobediencia civil, la acción directa, la revolución interior, la revolución social o la toma del poder. El Sistema ha permanecido y ha sabido evolucionar y fortalecerse. Ello no ha impedido que la necesidad ética y vital de resistir y luchar, de responder a la opresión, de reafirmar que no estamos completamente muertos haya permanecido como una de las razones de que aún se pueda hablar de dignidad humana.

Si no nos dejamos seducir por las apariencias y desacreditamos la idea de que el Sistema se puede cambiar desde dentro, de que el Estado y sus instituciones puedan ser distintos a lo que son, sólo queda la maquinaria de los intereses creados y el autoengaño. Fuera de esto las formas de enfrentamiento han sido diversas. El conflicto armado ha llevado a menudo a la estigmatización terrorista, a la criminalización y al aislamiento, dentro de un marco de represión cada vez más estrecho y con costos personales muy grandes. Muchas iniciativas pacíficas y bienintencionadas han mostrado pronto sus límites y han sido recuperadas, institucionalizadas y rentabilizadas dentro de la lógica del mercado. Otras han caído en el terreno de lo espectacular, lo simbólico o lo testimonial. Todo ha dejado su huella, ha abierto y cerrado puertas y ha engrosado el caudal de la experiencia, la renovación y la repetición.

Lo colectivo sigue siendo, a pesar de todo, una poderosa fuente de aprendizaje en un medio cada vez más fragmentado y atomizado. También lo individual como fuerza primera y voluntad de vivir. El enfrentamiento, la visibilidad de la lucha, la radicalidad, el ejemplo, la autenticidad, la fusión de medios y fines, la ética y la necesidad inmediata forman una complejidad que no es ajena a las contradicciones, a las interpretaciones y al peso adverso de la maquinaria que se quiere sabotear. En cualquier caso, las luchas que permanecen son las que se interrogan a sí mismas, las que despliegan hondo sus raíces, las que crean verdadera ilusión y esperanza, las que nos transforman sin retroceso, las que nos hacen «utópicos» y nos dan fuerza para vivir y pelear en medio de la mediocridad, la resignación y la apatía. No es fácil, pero es imprescindible.

Extraído de la revista Ekintza Zuzena nº36

fuente: www.nodo50.org/ekintza

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Entre el miedo y la violencia. Estrategias de terror y de represión para el control social

Publicada el 06/02/2010 - 24/08/2023 por Ecotropía

Caminando sobre el miedo

Vivimos sobre el miedo. Miedo al fracaso, miedo a la soledad, miedo a la muerte. Miedo a la pobreza, miedo a la marginación. Miedo a enfermedades, a la inseguridad. Miedo a la exclusión. Miedo a los delincuentes, miedo a la prisión. Miedo a los extraños, miedo a perder el trabajo, a perder la vivienda. Miedo a la violencia. Y miedo tras miedo marcan el sino de nuestras acciones, de nuestras decisiones, de nuestras opiniones y de nuestra visión de la sociedad.

Por Jaume Balboa
Colectivo Escuela Libre

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La historia del sostenedor del cielo

Publicada el 18/01/2010 - 24/08/2023 por Ecotropía

«Según nuestros más anteriores, al cielo hay que sostenerlo para que no se caiga. O sea que el cielo no mero está firme, sino que cada tanto se pone débil y como que se desmaya y se deja caer así nomás como se caen las hojas de los árboles y entonces puras calamidades que pasan porque llega el mal a la milpa y la lluvia lo rompe todo y el sol castiga al suelo y es la guerra quien manda y es la mentira quien vence y es la muerte quien camina y es el dolor quien piensa. Dijeron nuestros más anteriores que así pasa porque los dioses que hicieron el mundo, los más primeros, tanto empeño pusieron en hacer el mundo que, después de terminarlo, ya no muy tenían fuerza para hacer el cielo o sea el techo de nuestra casa y le pusieron ahí nomás lo que se les ocurrió y entonces el cielo está puesto sobre la tierra nomás como un techo de ésos de plástico. Entonces el cielo no está mero firme, sino que a veces como que se afloja. Y has de saber que cuando esto pasa, se desarreglan los vientos y las aguas, el fuego se inquieta y la tierra da en levantarse y caminarse sin encontrar donde estarse sosiega.»

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Seducción perversa

Publicada el 27/10/2009 - 08/09/2018 por raas

¿Qué hay de tan seductor en estos mundos listos para usar creados por el capital? ¿Qué es lo que los diferencia de los mundos concretos, actuales?

Por Suely Rolnik

La respuesta a esta pregunta salta a la vista si podemos penetrar el velo espesamente tejido de imágenes que empañan el ejercicio objetivante de nuestra sensibilidad visual y ofuscan su ejercicio vibrátil. Podemos entonces ver que lo que seduce en estos mundos en es la imagen de autoconfianza, prestigio y poder de los personajes que los habitan, como si ellos hubiesen resuelto la paradoja incorporándose para siempre a los salones de los supuestamente “garantizados” [1]. En otras palabras, lo que seduce de los mundos-imagen creados por el capital es, básicamente, la ilusión que transmiten de que existen mundos cuyos habitantes nunca experimentan fragilidad y sentimientos de vértigo, o que por lo menos tienen el poder de evitarlos o controlar la inquietud que provocan, viviendo una especie de existencia hedonista, llana y sin turbulencia, eternamente estable. Esta ilusión alberga la promesa de que esa vida existe, que el acceso a ella es posible, y aún más, que sólo depende de la incorporación de los mundos creados por el capital. Una relación perversa se establece entre la subjetividad del receptor/consumidor y estos personajes-imagen.

El glamour de esta gente privilegiada y el hecho de que como seres mediáticos son inaccesibles por su propia naturaleza, es interpretado por el receptor como una señal de su superioridad. Como en cualquier relación perversa en la que la persona seducida idealiza la arrogante indiferencia de la persona que seduce –en lugar de verla como signo de su miseria narcisista y su incapacidad de ser afectada por el otro—, el receptor/consumidor de estos personajes se siente descalificado y excluido del mundo de ellos. Identificado con este ser-de-imagen y tomándolo como modelo con la esperanza de que un día llegará a ser digno de pertenecer a su mundo, el consumidor comienza a desear parecérsele, poniéndose en una posición de sumisión y perpetua demanda de reconocimiento. Como ese deseo queda insatisfecho, por definición, la esperanza es de corta vida. El sentimiento de exclusión siempre retorna, y la subjetividad, para librarse de este sentimiento, se somete aun más, movilizando continuamente sus fuerzas a un grado más alto, en una carrera vertiginosa para encontrar mundos listos-para-usar para incorporarlos y concretarlos.

