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Ecotropía

Aniquilando un planeta por vez…

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Categoría: • Análisis

O la inteligibilidad del desorden

La masa

Publicada el 26/05/2014 - 21/11/2020 por Ecotropía

La masa de las que le quiero hablar no es la de Silvio pero algo de esa tiene. Tampoco es una masa de pan, aunque sus integrantes bien que la amasan. Menos una masa de albañil, pero que pega pega.

Por Adrián Sertanejo
adriansertanejo@gmail.com Seguir leyendo «La masa» →

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Sobre los desgraciados espectadores, esclavos modernos de este famoso sistema

Publicada el 20/05/2014 - 21/11/2020 por raas

Ante el realismo y las realizaciones de este famoso sistema, se pueden ya conocer las capacidades personales de los ejecutantes que ha formado. Y éstas, en efecto se engañan respecto a todo, y no pueden hacer nada más que disparatar sobre mentiras.

Por Guy Debord

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(libro) Anatomía de la destructividad humana

Publicada el 04/03/2014 - 21/11/2020 por Ecotropía

¿Cómo explicar el placer que la crueldad procura al hombre? En un mundo en que la violencia parece aumentar en todas sus formas, Erich Fromm* trata esta inquietante cuestión con hondura y amplitud en la obra más original y trascendente de su brillante carrera.

Por ebiblioteca.org

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La ayuda no existe

Publicada el 07/12/2013 - 12/05/2023 por Ecotropía

Por favor, escuchen esto. Nosotros buscamos ayuda porque vivimos en un estado de desdicha, de confusión, de conflicto, y queremos que se nos ayude. Queremos que alguien nos diga lo que debemos hacer, queremos alguna guía, tomarnos de la mano de alguien que en esta oscuridad pueda conducirnos hacia la luz. Estamos tan confundidos que no sabemos hacia dónde volvernos.

Por Jiddu Krishnamurti*
Bombay, 1 de marzo de 1964

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Post-estructuralismo y anarquismo

Publicada el 06/12/2013 - 05/12/2020 por Ecotropía

La dificultad para valorar la filosofía política de los post-estructuralistas franceses -Foucault, Deleuze, Lyotard, en particular- es inseparable de la dificultad de comprender cuál es su filosofía política general. Que ellos han rechazado el marxismo como el criterio adecuado de actuación social y política, es cosa clara. Pero con qué lo han sustituido es todavía objeto de controversias. Esto es debido al hecho de que, en vez de ofrecer una teoría política general, los post-estructuralistas nos han suministrado análisis específicos de situaciones concretas de opresión. Su atención se centra en la locura, la sexualidad, el psicoanálisis, el lenguaje, el inconsciente, el arte, etc.; pero no sobre un criterio unitario acerca de lo que es política o de las modalidades de su conducción en el mundo contemporáneo.

Por Todd May*
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Publicado en • Análisis, • Neoesclavitud, • Psicopatologías, • RevueltasEtiquetado como conceptos ideológicos, Gilles Deleuze, Lyotard, mayo francés, Michel Foucault, post-estructuralismo, postanarquismo, Todd May, trampa de la ideologíaDejar un comentario

La enfermedad en las sociedades industriales avanzadas

Publicada el 17/11/2013 - 05/12/2020 por Ecotropía

Las sociedades industriales avanzadas tienen mucho interés en la mantención de la legitimidad epistemológica de las entidades nosológicas. Mientras la enfermedad sea algo que se posesiona de la gente, algo que se «pesca» o que «se pega», las víctimas de estos procesos naturales pueden quedar exentas de responsabilidad por su condición. Se les puede tener piedad más que culparlas por un desempeño negligente, vil o incompetente en sufrir su realidad subjetiva; se les puede transformar en elementos manejables y aprovechables si aceptan humildemente su enfermedad como una expresión de que «así son las cosas».

Por Ivan Illich

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Publicado en • Análisis, • Control, • Insalubridad, • Multiviolencias, • Neoesclavitud, • PsicopatologíasEtiquetado como Ivan Illich, Némesis MédicaDejar un comentario

La enfermedad como arma

Publicada el 26/10/2013 - 05/12/2020 por raas

El uso de la enfermedad como arma no es algo nuevo o propio de la moderna tecnología del siglo XX. Se tiene constancia de su utilización desde hace siglos aunque tal idea llega un nuevo nivel de sofisticación con los programas de guerra biológica que se pusieron en marcha poco antes de la II Guerra Mundial.

Por Rafael Palacios

Pues bien, muchas de las enfermedades que hoy nos aquejan se crearon en los laboratorios como posibles armas. Y otras simplemente para vender fármacos que contrarrestaran sus efectos. Hablamos de un gigantesco y vergonzoso negocio en el que hay implicados gobiernos, políticos, multinacionales, etc.

Los historiadores de la Medicina saben que muchas de las plagas o pestes de la Edad Media fueron en realidad provocadas y se propagaron porque se utilizaron como armas biológicas. Está constatado por ejemplo que en el siglo XIV los tártaros sufrieron un brote de peste bubónica cuando atacaban la fortaleza del puerto de Kaffa -ubicada en la península rusa de Crimea sobre el Mar Negro- y decidieron entonces arrojar mediante catapultas los cuerpos de sus camaradas muertos sobre los muros para infectar a los defensores. Siendo al parecer los supervivientes del asedio que huyeron por el Mediterráneo quienes llevarían ese virus a Europa tras desembarcar en Italia.

La viruela, por su parte, fue igualmente utilizada como arma en el siglo XVIII por los ingleses que ofrecieron a los indios americanos -entonces aliados de los franceses- mantas contaminadas con el virus lo que provocó entre ellos una epidemia devastadora. Lo que no esperaban es que la viruela terminara afectando a los militares y el ejército tuviera que vacunar a sus propios soldados como ocurrió durante el sitio de Québec con las tropas de George Washington.

No cabe extrañar pues que los militares no sólo adoptaran la idea en pleno siglo XX sino que la «desarrollaran». Jeanne Cono -del Centro para el Control y Prevención de las Enfermedades de Estados Unidos, entidad ligada al Ejército- reconocería de hecho en un vídeo promocional emitido hace apenas unos años que «la idea de usar la enfermedad como un arma llegó a un nuevo nivel de sofisticación a comienzos de los años 30 con el Programa Nacional de Guerra Biológica que fue puesto en marcha para contrarrestar el activo programa japonés que desarrolló entre 15 y 20 agentes capaces de generar enfermedades, con el ántrax como prioridad. Estados Unidos comenzó pues con estos programas -se justificó- en previsión de que tanto Alemania como Japón tomaran la delantera». Tales afirmaciones aparecen en el vídeo Historia de la guerra biológica -coproducción de la CIA y del Departamento de Seguridad Interna (FEMA)- que se rodó con la finalidad -tal como se explica en él al espectador norteamericano- «de prepararte a ti y a tu familia para una amenaza bioterrorista».

Jeanne Cono explica asimismo que en 1931, durante la guerra entre China y Japón, el general nipón Ishi utilizó un virus como arma introduciéndolo en la disputada región de Manchuria a través de aves contaminadas: «Así nadie les podría acusar porque parecería una epidemia natural», cuenta Cono en el video para luego reconocer que al concluir la II Guerra Mundial Estados Unidos se apoderó de «todos los secretos japoneses sobre guerra biológica». Entre ellos, los experimentos con un agente patógeno conocido como kuru que provoca una enfermedad neurodegenerativa e infecciosa conocida la «muerte de la risa» y se desarrolla muy lentamente -el período de incubación puede durar hasta 30 años- aunque una vez se manifiestan los síntomas los pacientes fallecen en unos meses. Cuando se investigó en la década de los 50 se pensó que era una enfermedad hereditaria ya que afectaba sólo a los miembros de una tribu nativa de Nueva Guinea hasta que quien luego sería Premio Nobel Carleton Gajdusek postuló que en realidad estaba causada por un agente infeccioso que se transmitía en los ritos funerarios de ese pueblo ya que acostumbraban a comerse el cerebro de los difuntos creyendo que así adquirirían la sabiduría que habían acumulado en vida. Gajdusek creyó pues que se trataba de un «virus lento». Hoy se entiende que lo causa lo que Stanley B. Prusiner llamó prión (como el que da lugar al llamado «mal de las vacas locas»).

Lo que está por ver es si ese prión lo crearon o desarrollaron los japoneses en laboratorio o si lo que hicieron fue sólo descubrirlo y guardarlo para posibles usos en la guerra biológica; pero se tratara de una u otra posibilidad lo cierto es que formaba parte de su arsenal.

Origen en el Siglo XX

El Programa Nacional de Guerra Biológica norteamericano comenzó oficialmente en 1941; así lo apuntan al menos los documentos y memorandos oficiales. Y el encargado de dirigirlo sería George W. Merck, presidente de la Corporación Merck desde 1925 (cuando sustituyó a su padre que falleció ese año), uno de los actuales gigantes de la industria farmacéutica.

Solo un año después -en 1942- los ingleses empezaron a experimentar por su parte en la costa escocesa con bombas que contenían ántrax en un intento de determinar si las esporas actuaban sobre las ovejas. Y los experimentos confirmaron que podía extender la enfermedad dejando infectado además el suelo durante años. De hecho el lugar donde se realizaron esos experimentos estuvo cerrado al público hasta finales de los setenta. Pero eso no fue todo: hoy se sabe que entre 1940 y 1979 un grupo de civiles ingleses fue rociado con químicos y microorganismos patógenos para conocer las posibilidades reales de tales armas.

Ahora bien, si ha habido un país que ha destacado en el pasado en ese campo fue la Alemania nazi. Está ampliamente documentado que en los campos de concentración alemanes se experimentó con muchas de las personas allí encerradas. Tanto para saber los efectos de los microbios patógenos y los de las radiaciones como los de las técnicas psicológicas y biológicas de control mental. Es de dominio público. Lo que en cambio ignora la mayoría de la gente es que a buena parte de esos biólogos, médicos y psiquiatras se les ofreció tras el Proceso de Nuremberg la amnistía -a pesar de sus crímenes- si accedían a trabajar para el Gobierno estadounidense. Y la mayoría aceptó. El proyecto se conocería como Paperclip y actualmente se sabe que uno de sus máximos gestores fue el ex Secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, judío de origen alemán posteriormente nacionalizado norteamericano según narra su propio biógrafo, Walter Isaacson. El resto de los grandes científicos alemanes pasaría a trabajar para los archienemigos comunistas… aunque todos ellos siguieron en contacto.

Tampoco sabe mucha gente que las relaciones entre el Gobierno estadounidense y los nazis fueron propiciadas en buena medida por el senador Prescott Bush, padre del cuadragésimo primer presidente de Estados Unidos -George Herbert Walker Bush- y abuelo del cuadragésimo tercero- George Walker Bush-. De hecho fue Prescott Bush, a través de su empresa Brown Harriman y con la ayuda del Union Bank Corporation, quien financió la campaña de Adolf Hitler para llegar al poder. Y lo hizo por mediación de la conocida familia Thyssen. Igualmente ignora la mayoría de la gente que Brown Harriman se convertiría con el paso del tiempo en la conocida contratista militar Halliburton a cuyo mando estaría el vicepresidente del tercer Bus: Dick Cheney.

Por su parte, el complejo fármaco-biológico IG Farben -propietario de la multinacional farmacéutica Bayer- fue financiado desde el principio por una empresa de la familia Rockefeller, la Standard Oil, lo que liga a las industrias petroleras y farmacoquímica. Es más, Allen Dulles, posterior Director de la CIA, trabajaba para Rockefeller y era el contacto en Alemania con IG Farben. Pues bien, ya en 1951 Erin Traub -jefe del programa de armas biológicas de Hitler- trabajaba para el Departamento de la Marina investigando 40 cepas de virus muy contagiosos. En suma, las conexiones entre la industria farmacéutica, el nazismo y determinados gobiernos se asentaron en aquélla época.

Pero volvamos a las confesiones de la portavoz gubernamental Jeanne Cono. Ésta, en el video ya mencionado, cuenta que en 1953 Estados Unidos comenzó un programa «ofensivo» de guerra biológica con «unos medios modestos» en las instalaciones de Fort Detrick, cerca de Maryland (EEUU) al terminar el cual «se desarrollaron siete agentes incapacitantes, incluido el ántrax». Sin embargo, el libro La historia de Fort Detrick, escrito por el que fuera Relaciones Públicas de las citadas instalaciones, Norman Covert, demuestra que no eran precisamente «humildes». En sus 500 hectáreas de extensión trabajaban ¡300 científicos y 250 microbiólogos -40 de ellos catedráticos- así como 150 especialistas -entre ellos matemáticos y patólogos- además de otras 1.000 personas cualificadas! De hecho usaban anualmente 900.000 ratas, 50.000 conejillos de indias, 2.500 conejos y 4.000 monos así como numerosos caballos y otros animales.

