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Mes: noviembre 2008

Escuelas contra la idiosincracia indígena

Publicada el 30/11/2008 - 07/09/2018 por raas

Penetración neocolonialista de la Escuela en el área indígena mejicana

Por Pedro García Olivo

Tradicionalismos revolucionarios

1) Partimos de una intuición teorética que nuestras experiencias de cooperación con organizaciones campesinas e indígenas del área centroamericana han corroborado plenamente: la existencia de “tradicionalismos revolucionarios”…
Andrei Tarkovsy hizo decir al protagonista de su película “El sacrificio” unas frases muy bellas en su aparente paradoja, que subrayan el circunstancial valor transformador del inmovilismo, la eventualidad de que también la tradición pueda revestirse de un potencial revolucionario:

“Sabes, algunas veces me digo a mí mismo que, si cada día, exactamente a la misma hora, realizara el mismo acto siempre, como un ritual, inmutable, sistemático, cada día a la misma hora, el mundo cambiaría. Sí, algo cambiaría, ¡a la fuerza!”

La Modernidad puede verse, de hecho Henri Lefebvre quiso verla así, como un “rodillo compresor”, un rodillo que oprime y aplasta la alteridad. Donde subsiste una peculiar especie de lo no-moderno, a un tiempo pre-moderna y anti-moderna, resistencia pos-moderna grávida de un futuro impensado, palpita también una forma de diferencia que el poder teme y persigue: no son “modernas”, por ejemplo, las Comunidades indígenas “en Usos y Costumbres” que persisten en varios estados de México; se apegan, de hecho, a unos valores y unas formas de organización “tradicionales” contra los que se dispone en nuestro tiempo el rodillo homogeneizador del Capitalismo tardío (1).

No es irrelevante que la “democracia directa”, bajo una versión no-occidental, y la “propiedad comunera” de la tierra, entendida de un modo que tampoco cabe en los idearios colectivistas o cooperativistas clásicos del utopismo europeo, ocupen un lugar muy destacado en los Usos que estos indígenas defienden con tanta tenacidad. No es irrelevante que el modelo de “transmisión cultural” sancionado allí por la costumbre, que podríamos denominar “la educación comunitaria”, en todas partes herida y en todas partes desfalleciente, nada tenga que ver con el consentido horror de nuestras Escuelas, con el crimen cotidiano de la Enseñanza Moderna.

2) A finales del período colonial se generaliza la “comunidad indígena” como forma peculiar de organización política y económica, resultado de una dura batalla campesina en un contexto histórico que, por otro lado, le garantizaba opciones de victoria; se forja así una estructura que, manteniéndose fiel a sí misma en lo sustancial, atravesará el espesor de los siglos y llegará hasta nuestros días como un “aspecto tradicional”, como una reificación del pasado, sobre todo como un inmovilismo estrictamente revolucionario.

La lucha contemporánea de las organizaciones indígenas que defienden, contra el neo-liberalismo hegemónico, la subsistencia de las “Comunidades en Usos y Costumbres”, el CIPO-RFM entre ellas (Comité Indígena y Popular de Oaxaca “Ricardo Flores Magón”, con quien tuvimos el privilegio de cooperar), recuerda, mantiene viva y reproduce en sus rasgos de fondo y en sus objetivos aquella otra lucha inicial de los “macehuales”, de las gentes “del común”, contra los poderes caciquiles y colonialistas (2).
Para que esta tradición de lucha desfallezca, la “revolución hecha gobierno”, como gusta de escribir Armando Bartra, las administraciones pos-revolucionarias del siglo XX, contarán con un aliado de excepción, con una herramienta idónea, con un expediente ‘universal’ de probada eficacia: la Escuela, dispuesta a resolver, como en cualquier parte y en todo tiempo, un “problema de orden público”. Sólo hizo falta una cosa, para redondear la estrategia: que el propio indígena la demandara, que pudiera aparecer como una aspiración popular, como un reclamo campesino…

La demanda “indígena” de escolarización: ¿un nuevo candor, medio milenio después?

3) Una literatura historiográfica simplificadora y experta en levantar cortinas de humo ante las atrocidades de los occidentales allende los mares habló de “candor” para señalar la actitud en ocasiones patéticamente bondadosa, crédula, bienpensante, de los indígenas americanos ante los españoles armados en los prolegómenos de la Conquista. Cabe dudar de ese cuadro; y habría que evaluar su cuota de verdad para cada caso concreto, en cada contexto específico. Consideramos, sin embargo, que sí se ha dado un segundo candor, un nuevo candor, una actitud peligrosamente acrítica, benevolente, idealizadora, en la relación de los indígenas con la Escuela, con el modo occidental de “administrar” (en el sentido fuerte, politológico, del término) la Educación. Candorosa está siendo también, en nuestra opinión, la actual práctica escolarizadora que promueve el zapatismo en sus territorios autónomos.

La demanda indígena de “escolarización” se fragua en la arena económica y es inseparable del proceso que convierte a la comunidad campesina en condición del desarrollo industrial nacional mejicano. Como “vivero” de mano de obra, la comunidad campesina relativamente autónoma, relativamente ‘autosuficiente’, proporciona a los sectores modernos de la economía fuerza de trabajo barata, pues el indígena obtiene “a su manera” los medios fundamentales de subsistencia (con el cuidado familiar de las parcelas que le surten de maíz, fríjol, chiles, calabaza,…). Cuando el campesino de la comunidad indígena se desplaza a la plantación, a la mina, a la factoría industrial, a la ciudad, en busca de un “complemento” para su economía personal, no será necesario retribuirle con un salario apto para cubrir toda su reproducción en tanto fuerza laboral –la lógica material de la comunidad libera al Capital de esa exigencia y permite sueldos literalmente irrisorios.

Esta increíble baratura de los bienes-trabajo de origen campesino, inconcebible sin el tradicional policultivo indígena de autoconsumo, se erige, así, en premisa de la acumulación de capital en los sectores sobreprotegidos de la economía mejicana: agricultura de exportación, empresas agro-industriales, enclave energético,…

Por otra parte, el variable excedente agrícola de las comunidades, de una fracción de ellas al menos, así como el monto de sus producciones circunstancialmente especializadas (café, azúcar, cacao, jitomate…), constituyen una fuente primordial de materias primas para determinados ramos industriales y de alimentos básicos para la hacinada población urbana; y, repercutiendo también en la índole de este aporte estratégico, la tradicional “economía de subsistencia” campesina, preservada por la comunidad y preservadora de los hombres de la comunidad, permite el mantenimiento de precios bajos para tales productos agrícolas, proporcionando especialmente maíz y fríjol ‘devaluados’ con que alimentar, a bajo costo, a las masas de trabajadores de la industria y de los servicios, que de este modo presionarán menos sobre el nivel de los salarios. El incremento de la tasa de ganancia capitalista proviene, pues, no sólo de la depreciación permanente de las materias primas, sino de la estabilidad asegurada en el coste de la reproducción de la mano de obra por la provisión de alimentos y artículos de primera necesidad indefectiblemente baratos –favoreciendo el descenso, la congelación o en todo caso el alza moderada de las remuneraciones.

De esta inserción inducida de la comunidad en el desarrollo económico de México arranca también la “demanda” campesina de instrucción y el interés gubernamental en la escolarización de la población rural. Los indígenas que salen a trabajar fuera de la comunidad, que venden sus productos a intermediarios ‘ciudadanos’, que se integran de un modo u otro en la economía estatal y federal, y por fuerza han de solicitar créditos, asesorías técnicas, insumos urbanos, etc., sienten como una necesidad acuciante el dominio de determinadas facultades y destrezas (la expresión oral y escrita en lengua castellana, la familiaridad con determinados aspectos contables y matemáticos elementales, el conocimiento somero de la historia y de la organización político-económica regional,…) a fin de defender cabalmente sus intereses, evitar fraudes, abusos y discriminaciones de todo tipo, desenvolverse mejor en un medio extraño y a menudo hostil. La Escuela aparece como el medio más sencillo y más rápido de subvenir a esas necesidades… Y la clase política no dejará pasar la ocasión de injertar, en el tejido extraordinariamente tupido de la comunidad, ese “cuerpo extraño” capaz de desgarrarla, deshilarla, descomponerla y recomponerla a voluntad. Cuerpo extraño de la Escuela occidental, avezado en las artes de la domesticación social, de una pacificación interna resuelta como docilidad y mimetismo.

4) La historia contemporánea de México nos muestra que esta “demanda de educación” y aquel interés estatal-empresarial en satisfacerla bajo los modos de la Escuela se acentúan en los períodos en que las fuerzas políticas de izquierda, socialistas, reformistas radicales o populistas, acceden al gobierno de la Nación…
Para Cárdenas (1934-1940) como para Echeverría (1970-1976), la Escuela es el Estado que penetra por fin la intimidad indígena; el Estado y su proyecto de “ciudadano”; el Estado con su concepto particular de Progreso, de Desarrollo, de Justicia; el Estado y los intereses que, para preservar mejor, vela y no nombra. Para Cárdenas como para Echeverría la Escuela es el Estado, es la Modernidad y es la Nación; es decir, el principio del fin de la autonomía indígena. El “deseo de saber”, la “necesidad de educación”, es una bandera popular, obrera y campesina, robada por estos gobiernos reformistas como robaron también, desde un primer momento, la bandera de la “reforma agraria”, del “derecho a la tierra”.