Esta promesa mentirosa constituye el mito fundamental del capitalismo mundial integrado [2]: la fuerza impulsora de su política de subjetivación, la diferencia que introduce en la experiencia contemporánea de desterritorialización. La ilusión que mantuvo la estructura del sujeto moderno adquiere aquí una nueva fórmula. Es transvaluado y alcanza la cima de su credibilidad en la religión del capitalismo cultural. Una religión monoteísta cuyo escenario es básicamente el mismo de todas las religiones de esta tradición: existe un Dios todopoderoso que promete el paraíso, con la diferencia de que el capital está en la función de Dios y el paraíso que promete está en esta vida y no más allá de ella. Los seres glamorosos de los mundos de la propaganda y del entretenimiento cultural de masas, con su garantido glamour, son los santos de un panteón comercial: “superestrellas” que brillan en el cielo-imagen por encima de las cabezas de cada uno, anunciando la posibilidad de unirse a ellos [3].

La creencia en la promesa religiosa de un paraíso capitalista es lo que sostiene la instrumentalización exitosa de los poderes subjetivos. El sentimiento de humillación que produce esta creencia y la esperanza de algún día alcanzar esa meta y escapar de la exclusión moviliza el deseo de realizar los mundos listos-para-usar ofrecidos en el mercado. Por medio de esta dinámica, la subjetividad se torna el productor activo de estos mundos: una servidumbre voluntaria que no es alcanzada por represión u obediencia a un código moral, como en las religiones monoteístas tradicionales, en las que el acceso al paraíso depende de la virtud. Aquí el código no existe; al contrario, cuanto más original es el mundo que la corporación transmite, tanto mayor es su poder para competir, entendiendo la originalidad en este contexto como un mero artificio de imagen que diferencia un mundo de todo el resto. Lo que seduce es esta diferencia, pues su incorporación haría del consumidor un ser distinto y por encima de todos los otros, lo cual es esencial en esta política de relación con el otro porque alimenta la ilusión de estar más cerca del panteón imaginario.

En este contexto la vida pública es reemplazada por un reality show global orquestado por el capitalismo cultural-informacional que se ha apoderado de todo el planeta. Una especie de pantalla de dimensiones mundiales, donde la gente disputa con uñas y dientes un papel de figurante, un lugar fugaz e imaginario que debe ser objeto permanente de inversiones y ser incesantemente administrado y garantizado contra todo y contra todos.

notas:
1) Me refiero aquí a la noción propuesta por varias tendencias dentro del operaísmo laAutonomíia Operaria, en la Italia de los años 70setenta, según como esretomada y reelaborada por Felix Guattari. Véase Félis Guattari, F. y Suely Rolnikk, S., Micropolítica: cartografias do desejo, Petrópolis, Vozes, 1985, pp. 187-190 (aparecerápróximamente en inglés como Schizo-analysis in Brazil, Nueva York, Semiotext, MIT, 2006 Micropolítica: cartografía del deseo, versión castellana en Traficantes de Sueños, Madrid, 2006, y Tinta Limón, Buenos Aires, 2006).
2) “Capitalismo mundial integrado»” (CMI) es una expresión acuñada por Felix Guattari ya al final de los años 60sesenta como alternativa al término “globalización”, que él consideraba demasiado genéricoa y que se presta a ocultar el sentido fundamentalmente económico y específicamente capitalista y neoliberal del fenómeno de trasnacionalización que comenzó a instalarse en aquella época. Véase Plan sobre el planeta. Capitalismo mundial integrado y revoluciones moleculares, Traficantes de Sueños, Madrid, 2004..
3) Véase Cf.Brian Holmes,“Reverse Imagineering: Toward the New Urban Struggles. Or: Why smash the state when your neighborhood theme park is so much closer?” (www.creativecommons.org/licenses/by-nd-nc/1.0/) y ; véase también: “Warhol in the Rising Sun: Art, Subcultures and Semiotic Production,”

Fragmento de ‘Antropofagia zombie’ www.brumaria.net/textos/Brumaria7/14suelyrolnik.htm

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Del gobierno y los tratados…

Publicada el 27/07/2009 - 31/01/2018 por raas

«El gobierno, bajo el pretexto de la seguridad y el progreso, nos ‘libera’ de nuestras tierras, recursos, cultura, dignidad y futuro. Ellos violan cada tratado que han hecho con nosotros. Uso la palabra ‘liberar’ en tono de burla y sarcasmo, de la misma manera que ellos usan las palabras ‘daño colateral’ cuando asesinan hombres, mujeres y niños. Ellos describen a la gente que defiende sus tierras como terroristas, salvajes y hostiles, y nos acusan de ser los agresores. Mis palabras buscan encontrar a los no indios. Miren ahora antes de que sea demasiado tarde, vean lo que se esta haciendo a otros en su nombre y vean cuanta destrucción permiten ustedes cuando no dicen nada. Su propio tratado, el que existe entre ustedes y el gobierno, es violado todos los días, este tratado es conocido comúnmente como Constitución»  Leonard Peltier, Penitencieria de Leavenworth, Kansas, Estados Unidos, Enero de 2004.

Extraído del libro ‘Muertos Incomodos (Falta lo que falta)’ del Subcomandante Marcos y Paco Ignacio Taibo II

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El nuevo orden mundial, el cártel petrolero y farmacológico y la fabricación de vacunas o una nueva forma de esclavitud humana

Publicada el 30/04/2009 - 27/02/2023 por raas

En un artículo anterior mencioné que se avecinan grandes catástrofes en la humanidad, y no me refiero a los tan anunciados virus que ocasionaran una “pandemia”, sino debido a la forma como los gobiernos tratan el desarrollo de las naciones. Desarrollos que ponen énfasis en la industrialización, energía y comercio y olvidan el equilibrio de la naturaleza y la alimentación de la población. No solo el hecho de sembrar, sino cómo se siembra y el tipo de alimentos que deben ser sembrados y comercializados para garantizar la salud del territorio y de sus nacionales, en caso contrario las defensas de la naturaleza y del cuerpo humano se verán diezmadas y vulnerables ante el ataque de las tradicionales bacterias, virus y los nuevos monstruos de laboratorio creados por la mafia médica.

Johnny Bielostotzky*
bielostj@gmail.com
21/7/2008

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Mentiras que se oirán este 24

Publicada el 25/03/2009 - 31/01/2018 por raas

La mentira más clásica es la de las plañideras y plañideros que se van a trepar a las tribunas a lloriquear, con estas o parecidas palabras, que «el 24 de marzo de 1976 marca el comienzo de la larga noche del terrorismo de Estado». Lo cual, como lo sabe quien quiera saberlo, no es cierto: el peronismo no sólo preparó el terreno para el golpe del ’76 al desarticular el ascenso de masas generado a partir del Cordobazo, sino que dio comienzo al genocidio con 1.500 asesinatos, casi 1.000 detenidos-desaparecidos y el terror —atentados y amenazas— campeando en las calles sin freno alguno.

Pero, más importante aún, fue que Perón, desde la médula misma del «movimiento popular» sentó la doctrina que guió a lo que vendría: en su mensaje por cadena nacional del domingo 20 de enero de 1974, Perón prometió que tomaría las «medidas pertinentes para atacar el mal en sus raíces. El aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal es una tarea que compete a todos». Y el 22 envió una carta a los militares, donde aseguró que «la estrategia integral que conducimos desde el gobierno», junto a «la población, Fuerzas Policiales y de seguridad, y si es necesario de las Fuerzas Armadas» (…) «…harán que el reducido número de sicópatas que va quedando sea exterminado uno a uno para el bien de la República». «Aniquilar» y «exterminio», ideas que presidieron el accionar represivo, fueron, pues, directivas expresas de Perón, el héroe y mentor de muchos de los que estos días van a estar en los palcos y en los medios protestando su rechazo al genocidio.

