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Ecotropía

Aniquilando un planeta por vez…

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Categoría: • Análisis

O la inteligibilidad del desorden

El robot

Publicada el 05/05/2011 - 11/04/2023 por raas

¿Por qué dicen los sufíes que el hombre es una máquina? Porque el hombre es una máquina, por eso. El hombre tal como es, es totalmente inconsciente. No es más que sus hábitos, la suma total de sus hábitos. El hombre es un robot. El hombre todavía no es un hombre. A menos que la consciencia penetre en tu ser, seguirás siendo una máquina.

Por Osho

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Publicado en • Análisis, • Control, • Espiritualidad, • General, • Insalubridad, • Multiviolencias, • Natura, • Neoesclavitud, • Poética, • Psicopatologías, • SátiraEtiquetado como el hombre es una máquina, El Libro del Hombre, Eres una máquina. Estás programado, George Gurdjieff, la verdad, los métodos del vipassana, los métodos del zazen, los principios de la meditación, los sufíes, Morarji Desai, Osho, viejos patrones de comportamiento, volverse conscienteDejar un comentario

El capitalismo como religión

Publicada el 04/05/2011 - 08/05/2011 por raas

Hay que ver en el capitalismo una religión. Es decir, el capitalismo sirve esencialmente a la satisfacción de las mismas preocupaciones, penas e inquietudes a las que daban antiguamente respuesta las denominadas religiones.

La comprobación de esta estructura religiosa del capitalismo, no sólo como forma condicionada religiosamente (como pensaba Weber), sino como fenómeno esencialmente religioso, nos conduciría hoy ante el abismo de una polémica universal que carece de medida. [Y es que] no nos es posible describir la red en la que nos encontramos. Sin embargo, será algo apreciable en el futuro.

No obstante, son reconocibles tres rasgos de esa estructura religiosa del capitalismo en el presente. Primero, el capitalismo es una pura religión de culto, quizás la más extrema que haya existido jamás. En el capitalismo todo tiene significado sólo en relación inmediata con el culto. No conoce ninguna dogmática especial, ninguna teología. Desde este punto de vista, el utilitarismo gana su coloración religiosa. A esa concreción del culto se vincula un segundo rasgo del capitalismo: la duración permanente del culto. El capitalismo es celebración de un culto sans rêve et sans merci (sin fantasía ni gracia).

En él no hay señalado un día a la semana, ningún día que no sea día festivo (en el sentido terrible del desarrollo de toda la pompa sacral) que constituiría el esfuerzo más manifiesto de quien adora. Este culto es, en tercer lugar, culpabilizante. Probablemente el capitalismo es el primer caso de culto no expiante, sino culpabilizante. Este sistema religioso se encuentra arrastrado por una corriente gigantesca. Una monumental consciencia de culpa que no sabe sacudirse la culpabilidad de encima echa mano del culto no para reparar esa culpa, sino para hacerla universal, forzarla a introducir en la consciencia y, [finalmente] y sobre todo, abarcar a Dios mismo en esa culpa para que se interese finalmente en la expiación.

La expiación, por tanto, no debe esperarse del culto mismo, ni de la reforma de esa religión. Tendría que sostenerse en algo más seguro que en ella misma. Tampoco podría sostenerse en su rechazo. En la esencia de ese movimiento religioso que es el capitalismo [yace la idea] de resistir hasta el final, hasta la culpabilización final de Dios, hasta la consecución de un estado mundial de desesperación que es, precisamente, el que se espera. En esto estriba lo históricamente inaudito del capitalismo, que la religión no es reforma del ser, sino su destrucción. La expansión de la desesperación hasta un estado religioso mundial del cual ha de esperarse la salvación.

La trascendencia de Dios se ha derrumbado, pero no ha muerto, sino que está comprendido en el destino de la humanidad. Ese tránsito del planeta humano por la casa de la desesperación en la absoluta soledad de su trayecto es el ethos determinado por Nietzsche. Ese hombre es el ultrahombre, el primero que empieza a cumplir, reconociéndola, la religión capitalista. Su cuarto rasgo es que Dios debe permanecer oculto, y sólo debe ser llamado en el cenit de su culpabilización. El culto es celebrado ante una divinidad inmadura y toda representación, todo pensamiento en esa divinidad daña el secreto de su maduración.

La teoría freudiana es también parte del dominio sacerdotal de ese culto. Está pensada de forma totalmente capitalista. Lo reprimido, la imaginación pecaminosa es, en lo más profundo y por [una] analogía que todavía habrá que clarificar, el capital, que paga intereses por el infierno del inconsciente.

El tipo de pensamiento religioso capitalista se encuentra extraordinariamente expresado en la filosofía de Nietzsche. El pensamiento del ultrahombre sitúa el salto apocalíptico no en la conversión, expiación, purificación [y] penitencia, sino en el aparente permanente acrecentamientosi bien, en el último tramo, discontinuo y a saltos. Por eso, aumento y desarrollo son en el sentido del non facit saltum (del no dar saltos) inconciliables. El ultrahombre es el hombre histórico al que se llega sin conversión que traspasa el cielo.

Este hacer saltar el cielo por medio de un acrecentamiento humano que religiosamente es y se mantiene (también para Nietzsche) como endeudamiento (culpa) lo prejuzgó Nietzsche. Y similarmente Marx: el capitalismo incambiable se tornará, con intereses e intereses de intereses, cuya función es la deuda (vid. La duplicidad demoníaca de ese concepto [deuda/culpa: Schuld], en socialismo.

El capitalismo es una religión del mero culto, sin dogma. El capitalismo se ha desarrollado en Occidente como se puede demostrar no sólo en el calvinismo, sino en el resto de las orientaciones cristianas ortodoxas parasitariamente respecto del cristianismo de modo tal que, al final, su historia es en lo esencial la de su parásito, el capitalismo

-Comparación entre las imágenes de los santos de las distintas religiones, por un lado, y los billetes de los distintos Estados, por otro. El espíritu que se expresa en la ornamentación de los billetes. 

Las preocupaciones: una enfermedad del espíritu que es propia de la época. Situación espiritual (no material) sin salida que (deviene) en pobreza, vagabundeo, mendicidad, monacato. Una situación así que carece de salida es culpabilizante. Las preocupaciones son el índice de la consciencia de culpabilidad de la situación sin salida. Las preocupaciones se originan por el miedo ante la falta de salida colectiva, no individual-material.

En tiempos de la Reforma el cristianismo no favoreció el advenimiento del capitalismo, sino que se transformó en él. Metódicamente habría que investigar en primer lugar qué vinculos estableció en cada momento el dinero con el mito, hasta que pudo atraerse hacia sí tantos elementos míticos del cristianismo para constituir ya el propio mito.Vínculo del dogma con el capitalismo, desde lo disuelto y para nosotros en esa característica naturaleza del saber que es salvadora y que está muerta al tiempo (¿?).

El balance como saber realizado y salvador (¿?). Contribuye al conocimiento del capitalismo como una religión el hacer presente que originalmente los infieles consideraron la religión no como un elevado interés moral, sino como el más inmediatamente práctico. En otras palabras: fueron tan poco conscientes, como el capitalismo actual, de su naturaleza ideal o trascendente, que vieron más bien en el individuo irreligioso o heterodoxo de su comunidad, precisamente, a un miembro inconfundible de ella, igual que la burguesía actual los ve en sus miembros no productivos.

Walter Benjamin
(1921)

fuente: Walter Benjamin, Gesammelte Schriften, vol. VI, 100-103.

publicado en www.elecodelospasos.net/article-24928286.html

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La locura del sujeto normal

Publicada el 23/04/2011 - 16/09/2022 por raas

Según una de las versiones del mito, Prometeo descendía de una antigua generación de Dioses que habían sido destronados por Zeus. Era hijo de Titán y de Asia, él sabia que en la tierra reposaba la simiente de los cielos, por eso recogió arcilla, la mojó con sus lágrimas y las amasó, formando con ella varias imágenes semejantes a los dioses, los Humanos.

Por Enrique Carpintero*

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Publicado en • Análisis, • Control, • General, • Insalubridad, • Neoesclavitud, • PsicopatologíasEtiquetado como capitalismo mundializado, desenvolvimiento emocional, Enrique Carpintero, fetichismo de la mercancía, Guillaume Le Blanc, Karl Marx, la cultura dominante, locura generalizada, normalidad enfermiza, poder narcicista, pulsión de muerte, revista Topia, Sigumd Freud, subjetividad del idiota, subjetividad humana, sujeto normalDejar un comentario

Semblanza del momento actual

Publicada el 20/04/2011 por raas

La Argentina viene viviendo un momento de exaltación social y política, que capitaliza al parecer, cada vez más, el gobierno.

Sus sostenedores y adeptos usan una serie de expresiones que consideran transgresoras, de izquierda…
Hay avances en varios frentes; los medios de difusión progubernamentales han ensanchado muchísimo su espectro; entre estudiantes las corrientes que al parecer más crecen son las kirchneristas, como podría ser La Cámpora a la que se le atribuye una serie de cargos maestros en varias áreas del gobierno; el sindicalismo también parece acrecentado con sus presuntos éxitos en las paritarias; Carta Abierta constituye o ha constituido durante el proceso de formación de opinión que ha vivido el país recientemente el núcleo intelectual más prominente; pocas veces un gobierno recoge la complacencia de sectores intelectuales tan nutridos (la intelectualidad en países periféricos suele ser crítica).

Al mismo tiempo, la larga lucha de los organismos de dd.hh. está rindiendo sus frutos, tardíos, pero gracias a este peronismo kirchnerizado se lleva a juicio a quienes protagonizaran tantos desmadres y daños al país, incluyendo miles de asesinatos. E incluso se está ensanchando, como corresponde la mira, para abarcar la responsabilidad represiva y genocida no sólo de militares sino también de civiles, jueces, empresarios (aunque tal vez sean más bien jueces que empresarios…).  Y aunque la pesadilla del 24/3/1976 haga olvidar otra anterior, con la AAA, que era, precisamente, peronista…

Reivindicando rasgos del peronismo primigenio, el gobierno K ha desplegado una red de apoyo significativa entre los agrupamientos humanos que surgieran como MTDs en los ’90 y particularmente después del 2001. Muchas de tales agrupaciones y corrientes han sido de algún modo cooptadas, digitadas, “abrochadas” o complacidas por la política de distribución del gobierno.
La bonanza que mencionábamos al principio alcanza claramente al ritmo cultural de la nación, con una floración particularmente vigorosa en la capital.

Políticamente esto se traduce en que el gobierno gobierna casi sin oposición. Ni a derecha ni a izquierda hay polos o desafíos significativos. Hay más bien un desbarajuste o un desconcierto.
En el medio universitario, es fácil observar un grado de satisfacción por el decurso de la Argentina contemporánea.

Pero esto es a mi modo de ver un barniz. Para rascar un poco y acercarnos a la realidad hay que rastrear de dónde viene este cuadro de situación: La soja desempeña un rol primordial en la edificación de esta bonanza. Por la soja ingresa el país y al presupuesto del estado −que es lo que nos interesa en este análisis− , una ponchada de miles de millones de dólares. Ciertamente a los sojeros les queda bastante más, pero ése es otro asunto: el enriquecimiento mediante negocios, tan viejo como el capitalismo, y tal vez más.

El gobierno K usa, esa ponchada de miles de millones de dólares, a diferencia de gobiernos conservas o liberales, en planes de distribución que ya dijimos: pensiones, subsidios, cuadernos, comidas, netboks, planes cooperativos y propaganda, mucha propaganda, sueldos, muchos sueldos.

Muchos, y entre ellos muchos noveles rentados, consideran esa politica, liberadora, progresista, encantadora. Y tal vez lo sea más al menos que la política hambreadora tradicional, la que únicamente distribuía el choripán preelectoral.
Pero la cuestión es si puede haber un “capitalismo bueno” como pretende la presidenta, o si más bien, esta política esconde la verdadera naturaleza, incambiada, del sistema de poder vigente.

¿Y cuál es entonces la naturaleza real de este momento histórico de la sociedad argentina?

1.La soja es una movida exógena; vino desde EE.UU. y se implantó en Argentina con el beneplácito del menemato. Con ella, Argentina entró en la nueva división internacional del trabajo diseñada desde las elites de EE.UU. Entró como socia “privilegiada” (aunque periférica).

2.La soja, como la minería a cielo abierto con extractores altamente contaminantes, pertenece al estadio actual, en que las transnacionales han tomado conciencia de los límites del planeta y procuran quedarse, como dice Javier Rodríguez Pardo, “con todo”.

3.El modelo correspondiente a esta nueva (ya no tanto) divisiòn internacional del trabajo no hace sino acentuar los rasgos del american way of life: incremento del consumismo, apuesta a una sociedad de alto consumo energético. Por eso, cada vez más craneotecas del primer mundo apuestan a sustituir petróleo por energía nuclear manteniendo las mismas pautas de dispendio y expansión. Al menos hasta el 11 de marzo (reventón en Fukushima) apostaban…

4.Y la pregunta que me parece que hay que hacerse es si tiene sentido ese camino o si no es una senda al despeñadero planetario, porque el mundo que vivimos, el único por otra parte, está mostrándonos señales de agotamiento, sobrecarga, crisis: en el agua, en el mar, en el oceáno, en el aire, en los alimentos, en la biodiversidad, en la contaminación generalizada e ingobernable…

Pero encarar una política basada en una sociedad de bajo consumo energético no es una pavada ni se arregla con discursos presidenciales. Rompe nuestra vida y cultura cotidiana, que no es eterna, apenas tiene un medio siglo, pero para casi todo el mundo es la única que conocieron y por ello es eterna…

Es, a mi entender, romper con el capitalismo, es decir con el gobierno del capital.

Luis E. Sabini Fernandez

fuente: www.radiografica.org.ar

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Sobre la vigilancia…

Publicada el 11/04/2011 - 11/04/2023 por Ecotropía

Tu vigilancia se mantiene sin perturbaciones. Durante las veinticuatro horas del día habrá una corriente subterránea de vigilancia. Tú sigues haciendo cosas… para el mundo exterior, nada ha cambiado, pero para ti ha cambiado todo.

Por Osho

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La crisis como momento de la dominación social

Publicada el 13/03/2011 - 24/08/2023 por Ecotropía

1. Una de las consecuencias más nefastas de la consolidación del discurso sobre «la crisis económica», es la reaparición del izquierdismo, que viene a entonar un coro que suena más o menos a «ya lo habíamos dicho nosotros: el capitalismo se hunde por sí mismo, y ahora es nuestro turno».

Por Juanma Agulles

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La crítica en la forma actual de la sociedad moderna

Publicada el 27/02/2011 por raas

El tipo de hospitalidad que ofrece a la crítica la forma actual de la sociedad moderna puede compararse con el esquema de un predio para acampar. El lugar está abierto a todos aquellos que tengan su propia casa rodante y suficiente dinero para pagar la estadía.

Los huśpedes van y vienen, a nadie le interesa demasiado cómo se administra el lugar en tanto y en cuanto a los clientes se les asigne el suficiente espacio como para estacionar su casa rodante, los enchufes y los grifos estén en buen estado y los propietarios de las casas cercanas no hagan demasiado ruido y mantengan bajo el volumen de sus televisores portátiles y de sus equipos de audio cuando anochece. Los conductores traen al lugar sus propias casas, remolcadas por sus autos y equipadas con todo lo que necesitarán durante su estadía, que, en todo caso, esperan sea breve.

Cada conductor tiene sus propios horarios e itinerario. Lo que esperan de los administradores del establecimiento es que tan sólo (y nada menos) los dejen tranquilos y no los molesten. A cambio, se comprometen a no desafiar la autoridad de los administradores y a pagar puntualmente. Y como pagan, también exigen.

Son proclives a la intransigencia cuando se trata de defender su derecho a los servicios prometidos, pero, por lo demás, prefieren hacer su vida y se enojan si alguien pretende impedirles el acceso a ellos. De tanto en tanto, reclamarán un mejor servicio; sin son directos, decididos y no tienen pelos en la lengua, hasta puede que consigan lo que piden. Si se sienten estafados o defraudados, los conductores se quejarán y reclamarán lo que les corresponde- pero jamás se les ocurrirá cuestionar o renegociar la filosofía administrativa del lugar, y menos aún, hacerse cargo de la responsabilidad de llevarlo adelante ellos mismos-. A lo sumo, tomarán mentalmente nota de ese sitio para no volver ni recomendárselo a sus amigos.

Cuando, siguiendo su propio itinerario, finalmente se van, el lugar queda tal y como estaba antes de su llegada, indemne a su paso y a la espera de otros nuevos por llegar; si las quejas registradas por sucesivas tandas de acampantes se van acumulando, los servicios prestados por el establecimiento podrán ser modificados para impedir que un descontento reiterado se haga oír nuevamente en el futuro. En la era de la sociedad de la modernidad líquida, la hospitalidad con la crítica sigue el esquema de un predio para acampar.

Zygmunt Bauman

Extraído del libro Liquid Modernity (Modernidad Líquida) -2000 de Zygmunt Bauman. Fondo de Cultura Económica, 2002. Buenos Aires, Argentina.

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Distopía: La Utopía perversa

Publicada el 27/02/2011 - 27/02/2011 por raas

El término de distopía funciona como antónimo de utopía. En la siguiente nota un análisis de las distopías represetadas en el cine y la literatura

El término de distopía funciona como antónimo de utopía y fue acuñado por John Stuart Mill a finales del siglo XIX. Ambas palabras conforman dos extremos opuestos. Mientras la utopía hace referencia, al lugar donde todo es como debe ser, al margen de que tal sistema optimista aparezca como irrealizable en el momento de su formulación, la distopía o antiutopía, es el reverso de lo ideal y designa una sociedad ficticia indeseable en sí misma. La sociedad distópica discurre en un futuro cercano y está basado en las tendencias sociales de la actualidad pero llevadas a extremos espeluznantes y apocalípticos.

Sociedades totalitarias, represivas, deshumanizadas, afectadas por grandes sistemas tecnológicos y mecanismos de control, donde las libertades son encarceladas y anuladas, donde los sujetos son manejados y manipulados a formar parte de un engranaje, omnipresente y cruel, son algunas de las características que regulan estos relatos. Las distopías sirven como críticas sociales en la medida en que reflejan como grandes espejos los sitios más oscuros e indeseables del desarrollo de la humanidad. Son sátiras que con sus imágenes advierten sobre los peligros a los que conducen los extremos y que están ahí para alentar a los sujetos como portadores del cambio que es necesario emprender para torcer el rumbo de sus destinos.

Para Federico Mare, estudiante de historia, “una distopía es, ante todo, una hipérbole; esto es, una exageración retórica deliberada que tiene por finalidad patentizar o visibilizar su objeto; en este caso, las tendencias totalitarias, tecnocráticas y deshumanizadoras. Es también una prognosis, una anticipación, un ejercicio futurista. Lo exagerado no se ubica en el presente sino en el porvenir, un porvenir hipotético ciertamente, pero posible, y, más aún, probable. Reviste, asimismo, un carácter admonitorio. Es una exageración esclarecedora cuya última ratio es el aleccionamiento y la exhortación».

Y agrega: “distopía es advertencia e incitación a la vez: «ten cuidado; si no haces esto hoy, mañana sufrirás aquello». Constituye, en suma, una premonición, en el sentido original de la palabra latina praemonitus, que supone tanto un acto de anticipación como de admonición. Una distopía no es una profecía pesimista sino una prevención realista. Ese futuro que evoca con tintes sombríos resulta conjurable, eludible, evitable. Si en el reino de la profecía la predestinación es soberana absoluta, en el universo distópico existe el «libre albedrío». Dicho en pocas palabras, la distopía es una hipérbole premonitoria (anticipatoria y admonitoria) del totalitarismo tecnocrático y deshumanizador”

Distopías en la literatura y el cine.

El aguafuerte «El sueño de la razón produce monstruos» es un grabado de la serie “Los Caprichos” de Francisco de Goya. En esta estampa, el artista se encarna así mismo rendido sobre su mesa de trabajo y rodeado por una serie de animales sus propios monstruos y fantasmas, frutos del miedo que siente por una sociedad insensata e irracional sumida en la guerra y las tinieblas de la ignorancia. Esta imagen bien podría representar a su vez, como un icono, la figura de novelistas que acechados por las condiciones de su época supieron hacer de su tiempo un magnífico análisis de las atrocidades a las que conduce la acumulación desmedida del poder.