Secretos de un lado y otro

Hoy sabemos que las investigaciones sobre armas biológicas de ambos bloques se hicieron «algo más que en paralelo». En realidad los secretos fluyeron a través de agentes dobles. Algunos tan importantes como el banquero Lord Rothschild, perteneciente al famoso grupo Los cinco de Cambridge.

Todo apunta pues a que detrás de ambos bloques estaban las mismas personas. Personas que alimentaron la desconfianza y el temor entre los dos bandos con el único objetivo de potenciar la carrera armamentística y ganar dinero a espuertas. Incluso creando amenazas inexistentes.

Un buen ejemplo es el Informe Iron Mountain (Montaña de hierro) de 1963 sobre los peligros potenciales para el mundo de finales del siglo XX encargado a la Corporación Rand que aludía especialmente al problema de la superpoblación. «Para mantener la paz en el interludio hacia el nuevo milenio -se decía en él- es preciso manejar el incremento de la población mundial». ¿Y eso que significaba? Hubo quien lo entendió muy bien. Hombres como David Rockefeller y Henry Kissinger llegaron públicamente a manifestar pronto con frialdad y cinismo que «la guerra es necesaria para el progreso económico, político y social». Agregando:»La guerra es imprescindible para la supervivencia del sistema tal y como lo conocemos hoy».

Solo que la guerra como «arma de despoblación» tenía que ser «mejorada con otros agentes. En el citado y polémico informe se lee por eso lo siguiente: «Una alternativa viable para ir a la guerra podría ser generar una amenaza exterior de suficiente magnitud como para que la ciudadanía pida una reorganización y acepte lo que dicte la autoridad política». También se buscó cómo eliminar pueblos sin destrozar sus infraestructuras. Y de hecho se desarrolló una bomba capaz de asesinar poblaciones enteras sin afectar sus edificios e instalaciones.

Es más, entre las propuestas realizadas por el mencionado grupo de «intelectuales» y expertos se planteó sin tapujos que «una alternativa a la guerra podría ser la generación de enemigos ficticios [terrorismo]». Y otros fueron aún mucho más allá a la hora de afrontar el «problema» de la superpoblación del mundo porque llegaron a recomendar «la destrucción ecológica» hablando de «un comprensible plan eugenésico» propiciado por un «medio ambiente destructivo».

El conocido investigador Leonard Horowitz afirma haber descubierto memorandos secretos de carácter sanitario con ese mismo fin. Entre ellos un programa especial para difundir un virus causante de cáncer que data de 1962. Asevera que incluso llegaron a difundirse virus capaces de provocar leucemia, linfomas, tumores de mama, herpes, gripe, mononucleosis, meningitis… Microbios en cuyos experimentos se usó al principio como cobayas lo que tenían más a mano: ¡sus propios soldados! Y si le parece inconcebible sepa, por ejemplo, que una investigación del Congreso estadounidense revelaría que numerosas esposas de militares norteamericanos de tierra recibieron complejos vitamínicos que contenían uranio 239 y plutonio 241 altamente radiactivo provocando multitud de abortos y fallecimientos tanto entre ellas como entre sus bebés.

Según esa misma investigación entre los años 1910 y 2000 se llevaron a cabo cerca de ¡20.000 experimentos! con población civil estadounidense. Por ejemplo, radiando a pacientes con uranio y plutonio ¡en hospitales! Y eso con el consentimiento de las «agencias de salud» del Gobierno norteamericano. Se sabe asimismo que en 1968 el Pentágono probó un arma biológica mortal ¡en el metro de Nueva York! ubicando personal en los hospitales para monitorizar los resultados. Como se sabe igualmente que en 1972 cuatrocientos norteamericanos de raza negra fueron infectados con una bacteria que provoca sífilis en un experimento que duró varias décadas, estaba dirigido por el Servicio Público de Salud y se bautizó como Tasquidee Experiment. Tiempo después algunos de los supervivientes serían «indemnizados» por el Gobierno. Lo patético es que la razón alegada para llevarlo a cabo es que entonces el colectivo negro se veía en Estados Unidos como un «potencial enemigo» debido a la lucha capitaneada por Martin Luther King y Malcom X.

Agregaremos que Israel también efectuó sus propios experimentos en este campo (vea el recuadro adjunto).

La Convención de Ginebra

Oficialmente el presidente Richard Nixon renunció al uso de armas biológicas en el marco de la Convención de Ginebra de 1969 que prohibió este tipo de armas. Y William Patrick III, jefe de guerra biológica en Fort Detrick, afirmaría que «con Nixon se destruyeron todas las cepas». Una afirmación tan importante -porque fue él quien dirigía a los que desarrollaron el ántrax- como falsa. Según la revista Nature la verdad es que en el programa de guerra biológica estadounidense no cambió nada… salvo la percepción de la opinión pública. De hecho el presupuesto para guerra biológica pasó ese mismo año de 21’9 millones de dólares a 23’2.

Sencillamente las cepas se trasladaron -parece que temporalmente- a otras instalaciones en Pine Bluff (Arkansas, EEUU). Ese año, según el ya mencionado Horowitz, el departamento de guerra biológica tenía ya cepas con virus capaces de causar linfomas, leucemia y gripe listos para distribuir a las industrias farmacéuticas. Y el Ministerio de Defensa pidió al Congreso 10 millones de dólares -de los de entonces- para desarrollar agentes biológicos a través de la Academia Nacionalde las Ciencias. Es decir, casi la mitad de lo que habían empleado para esa investigación ese año. Hoy se sabe que algunos de esos agentes biológicos eran al parecer idénticos a los que luego conformarían el VIH.

Lo singular es que las instalaciones de Forte Detrick, desarrolladas para crear armas biológicas, se reconvertirían en 1971 en un centro de investigación sobre cáncer: el Instituto del Cáncer cuyo director fue Roy Ash. ¿Y quién era ese hombre? Pues el cofundador y presidente de Litton Industries y, posteriormente, director de la Oficina de Gestión y Presupuestos con los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford (entre 1973 y 1979). Solo que Litton Industries era la empresa matriz de Littton Bionetics, el mayor contratista del ejército norteamericano en ese tiempo y la empresa para la que -¡oh, casualidad!- trabajaba entonces uno de los presuntos «descubridores» del virus del Sida: Robert Gallo (vea el recuadro adjunto).

Cabe añadir que a su llegada a puestos de responsabilidad en la Administración Nixon el propio Kissinger requirió al almirante Zumwalt un reordenamiento de la sección de armas biológicas. Y asesorado por él, según cuenta nada menos que Walter Isaacson, Manager -Editor de la prestigiosa revista Time y biógrafo de Kissinger, éste eligió la opción de desarrollar armas biológicas -como el Sida y el Ébola- para lograr la «depoblación mundial». Para lo que firmó un contrato encargando de ello a la empresa Litton Bionetics.

La extensión del Ántrax

Experimentando en 1979 con ántrax los rusos cometieron un error que produjo varios muertos. Bueno, pues poco después Kanetjan Alibekov, uno de los mayores expertos soviéticos en ese campo, se pasaba a Occidente cambiando su nombre por el de Ken Alibeck. ¿Y con quién empezó a colaborar? Con el ya citado William Patrick III. Pues bien, ese mismo ántrax fue el que llegaría al Irak de Sadam Hussein. Y lo hizo a través ¡del Departamento de Comercio de Estados Unidos! que en la década de los 80 le dio una licencia del American Type Culture Collection. Este dato está publicado en el «BOE» de Estados Unidos. La fotografía de aquella época en la que se ve a Donald Rumsfeld -Secretario de Defensa con George Bush hasta hace unos meses- estrechando la mano de Sadam Hussein es significativa. Al menos para el doctor Leonard Horowitz, autor del extraordinario vídeo In lies we trust (En las mentiras creemos) donde -entre otras muchas otras cosas- se deja claro que la vacunación contra el ántrax fue el auténtico origen del llamado Síndrome de la Guerra del Golfo -cuyos síntomas eran fatiga crónica, gripe recurrente y baja temperatura corporal- que afectaría a miles de soldados norteamericanos. Con el tiempo terminaría descubriéndose que la razón fue un micoplasma que había en la vacuna que se proporcionó a los soldados.

Curiosamente, el Baylor College of Medicine -a cuya junta pertenecía George Bush padre- trabajó con diversos agentes de guerra biológica, incluido los micoplasmas. Y según el investigador Garth Nicholson esos estudios estaban relacionados con la compañía contratista del Gobierno norteamericano Tannox Biosystem que también vendió armas biológicas a Irak. Bueno, pues resulta que uno de los propietarios de esa empresa era James Baker III, Secretario de Estado entre 1989 y 1992 con George Bush padre y hoy día capitoste del todopoderoso lobby Carlyle Group. Leonard Horowitz afirma con rotundidad: «Los militares que fueron a la Guerra del Golfo fueron usados como cobayas».

No olvidemos tampoco que las propias autoridades estadounidenses terminarían confirmando que las esporas de ántrax que llegaron en sobres a algunos edificios gubernamentales estadounidenses los días posteriores al 11-S -infectando a 27 personas de las que 5 murieron- y que en principio se achacaron a un ataque terrorista árabe salieron ¡de laboratorios ligados al propio ejército norteamericano! El FBI constataría que habían salido de contratistas militares como DGP y Aerosol Science Labs (BMI: Battle Memorial Institute) que facilita material de guerra biológica y el programa de adquisición de vacunas a través de los proyectos Jefferson y Clearvision. Curiosamente, Cipro -la única cura para el ántrax- lo desarrolló la empresa Bioport que dirigía el ex almirante y ex embajador norteamericano en Inglaterra William Crowe. Y dígasenos, ¿a alguien le parece normal tanto militar dirigiendo empresas biológicas farmacéuticas?

William Patrick III, fallecido recientemente, era además muy «intuitivo». Porque en 1999 escribió un memorando en el que, ¡qué casualidad!, alertaba del peligro de posibles envíos de ántrax ¡en sobres! Probablemente algo nos podría haber aclarado de esto el investigador especializado en Biodefensa Bruce Ivins quien al final terminaría siendo acusado oficialmente de ser el responsable del envío de los sobres con ántrax pero el pasado 29 de julio del 2008 se «suicidó». Claro que ya sabemos que en Estados Unidos son muchas las personas detenidas por asuntos turbios importantes que han tenido la mala costumbre de quitarse la vida. Aunque no deja de ser curioso que ese paso sólo suelen darlo quienes pueden implicar a altos cargos.

Será que son unos «desequilibrados». El FBI, por ejemplo, dijo que Ivins era «un sociópata vengativo que no soportaba ser el blanco de la investigación». No importa que sus compañeros de trabajo lo negaran rotundamente y recordaran que era voluntario de la Cruz Roja, tocaba el teclado en una iglesia y se trataba de un hombre hogareño al que le gustaba cuidar el jardín y no alguien violento. Es más, ninguno se creyó -y así lo manifestaron- que se hubiera suicidado.

Lo que pocos recuerdan es que antes de acusar a Ivins la policía había señalado a Ayaad Assas, un científico árabe de Fort Detrick, como posible causante. Y que el propio Ivins salió en su defensa. ¿Y quién lo acusó de ello? Un compañero de origen judío, el doctor Zack, que fue expulsado de las instalaciones por acosar a Assas. Lo que nadie entiende es que habiendo sido así las cámaras de esas vigiladísimas instalaciones grabaran tras su expulsión a Zack entrando tranquilamente en ellas. Añadiremos que también Assas negó a un periódico del área de Fort Detrick que Ivins se hubiera suicidado.

Armas genéticas

Pero retomemos el hilo. Porque el lector debe saber que el plan de despoblar la Tierra no era un simple dislate. Fue aprobado. Estaba ya en marcha a comienzos de la década de los 70. El Memorando de Seguridad Nacional 200 de 10 diciembre de 1974 hablaba explícitamente de «la depoblación del Tercer mundo» por encargo del Grupo de Armas Nucleares presidido por Henry Kissinger, entonces asesor de Seguridad Nacional de Richard Nixon. En él puede leerse lo siguiente: «Hay un gran riesgo para el sistema económico, ecológico y político si el sistema comienza a fallar. Y para nuestros valores humanitarios (…) Los habitantes de las ciudades pueden, aunque no lo parezca en un principio, integrarse en una fuerza violenta que ponga en riesgo la estabilidad política. En relaciones internacionales los factores poblacionales son cruciales y a veces determinan los conflictos violentos de las áreas en desarrollo. No hay una estrategia única sino que existen simultáneamente diferentes opciones que deben ser sopesadas para países y poblaciones diferentes». Para Horowitz no hay duda: la decisión de despoblar África fue lo que llevó a la creación y difusión en ese continente de los retrovirus. Entre ellos, el Ébola y el VIH causante del Sida.