Los números no cierran

Como si fueran pocas las mentiras contra las que debemos lidiar, ahora también se suma a este aquelarre el Encuentro Memoria Verdad y Justicia, con una convocatoria en la que proclama «No importa qué diga el gobierno: 95% de genocidas libres». Como los que están presos —el 5% restante— son unas pocas decenas, para contar las cuales bastan y sobran los dedos de una mano, resulta matemáticamente diáfano que los números del Encuentro coinciden con los que la señora presidenta aventuró el año pasado: los genocidas en la Argentina fueron alrededor de mil. ¿Leyó bien? Vuelva a leer: mil (1.000).

Pero los organismos de derechos humanos y las estimaciones oficiales de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CoNaDeP) determinan, por ahora, la cifra provisional de 550 centros clandestinos. Si sólo fueran 1.000 los responsables del secuestro, tortura y asesinato de 30.000 personas, suponiendo que hubieran realizado esforzados turnos de doce horas, sin vacaciones, enfermedades, descanso semanal ni feriados, da una presencia en todo momento de menos de un represor por campo de concentración. Exactamente, 0,91 represor, que durante las doce horas de su turno tenía que descubrir y encontrar a sus víctimas, secuestrarlas y tenerlas cautivas, en algunos casos, durante meses y años; interrogarlas y torturarlas; procesar las declaraciones así arrancadas, y alimentar a los cautivos, y moverlos de unos centros clandestinos a otros, y asesinarlos, y custodiar el perímetro de campos de concentración a veces muy extensos, y hacer operativo su funcionamiento las 24 horas del día durante años.

El «95%» que dice el MVJ y la grosera tergiversación de los hechos que implica son un cachetazo, una afrenta a la verdad, a la historia, a la memoria que supuestamente quiere representar. Quizá el propósito no sea tan canalla como el de la señora presidenta y su partido; quizá sea el resultado de no querer ver de frente el rostro de una realidad tan penosa y difícil. Pero, la consecuencia es la  misma que la que persiguen los canallas: engañar y desarmar políticamente al pueblo.

Mil represores contra el mundo entero

Otra falsedad que oiremos hasta la náusea es la de que el pueblo estuvo desde el primer momento en contra de la dictadura y, los que no, fue porque no tenían ni idea de lo que estaba pasando. Los que sí combatimos a la dictadura sabemos cuán dolorosamente falsa es esa afirmación. Porque si el pueblo estuvo en contra, resulta que mil genocidas se impusieron sobre treinta y pico millones de habitantes, y sobre sus organizaciones políticas y sindicales, porque si uno oye a sus dirigentes, resulta que también combatieron a la dictadura.

Pero eso no es todo: sumando los efectivos de aquel entonces de las fuerzas armadas, y gendarmería, y prefectura, y las policías federal y provinciales da, en números redondos, 250.000 hombres de armas. Mil cometieron crímenes de lesa humanidad, ¿y los 249.000 restantes, qué hacían mientras tanto? Porque no podían ignorar lo que pasaba, ya que los centros clandestinos de detención —sobre todo los más grandes— funcionaban en dependencias militares y policiales que paralelamente cumplían con sus tareas habituales. ¿Así que 249.000 efectivos armados repudiaban lo que sucedía ante sus narices y no hacían nada por impedirlo? Aunque los mil fueran sus jefes, ¿no se rebelaban —249 a 1— ante tamañas aberraciones y las reprimían, con la escasamente cruenta que hubiera sido tal acción ante una relación de fuerzas tan desproporcionada?

No sólo nos mienten, también nos insultan

Insultan nuestra inteligencia. Por cierto, es increíble que después de más de treinta años tengamos que seguir repitiendo estas obviedades. Pero, lamentablemente, es así. Muchos de quienes lean estas palabras, que no podrán rebatir, volverán, sin embargo, a enarbolar de inmediato sus rancias mentiras. El conjunto de estas aberraciones, lejos de ser debilidades, descuidos o flaquezas, forma parte de un sólido aparato ideológico, el del populismo. El populismo, que contrariamente a procurar el cambio, como vocifera, está aquí para impedirlo, muy contento con lo que hay, tanto en el plano cultural, como en el político, el social y el económico.

Pero lo venceremos, indefectiblemente lo venceremos: todo lo sólido se desvanece en el aire.

Vecinos Memoriosos / vecinos.memoriosos@gmail.com
23-3-2009

www.argentina.indymedia.org/news/2009/03/660775.php

 

 

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La ciudad invernadero

Publicada el 25/01/2009 - 31/01/2018 por raas

Las reflexiones y abordajes críticos al fenómeno de la ciudad contemporánea han sido un tema recurrente en los últimos años desde el campo de la sociología, la antropología y la filosofía, haciendo especial hincapié, por lo general, en los efectos que los cambios económicos del capitalismo de la información han tenido sobre la vida urbana en las ciudades globales o megalópolis.

Con diferentes nombres-concepto se ha intentado encerrar en el siempre tranquilizador lenguaje teórico lo que no es sino una amalgama confusa de acciones políticas, configuraciones espaciales espectaculares, profundos cambios en la percepción y en la vivencia del espacio urbano y, sobre todo, el lento pero seguro surgimiento de un tipo de vida urbana que en nada se parece al propio de la ciudad moderna-industrial, si bien ésta continúa existiendo en el paisaje urbano como ruina y a través del recuerdo de la generacion que contribuyó a su construcción. En las últimas décadas el urbanismo, entendido éste como el planeamiento de la ciudad, ha sido abandonado casi completamente (como proyecto integrador y consciente) en manos de multinacionales de la construcción con las consecuencias conocidas por todos: edificación indiscriminada de viviendas, superinflacción de los precios, desarrollos incontrolados en las periferias, precarización del empleo, terciarización de la ciudad y corrupción política.

Desgraciadamente, las consecuencias de esta generalización de la ideología del beneficio rápido y para todos (también para los llamados pequeños inversores que se han tragado el cuento del Capital) se empiezan a notar ahora en forma de crisis económica y de «desinfle» de la eufemísticamente llamada «burbuja inmobiliaria», mientras las instituciones económicas globales y sus defensores en las instituciones hacen todos los esfuerzos posibles por suavizar el problema. Aunque desde el punto de vista económico, al parecer, se puede afirmar el final de un modelo, desde el punto de vista de los modos de vida en el espacio urbano contemporáneo estamos en el comienzo de nuevas formas de socialización y de alienación de (y en) este espacio, lo que equivale a decir nuevas formas de control del espacio y de dominación política.