Novelas como la no tan conocida “Nosotros” del escritor ruso Evgueni Ivánovich Zamiátin, o más populares como “1984” de George Orwell, “Un mundo Feliz” de Aldous Huxley, o “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury, por nombrar solo algunas de una lista que se extiende, forman parte del subgénero literario de la antiutopía o ciencia ficción distópica. Género que si bien es inaugurado por Zamiátin ya había sido apuntado por autores como H. G. Wells, con novelas como “La máquina del tiempo” escrita en 1895 o “Una utopía moderna” escrita en 1905, o por el mismo Jack London con su libro el “Talón de hierro” en 1908 (…)

Importancia y vigencia de las distopías

El camino entre la ciencia real y la ciencia ficción siempre ha sida muy estrecho, ambos dominios se influyeron desde siempre mutuamente. Eisntein, el científico más conocido del siglo XX, decía que la imaginación es más importante que el conocimiento, y con esto quería dar a entender que todo producto de la ciencia y la técnica no es concebible si antes no ha sido imaginado como una posibilidad por el hombre. A su vez Julio Verne, padre fundador de la ciencia ficción, si bien predijo con gran exactitud grandes inventos, su auspicio no hubiese sido posible sin una entera vocación por el estudio minucioso de las grandes tendencias de la física y química de su época.

El comunicólogo Philippe Breton, sostiene al respecto que tanto el universo de sentido como las representaciones sociales que los inventores de objetos técnicos poseen, siempre han sido ampliamente alimentados por los temas más importantes de la ciencia ficción. Para el pensador nos equivocaríamos si viéramos en esta literatura un género marginal, sin importantes efectos sobre la evolución de la sociedad. Pues la ciencia ficción tuvo un papel decisivo desde los años cuarenta en la constitución de los mitos fundadores de nuestra modernidad.

Si pensamos por un momento en la función social del arte, queda al descubierto que este, no es más que un campo de resolución imaginaria de contradicciones sociales, y toda obra de arte la síntesis de un juego entre realidad y ficción, donde los anhelos o pesadillas de una época son expresados por la destreza de un sujeto. Es desde este lugar donde cobran importancia las narraciones distópicas. Pues las visiones futuristas que estos relatos representan no son descabelladas cuando, quien las ve, descubre cierta identificación subjetiva con lo contado y que más que ficción en estas sátiras comienzan a vislumbrarse formas presentes, funestas de organización social.

Si el arte es un acto productivo para el seno de la ciencia cuando sus metáforas son utilizadas por los investigadores, se convierte hoy en día en el espacio político de mayor interés para reflexionar sobre las tendencias sociales a las que conducen la evolución perversa del mundo. La fuerza creadora de la imaginación nos exhorta una vez más sobre los límites y posibilidades del futuro, pero esta vez nos advierte no tanto sobre las ventajas del desarrollo si no más bien sobre los terribles sufrimientos que conduce el despliegue de la razón y el progreso.

Cada una de las narraciones que conforman el género distópico ha devenido en clásico de la literatura mundial. Este género que sigue desarrollándose y produciendo títulos importantísimos le debe su popularidad y éxito al gran alance de los problemas planteados y a la profunda impresión que estas historias producen en sus sociedades y épocas. La pujanza de la antiutopía se extiende por que el mundo vive momentos extraordinariamente difíciles y estos discursos permiten desde la ficción repensar la política y las sociedades en las que vivimos. “La distopía es un alerta, un grito desesperado, lanzado a los ojos del individuo, que ve dibujarse el horror en la configuración social contemporánea”, dice el estudiante de filosofía Nicolás Torre, organizador del ciclo.

Y nos explica que: “la distopía es literatura política, es crítica social, es un arma cargada de futuro. Excepto su carácter ficcional, comparte con la historia el intento de redimir el tiempo por venir. Pero su naturaleza ficcional es sólo una licencia poética para lograr un mayor efecto. Mostrándonos lo que podría llegar a suceder, nos impele a arrancar de raíz los elementos autoritarios y totalizadores que, bajo la apariencia de una maleza inofensiva, crecen y se propagan en la actualidad. La distopía nos da a probar el fruto amargo de una semilla que ya ha sido plantada”.

Javier Cusimano
cusimano140@hotmail.com

fuente: www.argentina.indymedia.org/news/2009/07/681497.php

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La cultura de la muerte en la sociedad del espectáculo

Publicada el 30/01/2011 - 02/11/2022 por Ecotropía

Desde las Danzas de la Muerte medievales nunca como hoy estuvo la muerte tan presente de tantas maneras coincidiendo con esta cultura decadente que la usa de espectáculo, espantapájaros y como negocio.

Por Originario

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La colonialidad del poder. Entrevista con Ramón Grosfoguel

Publicada el 28/01/2011 - 29/01/2025 por Ecotropía

Ranón Grosfoguel, es un sociólogo puertorriqueño nacido en Puerto Rico, perteneciente al Grupo modernidad/colonialidad (Grupo M/C) que se desempeña en la Universidad de California en Berkeley. Define su pensamiento como perteneciente a la corriente decolonial, superadora de la corriente poscolonial con la que se considera emparentado. (Wikipedia)

Por Angélica Montes Montoya y Hugo Busso
revista Polis*

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La formación de las necesidades *

Publicada el 11/01/2011 - 11/01/2011 por raas

Las ofertas de mercancías, los mandamientos de nuestro tiempo. Las mercancías tienen sed, y nosotros con ellas.

Lo que se nos presenta son, pues, objetos preformados, cuya pretensión es ser, en su conjunto, «el mundo», y cuya finalidad consiste en formarnos a su imagen y semejanza. Lo cual no es decir, sin embargo, que dicha formación sea un proceso violento ni, en todo caso, que la violencia, allí donde está operando, sea perceptible como tal o tan siquiera reconocible como presión. Las más de las veces, la presión formadora es tan poco perceptible para nosotros como para los peces de las profundidades marítimas la presión de las masas oceánicas que pesan sobre ellos. Cuanto más inadvertida pase la presión formadora, tanto más seguro será su éxito; por lo cual será lo más conveniente que el molde formador sea percibida como molde deseado. Para alcanzar este fin es preciso, por tanto, formar previamente los deseos mismos.

Entre las tareas actuales de la estandarización, y aun de la producción misma, figura, por consiguiente, no sólo la estandarización de los productos, sino también la de los deseos (que anhelan los productos estandarizados). En buena medida, desde luego, eso sucede automáticamente a través de los productos mismos que se entregan y se consumen cada día, ya que las necesidades obedecen, como en seguida veremos, a lo que a diario se ofrece y se consume; pero no del todo: siempre queda una cierta distancia entre el producto ofrecido y la necesidad. La congruencia total y sin resto entre la oferta y la demanda no se alcanza jamás; de modo que, para cerrar esa brecha, hace falta movilizar una fuerza auxiliar, y esa fuerza auxiliar es la moral. Cierto es que también la moral, si ha de ser apta para servir de fuerza auxiliar, debe ser previamente formada, de tal manera que pase por «inmoral» -es decir: por inconformista- aquel que no desea lo que haya de recibir, y de modo que la opinión pública (o, en su caso, su portavoz, que es la conciencia individual «propia» de cada cual) fuerce al individuo a desear lo que haya de recibir. Y eso es lo que sucede hoy en día. La máxima que se nos impone a todos a cada instante, y que apela -tácitamente, pero sin admitir objeciones- a la «parte mejor de nosotros mismos», reza (o rezaría, si se formulara): «¡Aprende a necesitar lo que te ofrezcan!».

Porque las ofertas de mercancías son los mandamientos de hoy.(1)

Dejando de lado algunos residuos de costumbres de épocas pasadas, lo que debemos hacer y dejar de hacer queda definido hoy en día por lo que debemos comprar. Es casi imposible excluirse de aquel mínimo de compras que están mandadas y ofrecidas como musts, o sea como compras obligatorias; quien lo intente se expone al riesgo de pasar por «introvertido», de perder su prestigio, comprometer su futuro profesional, parecer indigente o incluso de hacerse moral y políticamente sospechoso. Pues el no comprar se considera, en el fondo, una especie de sabotaje de ventas, una amenaza a las legítimas exigencias de la mercancía, y, por tanto, no solamente un no hacer, sino un delito positivo, emparentado al robo, cuando no más escandaloso todavía: pues si el ladrón, con su acto de apropiación, si bien indeseable en su modalidad específica, atestigua, con todo, su leal reconocimiento de las cualidades seductoras de la mercancía y de su mandamiento, y, con ello, se acredita como conformista de buena ley, a más de que, una vez atrapado, se le pueden exigir responsabilidades inequívocas, el no comprador, en cambio, se atreve a hacer oídos sordos a la llamada de la mercancía, a ofender con su renuncia al universo de la mercancía, y luego, para colmo, invocar hipócritamente la coartada de la negatividad, alegando que no ha hecho absolutamente nada, con lo cual logra efectivamente sustraerse al brazo de la justicia. «Mejor diez ladrones que un asceta» (dicho moluso) (2).

El mero hecho de no tener coche, que me exponía a ser sorprendido en flagrante delito de no haber comprado o, si se quiere, de no necesitar, me acarreó en California, en el año 1941, el apuro que a continuación se relata.

Diario.

Cuando iba caminando ayer por un highway de las afueras de Los Ángeles, bastante lejos de la ciudad, me vino siguiendo un policía motorizado y paró.
-Say, what’s the matter with your car? (Oiga, ¿qué pasa con su coche?) -me interpeló.
– ¿Mi coche? -pregunté, incrédulo.
-Sold her? (¿Lo ha vendido?).
Meneé la cabeza.
-¿Está en reparación?
Seguí meneando la cabeza. El cop se puso a pensar; pero parecía imposible dar con un tercer motivo para carecer de automóvil.
-Entonces, ¿por qué no lo utiliza?
-No utilizo ¿qué? ¡Pero si yo no tengo coche!
Esa sencilla declaración superaba asimismo su entendimiento.
-Es que nunca he tenido ninguno -expliqué, con ánimo de ayudar.
No podía haber metido la pata de peor manera. ¡Era acusarme a mí mismo! El policía se quedó boquiabierto.
– ¿Nunca ha tenido…?
– ¡Eso es! -dije, alabando sus buenas entendederas-. That’s the boy.
Lo saludé alegremente, ingenuo de mí, y traté de proseguir mi paseo. Pero de eso ya ni hablar; todo lo contrario.
-Don’t force me, sonny -dijo, desenvainando el bloc de apuntes-. ¡No me venga usted con cuentos!
El regocijo de poder aliviar la abrumadora monotonía de su oficio con la captura de un vagabundo, un vagrant, lo ponía de un humor casi candoroso.
-¿Y cómo es que no haya tenido nunca un coche?
A esas alturas, incluso yo creí haberme dado cuenta de lo que no debía contestar, y en lugar de decir: «Porque nunca he tenido dinero para comprarme un coche», respondí, encogiéndome de hombros, lo más indiferente que podía:
-Pues porque nunca me hizo falta.
La respuesta parecía regocijarlo.
-Is that so? -exclamó, casi entusiasmado.
Barrunté que había cometido otro error aún peor que el primero.
-¿Y por qué a sonnyboy no le hace falta tener coche?
Sonnyboy se encogió de hombros, amedrentado.
-Pues porque me hacen más falta otras cosas.
– ¿Por ejemplo?
-Los libros, por ejemplo.
– ¡Vaya! -dijo el policía, con voz de mal agüero, y repitió-: ¡Los libros!
Por lo visto, ya se sentía seguro de su diagnóstico; pues añadió:
-Don’t act the moron! (¡No se haga el tonto!).
Lo cual quería decir que había caído en la cuenta de que sonnyboy era, en realidad, un intelectualillo que se hacía el imbécil para disimular que se negaba a reconocer las ofertas como mandamientos.
-We know your kind (Ya conocemos a los de tu ralea) -dijo, asestándome un puñetazo amistoso en el pecho, y añadió, señalando con un ademán el desierto horizonte-: ¿Y adónde exactamente va usted?
Era la pregunta que más temía, pues si bien la carretera iba a San L., que estaba a cuarenta millas, hasta llegar allí no llevaba a ninguna parte. De haber intentado darle una definición de lo que es la falta de destino del paseante, me habría entregado en bandeja, delatándome definitivamente como vago y maleante. Sabe Dios dónde estaría yo ahora, de no haber llegado en ese mismo instante L., cual verdadero deus in machina, o sea en su imponente automóvil de seis asientos: paró en seco, me saludó efusivamente y me invitó a subir, lo cual al policía no sólo lo dejó pasmado, sino que debió de causarle serio daño a su philosophy.
-Don’t do it again! (¡No lo vuelva a hacer!) -me gritó al adelantarse a nuestro coche.
¿Qué era lo que no debía volver a hacer? Por lo visto, no debía volver a dejar de comprar lo que las ofertas mandan que todo el mundo compre.

Una vez uno haya reconocido en las ofertas los mandamientos de hoy, ya no le sorprende que incluso quienes, de hecho, no pueden permitirse la adquisición adquieran, sin embargo, las mercancías ofrecidas. Lo hacen porque aún menos pueden permitirse desobedecer los mandamientos, es decir, no adquirir las mercancías. ¿Desde cuándo la llamada del deber perdona a los indigentes? ¿Desde cuándo el deber se arredra ante los have-nots? Así como con el deber, según Kant, hay que cumplir también cuando va en contra de las inclinaciones de uno, y sobre todo entonces, así es que hoy se ha de cumplir también, y sobre todo, cuando el deber entra en contradicción con el propio «haber». También los mandamientos de las ofertas son categóricos, y cuando ellas proclaman su must, alegar la precaria situación del deber y haber de uno es puro sentimentalismo.

Esa analogía es ciertamente una exageración filosófica; pero exagera apuntando en la dirección de la verdad. Pues lo que es verdad sin metáfora es que hoy en día no hay apenas nada que juegue en la vida anímica de nuestros contemporáneos un papel tan fundamental como la diferencia entre lo que no se pueden permitir y aquello que no se pueden permitir no tenerlo; y no es menos verdad que esa diferencia se realiza como una «lucha». Si hay un «conflicto de deberes» característico del hombre de hoy, es esta lucha feroz y agotadora que se desencadena en el pecho de los clientes y en el seno de las familias. Pues sí: feroz y agotadora, digo; pues por más que el objeto de esa lucha nos parezca risible y estólido y la lucha misma una variante burlesca de otros conflictos más nobles, nada se dice con ello contra la virulencia del combate, suficiente como para que pudiera servir de trama a una tragedia burguesa de nuestro tiempo.

Como es sabido, la lucha termina, por lo general, con el triunfo del «mandamiento de la oferta», es decir, con la adquisición de la mercancía. Pero la victoria se compra caro; pues entonces empieza para el cliente la obligación avasalladora de pagar a plazos el objeto adquirido.(3)

De todos modos, lo mismo da objeto pagado que por pagar: una vez el cliente lo tenga, quiere también disfrutar su tenencia; y como sólo puede disfrutarla usando el objeto, acaba usándolo porque lo tiene: con lo cual se convierte en su criatura. Pero no sólo por eso: puesto que tiene la mercancía, le es moralmente imposible tenerla sin sacarle el máximo provecho que le pueda ofrecer. Eso sería, en principio, lo mismo que comprar pan y no comerlo.
Encender el televisor sólo de vez en cuando, usar la radio sólo ocasionalmente, eso significaría renunciar voluntariamente y sin beneficiar a nadie a algo que ya se ha pagado o por lo menos empezado a pagar: sería despilfarrarlo; y eso, desde luego, no puede ser. Así es que, si uno aguanta sin cesar lo que le entreguen los aparatos y sin cesar se deja formar por ellos, por lo menos será también por razones morales.

Pero con eso no basta; porque lo que uno tiene una vez, no solamente lo utiliza, sino que también lo necesita. Una vez el uso se haya encarrilado por cierta vía, luego hay que continuar circulando por el mismo carril. Al final, uno no acaba teniendo lo que necesita, sino necesitando lo que tiene. El estado de las posesiones que uno tenga se coagula y se establece psicológicamente como estado normal. Lo que es decir que, cuando llega a faltar algún producto de marca que se haya poseído una vez, no hay simplemente un hueco, sino que hay hambre.

Ahora bien, el caso es que siempre falta algo, ya que todas las mercancías son, para suerte de la producción y gracias a los cálculos que la rigen, unos bienes que se consumen y desgastan por el uso, aun cuando no sean bienes de consumo en el sentido estricto de pan y mantequilla; es decir, unos bienes de cuya falta se encarga el usuario mismo. Así pues, cuando tiene un objeto y lo ha consumido, lo vuelve a necesitar: la necesidad sigue al consumo pisándole los talones. En cierto sentido, la «adicción» es el modelo de las necesidades actuales; con lo cual queda dicho que las necesidades deben su existencia y su modo de ser al hecho de que existan determinadas mercancías.

Pues bien: entre esas mercancías, las más refinadas son las que, por su cualidad, producen necesidades acumulativas. Que Dios o la naturaleza hayan implantado en el hombre un basic need, una necesidad elemental de consumir Coca-Cola, es cosa que nadie sostendría, ni siquiera en el país que la produce; pero el caso es que allá, al otro lado del charco, la sed se ha adaptado a la Coca-Cola, y eso -y aquí llegamos al meollo del asunto- a pesar de que la función última y secreta de dicha bebida no es apagar la sed, sino producirla: esto es, producir, en concreto, una sed específica de Coca-Cola. Aquí resulta, pues, que la demanda es un producto de la oferta y la necesidad un producto del producto, mientras la necesidad producida por el producto sigue funcionando como garantía de la ulterior producción acumulativa del producto.

Este último ejemplo demuestra que, al hablar de las ofertas como «mandamientos de nuestro tiempo», no hay que hacerse una idea demasiado exigua de su carácter de imperativos. Lo propiamente imperativo no se halla tan sólo en las frases declaradamente imperativas, en las estrepitosas órdenes de la publicidad -«¡Compra tu ropa interior Mozart! ¡Cómprala ahora mismo! ¡Es un must!»-, a las que uno, en fin de cuentas, y con un poco de dominio de sí, puede todavía ofrecerles resistencia a pesar de todo, por más que lo traten ya anticipadamente de propietario; sino que lo imperativo está en la posesión de los productos mismos, cuyas órdenes, aunque silenciosas, efectivamente no admiten objeciones. Cada mercancía adquirida requiere, para seguir siendo utilizable o, por lo menos, para no quedar en seguida inservible (y también por razones de prestigio, esto es, para rodearse de objetos de su mismo rango), la compra de otras mercancías; cada mercancía tiene sed de otra o, mejor, de otras. Y cada una nos provoca también a nosotros la sed de otras: lo difícil no es comprar mercancías sino tenerlas; pues el propietario de la mercancía se ve obligado a hacer suya la sed que ésta padece (de jabón en copos o de gasolina), y por mucho que le cueste llenar las bocas acumuladoras de los objetos que se han convertido en su propiedad, no tiene más remedio que hacerse cargo de sus necesidades, y lo hace aún antes de saberlo. Quien necesita A tiene que necesitar también B, y quien necesita B no puede menos de necesitar C; de modo que no sólo necesita una y otra vez A (como en el caso de la Coca-Cola), sino generaciones enteras de mercancías: B, que le había pedido A, luego C, ya que B lo exige, luego D, reclamado por C, y así ad infinitum.

El comprador se vende con cada compra; pues con cada compra establece un como lazo matrimonial con una familia de mercancías que se acumulan y procrean como conejos, exigiéndole que se haga cargo de su sustento. Lo cual, desde luego, supone, por un lado, una cierta comodidad, por cuanto uno no necesita ya apenas ponerse a pensar acerca de su modo de vivir ni tomar decisiones a su cuenta, dado que los sedientos miembros de la familia de mercancías lo informan a gritos de lo que hay que hacer cada día, y el tiempo pasa –Time goes on-; pero, por otro lado, también supone que esos mil miembros de la familia que a uno lo traen de cabeza lo tratan como si fuera un criado, un menor de edad, una presa acorralada, haciéndolo vivir sometido a sus dictados; que la elección de las necesidades futuras siempre ya está hecha; en suma, que uno no tiene jamás tiempo ni libertad de hacer valer sus propias necesidades, ni aun de sentirlas siquiera.

Algún ingenuo nos aconsejaría no caer en los lazos de semejantes «mercancías sedientas»; lo cual es obviamente ridículo, ya que no hay mercancía que no tenga sed. Y no las hay porque lo que tiene sed no es la pieza particular de mercancía, sino el universo de las mercancías como un todo; porque eso que llamamos la «sed de las cosas» no es sino la interdependencia de la producción, esto es, el hecho de que todos los productos remiten unos a otros y dependen unos de otros. Mantenerse al margen de este universo de las mercancías y de la producción es evidentemente imposible; tan imposible como sería el intento de mantenerse al margen del mundo: es decir, ser, pero sin estar en el mundo. Y si algún loco emprendiera el experimento de independizarse aunque sea sólo de algunos de los pertrechos y las fuerzas que constituyen nuestro mundo -por ejemplo, la electricidad-, no tardaría en perecer. Nadie puede permitirse abrir brechas en el sistema del que, como hijo de nuestro tiempo, participa, lo quiera o no, pues con ello quedaría privado del sistema entero.