Salvajes asesinatos

Hace apenas unos meses -a principios de julio del 2008- dos «estudiantes» franceses que estaban haciendo el doctorado en Microbiología, Laurent Bonomo y Gabriel Ferez, fueron salvajemente asesinados en Inglaterra. La noticia apareció en todos los medios de comunicación. Sin embargo, informaciones aparecidas en otros medios ingleses -incluida una cadena de televisión- decían que a pesar de su juventud se trataba de dos auténticos expertos en Microbiología que habían trabajado en un laboratorio de Indonesia. ¿Y sobre qué? Sobre ¡la gripe aviar!

En esas mismas fechas el Gobierno indonesio revelaba que acababa de descubrir un laboratorio clandestino bautizado como Namru-2 que llevaba trabajando en el país desde hacía 30 años bajo el patrocinio del London’s Imperial College que da la «casualidad» que fue ¡la institución que descubrió el brote de gripe aviar! Así que el Gobierno indonesio dio la orden al estadounidense de que desmantelara de inmediato el laboratorio con el argumento de que no había conseguido ninguno de los objetivos para los que se autorizó y además se dedicaba al espionaje. Fuentes oficiosas afirmarían que en él se estaban en realidad desarrollando armas biológicas contraviniendo explícitamente el tratado firmado en su día con los indonesios.

Curiosamente, por entonces el jefe del Pentágono era Donald Rumsfeld quien posteriormente sería nombrado director de la empresa Searle y miembro del consejo de administración de Gilead Sciences, creadora del famoso Tamiflu, medicamento para combatir ¡la gripe aviar! Lo que ha llevado a muchos investigadores a plantearse seriamente si ese laboratorio no obtuvo tan rápidamente un fármaco para tratar la gripe aviar precisamente porque conocía muy bien cómo funcionaba.

La embajada norteamericana en Indonesia protestaría por la decisión de cerrar Namru-2 argumentando que en él se llevaban a cabo investigaciones muy útiles sobre enfermedades infecciosas a lo que el Ministro de Defensa indonesio, Juwono Sudarsono, contestó escuetamente que a partir de ese momento sólo garantizaban la inmunidad diplomática a dos de los miembros del laboratorio (invitamos al lector a leer en nuestra web –www.dsalud.com– el reportaje que con el título La gripe aviar, el Tamiflu y el negocio del miedo publicó Antonio Muro en el nº 82 de la revista).

El Síndrome Respiratorio Agudo (SARS)

Recordemos asimismo que en el 2003 el prestigioso epidemiólogo italiano Carlo Urbani, de 46 años, moría víctima del Síndrome Respiratorio Agudo (SARS), una «nueva» enfermedad provocada por un extraño virus que precisamente él mismo había conseguido «detectar» y gracias al cual se pudo atajar su propagación en Vietnam. Solo que el SARS es también conocido como «neumonía asiática» porque se caracteriza -otra «casualidad»- por afectar especialmente a los genotipos raciales «asiáticos». De ahí que haya quien ha relacionado esta «nueva enfermedad» viral con el ya mencionado laboratorio de Indonesia. Es más, algunos afirman directamente que probablemente allí se desarrolló la gripe asiática que sería pues una enfermedad diseñada para atacar el ADN de la población de ese continente. Y si cree que se trata de fantasías le diremos que para el periodista Benjamín Fulford, ex editor de la conocida revista Forbes en Canadá, todo indica que el SARS forma parte de la guerra biológica para detener el poderío de los chinos. Se trataría pues de un «arma étnica».

Para Horowitz y el investigador Richard Preston el Ébola podría ser de hecho otra «arma étnica». Y se apoya para pensarlo en el hecho de que su área de influencia se circunscribe a la población africana. Apareció por primera vez en 1967 en tres diferentes lugares de experimentación matando a 7 personas e infectando de gravedad a otras 30. Solo que esas cepas eran las mismas con las que investigaba el suministrador de monos para experimentación y contratista del ejército americano del que y hemos hablado Litton Bionetics. Para Richard Preston lo prueba que el primer brote de Ébola salió de una cueva de Sudán que -¿cree el lector que se trata otra vez de una casualidad?- estaba cerca de las instalaciones de Bionetics en África. Leonard Horowitz va más allá y en su libro Virus emergentes: Sida y Ébola afirma: «El rhabdo sarkoma que utilizaron crearía el Ebola. Entre 1965 y 1967 los experimentos de Litton Bionetics llevaron a la eclosión del Ébola. La característica de estos virus artificiales es que mutan con mucha más facilidad que los naturales. El segundo brote de Ébola en Uganda se sospechó que había sido implantado por la CIA porque era idéntico al otro y la única explicación para ello es que había estado guardado en cámaras refrigerantes».

Y es que todo esto lleva décadas fraguándose. Ya en los años 80 del pasado siglo XX se dice en un esclarecedor documento titulado Revolution in military affaires (Revolución en los asuntos militares) que se encargó al US Army War College que era hora de replantearse el tipo de armas del futuro. Y en él se habla directamente de desarrollar armas microbiológicas porque son igualmente mortales pero lo hacen lenta y disimuladamente. Armas que englobarían el uso de tóxicos químicos, biológicos y electromagnéticos, incluyendo «microorganismos modificados genéticamente» para hacer que la gente enferme. El informe explica incluso que para lograrlo era preciso usar todos los medios de comunicación de masas cuyo papel sería fundamental ya que había que conseguir que la gente adoptara nuevos estilos de vida incluyendo la «pastillización de la vida». Es decir, que la gente se acostumbrara a tomar ¡pastillas para todo! Y que lo han conseguido es obvio. Hace apenas tres décadas casi nadie acudía a los farmacias y el número de enfermedades era infinitamente menor. La inmensa mayoría de la gente no tomaba fármacos. Hoy ingiere todo tipo de productos que no curan nada y encima tienen efectos secundarios tan graves que muchos pueden llevar a la muerte. ¡Y se considera normal!

El citado documento avisa también de que evidentemente tales políticas «podrían tener la oposición de individuos no condicionados» -es decir, de personas que piensan por sí mismas- por lo que remarcaba que los medios de comunicación tendrían que cambiar los valores de la población condicionándolos para la adopción de esta nueva cultura de la enfermedad promovida por unas mentes pensantes englobadas en la corriente eugenista. Los autores de ese documento y quienes los desarrollaron fueron probablemente los mismos que inspiraron el nazismo y la corriente del ecologismo hoy en boga que sostiene que el ser humano es un problema para el ecosistema. Solo así se entiende que el Príncipe Felipe de Inglaterra, por ejemplo, afirmara en agosto de 1988 en una entrevista que concedió a la Deutch Press Agentur que «en caso de reencarnación me gustaría hacerlo como un virus mortal para contribuir a solucionar el problema de la superpoblación».

Ya el famoso filósofo Bertrand Russel -defensor de la «selección de la raza humana»- escribió extensamente en El impacto de la ciencia en la sociedad acerca de cómo las vacunas con mercurio y otros tóxicos harían que la gente desarrollara «lobotomías químicas que los volverían zombis»; es decir, manejables y sumisos.

Lo singular, según Horowitz, es que una de las razones de que todo esto haya sido posible es que se ha logrado hacer creer a la gente que vacunación (proceso artificial) es lo mismo que inmunización (proceso natural de protección cuando el organismo se expone a un agente). Siendo eso lo que ha permitido inocular todo tipo de virus a través de las vacunas.

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Robert Gallo y la verdad del origen del Sida

Cuando en 1997 el Dr. Robert Gallo – durante años considerado codescubridor del virus del Sida junto a Luc Montagnier – daba una conferencia en Vancouver (Canadá) el doctor Leonard Horowitz le preguntó públicamente si el VIH no tenía en realidad algo que ver con sus experimentos con los monos que la empresa Litton Bionetics había llevado a Nueva York para probar vacunas para la hepatitis B. Gallo se removió incómodo en la silla (puede verlo en vídeo entrando en Youtube y escribiendo Gallo, AIDS, Horowitz) y entonces, enseñando unas publicaciones científicas de 1970 de la National Academyof Scientist, Horowitz acusó a Gallo de haber mezclado virus causantes de leucemia, linfoma y sarcoma de diferentes cepas animales para crear el VIH ¡quince años antes de que fuera detectado por el departamento de salud norteamericano! La respuesta de Gallo fue: «El virus del Sida no pudo ser creado artificialmente a menos que se fuera un genio. Existía antes de que fuera ‘aislado'».

A lo que Horowitz le respondió que el virus SV40, componente del VIH, llegó a Estados Unidos en 1978 en la vacuna contra la hepatitis B que se inyectó a los homosexuales. Jonathan Man, director de asuntos sobre Sida de la Organización Mundialde la Salud (OMS), respondería tras escuchar a Horowitz que «más que un asunto médico el Sida es una imposición sociológica y política».

Y así es realmente: en el vídeo In lies we trust el lector puede escuchar al entonces jefe de la división de vacunas de Merck, Maurice Hilleman, explicando cómo trajeron los monos de África contaminados con SV40 que llegaron a Nueva York vía Madrid que según Horowitz introdujeron el virus del Sida. Agregaremos que según Horowitz el SV40 fue igualmente introducido en la vacuna de la polio en la década de los sesenta.

El Gobierno israelí accedió a que Estados Unidos experimentase con miles de jóvenes

El Gobierno de Israel accedió hace casi sesenta años a que se experimentase con miles de jóvenes sefarditas si los rayos X producen cáncer. Así lo revelaría en el 2003 el documental 10.000 radiaciones producido por Dimona Produccionesque dirigieron Asher Khamias y David Balrosen causando horror en Israel al demostrar que en 1951 el Director General del Ministerio de Salud israelita, Chaim Sheba, voló a Estados Unidos y volvió con siete aparatos de rayos X proporcionados por el ejército estadounidense. Aparatos que fueron usados en un experimento masivo que tuvo por cobayas a una generación completa de niños y jóvenes sefarditas. Seis mil murieron a poco de recibir sus dosis, muchos otros desarrollaron cánceres que les terminarían llevando a la muerte y otros padecen aún hoy dolores de cabeza crónicos, amnesia, psicosis, epilepsia y alzheimer.

Los padres de los niños fueron engañados diciéndoles que se les enviaba a «viajes escolares» y que las radiaciones eran un moderno tratamiento para evitar la peste del cuero cabelludo.

Y no era la primera vez. Nada más proclamarse el estado de Israel niños de origen yemenita fueron secuestrados por el propio Gobierno y enviados a Estados Unidos para ser utilizados en experimentos nucleares. La razón es que el Gobierno estadounidense acababa de prohibir experimentar en seres humanos y no podían hacerlo con estadounidenses. El Gobierno israelita accedió a proporcionar personas para ello a cambio de dinero y ayuda nuclear. Todos estos datos fueron corroborados en su día por el rabino de Jerusalén David Sevilla.

Revista DSalud, número 114, Marzo, 2009
http://www.dsalud.com/index.php?pagina=articulo&c=17

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(libro) El lado oscuro de Google

Publicada el 21/10/2013 - 04/10/2020 por Ecotropía

Entre las bondades que Google difunde de sí misma no están las 133 webs censuradas en Europa, el sometimiento a las presiones censoras del Gobierno chino o la cancelación de la publicidad del grupo ecologista Oceana 36 para evitar problemas con uno de sus inversores: la Royal Caribbean Cruise Lines. Solo tres ejemplos de como Google Corporation viola los principios de neutralidad y libertad de acceso y expresión en la Red para salvaguardar sus propios intereses.

Por Colectivo Ippolita

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Las mayorías de pacientes*

Publicada el 08/09/2013 - 12/05/2021 por raas

Cuando el poder diagnóstico de la medicina multiplica a los enfermos en número excesivo, los profesionales médicos ceden la administración del sobrante a oficios y ocupaciones no médicas. Al desecharlos, los señores de la medicina se libran de la molestia de la atención de bajo prestigio e invisten a policías, maestros o jefes de personal con un poder médico derivativo. La medicina conserva la autonomía sin trabas para definir lo que constituye la enfermedad, pero tira sobre otros la tarea de hurga en busca de enfermos y de proveer para sus tratamientos.

Por Ivan Illich

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La publicidad como ideología capitalista

Publicada el 14/08/2013 - 02/12/2021 por raas

Que la publicidad juega un papel importante y relevante en la configuración cultural del orden moderno es una de las hipótesis centrales de una sociología del consumo. En efecto, el capitalismo en constante proceso de expansión y globalización requiere para funcionar y ser eficiente un aparato publicitario que genere las condiciones culturales e ideológicas para la reproducción del sistema político y económico vigente. Si bien el acto publicitario se conoce desde las primeras civilizaciones de Occidente -Grecia, Roma- es en el orden moderno donde adquiere el sentido económico y racional que tiene hoy.