El espacio urbano

Herederos como somos de una tradición de pensamiento idealista y profundamente antimaterialista es evidente que el abordaje teórico de la cuestión urbana desde premisas bien diferentes debe ser un pensamiento del afuera tanto como de la corporalidad y del espacio, ya que desde nuestra posición histórica y autoconsciente el cuerpo ha pasado a ocupar uno de los filones críticos más interesantes para reflexionar sobre los cambios urbanos y las transformaciones sociales. La concepción político-institucional del espacio urbano es heredera de la concepción idealista que ve en éste sólo sus cualidades cuantificables, lo cual permite la puesta en práctica de la misma en el diseño urbano de las ciudades. Por otra parte, esta concepción del espacio urbano como un no-lugar, es decir, como el espacio que hay que ocupar puesto que está vacío, es la que también sostiene la episteme sobre la que se fundan los proyectos de construcción de viviendas, edificios emblemáticos, plazas, infraestructuras de transporte, etc.

Es decir, política y capital no coinciden sólo por interés estratégico, sino, fundamentalmente, porque comparten una concepción de la ciudad en la que la vida urbana es ignorada, tal y como muestran una y otra vez las maquetas con que se presentan todos y cado uno de los proyectos de «renovación» urbana: En estas construcciones en miniatura aparece la ciudad soñada por la política de la dominación, una ciudad en la que todo (y todos) responden con disciplina a la vida que para ellos ha sido diseñada desde un lugar (la perspectiva del mirar es aquí fundamental) que sólo puede corresponder a un demiurgo de lo social. Ciudad siempre blanca, higiénica y aséptica, en la que los edificios siempre representan una magnitud superior a la de las personas que, cuando las hay, siempre aparecen en amable e inofensivo paseo. Podríamos decir, sin temor a exagerar, que la ciudad contemporánea es eso y nada más en las cabezas de quienes las sueñan y las construyen después.

Las consecuencias sociales de la puesta en práctica de este sueño urbano de la élites se han dejado sentir desde hace décadas en todo el mundo. Aunque las diferencias nacionales y locales han hecho que el modelo tenga sus particularidades y desarrollos diferentes y específicos, resulta posible definir un modelo general que permita comprender los procesos de exclusión social, destrucción del espacio, generación de iconos urbanos y construcción de un espacio sometido a la vigilancia y el control. Giandomenico Amendola definió muy acertadamente este modelo con el nombre de ciudad posmoderna.

El fundamento económico del mismo es la mercantilización del espacio urbano y la búsqueda de beneficios gracias a la puesta en venta de la ciudad como imagen-marca. Para que esta transformación pudiera iniciarse era necesario que previamente la ruina, el deterioro y la crisis económica hubieran afectado de un modo definitivo a la ciudad, tanto en su aspecto físico como por lo que respecta al siempre inexplorado campo de la emoción y el sentimiento de sus ciudadanos. Sin un sentimiento de derrota y una invencible apatía política nunca hubiese sido posible desplazar poblaciones, destruir los edificios vinculados al pasado más reciente y hacer que nuevos relatos urbanos fueran creídos, aceptados y repetidos por todos de manera entusiasta.

La huida del centro urbano que, como consecuencia del propio desarrollo de la ciudad industrial, se había convertido en lugar de residencia para las clases trabajadoras (cuya desesperada condición denunciara Engels anticipando las reflexiones del urbanismo de izquierdas) hizo que la expansión hacia las periferias (el fenómeno de la suburbanización) de las clases medias se convirtiera en el leit motiv para un pensamiento profundamente negativo en torno a la ciudad.

El miedo urbano hace su aparición como una mezcla de mitos, realidades y sospechas sobre los peligros que encerraba el centro urbano y, sobre todo, sus habitantes. La utopía de un espacio de seguridad se solapa con la necesidad de poner tierra de por medio, en forma de muros, consenso y zonificación residencial. Las islas urbanas, también llamadas Edge Cities, surgen como comunidades socialmente homogéneas cuyos servicios son asegurados por el capital en forma de centros comerciales, centros financieros, etc. Este modelo de ciudad cambia en torno a los años 80 debido a causas económicas y políticas derivadas de la expansión mundial de los mercados. La fase expansiva de la ciudad concluye y se inaugura otra de recuperación de los centros urbanos por parte de las clases medias por medio de toda una serie de políticas urbanísticas encaminadas a una «vuelta al centro» que tendrá en el diseño urbano y en la gentrificación la excusa para desplazar a las clases trabajadoras y/o marginales a los espacios residuales de las viviendas en bloques.

Este proyecto de reencantamiento urbano nunca hubiera sido posible sin la consolidación de la economía simbólica y el capitalismo de la información que supusieron una mutación estructural y cultural de importantes consecuencias en el espacio urbano. Por un lado, el centro se recupera como espacio privilegiado en el que las empresas instalan sus centros de decisión y mando, al compás del desmantelamiento de viejas fábricas y demás infraestructuras de la ciudad industrial agónica. Por otro, la progresiva consolidación de un nuevo tipo de experiencia urbana nos acerca a una mitología sobre la ciudad en la que los medios de masas (el cine, la televisión, la red) han acercado la posibilidad de una conciliación del sueño y la realidad (o una confusión de ambos estados) que se plasman en la apología de la arquitectura del capricho en la que el capital hace posible que la vida urbana se establezca sobre un lecho de deseos (o de narcosis) narcisistas que sólo pueden ser puestos en práctica para la minoría habitante de los centros y que se convierten en espectáculo urbano a los ojos de todos cuantos pierden el espacio de su infancia.

En este sentido, el enorme poder e influencia de los arquitectos contemporáneos en el diseño de las ciudades debe ser visto como una muestra de una radical mutación de las categorías políticas y de la percepción del mundo en que vivimos. Ya no se trata en lo fundamental de construir edificios con una función determinada (la praxis de la arquitectura durante siglos) sino de proyectar en la ciudad las imágenes del mundo de los sueños como un anuncio de un porvenir lleno de buenos presagios e indiferencia ante la rudeza de lo real. La seducción de las formas contra la aspereza de un mundo que se rechaza. Quienes pueden permitírselo, lo pagan.

La experiencia en la ciudad posmoderna es un habitar en lo incierto, en la falta de identidad, en el fragmento y en la velocidad. Ha sido el filósofo y urbanista P. Virilio quien más acertadamente ha señalado las consecuencias de este modo de organización de la vida, así como sus peligros más inmediatos: la desaparición de la geografía y de la posibilidad de establecer un vínculo con la naturaleza (con la humana, propiamente). La permanente confusión entre el mundo de las imágenes y la realidad es la nota característica de muchas de las grandes aglomeraciones urbanas de nuestros tiempos.

En sus espacios (¿calles?) es difícil distinguir el simulacro urbano de la ciudad misma, la imagen publicitaria lo invade todo, la experiencia del ciberespacio se hace cada vez más presente. Es imprescindible estar conectado permanentemente para habitar en el sueño de la indiferenciación digital. Sin embargo, este sueño es sólo una parte muy pequeña del mundo de las realidades contemporáneas contra el que se levanta: Pobreza, miseria, desmantelamiento del estado de bienestar, terrorismo empresarial, exclusión, vigilancia, violencia institucional… Precisamente la realidad.