El hecho de que cada mercancía que, según está mandado, se nos ofrece y se compra, encierra a su vez otras necesidades que se convierten en nuestras necesidades, representa la culminación del fenómeno de los moldes, ya que nuestras necesidades ya no son más que las improntas o reproducciones de las necesidades de las mercancías mismas. Lo que vamos a necesitar mañana no está escrito ni en los astros ni en nuestro pecho; ni tan siquiera en nuestro propio estómago, sino en la nevera que habíamos comprado anteayer, en la radio que compramos ayer y en el televisor que hemos comprado hoy, y a los que mañana escucharemos con el corazón palpitante, aguardando que nos dicten nuestras necesidades.

Günther Anders **
Munich, 1956

notas:
1) A menudo se justifica el deber de estandarización del hombre a partir de otras formas de moral ya existentes, tachando, por ejemplo, de «anticristiano» o de «antidemocrático» a quien se resista a la estandarización. El «razonamiento» es el siguiente: el que no participa delata su falta de humildad y, por tanto, de virtud cristiana, o bien la pretensión de recibir un trato de favor, es decir, un privilegio. Link, en su famoso libro Return to Religion, considera, por ejemplo, «introvertido» -lo que viene a decir: un enfermo social- a quien se haga él mismo escrúpulos de conciencia en lugar de limitarse a consumir remordimientos prefabricados. Sobre este libro -que no pertenece al género del panfleto religioso, sino que fue un éxito de ventas que en 1936 vio dieciocho ediciones en nueve meses, en una de las más grandes casas editoriales, y en el cual se presenta a Jesucristo como modelo de «extroversión»-, v. mi reseña en Zeitschrift für Sozialforschung 1938, ns. 1 y 2.
2) Moluso: de Molusia, país imaginario en que se desarrolla la novela de Anders La catacumba molusa, parábola de los regímenes fascistas y sus aparatos de propaganda y adoctrinamiento (N. del T.).
3) Con este modo de pago, se completa la renuncia a la libertad que se inició con la obediencia al mandamiento de la oferta: a partir de este momento, el comprador que aún debe la suma restante se siente culpable ininterrumpidamente, no sólo ante el vendedor, sino también ante la mercancía entregada, cuya posesión siente como algo todavía inmerecido. Como ya la está utilizando, entabla con ella una relación carente de libertad; y dado que, gracias a la mercancía que ya tiene en casa, vive por encima de sus posibilidades, se ve obligado a dedicar su vida de ahora en adelante a mantenerse, a fuerza de trabajo adicional, a la altura del excesivo nivel de vida ya alcanzado; con lo cual pierde definitivamente la posibilidad de encontrarse a sí mismo.

* Capítulo extraído del primer volumen de la obra La obsolescencia del hombre, de 1956.
** Günther Anders (seudónimo de Günther Stern,1902-1992). Nacido en Wroclaw (Silesia), estudia filosofía con Husserl y Heidegger en Friburgo (1921-1924); ejerce de periodista, escribe relatos, poemas y ensayos filosóficos. Ante la llegada al poder de los nazis, Anders, judío y antifascista, emigra en 1933 a París y en 1936 a los Estados Unidos, donde sobrevive trabajando en fábricas (experiencia que luego juzgará decisiva para la evolución de su crítica de la sociedad moderna), antes de ser nombrado en 1947 profesor de Estética en Nueva York. En 1950 se establece en Viena, donde prosigue su labor literaria y filosófica. Desde los años cincuenta, milita en los movimientos antinucleares y pacifistas; en 1967 forma parte del Tribunal Russell contra la guerra de Vietnam. En 1986, sus Tesis sobre la violencia, resuelto alegato a favor de la resistencia violenta contra la violencia de los Estados y los ejércitos, causan escándalo en el movimiento pacifista alemán y austriaco. La «filosofía de la resistencia» que propugnan los escritos de Anders puede resumirse en una tesis fundamental: la amenaza de destrucción nuclear que se cierne sobre la humanidad entera es la consecuencia extrema de un desarrollo de las técnicas industriales cuyo poderío supera las capacidades -de decisión responsable, y aun de imaginación- de los mismos seres humanos que las producen; la indiferencia con que aceptan la posibilidad permanente del apocalipsis nuclear es la expresión más mortífera de su abdicación ante la perfección superior de sus propios artefactos técnicos.

Traducción: Luis Andrés Bredlow
fuente: www.sindominio.net/etcetera

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(libro) ¡Escucha, pequeño hombrecito!

Publicada el 02/01/2011 - 17/06/2021 por Ecotropía

¡Escucha, pequeño hombrecito!, de Wilhelm Reich, no es un documento científico, sino humano. Fue escrito en el verano de 1945, para los archivos del Instituto Orgón, sin que se pensara entonces en publicarlo. Refleja la lucha interior de un médico y científico que había observado al pequeño hombrecito por muchos años, y visto, en un principio con espanto, luego con horror, lo que el pequeño hombrecito hace consigo mismo, cómo sufre, se rebela, honra a sus enemigos y asesina a sus amigos; cómo, cuando llega al poder como «representante del pueblo» lo utiliza mal y lo transforma en algo más cruel que la tiranía que había sufrido anteriormente en manos de los sádicos de las clases dominantes.

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Desposesión

Publicada el 02/01/2011 - 20/10/2022 por Ecotropía

Recogemos aquí parte de nuestra intervención en Can Masdeu sobre “Implicaciones de la desposesión humana por parte de la sociedad industrial”, al hilo de sus encuentros sobre crítica de la sociedad industrial.

Por Revista Etcétera
junio 2010

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La pobreza planificada

Publicada el 26/12/2010 - 29/08/2023 por Ecotropía

Esta de moda exigir que las naciones ricas trasformen su maquinaria bélica en un programa de ayuda al Tercer Mundo. Las cuatro quintas partes más pobres de la humanidad se multiplican con desenfreno, mientras su consumo per capita decrece.

Por Ivan Illich*

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Videla, dictadura y la izquierda ausente

Publicada el 25/12/2010 - 25/12/2010 por raas

Análisis del pasado reciente argentino, procurando evitar el maniqueísmo fácil, ni en la versión adocenada de la teoría de los dos demonios ni en los ultrismos que descargan todo en «el otro».

El 21 de diciembre ppdo., como se sabe, fue el desenlace de los juicios incoados contra jefes de la represión depuestos, como Jorge R. Videla y otros mandos de la pesadilla 1976-1983.
Las cartas, pasadas tres décadas largas de los atroces acontecimientos examinados, ya están bastante echadas.

Tenemos a las organizaciones de derechos humanos que han avanzado en muchos aspectos y han logrado finalmente volver a llevar a juicio por delitos imprescriptibles a una serie de militares y profesionales de la represión; tenemos las reacciones y “defensas” de militares, enjuiciados y acólitos como Cecilia Pando que procuraría “dar vuelta la torta” y enjuiciar o sencillamente degollar a los impugnadores del “Proceso de Reorganización Nacional”; tenemos a quienes procuran seguir aprovechándose de situaciones generadas en aquel período de discrecionalidad del poder y de terror, como vemos con el estiradísimo trámite por la identidad de algunos adoptados/apropiados.

También sabemos de las voces que juegan en cada coro, aunque a veces hayan surgido fuerzas que procuran obturar tales expresiones. Recuerdo los esfuerzos de una serie de abogados y redes antidictatoriales procurando impedir, a fines de los ’80, una declaración firmada por miles de “ciudadanos” que querían apoyar a Videla y a la dictadura procurando publicar una solicitada de opinión en La Razón. Era una magnífica oportunidad para “verles las caras a tantos partidarios de la dictadura” pero los demócratas absolutistas lograron convencer al juez M. Izurzún de que la lucha por la democracia incluía el ahogo de la libertad de opinión y se impidió semejante publicación, y nos quedamos, de paso, sin saber qué enemigos teníamos y dónde, si en nuestros lugares de trabajo o de estudio…

Por eso, no sorprendió demasiado escuchar, una vez más, la preocupación que en el programa radial “Periodismo sin vueltas” (Radio América, 22 diciembre 2010) sus encargados, Ernesto Lucero y Jorge Fernández Costa o alguno de ellos, transmitía. Apesadumbrados, contrariados por la difusión del alegato de Jorge R. Videla en el juicio que se le hace. Su última instancia de defensa.
Había disgusto. Como que temían que el alegato de Videla y la fuerza y entereza con que lo planteó, pudiera resultar atractivo, deslumbrar o desconcertar a más de uno. No terminaba de entender si los desconcertados no serían alguno de ellos, periodistas ka del más puro modelo.
Me decidí por auscultar pareceres más cerca de la calle. Quien vende los diarios que a veces compro me pareció un buen referente. Efectivamente, llegar a comprar un matutino y que me expectara: ¿miró el juicio anoche? fue todo uno. Auspicioso.

Me comenta que Videla estaba entero y que hizo un discurso muy convincente. Y de allí, fue desplazándose, e insensiblemente llegó a la “teoría de los dos demonios”: “Que fue un tiempo de una tuya y una mía”, me lo tradujo un poco más deportivamente…
Videla alegó que antes del golpe militar «»el estado había perdido el monopolio de la fuerza» y se vivía un «far west vernáculo».» (Marta Platía, Los Andes, 22/12/2010).
También recordó: «»El estado de caos del país desde octubre de 1975″; la firma del decreto de «aniquilación del terrorismo» suscripto por la ex presidente Estela Martínez de Perón e Italo Lúder.» (ibídem).

Y para remate, aludió directamente a la constelación K, resucitando el imaginario de la “seguridad nacional” de los ’70, madeinUSA.: «»Los enemigos de ayer están en el poder y desde él intentan establecer un régimen marxista, a la manera de Gramsci, que puede estar satisfecho de sus alumnos.» (anónimo, La Nación, 21/12/2010).
En otro pasaje, Videla describe la situación de entonces: «»Agotada la instancia de represión sin haberse restablecido el orden, ante las dimensiones de la agresión terrorista, y ante la inoperancia de la Justicia, parecía llegado el momento de apelar a las Fuerzas Armadas para combatir al terrorismo».»
Y ya casi filosóficamente: «»la Argentina afrontó una guerra interna revolucionaria de profunda raíz ideológica».»

Y bien: ¿cuál es el problema? No lo que dice, por ejemplo, la última cita es inobjetable y se podría decir que sus pasajes “descriptivos” no son fáciles de rebatir. En todo caso, los problemas, graves, del “discurso” de Videla pasan por lo que omite, lo que escamotea o por el enfoque maniqueo, ideológico madeinUSA, que confunde al gobierno K con el marxismo.
No hablar ni una palabra de los botines. Algo sistemático que empezó rateando dinero y terminó cambiando la identidad de bebes. Un cáncer social todavía vigente. Una profunda corrupción de la máquina militar.

Un desprecio absoluto por la vida y la dignidad humana.
Ni mencionó, ¡cómo va a mencionarlo!, que su primer acto de gobierno fue establecer la pena de muerte, por decreto. Preguntémonos si por la alta estima que hayan tenido Videla y sus secuaces por la vida humana y si por su altísimo sentido del honor y la compasión, jamás la efectivizaron. O si no prefirieron “la noche y la niebla”, los cuerpos esfumados, para escamotear, con enorme cobardía moral, las atrocidades que cometían a diario.

Con lo cual, sus reiteradas alegaciones a la “crueldad necesaria” sólo muestra su abyección.
Tampoco habló de la satelización total de la Argentina a estrategias imperiales ajenas, lo cual hacía retozar de contento a un perro guardián como el sádico A. Harguindeguy.
Pero no, no es ése el problema que preocupara a “Periodismo sin vueltas”. Es lo que dijo Videla. No lo que escamoteó. ¿Y por qué lo que dijo es tan explosivo y temible?
Porque la izquierda en este país, lo que suele considerarse la izquierda constituida y reconocida como tal, ha escamoteado precisamente el estado real de la sociedad argentina sobre el que embate una y otra vez el asesino frío Videla con aquella renovada Triple A que denunciara Rodolfo Walsh; las tres armas.

Porque lo que se llama la izquierda en este país procura hacerle creer a la sociedad que efectivamente la dictadura se descargó sobre una sociedad de carmelitas descalzas y con ello “prueba” que efectivamente son unos monstruos.
El ejército, la Triple A, las policías y otros cuerpos represivos oficiales, múltiples, del estado argentino, cometieron monstruosidades sin cuento ni medida –incomparables con los pinitos de la “violencia revolucionaria”; por eso la teoría de los dos demonios es insensata–, pero todo no arrancó con sus acciones contra carmelitas descalzas.

Cuando los “grupos de tareas” caían, como también cayeron, sobre carmelitas descalzas era porque venían con su brutalidad casi intacta, con su soberbia armada, con su pretensiones de salvadores absolutos, pisando fuerte y no admitiendo ni una brizna de diferencia: recordemos el “aforismo” de Saint-Jean, el 7 de octubre de 1976, gobernando la provincia de Buenos Aires: ‘A los que vamos a matar’. “Primero mataremos a todos los subversivos, luego a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, luego a los indiferentes y por último a los tímidos».»

Para decirlo con las palabras del economista y periodista Carlos Quijano (1900-1984), para una realidad análoga; la presencia tupamara en Uruguay y el auge guerrillero: ‘Le están abriendo la jaula al monstruo’. Con ello, Quijano explicitaba que la violencia guerrillera, minúscula pero irritante, habilitaba la salida a la calle, la invasión de la sociedad por parte de sus presuntos protectores, los militares, a los que calificaba sin ambages de “el monstruo”. Porque Quijano sabía bien cómo se estaban formando los militares, y al servicio de qué estrategia de poder estaban, con Escuela de las Américas en Panamá y con “asesores” franceses, torturadores colonialistas, p. ej., en el caso de Argentina.
En rigor, los pujos de violencia revolucionaria le vinieron como anillo al dedo a los golpistas y “salvadores de la patria”.

Con los riesgos del análisis contrafáctico, se podría plantear la hipótesis de que si no hubiera mediado Cuba y el encandilamiento consiguiente en tantas realidades sudamericanas, los servicios de inteligencia de la constelación de poder que quería apretar (todavía más) las clavijas podrían haber “acentuado las contradicciones”. Como estimo que ha acontecido con los peculiares atentados del 11 de setiembre de 2001 en Washingon y Nueva York, al servicio de un recrudecimiento de la condición imperial y/o imperialista de EE.UU.

Pero, claro, si desde tanta izquierda se escamotean aquellas secuencias que muchos consideraban prerrevolucionarias, la pieza oratoria de Videla puede resultar inflamable. Porque se adueña de aquellos “hechos” y los pone a su servicio.
Particularmente efectivo ante gente poco politizada y por lo tanto con un potencial sesgo derechoso. Y no solamente para tales. Los jóvenes tampoco conocieron la pesadilla del terror de estado y por eso no alcanzan a tener una idea cabal del período setentista, cargado de esperanzas, de proyectos, de idealismo, de entregas, de sacrificios, a menudo heroicos, pero también de necedad y soberbia de “las organizaciones armadas”. Gente que no querrá, los primeros, y que no podrán, los segundos, conocer los “hechos difíciles” que de modo distinto nos sumían a todos en la inseguridad. Recordemos un único ejemplo: la voladura del comedor de la Policía Federal, que arrojó 21 muertes. Esos vientos tienen que ver con las tempestades del abuso, la corrupción, el poder omnímodo, la abyección de vivir bajo el “Proceso de Reorganización Nacional”.

Para lo que realmente sirvió la dictadura asesina de 1976 fue para distorsionar un poco más el ya distorsionado carácter guerrero del ejército convertido en cazador de mujeres a menudo desarmadas, jovencitos, sindicalistas, bebes y que frente a una guerra que ellos mismos provocaron, en las irredentas Malvinas, no pudieran comportarse como ejército, con un zanjón de clase monstruoso entre conscriptos tratados como el pueblo todo, y una oficialidad hipercorrupta que, como en el caso del tirador de élite A. Astiz, se rindió sin disparar un solo tiro.

Ésa sí que fue una ayuda, involuntaria, claro, a la sociedad argentina. Porque desobturó la vuelta a la democracia, que se precipitó incontenible poco después del desastre malvíneo y permitió vérselas con cuerpos militares desvencijados que facilitaron la irrupción civil y el Nunca Más.
Pero ésa ya es otra historia.

Luis E. Sabini Fernández
luigi14@gmail.com

Publicado en • Análisis

La difícil tarea del verbo ‘oir’

Publicada el 17/12/2010 - 24/03/2023 por Ecotropía

Uno de los mayores problemas de la comunicación, tanto la de masas como la interpersonal, es cómo el receptor- o sea, el otro- oye lo que el emisor- o sea uno, la persona- ha hablado.

Por Artur Da Távola

En una primera escena de telenovela, información de telenoticiero o en una simple charla o debate, observo que la misma frase permite diferentes niveles de entendimiento. En la conversación ocurre lo mismo. Raras, rarísimas, son las personas que procuran oír exactamente lo la otra esta diciendo.

Ante este cuadro, vengo desarrollando una serie de observaciones, y como ando bastante entusiasmado con su formulación, las comparto con el competente lectorado que, por cierto, me ayudara pasándome las pesquisas que tenga al respecto.

Observen que:

1. En general el receptor no oye lo que el otro habla: Oye lo que el otro no está diciendo.

2. El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que quiere oír.

3. El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que ya escuchó antes y coloca lo que el otro está hablando en aquello que se acostumbró a oír.

4. El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que imagina que el otro iba a hablar.

5. En una discusión, en general, los discutidores no oyen lo que el otro está hablando. Oyen apenas lo que están pensando para decirlo enseguida.

6. El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que le gustaría oír que el otro dijese.

7. Una persona no oye lo que la otra habla. Oye apenas lo que está sintiendo.

8. Una persona no oye lo que la otra habla. Oye lo que ya pensaba respecto de aquello que la otra está diciendo.

9. Una persona no oye lo que la otra está hablando. Retira del habla de la otra apenas las partes que tengan que ver con ella y la emocionen, agraden o molesten.

10. Una persona no oye lo que la otra está hablando. Oye lo que confirme o rechace su propio pensamiento. Vale decir, transforma lo que el otro está hablando en objeto de concordancia o discordancia.

11. Una persona no oye lo que la otra está hablando: Oye lo que pueda adaptarse al impulso de amor, rabia u odio que ya sentía por la otra.

12. Una persona no oye lo que la otra habla. Oye del habla de ella apenas aquellos puntos que puedan tener sentido para las ideas y puntos de vista que en el momento la estén influenciando o tocando más directamente.

Estos doce puntos muestran qué raro y difícil es conversa. ¡Que raro y difícil es comunicarse! Lo que hay, en general, o son monólogos simultáneos canjeados a guisa de conversación, o son monólogos paralelos a guisa de dialogo. Hasta puede haber dialogo sin que, necesariamente, exista comunicación. Puede haber hasta un conocimiento de dos sin que necesariamente haya comunicación. Esta solo se da cuando ambos polos se oyen, no en el sentido material de «escuchar», sino en el sentido de procurar comprender en su extensión y profundidad lo que el otro esta diciendo. Oír, por lo tanto, es muy raro. Es necesario limpiar la mente de todos los ruidos e interferencias del propio pensamiento durante el habla ajena.

Oír implica una entrega al otro, una dilución en el. De ahí la dificultad de que las personas inteligentes efectivamente oigan. Su inteligencia en funcionamiento permanente, o su habito de pensar, evaluar, juzgar y analizarlo todo interfieren como un ruido en la plena recepción de aquello que el otro esta hablando. No es solo la audición plena. El acto de oír es perturbado por otros elementos. Uno de ellos es el mecanismo de defensa.

Hay personas que se defienden de oír lo que las otras están diciendo, por verdadero pavor inconsciente de perderse a si mismas. Precisan «no oír» porque «no oyendo» se libran de la rectificación de los propios puntos de vista, de la aceptación de realidades diferentes de las propias; de verdades ídem y así en adelante. Se zafan de lo nuevo, que es salud, pero que las aterroriza.

No oír es, pues, un sólido mecanismo de defensa. Oír es un gran desafío. Desafío de apertura interior: de impulso en la dirección del prójimo, de comunicación con el, de su aceptación como es y como piensa. Oír es proeza. Oír es rareza. Oír es acto de sabiduría.

Después que la persona aprende a oír, pasa a hacer descubrimientos increíbles ocultos o patentes en todo aquello que los otros están diciendo a propósito de hablar.

fuente: revista Mutantia nº13, extraído a su vez de un folleto del Colectivo Hasta las Chapas.