5) La “petición de Escuela” surge en la medida en que se desdibuja la comunidad indígena tradicional, autónoma y casi autárquica. Desde la educación informal indígena no se puede “castellanizar” con eficacia; desde ella no se puede imbuir a nadie de “espíritu nacional”; desde ella no se pueden forjar jornaleros dóciles, votantes crédulos, consumidores compulsivos, individualistas viscerales; desde ella no se puede vaciar la conciencia comunitaria hasta el punto de generar “emigrantes”, hombres sentimental e intelectualmente ‘disponibles’,… Desde la educación tradicional de los pueblos indios no se puede llevar la Comunidad al lugar que, en secreto, anhelan todas las fuerzas políticas del país: el lugar de un “residuo”, de un “resto”, de un “sobrante”, reminiscencia del pasado que se mantendrá con vida si y sólo si no concurre un interés económico concreto por el territorio que ocupa (explotación de la biodiversidad, minas, negocios madereros, proyectos turísticos, canales de paso, ubicación de maquiladoras,…), y que se mantendrá, además, con una vida ‘alterada’, tiznada de modernidad capitalista y de alineación cultural, una vida ‘para el afuera’, como correspondería a un mero reservorio desnaturalizado de mano de obra empobrecida.

El desengaño ante la institución escolar y la “vacuna” contra el desengaño

6) Mario Molina Cruz, escritor indígena, natural de Yalálag, comunidad zapoteca de la Sierra Juárez de Oaxaca, aparece como un admirable exponente del “desengaño” ante la institución escolar. En su opinión, la Escuela, al promover valores de éxito individual, personal, contribuye a la erosión de la diferencia indígena, una idiosincrasia étnica construida en torno a un fuerte sentido de los comunitario. La Escuela invita a una promoción social que tiene por sujeto al individuo, a la familia en todo caso, y que conlleva, como condición de su posibilidad, la exigencia de la emigración. El emigrante, esta figura social emergente a partir de la segunda mitad del siglo XX, refleja, al mismo tiempo, el declive de la educación comunitaria y los progresos de la Escuela occidental en su labor descampesinizante y erosiva de los valores indígenas.

7) Hace algunos años, Roland Barthes hablaba de una estrategia por la cual los poderes políticos y culturales se inmunizaban para la crítica radical auto-infligiéndose un pequeño correctivo, denunciándose a sí mismos en términos moderados, señalando sus propios “males menores” para ocultar el “mal mayor” que los constituía. Despistaban así a sus adversarios y alardeaban de una sana capacidad de auto-crítica y auto-enmienda… La nombró “estrategia de la vacuna”.
La intelligentsia indígena involucrada en los programas de educación “bilingüe”, en las campañas de escolarización y alfabetización en lengua castellana, etc., ha sabido, constantemente, de esa estrategia. Indígenas enquistados en el aparato educativo del Estado se han encargado de “vacunarla” periódicamente, desde los años 70. El antídoto que se inocula al intelectual indio implicado en la destrucción cultural de su pueblo se presenta como una forma atenuada de “desengaño”, desengaño retórico, “para la ocasión”, desengaño “de usar y tirar”, un lavarse las manos antes de estrangular al hermano caído.

Los gobiernos neoliberales que se suceden en el poder a partir de 1982 prorrogan y aumentan las prerrogativas de la capa étnica (ampliada y “funcionarizada” con Cárdenas y Echeverría), consolidan este “estado de las cosas indígenas oficiales”, en el convencimiento de que, para gestionar el espacio social de las comunidades, es imprescindible contar con una tropa en parte estabilizada y en parte remozada de malinches burocratizados. Para uso interno de estos funcionarios indios del consenso, se difundirán periódicamente documentos amargos, casi derrotistas, en los que se dejará constancia, una y otra vez, de lo poco que se ha avanzado en el camino de la educación “intercultural” y de lo mucho que queda por hacer. Es el antídoto, la vacuna que inmuniza contra todas las críticas posibles; es el testimonio de un “desengaño” deslavado, un desengaño engañoso.

Miseria de la educación “multicultural” mejicana

8) El multiculturalismo deviene como forma sofisticada del asimilacionismo; su objetivo sigue siendo la “incorporación”, marcando por añadidura al estudiante ‘distinto’ de cara a su desenvolvimiento futuro por la sociedad mayor.

Por otro lado, la Escuela, como fórmula educativa particular, una entre otras, hábito relativamente reciente de sólo un puñado de hombres sobre la tierra, no se aviene bien con unas culturas (indígenas) que exigen la informalidad y la interacción comunitaria como condición de su producción y de su transmisión. La Escuela sólo podría desnaturalizar, violentar, amputar, tergiversar, en el caso que hemos elegido como ejemplo, el legado cultural zapoteco. Convertir la cultura zapoteca en “asignatura”, “materia”, “currículum”, “objeto de examen”, etc., es asestarle un golpe de muerte. Probablemente, se le haría más daño que con la exclusión actual… Por la Escuela no caben, en modo alguno, las cosmovisiones indias, debido a la desemejanza estructural entre la cultura occidental y las culturas indígenas. Sostener lo contrario es atribuir a la modalidad educativa de una determinada cultura, da igual que se pretenda la más influyente, un poder codificador universal, un privilegio hermenéutico incondicionado, una capacidad de captación y transmisión de conceptos literalmente sobreterrenal.

Nada garantiza que la Escuela como fórmula pueda preservar la cultura zapoteca; antes al contrario, en la medida en que la Escuela excluye y condena las maneras tradicionales de la “educación comunitaria indígena” atenta contra la pervivencia del mencionado legado cultural. Una cultura es también sus modos específicos de producirse y socializarse. Desgajar los contenidos de los procedimientos equivale a destruirla.
La leyenda zapoteca de la langosta, por ejemplo, tan henchida de simbolismos, se convierte en una simple historieta, en una serie casi cómica, si se ‘cuenta’ en la Escuela, y en un insulto a la condición india si, además, la relata un “profesor”. La leyenda de la langosta sólo despliega el abanico de sus enseñanzas si se narra en una multiplicidad ordenada de espacios, que incluyen la milpa, el camino y la casa, siempre en la estación de la cosecha, si se temporiza adecuadamente, si se va desgranando en un ambiente de trabajo colectivo, en una lógica económica de subsistencia comunitaria, si parte de labios hermanos, si se cuenta con la voz y con el cuerpo… El mito de la riqueza, que encierra una inmensa crítica social, y puede concebirse, por la complejidad de su estructura, como un “sistema de mitos”, se dejaría leer como una tontería si hubiera sido encerrado en una unidad didáctica. Convertir el ritual del Cho’ne en objeto de una pregunta de examen constituye una vileza, una profanación, un asalto a la intimidad,…

Por añadidura, la educación “bicultural” no es psicológicamente concebible. De intentarse en serio, abocaría a una suerte de esquizofrenia. En ninguna subjetividad humana caben dos culturas. El planteamiento meramente “aditivo” de los defensores de la interculturalidad sólo puede defenderse partiendo de un concepto restrictivo de “cultura”, un concepto positivista, descriptivista, casi pintoresquista. Decía Artaud que la cultura es un nuevo órgano, un segundo aliento, otra respiración. Y estaba en lo cierto: el bagaje cultural del individuo impregna la totalidad de la subjetividad, determina incluso el aparato perceptivo. Por utilizar un lenguaje antiguo, diríamos que la cultura es alma, espíritu, corazón,… Y no es concebible un ser con dos corazones, con dos percepciones, con un hálito doble. La educación “bicultural” se resolvería, en la práctica, como hegemonía de la cultura occidental, que sería verdaderamente interiorizada, apropiada, ‘encarnada’ en el indígena; y, desde ahí, desde ese sujeto mentalmente colonizado, como apertura ‘ilustrativa’, ‘enciclopedística’, a la cultura étnica, disecada en meros “contenidos”, “informaciones”, “curiosidades”,… La posibilidad contraria, una introyección de la cultura indígena y una apertura “ilustrativa” a la cultura occidental no tiene, por desgracia, los pies en esta tierra.

Ni desde el punto de vista de la psicología social, ni desde el de la lógica expositora diferenciada de la culturas, ni desde el de las utilidades económicas y políticas de la escolarización es defendible el fantasma de la educación “bilingüe-bicultural”.