El pacto colectivo de simulación en que vivimos en las ciudades del primer mundo se funda sobre un miedo atávico a lo real que la globalización informacional ha venido a solventar por medio de la constitución de un espacio interior autoinmune cuyas fronteras psicopolíticas nos aislan definitivamente de una exterioridad peligrosa. P. Sloterdijk ha trazado la genealogía del concepto «esfera» (y de la propia globalización como extensión del principio-esfera) desde la antiguedad clásica hasta nuestros días, poniendo de manifiesto la necesidad de una aproximación genealógica y psico-política a los fenómenos contemporáneos que con tanta histeria se analizan en la literatura «especializada».

En su definición del espacio capitalista de mundo, Sloterdijk afirma que éste «no constituye una estructura coherente alguna; no es una magnitud semejante a una casa-vivienda, sino una instalación de confort de cualidad semejante a un invernadero o a un rizoma de enclaves pretenciosos y cápsulas acolchadas.» Un invernadero en el que lo público hace ya mucho que deja de ser un concepto político que se refiera a los espacios urbanos centrales (desde un punto de vista tanto local como global) puesto que la exterioridad era su posibilidad misma. Sólo en aquellos lugares en que la cobertura afloje o sea inexistente es posible encontrar aún vida urbana y posibilidad de vida política, tanto en los espacios urbanos de los países ricos como en los de los países pobres cuya acelerada urbanización merece un análisis aparte.

Bilbao transformado

Si uno escucha con atención las declaraciones políticas que desde la inauguración en Bilbao de la franquicia Guggenheim se han hecho en torno a la necesidad de no perder el «tren del progreso» caerá en la cuenta de la indisimulada pretensión de hacer de la ciudad en su conjunto un centro atractivo para el capital, al precio que sea. En el caso concreto de Bilbao, los llamados proyectos urbanísticos han consistido en la edificación de artefactos arquitectónicos de firma, productos del capricho de los arquitectos de moda en el escaparate internacional. En torno a estos edificios se ha optado claramente por la constitución de un espacio donde la mercancía (desde el propio edificio como objeto de contemplación económica) sea omnipresente y accesible a los bolsillos más pudientes. En lugar de contemplar a la ciudad como el conjunto de sus habitantes y de sus necesidades sociales, esta pragmática del ladrillo ha hecho del diseño urbano la herramienta con la que grandes beneficios empresariales han robado el suelo público a sus moradores, obviando cualquier consideración que la meramente económico-espectacular.

Las estrategias de seducción puestas en marcha por los gestores de la operación (Gobierno Vasco, Ayuntamiento, Bancos, constructoras) no se hicieron esperar y fueron dirigidas, en lo fundamental, a una ciudadanía que había asistido impotente y desconcertada al desmantelamiento del tejido industrial y que se encontraba sumida en una neblina de incertidumbre y confusión: El Bilbao industrial y todo lo que contribuyó a la formación de una identidad urbana colectiva (aunque escindida en clases o, si se prefiere, en las dos márgenes de la Ría) se desvanecía súbitamente ante los ojos asombrados de todos. Este momento de crisis se mostró, a la larga, como el motivo psicológico fundamental esgrimido por los adalides del museo, desde políticos, periodistas y financieros oportunistas para ofrecer a la ciudadanía un sueño de renovación y un futuro de oportunidades (eslogan del capitalismo de la seducción) que les sacara de la crisis que las ruinas industriales del pasado, tan presentes en el paisaje urbano de Bilbao, no dejaban de recordarles.

Sin embargo, se trataba de otra cosa bien diferente que de la sola instalación de un museo en una u otra ciudad de Europa, en este caso Bilbao. De lo que se trataba era del inicio de una gran operación económico-urbanística que, a la vista del jugoso pastel inmobiliario cuya primera porción se comió el propio museo, iba a transformar el espacio industrial degradado y en desuso de la ribera de la ría en una zona residencial de lujo y ocio cultural que inaugurase una nueva centralidad urbana atractora de turistas y, por supuesto, de grandes inversiones. Es decir, asistimos al surgimiento de una nueva sintaxis arquitectónica (e incluso, política) y de una nueva estética urbana que sigue la pauta de lo que los economistas eufemísticamente denominan Marketing urbano, lo cual no es más que un tecnicismo de especialistas que encubre descaradamente la privatización del espacio público, el servilismo de los políticos municipales y la entrega de espacios urbanos a la empresa privada para su gestión mercantil.

La consolidación en este nuevo centro de un espacio de seguridad y de control (cuyo paradigma, como es bien sabido, es el metro de Bilbao) es la consecuencia directa de su característica principal, el hecho de haber desalojado permanentemente la vida urbana de su interior o, en otras palabras, de haberse convertido en un interior en sí mismo, en un invernadero al aire libre donde cuanto ocurre refleja el sueño con que fue concebido: el pasear anodino e inofensivo de quienes habitan estas maquetas es cuanta acción se espera de un lugar en el que el conflicto, la vida agitada e inquietante de la calle han sido proscritos. Por un lado, por la propia existencia de una vigilancia y de un control policial de estos espacios para la gente de bien que atraída por la imagen de ciudad «moderna» la visita y la consume; por otro, por la interiorización que los habitantes de la misma hacen con respecto a la disciplina corporal necesaria para acercarse a contemplar las maravillas del lujo y de la vida que tienden a desear para sí en un futuro mejorable. Unos y otros como asépticos y blancos ciudadanos en miniatura.

Ante el acoso de este mal llamado urbanismo, se impone la necesidad de dar una respuesta crítica a la despolitización de la ciudadanía y al deterioro del espacio público urbano (que es, en esencia, político), que son la desgraciada consecuencia del acoso que el capitalismo internacionalizado ejerce desde hace décadas sobre la ciudad, así como poner el énfasis en la profunda imbricación de los procesos de generación de capital con el surgimiento de un modelo de ciudad volcada hacia la vigilancia-espectáculo o el espectáculo vigilante.

La progresiva mercantilización del objeto ciudad y la consolidación de la economía simbólica son fenómenos coextensivos a la creciente complejidad informacional del mundo, al menos en los países ricos, así como a un creciente aislamiento social en zonas protegidas y vigiladas. La generación de una ciudad-residuo como contraparte a la lógica de la exclusión pone en evidencia la panoplia de desigualdades sobre las que se levanta la ciudad contemporánea, así como los procesos de invisibilización puestos en marcha en contra de los excluidos del sueño urbano. Además, tal y como vienen a demostrar los hechos más recientes (cierre de gaztetxes, planes para el mercado de la Ribera, Zorrozaurre) las consecuencias sociales de este modelo de ciudad muestran con evidencia su solapamiento con una apuesta política por la represión de la participación ciudadana (más allá del puntual maquillaje de las izquierdas gobernantes) en la toma de decisiones sobre la ciudad, así como de los colectivos ciudadanos de todo color que durante los últimos 25 años han propuesto modelos alternativos de hacer y de construir la ciudad sobre bases más sociales, ecológicas, solidarias e igualitarias.