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https://ecotropia.noblogs.org/files/2010/12/La-dificil-tarea-del-verbo-‘oir.ogg

 

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De aperturas y nuevas politizaciones

Publicada el 15/12/2010 - 15/12/2010 por raas

El desborde

Un momento de apertura política está marcado tanto por la dificultad de nombrarlo de modo fácil y preciso como por la pluralidad de significados que despierta. De allí su fuerza para trastocar la escena. Aquello que se abre también se escapa de foco: hace visible simultáneamente varios planos, en un tiempo desigual y combinado. A ese momento de apertura se lo vive con cierta perplejidad: la falta de definiciones no es, sino, efecto de lo que se resiste a ser encuadrado. Tal vez una imagen posible, a la altura de esa indefinición, sea la del desborde. Toda una secuencia de hechos históricos pueden caracterizarse por ese fugarse de lo previsto. Es esa dinámica lo que vuelve a estos hechos momentos irreversibles y únicos, capaces de reinventar el almanaque. Doble fuerza del desborde, entonces: la de salirse del cauce (como lo hace el agua) y superar las previsiones, pero también la de hacer visible una vivencia de exaltación colectiva, una demostración intensa de sentimientos.

La plaza de Mayo que se pobló tras la muerte de Kirchner (y los días siguientes) tuvo esa impronta de desborde. Tal vez su sentido más evidente haya sido defensivo: dejar claro y constatar entre los muchos que allí nos encontramos que no se admitirá un retroceso. Esto es: ni la imposición de escenarios represivos (esbozados ante todo en el criminal asesinato de Mariano Ferreyra) ni la marcha atrás de medidas de gran relevancia popular, ya asumidas colectivamente como derechos adquiridos. La convocatoria resultó sorpresiva y diversa. Imposible sería adjudicar esas presencias a la capacidad organizativa de los grupos más consolidados. Necesario resulta comprender hasta qué punto ese torrente desdibuja y rebasa todo tipo de polarización prefabricada o maniquea de los sentires. Al contrario, la fuerza de esa plaza fue la de exhibir una voluntad de profundización democrática: una nueva explicitación de esa potencia activa e intangible, sin traducción lineal, pero poderosa y decisiva que se hace presente en la calle para otorgar o retirar legitimidad a quienes ocupan el sistema político. Hay quienes llaman a esto esontaneidad. Se trata, creemos, de un efectivo sentido de la urgencia y un decidido ejercicio de la fuerza social.

La excepción

Las resonancias y las diferencias con aquella plaza de fines de 2001 son múltiples aunque no obvias. Si por entonces también se desarmó la salida represiva ya en marcha (imposición del “Estado de sitio” y asesinatos a decenas de manifestantes y militantes en esas jornadas), era evidente que la masiva convocatoria que puso fin a la legitimidad neoliberal adoptó, en plena crisis, la forma de una destitución salvaje. Sin embargo, aquel movimiento inauguró algo que el kirchnerismo supo advertir desde el comienzo: la excepción como condición de época, como terreno concreto de la política. Como debilitamiento de la lógica republicana-representativa y como imposibilidad de dar por sentada la obediencia a la regla. Como desafío que dio lugar a un tratamiento no convencional de la excepción: convivir con ella sin maximizarla pero, al mismo tiempo, sin acabar de conjurarla. La excepción se perpetúa en tanto que la soberanía del Estado, aún cuando se habla sin cesar de su vuelta, no es capaz de monopolizar la organización del entramado social, territorial, cotidiano, de millones de personas. Ni de dotarla de sentido.

La excepción, entonces, como condición de época obliga a una invención de dispositivos de gobierno de nuevo tipo, lo cual supone incorporar los enunciados y los métodos producidos desde abajo en la gestión misma de lo social, habilitando simultáneamente toda una serie de reconocimientos y de perversiones.

Así, es probable que en la relación entre momento de apertura y excepción se juegue algo fundamental del orden de la intensidad democrática. Y de la explicitada necesidad de su profundización.

Complejidades

Es imposible dejar de lado el mapa latinoamericano. En aquellos países donde hubo movilizaciones que trastornaron los pilares del sistema de representación (Venezuela, Ecuador y Bolivia), un mismo tipo de maquinaria política fue implementada por los gobiernos que le siguieron: una combinatoria de redes extensas y difusas que canalizan y traducen la energía popular con mandos explícitos y personalizados que concentran la capacidad de decisión e iniciativa. El acierto de estos gobiernos se vincula estrechamente con el hecho de haber reconocido la incompetencia de ciertas estructuras partidarias e institucionales (aún cuando en los hechos cueste replantear el problema de la organización política en términos alternativos a la de los partidos políticos con imbricaciones en el aparato del estado). Sin embargo, esta incapacidad para construir mecanismos que confíen plenamente en la democratización de las decisiones y de los recursos, los ubica en una posición de perpetua debilidad.

Entre el ejercicio cotidiano de la gestión gubernamental y los impulsos autónomos de organización popular no logran gestarse instituciones políticas de nuevo tipo. Los intentos se han multiplicado: asambleas constituyentes, políticas sociales cuasi universales, partido único de la revolución, transversalidades electorales, concertaciones partidarias; expresiones, todas, de esta tentativa a escala continental de creación de nuevas dinámicas institucionales.

Pero los resultados son escasos y demasiado ambivalentes. No es casualidad, en este marco, que ese espacio propiamente público donde se dirimen las hegemonías y se prueban los discursos haya sido ocupado por los medios de comunicación que disputan palmo a palmo las alternativas de estos procesos.

Las politizaciones más allá de la (vuelta de la) política

Del “¡Qué se vayan todos!” de las plazas de fines de 2001 al ejercicio de un reconocimiento popular hacia el actual gobierno (y a la figura de la presidenta en particular) de las plazas de fines de 2010 no hay una inversión literal. Ni, como se insistió, un camino sin más de la crisis del sistema político a su resurrección. Ni la evidencia gratificante del pasaje del infierno a la salvación. Más bien, ambos momentos pueden leerse como situaciones de alerta social en extremo sensible a los “signos de cierre” (signos de cierre provenientes de todas las fracciones ordenancistas con fuerza dentro y fuera del partido de gobierno, que se querrán llevar adelante en nombre del bien de todos, con el lenguaje del partido, del sindicato, del estado, de los pobres, de los trabajadores, de la militancia popular, etc).

De allí la complejidad de la situación presente; una situación en la que conviven, como trama de la apertura, las politizaciones desde abajo (y sus rasgos autónomos) con el llamado “retorno de la política”, entendido como “retorno del estado”. Este “retorno”, podría decirse, tiene el mérito indiscutido de actualizar la cuestión de la política. Sin embargo, corre serios riesgos de hacerlo en términos de una discursividad que no supera el reestableciento del orden institucional y sus actores predilectos: partidos, sindicatos, intelectuales. En este sentido, la politización (en una perspectiva infrapolítica) traza una genealogía propia y trabaja a (cierta y fundamental) distancia de la discursividad institucional, aunque coexistiendo con ella en la tentativa de reorganizar nuevas posibilidades y confrontaciones.

Aperturas

Nuevas politizaciones, aventuramos, nombra los modos impropios, bárbaros, innovadores, de vivir lo público. Da cuenta, en otras palabras, de un campo de experimentación de lo común que insiste en sus rasgos de autonomía, que se fortalece en su sensibilidad desobediente y que inventa desde abajo otras formas de la organización cotidiana. La activación de esta pluralidad de formas y lenguajes vuelve insuficiente toda tentativa de simplificar esta riqueza al mero encuadramiento. Confiamos en estas nuevas politizaciones como forma de sostener la apertura en términos de una profundización democrática.

Estos modos de politización parten menos de una coherencia discursiva y/o ideológica y más de una serie de luchas (de visibilidad oscilante) que toman como punto de partida las condiciones y los modos de vida. Lucha contra la ampliación de la frontera sojera y los desplazamientos de los campesinos, luchas contra la precarización y tercerización del trabajo, lucha contra el uso intensivo y sin control de los llamados recursos naturales, luchas contra el gatillo fácil, el racismo y la guetificación urbana (y contra sus políticas de “seguridad”), etc.

Es evidente que estas dinámicas de politización han variado mucho desde el 2001 a la fecha. Si durante la fase “destituyente” los movimientos sociales atacaban al estado neoliberal constituyendo prácticas capaces de confrontar con el estado en áreas como el control de la moneda (trueque), de la contraviolencia (piquete) y del mando político sobre diversos territorios (asambleas), una parte de esos mismos movimientos enfrentan el dilema sobre los modos de participar (cuándo y cómo) de la nueva gubernamentalidad, expresando así uno de los rasgos característicos de esta nueva fase del estado.

Y, sin embargo, las formas difusas y permanentes de una cierta movilidad social atraviesan todas estas modalidades. El desborde, como dinámica de apertura, renueva la autonomía como premisa y horizonte en el que promover una interlocución sensible, permeable a diversos problemas que no se agotan en una discursividad “neo-desarrollista” (una discursividad, ésta, tan eficaz como pobre en sus fundamentos: el consumo como sentido primordial de las vidas, la cultura del trabajo como fundamento de la dignidad, los recursos naturales como recursos económicos, el Estado como racionalidad superior, etc.).

Desafíos

Coexisten en el país al menos dos dinámicas que organizan territorialidades diferentes. Por un lado, el plano de reconocimiento de derechos de inclusión (que mixturan políticas asistenciales con nuevas formas de ciudadanía) y de consolidación de conquistas simbólicas sobre la memoria y la justicia vinculadas a los crímenes de la dictadura. En este plano se incluye el axioma que inhibe la represión estatal del conflicto social, una de las conquistas más profundas en lo que hace a las nuevas formas de gobernar en presencia de movimientos y de luchas sociales. Las inconsistencias en la aplicación de este axioma (asesinatos y aprietes en manos de bandas sindicales que atacan a trabajadores tercerizados, guardias armadas por terratenientes, policías provinciales y locales de gatillo fácil, así como la creciente presencia de la gendarmería en villas y barrios) obligan a profundizar y extender su potencia y alcance.

Por el otro, se afirma una tendencia de alcance regional: la reconversión de buena parte de la economía a un neo-extractivismo (minería, extensión de la frontera de la soja, disputas por el agua, los hidrocarburos y la biodiversidad) que incorpora de manera directa a diversos territorios al mercado mundial y de cuyas actividades surgen los ingresos que sostienen fiscalmente a muchas de las economías provinciales y políticas sociales, así como la imagen de una nueva modalidad de intervención estatal. Los asesinatos de los pobladores de la comunidad toba en Formosa que se oponían al desalojo de sus tierras son parte de un modelo de despojo (de la tierra) y desposesión (de recursos) que está en el centro de esta tensión.

La imbricación de estas dos territorialidades es evidente. Ambas convergen para configurar los rasgos de un patrón de concentración y acumulación de la riqueza que se articula, en la primera de las dinámicas, con rasgos democráticos y de ampliación de derechos.

A la polarización política de los últimos años se le sobreimpone, ahora, un nuevo sistema de simplificación dual: cada una de estas territorialidades es utilizada para negar la realidad que aporta la otra. O bien se atiende a denuncias en torno a la nueva economía neo-extractivista, o bien se da crédito a las dinámicas ligadas a los derechos humanos, la comunicación, etc. Como si el desafío no consistiese, justamente, en articular (y no en enfrentar) lo que cada territorio enuncia como potencial democrático y vital. La riqueza de los procesos actuales se da, al contrario, en la combinación de los diferentes ritmos y tonos de las politizaciones, abandonando las disyunciones campo-ciudad, interior-capital, etc., y asumiendo las premisas transversales a las luchas por la reapropiación de recursos naturales, así como de los diferentes procesos de valorización de los servicios, de la producción, de las redes sociales como fuentes de la riqueza común. Estas combinaciones son las que permiten valorar la calidad inmediatamente política de las luchas que evidencian la trama colonial y racista en la redistribución excluyente de poder territorial, jurídico y simbólicos en villas y haciendas, en talleres y barrios que se extiende a los lugares de trabajo bajo el modo de contratación en blanco y en negro, estables y precarizados, etc.

La politicidad emergente resulta casi imperceptible en su materialidad si no se asume la complejidad de esta trama, si no se crean los espacios concretos de articulación de esta variedad de experiencias. Y su radicalidad es inseparable de la exigencia de elaborar para cada una de estas situaciones un sentido preciso de lo que significa la dinámica de desborde y apertura que se juega en cada momento.

Colectivo Situaciones
Buenos Aires, 6 de diciembre de 2010

fuente www.tintalimon.com.ar/blog/De-aperturas-y-nuevas-politizaciones-por-Colectivo-Situaciones

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Tesis de filosofía de la historia

Publicada el 20/11/2010 - 31/01/2018 por raas

1 Es notorio que ha existido, según se dice, un autómata construido de tal manera que resultaba capaz de replicar a cada jugada de un ajedrecista con otra jugada contraria que le aseguraba ganar la partida. Un muñeco trajeado a la turca, en la boca una pipa de narguile, se sentaba a tablero apoyado sobre una mesa espaciosa. Un sistema de espejos despertaba la ilusión de que esta mesa era transparente por todos sus lados. En realidad se sentaba dentro un enano jorobado que era un maestro en el juego del ajedrez y que guiaba mediante hilos la mano del muñeco. Podemos imaginarnos un equivalente de este aparato en la filosofía. Siempre tendrá que ganar el muñeco que llamamos «materialismo histórico». Podrá habérselas sin más ni más con cualquiera, si toma a su servicio a la teología que, como es sabido, es hoy pequeña y fea y no debe dejarse ver en modo alguno.

2 «Entre las peculiaridades más dignas de mención del temple humano», dice Lotz, «cuenta, a más de tanto egoísmo particular, la general falta de envidia del presente respecto a su futuro». Esta reflexión nos lleva a pensar que la imagen de felicidad que albergamos se halla enteramente teñida por el tiempo en el que de una vez por todas nos ha relegado el decurso de nuestra existencia. La felicidad que podría despertar nuestra envidia existe sólo en el aire que hemos respirado, entre los hombres con los que hubiésemos podido hablar, entre las mujeres que hubiesen podido entregársenos. Con otras palabras, en la representación de felicidad vibra inalienablemente la de redención. Y lo mismo ocurre con la representación de pasado, del cual hace la historia asunto suyo. El pasado lleva consigo un índice temporal mediante el cual queda remitido a la redención. Existe una cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada generación que vivió antes que nosotros, nos ha sido dada una flaca fuerza mesiánica sobre la que el pasado exige derechos. No se debe despachar esta exigencia a la ligera. Algo sabe de ello el materialismo histórico.

3 El cronista que narra los acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los pequeños, da cuenta de una verdad: que nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia. Por cierto, que sólo a la humanidad redimida le cabe por completo en suerte su pasado. Lo cual quiere decir: sólo para la humanidad redimida se ha hecho su pasado citable en cada uno de sus momentos. Cada uno de los instantes vividos se convierte en una citation à l’ordre du jour, pero precisamente del día final.

4 “Buscad primero comida y vestimenta, que el reino de Dios se os dará luego por sí mismo”. Hegel, 1807.
La lucha de clases, que no puede escapársele de vista a un historiador educado en Marx, es una lucha por las cosas ásperas y materiales sin las que no existen las finas y espirituales. A pesar de ello estas últimas están presentes en la lucha de clases de otra manera a como nos representaríamos un botín que le cabe en suerte al vencedor. Están vivas en ella como confianza, como coraje, como humor, como astucia, como denuedo, y actúan retroactivamente en la lejanía de los tiempos. Acaban por poner en cuestión toda nueva victoria que logren los que dominan. Igual que flores que toman al sol su corola, así se empeña lo que ha sido, por virtud de un secreto heliotropismo (1), en volverse hacia el sol que se levanta en el cielo de la historia. El materialista histórico tiene que entender de esta modificación, la más imperceptible de todas.

5 La verdadera imagen del pasado transcurre rápidamente. Al pasado sólo puede retenérsele en cuanto imagen que relampaguea, para nunca más ser vista, en el instante de su cognoscibilidad. «La verdad no se nos escapará»; esta frase, que procede de Gonfried KeIler, designa el lugar preciso en que el materialismo histórico atraviesa la imagen del pasado que amenaza desaparecer con cada presente que no se reconozca mentado en ella. (La buena nueva, que el historiador, anhelante, aporta al pasado viene de una boca que quizás en el mismo instante de abrirse hable al vacío.)

6 Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo «tal y como verdaderamente ha sido». Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro. Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado tal y como se le presenta de improviso al sujeto histórico en el instante del peligro. El peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante. En toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a punto de subyugarla. El Mesías no viene únicamente como redentor; viene como vencedor del Anticristo. El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.

7 “Pensad qué oscuro y qué helador es este valle que resuena a pena”. Bertolt Brecht: La ópera de cuatro cuartos.
Fustel de Coulanges recomienda al historiador, que quiera revivir una época, que se quite de la cabeza todo lo que sepa del decurso posterior de la historia. Mejor no puede calarse el procedimiento con el que ha roto el materialismo histórico. Es un procedimiento de empatía. Su origen está en la desidia del corazón, en la acedia que desespera de adueñarse de la auténtica imagen histórica que relumbra fugazmente. Entre los teólogos de la Edad Media pasaba por ser la razón fundamental de la tristeza. Flaubert, que hizo migas con ella, escribe: «Peu de gens devineront combien il a fallu étre triste pour ressusciter Carthage». La naturaleza de esa tristeza se hace patente al plantear la cuestión de con quién entra en empatía el historiador historicista. La respuesta es innegable que reza así: con el vencedor. Los respectivos dominadores son los herederos de todos los que han vencido una vez. La empatía con el vencedor resulta siempre ventajosa para los dominadores de cada momento. Con lo cual decimos lo suficiente al materialista histórico. Quien hasta el día actual se haya llevado la victoria, marcha en el cortejo triunfal en el que los dominadores de hoy pasan sobre los que también hoy yacen en tierra. Como suele ser costumbre, en el cortejo triunfal llevan consigo el botín. Se le designa como bienes de cultura. En el materialista histórico tienen que contar con un espectador distanciado. Ya que los bienes culturales que abarca con la mirada, tienen todos y cada uno un origen que no podrá considerar sin horror. Deben su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado, sino también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie. E igual que él mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión en el que pasa de uno a otro. Por eso el materialista histórico se distancia de él en la medida de lo posible. Considera cometido suyo pasarle a la historia el cepillo a contrapelo.

8 La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el «estado de excepción» en el que vivimos. Hemos de llegar a un concepto de la historia que le corresponda. Tendremos entonces en mientes como cometido nuestro provocar el verdadero estado de excepción; con lo cual mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo. No en último término consiste la fortuna de éste en que. sus enemigos salen a su encuentro, en nombre del progreso, como al de una norma histórica. No es en absoluto filosófico el asombro acerca de que las cosas que estamos viviendo sean «todavía» posibles en el siglo veinte. No está al comienzo de ningún conocimiento, a no ser de éste: que la representación de historia de la que procede no se mantiene.

9 “Tengo las alas prontas para alzarme, Con gusto vuelvo atrás, Porque de seguir siendo tiempo vivo, Tendría poca suerte”. Gerhard Scholem: Gruss vom Angelus.
Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.

10 Los temas de meditación que la regla monástica señalaba a los hermanos tenían por objeto prevenirlos contra el mundo y contra sus pompas. La concatenación de ideas que ahora seguimos procede de una determinación parecida. En un momento en que los políticos, en los cuales los enemigos del fascismo habían puesto sus esperanzas, están por el suelo y corroboran su derrota traicionando su propia causa, dichas ideas pretenden liberar a la criatura política de las redes con que lo han embaucado. La reflexión parte de que la testaruda fe de estos políticos en el progreso, la confianza que tienen en su «base en las masas» y finalmente su servil inserción en un aparato incontrolable son tres lados de la misma cosa. Además procura darnos una idea de lo cara que le resultará a nuestro habitual pensamiento una representación de la historia que evite toda complicidad con aquella a la que los susodichos políticos siguen aferrándose.