9) Un objetivo inextirpable de la organización escolar es reproducir la estructura de clases y cuenta con medios sobrados para que el indígena “fracase”, “deserte” y continúe en posiciones sociales subordinadas.
La intelligentsia india ha denunciado incansablemente la discriminación de esos jóvenes, los mecanismos que los apartan de las carreras y de las titulaciones que dan acceso a los empleos mejor retribuidos y a los cargos públicos o de responsabilidad en las empresas; se ha hablado de un proyecto universitario “criollo”, de una secundaria “etnocida”, de un clasismo voraz en el sistema educativo nacional,… Nosotros no vamos insistir en algo tan obvio. Pretendemos ejercer una meta-crítica, una crítica de las propuestas y alternativas que la capa ilustrada indígena, los prohombres de la cultura progresista mejicana y los reformadores del aparato del Estado ofrecen para “adaptar la educación a la realidad pluriétnica y pluricultural del país”, “construir un México nuevo en el que quepan todos”, etc.

Lo que estos políticos e intelectuales bienintencionados quisieran implantar en México, si damos fe a sus palabras, es algo que ya hemos conocido en Occidente, casi la cultura oficial educativa de Europa: la mentira de la educación “multicultural”, de la Escuela respetuosa con la diferencia cultural y psicológica, la Escuela del diálogo entre las alteridades,… Es ésta, no nos cabe duda, la Escuela que va a polarizar, en las próximas décadas, el debate pedagógico latinoamericano, el deux ex machina de la política cultural reformista en el Centro y Sur de América. Ajenos a la parcialidad constitutiva de la Escuela (3), los proyectos educativos interculturales, las experiencias escolares multiculturalistas, se prodigan, abrazando el tránsito de milenios, en los diferentes Estados de México.

10) La represión cotidiana de la Diferencia, que el indígena padece nada más salir del ámbito comunitario, se acentúa en las Escuelas, de uno u otro tipo (no menos en las pretendidamente “multiculturales” que en las “asimiladoras” clásicas), operando a través de la figura ‘moral’ del Educador y de la “opinión” consciente e inconsciente del conjunto de los estudiantes. Es una represión diaria, de cada hora, ejercida por la comunidad de estudiantes y profesores, que los alumnos indios se han acostumbrado a soportar como el precio psicológico de su proclamado derecho a la educación, la contrapartida ambiental de su formación académica secundaria y superior.

Los comportamientos que escapan a la racionalidad docente (o escolar) occidental son “atacados” de dos maneras: por la antipatía y la marginación con que el grupo responde al individuo ‘diferente’ y por la actitud “correctora” del Educador, que ve ahí un problema y procura subsanarlo por la vía de una ‘normalización’ del afectado (“no te aísles”, “intenta integrarte”, “haz un esfuerzo”,…). En muchos casos, por esa doble acción – segregadora/marginadora y normalizadora/integradora -, el estudiante indio se aboca, en variable medida, a una suerte de auto-coerción, a una deliberada “identificación” con el grupo, “convergencia” con las actitudes y manifestaciones de la colectividad – pugna, en definitiva, por ‘des-indigenizarse”… (4).

11) No hay ‘comentarista’ de la Escuela que no esté de acuerdo en que, tradicionalmente, se le ha asignado a esta institución una función de homogeneización social y cultural en el Estado Moderno: “moralizar” y “civilizar” a las clases peligrosas y a los pueblos bárbaros, como ha recordado E. Santamaría. Difundir los principios y los valores de la cultura ‘nacional’: he aquí su cometido.

Nada más peligroso, de cara al orden social y político mejicano, que los pueblos indios, con su historia centenaria de levantamientos, insurrecciones, luchas campesinas,… Nada más bárbaro e incivilizado, en opinión de muchos, que las comunidades indígenas. Nada más alejado de la “cultura nacional”, construcción artificial desde la que se legitima el Estado Moderno, que el apego al poblado, la fidelidad a la comunidad, la identificación “localista” de las etnias mejicanas, enemigas casi milenarias de toda instancia estatal fuerte y centralizada, como señalara Whitecotton… La Escuela habrá de hallarse muy en su casa en este escenario, habrá de sentirse muy útil, pues para este género de “trabajos sucios” fue inventada…

12) A la Escuela compete difundir una determinada selección y retranscripción de los materiales culturales disponibles -de por sí heterogéneos, ambivalentes, contradictorios. Aquello que circula por las aulas y recala en la cabeza de los estudiantes deviene siempre como el resultado de una discriminación sistemática, una inclusión y una exclusión, y, aún más, una posterior re-elaboración pedagógica (conversión del material en “asignaturas”, “programas”, “libros”, etc.) ejercidas sobre el variopinto crisol de los saberes, las experiencias y los pensamientos de una época…. El criterio que rige esa “selección” y esa “transformación” de la materia prima cultural en discurso escolar (‘currículum’) no es otro que el de  propiciar una ‘integración’ no-conflictiva de la juventud en el orden social vigente, favorecer la adaptación de la población a los requerimientos del aparato productivo y político establecido -lo que exige su homogeneización psicológica y cultural…

Con el patrimonio cultural de los pueblos indios, la Escuela intercultural mejicana sólo puede hacer en rigor dos cosas, una contra la otra o ambas a la vez: desoírlo, ignorarlo y sepultarlo mientras proclama cínicamente su voluntad de protegerlo; o “hablar en su nombre”, subtitularlo interesadamente, esconder sus palabras fundadoras y sobrescribir las adyacentes, sometiéndolo para ello a la selección y deformación sistemáticas inducidas indefectiblemente por la estructura didáctico-pedagógica, currícular y expositiva, de la Escuela moderna…. (5).

13) Con diferencias de grado, las prácticas (“interculturales”) que se experimentan en los distintos estados apuntan hacia la asimilación del inmigrante, hacia su integración selectiva, y, al mismo tiempo, hacia la postergación y el olvido de las culturas autóctonas, cuyas ‘resonancias’ (la lengua, el atuendo, las costumbres, el folclore) se utilizan para segregar y discriminar a los recién llegados y a sus descendientes, separando a los que pueden y quieren promocionarse socio-económicamente -que darán la espalda a las asignaturas relacionadas con sus culturas de origen- de aquellos otros incapacitados para hacerlo, ‘fracasados’ escolares, provisión de subproletarios que podrán aferrarse a sus señas de identidad étnicas como quien busca un “refugio” o un “consuelo” (6).

Dolores Juliano ha hablado de “adscripción étnica asignada”, para caracterizar la estrategia subyacente, que pasaría, en el caso que nos ocupa, por la “asignación” de una especificidad étnica a la población no-mestiza de las ciudades, que se vería así ‘marcada’ con el propósito de discriminar su desenvolvimiento laboral y de pesquisar su circulación por las vías desdobladas del espacio social.

14) La hipocresía y el cinismo se dan la mano en la contemporánea racionalización “multiculturalista” de los sistemas escolares occidentales. Jorge Larrosa ha avanzado en la descripción de esa doblez: “Ser ‘culturalmente diferente’ se convierte demasiado a menudo, en la escuela, en poseer un conjunto de determinaciones sociales y de rasgos psicológicos (cognitivos o afectivos) que el maestro debe ‘tener en cuenta’ en el diagnóstico de las resistencias que encuentra en algunos de sus alumnos y en el diseño de las prácticas orientadas a romper esas resistencias.” En países como México, donde porcentajes elevados de estudiantes,  por no haber claudicado ante la ideología escolar y por no querer “implicarse” en una dinámica educativa tramada contra ellos, son todavía capaces de la rebeldía en el aula, del ludismo, del disturbio continuado, etc., estas tecnologías para la atenuación de la “resistencia”, del atributo psicológico inclemente atrincherado en alguna oscura región del carácter, cobran un enorme interés desde la perspectiva de los profesores y de la Administración…  La “atención a la diferencia” se convierte, pues, en un sistema de adjetivación y clasificación que ha de resultar útil al maestro para vencer la ‘hostilidad’ de éste o aquél alumno, de ésta o aquella minoría, de no pocos indígenas y demasiados subproletarios. Más que ‘atendida’, la Diferencia es tratada.