Por González Llaguno

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Humanidad XXI

Publicada el 19/07/2013 - 24/02/2021 por Ecotropía

Pese al caos socio-económico-cultural que impera en el mundo, fluye nítidamente (para quien se predisponga a discernirlo) un manantial de vivencias trascendentales. Nada de ello puede definirse como «sobrenatural», «paranormal» o «parapsicológico», ni como «estado alterado de la consciencia». Se trata de nuestra fibra espiritual suprema, hoy en vías de florecer sin condicionamientos, en un mundo donde cada día hay más instituciones o sectas disputando la titularidad de Dios, y más individuos agobiados por una trivialidad atroz.

Por Miguel Grinberg

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Las diez peores prácticas de la industria farmacéutica

Publicada el 06/07/2013 - 07/12/2020 por raas

El divulgador británico Ben Goldacre denuncia en su libro «Mala farma» las conductas escandalosas de las multinacionales farmacéuticas.

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Trampas mortales de la ciudad prisión

Publicada el 01/07/2013 - 07/12/2020 por raas

Por raas
raas@riseup.net
Junio-julio de 2013

Hay una gran avenida plagada de máquinas automovilísticas
cemento excesivo, nada de verde y cámaras por todos lados
el ambiente respiraba tensión asfixiante
conglomerado de sujetos deambulando mirando sin ver y viceversa.

Los autos iban y venían sin dirección alguna,
un detalle no cuajaba en el gris escenario
treinta centímetros o más de agua
semiocultaban los neumáticos de las topadoras inertes.

Y algo todavía menos percibido aún,
peces y pingüinos luchando sin chances contra
la marea enfurecida y multidireccional,
aunque muchos ya habían perdido la batalla desigual.

Y amontonados por todos lados
resultaban serios escollos para los maquinistas,
ensordecidos y apresurados que ni siquiera procuraban esquivar
lo que parecían ser animales sin valor alguno.

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La recolonización en marcha acelera el paso

Publicada el 29/06/2013 - 02/12/2021 por Ecotropía

I “Cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía”. Con esa sentencia, el blog El Muerto cubrió el acuerdo y el festejo con que representantes oficiales de Uruguay y EE.UU., como entidades soberanas e iguales, seguramente, han firmado, en realidad registrado el obsequio que los militares estadounidenses le han hecho al SINAE (Sistema Nacional de Emergencias), del Uruguay.

Por Luis E. Sabini Fernández
luigi14@gmail.com Seguir leyendo «La recolonización en marcha acelera el paso» →

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Los intelectuales y el poder

Publicada el 07/04/2013 - 26/05/2021 por Ecotropía

Entrevista con Michel Foucault por Gilles Deleuze*

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(libro) El arte de amar

Publicada el 03/03/2013 - 29/06/2022 por Ecotropía

El arte de amar es un libro escrito por el sociólogo, psicólogo, filósofo y marxista judío alemán Erich Fromm, miembro de la llamada Escuela de Frankfurt. El libro se publicó originalmente en inglés con el título The Art of Loving (1956).

Por Erich Fromm

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El miedo y el gobierno de las pasiones

Publicada el 24/02/2013 - 26/05/2021 por Ecotropía

Si hay un rastro emotivo que haya sido dominante en estos tres últimos años, éste es el del miedo. Miedo e impotencia. Miedo y resignación. Miedo y resentimiento. Pero siempre miedo. La crisis es el tiempo del miedo: a perder el trabajo, a no encontrar empleo, a ser expulsado, a no renovar la residencia, a ser robado, a los otros, a amenazas indefinidas o inconfesables, a casi todo. La incapacidad de articular respuestas eficaces a los ataques sobre los derechos laborales y sociales, o incluso la imposible solidaridad respecto de los pocos conflictos que se han planteado aparece siempre anclada en el miedo.

Por Observatorio Metropolitano

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Sobre el azúcar

Publicada el 17/02/2013 - 26/05/2021 por Ecotropía

Lo que ocurre con el azúcar moreno es difícilmente comprensible. Este residuo no tiene la pureza del azúcar blanco (ni por tanto su efecto psicotrópico) y sí en cambio infinidad de productos perjudiciales acumulados durante su procesado industrial. No obstante goza de alta estimación entre muchos ecologistas y naturistas, que creen que es mejor que el azúcar blanco.

Por Ekintza Zuzena

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De la lucha al victimismo. Reflexionando sobre los feminismos y su trayectoria

Publicada el 07/02/2013 - 26/05/2021 por Ecotropía

«Cierto es que el movimiento por los derechos de la mujer ha roto muchas viejas cadenas, pero igualmente ha forjado otras nuevas (…) Su limitado y puritano planteamiento destierra al hombre, como elemento perturbador y de carácter incierto, de su vida emocional (…) Sin embargo, la libertad femenina está estrechamente vinculada a la libertad masculina. Desafortunadamente, es esa limitada concepción de las relaciones humanas la que ha dado lugar a la gran tragedia entre los hombres y las mujeres modernos…» Goldman, Emma: «La tragedia de la emancipación femenina», 1906.

Por Luco
luquitomendiondo@hotmail.com

«No somos ni fuimos feministas, luchadoras contra los hombres. No queríamos sustituir la jerarquía masculina por una jerarquía femenina. Es preciso que trabajemos y luchemos juntos. Porque si no, no habrá revolución social.»

La primera vez que leí este testimonio en el prólogo a la obra de Ackelsberg: Mujeres Libres, el anarquismo y la lucha por la emancipación de las mujeres (1999) mi desconcierto no fue menor que el que manifiesta la autora. Me resultó sorprendente que, para aquellas mujeres que pelearon por la liberación de la mujer de su esclavitud de ignorancia, esclavitud de mujer y esclavitud de productora (Mujeres Libres, 1936) en el contexto de la lucha anarcosindicalista de los años treinta españoles, feminismo fuera sinónimo de lucha contra los hombres o deseo de remplazar una jerarquía masculina por una femenina. Sin embargo, a medida que fui profundizando en las teorías feministas de la segunda mitad del siglo pasado, extrayendo conclusiones acerca de lo que para unas y otras autoras significaba el Patriarcado y como se configuraban las relaciones de género, llegué a comprender en qué diferían las aportaciones de estas y otras mujeres de la época que lucharon por la emancipación femenina –y consideradas actualmente antecesoras del llamado feminismo de la Segunda Ola– y las de sus supuestas herederas.

Mientras para las primeras el objetivo era alcanzar la libertad y la igualdad en la diferencia de los sexos, para las segundas el objetivo será el desmantelamiento del Patriarcado, concebido como sistema político, entendiendo por política el conjunto de relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el poder, en virtud del cual un grupo de personas quedan bajo el control de otro grupo (López Pardina. En el prólogo a Beauvoir, 2002, p.22).

A partir de este momento y bajo una perspectiva marxista, el Patriarcado deja de ser considerado el marco en el que se desarrollan las relaciones entre los sexos –relaciones que ambos sexos construyen– para ser el sistema de explotación por medio del cual los hombres someten a las mujeres.

Aquellas teóricas y militantes de las primeras décadas del siglo XX, no habían leído El segundo sexo de Simone de Beauvoir –que no llegaría hasta unos años después–, ni manejaban la idea de género que Gayle Rubin popularizó en su Tráfico de Mujeres en 1975. Entendían la relación de los sexos dentro del marco del continuo entre los sexos, sin perderse en debates sobre lo natural y lo construido. Pero sin dejar de oponerse a la desigualdad entre hombres y mujeres.

Para las mujeres miembros del colectivo Mujeres Libres, del mismo modo que para gran parte de las autoras consideradas feministas de su época como Goldman, Hildegart, Mead, e incluso Elianor Marx, la liberación de las mujeres no era posible sin la liberación de los hombres. El problema, a grandes rasgos, era la Autoridad. A partir de los años sesenta, con las aportaciones del llamado feminismo radical, el marco patriarcal queda definido como sistema de dominación. Así, el problema pasará a ser el hombre, definido primero como opresor y posteriormente como verdugo.

Las relaciones de género, establecidas en el contexto patriarcal, son la base explicativa sobre la que se asientan las prácticas feministas de las últimas décadas. Una base epistemológica sólida que aporta claves importantes para la comprensión de la vivencia actual que hombres y mujeres tenemos de nosotros mismos, nuestras relaciones y modos de estar en el mundo. Pero que se nos presenta como un monopolio omnicomprensivo desde el que explicar y atender la articulación del poder y la violencia ejercidos por los hombres en detraimiento de las mujeres, que a menudo resulta insuficiente para afrontar ciertos hechos.

Considero que la definición del Patriarcado y las relaciones de género ofrecida por las teorías feministas, al tiempo que explica la relación entre hombres y mujeres redefine las ideas de Masculinidad y Feminidad, cayendo en los mismos errores cometidos por los modelos epistemológicos anteriores sustentados en la naturalidad del orden patriarcal y que las teorías feministas se proponen desarticular; ofreciéndonos unos nuevos modelos de Hombre y de Mujer a los que no siempre se ajustan las múltiples vivencias de los individuos.

Las aportaciones de las llamadas feministas de la Tercera Ola y Postfeministas, así como las de muchos teóricos pre-feministas de comienzos del siglo pasado y las de otros autores a los que podemos considerar afeministas, nos ofrecen nuevas perspectivas desde las que evitar ciertos obstáculos y pensar la realidad sexual –o sea, de los sexos– de otra manera [1]. Pese a estas otras voces y sus prácticas, cada vez más visibles, la inmensa mayoría de las reflexiones feministas continúan girando en torno a las ideas desarrolladas por las diferentes fracciones feministas de la segunda mitad del siglo XX y que podemos resumir en tres premisas:
– La definición del Patriarcado como realidad totalizadora que justifica y mantiene la opresión de las mujeres.
– La explicación de toda interacción entre los sexos como relaciones de género, encontrándose la subordinación de la mujer implícita en la misma definición de relaciones de género y enfatizando el carácter construido –y por lo tanto modificable– de las diferencias entre los sexos.
– La consideración, por parte de algunos sectores feministas, de las relaciones privadas e intimas entre los sexos como formas políticas de violación (Hughes, 1994, p.42) y la consecuente división maniquea entre hombres y mujeres en verdugos y víctimas.

Evidentemente tales conclusiones o el mal camino que, a mi juicio, ha tomado la lucha feminista durante las últimas décadas, no desmerece el deseo compartido por la mayor parte de las mujeres de reclamar la igualdad de derechos con los hombres, verse liberadas del acoso sexual, gozar de derechos reproductivos, etc. Ser, en definitiva, reconocidas como individuos y –lo que es aún más importante– reconocernos a nosotras mismas como tales. Gran parte de los logros obtenidos en este sentido en las sociedades occidentales no habrían sido posibles –ni siquiera imaginables– de no haber sido por los esfuerzos de estas mujeres: desde las autoras más brillantes que nos facilitaron las herramientas teóricas necesarias para repensar la Cuestión de las Mujeres, hasta las que a diario plantan cara a sus maridos ante hechos cotidianos de injustificada discriminación.

Sin embargo, bajo la omnipresente opresión patriarcal y el rechazo de cualquier explicación alternativa, la victimización de las mujeres y la criminalización de las relaciones se presentan como única vía para la resolución de los conflictos entre los sexos. Olvidando que libertad es sinónimo de responsabilidad y que mostrando a las mujeres constantemente como víctimas inocentes se nos está definiendo también como incapaces, negándonos la autonomía que tantos siglos de lucha ha costado obtener.

Parte de las políticas emprendidas durante los últimos años desde el llamado feminismo institucional de la igualdad –aquel que a partir de los ochenta y de forma más generalizada en los noventa se introdujo en el seno de las instituciones democráticas y las disciplinas presuntamente científicas– son claro ejemplo de este victimismo. Sin embargo, la tendencia a la criminalización de los hombres o «lo masculino» por el hecho de serlo y la consideración de las mujeres como víctimas va más allá de los límites del juego democrático.

La intención de este artículo es invitar a la reflexión sobre cómo se fue gestando este victimismo en el seno de los movimientos feministas, qué tipo de cuestiones facilitaron su asentamiento como verdad política y cómo dificulta las relaciones entre hombres y mujeres también en nuestros espacios. Me gustaría poder decir que también pretende ofrecer algunas claves para superarlo y favorecer la lucha por la liberación de las mujeres y los hombres de la tiranía patriarcal, pero, sinceramente, no creo que dé para tanto.