11 El conformismo, que desde el principio ha estado como en su casa en la socialdemocracia, no se apega sólo a su táctica política, sino además a sus concepciones económicas. El es una de las causas del derrumbamiento ulterior. Nada ha corrompido tanto a los obreros alemanes como la opinión de que están nadando con la corriente. El desarrollo técnico era para ellos la pendiente de la corriente a favor de la cual pensaron que nadaban. Punto éste desde el que no había más que un paso hasta la ilusión de que el trabajo en la fábrica, situado en el impulso del progreso técnico, representa una ejecutoria política. La antigua moral protestante del trabajo celebra su resurrección secularizada entre los obreros alemanes. Ya el «Programa de Gotha» lleva consigo huellas de este embrollo. Define el trabajo como «la fuente de toda riqueza y toda cultura». Barruntando algo malo, objetaba Marx que el hombre que no posee otra propiedad que su fuerza de trabajo «tiene que ser esclavo de otros hombres que se han convertido en propietarios». No obstante sigue extendiéndose la confusión y enseguida proclamará Josef Dietzgen: «El Salvador del tiempo nuevo se llama trabajo. En… la mejora del trabajo… consiste la riqueza, que podrá ahora consumar lo que hasta ahora ningún redentor ha llevado a cabo». Este concepto marxista vulgarizado de lo que es el trabajo no se pregunta con la calma necesaria por el efecto que su propio producto hace a los -trabajadores en tanto no puedan disponer de él. Reconoce únicamente los progresos del dominio de la naturaleza, pero no quiere reconocer los retrocesos de la sociedad. Ostenta ya los rasgos tecnocráticos que encontraremos más tarde en el fascismo. A éstos pertenece un concepto de la naturaleza que se distingue catastróficamente del de las utopías socialistas anteriores a 1848. El trabajo, tal y como ahora se le entiende, desemboca en la explotación de la naturaleza que, con satisfacción ingenua, se opone a la explotación del proletariado. Comparadas con esta concepción positivista demuestran un sentido sorprendentemente sano las fantasías que tanta materia han dado para ridiculizar a un Fourier. Según éste, un trabajo social bien dispuesto debiera tener como consecuencias que cuatro lunas iluminasen la noche de la tierra, que los hielos se retirasen de los polos, que el agua del mar ya no sepa a sal y que los animales feroces pasen al servicio de los hombres. Todo lo cual ilustra un trabajo que, lejos de explotar a la naturaleza, está en situación de hacer que alumbre las criaturas que como posibles dormitan en su seno. Del concepto corrompido de trabajo forma parte como su complemento la naturaleza que, según se expresa Dietzgen, «está ahí gratis».

12 “Necesitamos de la historia, pero la necesitamos de otra manera a como la necesita el holgazán mimado en los jardines del saber”. Friedrich Nietzsche: Sobre las ventajas e inconvenientes de la historia.
La clase que lucha, que está sometida, es el sujeto mismo del conocimiento histórico. En Marx aparece como la última que ha sido esclavizada, como la clase vengadora que lleva hasta el final la obra de liberación en nombre de generaciones vencidas. Esta consciencia, que por breve tiempo cobra otra vez vigencia en el espartaquismo, le ha resultado desde siempre chabacana a la socialdemocracia. En el curso de tres decenios ha conseguido apagar casi el nombre de un Blanqui cuyo timbre de bronce había conmovido al siglo precedente. Se ha complacido en cambio en asignar a la clase obrera el papel de redentora de generaciones futuras. Con ello ha cortado los nervios de su fuerza mejor. La clase desaprendió en esta escuela tanto el odio como la voluntad de sacrificio. Puesto que ambos se alimentan de la imagen de los antecesores esclavizados y no del ideal de los descendientes liberados.

13 “Nuestra causa se hace más clara cada día y cada día es el pueblo más sabio”. Wilhelm Dietzgen: La religión de la socialdemocracia.
La teoría socialdemócrata, y todavía más su praxis, ha sido determinada por un concepto de progreso que no se atiene a la realidad, sino que tiene pretensiones dogmáticas. El progreso, tal y como se perfilaba en las cabezas de la socialdemocracia, fue un progreso en primer lugar de la humanidad misma (no sólo de sus destrezas y conocimientos). En segundo lugar era un progreso inconcluible (en correspondencia con la infinita perfectibilidad humana). Pasaba por ser, en tercer lugar, esencialmente incesante (recorriendo por su propia virtud una órbita recta o en forma espiral). Todos estos predicados son controvertibles y en cada uno de ellos podría iniciarse la critica. Pero si ésta quiere ser rigurosa, deberá buscar por detrás de todos esos predicados y dirigirse a algo que les es común. La representación de un progreso del género humano en la historia es inseparable de la representación de la prosecución de ésta a lo largo de un tiempo homogéneo y vacío. La crítica a la representación de dicha prosecución deberá constituir la base de la critica a tal representación del progreso.

14 “La meta es el origen”. Karl Kraus: Palabras en verso.
La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no está constituido por el tiempo homogéneo y vacío, sino por un tiempo pleno, «tiempo – ahora». Así la antigua Roma fue para Robespierre un pasado cargado de «tiempo – ahora» que él hacía saltar del continuum de la historia. La Revolución francesa se entendió a sí misma como una Roma que retorna. Citaba a la Roma antigua igual que la moda cita un ropaje del pasado. La moda husmea lo actual dondequiera que lo actual se mueva en la jungla de otrora. Es un salto de tigre al pasado. Sólo tiene lugar en una arena en la que manda la clase dominante. El mismo salto bajo el cielo despejado de la historia es el salto dialéctico, que así es como Marx entendió la revolución.

15 La consciencia de estar haciendo saltar el continuum de la historia es peculiar de las clases revolucionarias en el momento de su acción. La gran Revolución introdujo un calendario nuevo. El día con el que comienza un calendario cumple oficio de acelerador histórico del tiempo. Y en el fondo es el mismo día que, en figura de días festivos, días conmemorativos, vuelve siempre. Los calendarios no cuentan, pues, el tiempo como los relojes. Son monumentos de una consciencia de la historia de la que no parece haber en Europa desde hace cien años la más leve huella. Todavía en la Revolución de julio se registró un incidente en el que dicha consciencia consiguió su derecho. Cuando llegó el anochecer del primer día de lucha, ocurrió que en varios sitios de París, independiente y simultáneamente, se disparó sobre los relojes de las torres. Un testigo ocular, que quizás deba su adivinación a la rima, escribió entonces: «Qui le croirait! on dit, qu’irrités contre l’heure De nouveaux Josués, au pied de chaque tour, Tiraient sur les cadrans pour arréter le jour.»

16 El materialista histórico no puede renunciar al concepto de un presente que no es transición, sino que ha llegado a detenerse en el tiempo. Puesto que dicho concepto define el presente en el que escribe historia por cuenta propia. El historicismo plantea la imagen «eterna» del pasado, el materialista histórico en cambio plantea una experiencia con él que es única. Deja a los demás malbaratarse cabe la prostituta «Erase una vez» en el burdel del historicismo. El sigue siendo dueño de sus fuerzas: es lo suficientemente hombre para hacer saltar el continuum de la historia.

17 El historicismo culmina con pleno derecho en la historia universal. Y quizás con más claridad que de ninguna otra se separa de ésta metódicamente la historiografía materialista. La primera no tiene ninguna armadura teórica. Su procedimiento es aditivo; proporciona una masa de hechos para llenar el tiempo homogéneo y vacío. En la base de la historiografía materialista hay por el contrario un principio constructivo. No sólo el movimiento de las ideas, sino que también su detención forma parte del pensamiento. Cuando éste se para de pronto en una constelación saturada de tensiones, le propina a ésta un golpe por el cual cristaliza en mónada. El materialista histórico se acerca a un asunto de historia únicamente, solamente cuando dicho asunto se le presenta como mónada. En esta estructura reconoce el signo de una detención mesiánica del acaecer, o dicho de otra manera: de una coyuntura revolucionaria en la lucha en favor del pasado oprimido. La percibe para hacer que una determinada época salte del curso homogéneo de la historia; y del mismo modo hace saltar a una determinada vida de una época y a una obra determinada de la obra de una vida. El alcance de su procedimiento consiste en que la obra de una vida está conservada y suspendida en la obra, en la obra de una vida la época y en la época el decurso completo de la historia. El fruto alimenticio de lo comprendido históricamente tiene en su interior al tiempo como la semilla más preciosa, aunque carente de gusto.

18 «Los cinco raquíticos decenios del homo sapiens», dice un biólogo moderno, «representan con relación a la historia de la vida orgánica sobre la tierra algo así como dos segundos al final de un día de veinticuatro horas. Registrada según esta escala, la historia entera de la humanidad civilizada llenaría un quinto del último segundo de la última hora». El tiempo – ahora, que como modelo del mesiánico resume en una abreviatura enorme la historia de toda la humanidad, coincide capilarmente con la figura que dicha historia compone en el universo.

A) El historicismo se contenta con establecer un nexo causal de diversos momentos históricos. Pero ningún hecho es ya histórico por ser causa. Llegará a serlo póstumamente a través de datos que muy bien pueden estar separados de él por milenios. El historiador que parta de ello, dejará de desgranar la sucesión de datos como un rosario entre sus dedos. Captará la constelación en la que con otra anterior muy determinada ha entrado su propia época. Fundamenta así un concepto de presente como «tiempo – ahora» en el que se han metido esparciéndose astillas del mesiánico.

B) Seguro que los adivinos, que le preguntaban al tiempo lo que ocultaba en su regazo, no experimentaron que fuese homogéneo y vacío. Quien tenga esto presente, quizás llegue a comprender cómo se experimentaba el tiempo pasado en la conmemoración: a saber, conmemorándolo. Se sabe que a los judíos les estaba prohibido escrutar el futuro. En cambio la Torá y la plegaria les instruyen en la conmemoración. Esto desencantaba el futuro, al cual sucumben los que buscan información en los adivinos. Pero no por eso se convertía el futuro para los judíos en un tiempo homogéneo y vacío. Ya que cada segundo era en él la pequeña puerta por la que podía entrar el Mesías.

Fragmento político-teológico

Sólo el Mesías mismo consuma todo suceder histórico, y en el sentido precisamente de crear, redimir, consumar su relación para con lo mesiánico. Esto es, que nada histórico puede pretender referirse a lo mesiánico por sí mismo. El Reino de Dios no es el telos de la dynamis histórica; no puede ser propuesto aquél como meta de ésta. Visto históricamente no es meta, sino final. Por eso el orden de lo profano no debe edificarse sobre la idea del Reino divino; por eso la teocracia no tiene ningún sentido político, sino que lo tiene únicamente religioso. (El mayor mérito de El Espíritu de la Utopía de Bloch es haber negado con toda intensidad la significación política de la teocracia.)

El orden de lo profano tiene que erigirse sobre la idea de felicidad. Su relación para con lo mesiánico es una de las enseñanzas esenciales de la filosofía de la historia. Desde ella se determina una concepción histórica mística cuyo problema expondría en una imagen. Si una flecha indicadora señala la meta hacia la cual opera la dynamis de lo profano y otra señala la dirección de la intensidad mesiánica, es cierto que la pesquisa de felicidad de la humanidad libre se afana apartándose de la dirección mesiánica. Pero igual que una fuerza es capaz de favorecer en su trayectoria otra orientada en una trayectoria opuesta, así también el orden de lo profano puede favorecer la llegada del Reino mesiánico. Lo profano no es desde luego una categoría del Reino, pero sí que es una categoría, y además atinadísima, de su quedo acercamiento. En la felicidad aspira a su decadencia todo lo terreno, y sólo en la felicidad le está destinado encontrarla. Mientras que la inmediata intensidad mesiánica del corazón, de cada hombre interior, pasa por la desgracia en el sentido del sufrimiento. A la restitutio in integrum de orden espiritual, que introduce a la inmortalidad, corresponde otra de orden mundano que lleva a la eternidad de una decadencia, y el ritmo de esa mundaneidad que es eternamente fugaz, que es fugaz en su totalidad, que lo es en su totalidad tanto espacial como temporal, el ritmo de la naturaleza mesiánica, es la felicidad. Porque la naturaleza es mesiánica por su eterna y total fugacidad. Aspirar a ésta, incluso en esos grados del hombre que son naturaleza, es el cometido de la política mundial cuyo método debe llamarse nihilismo.(2)

Walter Benjamin
1940

notas:
(1) heliotropismo. (De helio- y tropismo). Movimiento de ciertas plantas por el cual sus flores, tallos y hojas se orientan según la posición del Sol.
(2) Comienza a trabajar en este texto y en el de las «Tesis» en el año 1940. Ambos se publican por vez primera en 1955.

Traducción de Jesús Aguirre. Taurus, Madrid 1973
http://caosmosis.acracia.net/?p=333 ‘Fragmento político- teológico fue tomado de http://homepage.mac.com/eeskenazi/benjamin.html

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La sociedad unidimensional

Publicada el 14/11/2010 - 18/01/2024 por raas

Cuanto más racional, productiva, técnica y total deviene la administración represiva de la sociedad, más inimaginables resultan los medios y modos mediante los cuales los individuos administrados pueden romper su servidumbre y alcanzar su propia liberación.

Por Herbert Marcuse

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El Anti-Edipo: Una introducción a la vida no fascista

Publicada el 24/10/2010 - 31/01/2018 por raas

Durante los años 1945-1965 (pienso en Europa), había una determinada manera correcta de pensar, un cierto estilo de discurso político, una cierta ética para intelectuales. Había que tutearse con Marx, no dejar que los sueños vagabundeasen demasiado lejos de Freud, y tratar a los sistemas de signos -el significante-  con  el mayor respeto. Esas eran las tres condiciones que convertían en aceptable esta singular ocupación que consiste en escribir y enunciar una parte de verdad acerca de sí mismo y de su época.

Después vinieron cinco años breves, apasionados, cinco años de júbilo y de enigma. A las puertas de nuestro mundo, Vietnam, evidentemente, y el primer gran golpe asestado a los poderes constituidos. Pero aquí, dentro de nuestras murallas, ¿qué estaba ocurriendo, exactamente? ¿Una amalgama de política revolucionaria anti-represiva? ¿Una guerra librada en dos frentes, el de la explotación social y la represión psíquica? ¿Una escalada de la libido, modulada por el conflicto de clases? Es posible. De todos modos, es a partir de esta interpretación familiar y dualista que se ha pretendido explicar los acontecimientos de esos años. El sueño que, entre la Primera Guerra Mundial y el advenimiento del fascismo, mantuvo bajo su encanto a las fracciones más utópicas de Europa -la Alemania de Wilhelm Reich y la Francia de los surrealistas- había regresado para arrebolar a la mismísima realidad: Marx y Freud iluminados por una sola incandescencia.

Pero, ¿fue realmente esto lo que ocurrió? ¿Fue realmente una recuperación del proyecto utópico de los años treinta, esta vez a la escala de la práctica histórica? ¿O bien, por el contrario, hubo un movimiento hacia luchas políticas que ya no se adecuaban al modelo prescrito por la tradición marxista? ¿Hacia una  experiencia y una tecnología del deseo que habían dejado de ser freudianas? Es cierto que los viejos estandartes fueron enarbolados una vez más, pero el combate se desplazó y ganó nuevas zonas.

El Anti-Edipo muestra en primer lugar, la extensión del terreno cubierto. Pero es mucho más que eso. No derrocha su caudal en denigrar viejos ídolos, si bien es cierto que se divierte mucho con Freud. Y, sobre todo, nos incita a ir más lejos.

Sería un error leer El Anti-Edipo como la nueva referencia teórica, es decir, esa famosa teoría que tan a menudo nos ha sido anunciada: la que todo lo englobará, esa absolutamente totalizadora y tranquilizante; esa, se nos asegura, “que tanto necesitamos” en esta época de dispersión y de especialización, de donde “la esperanza” ha desaparecido. No hay que buscar una “filosofía” en esta extraordinaria profusión de nociones nuevas de conceptos-sorpresas. El Anti-Edipo no es un Hegel relumbroso.

Yo creo que la mejor manera de leer El Anti-Edipo, consiste en abordarlo como un «arte», en el sentido en que se habla de «arte erótico», por ejemplo. Apoyándose en las nociones, en apariencia abstractas, de multiplicidades, flujos, dispositivos y ramificaciones, el análisis de la relación del deseo con la realidad y con la «máquina» capitalista aporta respuestas a preguntas concretas. Preguntas que se preocupan menos del por qué de las cosas que de su cómo. ¿Cómo se introduce el deseo en el pensamiento, en el discurso, en la acción? ¿De qué manera el deseo puede y debe desplegar sus fuerzas en la esfera de lo político e intensificarse en el proceso de derrumbamiento del orden establecido?

Ars erotica, ars theoretica, ars politica.

De allí los tres adversarios a los cuales El Anti-Edipo se halla confrontado: Tres adversarios que no poseen la misma fuerza, que representan grados diversos de amenaza, y que el libro combate con diferentes medios.

1. Los ascetas políticos, los militantes morosos, los terroristas de la teoría, aquellos que quisieran preservar el orden puro de la política y del discurso político. Los burócratas de la revolución y los funcionarios de la Verdad.

2. Los lamentables técnicos del deseo -los psicoanalistas y semiólogos- que registran cada signo y cada síntoma y que desearán reducir la organización múltiple del deseo a la ley binaria de la estructura y de la carencia.

3. Por último, el enemigo mayor, el adversario estratégico (ya que la oposición de El Anti-Edipo con sus otros enemigos constituye más bien un combate táctico): el fascismo. Y no solamente el fascismo histórico de Hitler y de Mussolini -que tan bien supo movilizar y utilizar el deseo de las masas- sino también el fascismo que existe en todos nosotros, que habita en nuestros espíritus y está presente en nuestra conducta cotidiana, el fascismo que nos hace amar el poder,  desear esa cosa misma que nos domina y nos explota.

Yo diría que El Anti-Edipo (ojalá que sus autores me perdonen) es un libro de ética, el primer libro de ética escrito en Francia desde hace mucho tiempo (y de ahí, tal vez, la razón por la cual su éxito que no limita un “lectorado” en particular: ser anti-Edipo se ha convertido en un estilo de vida, en un modo de pensar y de vivir).

¿Cómo hacer para no convertirse en fascista incluso cuando (sobre todo cuando)  se cree ser un militante revolucionario? ¿Cómo hacer desaparecer de nuestro discurso y de nuestros actos, de nuestros corazones y placeres, ese mismo? ¿Cómo arrancar ese fascismo incrustado en nuestro comportamiento? Los moralistas cristianos buscaban las trazas de la carne que se habían introducido en los repliegues del alma. Deleuze y Guattari, en cambio, acechan las más ínfimas partículas del fascismo en el cuerpo.

Rindiendo un modesto homenaje a San Francisco de Sales (1) podría decirse que El Anti-Edipo es una introducción a la vida no fascista.

Este arte de vivir contrario a todas las formas de fascismo, ya estén instaladas o próximas de serlo, van acompañadas de un cierto número de principios esenciales, que yo resumiría como sigue si tuviera que convertir este gran libro en un manual o una guía de la vida cotidiana:

– Libera la acción política de toda forma de paranoia unitaria y totalizadora.

– Incrementa la acción, el pensamiento y los deseos mediante proliferación, yuxtaposición y disyunción, antes que por subdivisión y jerarquización piramidal.

– Libérate de las viejas categorías de lo Negativo (la ley, el límite, la castración, la carencia, la laguna) que el pensamiento occidental ha sacralizado durante tanto tiempo como forma de poder y modo de acceso a la realidad. Prefiere aquello que es positivo y múltiple, la diferencia a la uniformidad, los flujos a las unidades, las disposiciones móviles a los sistemas. Considerá que lo que es productivo no es sedentario sino móvil.

– No imagines que haya que ser triste para ser militante, incluso si lo que se combate es abominable. Es el vínculo del deseo a la realidad (y no su fuga en las formas de la representación) el que posee una fuerza revolucionaria.

-No utilices el pensamiento para dar a una práctica política el valor de Verdad; ni la acción política para desacreditar un pensamiento, como si no fuera más que pura especulación. Utiliza la práctica política como un intensificador del pensamiento, y el análisis como un multiplicador de las formas y de los dominios de intervención de la acción política.

– No exijas a la política que restablezca los «derechos» del individuo tal cual han sido definidos por el filosofo. El individuo es el producto del poder. Lo que hay que hacer es «desindividualizar» por la multiplicación y el desplazamiento,  por la suma de combinaciones diferentes. El grupo no debe ser el vínculo orgánico que une a individuos jerarquizados, sino un constante generador de «desindividualización».

– No te enamores del poder.

– Podría incluso decirse que Deleuze y Guattari aman tan poco el poder que trataron de neutralizar los efectos del poder vinculados a su propio discurso. De ahí los juegos y las trampas que encontramos un poco en todo el libro, y que convierten su traducción en un auténtico tour de force. pero no se trata de las trampas familiares de la retórica, aquellas que tratan de seducir al lector sin que este sea consciente de la manipulación, y que terminan por ganarlo para la causa de los autores, contra su voluntad. Las acechanzas de El Anti-Edipo son las del humor: otras tantas invitaciones a dejarse expulsar, a despedirse del texto dando un portazo. El libro hace a menudo pensar que no se trata de otra cosa que de un humor y de juego, allí donde, sin embargo, ocurre algo esencial, algo tremendamente serio: el acoso de todas las formas del fascismo, desde aquellas, colosales, que nos rodean y nos aplastan, hasta las formas más pequeñas que instauran la amarga tiranía de nuestras vidas cotidianas.