Las Escuelas del “multiculturalismo” trabajan en dos planos: un trabajo de superficie para la ‘conservación’ del aspecto externo de la Singularidad -formas de vestir, de comer, de cantar y de bailar, de contar cuentos o celebrar las fiestas, apunta Larrosa- (7), y un trabajo de fondo para aniquilar sus fundamentos psíquicos y caracteriológicos -otra concepción del bien, otra interpretación de la existencia, otros propósitos en la vida,… Y, en fin, la apelación a la “comunicación” entre los estudiantes de distintas culturas reproduce las miserias de toda reivindicación del diálogo en la Institución: se revela como un medio excepcional de ‘regulación’ de los conflictos, instaurado despóticamente y pesquisado por la ‘autoridad’, un ‘instrumento pedagógico’ al servicio de los fines de la Escuela… (8)

He aquí, para terminar con la sugerencia de Larrosa, el “beneficio” simbólico que nos reporta la utopía multiculturalista: usufructuar al extraño, físicamente como mano de obra, culturalmente como ‘valor’ enriquecedor; y extirpar su índole ‘rebelde’, ‘amenazante’, reduciendo y controlando los intercambios y las comunicaciones que establece con los ‘naturales’ de la región…

15) El modelo de la Escuela nacional, homogénea e igual a sí misma a lo largo de todo el territorio, cede, irreversiblemente, ante una tendencia a la atomización y la autonomía, sobre todo en lo concerniente a los currícula, a las asignaturas, a los programas. La administración federal mexicana ha dado pasos decisivos, durante los últimos años, en esta dirección, incrementando las potestades escolarizadoras de los Estados, transvasándoles competencias educativas, incrementando el margen de intervención municipal en la organización local de la enseñanza,…

Aún así, y de modo complementario, cabe constatar cómo los “rasgos estructurales” de la Escuela occidental se mundializan en nuestros días, se universalizan, y cómo determinadas orientaciones generales de los currícula se imponen también a lo largo y ancho de todo el planeta. J. Meyer, por ejemplo, ha hablado de la constitución de un “orden educativo mundial”, con unos currícula oficiales estandarizados y homologados planetariamente (9). Según este autor, los países ávidos de “legitimidad” y de “progreso”, que se quieren presentar como Estados en ascenso, tal el México contemporáneo, son muy receptivos a tales prescriptivas curriculares  -que, de esta forma, tienden a aplicarse por todo el globo, motivando que, cada día más, se estudie casi lo mismo en toda la Tierra. Que se estudie lo mismo, y de la misma manera…
Y es por debajo de estas grandes líneas maestras, de estas orientaciones generales, donde se promueve la descentralización y la diversificación (los mismos marcos y semejantes pigmentos para una notable variedad de representaciones pictóricas, valga la metáfora).

notas:
(1) Cuando el presente tropieza con un pasado que apuntaba en otra dirección, donde no reconoce semillas de su ser, un pasado sin retoños o con retoños extraviados, un pasado hostil que lo cuestiona y deslegitima, un pasado eterno que, como apuntara incisivo Benjamin, sólo podría redimirse en un futuro escapado del continuum de la historia, entonces pone en marcha su pesada maquinaria compresora. Sólo es capaz de percibir en esa tradición esquiva, en esa diferencia añosa, un objeto que doblegar o que aniquilar – así lo exige la lógica del interés que lo constituye. Este es, exactamente, el caso de las comunidades indias de México regidas por “autoridades tradicionales” y organizadas política y económicamente en el respeto de la consuetudinaria “ley del pueblo”.
(2) Un anhelo igualitario de raíz genuinamente campesina y popular; una defensa de la tierra como “valor” cultural y hasta ‘religioso’, en contra de aquellos que sólo piensan en ‘explotarla’ y ‘rentabilizarla’, degradándola de paso, hiriéndola de muerte; una concepción radicalmente democrática del “cargo político”, entendido como ‘servicio’ no-remunerado a la colectividad, fuente de ‘prestigio’ si se desempeña con honestidad y dedicación, exigiendo de por sí un considerable “sacrificio personal”, siempre rotativo, siempre electivo, siempre bajo la supervisión y el control de esa Reunión de Ciudadanos, de esa Asamblea del Pueblo, que constituye el verdadero corazón político de la Comunidad; una insólita capacidad de reivindicación y de movilización, que agota prácticamente ‘todas’ las vías conocidas, desde la “petición” o “solicitud” formal y el recurso administrativo-judicial (que algunos traslumbrados de Occidente podrían execrar como “reformismo”) hasta la manifestación encorajinada, la ocupación audaz, el acto público temerario (causa de cárcel, exilio o desaparición para muchos de estos hombres), pasando por la infinitas variantes del apoyo mutuo, la solidaridad resistente y la imaginación combativa.
(3) Llama la atención que todas estas apelaciones al “diálogo entre las culturas” y a la “educación intercultural” soslayen un asunto capital: que la Escuela no está por encima de esas culturas colocadas, en pie de igualdad, unas al lado de las otras, no es un moderador neutral, un árbitro imparcial, no es un juez honesto ante la eventualidad de que se produzcan litigios, sino una parte interesada, representante de un fracción, defensora particular de intereses sesgados, voz específica de una cultura –la occidental. ¿Con quién dialoga la cultura occidental en su propio terreno de juego, la escuela occidental? Siendo juez y parte, moderadora y contertulio, árbitro y competidor, ¿dónde podemos hallar la garantía de su equidad?
(4) Adorno y Horkheimer hablaron, en relación con estas dinámicas, de la forja de un “carácter social” (pautas gregarias de conducta, formas coincidentes de pensamiento, modelos unívocos de sensibilidad)… Del “carácter social” que propende la Escuela mejicana contemporánea, aún o sobre todo en su facies intercultural, están excluidos los rasgos sobre los que se asentaba la especificidad psicológica india: la primacía absoluta de la comunidad sobre el individuo, la sobredeterminación de las consideraciones “espirituales”, morales o religiosas, en detrimento de los móviles crasamente materiales, económicos; el peso de la palabra en la interacción social, rigurosamente vinculado a la expresión ‘forzosa’ de lo que se siente como “verdad”, etc.
(5) Cabe concluir que el aparente multiculturalismo de la Escuelas extra-occidentales camufla la alienación cultural de esos países, que sacrifican sus señas de identidad para ‘asimilarse’ lo antes posible a la civilización occidental. La colonización cultural avanza, adornada con motivos ‘exóticos’ e inventarios ‘museísticos’; y la diferencia espiritual a duras penas sobrevive. Una escolarización “no-occidental”, alejada de los modelos hegemónicos en los países desarrollados, únicamente podría tentarse desde una esfera política absolutamente autónoma, al modo de los territorios zapatistas, y arrastraría siempre la falla de no ser congruente con su objeto declarado –la preservación de la cultura india. Por aquí se deja ver la tragedia de las escuelas zapatistas chiapanecas: en la medida en que abordan la re-transmisión de las culturas indígenas, las deforman y trivializan sin remedio; en la medida en que se centran en los aspectos inmediatamente utilitarios (lengua castellana, historia de las luchas indígeno-campesinas del siglo XX, matemáticas ‘modernas’,…), occidentalizan de hecho. No debemos olvidar que la “pedagogía implícita” portada por la Escuela moderna en tanto escuela (por la mera circunstancia de exigir un recinto, un horario, un profesor, un temario, una disciplina,…), su “currículum oculto” es, a fin de cuentas, Occidente –las formas occidentales de autoridad, interacción grupal, comportamiento reglado en los espacios de clausura, administración del tiempo, socialización del saber,…
(6) A los indígenas no-aprovechables, no-occidentalizados, se les marcará con el hierro de su identidad pretérita, se les atará a sus orígenes, a sus culturas de nacimiento, que arrastrarán en adelante como un estigma, como una señal de ‘derrota’ socio-económica y disponibilidad para una explotación sin límites. Malvivirán en los barrios periféricos, en los suburbios, conservando un tanto más sus vestimentas, sus símbolos, un poco como un “desafío”, un poco por orgullo ‘residual’, un poco porque ya no tienen nada que ganar disfrazándose… Los otros, los que se han apresurado a auto-neutralizarse como ‘diferencia’, triunfando por ello en la Escuela, y se han incorporado a la sociedad nacional-capitalista, pasearán, en el caso de la Ciudad de México, por los barrios céntricos, vistiendo cada vez más al modo euro-norteamericano y luciendo sus rasgos raciales, junto a algunos pequeños ‘signos’ de sus culturas originarias, como un mero adorno, un toque no-inquietante de ‘exotismo’, cifra de una alteridad domesticada.
(7) La “apertura del currículum”, su vocación ‘interculturalista’, tropieza desde el principio con límites insalvables; y queda reducida a algo formal, meramente propagandístico, sin otra plasmación que la permitida por áreas irrelevantes, tal la música, el arte, las lecturas literarias o los juegos -aspectos floklorizables, museísticos, diría Provansal…
(8) Todo este proceso de “atención a la diferencia”, “apertura curricular” y “posibilitación del diálogo”, conduce finalmente a la elaboración, por los aparatos pedagógicos, ideológicos y culturales, de una identidad personal y colectiva, unos estereotipos donde encerrar la Diferencia, “con vistas a la fijación, la buena administración y el control de las subjetividades” (Larrosa). El estereotipo del “indio bueno” compartirá banco con el estereotipo del “indio malo”, en esta comisaría de la educación vigilada y vigilante. El éxito de la Escuela multicultural en su ofensiva anti-indígena dependerá del doble tratamiento consecuente…
(9) Estos “currícula universales de masas” proceden de las prescripciones de poderosas organizaciones internacionales, como el Banco Mundial o la UNESCO, de los “modelos” aportados por los Estados hegemónicos (occidentales) y de las indicaciones de una “tecnocracia” educativa -reputados profesionales e investigadores de la Educación- influyente a escala mundial.