El desenfrenado «fin de fiesta» capitalista (a la vista de una crisis de ciclo cuyos sostenedores, animadores e instigadores son los mismos que ahora querrán aconsejarnos sobre medidas de contención, ahorro y etc.) supone un derroche intolerable e injusto que, en lo que respecta a los planes de futuro, puede suponer la pérdida de un gran número de espacios singulares en los que no sólo se trabajó durante años, sino que han sido las condiciones de posibilidad de nuestra experiencia urbana. Una experiencia que, más allá de las concepciones carcelarias y panópticas, ha estado y debería estar llena de variedad, tensión, conflicto y compromiso por un habitar consciente de que la ciudad es el lugar de nuestro tiempo histórico.

Andeka Larrea

revista Ekintza Zuzena nº35
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Más allá de los límites

Publicada el 25/01/2009 - 30/01/2018 por raas

Asistimos al afianzamiento -sobre todo en el mundo occidental- de un modelo de autoritarismo democrático como estrategia de gestión frente a la progresiva inestabilidad e incertidumbre de un sistema que hace aguas por diferentes lados (conflictos y crisis sociales, políticas, económicas, ecológicas,…), pero que parece no estar todavía en situación de hundirse. El fascismo amable (mezcla de autoritarismo y seducción) impone sus reglas de infantilización y alienación consumista, de vaciamiento de la capacidad de pensar y vivir autónomamente, de descomposición social y deshumanización. Los mecanismos de seducción tratan de invisibilizar, insensibilizar o, cuanto menos, generar impotencia y resignación frente a las transformaciones y cambios de la realidad y frente a los horrores que suceden dentro y fuera de los muros del primer mundo.

Estos cambios modelan un panorama de creciente represión y control social que se aplican y se visualizan de forma ejemplarizante sobre sectores estigmatizados (inmigrantes, terroristas,…), pero cuya proyección es el disciplinamiento del grueso de la población. El terrorismo económico-militar y la gestión del miedo, el desarrollo de las tecnologías de control (implantación de ficheros de datos, biometrías, videovigilancia, etc.) y los cambios legales (endurecimiento de las legislaciones penales, restricciones en los flujos migratorios procedentes del tercer mundo, etc.) configuran un conjunto de medidas que pretende tanto prevenir factores de desestabilización como aplastar a aquellos sectores considerados como peligrosos para el status quo.

Euskal Herria es un ejemplo diáfano de estas transformaciones: una sociedad primermundista más o menos acomodada en lo económico en la que se da un proceso de represión política de gran calado contra un sector social criminalizado en su conjunto. Detenciones, torturas, montajes y procesos judiciales y encarcelamientos, labor educativa de pacificación y normalización y guerra mediática son las estrategias utilizadas por el estado en un espacio que por su amplitud y complejidad sirve de laboratorio para amplias estrategias de control social, que aunque obscenas y atentatorias contra los propios principios democráticos y los derechos fundamentales, consiguen (sobre todo fuera del País Vasco, pero también dentro) una amplia legitimación ciudadana tanto por activa como por pasiva.

La izquierda abertzale, por su dimensión y su dinámica política es el blanco fundamental de este ataque. Este hecho se ve facilitado por viejos y graves errores políticos y por las carencias éticas derivadas en buena medida de la práctica armada. Sin embargo, la estrategia de fondo es mucho más amplia y pretende borrar o mutilar las ideas y prácticas que tratan de salirse de la vía muerta del marco democrático como fachada de un capitalismo convertido en fatalidad. Como ejemplo, la lucha contra el TAV muestra de forma clara el conflicto entre la maquinaria de la democracia capitalista y la capacidad de resistencia como forma activa de ejercicio de la libertad y la dignidad. El autoritarismo democrático no va a permitir que sus proyectos sean cuestionados más allá del simulacro o la marginalidad. Cuando se desbordan los límites del espectáculo, de la libertad vigilada, el sistema reacciona con las armas que precise en cada momento. En este caso, con la criminalización y la conversión de toda oposición en fenómeno terrorista (tal como ha ocurrido con el sumario 18/98+).

La erradicación de la violencia y el imperio de la paz se convierten en los iconos de este sistema orwelliano que se basa en la violencia estructural (desde los accidentes laborales hasta la guerra de Afganistán) y en la sistemática manipulación del lenguaje. Es un lavado de cerebro que trata, en el fondo, de anular la capacidad de resistencia frente a las injusticias, que siempre tiene que sobrepasar los corsés que impone el sistema -tanto ideológicos como prácticos- para poder conseguir sus objetivos. No hay cambios reales sin riesgos ni sin costos, pero tampoco sin la capacidad de generar ejemplos prácticos de acción y referencias éticas que de alguna manera prefiguren algo mejor al margen de lo que nos depare la lucha, que es en sí misma un medio y una parte fundamental de nuestra vida.

Editorial de la revista Ekintza Zuzena nº 35
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Estados Unidos es una religión *

Publicada el 24/12/2008 - 08/09/2018 por raas

Los gobernantes estadounidenses se ven a sí mismos como sacerdotes, con una misión divina, eliminar los demonios de la faz de la Tierra.

Por George Monbiot

El artículo de G. Monbiot fue publicado hace un año, cuando las tropas de ocupación detectaron y dieron muerte a dos hijos de Saddam Hussein. Su comienzo describe hechos de ese momento y la pertinaz falla del “comando civil y militar de las tropas estadounidenses” para ver la realidad. Por ello, se pregunta, por ejemplo: “¿Se supone acaso que tengamos que creer que los servicios de seguridad son los únicos que no pueden ver que hay muchísimos iraquíes que se quieren desembarazar de EE.UU. como en su momento querían desembarazarse de Hussein?

Monbiot llega así a la cuestión nodal, que desarrollará en el resto del artículo y que traducimos y publicamos íntegramente a partir de su hipótesis: No hay un fallo de información, hay un fallo ideológico.

Para entender porqué persiste este fallo debemos primero captar una realidad que se aborda infrecuentemente en el periodismo. Estados Unidos ya no es una nación. Hoy en día es una ideología. Sus soldados han incursionado en Irak para exonerar a su pueblo no sólo de su dictador, su petróleo y su soberanía, sino también de sus penumbras. Así lo dijo George Bush cuando le habló a las tropas el día en que anunció la victoria: “Donde vayan, ustedes llevan consigo un mensaje de esperanza, un mensaje que es antiguo y a la vez novísimo. En las palabras del profeta Isaías, «a los cautivos, ‘salgan’ y a quienes estaban en las penumbras ‘sean libres’».