Michel Foucault*

notas:
* Este texto de Michel Foucault sirvió de prefacio a la edición estadounidense del Capitalismo y esquizofrenia, el Anti-Edipo, de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Formará parte de Dits et écrits, antología de textos de Michel Foucault, que aparecerá en 1989 en Gallimard, (tomado de “Magazine Littéraire”). Publicado en español en Cuadernos de Marcha, Montevideo.
(1) Hombre de Iglesia del S. XVII, que fue obispo de Ginebra. Es conocido por su Introducción a la vida devota.

fuente: http://www.psicologiagrupal.cl/documentos/articulos/antiedipo.html

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La propaganda subversiva y los “ismos”

Publicada el 21/10/2010 - 19/10/2022 por raas

¿Cómo hacer? En esta sociedad habemos personas que estamos, por decirlo de alguna manera, «disconformes» con la misma. Queremos destruir las relaciones sociales de explotación y de dominación y reemplazarlas por otras relaciones sociales, donde la libertad del individuo sea condición para la libertad de la sociedad. Queremos la sociedad sin clases ni Estado, queremos la autogestión de nuestras vidas.

Por Ricardo Fuego
08-05-2006

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Superar el activismo

Publicada el 17/10/2010 - 13/02/2021 por raas

Por Andrew X

Introducción

Un problema evidente en el día de acción del 18-J* fue la adopción de una mentalidad activista. Este problema fue particularmente obvio con el 18-J precisamente porque las personas involucradas en organizarlo y las que participaron en el día trataron de ir más allá de estas limitaciones. Este artículo no es para criticar a alguien involucrado – más bien un intento de provocar un poco de pensamiento sobre los desafíos que nos enfrentan si somos serios en nuestra intención de eliminar el modo de producción capitalista.

Los expertos

Por «mentalidad activista» me refiero a las personas que piensan en sí mismas principalmente como activistas y como pertenecientes a una amplia comunidad de activistas. El activista se identifica con lo que hace y piensa en ello como su papel en la vida, de la misma manera que un trabajo o carrera. Del mismo modo algunas personas se identificarán con su trabajo (como un médico o un profesor), y en lugar de ser eso solamente algo que están haciendo, se convierte en una parte esencial de su imagen de sí mismos.

El activista es un especialista o un experto en el cambio social. Pensar en tí mismo como activista significa pensar en tí mismo como alguien de algún modo privilegiado o más avanzado que los otros en su apreciación de la necesidad del cambio social, en los conocimientos de cómo conseguirlo y sobre cómo liderar o estar al frente de la pelea práctica por crear este cambio.

El activismo, como todos los roles expertos, tiene su base en la división del trabajo – es una tarea especializada separada de las demás. La división del trabajo es el cimiento de la sociedad de clase, donde la división fundamental es la del trabajo mental y el trabajo manual. La división del trabajo opera, por ejemplo, en la medicina o la educación. En lugar de que curar y criar a niños sea un conocimiento general y tareas en las que todos participen, estos conocimientos se convierten en propiedad especializada de doctores y profesores, expertos de los que debemos depender para que hagan estas cosas por nosotros. Los expertos guardan celosamente las destrezas que tienen y las mistifican. Esto mantiene a las personas separadas e impotentes y refuerza la sociedad de clase jerárquica.

Una división del trabajo implica que una persona asume un papel en representación de muchos otros que renuncian a esta responsabilidad. Una separación de las tareas quiere decir que otras personas harán tu comida y tu ropa y te proporcionarán electricidad mientras tú sigues con tu tarea de conseguir el cambio social. El activista, como experto en el cambio social, asume que las otras personas no están haciendo nada para cambiar sus vidas y por esto siente un deber o una responsabilidad de hacerlo en su nombre. Los activistas piensan que están compensando la falta de la actividad de otros. Definirnos a nosotros como activistas significa definir *nuestras* acciones como las que provocarán el cambio social, por lo tanto ignorando la actividad de miles de miles de otros no-activistas. El activismo está basado en la falsa idea de que son solamente los activistas los que hacen el cambio social – mientras que por supuesto la lucha de clases transcurre constantemente.

Forma y contenido

La tensión entre la forma de «activismo» en la que nuestra actividad política aparece y su contenido cada vez más radical justamente ha estado creciendo durante los últimos años. El origen de muchas de las personas involucradas en el 18-J es el de ser «activistas» que «hacen campaña» sobre un «asunto». El progreso político que se ha logrado en el campo activista durante los últimos años ha resultado en una situación donde muchas personas han pasado de hacer campañas sobre un asunto particular contra proyectos y compañías específicas a una ambiguamente definida y sin embargo prometedora perspectiva anti-capitalista. Pero aunque el contenido de la actividad de las campañas ha cambiado, la forma del activismo sigue igual. Así que en lugar de tomárnosla con Monsanto e ir a sus oficinas centrales y ocuparlas, hemos visto más allá de la faceta particular de capital representada por Monsanto y de esta manera desarrollamos una «campaña» contra el capitalismo. ¿Y qué mejor lugar para ir y ocupar que lo que es percibido como las oficinas centrales del capitalismo – la ciudad?

Nuestros métodos de operar todavía son los mismos como si estuviéramos enfrentando a una corporación o proyecto particular, a pesar del hecho de que el capitalismo es mucho más que eso y los medios para derribar a una compañía particular no son para nada los mismos que para derribar al capitalismo. Por ejemplo, la vigorosa campañas de activistas por los derechos del animal han conseguido destrozar tanto a los criadores de perro Consort como los criadores de gatos de Hillgrove Farm. Las empresas quebraron y entraron en bancarrota. De forma semejante la campaña emprendida contra los archi-vivisectores Huntingdon Life Sciences tuvo éxito en reducir el precio de sus acciones cerca de un 33 %, pero la compañía se las arregló para sobrevivir a duras penas a través de una desesperada campaña de relaciones públicas en la Ciudad para recuperar los precios (1). El activismo puede ser muy exitoso para hacer caer un negocio, sin embargo para hacer caer al capitalismo se requerirá mucho más que simplemente extender esta actividad a cada negocio en cada sector. De forma semejante al ataque de las carnicerías por activistas de derechos del animal, el resultado neto es probablemente solamente ayudar los supermercados al cerrar todas las  pequeñas carnicerías, ayudando de esta manera al proceso de la competencia y de la «selección natural» en el mercado. Por lo tanto, los activistas a menudo consiguen destruir una pequeña empresa mientras refuerzan al capital en general.

Una cosa similar es aplicable con el activismo anti-autopistas. Las protestas anti-autopistas a larga escala han creado oportunidades para a todo un nuevo sector del capitalismo – la seguridad, la vigilancia, los constructores de túneles, los expertos y los consultores. Somos ahora un «riesgo del mercado» entre otros para ser tenidos en cuenta en las licitaciones por un contrato de autopistas. Podemos haber ayudado al dominio de las fuerzas de mercado, forzando fuera de él a las compañías más débiles y menos capaces. La consultora anti-protestas Amanda Webster dice: «El advenimiento del movimiento de protesta en realidad proveerá las ventajas del mercado a aquellos contratistas que puedan manejarlo eficazmente.» (2) De nuevo, el activismo puede hacer caer una empresa o parar una autopista pero el capitalismo sigue su camino alegremente, más fuerte que antes.

Estas cosas son seguramente una señal, si una fuera necesaria, que desestabilizar al capitalismo requerirá no sólo un cambio cuantitativo (más acciones, más activistas) sino también uno cualitativo (tenemos que descubrir una forma más eficaz de operar). Parece que tenemos muy poca idea de lo que exige en realidad derribar el capitalismo. Como si todo lo que haría falta fuera alcanzar algún tipo de masa crítica de activistas ocupando oficinas y luego tendríamos una revolución….

La forma del activismo ha sido conservada incluso mientras el contenido de esta actividad se ha movido más allá de la forma que lo contiene. Todavía pensamos como «activistas» que hacen una «campaña» sobre un «asunto», y como somos activistas de «acción directa» iremos a «hacer una acción» contra nuestro blanco. El método de hacer campaña contra un proyecto o una compañía particular ha sido trasladado a esta nueva forma de enfrentar al capitalismo. Estamos intentando enfrentar al capitalismo y conceptualizar lo que estamos haciendo en términos totalmente inapropiados, utilizando un método de operar propio del reformismo liberal. Así tenemos el espectáculo bizarro de «hacer una acción» contra el capitalismo – una práctica completamente inadecuada.

Los roles

El rol del «activista» es un rol que asumimos de la misma forma que el de policía, padre o sacerdote – una extraña forma psicológica que usamos para definirnos a nosotros mismos y a nuestra relación con otros. El «activista» es un especialista o experto en el cambio social – sin embargo mientras más nos aferramos a este rol y noción de quien somos, más impedimos el cambio que deseamos. Una revolución verdadera implicará la desaparición de todos los roles preconcebidos y la destrucción de toda especialización – la reclamación de nuestras vidas. El tomar el control de nuestros propios destinos (en esto consiste el acto de la revolución) involucrará la creación de nuevas identidades y nuevas formas de interacción y de comunidad. Los «expertos» solamente pueden ser un obstáculo a esto.

La Internacional Situacionista desarrolló una crítica severa de los roles y particularmente del rol del «militante». Su crítica estaba dirigida en su mayor parte contra las ideologías izquierdistas y social-democrátas porque esas eran las principales de su momento. Aunque estas formas de alienación todavía existen y están claramente a la vista, en nuestro entorno especial encontramos con más frecuencia al activista liberal que al militante de izquierda. Sin embargo, comparten muchas características en común (lo cual por supuesto no es ninguna sorpresa).

El Situacionista Raoul Vaneigem definió los roles de esta manera: «Los estereotipos son las imágenes dominantes de un período…. El estereotipo es el modelo del rol; el rol es una forma de comportamiento. La repetición de una actitud crea un rol.» Desempeñar un rol es cultivar una apariencia de negligencia para todo auténtico ser: «sucumbimos a la seducción de actitudes prestadas.» Como «actores» que desempeñamos un rol caemos en la falta de autenticidad – reduciendo nuestras vidas a una serie de clichés – «convirtiendo [nuestro] día en una serie de poses escogidas más o menos inconscientemente entre el rango de los estereotipos dominantes.» (3) Este proceso ha funcionado desde los primeros días del movimiento anti-caminos. En Twyford Down luego del Miércoles Amarillo en Diciembre del 92, la cobertura de la prensa y medios de comunicación se concentró en la tribu Dongas y el aspecto contracultural de las protestas. Inicialmente éste no era de ningún modo el elemento predominante – había un gran grupo de vagabundos en el desalojo por ejemplo (4). Pero las personas atraídas hacia Twyford por la cobertura periodística pensaban que cada persona allí tenía rastas. La cobertura periodística tenía el efecto de hacer que personas «corrientes» se desinteresaran y los del tipo contracultural se integraran – reduciendo la diversidad de las protestas. Más recientemente, una cosa similar ha ocurrido en la manera en la que personas atraídas a sitios de protesta por la cobertura de Swampy a quienes habían visto en la tele empezaron a reproducir en sus propias vidas las actitudes presentadas por los medios de comunicación como características del rol del «eco-guerrero» (5).

«Justo como la pasividad del consumidor es una pasividad activa, la pasividad del espectador reside en su habilidad de asimilar los roles e interpretarlos de acuerdo con las normas oficiales. La repetición de imágenes y estereotipos brinda un juego de modelos del que todos debemos escoger un rol.» (6) El rol del militante o del activista es sólo uno de estos roles, y allí, a pesar de toda la retórica revolucionaria que va con ese rol, yace su conservadurismo.

La actividad supuestamente revolucionaria del activista es una rutina aburrida y estéril – una repetición continua de algunas acciones sin potencial de cambio alguno. Los activistas probablemente resistirían el cambio si viniera porque afectaría las certezas fáciles de su rol y el bello y bonito refugio que han construido para sí. De la misma manera que dirigentes sindicales, los activistas son eternos representantes y mediadores. Al igual que los dirigentes sindicales estarían contra sus trabajadores si estos tuvieran éxito en su lucha -ya que esto los dejaría sin trabajo-, el rol del activista es amenazado por el cambio. Efectivamente la revolución, o incluso cualquier movimiento verdadero en esa dirección, perturbaría profundamente a los activistas al deprivarlos de su rol. Si *todos* se están convirtiendo en revolucionarios entonces ya no eres tan especial, ¿o sí?

¿Así que por qué actuamos como activistas? ¿Simplemente porque es la alternativa más fácil? Caer en el rol del activista es fácil porque se ajusta a esta sociedad y no la desafía – el activismo es una forma aceptada de disenso. Incluso si como activistas estamos haciendo cosas que no son aceptadas y son ilegales, la forma misma del activismo es como si fuera un trabajo – quiere decir que encaja en nuestra psicología y nuestra crianza. Tiene cierta atracción precisamente porque no es revolucionario.

No necesitamos más mártires

La clave para comprender tanto el rol del militante como el del activista es la abnegación – el sacrificio del ser propio hacia «la causa», que es identificada como algo separado del propio ser. Esto por supuesto no tiene nada que ver con la verdadera actividad revolucionaria que es el apoderamiento del propio ser. El martirio revolucionario va de la mano con la identificación de alguna causa como algo separado de la propia vida – una acción en contra del capitalismo que identifica el capitalismo como algo «allá afuera» en la ciudad está básicamente equivocada – el verdadero poder del capital está aquí mismo en nuestra vida diaria – recreamos su poder todos los días porque el capital no es una cosa sino una relación social entre las personas (y por lo tanto clases) mediada por cosas.

Por supuesto no estoy sugiriendo que todos los involucrados en el 18 de Junio compartan en la misma medida la aprobación de este rol y la abnegación que va con él. Como dije arriba, el problema del activismo se hizo particularmente evidente el 18 de Junio precisamente porque fue un intento de escapar de estos roles y de nuestras maneras corrientes de operar. Gran parte de lo que está expuesto aquí es una idea extrema (worst case scenario) de a lo que puede llevar jugar el rol de un activista. La cantidad de similitudes que podamos reconocer dentro de nuestro propio movimiento nos dará una señal de cuánto trabajo tenemos por delante.

El activista hace de la política algo aburrido y estéril y aleja a las personas de ella, pero interpretar el rol eventualmente también termina perjudicando al mismo activista. El rol del activista causa una separación entre el fin y los medios: la abnegación implica crear una división en la revolución como amor y placer en el futuro pero deber y rutina en el presente**. La cosmovisión del activismo es dominada por la culpa y el deber, porque el activista no está luchando a favor de sí mismo sino por una causa separada: «Todas las causas son igualmente inhumanas.» (7)

Como activista tienes que negar tus propios deseos porque tu actividad política es definida de tal forma que estas cosas no cuentan como «política». Pones a «la política» en un compartimento separado del resto de tu vida – es como un trabajo…. Haces «política» de 9 a 5 y luego te vas a casa y haces otra cosa. Y como está en un compartimento separado, la «política» permanece inmune a toda consideración práctica de eficacia en el mundo real. El activista se siente obligado a seguir ejecutando de manera autómata la misma vieja rutina todos los días, sin detenerse o considerar lo que está haciendo. El activista es mantenido ocupado y lidia con su culpa golpeando su cabeza contra una pared, si es necesario.

Parte de ser revolucionario debería ser saber cuándo hay que detenerse y esperar. Debería ser importante saber cómo y cuándo atacar para lograr una máxima eficacia y también cómo y cuándo NO atacar. Los activistas tienen esta actitud de «Debemos hacer algo ahora!’ que parece alimentada por la culpa. Esto es completamente anti-táctico.

La abnegación del militante o del activista es reflejada en su poder sobre otros como experto – de la misma manera que en una religión hay una clase de jerarquía basada en el sufrimiento y la rectitud. El activista asume el poder sobre otros en virtud de su grado más grande de sufrimiento (los grupos de activistas «no- jerárquicos» en realidad constituyen una «dictadura del más comprometido»). El activista usa la coerción moral y la culpa para ejercer poder sobre otros menos experimentados en la teología del sufrimiento. La subordinación de sí mismos va de la mano con la subordinación de otros por ellos – todos esclavizados por «la causa». Los militantes y activistas abnegados atrofian sus propias vidas y su propia voluntad de vivir – esto genera una amargura y una antipatía hacia la vida que se vuelve hacia afuera para marchitar todo lo demás. Son «los grandes despreciadores de la vida…. los partisanos de la abnegación total…. sus vidas retorcidas por su monstruoso ascetismo.» (8) Podemos ver esto en nuestro propio movimiento, por ejemplo in situ, en el antagonismo entre el deseo de holgazanear y pasarlo bien versus la ética llena de culpa de trabajar/construir/fortificar/armar barricadas y en la pasión a veces excesiva con que se denuncia los descansos o pausas. El mártir abnegado se ofende e indigna cuando ve a otros que no se están sacrificando. De la misma manera que cuando el «trabajador honesto» ataca con saña al haragán, sabemos que esto se debe a que en realidad odia su trabajo y el martirio que ha hecho de su vida y odia ver alguien librarse de ese destino, odia ver a alguien que se divierte mientras está sufriendo – debe arrastrar a todos a la mugre junto con él – una igualdad de la abnegación.

En la vieja cosmología religiosa, el mártir exitoso fue al cielo. En la cosmovisión moderna los mártires exitosos pueden aspirar a quedar en la historia. La abnegación más grande, el éxito más grande en crear un rol (o incluso mejor, en diseñar uno por completo para que las personas lo imite – por ejemplo el eco-guerrero) gana una recompensa en la historia – el cielo burgués.

La vieja izquierda era muy abierta en su llamado para el sacrificio heroico: «¡Sacrifíquense con alegría, hermanos y hermanas! ¡Por la Causa, por el Orden Establecido, por el Partido, por la Unidad, por la Carne y las Papas!» (9) Pero en estos días es mucho más velado: Vaneigem acusa a los «jóvenes izquierdistas radicalizados» de «entrar el servicio de una Causa – la «mejor» de todas las Causas. El tiempo que tienen para la actividad creativa lo despilfarran en repartir planfletos, poner afiches, manifestarse o abuchear a políticos locales. Se convierten en militantes, fetichizando la acción porque otros están pensando por ellos.» (10)

Este nos resulta familiar – particularmente lo de fetichizar la acción. En grupos de izquierda a los militantes participan en interminables trabajos de rutina porque el jefe de grupo o el gurú ya tiene delineada la «Teoría», la cual sólo puede aceptarse y engullirse: la «línea» del partido. Con los activistas de acción directa es algo ligeramente diferente – la acción es fetichizada, pero por la aversión hacia cualquier teoría, la que fuera.

Aunque está presente, ese elemento del rol del activista que depende de la abnegación y el deber no fue tan significativo en el 18 de Junio. Lo que es más importante para nosotros es el sentimiento de separación de «las personas corrientes» que viene con el activismo. Las personas identificadas con alguna rara subcultura o grupo exclusivo que serían los «Nosotros», como opuesto a los «Ellos» de todos los demás en el mundo.

Aislamiento

El rol del activista es un aislamiento autoimpuesto de todas las personas con las que deberíamos estar conectándonos. Asumir el rol de un activista te separa del resto de la raza humana como alguien especial y diferente. Las personas tienden a pensar de sí mismas en primera persona del plural (¿a quién te refieres cuando dices «nosotros»?) como si hiciera referencia a alguna comunidad de activistas, en vez de una clase. Por ejemplo, durante algún tiempo en el entorno activista ha sido popular arguír a favor del «no más campañas aisladas» y la importancia de «conectarse». Sin embargo, la concepción de muchas personas acerca de lo que esto involucraba era la de «conectarse» con *otros activistas* y otros grupos de campaña. El 18 de Junio lo demostró muy bien; la idea fue juntar a todos los representantes de todas las causas o asuntos en un lugar en cierto momento, relegándonos voluntariamente a nosotros mismos al guetto de las buenas causas.

Del mismo modo, los diversos foros de debate en la red que han surgido recientemente en el país (la Alianza Rebelde en Brighton, NASA en Nottingham, Asamblea Disturbiosa en Manchester, el London Underground, etc.) tienen un objetivo similar – conseguir que todos los grupos de activistas en la zona se comuniquen. No estoy criticando esto – es un elemento esencial indispensable para la acción futura -, pero debería ser reconocida por la forma sumamente limitada de «conectarse» que representa. También es interesante que lo que tienen en común los grupos que asisten a estas reuniones es que son grupos de activistas – lo que realmente les ocupa parecer ser una consideración secundaria.