Publicado en revista Ekintza Zuzena nº35

fuente: https://www.nodo50.org/ekintza

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(poesía) Al general

Publicada el 28/11/2008 - 07/09/2018 por raas

Por Eugenio Muñoz

He tenido un sueño
He tenido un sueño

Reuniones de gente
escupían tu tumba
y un remolino
de sombras siniestras
comían satisfechas
tus entrañas huecas.

Mientras, la ciudad
despertaba fuerte
y el sol prometía
una tarde libre,
una tarde limpia.

Y sobre tus restos
unas nubes negras
llovían
sangre contenida.

Del suelo crecieron
mil zarzas de acero
queriendo abrazarte.

Mientras, en el pueblo,
la gente entre abrazos
miraba la luna,
se veía alegre,
se veía pura.

No sólo era un sueño.

Pronto,
fantoches de barro
soñarás por siempre
la noche profunda.

Pronto, la verdad sedienta
clavará en tu frente
el sufrir eterno.

Pronto serás sólo tierra,
tierra que una vez sembraste de muertos.

Pronto,
serás olvidado,
serás breves textos
entre libros viejos.

Extraído de Los ojos del ahogado, Madrid, junio de 1999

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Disipando los mitos de la vacunación

Publicada el 25/11/2008 - 03/02/2022 por Ecotropía

Introducción a las contradicciones entre la ciencia médica y las políticas de vacunación

Por Alan Phillips*

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Publicado en • Análisis, • Control, • General, • Insalubridad, • Multiviolencias, • Neoesclavitud, • Psicopatologías, • RevueltasEtiquetado como Administración de Alimentos y Medicamentos, Alan Phillips, big pharma, campañas de vacunación sistemática, cártel farmacéutico, Centro Nacional de Información sobre las Vacunas, Centros para el Control de las Enfermedades, Citizens for Healthcare Freedom, Daños causados por las Vacunas, daños colaterales de las vacunas, estadísticas gubernamentales, Mito de la vacunación, reacciones adversas, sustancias tóxicas, VAERSDejar un comentario

Venezuela una «revolución» con un cadáver en la boca

Publicada el 16/11/2008 - 07/09/2018 por raas

Desde el año 1998 un gobierno, retóricamente de izquierda, ha tomado el poder en Venezuela. Desde esa fecha, los representantes de la nueva burocracia han iniciado un insistente proceso deslegitimizador de todos los cuestionamientos a su gobierno, especialmente contra quienes desde la izquierda (y obviamente el anarquismo) lo rechazan.

Por Rafael Uzcategui

Es cierto que en el llamado «antichavismo» conviven algunos de los sectores más conservadores del país, representantes del anterior status desplazados del poder. Pero tras esta afirmación apuntamos que no es posible entender la situación venezolana atendiendo al esquema infantil gobierno (izquierda) versus «oposición» (derecha).

Los y las anarquistas venezolanos hemos expresado nuestro rechazo al proyecto bolivariano por varias razones. La primera es que detrás del discurso «izquierdizante» del ejecutivo, las políticas concretas han profundizado el rol del país en la globalización económica: a saber, la venta de hidrocarburos, de manera segura y confiable, al mercado energético mundial.

A pesar de su discurso anti-imperialista, el gobierno radicado en Miraflores ha revertido el proceso de nacionalización del petróleo, y ha hecho socias del negocio, a través de la figura de las empresas mixtas, a compañías como Chevron, British Petroleum, Repsol, entre otras. En segundo término, y debido a lo anterior, por una agresiva política fiscal de corte neoliberal, el gobierno está disfrutando de la mayor bonanza económica de los últimos 30 años. Esto ha ocasionado,   por una parte, la aparición de una nueva burguesía, amparada por sus relaciones con el Estado, la cual gobierna junto a los sectores oligárquicos tradicionales vinculados con los sectores dinámicos de la mundialización (telecomunicaciones, banca y finanzas, seguros…)

Por otra, que a pesar de tales cantidades de dinero, la situación de las clases más desfavorecidas del país no ha mejorado sustancialmente. A contracorriente de su propaganda, el gobierno bolivariano no ha cambiado una de las distribuciones de riqueza, del PIB, más desiguales del continente. En tercer lugar, por la estatización militarizada de todos los órdenes de la vida social en Venezuela, especialmente la institucionalización de los movimientos sociales de base.

No solamente realizamos una refutación antiautoritaria del gobierno venezolano, sino una nítida crítica anticapitalista que nos diferencia claramente de la oposición mediática, precisamente, el tipo de antagonista «arquetipo» que interesa difundir como contrario por los voceros del actual tren ejecutivo. Reiteramos que, como anticapitalistas, hemos caracterizado la confrontación de poderes ocurridas en Venezuela como una pugna inter-burguesa, entre factores y representantes de las clases dominantes. Por ello nuestro rechazo, a ambos, se acompaña de la propuesta de la reconstrucción beligerante de la autonomía de los movimientos sociales, un espacio que creemos como precondición para el desarrollo de una alternativa y una propuesta libertaria para el país.

Detrás de la propaganda del actual gobierno venezolano hay un desierto. El llamado «proceso bolivariano» ha difundido al mundo que, desde Caracas, se modifican las injustas relaciones sociales, se hace retroceder la pobreza y el pueblo se hace cargo de su destino. La realidad se resiste a ser maquillada por la demagogia. Venezuela, a pesar de vivir un período inédito de bonanza económica, no ha revertido una de las distribuciones de riqueza más injustas del continente. La ineficacia de las políticas sociales y el agravamiento de los principales problemas del país, son razones de peso que explican la ausencia del pueblo chavista en las urnas el pasado 2-D, cuando se intento legitimar una constitución a medida del proyecto político gubernamental.

Provea, una de las organizaciones sociales antiguas del país, recientemente presentó los resultados de su Informe Anual sobre la situación de los Derechos Humanos en Venezuela. Revisando algunas áreas, se puede dar una verdadera idea de lo que ha significado para los más pobres la demagogia «bolivariana». Por ejemplo dentro de los estancamientos, la situación de los pueblos indígenas continúa signada por la pobreza y el abandono. En un sector donde se han generado grandes expectativas, el área de vivienda, el ejecutivo nacional cumple su octavo año consecutivo en incumplir sus propias metas, construyendo sólo 60.000 de las 150.000 casas prometidas (el déficit se estima en casi 3 millones).

Uno de los programas más propagandeados por el Ejecutivo, como es el caso de la Misión Barrio Adentro, comienza a mostrar signos regresivos y acumularse denuncias sobre ambulatorios cerrados, ausencia de insumos y reducción del horario de atención al público. El sector salud continúa caracterizándose por la coexistencia de dos sistemas: el tradicional, conformado entre otros por ambulatorios y hospitales, y el edificado por Barrio Adentro. No existe un sistema nacional público integrado de salud que garantice el acceso universal y de calidad a los servicios, presentando el sistema tradicional, que realiza una mayor cobertura cuantitativa, serias fallas en su operación.

Los derechos de los trabajadores y trabajadoras no muestran una mejor realidad. Diferentes declaraciones y proyectos del ejecutivo nacional erosionaron la autonomía de las organizaciones sindicales, produciendo su debilitamiento y ausencia de protagonismo en el diseño de las políticas públicas. Como una muestra, fuentes sindicales señalaron que 243 contratos colectivos se encontrarían sin firma en el sector público. Aunque parezca extraordinario, Venezuela ocupó, detrás de Colombia, el segundo lugar en el ranking mundial de peligrosidad para la acción sindical. 53 personas, de ellos 46 dirigentes gremiales, perdieron la vida debido a violencia relacionada con la obtención de puestos de trabajo, tanto en el sector construcción como en el sector petrolero. Por otra parte, se ha intensificado la tendencia denunciada por Provea desde el año 2006 acerca de la criminalización de la protesta. Durante este período 98 manifestaciones fueron reprimidas por los organismos de seguridad del Estado, siendo la cifra más alta en los últimos 8 años.

«Quién habla de revolución y lucha de clases sin referirse a la vida cotidiana, tiene un cadáver en la boca». La frase ilustra la situación venezolana. Los retos para los de abajo son múltiples. En principio, romper el maniqueísmo impuesto por la derecha en el gobierno y la derecha opositora, reconstruyendo el tejido de base de múltiples organizaciones de base beligerantes y autónomas. Rechazando la electoralización de nuestras dinámicas, la agenda de movilización y resistencia debe incluir, en un primer orden, todos los males y problemas que nos aquejan, como oprimidos y oprimidas, en nuestra vida diaria.

publicado en la revista Ekintza Zuzena nº35

fuente: https://www.nodo50.org/ekintza/spip.php?article459

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Aquellos barros trajeron estos lodos

Publicada el 16/11/2008 - 07/09/2018 por raas

La izquierda latinoamericana vuelve a tener un rol político indiscutible. Rol que se expresa electoralmente. En la década de los 80’ 60 millones de latinoamericanos eran gobernados por la izquierda; hoy son más de 260 millones.