1. Fábrica de víctimas:

Bruckner (1996, p.14) se refiere al intento característico de las sociedades postmodernas de gozar de los beneficios de la libertad sin sufrir ninguno de sus inconvenientes, como inocencia: enfermedad de la que adolece el individualismo postmoderno y se manifiesta, según el autor, en dos vertientes: infantilismo y victimización; que no son sino dos maneras de huir de la dificultad de ser. Mientras que el primero combina la exigencia de seguridad y protección con una avidez sin límites, manifestando el deseo de ser sustentado sin verse sujeto a ninguna obligación; la victimización es la tendencia del ciudadano mimado del paraíso capitalista a concebirse a sí mismo según los modelos de los pueblos perseguidos.

La victimización aparece como el proceso mediante el cual los individuos se auto-atribuyen la condición de víctimas y reclaman ser resarcidos por ello, especialmente por el Estado (Lidón y Ruíz, 2008, p.1). La falta de responsabilidad y de culpa, característica del niño-adulto, alimenta su sentimiento de víctima.

Como explica Dineen en su excelente obra Manufacturing Victims: What the Psychology is doing to people? (1996, p.18) hasta los años ochenta del pasado siglo el término víctima era reservado para aquellos que sufrían una catástrofe natural o un crimen violento. Víctima era quien padecía un daño causado por alguien ajeno o por algo que trasciende a lo humano –catastrófico–. Así, de acuerdo con esta autora, ser una víctima era, ante todo, una desgracia circunstancial: una situación contextual en la que la dominación, la violencia, el abuso o la mala fortuna han colocado a una persona en una posición de agravio.

Sin embargo, a partir de los ochenta, el término se fue psicologizando hasta tal punto que ahora puede aplicarse a cualquiera que, consciente o inconscientemente, se vea expuesto a situaciones de estrés, angustia o traumáticas. Sentimientos como la infelicidad, la angustia, el enfado, la culpa, la tristeza o el aburrimiento pueden interpretarse como síntoma de un trauma actual o pasado, de forma que cualquiera puede considerarse hoy víctima y, por lo tanto, gozar de los beneficios de esta situación.

Ser víctima deja de ser entonces un accidente o circunstancia para convertirse en un atributo: un rasgo característico que define el modo de ser persona, qué papel representar frente a los demás y frente a las instituciones sociales. Ser o sentirse víctima puede ser también, por consiguiente, una estrategia. (Lidón y Ruíz, 2008, p.2).

La victimización es hoy una estrategia de poder. La existencia de un Estado garantista hace que mostrar la propia debilidad, nuestra inocencia frente a los hechos en los que no participamos como agentes sino como meros receptores, resulte más eficaz que mostrarnos como agentes activos. Tal y como lo expresa Hughes (1999, p.19), parecer fuerte puede ocultar simplemente un tambaleante andamiaje de negación de la evidencia, mientras que ser vulnerable es ser invencible.

A ninguno nos son ajenas las constantes denuncias a las empresas tabacaleras por parte de los enfermos de pulmón o los pleitos, tan de moda en Estados Unidos, contra los restaurantes de fast food. Como ejemplo de este tipo de acontecimientos, Verdú (1996, p.98) relata el caso de una señora de Alburquerque que en 1994 obtuvo una indemnización de 1,2 millones de dólares por haber sido víctima de quemaduras de segundo grado provocadas por una taza de café en un McDonald´s. Según el autor, que se refiere a este hecho para evidenciar la tendencia a lo más –en este caso lo más caliente– propia de la cultura norteamericana, el café estaba a 180º Farenheit (75ºC). ¿Realmente alguien puede cometer la imprudencia de beberse un café a esa temperatura y culpar a otros de las consecuencias? Hoy sí.

Este recurso de la victimización tiene un lado mezquino: las personas pueden llegar a apropiarse del dolor y de las experiencias de otros para justificar banalidades, llegando incluso a acusar de fanatismo a todo aquel que cuestione su autoproclamado martirio. Según esta lógica, nadie se atrevería a cuestionar la palabra de la víctima más que los insensibles cómplices de los victimizadores. Haciendo del discurso victimista la retórica maniqueista por excelencia.

Esta impostura, muchas veces, no es consciente o intencionada. El victimizado, se siente realmente una víctima. Privado de sus relaciones comunitarias, su responsabilidad, su capacidad para tomar decisiones, etc., infantilizado, en suma; la auto-victimización es el único recurso con el que cuenta para afrontar los hechos. Y donde hay una potencial victima hay un negocio, desplegándose toda una red de servicios jurídicos, preventivos, terapéuticos y asistenciales.

1.1. Las mujeres como paradigma del victimismo occidental.

El victimismo del que adolecen las principales propuestas del feminismo es uno de los mejores ejemplos de este proceso de victimización masiva e institucionalización de la individuación.

Estoy convencida de que los innumerables logros de la lucha feminista de los últimos tiempos han beneficiado tanto a los hombres como a las mujeres. Hombres y mujeres podemos hoy como nunca antes elegir nuestro propio destino gracias a la flexibilización –que no erradicación– de los modelos clásicos. Si bien esto no ha significado que los conflictos entre uno y otro sexo hayan desaparecido, sino que, por el contrario, parecen hoy más obvios e irresolubles.

Las mujeres son parte activa de la estructura básica del Patriarcado y no un mero recurso sobre el que actúan y al que utilizan los hombres. Si no se contempla esto así, dejan de ser vistas como agentes activos de la construcción social en general y, además, como protagonistas de su propia liberación.(Osborne, 2009, p.19)

En la actual retórica feminista asumida incluso a nivel institucional [2] persiste, sin embargo, el empeño de obviar o silenciar los logros de esta liberación e interpretar cualquier dificultad o retroceso como síntoma de la dominación masculina, impidiendo cualquier avance en la lucha conjunta contra la discriminación.

La violencia contra las mujeres por el hecho de ser mujeres existe. Continúa siendo una triste realidad en nuestras sociedades y aún más dura y evidente en otras. Pero su existencia no justifica la actual tendencia a definir todo conflicto entre los sexos como síntoma de la violencia patriarcal, llegando incluso a criminalizar los acercamientos más íntimos.

Eludir la propia responsabilidad sobre los hechos es una de las grandes comodidades del victimismo. Si la culpa siempre es de otros –los hombres y su machismo, el Estado que no endurece lo suficiente las leyes, los medios de comunicación que cosifican a las mujeres… el Patriarcado, en suma– no tenemos por qué cuestionarnos a nosotras mismas, pobrecillas indefensas e inocentes, ni nuestro papel activo en la construcción de este sistema de relaciones.

Recogiendo las aportaciones del sociólogo francés Touraine, Osborne (2010, p.4) señala el actual desfase entre una cultura protagonizada por las mujeres, que se definen como mujeres a partir de sí mismas, y estas ideas a partir de las que se afirma que las mujeres están más dominadas que nunca y que, en definitiva, son una creación del poder masculino. Por eso, continúa la socióloga, en el nuevo universo político que se deriva de la concepción de la mujer como víctima, a menudo se habla en nombre de las mujeres pero sin contar con las voces de las mujeres.

De acuerdo con lo que la misma autora denomina la estrategia del silencio (Osborne, 2007) el discurso victimista, mantenido por la mayor parte de las feministas, se sirve de diferentes argumentos para acallar las voces disidentes o con planteamientos diferentes a los suyos.

Junto al recurso del maniqueísmo que he señalado anteriormente, según el cual, si discrepas con los argumentos de la victima te conviertes inmediatamente en cómplice del victimario; la estrategia del silencio que Osborne (2007) define en relación a las prostitutas, pero que puede hacerse extensiva a las supuestas víctimas de violencia o a cualquier otra mujer; consiste en acusarlas –si disienten con los planteamientos feministas– de alienación, falta de conciencia, de menores de edad. Creándose, de este modo, una jerarquía entre mujeres: son pobres mujeres, sobre las que nos sentimos superiores, marcando así una distancia social entre ellas, a las que tratamos de forma maternalista, y nosotras, que nos creemos en posesión de la verdad que a ellas concierne (Osborne, 2010, p.2) coherente con la lógica humanitarista y asistencialista que caracteriza la acción desde posturas victimistas.

De acuerdo con lo planteado por Bruckner (1996) y expuesto más arriba, esta tendencia minimiza o anula la violencia real, siendo imposible discernir, en este ambiente de crispación generalizada, cuándo se produce. Y, según lo que otros han llamado ley del contagio victimista (Bruckner, 1996; Badinter 2002; Lidón y Ruíz, 2008) que dice que los grupos o clases denunciados como culpables se declararán a su vez como oprimidos para liberarse de la acusación; los hombres, criminalizada su masculinidad, se defenderán del ataque feminista.

Así, proliferan desde los años noventa los grupos de masculinidad, las asociaciones que reivindican los derechos de los padres separados, las denuncias mediáticas de las falsas denuncias por malos tratos que exhiben los horrores a los que son sometidos estos hombres inocentes, etc.

De forma que hoy, como nunca antes, cada sexo se siente víctima del otro.
En nuestro entorno –al que a partir de ahora me referiré como libertario– tampoco faltan muestras de esta necesidad de espiar nuestras culpas frente al otro sexo.
Proliferan, por una parte, los artículos y fanzines en los que algunos hombres se muestran arrepentidos del mismo hecho de ser hombres, interpretando como síntoma de su supremacía masculina hechos cotidianos fruto de su propia socialización –en la que parecen olvidar el papel fundamental de las mujeres– y considerando micromachismos (Bonino, 2004) cualquier actitud o conducta que muestre la diferencia masculina –que no necesariamente machista–. [3]

Este tipo de reflexiones, a menudo resultado del esfuerzo conjunto de muchos hombres por superar los privilegios que el Patriarcado les concede, son tan necesarias como valiosas en tanto que las relaciones entre los sexos no pueden cambiar si no se cuestionan los roles de ambos y era necesario que los propios hombres comenzaran a cuestionar la masculinidad –hasta los 90, las reflexiones y críticas sobre lo que significa ser hombre en las sociedades patriarcales venían, principalmente, de mujeres–; pero no contribuyen a superar el victimismo y el maniqueísmo en los que ha quedado insertada la lucha por la liberación de la mujer al mostrar a los hombres constantemente como opresores, incluso de sus compañeras, amigas, amantes, madres, hermanas… Culpables por el hecho de ser hombres y sin otra alternativa que espiar su culpa esforzándose por renunciar a su propia socialización y su propia identidad.

Por otra parte, algunas autoras comienzan a referirse a la lucha feminista como un error histórico, causa de las actuales miserias a las que nos enfrentamos hoy las mujeres y estrategia fundamental de los Estados para el control de la población. Enfatizando la bondad de los roles clásicos femeninos: la maternidad, el cuidado, la vida doméstica… y negando la imposición violenta e inferioridad que obligaba al ejercicio de estos roles [4]. Negar de un plumazo el valor de más de un siglo de lucha feminista, limitándose a analizar alguna de sus consecuencias más nefastas, es tan reduccionista como insultante, especialmente si tenemos en cuenta que son los logros de esta lucha los que han hecho posible que hoy las mujeres podamos permitirnos cuestionarla.

2. De la opresión a la victimización:

Existen algunos temas, acuerdos y desacuerdos, recurrentes en los relatos que las diferentes feministas ofrecen sobre cómo y por qué se mantienen los sistemas de género, tendiendo, cada una de ellas, a situar ciertos procesos –la maternidad, la división sexual del trabajo, la significación y el lenguaje, la sexualidad, etc.– como los cruciales en las relaciones de género e infravalorando la importancia del resto. Sin embargo, en lo que se refiere a la llamada violencia sexista, podemos considerar que todas las perspectivas feministas actuales coinciden en entender el Patriarcado como escenario donde se desarrolla el drama del maltrato, siendo las relaciones de género el guión de dicho drama del que hombres y mujeres –los agresores y sus víctimas– son los personajes principales.

Entender el salto de la lucha contra la opresión a la victimización de la que adolecen las principales propuestas feministas actuales, supone entender las aportaciones teóricas de aquellas fracciones feministas que hicieron de lo íntimo y las relaciones eróticas el eje central de su lucha. Aquellos que, desde mi punto de vista, enturbiaron y complicaron la relación entre los sexos al ir más allá de la reivindicación de la igualdad en el espacio público y definir en términos de opresión toda posible interacción entre los mismos. La esfera de lo íntimo –la sexualidad, el amor, las relaciones eróticas, la maternidad y la familia, incluso las relaciones de amistad entre hombres y mujeres…– se sitúa, desde los años setenta, en el centro de la crítica antipatriarcal, siendo hoy considerada el espacio donde el poder masculino opera con mayor efectividad (Bourdieu, 2005), dejando poco espacio para el encuentro, el placer y el disfrute mutuo.

A partir de las aportaciones de las feministas radicales –que reciben este nombre en el sentido marxista del término radical, es decir, por buscar la raíz misma de la opresión– que alcanzan su mayor auge durante la década de los setenta, se desarrollarán los diferentes discursos que han dado forma a lo que hoy conocemos como fracciones dentro de la teoría feminista de la Segunda Ola y que comparten la centralidad otorgada al Patriarcado como marco explicativo, aunque difieren en los temas prioritarios y los enfoques de análisis.