Así que los soldados de EE.UU. ya no son meramente combatientes terrenales; han devenido en misioneros. Ya no matan sencillamente enemigos, están eliminando demonios. El pueblo que reconstruyó los rostros de Uday y Qusay [los hijos de Hussein eliminados violentalmente, a los que alude el principio del artículo; n. del t.] olvidó desprolijamente restituirles el par de cuernitos, uno encima de cada ceja, pero las autoridades norteamericanas se encargaron de transmitir claramente que se trataba de oponentes pertenecientes a otro reino. Como todos aquellos que envían misioneros a ultramar, el elenco de sacerdotes mayores de EE.UU. no puede concebir que los infieles puedan resistir por su propia y libre voluntad; si rechazan la conversión que se les ofrece, es porque interviene la labor del demonio, en su disfraz como precedente dictador de Irak.

Como nos lo muestra Clifford Longley en su fascinante libro Chosen People [Pueblo elegido], publicado en 2002, los “padres fundadores” de EE.UU., aunque alguna vez se desviaron de ello, en general sentían que estaban guiados por un propósito divino. Thomas Jefferson argüía que el sello oficial de EE.UU. tendría que representar a los israelitas “guiados por una nube durante el día y una colmuna de fuego en la noche”. George Washington clamaba, en su alocución inicial que todo paso hacia la independencia “se caracterizaba por una señal de acción providencial”.

Longley sostiene que la formación de la identidad estadounidense fue parte de un proceso de “sobreseimientos sucesivos”. La Iglesia Católica romana sostenía que ella había suplantado a los judíos como pueblo elegido, en tanto los judíos habían sido repudiados por Dios. Los protestantes ingleses acusaron a los católicos de quebrar la fe y aclamaron a los cuatro vientos que ellos se habían convertido en el pueblo elegido por Dios. Los revolucionarios independentistas fundadores de EE.UU. sostuvieron a su vez que los ingleses habían roto el pacto divino y que ahora los estadounidenses se habían convertido en el pueblo elegido, con el divino deber de poner a disposición del dominio de Dios a todo el mundo. Y como para mostrar que estas creencias persisten, George Bush  recordó un llamado de Woodrow Wilson. “EE.UU.”, citó, “tiene una energía espiritual en sí mismo que no tiene ninguna otra nación para contribuir a la liberación de la humanidad.”

Poco a poco, esta noción de ser elegido ha ido confluyendo con otra idea, todavía más peligrosa. No es exactamente que los yanquis son el pueblo elegido por Dios sino que el mismísimo EE.UU. configura en sí mismo un proyecto divino. En su adiós presidencial, Ronald Reagan habló de su país como “una ciudad luminosa sobre una colina”, una referencia al Sermón de la Montaña. Pero lo que Jesucristo describía no era un Jerusalem terrenal, sino el reino de los cielos. En las alusiones de Reagan no sólo se daba por descontado que EE.UU. constituye el reino de Dios sino que también se puede ubicar al reino del infierno aquí en nuestro planeta: entonces se trataba del “reino del mal”, Unión Soviética, contra el cual estaban encomendados los guerreros sagrados.

Desde los ataques a Nueva York, la noción de divinidad para EE.UU. no ha hecho sino extenderse y acentuar sus rasgos. En diciembre de 2001, Rudy Giuliani, el intentente neoyorquino hizo su discurso mayor en la capilla de San Pablo, cerca del lugar donde se levantaban las Torrres Gemelas recién destruidas. “Todo consiste”, sostuvo, “en que abraces la causa de EE.UU.  y entiendas sus ideales y lo que está en juego. Abraham Lincoln solía decir que la comprobación de tu americanism era… cuánto creías en EE.UU. Porque somos como una religión, realmente. Una religión secular.” La capilla en la que habló había sido consagrada no exactamente por Dios sino por el hecho de que George Washington una vez había orado en ella. EE.UU. no tiene ya necesidad de invocar a Dios: es Dios, y los que marchan al exterior lo hacen para distribuir la luz y hacerlo en nombre de un reinado celestial. La bandera se ha convertido en algo tan sagrado como la Biblia: el nombre de la nación se ha hecho tan sagrado como el de Dios. La presidencia se ha convertido en consonancia, en un sacerdocio supremo.

Así que aquellos que cuestionan la política exterior de Bush ya no son sólo críticos, son blasfemos. Los estados extranjeros que procuran modificar su política malgastan su tiempo: se puede negociar con políticos, pero no se puede negociar con sacerdotes. EE.UU. tiene una misión divina y como sugirió Bush en enero de 2003: “defender… las esperanzas de toda la humanidad” y guay de quienes ponen sus esperanzas en algo distinto al american way of life [awol].

Los peligros de una divinidad nacional apenas si necesitan explicitarse. Japón marchó a la guerra en la década de los 30 convencido, como Bush, que poseía un mandato divino para “liberar” al Asia y extender el reino del Imperio Divino.  Iban a, como predijo el teórico fascista Kita Ikki, “iluminar la oscuridad del mundo entero”. Los que buscan traer el cielo a la tierra están únicamente destinados a configurar un infierno.

N. del T.: Nos atrevemos a cerrar la fermentaria nota de Monbiot con una cita de Blas Pascal que no hace sino concebir lo mismo cuatro largos siglos atrás: ‘El hombre es medio ángel y medio bestia, y cada vez que procura convertirse totalmente en ángel se convierte totalmente en bestia.” [cit. p. Mario Sambarino, seminario de Filosofía de la práctica de la Fac. de Humanidades y Ciencias, Montevideo, 1971].

nota:
* Título del original: “America is a religion”. El original juega con el apócope habitual del nombre, United States of America, y la habitual mención ideológica al americanismo. Nosotros no admitimos que desde EE.UU se usurpe el nombre de todo el continente llamado eurocéntricamente “El Nuevo Mundo”. [n. del ed.]

Publicado en Guardian Weekly, Londres, 7-13/8/2003.
Traducción del inglés: Luis E. Sabini Fernández

artículo publicado en Revista futuros nº7. https://revistafuturos.noblogs.org

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Sobre la técnica médica

Publicada el 15/12/2008 - 23/12/2020 por Ecotropía

En las postrimerías del siglo XIX, la ciencia había perdido los últimos restos de ilusoria independencia que aún se le daba y se había puesto decididamente al servicio del nuevo orden económico capitalista nacido en occidente.

Por revista Etcétera

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Publicado en • Análisis, • Control, • Insalubridad, • Neoesclavitud, • PsicopatologíasEtiquetado como big pharma, cártel farmacéutico, Farmacéuticas, industria farmacéutica, Jacques Ellul, Medicina Holística, medicina preventiva, productos farmacológicos biológicosDejar un comentario

Entre la movilización y la paz social subvencionada

Publicada el 14/12/2008 - 12/05/2021 por raas

Indicaciones acerca de la situación social en el Estado Español

Por Corsino Vela

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Disipando los mitos de la vacunación

Publicada el 25/11/2008 - 03/02/2022 por Ecotropía

Introducción a las contradicciones entre la ciencia médica y las políticas de vacunación

Por Alan Phillips*

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Publicado en • Análisis, • Control, • General, • Insalubridad, • Multiviolencias, • Neoesclavitud, • Psicopatologías, • RevueltasEtiquetado como Administración de Alimentos y Medicamentos, Alan Phillips, big pharma, campañas de vacunación sistemática, cártel farmacéutico, Centro Nacional de Información sobre las Vacunas, Centros para el Control de las Enfermedades, Citizens for Healthcare Freedom, Daños causados por las Vacunas, daños colaterales de las vacunas, estadísticas gubernamentales, Mito de la vacunación, reacciones adversas, sustancias tóxicas, VAERSDejar un comentario

Venezuela una «revolución» con un cadáver en la boca

Publicada el 16/11/2008 - 07/09/2018 por raas

Desde el año 1998 un gobierno, retóricamente de izquierda, ha tomado el poder en Venezuela. Desde esa fecha, los representantes de la nueva burocracia han iniciado un insistente proceso deslegitimizador de todos los cuestionamientos a su gobierno, especialmente contra quienes desde la izquierda (y obviamente el anarquismo) lo rechazan.