Por Revista Alter
Taller A (Uruguay)

Ello es más significativo porque sucede  después de ser derrotada en sus intentos revolucionarios de «izquierda armada». Sucede a pesar de sufrir directamente la represión durante años y, en algunos casos, décadas de dictaduras feroces. Hoy esa izquierda guerrillera, partidaria del foco guevarista, jerárquica y clandestina; más antiimperialista que anticapitalista; con objetivos donde primaba la liberación nacional; con prácticas estalinistas en el interior de las organizaciones partidarias, escondidas detrás de la compartimentación, que significó expulsión de discrepantes e incluso, en algunos casos, como fue el del poeta salvadoreño Roque Dalton, su ejecución; retorna  siendo parte de los nuevos gobiernos de izquierda y en otros integrando la fuerza mayoritaria.

Esta izquierda que no pudo conquistar el poder político con las armas, su objetivo estratégico; lo logra décadas más tarde, después de años de cárcel, de muertos y desaparecidos, por medio de procesos electorales y de complicadas, y a veces contradictorias alianzas políticas, éticamente imposibles de comprender, y explicadas generalmente por el funcional argumento de la «acumulación de fuerza».

Esta izquierda administradora del poder político y continuadora de los lineamientos económicos del capitalismo global, no es capaz de hacer autocrítica de su militancia pasada; de la utilización y manejo de los movimientos de base de acuerdo a los intereses partidarios, habiendo jerarquizado y separado lo político de lo social; de haber debilitado a los movimientos quitándole a sus mejores militantes reclutándolos para su aparato militar. Pues sí, construyó un aparato militar, con todo lo que eso significa, para oponerlo a otro aparato, al  ejército y las fuerzas represivas del Estado. Una institución contra otra concebidas con las mismas formas y mismas jerarquías. Esta posición permitió a los ideólogos, que intentan hoy justificar el terrorismo de estado, pergeñar la «teoría de los dos demonios». Eran tan iguales que, en algunos países, las fuerzas de la guerrilla pasaron a integrar el ejército nacional.

Todo cambia…

Lo nuevo en estas dos últimas décadas, tras la hecatombe de los gobiernos militares que aplicaron la «doctrina de la seguridad nacional» para intentar la implantación de un nuevo orden económico, ha sido las explosiones que han producido la emergencia de inesperados, variados e impredecibles movimientos sociales en América Latina. Algunos de ellos  han resistido los ajustes neoliberales y los recortes de las libertades públicas. Estas resistencias, además, dificultaron la aplicación de los planes de reestructura capitalista y fueron deslegitimando lo que se llamaba «pensamiento único». Abrieron brechas por las que han surgido nuevas formas para pensar y cambiar el mundo.
Los movimientos lograron hacer retroceder privatizaciones, han hecho caer varios presidentes y, en el caso boliviano, han producido acciones insurreccionales que podían haber llevado a formas organizativas de autogobierno apoyadas en las comunidades y en la autogestión.

Estos movimientos, con un protagonismo social importante al igual que las organizaciones sociales que sobrevivieron a las dictaduras militares, en los últimos años han tenido dificultades, han perdido espacios de acción, han sido relegados y en algunos casos subordinados o cooptados por los nuevos gobiernos. Sin embargo no todo se ha perdido; los acontecimientos calaron profundo, hubo cambios que abrieron caminos, se crearon nuevas formas de actuar, nuevas sensibilidades, etc.

No hay gobiernos «buenos» que apoyen y sean favorables a movimientos sociales que buscan su libertad, que construyen autónomamente su sentido de vida, que pelean por la emancipación social. Esto, por supuesto, no quiere decir que no haya diferencias entre un gobierno u otro, no es lo mismo una dictadura o un gobierno de derecha que uno progresista o de «izquierda». Pero, en definitiva, los gobiernos y los estados no pueden permitir la existencia de realidades que ellos no controlen o administren, que se pongan por fuera, en otro lado.

Es bueno recordar que la situación de América Latina se enmarca en la misma inestabilidad en la que se encuentra el capitalismo global. Invasiones, tropas de ocupación, militarización de territorios ricos en materias primas estratégicas como petróleo, agua, alimentos (Paraguay, la triple frontera de Argentina, Paraguay y Brasil, el «Plan Colombia»), presiones de distinto tipo e incluso la posibilidad de cambio de fronteras como sucedió en la ex Yugoslavia, están al orden del día y cuentan con la instrumentación logística de Estados Unidos y las fuerzas represivas «nacionales».

Conquistar el estado, conquistar el poder

Los teóricos marxistas de la «izquierda estadocentrista» señalan en estos nuevos gobiernos, surgidos entre 1999 y 2006, dos grupos: uno de «izquierda» y otro de «centro». En el primero se ubicarían Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Estos gobiernos serían antiimperialistas, aunque sea sólo declarativamente, y opuestos al neoliberalismo. En el segundo grupo encontraríamos a Argentina, Brasil, Chile y Uruguay que tendrían una posición más tibia respecto al neoliberalismo, más mediadora y sólo pretenden mitigar la pobreza que ha producido los embates del capitalismo neoliberal.

Los gobiernos de «izquierda» se enfrentarían a duras y combativas burguesías y empresas transnacionales que siempre se han negado a repartir, aunque sea mínimamente, las riquezas producidas por las clases subalternas. Los capitalistas no quieren aceptar de ninguna manera ver recortados ninguno de sus privilegios que mantienen desde hace siglos. Menos aún en la actualidad, donde sus márgenes de ganancia se han visto reducidos y ha sido necesaria la reubicación de los aparatos extractivos e industriales, y los sistemas de la especulación del capitalismo financiero ya no produce las ganancias de antaño.

Mientras tanto, los gobiernos de «centro» estarían en una posición (frente a una burguesía) más «dialogante», ya que históricamente el liberalismo y el populismo han impulsado  políticas de reparto de riqueza que ha permitido sobre todo la creación de clases medias que han constituido un mercado interno importante y han sido amortiguadoras de los enfrentamientos sociales (humanismo capitalista), salvo en los cortos periodos de su radicalización.

Para estos teóricos la posibilidad de estos nuevos gobiernos  de salir del neoliberalismo es la de reconstruir los estados. «Los estados han sido duramente castigados por las políticas neoliberales» y concluyen en que: «no hay democracia que funcione de la mano de un Estado en descomposición».
Según esta idea los nuevos gobiernos vienen a recuperar a los estados debilitados, replanteando con fuerza la idea de Estado soberano. Atilio Boron replantea, también, el modelo soviético de un Estado con planificación centralizada de la economía y desarrollo del mercado interno.

Parece que lo más importante no sería la reconstrucción comunitaria superando la fragmentación social producida por el capitalismo actual, sino la de salvar estados que inevitablemente seguirán fragmentando y atacando los vínculos sociales y las prácticas que se pongan por afuera suyo, fuera de su control.
Pero no hay duda que las nuevas gobernabilidades, en todos los casos, buscan el fortalecimiento de un Estado debilitado y un papel más activo en relación al mercado y a los organismos internacionales.
John Holloway, discrepando con la posición «estadocentrista», afirma: «Decir que el Estado es un proceso equivale a decir que canaliza la actividad social de cierta manera, de una forma que la reconcilia y la integra en la reproducción del capital. Entrar en contacto con el Estado significa ser empujados a canales dirigidos hacia la reconciliación con el capital».

Pero la derecha neoliberal latinoamericana no se atemoriza fácilmente, por eso ha organizado en Rosario, Argentina, un conclave para ver cómo recupera los gobiernos y lleva nuevamente al continente por la senda, sin ninguna amortiguación, de las políticas de saqueo diseñadas por el capitalismo global.

Las nuevas gobernabilidades fortalecen al estado

La izquierda latinoamericana llega al gobierno en medio de un proceso donde la representación política está entrando en crisis como consecuencia de la profunda deslegitimación que se produce por el fracaso de los gobiernos dictatoriales por la secuela de corrupción, destrucción del entramado social y conculcación de todas las libertades liberales y burguesas. Consecuentemente se enfrenta, como consecuencia a una conciencia surgida del enfrentamiento a los gobiernos dictatoriales, a un nuevo protagonismo social que no acepta ser representado. Pero también la izquierda latinoamericana se desliza encima de una ola de cambios, de gobernabilidades progresistas en la región, que crea expectativas y esperanzas en amplios sectores de las clases subalternas. Esperanzas que, a poco de caminar, tampoco serán la primera vez en ser traicionadas.