No es suficiente simplemente el buscar conectar a todos los activistas del mundo, ni tampoco tratar de transformar a más personas en activistas. Contrariamente a lo que algunas personas pueden pensar, no estaremos más cerca a una revolución si muchas personas se hacen activistas. Algunas personas parecen tener la extraña idea de que lo que hace falta es que todos sean persuadidos de algún modo en hacerse activistas como nosotros y entonces tendremos una revolución. Vaneigem dice: «La revolución es hecha todos los días a pesar de, y en oposición a, los especialistas de la revolución.» (11)

El militante o activista es un especialista en el cambio social o la revolución. El especialista recluta a otros en su propia área diminuta de especialización para incrementar su propio poder y por lo tanto disipar la comprensión de su propia impotencia. «El especialista…. se enrola sí mismo para enrolar a otros.» (12) Como un esquema de venta en pirámide, la jerarquía se auto-replica – tú eres reclutado y para no estar al final de la pirámide, tienes que reclutar a más personas para que estén debajo tuyo, quienes después hacen exactamente lo mismo. La reproducción de la sociedad alienada de los roles se consuma a través de los especialistas.

Jacques Camatte en su composición que «Sobre la organización» (1969) (13) llega a la sagaz conclusión de que las agrupaciones políticas terminan siendo como «pandillas» que se definen por la exclusión – a menudo la primera lealtad de los miembros es hacia al grupo en vez de hacia la lucha. Su crítica es aplicable especialmente a las miríadas de sectas izquierdistas y grupúsculos a las que estaba dirigida pero es aplicable también aunque en menor grado a la mentalidad activista.

El grupo político o partido sustituye por propia iniciativa al proletariado y su propia superviviencia y reproducción se convierten en primordiales – la actividad revolucionaria se convierte en sinónimo de «construir el partido» y reclutar miembros. El grupo tiende a creer que goza de una apreciación única de la verdad y todos fuera del grupo son tratados como idiotas con necesidad de ser educados por esta vanguardia. En lugar de un debate igualitario entre compañeros conseguimos la separación de teoría y propaganda, donde el grupo tiene su propia teoría, que es guardada casi en secreto en la creencia de que los candidatos a entrar no tienen todavia la capacidad mental suficiente para comprenderla y deben ser atraídos hacia la organización con alguna estrategia de populismo. Este método deshonesto de lidiar con aquellos en el exterior del grupo es similar a un culto religioso – ellos nunca te dirán por adelantado lo que son.

Podemos ver aquí algunas semejanzas con el activismo, en la manera que el entorno activista actúa de la misma forma que una secta de izquierda. El activismo como un todo tiene algunas de las características de una «pandilla». Las pandillas activistas a menudo pueden terminar siendo alianzas de clase, incluyendo a toda clase de liberales reformistas porque también ellos son «activistas». Las personas se conciben principalmente como activistas y su lealtad primaria es a la comunidad de activistas y no a la lucha en sí. La «pandilla» es la comunidad ilusoria, distrayéndonos de crear una comunidad más amplia de resistencia. La esencia de la crítica de Camatte es un ataque a la creación de una división interior/exterior entre el grupo y la clase. Tendemos a pensar de nosotros mismos como activistas y por lo tanto como seres distintos y con intereses diferentes de la masa de personas de clase obrera.

Nuestra actividad debería ser la expresión inmediata de una lucha real, no la afirmación de la diferencia y la separación de un grupo especial. En los grupos marxistas la posesión de la «teoría» es la cosa esencial que determina el poder. Es diferente en el entorno activista, pero no tan diferente. La posesión de un «capital social» relevante – conocimientos, experiencia, contactos, equipamiento, etc. – es la cosa principal que determina el poder.

El activismo reproduce la estructura de esta sociedad en sus operaciones: «Cuando el rebelde empieza a creer que está luchando a favor de un bien mayor, el principio autoritario consigue una marca (filip).» (14) Este no es un tema trivial, pero está en la base de las relaciones sociales capitalistas. El capital es una relación social entre las personas mediada por cosas – el principio básico de la alienación es que vivimos nuestras vidas al servicio de una *cosa* que nosotros mismos hemos creado. Si reproducimos esta estructura en el nombre de una política que se declara anti-capitalista, hemos perdido antes de empezar. No puedes luchar contra la alienación con medios alienados.

Una propuesta modesta

Ésta es una propuesta modesta de que debemos desarrollar maneras de operar adecuadas a nuestras ideas radicales. Esta tarea no será fácil y el autor de este breve artículo no tiene más claro que otros el cómo debemos continuar. No estoy argumentando que el 18 de Junio debio haber sido abandonado o atacado, efectivamente fue un intento valiente de ir más allá de nuestras limitaciones y crear algo mejor que lo que tenemos actualmente. Sin embargo, en sus intentos de romper con las maneras antiguas y formales de hacer las cosas ha mostrado mas claramente los lazos que todavía nos atan al pasado. Las críticas del activismo que he expresado arriba no son todas aplicables al 18 de Junio. Sin embargo hay un cierto paradigma de activismo que en el peor caso incluye todo lo que he descripto arriba y el 18 de Junio comparte este paradigma en cierto punto. Dejo el lector la decisión de hasta qué punto lo comparte.

El activismo es una forma que nos es impuesta en parte por la debilidad. Como la acción conjunta emprendida por Reclaim the Streets y los portuarios de Liverpool – nos encontramos en una época donde la política radical es a menudo el producto de la debilidad mutua y el aislamiento. Si este es el caso, puede no estar dentro de nuestro poder el escapar del rol de activistas. Puede ser que en épocas de un descenso en las luchas, aquellos que continúan trabajando por la revolución social se marginalizan y llegan a ser vistos (y verse a sí mismos) como un grupo especial separado de las personas. Puede ser que esto solamente es capaz de ser corregido durante un resurgimiento general de la lucha cuando no seremos más fenómenos y bichos raros ya que simplemente estaremos diciendo lo que está en las mentes de todo el mundo. Sin embargo, para trabajar en aumentar la lucha será necesario romper con el rol de activistas lo más que podamos – tratar de superar constantemente nuestras limitaciones y restricciones.

Históricamente, los movimientos que más cerca han estado de desestabilizar, remover o ir más allá del capitalismo no han tomado en absoluto la forma del activismo. El activismo es esencialmente una forma política y un método de operar adecuado para el reformismo liberal que está siendo empujado más allá de sus propios límites y usado para propósitos revolucionarios. El rol del activista en sí debe ser problemático para aquellos que desean la revolución social.

* Se refiere al 18 de Junio de 1999, donde miles de activistas anti-globalización tomaron las calles de Londres y se enfrentaron a la policía. También hubo manifestaciones y acciones en otras partes del mundo, incluyendo a la famosa “batalla de Seattle” en EEUU (Nota del traductor).
**  «El presente es lucha, el futuro es nuestro» (Nota del traductor al castellano)

notas:
1) Rodeando la Milla Cuadrada: Una Guía Básica para la Ciudad de Londres (J18 Publications (UK), 1999) p. 8
2) Ver ‘Acción Directa: Seis Años de Trayectoria’ en Hacer o Morir No. 7, p. 3
3) Raoul Vaneigem – La Revolución de la Vida Cotidiana, Trans. Donald Nicholson-Smith (Left Bank Books/Rebel Press, 1994) – publicado por primera vez en 1967, pp. 131-3
4) ver ‘El Día que Derribaron a Twyford’ en Hacer o Morir No. 1, p. 11
5) ver ‘La Política de la Personalidad: La Espectacularización de Fairmile’ en Hacer o Morir No. 7, p. 35
6) Op. Cit. 2, p. 128
7) Op. Cit. 2, p. 107
8 ) Op. Cit. 2, p. 109
9) Op. Cit. 2, p. 108
10) Op. Cit. 2, p. 109
11) Op. Cit. 2, p. 111
12) Op. Cit. 2, p. 143
13) Jacques Camatte – ‘Sobre la Organización’ (1969) en Este Mundo que Debemos Abandonar y Otros Ensayos (New York, Autonomedia, 1995)
14) Op. Cit. 2, p. 110

Traducido del inglés por Ricardo Fuego en Octubre del 2005.

Fuente Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques

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Sócrates, Trasímaco y el argumento de la banda de ladrones

Publicada el 06/10/2010 - 23/05/2025 por Ecotropía
En el primer libro de la República de Platón -que, en ciertos círculos de la erudición, suele denominarse Trasímaco para distinguirlo del resto de la obra por su posible composición previa- Sócrates defiende la necesidad de la justicia, como elemento de la convivencia organizada en la vida social de los seres humanos, con un argumento que desde entonces constituirá, al menos en la tradición intelectual de la cultura de Occidente, un tema ininterrumpido de debate y controversia. Por Joaquín E. Meabe El examen del asunto, que se conoce bajo el emblemático título de argumento de la banda de ladrones, ha sido objeto de las más diversas interpretaciones. A fines de la antigüedad lo recepciona San Agustín (1) para censurar la inmoralidad del gobernante injusto y, en el apogeo de iluminismo, Jean-Jacques Rousseau (2) retoma una de las extensiones de su conclusión para desestimar racionalmente la pretensión de juridicidad del derecho del más fuerte. Más cerca nuestro Hans Kelsen (3), pone en entredicho su solvencia argumentativa de cara a una posible fundamentación científica del derecho y, desde otro punto vista, Martín Kriele (4) anota los reparos a que da lugar la comparación del bandido con el estado en punto al examen de la legitimidad como presupuesto de la soberanía. Toda esta discusión, tan interesante como extensa, exhibe, sin embargo un curioso desplazamiento donde se sustituye la estructura originaria del argumento en beneficio de sus extensiones interpretativas. Así, por ejemplo, Kelsen no discute directamente a Platón sino que impugna la exposición de San Agustín y, por su parte, Kriele solo examina la derivación conclusiva desarrollada por Rousseau. Es cierto que en todos los desarrollos del asunto campea algo parecido a un efecto de atmósfera platónico, pero el descuido que lleva a omitir la formulación completa del argumento originario no solo desdibuja el contencioso sino que se desentiende, con demasiada rapidez, de algunos aspectos que pueden resultar altamente instructivos para cualquier revisión crítica de los desempeños recíprocos en el interior de estructuras complejas, como la organización gubernamental, con sus respectivos cuadros de burócratas, funcionarios y dependientes encasillados dentro de una engorrosa y complicada trama de poderes e intereses. Nada mejor entonces que empezar por el principio y, como el texto en el que Platón desarrolla el argumento es bastante escueto lo vamos a reproducir aquí de manera completa. El texto de Platón (5) en esta sección de la obra comienza con un requerimiento del Sócrates platónico a Trasímaco, orientado a defender la justicia ciudadana (6) conforme a la cual se practica un reparto racional y equilibrado de adjudicaciones y reconocimientos recíprocos de derechos: -Para complacerme – dice Sócrates (7)- contéstame: ¿Te parece que una polis, un contingente organizado para la guerra, una banda de piratas o ladrones o cualquier etnos que se propusiera algo injusto, consumaría este hacer si, recíprocamente entre ellos, se hicieran injusticia? -Desde ya que no.- contesta Trasímaco. -Y si no actuaran con injusticia ¿no les resultaría mejor?- inquiere Sócrates. -Seguramente – contesta Trasímaco. -La stasis (8) resulta [entonces], Trasímaco, el producto de la injusticia y de los odios y peleas recíprocas, mientras que la justicia equipara y crea concordia ¿no te parece? -Lo admitiré – dice Trasímaco – solo para no polemizar contigo. -Haces bien en obrar así, oh amigo – dice Sócrates – , pero ahora dime, siendo la obra propia de la injusticia el generar odio en cualquier lugar en el que se establece, lo mismo entre libres que entre esclavos, ¿no los hará (9) inaptos para cualquier empresa común, a partir de que se odian y se dividen entre sí? -Seguramente – contesta Trasímaco. -Si se genera entre dos ¿no los hará dividirse y odiarse y tornarse enemigos, tanto entre sí como en relación a los justos? -Así será, creo – responde Trasímaco. -Y si la injusticia, oh admirado amigo, se generare en uno solo ¿perdería aquel poder o lo guardaría intacto? -Creo que lo conservaría intacto – agrega Trasímaco. -Por consiguiente -resume Sócrates- sea que emerja en un agregado de procedencia común (10), en una ciudad (11), en una Familia (12), en un contingente armado para la guerra (13) o en donde sea, aparece (14) con la propiedad de generar, primero, la incapacidad para obrar en común (15), a causa de la discordia social generalizada (16) y las disputas (17), y luego, por la enemistad propia de uno mismo y por la recíproca con el justo. ¿[O] no es así? -Así parece -contesta Trasímaco. -Y si no apareciera más que en uno solo, produciría asimismo todos esos resultados porque esta en su sí mismo el factor que hace generarlo. Primero, lo hará incapaz de obrar. Al hacerlo rebelde y discorde consigo mismo; y después lo tornará enemigo de si mismo tanto como de los justos ¿O no? -Ciertamente -contesta Trasímaco. (18) Como se comprueba después de su lectura, el argumento incluye una variedad de cuestiones, comprensivas de un amplio espectro de tematizaciones que interesan al derecho, a la teoría de la justicia y a los problemas más amplios de convivencia consensuada y de legitimación de los desempeños, tanto en las grandes estructuras de poder (19) como en el interior mismo de los individuos que enfrentan, en su conciencia o en su alma, las tendencias antagónicas del bien y del mal. Los asuntos genéricos (20) han acaparado, indudablemente, la atención en la mayoría de los casos como se puede ver con un ligero repaso de Rousseau, Kelsen y Kriele; y, curiosamente, lo que se ofrecía, en la antigüedad, como una herramienta de crítica política y social frente a la injusticia, ha pasado a revistar, en el interior de los debates y de las modernas controversias especializadas de los filósofos sociales y de los teóricos del derecho, como un asunto técnico-filosófico relacionado con cuestiones epistemológicas y de argumentación internas a esas disciplinas. Todo eso de por sí no debería ser motivo de censura o reproche, puesto que la obra de Platón aparece naturalmente asociada al desarrollo de esas disciplinas; y su estímulo ha sido, en muchas ocasiones, el más genuino soporte de su progreso. Sin embargo, lo desplazado o desatendido en la tradición intelectual moderna, vicaria del argumento de la banda de ladrones, es justamente aquello que hoy -cuando necesitamos, más que nunca, una revisión crítica de los fundamentos de nuestros propios desempeños -, se nos presenta como un asunto crucial que vale la pena repasar de manera atenta y cuidadosa. Se percibe ante todo, en la formulación original del argumento, como lo pone en evidencia la más ligera lectura del texto, que Platón parte de un singular isomorfismo: Polis, Ejército, Banda de Piratas o Ladrones y Diferentes Etnos (21), se consideran por sus semejanzas antes que por sus diferencias, de tal modo que cualquiera de ellas puede transformarse, en razón del predominio de la injusticia sobre la justicia, en su recíproca. O dicho de otro modo, tanto una polis como un contingente armado para la guerra pueden volverse algo similar a una banda de piratas o ladrones. (22) Tamaña transitividad viene dada, de acuerdo al argumento, por la pérdida de aptitud, capacidad o dinamis del grupo para llevar adelante acciones comunes fundadas en la reciprocidad y la justicia. La injusticia genera stasis, que equivale a un desorden social generalizado donde predomina el odio, el egoísmo, la crueldad y el despojo, lo que no implica la desaparición del orden de agregación social que contiene al conjunto (23) sino más bien su degradación o corrupción generalizada. Se pierde así el poder para obrar en común y se marcha a la disolución. La pérdida de poder, sin embargo, debe entenderse con arreglo al sentido griego de la palabra dýnamis, cuya voz, en nuestro castellano actual, se traduciría con la palabra poder, siempre y cuando se le de a esta el alcance de poder material de ejecución de alguna cosa, lo que indica, a su vez, una asociación de potencia y virtud (o areté) para ejecutar dicha potencia. Para que no queden dudas de que esta asociación es pertinente al argumento Platón relaciona la discordia y la incapacidad para realizar actos en común en un grupo con la disensión interna que padece el propio individuo, enfrentado a disposiciones antagónicas que lo paraliza de la misma forma al no poder decidir entre el bien y el mal. De todo lo cual se sigue, en el argumento, que la propia banda de ladrones debe practicar la justicia en su seno, aunque la omita respecto de los demás. De igual modo tanto una polis como un ejército, una familia o un grupo social o racial cualquiera no se diferenciará de una banda de piratas o ladrones cuando orienta su desempeño hacia la injusticia. Y lo más grave es que cuando así ocurre el único poder que se conserva intacto es aquel poder para dividir y provocar odio, para degradar y tornar a unos y otros enemigos entre sí. El resultado de todo esto es aquello que San Agustín define como el máximo despojo (24) que no es sino la pérdida de lo que arraiga y sostiene la agregación social: el deber de reciprocidad en el que se asienta la noción mínima de justicia indispensable para la convivencia; que, cuando falta, transforma a los reinos e imperios en bandas de ladrones. Para el criterio moderno -donde el político se nos presenta como una figura diferenciada y, en general, autosuficiente-, parece este cargo de Platón y de San Agustín algo demasiado grave y severo; y, con seguridad, ningún político o grupo político lo admitiría para sí, aunque, a veces, utilice el epíteto como instrumento retórico destinado a descalificar al adversario. Ahora bien, el hombre común y todo aquel ciudadano o residente que se encuentra al margen de las estructuras de poder puede, no obstante, extraer de todo esto una lección distinta y, desde ya, valiosa para su autoconservación como hombre libre y como ser humano no degradado y envilecido por esa especie de stasis del alma insinuada por Platón. En primer lugar, como lo señala el propio Platón, la injusticia resulta, conforme al argumento de la banda de ladrones, una especie de vara o termómetro, si se quiere, para medir la degradación del gobernante y para enjuiciar la degradación de uno mismo en el seno del estado; y en segundo lugar, sirve para discernir en uno mismo la eventual capacidad o aptitud para la acción común o convivencial. La banda de ladrones resulta así, en orden al desenvolvimiento de la acción política en el seno del estado, algo más que una mera fuerza malévola. Como tal es, asimismo, un reflejo de lo que nos falta y la imagen que proyecta y devuelve esa parte de nuestra propia identidad que anuncia ya la falta de acción común o, si se quiere, la ineptitud tendencial para evitar el máximo despojo del que habla San Agustín, que hace a la pérdida de todo aquello que forma la identidad, el arraigo y la pertenencia. Todo esto, sin duda, es tremendo; pero aun queda un inquietante remanente en el argumento que reclama atención y sobre el cual vale la pena detenerse, un instante más, especialmente por su curioso efecto de contraste. Platón desarrolla ese último efecto en un examen del sujeto particular, equidistante de los agregados sociales amplios, cuyo paralelismo le sirve después para enlazar uno y otro por la ramificación de las extensiones del mal, que converge en cada caso con una específica potencia destructiva: la aptitud para formar al enemigo y para hacer del hombre un ser stásico, un enemigo de todo, incluso de sí mismo. Se trata de una consumación de la discordia que labiliza el vínculo y reemplaza la justicia por el odio. Cuando esta tarea se ha completado ya no queda nada por hacer y solo cabe alimentar el egoísmo y el rencor, que al desplazarse del conjunto o agregado humano al interior del individuo completa el ciclo de descomposición. A diferencia de otros teóricos que imaginan que el egoísmo y el odio cumplen una función activa y hasta benéfica, Platón sostiene la inutilidad absoluta de esos sentimientos y advierte acerca del error de cualquier parcialidad (interés, egoísmo, odio) de cara a la disposición con la que debemos enfrentar a las bandas de ladrones y piratas. Incluso para los que creen, como Carl Schmitt, que el esquema dicotómico amigo-enemigo es básico e ineludible, el argumento de la banda de ladrones se ofrece como la alternativa racional de complementaridad que permite superar la debilidad del que ha sido reducido a la pura condición de enemigo y que por ello ya se ha cercenado la expectativa de la justicia hacia el otro. A partir de allí, la conciencia del justo obrar opera como un factor decisivo que reconcilia al individuo consigo mismo y lo prepara para afrontar la adversidad y desmantelar el odio. Platón no pone ejemplos, pero desde entonces la historia de la humanidad ha sido más que pródiga en ese sentido como lo demuestran Sócrates, San Francisco, Juana de Arco y Ghandi. Demás esta decir, que (para usar una poco feliz metáfora bélica) en todos esos casos, como ha ocurrido entre nosotros con Manuel Belgrano o el padre Carlos Mugica, el hecho de haber perdido casi todas sus batallas no fue un obstáculo para ganar la guerra. El argumento de la banda de ladrones, en consecuencia, y con arreglo a una lectura política, en el viejo sentido filosófico que asocia la acción con la potencia y esta con la virtud, puede llegar a ser un importante instrumento teórico y una singular herramienta intelectual destinada a preservar la autoafirmación individual y todo aquello que conduce a una vida social libre, segura y previsible. Y, en ese plano, la fórmula misma pierde su carácter ofensivo para transformarse en un molde objetivo que define un estado de cosas inapropiado que se debe evitar en beneficio de todos. Las diferentes bandas que asolan nuestros actuales estados, extensos y complicados, quizá no se inmuten ante nuestro argumento; pero el resto, que no se conforma con semejante trama, seguramente no dejará de prestarle atención y eso, ya de por sí, es mas que suficiente de cara a su eventual valor operativo. notas: 1) Civitas Dei , IV, 4. 2) Du Contrat Social, I, 3. 3) Reine Rechtslehre, 19602, § 6. 4) Einführung in die Staatslehre. Die gesschichtlichen Legitimätsgrundlagen des demokratischen Verfassungsstaates, 1975, § 3. 5) Rep. 351c-352a. La presenta traducción es nuestra. Hemos tomado como base el texto establecido por John Burnet (Oxford, OCT, 1905) y lo hemos confrontado con el propuesto por Emile Chambry (París, Les Belles Lettres, 1947-1949). Asimismo hemos tenido en cuenta los trabajos anteriores de José Manuel Pavón y Manuel Fernández Galiano [La República, Madrid, 3 vls., Madrid, 1949], Antonio Camarero [Platón, República, Bs.As., 1963], Antonio Gómez Robledo [Platón, La República, México, 1971] y Conrado Eggers Lann [Platón, Obras, vol. IV. República. Madrid, 1986]. 6) Esta justicia ciudadana se denomina dikaiosyne. Semejante dispositivo de adjudicación o asignación de derechos y castigos es, desde ya, bastante diferente a nuestra moderna función judicial. Hay sin embargo un isomorfismo estructural que permite establecer una comparación en el plano estricto de la justicia material más allá de todas las diferencias en los mecanismos y procedimientos actuales cuyo sesgo formal es su rasgo idiosincrático. Y justamente la posibilidad misma de esa comparación es la que nos permite subrayar el valor crucial del argumento platónico. 7) Al inicio del argumento. 8 ) Preferimos no traducir stasis que significa discordia social generalizada. 9) Se refiere a los que lo engendran en su seno. 10) El termino griego utilizado por Platón es: engenetai. 11) El término griego utilizado por Platón es: polei. 12) El término griego utilizado por Platón es: génei. 13) El término griego utilizado por Platón es: stratopédo. 14) Se refiere implícitamente a la injusticia. 15) La frase griega utilizada por Platón es: auto poien prattein. 16) El término griego utilizado por Platón es: staizein. 17) El término griego utilizado por Platón es: diaphereethai. 18) Aquí concluye el desarrollo formal del argumento. 19) Vg.: el estado, el gobierno, el ejército, etc. 20) Derecho, teoría de la justicia, problemas de legitimidad. 21) Agregados que se estructuran en torno a una regla de linaje como la familia o la tribu. 22) Si hicieran falta ejemplos actuales, bastaría observar la historia reciente de la Argentina moderna desde 1976 en adelante. 23) Polis, ejército, banda, etnos, etc. 24) Magna latrocinium, Civitas Dei , IV, 4. fuente: http://serbal.pntic.mec.es/AParteRei articulo en PDF
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Nosotros, los antidesarrollistas