Existe una extensa literatura respecto al desarrollo de diferentes propuestas a partir de las ideas de las feministas radicales y el rumbo que fueron tomando unas y otras (Eisenstein, 1983; Jaggar, 1983; Osborne, 1993; Flax, 1995…) que evidencia que no siempre es posible ni deseable encasillar sus planteamientos bajo un rótulo o adscribir sus propuestas a una única fracción. Aún así, y con el único propósito de facilitar su análisis, en las siguientes páginas se mantiene esta división.

Al hablar de unos y otros sectores del feminismo he elegido, a modo de ejemplo, a algunas autoras y libros que hoy se consideran pilares de la teoría feminista. Quizá hubiera sido más útil recurrir a actas, panfletos, propaganda, eslóganes… de las feministas de base que, en cada momento, sustentaron con sus prácticas estas ideas. Pero, desde luego, también habría sido mucho más complicado y más costoso.

2.1. Lo personal es político: La sexualidad en el punto de mira.

En su magistral El segundo sexo (1949) Beauvoir expone [5], entre otras cosas, como el ser humano es un ser que desea, que proyecta y está en continuo trance de realización mediante el cumplimiento de sus proyectos, siendo esto lo que le hace libre. No ejercer tal transcendencia significa una degradación de la libertad, cosificarse, ser objeto y no sujeto.

Para Beauvoir la sociedad patriarcal condiciona colectivamente a las mujeres a una situación de opresión que les impide esta transcendencia y, por lo tanto, realizarse como personas libres. Esta subordinación de la mujer la explica afirmando que el hombre, al no estar tan supeditado a las funciones biológicas, sí ha podido realizarse.

La maternidad no supone transcendencia porque es común a las hembras de todas las especies y se limita a reproducir vida, así la maternidad se convierte en una trampa, envuelta en el engaño más general del matrimonio y la familia. También la sexualidad y el amor pueden convertirse en una trampa terrible en tanto que ata a las mujeres a los intereses de los hombres.

Heredera de los postulados de la filósofa, con quien coincide especialmente en que no hay que dejarse engañar por quienes se presentan como liberadores del sexo, puesto que continúan ejerciendo su poder sobre las mujeres aunque lo hagan bajo un aspecto diferente, Millet, profundiza en sus planteamientos a través de su obra Política Sexual (1969).

Mientras Beauvoir se limita a mencionar el Patriarcado como marco en el que se produce la opresión de la mujer, y en El segundo sexo confía aún en el advenimiento del socialismo que supondría la igualdad entre hombres y mujeres, Millet (1969) considerará el Patriarcado el sistema de dominación básico sobre el que se asientan los demás, más estable y mucho más antiguo que el Capitalismo ya que tiene la peculiaridad de adaptarse a todos los sistemas económicos y políticos desde el feudalismo hasta las democracias. Definición que aparece como respuesta a las posturas de izquierda que consideraban secundario el problema de la mujer.

El Patriarcado constituye desde esta perspectiva el marco explicativo y legitimador de la dominación masculina, se presenta como anterior y más persistente que ningún otro sistema de dominación y mantenido por cada sociedad a través de unos códigos propios que nos remiten, en todas sus manifestaciones, al hombre como vértice del sistema.

Partiendo de la observación de que la opresión del Patriarcado parecía que se mantenía a través de la historia y de las culturas, la idea de que lo personal es político ganó empuje entre las feministas, y se comprendió que el escrutinio de las propias historias de vida era potencialmente liberador, acompañado por esfuerzos de cambio en la dinámica de las relaciones entre hombres y mujeres: no importaba lo bien intencionados que los hombres pudieran parecer, ya que como detentadores de un profundo interés en su status quo, al nivel de la sexualidad y la afectividad todos eran cómplices.

Así, a partir de los años setenta, la sexualidad se convierte en un tema central: se critica la heterosexualidad dominante y las formas de sexualidad masculinas; se denuncia el sesgo androcéntrico de la sexología y el psicoanálisis y la relación entre los sexos queda definida como relación política, dando lugar a uno de los debates comunes entre las feministas de los años setenta sobre la posibilidad de considerar el lesbianismo como única forma correcta de sexualidad para las mujeres.

La familia, como principal agente socializador desde el que se transmiten y perpetúan los roles de género, se convierte, desde este momento, en piedra angular de la dominación masculina. Las relaciones interpersonales, y por tanto la personalidad, están marcadas por la dominación y la violencia que se originan en la cultura y las instituciones del Patriarcado (Castells, 1997, p.159) y, entre estas instituciones, la familia, en la que el padre-marido está legitimado para ejercer la violencia contra la mujer y los hijos como parte del proceso de domesticación de la mujer por el hombre.

La violencia familiar es una constante en nuestras sociedades. Y aunque todas las combinaciones son posibles: padres y madres contra hijos, hijos contra padres y madres, un miembro de la pareja contra otro, hermanos entre sí… no todas estas formas de violencia son igual de probables, siendo las mujeres y los niños, en la mayor parte de los casos, los objetos de tal violencia. El análisis y la crítica por parte de las teóricas feministas de los elementos sobre los que se asienta la institución familiar tradicional: amor romántico, pareja, sexualidad, relaciones eróticas, maternidad y paternidad… nos ha ayudado a comprender el fenómeno de la violencia familiar, y por extensión, la violencia de género. Sin duda, nos ofrece una serie de herramientas para el desmantelamiento de tan brutal fenómeno social pero, al mismo tiempo, ensombrece algunas parcelas significativas y enturbia el conocimiento de esos mismos elementos, sobre los que, a mi entender, no se asientan exclusivamente las relaciones violentas, sino que constituyen la base de las relaciones humanas. Tampoco la violencia en parejas gays puede comprenderse, ni mucho menos prevenirse, desde este modelo.

Volvamos a las aportaciones de las llamadas feministas radicales. Estas autoras consideraban, como vengo señalando hasta el momento, que la violencia masculina era una estrategia política de dominación. La clave, como dice Martínez Sola (2003, p.43) no estaría en la violencia sino en el poder: el pene como arma y el coito como sometimiento se entienden, desde esta perspectiva, como elementos dentro de un sistema de dominación más amplio.

En este sentido, en su obra Política sexual, Millett (1995, p.58) escribe: No estamos acostumbrados a asociar el Patriarcado con la fuerza. Su sistema socializador es tan perfecto, la aceptación general de sus valores tan firme y su historia en la sociedad humana tan larga y universal, que apenas necesita el respaldo de la violencia (…) al igual que otras ideologías dominantes, tales como el racismo y el colonialismo, la sociedad patriarcal ejercería un control insuficiente, e incluso ineficaz, de no contar con el apoyo de la fuerza, que no sólo constituye una medida de emergencia, sino también un instrumento de intimidación constante. La violencia contra las mujeres deja de ser un suceso, un problema personal entre agresor y víctima para definirse como violencia estructural sobre el colectivo femenino. La violencia tiene una función de refuerzo y reproducción del sistema de desigualdad sexual.

Los debates en torno a la erótica femenina que se plantean estas autoras –en respuesta a la heterogenitalidad promovida por las teorías reichianas, en pleno auge– se centraron en la concepción de la sexualidad femenina como un terreno de placer y peligro: el feminismo radical como movimiento se plantea, durante los años 70, que la sexualidad tiene que formar parte de una manera central en su agenda. Se reclama al feminismo que se cuestione el estatus de la sexualidad en el discurso feminista. Se deja de hablar sólo en términos de agresiones sexuales para hablar de poder: el placer es una fuente de poder y de vida, y no tanto debilitador y corrupto, como plantearán en los ochenta otras grandes fracciones del feminismo y, en concreto, el feminismo cultural y antipornográfico.

Frente a este planteamiento, las feministas culturales harán del peligro el único foco de análisis, olvidando cualquier reflexión sobre el placer y planteando la violencia masculina como una cuestión identitaria. Desde esta perspectiva el hombre queda definido como violento, agresor potencial por el hecho de ser hombre.

El llamado feminismo cultural de los ochenta pasará, como señala Osborne, de culpabilizar al Patriarcado –en tanto que sistema que concede el poder a los varones– a atacar directamente a los hombres, individual o colectivamente por el mero hecho de serlo (Osborne, 1993, p.23). Bajo este epígrafe se recogen las aportaciones de diversas autoras que, partiendo de un análisis esencialista de la realidad, acentúan las diferencias en lugar de las semejanzas: si hasta ahora el feminismo se manifestaba en contra de lo biológico como determinante de las desigualdades sociales, el feminismo cultural da un giro radical al proponer que las mujeres han de confiar en sus instintos biológicos, se trata de pensar a través del cuerpo. Se establece un vínculo directo entre las vidas de las mujeres, sus cuerpos y el orden natural.

Cantera (2004, p.69-70) argumenta cómo una derivación más radical de este enfoque hacia posturas naturalistas, dejando de lado la construcción social del orden patriarcal, acentuará las diferencias entre mujeres y hombres hasta el punto de afirmar, por un lado, el fundamento biológico y cultural de las mismas y, por otro, la superioridad cultural del modo de ser femenino.

La ruptura de estas autoras con el feminismo radical tiene su origen en la crítica del marxismo como marco insuficiente para ofrecer una explicación de la opresión femenina. Tal y como expresa Rich (1982, p.173) se imponía la necesidad de romper con el callejón sin salida que era el marxismo para las mujeres de nuestro tiempo. En este sentido, las feministas culturales abandonarán el lenguaje propio del marxismo. En sus textos (Dowrkin, 1981; Brownmiller, 1981; Rich, 1982; MacKinnon, 1987) vem os como la relación opresor/oprimida propia del feminismo radical es sustituida por el binomio verdugo/victima acompañado de expresiones como coacción, jerarquía, lucha por los puestos dentro de la jerarquía, etc.

Tal giro terminológico no puede entenderse como una simple cuestión del lenguaje, en tanto el oprimido –el proletario, la mujer, etc.– en la retórica marxista empleada por las feministas radicales, se caracteriza por ser consciente de su opresión y articular herramientas propias para salir de ella, entendiéndose la relación opresor/oprimido como una relación dialéctica en la que el cambio de una de las partes –la toma de conciencia por parte del oprimido de las condiciones de su opresión– modifica la relación. Mientras que la victima carece de las herramientas necesarias para alterar los términos de la relación y es objeto, y no sujeto, de la misma. La mujer, en tanto que víctima, aparece sistemáticamente definida en el discurso de este sector del feminismo cultural como sujeto pasivo de la relación, que necesita del apoyo de otros: la ley, el Estado, otras mujeres, etc. para escapar de las garras de su verdugo.

2.2. Eros satanizado:

De acuerdo con Paglia (2001, p.50) podemos afirmar que a partir de los ochenta el pene se ha convertido en la metáfora central de la crisis de los sexos.

Lorena Bobbitt, acogida por los vítores de la multitud mientras entraba en el coche a la salida del juicio en el que quedó absuelta tras cortar el pene a su marido, representa el triunfo absoluto de un sector del feminismo moderno. Su agresión fue acogida por la mayor parte del público como un símbolo del fin de la violencia a la que le sometía su marido y, por generalización, un acto revolucionario contra la opresión masculina.

En el entorno libertario, la acogida de textos con títulos tan explícitos como Tijeras para todas es un buen ejemplo de la influencia en el feminismo actual, también dentro de posturas autodenominadas anarcofeministas, de este discurso.
Para las feministas culturales, el Patriarcado se reduce a una falocracia instituida sobre la base del poder del pene (Daly, 1978). Con este recurso, explica Cantera (2004, p.70), los hombres se nos presentan no solo como violentos, sino como violadores por naturaleza, meros depredadores sexuales de hembras, que con su fascinación por la pornografía manifiestan su necrofilia, esto es, su amor a la muerte más que a la vida. (Brownmiller, 1981; Dowrkin, 1981; Greer, 1984…) El pene, definido como instrumento de violación, agresión, intimidación y destrucción simboliza, como ninguna otra imagen, esta violencia masculina.

Si el pene es un instrumento de dominación, y quien nace varón y se desarrolla como tal es portador de un pene: ¿Hemos de suponer que el hombre es por naturaleza dominador? En palabras de Fritscher (en Paglia, 2002, p.65) si la gente piensa en el pene como instrumento de violación, entonces, ¿qué mensaje está transmitiendo a sus hijos? Lo que están haciendo es crear toda una generación de hombres que tienen tanto miedo a su pene que no van a poder usarlo para la procreación de la raza. Porque la autoestima de la que tanto le gusta hablar a la gente se la están arrebatando.