La crisis neoliberal y de los partidos gobernantes de derecha es el resultado de su propia deslegitimación y también de décadas de luchas sociales. En el caso de los pueblos indígenas, son más de 500 años de dominación y resistencia cultural. De estas luchas se produce el surgimiento de fuerzas de izquierda y progresistas que tomando parcialmente las banderas de estos movimientos los canalizan hacia políticas estatales, a políticas electorales para ganar el gobierno.
Así las nuevas gobernabilidades aparecen como gobiernos más estables. Son la afirmación de la democracia representativa a la que refuerzan con  alguna variante participativa y consultiva.  Prestan mayor atención a los movimientos a los cuales hacen alguna concesión buscando nuevos pactos sociales para lograr la calma social. Pero estas políticas  reproducen la forma–estado que muchos movimientos habían cuestionado o puesto al menos en discusión.

Para los propios partidos de  la izquierda gobernante, la nueva situación  es consecuencia de una acumulación de fuerzas, en función de una estrategia de poder, que en el caso de Uruguay, según sus propios voceros, comienza al final de los años 50 y que finalmente  les permite conquistar el gobierno en el 2005.
Estos gobiernos de «izquierda» encuentran países con profundas fragmentaciones en distintos ámbitos: cultural, étnico, económico, derechos humanos…

En el plano de la integración regional e internacional las nuevas gobernabilidades están planteando políticas, en algunos casos diferentes; al extremo tal que han logrado conjuntamente bloquear el proyecto norteamericano de creación del ALCA y han dificultado la aplicación del Plan Colombia. Alternativamente Chávez esta impulsando el ALBA con el apoyo de Morales, Correa, Ortega y Castro y, por otro lado, el resto de los otros gobiernos integran el MERCOSUR y no faltan también los que afirman la necesidad de un multilateralismo en las relaciones comerciales. Pero estas diferencias no significan, en un principio, opciones opuestas, sino que se inscriben en el modelo general de recuperación de instrumentos de reconstrucción de los aparatos estatales.

Países como Brasil, Argentina, Venezuela, Uruguay han saldado completamente su deuda con el FMI, mientras que a Bolivia y Nicaragua el propio Fondo les canceló la deuda.  Este organismo, emblemáticamente vinculado con las políticas imperialistas en la región, no ha visto todas las cancelaciones con la misma preocupación. En el caso de Brasil y Uruguay mantienen un buen relacionamiento con el FMI.
Productores de materias primas estratégicas (petróleo y gas) han renegociado los contratos, en el pasado leoninos, con las multinacionales extranjeras poniéndoles límites y nuevos condicionamientos. Las privatizaciones de empresas públicas en algunos casos dieron marcha atrás.

Estos países han creado bancos regionales de desarrollo como el Banco del Sur, acuerdos de producción y distribución de energía y colaboración en materia de salud y educación.
En política de derechos humanos los gobiernos de Argentina, Uruguay y Chile están llevando adelante distintos juicios contra militares y civiles acusados de asesinatos, torturas y desapariciones durante las pasadas dictaduras militares que han posibilitado que terminen condenados algunos de los culpables, desresponsabilizando de esta manera al sistema que exigió (al igual que ahora exige gobiernos de izquierda) dictaduras, torturas, asesinatos. Si bien es necesario aclarar que en Uruguay, vergonzosamente, aún sigue vigente la llamada Ley de Impunidad que garantiza a los violadores de los derechos humanos no ser juzgados por delitos cometidos durante la dictadura salvo que el presidente, por su decisión, los deje afuera de esa ley, que es lo que ha sucedido en algunos casos.

En estos países la lucha por «Verdad y Justicia» fue llevada adelante durante años, en soledad y en difíciles condiciones, por familiares y organizaciones de derechos humanos. Hoy los gobiernos de izquierda han logrado neutralizar y cooptar muchas de esas organizaciones abanderándose con la política de los derechos humanos.
Sin embargo la represión sigue actuando contra los movimientos, deteniendo, juzgando y condenando; y no faltan los asesinados por las fuerzas represivas. Se continúa promoviendo la criminalización y judicialización de los que luchan por sus derechos, de los que no se dejan trampear por estos gobernantes. Esto es evidente en Chile, Argentina, Uruguay, Venezuela…

Las políticas sociales

Los estados en las nuevas gobernabilidades disponen de recursos, que antes no existían y que son producto de la coyuntura favorable del alza de los precios internacionales de las materias primas, para financiar programas de apoyo a los sectores más pobres. Programas recordamos que son promovidos por el Banco Mundial y toda la gama de organismos multinacionales de créditos.  Todos estos gobiernos de distinta manera están desarrollando políticas públicas de lucha contra la pobreza y la marginalidad en el trabajo, la educación y la salud. Estas políticas son el buque insignia, el programa estrella, en la búsqueda de nuevos consensos sociales, y de la manifestación del intento de restauración de estados “nacionales” confiables para la inversión de capitales.

En el área andina estas políticas de lucha contra la pobreza se vienen llevando adelante desde los gobiernos anteriores a través de planes para el desarrollo y la participación comunitaria promovidos y financiados directamente por el BID. Con estas políticas los gobiernos han logrado neutralizar los movimientos, cooptarlos e integrarlos a las instituciones sociales en algunos casos («Lula» da Silva nombró ministro de trabajo al principal dirigente sindical opositor).

Si bien han aumentado los beneficios sociales otorgados a los más pobres, en general se continúa con una política económica para atraer los capitales de las transnacionales.

Nuevas gobernabilidades y movimientos

En toda América latina los gobiernos anteriores aplicaron las recetas neoliberales con consecuencias graves que sumieron a amplios sectores de las poblaciones en la miseria más atroz. Los de abajo no tuvieron más remedio que aprender a organizar su supervivencia para continuar con sus vidas. Pero además organizaron su rebeldía que se expresaron en importantes movimientos en todo el continente como el «caracazo» en Venezuela, zapatistas en México, los indígenas en Ecuador, cocaleros y guerras del agua y del gas en Bolivia, los Sin Tierra en Brasil y «piqueteros»y fábricas recuperadas en Argentina, movimiento mapuche en Chile…

Algunos piensan que la existencia de estos gobiernos de izquierda con mayor sensibilidad social les da a los de abajo posibilidades de fortalecerse y de lograr conquistas hasta ahora inalcanzables con los gobiernos de derecha. Esto puede ser cierto a corto plazo, pero a la larga todos los gobiernos, incluidos aquellos que quieren lograr un mejor reparto social, inevitablemente tienden a manejar, conquistar e institucionalizar los movimientos de base. Las políticas sociales de las nuevas gobernabilidades tienen mayor capacidad para arrastrar atrás de sí a los movimientos al adueñarse de sus banderas y hacer efectivas algunas de sus reivindicaciones.

Desembarcan con sus funcionarios y técnicos sociales, muchos de ellos militantes sociales, encuestando, numerando, registrando, neutralizando y controlando. Pero sobre todo impulsando un nuevo estilo de trabajo social donde estimulan organizaciones sociales participativas y “autónomas”. Las incitan a que actúen dentro del Estado, reconociéndoles representación institucional, cooptando así movimientos que pasan a definir y vestir estos gobiernos como «populares».

Las nuevas gobernabilidades necesitan controlar los movimientos, pues ellos son creadores de incertidumbre social porque con sus reivindicaciones cuestionan la naturaleza y estructura de los estados en reconstrucción y espantan a los inversores.

El abajo que se mueve

Los movimientos de los pueblos originarios o indígenas son seguramente uno de los rasgos más sobresalientes de estos tiempos. Tal vez ellos están llevando adelante el proceso de descolonización que en estos países nunca se concluyó.  Se han enfrentado duramente a las transnacionales del petróleo en Ecuador y Colombia.
En Chile y Argentina los mapuches han resistido a las empresas madereras y de celulosa. En Chile han sido duramente criminalizados aplicándoles la Ley Antiterrorista (legislada por Pinochet) por parte del gobierno de la socialista Bachelet. El movimiento de lucha del pueblo Mapuche es contra las multinacionales que se adueñan de las tierras indígenas para desarrollar los agro-negocios,  por la autonomía y la gestión comunitaria del territorio sin la ingerencia del Estado chileno.

En Bolivia la lucha por el agua y por el gas y por la nacionalización de los hidrocarburos ha visto a las comunidades indígenas y campesinas en primera fila cuando en octubre del 2003 derribaron a un gobierno y entre mayo y junio del 2005 estuvieron a un paso de tirar al presidente Rodríguez y de organizar un autogobierno, pero Morales y su partido el MAS, negocian y logran que el movimiento insurgente acuerde una tregua con el gobierno, quedando así nuevamente abierta la vía electoral que llevara al aymará Evo Morales a la presidencia de Bolivia. La reivindicación de la nacionalización del gas y el petróleo, el plantear la soberanía sobre estas industrias organizadas según el modelo centralizado estatal  significa hacer entrar otra vez al parlamentarismo y al Estado como interlocutores validos en el conflicto.