Publicada el 04/10/2010 - 31/01/2018 por raas

La fe en el crecimiento económico ilimitado como solución a los males sociales ha sido inherente al régimen capitalista, pero no fue hasta los años cincuenta del siglo pasado cuando dicha fe, bajo el nombre de desarrollismo, se convirtió en una política de Estado.

A partir de entonces, la Razón de Estado fue principalmente Razón de Mercado. Por primera vez, la supervivencia de las estructuras de poder estatales no dependía de guerras, aunque fueran “frías”, sino de economías, preferentemente “calientes”. La libertad, siempre asociada al derecho civil, pasaba cada vez más por el derecho mercantil. Ser libre fue a partir de entonces, exclusivamente, poder trabajar, comprar y vender libremente, sin regulaciones, sin trabas. En lo sucesivo, el grado de libertad de las sociedades capitalistas vino determinado por el porcentaje de parados y el nivel de consumo, es decir, por el grado de integración de los trabajadores. Y corolariamente, la protesta social más auténtica se definió como rechazo al trabajo y al consumismo, es decir, como negación de la economía independizada de la colectividad, como crítica antiindustrial, como antidesarrollismo.

Pronto, el desarrollismo se ha convertido en una amenaza no sólo para el medio ambiente y del territorio, sino para la vida de las personas, reducida ya a los imperativos laborales y consumistas. La alteración de los ciclos geoquímicos, el envenenamiento del entorno, la disolución de los ecosistemas, ponen literalmente en peligro la continuidad de la especie humana. La relación entre la sociedad urbana y el entorno suburbializado ha sido cada vez más crítica, pues la urbanización generalizada del mundo conlleva su banalización destructiva no menos generalizada: uniformización del territorio mediante su fácil accesibilidad; destrucción territorial por la contaminación y el ladrillo; ruina de sus habitantes por inmersión en un nuevo medio artificializado, sucio y hostil.

El desarrollismo, al valorizar el territorio y la vida, era inherente a la degradación del medio natural y la descomposición social, pero, a partir del momento en que cualquier forma de crecer devino fundamentalmente una forma de destruir, la destrucción misma llegó a ser un factor económico nuevo y se convirtió en condición sine qua non. El desarrollismo encontró sus límites en el agotamiento de recursos, el calentamiento global, el cáncer y la producción de basura. Las fuerzas productivas autónomas eran principalmente fuerzas destructivas, lo cual volvía problemático y peligroso las huidas hacia delante. Pero la solución al problema, desde la lógica capitalista, residía en ese mismo peligro. Gracias a él podían convertirse en valor de cambio los elementos naturales gratuitos como el sol, el clima, el agua, el aire, el paisaje…

O los síntomas de descomposición social como el vandalismo, la agresividad, los robos, la marginación… El riesgo se volvió capital. Las críticas ecológicas y sociológicas proporcionaron ideas y argumentos a los dirigentes mundiales. Así pues, la nueva clase dominante ligada a la economía globalizada, ha creído hallar la solución en el sindicalismo de concertación, la tecnología policial, el consumismo “crítico”, el reciclaje y la industria verde; en resumen, en el desarrollismo “sostenible” y su complemento político, la democracia “participativa.”

El crecimiento económico, a partir de los años setenta, no pudo asegurarse más por la mano de obra y pasó a depender completamente del desarrollo técnico. La tecnología se transformó en la principal fuerza productiva, suprimiendo las contradicciones que se desprendían de la preponderancia de la fuerza de trabajo. En adelante los obreros dejaban de ser el elemento principal del proceso productivo, y por consiguiente, perdían interés como factor estratégico de la lucha social.

Si los conflictos laborales nunca habían cuestionado la naturaleza alienante del trabajo, ni el objeto o las consecuencias de la producción, puesto que las luchas obreras siempre se movían en la órbita del capital, menos cuestionarían ahora el meollo del problema, la máquina, condenándose a la ineficacia más absoluta como luchas por la libertad y la emancipación. Las ideologías obreristas eran progresistas; consideraban el trabajo como una actividad moralmente neutra y mantenían una confianza ciega en la ciencia y la técnica, a las que suponían los pilares del progreso una vez los medios de producción cayeran en manos proletarias.

Criticaban el dominio burgués por no poder desarrollar a fondo sus capacidades productivas, o sea, por no poder ser suficientemente desarrollista. En ese punto demostraron estar equivocadas: el capitalismo, en lugar de inhibir las fuerzas productivas las va desarrollando al máximo. La sociedad plenamente burguesa es una sociedad de la abundancia. Y precisamente es esa abundancia, producto de dicho desarrollo, la que ha destruido la sociedad. En el polo opuesto, los antidesarrollistas, por definición contrarios al crecimiento de las fuerzas productivas, cuestionan los medios de producción mismos, ya que la producción, cuya demanda viene determinada por necesidades ficticias y deseos manipulados, es en su mayoría inútil y perjudicial. Lejos de querer apropiarse de ellos, aspiran a desmantelarlos. No apuestan por la autogestión de lo existente, sino por el retorno a lo local.

También cuestionan la abundancia, por ser sólo abundancia de mercancías. Y critican el concepto obrerista de crisis como momento ascendente de las fuerzas revolucionarias. Bien al contrario, el capitalismo ha sabido instalarse en ella y demostrar más capacidad de maniobra que sus supuestos enemigos. La historia de los últimos años enseña que las crisis, lejos de hacer emerger un sujeto histórico cualquiera, no han hecho más que catapultar la contrarrevolución.

La visión del futuro proletario era la sociedad convertida en fábrica, nada esencialmente distinto del presente, en que la sociedad entera es un hipermercado. La diferencia obedece a que en el periodo de dominio real del capital los centros comerciales han sustituido a las fábricas y, por lo tanto, el consumo prima sobre el trabajo. Mientras las clases peligrosas se convertían en masas asalariadas dóciles, objetos pasivos del capital, el capitalismo ha profundizado su dominio, aflojando los lazos que le ligaban al mundo laboral. A su manera, el capitalismo moderno también está contra el trabajo.

En la fase anterior de dominio capitalista formal se trabajaba para consumir; en la actual, hay que consumir incesantemente para que el trabajo exista. La lucha antidesarrollista quiere romper este círculo infernal, por lo que parte pues de la negación tanto del trabajo como del consumo, cosa que lleva a cuestionar la existencia de los lugares mal llamados ciudades, donde ambas actividades son preponderantes. Condena esos conglomerados amorfos poblados de masas solitarias en nombre del principio perdido que presidió su fundación: el ágora. Es la dialéctica trabajo/consumo la que caracteriza a las ciudades al mismo tiempo como empresas, mercados y fábricas globales.

Por eso, el espacio urbano ha dejado de ser un lugar público para la discusión, el autogobierno, el juego o la fiesta, y su reconstrucción se rige por los criterios más espectaculares y desarrollistas. La crítica del desarrollismo es entonces una crítica del urbanismo; la resistencia a la urbanización es por excelencia una defensa del territorio.

La defensa del territorio, que tras la desaparición de la agricultura tradicional se sitúa en el centro de la cuestión social, es un combate contra su conversión en mercancía, o sea, contra la constitución de un mercado del territorio. El territorio es ahora el factor desarrollista fundamental, fuente inagotable de suelo para urbanizar, promesa de gigantescas infraestructuras, lugar para la instalación de centrales energéticas y vertederos, espacio ideal para el turismo y la industria del ocio…

Es una mina inagotable de impuestos y puestos de trabajo basura, algo con lo que poner de acuerdo a las autoridades regionales, las fuerzas vivas municipales y los ecologistas neorrurales, para quienes la cuestión territorial es sobre todo un problema fiscal y de empleos. La lógica de la mercancía está fragmentando y colonizando el territorio desde las conurbaciones, componiendo con todo un solo sistema metropolitano. Las luchas antidesarrollistas tienen pues en la defensa del territorio un dique contra la oleada urbanizadora del capital. Intentan que retrocedan las fronteras urbanas. Son luchas por la recuperación del colectivismo agrario y por la desurbanización. Pero también son luchas que buscan el reencuentro y la comunicación entre las personas, luchas por el restablecimiento de la vida pública.

Para que el antidesarrollismo llene de contenido las luchas sociales ha de surgir una cultura política radicalmente diferente a la que hoy predomina. Es una cultura del “no”. No a cualquier imperativo económico, no a cualquier decisión del Estado. No se trata pues de participar en el juego político actual para contribuir en la medida que fuere a la administración del presente estado de cosas. Se trata mejor de reconstruir entre los oprimidos, fuera de la política pero en el seno mismo del conflicto, una comunidad de intereses opuestos a dicho estado.

Para eso la multiplicidad de intereses locales ha de condensarse y reforzarse en un interés general, a fin de plasmarse a través del debate público en objetivos concretos y alternativas reales. Una comunidad así ha de ser igualitaria y estar guiada por la voluntad de vivir de otro modo. La política antidesarrollista se basa en el principio de la acción directa y la representación colectiva, por lo que no ha de reproducir la separación entre dirigentes y dirigidos que conforma la sociedad vigente. En esa vuelta a lo público, la economía ha de regresar al domus, ha de volver a ser lo que fue, una actividad doméstica. La comunidad ha de asegurarse contra todo poder separado, por un lado, organizándose horizontalmente mediante estructuras asamblearias, y controlando lo más directamente posible a sus delegados o enlaces, de forma que no se conviertan en jerarquías formales o informales. Por el otro, rompiendo la sumisión a la racionalidad mercantil y tecnológica. Nunca podrá dominar las condiciones de su propia reproducción inalterada si actúa de otro modo, es decir, si cree en la tecnología y en el mercado, si reconoce alguna legitimidad en las instituciones del poder dominante o adopta sus métodos de funcionamiento.

Para recuperar y desactivar la rebelión social, principalmente juvenil, contra las nuevas condiciones de la dominación, las que obedecen al mecanismo de construcción/destrucción/reconstrucción típico del desarrollismo, se pone en marcha una versión degenerada de la lucha de clases, los llamados “movimientos sociales”, plataformas inclusive. Puesto que ya no se quiere otro orden social, el mito del “ciudadano” puede sustituir cómodamente al mito del proletariado en los nuevos esquemas ideológicos. El ciudadanismo es el hijo más legítimo del obrerismo y del progresismo caducos. No surge para enterrarlos, sino para revitalizar su cadáver.

En un momento en que no hay más auténtico diálogo que el que pueda existir entre los núcleos rebeldes, aquél sólo pretende dialogar con los poderes, hacerse un hueco desde donde tratar de negociar. Pero la comunidad de los oprimidos no ha de intentar coexistir pacíficamente con la sociedad opresora pues su existencia no se justifica sino en la lucha contra ella. Una manera de vivir diferente no ha de cimentarse en el diálogo y la negociación institucional con la forma esclava precedente. Su consolidación no vendrá pues ni de una transacción, ni de una crisis económica cualquiera, sino de una secesión masiva, de una disidencia generalizada, de una ruptura drástica con la política y con el mercado. En otras palabras, de una revolución de nuevo tipo. Puesto que el camino contrario a la revolución conduce no sólo a la infelicidad y la sumisión, sino a la extinción biológica de la humanidad, nosotros, los antidesarrollistas, estamos por ella.

El pensamiento antidesarrollista o antiindustrial no representa una nueva moda, una crítica puramente negativa del pensamiento científico y de las ideologías progresistas, o un vulgar primitivismo que propugna retroceder a un momento cualquiera de la Historia. Tampoco es una simple denuncia de la domesticación del proletariado y del despotismo del capital. Menos todavía algo tan mistificador como una teoría unitaria de la sociedad, propiedad de la última de las vanguardias o del último de los movimientos. Va más allá que eso. Es el estadio más avanzado de la conciencia social e histórica. Es una forma determinada de conciencia de cuya generalización depende la salvación de la época.

Miquel Amorós

Manifiesto del 7 de marzo de 2010

fuente: http://alasbarricadas.org/noticias/?q=node/13531

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Carta sobre el mal llamado “conflicto mapuche”

Publicada el 01/10/2010 - 31/01/2018 por raas

A la luz del actual panorama político por el que transita la sociedad de este lado del sur del mundo, nos parece pertinente poner en cuestión el llamado “conflicto mapuche” por tratarse mas bien del conflicto del Estado chileno y agentes privados nacionales y transnacionales con el pueblo mapuche en resistencia. Esta situación la entenderemos como un conflicto territorial.

El conflicto territorial es un desacuerdo, un no acuerdo, un choque de distintas visiones respecto del uso del territorio y sus recursos (ya sean el agua, la tierra, los bosques, el mar). Este conflicto se manifiesta a través de los actores que están involucrados en el territorio: el Estado como agente regulador, el mercado como mecanismo de articulación y las comunidades locales como sujetos receptores de políticas e inversiones.

En términos simples, el conflicto territorial se produce cuando un grupo de poder articula el espacio en función de su modelo de desarrollo, y en esa acción desarticula otros modos de vida locales que no necesariamente comparten la misma visión de desarrollo. Este proceso puede ser entendido como desterritorialización.

La desterritorialización es una manera de referirse al despojo o usurpación del territorio por parte de agentes externos a los pueblos o comunidades locales históricamente arraigadas a la tierra. En la acción, representa la imposición de un modelo de desarrollo y una cosmovisión (en este caso capitalista – occidental) mediante la cual los pueblos son despojados de su capacidad de conducir bajo sus modelos de desarrollo y su cosmovisión, la forma en que se relacionarán con la madre tierra (ñukemapu). En concreto, el Estado chileno y los consorcios empresariales son los agentes desterritorializadores de la realidad local mapuche.

Sin embargo, el panorama se vuelve aún más complejo si consideramos que el pueblo mapuche está en un proceso contrario, el de reterritorialización. Son cada vez más las comunidades de las distintas identidades territoriales que conforman el pueblo mapuche las que están en un proceso de recuperación de lo que representa el ser gente de la tierra. Este proceso se manifiesta en la recuperación de la lengua, del kimun, y de la tierra, como partes componentes de una gran lucha tendiente a mantener viva la cultura y la forma de vida de un pueblo que quiere ser y existir.

Para dimensionar en parte el concepto de territorio mapuche, las palabras de un lonko de la identidad territorial bafkehche son pertinentes “…cada espacio geográfico en una dimensión territorial esta supeditado a una fuerza que es superior a nosotros, que no tenemos que atropellar o pasar por alto, sino que vivir y convivir con esa diversidad con respeto a los elementos de la naturaleza. Si nosotros como seres humanos no respetamos una planta, una hierba medicinal, estamos atentando a nosotros mismos…”

En concreto, el conflicto territorial entre el Estado chileno y el pueblo mapuche se manifiesta en una zona particular del wallmapu que corresponde administrativamente a las regiones del Bio-Bio, Araucanía, Los Ríos y Los Lagos.

El concepto de desterritorialización se materializa por la presencia del Estado chileno como agente regulador de los territorios y del mercado como mecanismo de articulación del espacio. Recordemos que al tradicional destino triguero y forestal con el que se especializó la producción de esta zona luego de su ocupación durante el siglo XIX y XX, actualmente habría que agregar las explotaciones mineras en Lleu-Lleu, la producción salmonera en Melipeuco, la instalación de plantas de celulosa en Mininco, la contaminación del mar en Mehuin, la generación de energía eléctrica en Ralco y la generación de energía geotérmica en Sollipulli, solo por mencionar algunos ejemplos. Todas, en beneficio del desarrollo y el progreso de las chilenas y chilenos concentrados en las ciudades y “el granero de Chile” como era conocida esta parte del país, no fue ni ha sido capaz de alimentar a los hijos de su tierra.

Por otra parte, el concepto de reterritorialización se enmarca dentro de un proceso de lucha. “… Somos un pueblo que ha resistido muchos siglos por lo tanto el llamado es que nuestra gente asuma su ser y su identidad íntegramente y que luchemos por nuestros derechos fundamentales como el derecho a la vida y al territorio. Es una visión, una forma de vida la que defendemos y no podemos dejarla morir…” es el mensaje de un peñi a su pueblo.

Para finalizar, el silencio cómplice de las esferas del conocimiento formal no nos sorprende. Muchos geógrafos se han manifestado en la prensa sobre el reciente terremoto en el país, por tratarse de un tema “científico”, pero cuando se trata de asumir una postura política respecto de un conflicto territorial, el Geógrafo apela a la neutralidad de la ciencia, pese a definirse como un “especialista del territorio”.

Esta condición la entendemos, porque hoy la Geografía es una disciplina secuestrada en poder de los militares, las sociedades geográficas, los departamentos universitarios y el aula escolar. Al contrario y en abierta oposición a estas posturas, consideramos que es valido definir el ámbito investigativo de la geografía desde los problemas y tensiones sociales expresadas territorialmente y asumir el compromiso político del quehacer geográfico.

Esperamos haber contribuido con otros puntos de vista respecto de la actual situación de la huelga de hambre de los prisioneros políticos mapuche, que hoy cumplen 80 días de ayuno. Manifestamos nuestro apoyo y compromiso con la causa del pueblo mapuche y enviamos un especial saludo a los peñi y lamgen que nos han permitido conocer parte de su cultura y su cosmovisión.

Nutuay Iñ Taiñ Mapu
Weichan Mapu Mew

Colectivo de Geografía Crítica y Social Gladys Armijo

fuente: http://clajadep.lahaine.org/articulo.php?p=9939&more=1&c=1

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