Por Rafael Uzcategui

Es cierto que en el llamado «antichavismo» conviven algunos de los sectores más conservadores del país, representantes del anterior status desplazados del poder. Pero tras esta afirmación apuntamos que no es posible entender la situación venezolana atendiendo al esquema infantil gobierno (izquierda) versus «oposición» (derecha).

Los y las anarquistas venezolanos hemos expresado nuestro rechazo al proyecto bolivariano por varias razones. La primera es que detrás del discurso «izquierdizante» del ejecutivo, las políticas concretas han profundizado el rol del país en la globalización económica: a saber, la venta de hidrocarburos, de manera segura y confiable, al mercado energético mundial.

A pesar de su discurso anti-imperialista, el gobierno radicado en Miraflores ha revertido el proceso de nacionalización del petróleo, y ha hecho socias del negocio, a través de la figura de las empresas mixtas, a compañías como Chevron, British Petroleum, Repsol, entre otras. En segundo término, y debido a lo anterior, por una agresiva política fiscal de corte neoliberal, el gobierno está disfrutando de la mayor bonanza económica de los últimos 30 años. Esto ha ocasionado,   por una parte, la aparición de una nueva burguesía, amparada por sus relaciones con el Estado, la cual gobierna junto a los sectores oligárquicos tradicionales vinculados con los sectores dinámicos de la mundialización (telecomunicaciones, banca y finanzas, seguros…)

Por otra, que a pesar de tales cantidades de dinero, la situación de las clases más desfavorecidas del país no ha mejorado sustancialmente. A contracorriente de su propaganda, el gobierno bolivariano no ha cambiado una de las distribuciones de riqueza, del PIB, más desiguales del continente. En tercer lugar, por la estatización militarizada de todos los órdenes de la vida social en Venezuela, especialmente la institucionalización de los movimientos sociales de base.

No solamente realizamos una refutación antiautoritaria del gobierno venezolano, sino una nítida crítica anticapitalista que nos diferencia claramente de la oposición mediática, precisamente, el tipo de antagonista «arquetipo» que interesa difundir como contrario por los voceros del actual tren ejecutivo. Reiteramos que, como anticapitalistas, hemos caracterizado la confrontación de poderes ocurridas en Venezuela como una pugna inter-burguesa, entre factores y representantes de las clases dominantes. Por ello nuestro rechazo, a ambos, se acompaña de la propuesta de la reconstrucción beligerante de la autonomía de los movimientos sociales, un espacio que creemos como precondición para el desarrollo de una alternativa y una propuesta libertaria para el país.

Detrás de la propaganda del actual gobierno venezolano hay un desierto. El llamado «proceso bolivariano» ha difundido al mundo que, desde Caracas, se modifican las injustas relaciones sociales, se hace retroceder la pobreza y el pueblo se hace cargo de su destino. La realidad se resiste a ser maquillada por la demagogia. Venezuela, a pesar de vivir un período inédito de bonanza económica, no ha revertido una de las distribuciones de riqueza más injustas del continente. La ineficacia de las políticas sociales y el agravamiento de los principales problemas del país, son razones de peso que explican la ausencia del pueblo chavista en las urnas el pasado 2-D, cuando se intento legitimar una constitución a medida del proyecto político gubernamental.

Provea, una de las organizaciones sociales antiguas del país, recientemente presentó los resultados de su Informe Anual sobre la situación de los Derechos Humanos en Venezuela. Revisando algunas áreas, se puede dar una verdadera idea de lo que ha significado para los más pobres la demagogia «bolivariana». Por ejemplo dentro de los estancamientos, la situación de los pueblos indígenas continúa signada por la pobreza y el abandono. En un sector donde se han generado grandes expectativas, el área de vivienda, el ejecutivo nacional cumple su octavo año consecutivo en incumplir sus propias metas, construyendo sólo 60.000 de las 150.000 casas prometidas (el déficit se estima en casi 3 millones).

Uno de los programas más propagandeados por el Ejecutivo, como es el caso de la Misión Barrio Adentro, comienza a mostrar signos regresivos y acumularse denuncias sobre ambulatorios cerrados, ausencia de insumos y reducción del horario de atención al público. El sector salud continúa caracterizándose por la coexistencia de dos sistemas: el tradicional, conformado entre otros por ambulatorios y hospitales, y el edificado por Barrio Adentro. No existe un sistema nacional público integrado de salud que garantice el acceso universal y de calidad a los servicios, presentando el sistema tradicional, que realiza una mayor cobertura cuantitativa, serias fallas en su operación.

Los derechos de los trabajadores y trabajadoras no muestran una mejor realidad. Diferentes declaraciones y proyectos del ejecutivo nacional erosionaron la autonomía de las organizaciones sindicales, produciendo su debilitamiento y ausencia de protagonismo en el diseño de las políticas públicas. Como una muestra, fuentes sindicales señalaron que 243 contratos colectivos se encontrarían sin firma en el sector público. Aunque parezca extraordinario, Venezuela ocupó, detrás de Colombia, el segundo lugar en el ranking mundial de peligrosidad para la acción sindical. 53 personas, de ellos 46 dirigentes gremiales, perdieron la vida debido a violencia relacionada con la obtención de puestos de trabajo, tanto en el sector construcción como en el sector petrolero. Por otra parte, se ha intensificado la tendencia denunciada por Provea desde el año 2006 acerca de la criminalización de la protesta. Durante este período 98 manifestaciones fueron reprimidas por los organismos de seguridad del Estado, siendo la cifra más alta en los últimos 8 años.

«Quién habla de revolución y lucha de clases sin referirse a la vida cotidiana, tiene un cadáver en la boca». La frase ilustra la situación venezolana. Los retos para los de abajo son múltiples. En principio, romper el maniqueísmo impuesto por la derecha en el gobierno y la derecha opositora, reconstruyendo el tejido de base de múltiples organizaciones de base beligerantes y autónomas. Rechazando la electoralización de nuestras dinámicas, la agenda de movilización y resistencia debe incluir, en un primer orden, todos los males y problemas que nos aquejan, como oprimidos y oprimidas, en nuestra vida diaria.

publicado en la revista Ekintza Zuzena nº35

fuente: https://www.nodo50.org/ekintza/spip.php?article459

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