En Ecuador los pueblos originarios promueven un estado multicultural y multirracial. En el caso de Ecuador ya los pueblos indígenas en el pasado han hecho alianzas en este sentido con partidos y candidatos a gobiernos que después los traicionaron. Tal vez sea posible la construcción de un nuevo estado donde quepan las culturas indígenas siempre que no se cuestione el mercado capitalista.
Los aymará en Bolivia proponen el autogobierno de las comunidades,  reivindican la construcción de la «nación aymará» oponiéndola a la idea de conquistar el Estado.

El movimiento piquetero en Argentina ha sido debilitado e integrado mayoritariamente en las políticas gubernamentales desde el gobierno de Kirchner. El grupo numéricamente más importante dirigido por D’Elía son actualmente los piqueteros y grupo de choque del gobierno. En esta situación de gran confusión provocada por una política gubernamental que presta mayor atención a la asistencia a las clases más pobres, llegando incluso a suceder que un Movimiento de Trabajadores Desocupados vinculado a una organización anarquista terminó trabajando electoralmente para Kirchner, pasándose con armas y bagajes al lado de las instituciones. Sin embargo algunos sectores piqueteros, fábricas recuperadas, asambleas vecinales continúan afirmando sus vínculos y construyendo autónomamente su vida, produciendo y comercializando de otra manera, autogestionariamente.

El chavismo en Venezuela es un movimiento impulsado desde el gobierno y tiene como líder máximo al propio presidente. Ese ya es su límite de nacimiento, un cordón umbilical que lo une fuertemente al Estado. «Que la gente asuma el poder» esa es la idea de Chávez según escribe entusiasmado el libertario estadounidense Michael Albert. ¿Pero qué significado puede tener esa propuesta cuando es hecha por quien ejerce realmente el poder, el mismo que construye el partido único PSU, para dirigir los destinos de la «revolución bolivariana», y de quien él es el líder máximo. Un poder popular diagramado desde arriba por los funcionarios del gobierno sólo puede servir a fortalecer el poder de los funcionarios, de Chávez y del Estado. Es que el socialismo del siglo XXI está inspirado en ese espejismo denominado socialismo cubano.

«El poder tiene necesidad de disminuir nuestra potencia de actuar para, precisamente, ejercer su poder sobre nosotros» No hay mejor manera para hacer perder el poder hacer de los movimientos que integrarlos al espacio del gobierno, institucionalizando las nuevas formas de participación nacidas en la base del chavismo.
Chávez quiso afirmar su poder, no el poder popular, por medio de un referéndum que el propio movimiento chavista boicoteó. Por eso es necesario diferenciar a Chávez del movimiento que lo apoya.
Los Sin Tierra de Brasil vinculados en su surgimiento a las comunidades eclesiásticas y políticamente al PT, hoy están parcialmente distanciados del partido de Lula a partir de posiciones distintas respecto a la Reforma Agraria y al cultivo de los transgénicos.

El MST es seguramente uno de los movimientos más poderosos de América Latina, pero es también el más estructurado y vertical. Eso tal vez venga de mezclar las posiciones de la iglesia progresista y una izquierda marxista bastante ortodoxa que mira con expectativas hacia la construcción de un estado popular.

Un movimiento muy combativo y participativo en su base, en sus campamentos y en las ocupaciones de tierra, pero que deja de serlo en la medida que se sube en la estructura, ya que se rige por el centralismo democrático.
El movimiento zapatista ha sido el que más han influido en estos tiempos en el movimiento libertario y también el que más ha incidido en la búsqueda de un cambio en el pensamiento emancipatorio en Latinoamérica. Sin embargo la última etapa de los zapatistas de mirar, no hacia abajo como han hecho hasta ahora, sino que con la otra campaña, han recorrido México mirando hacia abajo y a la izquierda. Ello los ubica en un espacio político, el de la izquierda radical, más o menos ortodoxa y leninista, donde se repiten las políticas que los mismos zapatistas han venido criticando. Además el ubicarse no abajo sino abajo y a la izquierda es seguir manteniendo una categoría vinculada a la forma estado que sirve para seguir reproduciéndolo.

También en México el movimiento indígena y popular de Oxaca organizado en el APPO (Asamblea Popular de los Pueblos de Oxaca) y en un movimiento aún más amplio conocido como la Comuna de Oxaca, han sido los protagonistas de la resistencia contra el gobernador Ulises Ruiz que es la expresión de años de corrupción y represión. Ya el oxaqueño Flores Magón había encontrado en las comunidades indígenas el fundamento de sus propuestas libertarias.
En Uruguay, los movimientos visibles son nada más que estructuras verticales, sin vida.

Las fuerzas que hubo en algún momento en esas estructuras, fueron ahogadas por los requisitos de la legalidad, legalidad que los integrantes mismos aceptaron corriendo tras la zanahoria de la democracia participativa y las facilidades que promete el «progresismo», que por cierto no son gratuitas. Estas fuerzas se diluyeron en los pasillos del poder, más ocupadas en perseguir permisos legales, en integrarse al sistema que en construir sus propias realidades. Pero, mas allá de intencionalidades el aparato burocrático de los movimientos sociales,  sigue funcionando y reproduciéndose por inercia.

Sin embargo existe, también, un movimiento invisible, disperso e impredecible, que partiendo de sus realidades y sus deseos, busca esa autonomía y crea desde la diferencia, las realidades que desea; haciéndose cargo de la alimentación, la educación, la salud, esquivando la legalidad para poder tener dónde vivir, donde hacer crecer alimentos… viviendo día a día la aventura (en mayor o menor grado) de construir juntos esa realidad que nos posibilite vivir más libre y sanamente.

Nuevos contextos, nuevas capacidades

Una mirada crítica hacia los movimientos, hacia su fragilidad, no implica un juicio negativo. Pues de esa fragilidad, de la crisis de referentes, de las incertezas nace ese deseo de creación, de la búsqueda de nuevos sentidos para nuestras vidas.
Los movimientos no son puros, son heterogéneos, híbridos, son mezclas de diferencias con distinto tipos de impurezas, pero de esas mezclas, de ese mestizaje es de donde pueden nacer las trasformaciones. De lo homogéneo, de lo puro, no hay más que repeticiones, nunca creaciones.

Sin embargo, algunos movimientos de base en América Latina siguen impregnados por esa lógica leninista de que la política partidaria es una instancia superior de la política, separando lo social de lo político, afirmando de esta manera su rol de correa de trasmisión de decisiones tomadas en instancias superiores,  y cuando no es así, muchos de ellos no van mas allá de reivindicaciones corporativas o de practicas clientelares.
La crisis de la representatividad  y del vanguardismo no desemboca  automáticamente al desarrollo de acciones autónomas y en la autoorganización.

Dentro de los nuevos grupos de la izquierda radical, muchos reivindican instrumentalmente la autonomía de los organismos de base, pero es una autonomía construida al servicio de una estrategia de poder. Se juega con el concepto de independencia de clase y autonomía  confundiendo como si fuera lo mismo. En Uruguay en los años ’60 y  ’70 la independencia de clase significaba la independencia del Estado, de los gobiernos de turno, y de los partidos burgueses; pero no de los partidos y grupos de izquierda. Y esa es la autonomía que se intenta hacer pasar.

La estrategia de poder implica la acumulación y ¿cuál es el lugar por excelencia, según esa estrategia, de la acumulación política sino el partido o la organización política?
Para los movimientos sociales, no solo aquellos que se limitan a hacerle solicitudes al Estado en una actitud subalterna; sino sobre todo para aquellos que no quieren quedar atrapados en las redes de las instituciones estatales, parece claro que no se puede seguir peleando igual que antes de estos gobiernos, como si no hubiera sucedido nada. No todo es igual y esta situación actual, que es más compleja, hace necesario la invención de nuevas formas que eviten tanto la cooptación como la marginalización de los movimientos, ¿o será que justamente debemos fomentar la marginalidad misma, en el sentido de que estamos en los márgenes de un sistema del cual queremos salir?

Un contexto nuevo que nos exige y desafía a la creación de nuevos conceptos y prácticas, de otras nuevas capacidades.

fuente: https://www.nodo50.org/ekintza/spip.php?article461

Publicado en • Análisis, • RevueltasDejar un comentario

Comienza una campaña contra el uso de niños en conflictos armados

Publicada el 08/11/2008 - 07/09/2018 por raas

La participación de niños y niñas en conflictos armados en todo el mundo no ha cesado de aumentar en los últimos años. Constantemente son reclutados para combatir, colocar o retirar minas antipersonales o para realizar labores de intendencia.

Por revista Ekintza Zuzena

Para acabar con esta situación se ha creado la campaña «Ni un niño más para la guerra», impulsada por diversas multinacionales del sector textil, así como de la eslaboración de prendas deportivas. «Esta situación resulta intolerable. No podemos continuar permitiendo que la creciente demanda de niños para guerras en países de África y Asia haga escasear y encarezca la mano de obra infantil, precisamente en los países donde se confeccionan la mayor parte de nuestros productos», afirmó conmovido el portavoz de la campaña.

De la revista Ekintza Zuzena nº35. Sección LSD http://www.nodo50.org/ekintza

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