De acuerdo con otros autores como Badinter (1993), Bruckner (1979, 1999), Paglia (2002), etc. mi opinión es que, por el contrario, esta centralidad del pene, la definición de la virilidad en función de su correcto funcionamiento, el constreñimiento de la erótica masculina a su potencialidad genital, etc. oprime, en primera instancia, a los propios hombres.

La obra de Bruckner y Finkielkraut El nuevo desorden amoroso (1979) se nos presenta como intento de superar esta mitificación del pene todopoderoso invitándonos a repensar la sexualidad masculina. El libro recoge, tal y como lo expresa Badinter (1993, p.170), un largo elogio de las caricias, el ano, los juegos corporales y la pasividad masculina. Pero, pese a este y otros intentos intelectuales de abandonar el falocentrismo imperante y la obviedad clínica de que en la mistificación del pene como herramienta y el coito como culmen de la relación reside la clave para entender las frustraciones eróticas tanto de hombres como de mujeres, este esquema continúa siendo poderoso en el inconsciente masculino y ampliamente aceptado por el colectivo femenino, sometiendo tanto a unos como a otras.

Brownmiller, MacKinnon y Dworkin son posiblemente las activistas que, llevando al extremo los postulados del feminismo cultural, más empeño pusieron en la criminalización de las relaciones eróticas entre los sexos.

Bourdieu (2005, p.35) sintetiza la propuesta de estas autoras explicando que si la relación sexual aparece como una relación social de dominación es porque se constituye a través del principio de división fundamental entre lo masculino, activo, y lo femenino, pasivo. Añadiendo que ese principio es el que rige el deseo: el deseo masculino como deseo de posesión, como dominación erótica, y el deseo femenino como deseo de la dominación masculina, como subordinación erotizada, o incluso, en su límite, reconocimiento erotizado de la dominación. Y, más adelante añade, refiriéndose a las relaciones homoeróticas: la penetración, sobre todo cuando se ejerce sobre un hombre, es una de las afirmaciones de la libido dominandi que nunca desaparece por completo de la libido masculina.

Partiendo de la premisa La pornografía es la teoría y la agresión sexual es su práctica (Dworkin, 1980) éstas y otras feministas emprendieron una lucha contra la pornografía como símbolo de la opresión sexual a partir de la que el sexo queda ligado a la violencia al mismo tiempo que las identidades y relaciones de hombres y mujeres definidas en términos de agresión. De nuevo Dworkin afirma que es difícil distinguir la seducción de la violación. En la seducción el agresor a veces se molesta en comprar una botella de vino. (Dowrkin, en Amezúa 2003, p.86)

La violación, el acoso sexual y la pornografía –a las que añaden la prostitución, el stripteasse, y todo aquello que guarde relación con el erotismo– forman un conjunto que pone en evidencia la misma violencia contra las mujeres. La dominación masculina se basa en el poder de los hombres para tratar a las mujeres como objetos sexuales:

El veredicto no tiene apelación: hay que obligar a los hombres a cambiar su sexualidad. Y para ello hay que modificar las leyes y recurrir a los tribunales. (Badinter, 2004, p.27) La idea de que la violación es un proceso consciente de intimidación por el cual todos los hombres mantienen a todas las mujeres en un estado de miedo (Brownmiller, 1981) pronto será aceptada más allá de los círculos feministas iniciándose una fuerte persecución de la pornografía como puntal de la ideología masculina que rebasará también los límites del feminismo al encontrar un respaldo legal, mediante la configuración de nuevas figuras como el acoso sexual o los malos tratos, y el consecuente despliegue de leyes, instituciones y medidas penales. En respuesta a la cruzada antipornográfica emprendida por McKinnon y Dworkin, Paglia (1994, p.191) dice:

El feminismo inteligente del siglo XXI debería abrazar toda la sexualidad y apartarse de los engaños, mojigaterías, gazmoñerías y odio a los hombres de la brigada Mckinnon-Dworkin. Las mujeres nunca sabrán quienes son hasta que dejen que los hombres sean hombres. Liberémonos del Feminismo de Enfermería (…) el feminismo se ha convertido en un cajón de sastre donde montones de hermanas lloriqueantes pueden acumular sus neurosis.

Estas contundentes afirmaciones habrían de ser tomadas en cuenta por quienes pretendemos comprender las relaciones entre los sexos y luchar por la liberación de unas y otros. Los postulados de estas feministas se basan más en sus experiencias personales, con una fuerte carga emocional, que en la observación de los hechos. El carácter dramático de estos hechos –acosos, violaciones, agresiones… a partir de este momento calificados como sexuales– paraliza el razonamiento e impide una visión en conjunto que permita avanzar hacia su reducción y la convivencia armónica entre hombres y mujeres. En palabras de otros, tal carga emotiva eclipsó el debate de ideas en torno a los sexos recurriendo al atajo de la moral y, sobre todo, del Código Penal (Amezúa, 2003).

Con un lenguaje llano y directo, Despentes (2007, p.75-90) aporta algunas claves que pueden ayudarnos a comprender ese rechazo social suscitado por la pornografía. Para esta autora, el problema que plantea el porno reside en el modo en que golpea el ángulo muerto de la razón. Se dirige directamente al centro de las fantasías: primero nos empalmamos o nos mojamos, después nos preguntamos por qué. Lo que para Despentes rechazan realmente los militantes antiporno es que se hable directamente de su propio deseo, que se les obligue a saber algo sobre sí mismos que han decidido ignorar, que resulta incompatible con la identidad social cotidiana que se han forjado.

La publicación en 1973 de Mi jardín secreto, obra en la que Friday recoge las fantasías sexuales de más de una treintena de mujeres británicas, conmocionó tanto a los hombres como a las mujeres de la época, convirtiéndose rápidamente en un best-seller. Entre otras muchas cuestiones, el libro llamó la atención de unos y otras porque puso de manifiesto que muchas mujeres obtenían placer de la fantasía de violación. La explicación más habitual al respecto es que hemos interiorizado hasta tal punto la dominación de la sexualidad femenina por el hombre que llegamos a fantasear con ello. Lo que no entienden quienes defienden tal explicación es que, en palabras de Despentes (2007, p.77), nuestras fantasías sexuales hablan de nosotros en la manera desplazada de los sueños.

No dicen nada que deseemos que ocurra de facto. El lenguaje de la mente, las imágenes del deseo, son –como señala Tweedie en el prólogo a la última edición castellana de Mi Jardín Secreto–, una clave compleja que no se descifra fácilmente y puede significar algo muy diferente a lo que salta a la vista. Que una mujer fantasee con que es violada no significa, necesariamente, que desee serlo. En la fantasía, la mujer decide la situación, el contexto, el aspecto de su agresor o agresores… no hay dominación ni invasión de su intimidad ni de su cuerpo en tanto que es ella quien elige el quién, cómo y dónde, se excita, lo desea. Nada que ver, por lo tanto, con una violación real. ¿Son estas fantasías fruto de un sistema cultural preciso? Obviamente, pero censurarlas y negarlas no evita su existencia ni las hace menos voluptuosas y excitantes.

Definida sistemáticamente como evidencia de la imposición del poder y la fuerza masculina a las mujeres, coincido con Paglia en su afirmación de que la violación debería definirse como la intromisión del sexo en un contexto no sexual (Paglia, 2001 p.77) lo que nos permitiría, tal vez, comenzar a formularnos las preguntas adecuadas en torno a la naturaleza del deseo.

Personalmente, y aunque explicarlo me llevaría al menos otros cuatro artículos como este, parto de la hipótesis de que la incapacidad de las aportaciones feministas para comprender las relaciones entre los sexos es fruto del planteamiento rousseniano que las sustentan. La negación sistemática del conflicto, que se encuentra en la base de la construcción de la identidad, así como la atribución a la naturaleza de una bondad absoluta, hacen incomprensible la violencia inherente a la naturaleza humana dejándonos, como única alternativa, su negación.

La sexualidad y el erotismo constituyen la compleja intersección de la naturaleza y de la cultura (Paglia, 2006, p.24). Seguidora de los planteamientos de Sade, para esta autora, una vuelta a la Naturaleza significaría dar rienda suelta a la violencia y la lascivia. Estoy de acuerdo con ella y veo en los intentos feministas de separar la erótica del poder la negación del deseo erótico en sí mismo: el sexo es poder.

Como vengo manteniendo hasta el momento, a partir de las aportaciones de las autoras del llamado feminismo cultural antipornográfico, la sexualidad femenina queda reducida a una expresión del dominio masculino. En este sentido McKinnon declara que la socialización de género es el proceso mediante el cual las mujeres acaban identificándose como seres sexuales, como seres que existen para los hombres (McKinnon, 1982. En Flax, 1995, p.303) y Dworkin subraya que en el acto sexual la mujer se convierte en un espacio invadido, en un territorio literalmente ocupado, ocupado aunque no haya habido resistencia, aunque la mujer ocupada diga: sí, por favor, venga quiero más (Dworkin, en Hughes, 1994, p.20).

El deseo de las mujeres –ya sea hacia los hombres como hacia otras mujeres– y su gran variedad de experiencias sensuales, como la masturbación o el placer al dar de mamar o jugar con sus hijos, no se tienen en cuenta, quedan desplazados por la opresión masculina, arrebatando a las mujeres su identidad como sujetos deseantes y transformándolas en mero objeto de deseo. Y este deseo, considerado exclusivo del sexo masculino, se llena de connotaciones negativas. El sexo y lo erótico quedan definitivamente ligados a la opresión y la violencia, y estas dos cualidades humanas son consideradas exclusivamente masculinas.

Desde el feminismo cultural y con el beneplácito de las instituciones, se niega a las mujeres su deseo, su disfrute y su indiscutible poder en el terreno de la seducción y la erótica. Cuando aún no se habían digerido las consecuencias de la llamada revolución sexual de los sesenta, estas feministas junto a la amplia derecha moral estadounidense se encargarán de devolver lo sexual al terreno del pecado, lo sucio, el vicio y el delito:

«El sexo vuelve a ser lo que era en la época victoriana: un vicio, un traumatismo, una abominación, partiendo del presupuesto de que no hay más sexualidad que la masculina –y que detrás de esta siempre se esconde el ansia del dominio–, limitándose la mujer a padecer las arremetidas de un monstruo brutal al que nunca puede desear a su vez, salvo si ha sido sutilmente forzada a ello». (Bruckner, 1996, p.173)

Y el pecado sólo genera culpa: ellos se sienten culpables de su propia masculinidad o se ven culpabilizados por ella y ellas también se verán culpabilizadas por su feminidad: mal vistas por los hombres y las propias mujeres si manifiestan su deseo erótico en exceso, si juegan un papel activo como sujetos deseantes; pero también si no lo hacen, si se muestran pasivas o disfrutan de su rol de deseadas.

Este nuevo discurso feminista fulmina el potencial liberador de las ideas de las que partió, y ensalza la idea de la mujer como paradigma de la víctima: necesitada de protección, desconocedora de los peligros que le acechan, frágil e indefensa frente al macho. Se impone a la mujer y otorga a esta imposición el valor de una emancipación, define para ella una verdad revelada tan coercitiva en la liberación como lo era en el pasado en la opresión (Bruckner, 1996, p.179).

Habrá quienes opinen que se está dando demasiada relevancia a las opiniones de un reducido grupo de feministas extremistas. Por supuesto, no todas las aportaciones hechas desde las diferentes perspectivas feministas van en esta línea y no son pocas las autoras que rechazan esta forma de concebir las relaciones personales y eróticas entre los sexos. Así, frente a este discurso desde el que la relación entre feminismo y pornografía –y, por extensión, entre feminismo y erotismo– se considera una oposición política irreconciliable, emerge un nuevo feminismo pro-sex (Willis, 1981) que entiende el cuerpo, la sexualidad y también la pornografía como espacios posibles de resignificación y de empoderamiento político para las mujeres y las minorías sexuales.

Sin embargo fueron las ideas sobre las que se asienta el discurso del llamado sector lesbiano del feminismo cultural: definición de la sexualidad masculina en términos de agresión, separación irreconciliable entre los sexos y descripción de toda interacción sexual en términos de violencia; las que trascendieron durante los años ochenta y noventa los límites de los estrechos círculos feministas, implantándose a nivel social y político como marco de acción contra la violencia de género.

Recuperándose, como señala Osborne (2010, p.47) los postulados del feminismo cultural, asociando el amor y las mujeres con el modelo de la buena feminista: la buena madre con sentimientos maternales amplios; la buena ecofeminista que está en relación armónica con la naturaleza; la buena lesbiana porque la relación entre mujeres es sensual y no genitalizada… y perpetrando la división entre amor –igual a mujer, igual a bondad…– y erótica –igual a hombre, igual a pornografía, igual a violencia…– La violencia contra las mujeres, transformada en elemento esencial de lo sexual, pasa a ocupar, en este momento, un papel central en el discurso feminista, siendo además un nexo de unión entre las feministas de la Igualdad y aquellas defensoras de la Diferencia.

En este punto, en el que la violencia es concebida como el elemento a través del que se mantienen las desigualdades entre los sexos y al mismo tiempo se ve reforzada por la desigualdad de poder, es en el que ambos discursos se solapan y apoyan, siendo este discurso el que, sumado a la ideología de la Igualdad, trascenderá los límites del movimiento feminista y se asimilará en el seno de las instituciones democráticas.

Considerar que lo personal es político, en el sentido que lo expresó Millet, como explicación a la interiorización del sistema de relaciones patriarcales que opera con eficacia en los aspectos más íntimos de la vida, no puede convertirse en la excusa para que lo político invada lo personal. No es motivo suficiente para permitir la intromisión de las instituciones educativas, sanitarias y legales en la vida privada de los sexos y sus relaciones, que se ven transformadas en objeto de litigio.

Del mismo modo que los malos usos del sexo –el hecho de ser sexuados–, tales como la justificación de jerarquías y discriminaciones o el abuso del mismo para emprender luchas por el poder, llevaron a muchas teóricas feministas a la negación de la misma condición sexuada –imponiéndose la lógica del género y la androginia como objetivo–; los malos usos del deseo y sus a veces nefastas consecuencias: las agresiones, violaciones; abusos… parecen obligarnos al rechazo y la condena del mismo deseo. Olvidando que ni el sexo ni la erótica son responsables de esas desagradables consecuencias.

Responsabilizar a los hombres o al Estado de todos los problemas que encontramos las mujeres a la hora de afrontar nuestros propios deseos, contradictorios muchas veces, me parece una irresponsabilidad, una renuncia a la autonomía que tantos siglos y tantas batallas costó conseguir.

Mientras las mujeres no abandonen su papel de víctima y los hombres no asuman como propia la lucha por la igualdad entre los sexos, elemento indispensable de la lucha por la libertad, no será posible la denuncia y renegociación de los puntos en los que la diferencia se transforma en desigualdad. Las mujeres no podremos ser nosotras mismas, soberanas de nuestros deseos y sentimientos, mientras no permitamos a los hombres ser hombres.

Después de más de un siglo, la invitación a abandonar la Cuestión de las Mujeres a favor de la Cuestión Sexual continúa abierta, y en tanto que hombres y mujeres compartimos el mundo, parece la única forma de llegar a buen puerto.

notas:
[1] Por cuestiones obvias de espacio y porque la intención de este artículo no es ofrecer un tratado sobre teoría y crítica feminista, me limitaré a recomendar a quien le interese profundizar en el tema la lectura de aquellos autores que, ya desde el siglo XIX, manejaban la idea del continuo entre los sexos (Ellis, 1896; Hirschfeld, 1899; Goldman, 1906…) aquellos que continuaron con su propuesta ya entrado el siglo XX y en pleno auge de las teorías de género (Amezúa, 1979) y muchas de las autoras postfeministas que la recuperaron a finales de los 90 como posible salida al dualismo en el que se veían estancadas las aportaciones de género (Grosz, 1994; Flax, 1995; Butler, 1999; Fausto-Sterling, 2000…)

[2] Quiero enfatizar que en la actualidad las críticas más duras y argumentadas contra el victimismo del que adolece la teoría feminista asumida a nivel institucional vienen, fundamentalmente, por parte de otras pensadoras feministas.

[3] A este respecto, algunos títulos especialmente interesantes son: Torres más altas han caído; Partes de mí que me asustan. Reflexiones personales sobre cómo superar la supremacía masculina; o el ya citado Los Micromachismos.

[4] Los diferentes textos y charlas ofrecidos por Prado Esteban durante los últimos años y en diversos medios son el mejor ejemplo de esta nueva vertiente o reacción contra el feminismo.

[5] Hoy podemos no estar de acuerdo con todo lo que De Beauvoir propone, pero considero que su obra es magistral en el sentido de que fue pionera en abrir y plantear muchos temas, permitiendo que se articulara todo un discurso.

revista Ekintza Zuzena nº 39 www.nodo50.org/ekintza

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El sujeto y el poder

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Por qué estudiamos el poder: la cuestión del sujeto. Las ideas que desearía discutir aquí no representan ni una teoría, ni una metodología. En primer término me gustaría decir cuál ha sido el propósito de mi trabajo durante los últimos veinte años. Mi propósito no ha sido analizar el fenómeno del poder, ni tampoco elaborar los fundamentos de tal análisis, por el contrario mi objetivo ha sido elaborar una historia de los diferentes modos por los cuales los seres humanos son constituidos en sujetos. Mi trabajo ha lidiado con tres formas de objetivaciones, las cuales transforman a los seres humanos en sujetos. 

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Ahora resulta que el 21D es metafórico

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Economía política de las zonas liberadas

Publicada el 19/12/2012 - 27/05/2021 por raas

Hay negocios que están en la base del crecimiento económico de la última década, aunque poco tienen que ver con la mística industrializadora del modelo nacional y popular. Segmentos económicos que se manejan en la ilegalidad manifiesta, o resultan ilegítimos para buena parte de la población. La marea sojera y el festival narco son fenómenos muy distintos, pero poseen algunos elementos en común. Son nuestras gallinas de los huevos de oro. Y de las balas de plomo.

En torno a ellos, surgen organizaciones empresarias sin centro explícito y a veces hasta sin rostro público, pero bien vertebradas y eficaces. Millares de pequeños y medianos emprendedores diseminados por el territorio se articulan con grandes exportadores que perforan las fronteras. Engranajes de una dinámica muy lucrativa que, al mismo tiempo, empobrecen a la sociedad, sustrayéndoles sus recursos naturales y aniquilando lazos comunitarios.

El mercado es el tótem que licúa y blanquea capitales de orígenes muy diversos. Que galvaniza fondos espurios y los pone a rodar como parte del orgullo de vivir con lo nuestro. El Estado no consigue regularlos con eficacia. No entiende muy bien su modus operandi y se contenta con morder una pequeña porción de la torta. Los poderes públicos se debaten así entre el asombro y la complicidad.

Luego de dos décadas ininterrumpidas de acelerada acumulación, la notable modernidad de estos ensamblajes comerciales contrasta con el contenido conservador y despótico de sus modales políticos. Tanto el complejo agro-exportador como las redes narcos apuestan a colonizar grandes territorios considerados marginales por el capitalismo del siglo XX para sentar las bases de su expansión. Mientras el primero deglute sin cesar millones de hectáreas rurales, desplazando campesinos y comunidades indígenas, el narcotráfico penetra los asentamientos y las barriadas de las grandes ciudades ubicando allí sus puntos de venta y su explosivo stock. Y cuando encuentran la resistencia de organizaciones y movimientos de base disponen de apoyo logístico y fuerzas de choque provistas por policías cómplices. Cuentan además con un sicariato cada vez más extendido. El asesinato en menos de un año de dos miembros del Movimiento Campesino de Santiago del Estero y tres militantes del Frente Darío Santillán de Rosario es apenas el saldo más dramático de un nuevo tipo de conflicto social que resulta urgente visibilizar.

La disgregación

El kilo de cocaína de alta calidad cuesta en Bolivia 1000 dólares. En cualquier punto del norte argentino, de este lado de la frontera, el precio se multiplica por cinco. La misma cantidad, puesta en Buenos Aires, se vende a 7000 dólares. Pero la meca es Europa, donde el kilo de merca tiene un valor mínimo de 50 mil euros. Si a este esquema de tarifas le sumamos la escasa predisposición estatal para controlar lo que entra, circula y sale del país, en gran parte gracias a la corrupción de las fuerzas históricamente abocadas a tal fin (las mismas Gendarmería y Prefectura que recientemente incursionaron en el sindicalismo), se entenderá por qué Argentina se constituyó en uno de los lugares de paso preferidos para los fabricantes y los cárteles más encumbrados de la región.

Con la recuperación económica de la última década, bromea un especialista, “el tránsito se tornó cada vez más lento”. Pronto creció, como en otros rubros, un respetable mercado interno (el segundo de la región, según el Informe Mundial sobre la Drogas 2010 de la ONU). Durante los últimos años el secuestro de grandes cantidades de pasta base y el allanamiento de numerosas cocinas pusieron en escena el incremento de la producción local de cocaína. Y del subproducto más popular de esas pymes clandestinas: el paco.

Las distintas vertientes de la clase media se vinculan con el negocio de las drogas a partir del consumo y de los discursos mediáticos, que anuncian en tono catastrofista el destino de cartelización inevitable que nos espera (nos mejicanean). No se trata de oponer a ese diagnóstico la visión de un horizonte cristalino, pero tal pereza en el análisis nos impide comprender cómo se está enraizando el fenómeno entre nosotros.

Vale la pena distinguir niveles: no es lo mismo la dimensión narco, articulada verticalmente, con altos grados de sofisticación y orientada al mercado global que el universo transa, más bien caótico, compuesto por una miríada de micro empresarios que se expanden sin trascender el ámbito del menudeo. Entre una superficie y la otra existen vínculos, pero por el momento no parecen conformarse ligazones orgánicas de consideración. Quizás ese anudamiento potencial sea el punto crítico. Y son pocos los que saben hasta dónde ha llegado la cooptación de funcionarios, policías, jueces y fiscales. O peor: el único mapa exhaustivo sobre el funcionamiento del negocio de la droga en nuestro país está en manos de la DEA que lo confecciona como parte de su política a escala mundial.

Puertas adentro, la puja estratégica se libra en las periferias urbanas, donde las fuerzas de seguridad proveen logística y protección para que los vendedores se hagan fuertes en el territorio. Lo cual impide, paradójicamente, el crecimiento del poder de fuego de los transas. La Policía también aporta cierto conocimiento político, en el trenzado de alianzas con sectores institucionales, sugiriendo métodos de acción directa en los barrios y determinando quién asciende y quién desaparece en el organigrama criminal. Esta regulación un tanto sui generis inhibe el desarrollo de una estructura operativa autónoma, como sucede en otros países donde las bandas narcos le arrebataron un conjunto de facultades soberanas al Estado.

La disputa en nuestro país suele enfocarse desde dos ángulos: el de la corrupción y el de la lucha contra la criminalidad (que incluye una nefasta retórica antiterrorista). Lo que no se tiene en cuenta es hasta qué punto las redes narcos se articulan a partir de las necesidades y los deseos de una clase plebeya en ascenso, que tiene muchísimo por conquistar y casi nada para perder.

Tales conflictividades dan cuenta del fracaso relativo de las políticas actuales de inclusión social. Y sólo podrán ser enfrentadas con eficacia a partir de una recomposición de los movimientos sociales, en alianza con aquellos actores institucionales que estén decididos a ir más allá de la mera gobernabilidad de los territorios. Porque son las organizaciones de base las que se topan con el problema en su cotidiano y conocen mejor que nadie dónde y cómo hacen pie estas tramas de negocios. Y son ellas, además, las que buscan inventar nuevos modos productivos y de vida en común, capaces de desarmar el consumismo desbocado y la naturalización de la violencia.

Colectivo editorial Crisis

fuente www.revistacrisis.com.ar/economia-politica-de-las-zonas.html

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(libro) Allegro ma non troppo. Las leyes fundamentales de la estupidez humana

Publicada el 11/12/2012 - 04/10/2020 por Ecotropía

Cipolla exploró el controvertido tema de la estupidez formulando su famosa Teoría de la Estupidez, expresada por primera vez en su ingenioso panfleto de 1988 titulado Allegro ma non troppo.

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Jaulas

Publicada el 04/12/2012 - 19/12/2020 por Ecotropía

Cuando pensamos en encierro y sufrimiento pensamos en cárcel; cuando pensamos en la cárcel, pensamos en castigo. Por desgracia nadie piensa en las personas (y resto de seres vivos con sentimientos y esperanzas) que se encuentran presos.

Por Antón FDR

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Publicado en • Análisis, • Control, • General, • Insalubridad, • Multiviolencias, • Neoesclavitud, • PsicopatologíasEtiquetado como Antón FDR, autoritarismo, civilización capitalista, Civilización Industrial, colapso civilizatorio, Gilles Deleuze, Lewis Mumford, Megamáquina, Megasistema, Mijail BakuninDejar un comentario

La plenitud individualista. El sujeto en el nuevo capitalismo

Publicada el 27/11/2012 - 07/08/2024 por raas

En base a cuatro ensayos la autora analiza la sociedad capitalista actual, en la que el goce individual y la experiencia inmediata han reemplazado a la representación y a la construcción de un sentido colectivo. El individuo se convierte en un “capital humano” responsable de su insatisfacción social.

Por Evelyne Pieiller*
14-3-2007

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